EL GO-GETTER, POR PETER B. KYNE, PRESENTACIÓN POR AQUILES JULIÁN

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Peter B. Kyne

El Go-Getter La historia del luchador que no se da por vencido. Presentaci贸n de Aquiles Juli谩n Libros de Regalo 10

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El Go-Getter Por Peter B. Kyne Edición digital a cargo de Colección

Libros de Regalo 10 Escríbenos a: aquiles.julian@gmail.com ideaccion.dr@gmail.com Primera edición: Abril 2008 Santo Domingo, República Dominicana Este libro es cortesía de:

IDEACCION IDE Desarrollo del Capital Humano Cul de Sac Vista del Cerro No. 2, Edif. Robert Collier, Suite 3-B, Altos de Arroyo Hondo III, Santo Domingo, D.N., República Dominicana. Tels. 809-227-6099 y 809-565-3164 Email: ideaccion.dr@gmail.com Se autoriza la libre reproducción y distribución del presente libro, siempre y cuando se haga gratuitamente y sin modificación de su contenido y autor. Si se solicita, se enviarán copias en formato PDF vía email. Para solicitarlo, enviar e-mail a ideaccion.dr@gmail.com, aquiles.julian@gmail.com o librosderegalo@gmail.com

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El carácter del go-getter ¡Go-getter. Go diamond. Fire up! Fue a mi muy querida Pili Roca Perelló, en la residencia de mis mentores Elías y Lourdes Serulle, a quien le oí el grito: rememoró los tiempos de su primera experiencia en mercadeo de redes: los ojos encendidos, el corazón apasionado, remontando el tiempo con la emoción que se transpira y arde, cuando le mencioné el origen de la expresión go-getter. Go-getter es una expresión recurrente entre los pioneros de la mercadotecnia de redes, en el mundo de las ventas directas, la venta de seguros, y en el de las ventas en general, sobre todo en los Estados Unidos. Su definición sería el enfocado, el decidido a ganar, el que no ceja hasta alcanzar su objetivo, quien actúa y vive con determinación hasta lograr sus metas. Es la persona persistente, que no se arredra, que supera cualquier obstáculo y que no desiste hasta alcanzar lo que se propuso. Es la máxima expresión de carácter y decisión. ¿Cuál es la importancia del carácter go-getter para nuestro país? ¡Fundamental! En República Dominicana prevalece una cultura del éxito fácil, del “No coger lucha”, del “No matarse”, “Cogerlo suave”. Es una cultura de los Mínimoesfuerzos y rajados. El rajado, el que desiste, el que se plumea, el que abandona, el que elige fracasar es el paradigma, el humillante y desconsolador paradigma que predomina en nuestro país. Rajados de la carrera universitaria a montones. Rajados del matrimonio, que da grima de tantos. Rajados de sus responsabilidades ciudadanas, familiares, personales, sociales. El deporte de rajarse es el deporte nacional. Cualquier maestro en los principios del éxito enseña desde temprano que el único fracaso verdadero consiste en no levantarse de nuevo, en no persistir. Y en el fondo de la cultura del rajado perviven dos atavismos que sustentan este tipo de comportamiento aberrante: 3


1. La absurda creencia de que a la persona todo le debe salir bien y maravilloso a la primera. 2. La creencia deplorable de que se es una persona de segunda o de tercera, que no merece o es capaz de lograr una meta. Veamos ahora ambas creencias en detalle. Lo primero que vale la pena destacar es que son creencias: creencias opiniones que las personas sostienen en sus adentros sobre sí mismas y el mundo, y por las cuales orientan sus comportamientos. Si creo que las cosas tienen que salirme bien al comienzo, niego la necesidad que tengo de aprender, de perfeccionar conocimientos y habilidades, de ajustar mi conducta a las condiciones externas (economía, momento, clientes, etc.), de que el éxito tiene un precio y se tiene que pagar. Al juzgar que merezco que lo que sea que haga tiene que salirme bien a la primera, niego varios principios universales del éxito, entre ellos la Ley del Proceso. Me coloco de espaldas a la realidad y si las cosas no se me dan a mi capricho, desisto. La segunda es igual de maligna. Emprendo cualquier acción para descontinuar el esfuerzo al primer contratiempo y me quejo de mi suerte, porque en el fondo considero que el éxito no se hizo para mí. Incluso me escudo en los intentos hechos para justificar que no vale la pena emprender nuevos esfuerzos. Tanto la actitud soberbia del primero como la actitud acomplejada del segundo son ejemplos de que el rajado padece un enceguecimiento mental que o no le deja ser humilde y aceptar que fallar es aprender para afinar la puntería, por lo que rajarse nunca es una opción inteligente en nada; o entender que todo el mundo nació de primera y todos tenemos que pagar un precio para alcanzar nuestras metas. Frente al rajado está el go-getter, el que se aferra con pasión y determinación a sus metas, que se sostiene en su visión mientras mantiene su enfoque, aquel de quien se escribió: “Cuando el camino se pone duro, los duros siguen caminando”. Es un honor, es un alto honor ser considerado un go-getter. Es ser considerado alguien fiel a su palabra y a sus principios, alguien que se mantiene firme frente a las veleidades del momento, que no se deja conquistar por el desaliento, que no cede frente a los contratiempos, alguien en quien

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podemos depositar nuestra confianza porque siempre buscará la manera de seguir adelante en la misión encomendada. ¡Qué falta hacen los go-getters en nuestro país! ¡Cuánto los necesitamos! ¡Qué gran necesidad tenemos de que este mensaje se difunda y sirva como un faro que nos guíe en medio de la descorazonadora promoción de antivalores que nos ahoga por todos lados! Los que tenemos el la dicha y el honor de conocer, tratar y compartir con gogetters dominicanos de cuya amistad nos sentimos altamente agradecidos mi esposa Cristina Gutiérrez y yo, sabemos de los inmensos valores que los diferencian, de la determinación que les caracteriza y el gran ejemplo que dan. Son personas que han impactado y siguen impactando vidas, transformando personas, inspirando, ayudando, enseñando, animando a cientos, miles de personas a levantar sus expectativas y a asaltar sus sueños. Hay una República Dominicana del derrotismo, de la pachanga, del rajado mental y conductual… Pero hay, simultáneamente, otra República Dominicana de los Félix Sánchez, los Marcos Díaz, los Juan Luis Guerra, los Sammy Sosa, los Pedro Martínez, los Michael Camilo, los Teo y Maribel Galán, los Elías y Lourdes Serrulle, los Manuel y Giselle Díaz, los Radhamés y Lina Rodríguez… los que dan el ejemplo y son motivo de orgullo. Y uno, como dominicano, puede elegir, porque tiene opciones para seleccionar qué vida prefiere: mediocridad o excelencia; buen ejemplo o mal ejemplo; rajado o go-getter. Sirva esta historia que origina el concepto de go-getter como homenaje a quienes son el más alto ejemplo de esta indomable estirpe de los que no se rinden, de los que persisten, de los go-getters!

Aquiles Julián Santo Domingo, República Dominicana Noviembre 2007 ©

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La anécdota del luchador que no se dá por vencido. Hace 50 años Peter B. Kyne escribió la obra “The Go Getter” o “El luchador que no se por vencido”, una historia que enseña cómo llegar a ser uno de ellos. Este libro ha servido de inspiración para millones de personas. Se trata de un hombre de inquebrantable determinación para llevar a cabo con éxito una tarea, no importando cuán grandes sean las dificultades, un hombre que nunca deja las cosas a medio hacer, que nunca se da por vencido y a quien nada puede disuadirlo de su objetivo. “Lo haré” son las palabras que se convierten en su lema guía, en un reto constante jura vivir conforme a los altos principios, en una fuente inagotable de renovado valor. Cada año, desde 1922, representantes de ventas ingresan al Club Go-Getters, como miembros de honor: Primero, únicamente en los Estados Unidos de Norte América; hoy en día en todas partes del mundo. El Concurso del Go-Getter lo planeó y puso en marcha Raoul D. Kein. El Sr. Kain fue el primer representante de ventas contratado por una compañía que buscaba el desarrollo de su gente en 1914, pero que no tenía bien planeada esta misión y su ruta tenía como límite los Estados Unidos en aquella época. Como en muchas competencias deportivas, también en el concurso del GoGetter existe un campeón de campeones, llamado el Caballero del Jarrón Azul. El Caballero del Jarrón Azul simboliza al Go-Getter que logra cada año el más alto record de ventas, cobertura de clientes, promociones, espíritu de equipo y confiabilidad. . . En otras palabras ¡El más alto grado de excelencia en todas las fases de su trabajo como representante profesional de ventas! El Caballero del Jarrón Azul, fue sugerido por el Sr. Kain, quien se inspiró en un relato de Peter B. Kyne, titulado “The Go-Getter”* cuya primera edición apareció en Nueva York en 1921.

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I Mr. Alden P. Ricks, mejor conocido como "Cappy Ricks" fue el fundador y el espíritu dirigente de una importante empresa maderera y de vapores. En teoría, ya se había retirado de la dirección activa del negocio, pero en realidad continuaba siendo su principal guía y consejero, rehusando -como él mismo se expresó- a abandonar su actividad mental no obstante haber suspendido su actividad física. Los ayudantes y administradores activos de "Cappy" eran: Mr. Skinner, encargado del negocio de maderas, y Matt Peasley, quien dirigía el de vapores. Ambos eran hombres competentes en quienes Cappy tenía plena confianza, aunque a veces le entraban dudas de su buen criterio, especialmente en lo que se refiere a juzgar la capacidad de otros. El problema que estos tres personajes confrontaban, era la situación que existía en su oficina en Shanghai. El empleado que habían enviado a hacerse cargo de ella estaba dando mal resultado, aunque esto no sorprendía a Cappy, porque en su opinión carecía de ciertas cualidades que él consideraba esenciales. -Skinner, ¿tienes un candidato para el puesto?, preguntó Cappy. -Siento decirle que no, Mr. Ricks; todos los empleados que tengo bajo mis órdenes son demasiado jóvenes... demasiado jóvenes para asumir esa responsabilidad. 7


-¿Qué quieres decir con "demasiado jóvenes”?, replicó Cappy. -Bueno, el único a quien yo consideraría competente para ocupar el cargo sería Andrews y él apenas tiene unos treinta años. -Treinta años, ¿eh?; pues si mal no recuerdo yo te empecé a pagar un sueldo de diez mil dólares y a confiarte la responsabilidad de dos millones cuando apenas tenías veintiocho. -Es cierto, pero Andrews... bueno, no hemos puesto a prueba todavía su competencia. -¡Skinner! - interrumpió Cappy con voz resonante - no alcanzo a comprender todavía por qué no te he mandado al diablo. ¿Dices que todavía no hemos puesto a prueba la competencia de Andrews? ¿Por qué tenemos aquí gente que no sabemos lo que pueda hacer..? ¡Contéstame! El mundo de hoy es el mundo de la juventud, y métete eso en la cabeza. (Dirigiéndose hacia el otro administrador continuó:) - ¡Matt, ¿qué te parece Andrews para el puesto de Shanghai?! -Lo creo capaz. -¿Porqué? -Porque lleva bastante tiempo con nosotros para haber adquirido la experiencia necesaria. -¿Crees, Matt, que también tenga el valor necesario para asumir la responsabilidad? Eso es más importante todavía que la tal experiencia que Skinner y tú consideran como lo más esencial. -De eso nada puedo decirle a usted, pero me parece que tiene energía e iniciativa, y personalmente es agradable. -Bueno, antes de mandarlo hay que convencernos de que tiene energía e iniciativa, de si las tendrá cuando tenga que tomar una decisión inmediata, seis mil millas distante de sus jefes a quienes pudiera consultar y proceder acertadamente de acuerdo con su criterio. Eso es lo más importante, Skinner.

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-Tiene usted razón, Mr. Ricks, y creo que es usted quien debe hacer la prueba. -Convenido, Skinner. El próximo representante que mandemos a Shjanghai tendrá que ser un luchador que no se dé por vencido. Ya hemos tenido allá tres que resultaron un fracaso, y de ésos no queremos más. Sin decir otra palabra, Cappy se echó de espaldas en su sillón giratorio y cerró los ojos. -Parece que va a fraguar la prueba para Andrews -dijo Matt Peasley en voz baja a Skinner al salir de la oficina de Mr. Ricks-.

II El destino no permitió dejar en paz a Mr. Ricks en sus reflexiones por mucho tiempo. A los diez minutos el teléfono sonaba, y con no poco enfado, como si alguien le hubiera interrumpido un tranquilo sueño, tomó el receptor y gritó: ¡¿Quién es?! -Mr. Ricks - respondió la telefonista de las oficinas generales - está aquí un joven que se llama William Peck y desea verlo a usted personalmente. Cappy suspiró como para reflexionar. -Bien, dígale que pase. Un empleado condujo al visitante ante el presidente de la importante empresa maderera y de vapores. Al hallarse en su presencia, saludó respetuosamente y dijo: - Mr. Ricks, mi nombre es William E. Peck; le agradezco a usted mucho la fineza de concederme una entrevista. Mirándolo con semblante severo, Cappy le dijo que tomara asiento, señalándole una silla frente a su escritorio, al acercarse

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Peck a a la silla, Cappy notó que cojeaba un poco y que el brazo izquierdo lo tenía amputado hasta el codo. -Bien, Mr. Peck, ¿qué desea usted? -He venido a que me dé usted trabajo - respondió Peck. -Habla usted como si tuviera la seguridad. -Ciertamente, Mr. Ricks, yo sé que usted no me lo negará. -Por qué? Peck, sonriendo en una forma que le simpatizó a Mr. Ricks, contestó: - Yo soy agente vendedor, y sé que puedo vender cualquier cosa que tenga algún valor, porque lo he demostrado durante cinco años y quiero demostrárselo esta vez a usted. -Mr. Peck -dijo Cappy sonriendo- de eso no tengo duda, pero dígame, ¿acaso sus defectos físicos no son un impedimento? -No, Mr.Rricks, en ningún modo; lo que me queda de cuerpo está sano, sobre todo mi cabeza, y me queda el brazo derecho. Puedo pensar y puedo escribir, y aunque cojeo, puedo ir tras un pedido más aprisa y más lejos que la mayoría de los que tienen dos buenas piernas. ¿Estoy contratado, Mr. Ricks? -No, Mr. Peck, lo siento, usted sabrá que yo no tomo parte activa en la administración de este negocio desde hace diez años. Aquí simplemente tengo mi oficina para despachar mi correspondencia particular y atender asuntos personales. A quien debe usted ver es a Mr. Skinner. -Ya vi a Mr. Skinner -replicó prontamente Peck- pero por el modo en que me habló parece que no le simpaticé. Me dijo que actualmente no había suficiente negocio aún para ocupar al personal que tiene. Yo le manifesté que estaba dispuesto a aceptar cualquier ocupación, de taquígrafo para arriba. Puedo escribir a máquina bastante rápido con una mano; puedo llevar una contabilidad y hacer cualquier trabajo de oficina -¿No le dio ninguna esperanza? 10


-No, señor. -Entonces -le dijo Cappy en tono confidencial- vaya a ver a mi yerno, el Capitán Peasley, que dirige los transportes marítimos de esta empresa. -Ya hablé con el Capitán Peasley, quien me trató con mucha amabilidad; me dijo que con todo gusto me daría un puesto, pero que los negocios estaban tan malos que por ahora era imposible. -Bien, amiguito, entonces ¿para que viene a verme a mi? Sonriendo nuevamente, Peck respondió: - Porque quiero trabajar aquí, en esta compañía, no me importa de qué con tal que sea algo que yo pueda hacer. Si me dan trabajo que pueda hacer, será hecho mejor que nunca, y si no puedo hacerlo, renunciaré voluntariamente para evitarle a usted la molestia de despedirme. Tengo referencias de primera clase. Cappy oprimió un botón en su escritorio; un momento después Mr. Skinner entraba, lanzando una mirada hostil hacia William E. Peck y luego otra, interrogativa, hacia Mr. Ricks. -Oye, Skinner -dijo Cappy con voz suave- he estado meditando el asunto de enviar a Andrews a la oficina de Shanghai y he llegado a la conclusión de que tenemos que arriesgar. Esa oficina está ahora a cargo de un empleado menor y es preciso nombrar cuanto antes un gerente; así es que haremos esto: vamos a mandar a Andrews en el próximo vapor, haciéndole entender que asumirá el cargo temporalmente. Si vemos que no da resultado, le ordenaremos que se vuelva para ocupar su puesto actual, en el cual es bastante apto. Entretanto, Skinner, te agradecería mucho que le dieras empleo a este joven... que le des una oportunidad de demostrar lo que puede hacer. Hazme ese favor, Skinner.. hazme ese favor. Mr. Skinner bien sabía que un ruego de "Cappy" equivalía a una orden, y Peck, comprendiéndolo, miró al administrador general con una sonrisa.

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- Muy bien, Mr. Ricks -dijo Skinner con cierto despecho -¿Ha convenido con Mr. Peck el sueldo que ganará? -Ese detalle te toca a ti -contestó Cappy. No es mi intención inmiscuirme en tus asuntos administrativos. Naturalmente le habrás de pagar a Mr. Peck lo que valga, nada más. Volviéndose hacia el triunfante Peck, lo amonestó diciéndole: - Oiga, amiguito, no crea que porque he intercedido por usted ya tiene su porvenir asegurado. Su porvenir usted mismo tendrá que labrarlo y tiene que comenzar muy pronto. La primera vez que meta la pata o no dé la medida en el trabajo que se le confíe, lo amonestarán, la segunda lo suspenderán por un mes para que reflexione, y la tercera quedará definitivamente fuera de esta organización. ¿Me he explicado claramente? -Sí señor -contestó Peck sin vacilar; todo lo que yo pido es una plaza en la línea de combate, y le aseguro que pronto me haré acreedor a la confianza de Mr. Skinner. Dirigiéndose a Skinner: - Muchas gracias, Mr. Skinner, por haber consentido en darme una oportunidad; haré cuanto esté de mi parte para merecer su confianza. - Este diablo -dijo para sus adentros Cappy-, es buena pieza, y tiene sesos; no me explico como Skinner no puede darse cuenta de ello. Si este pobre chico se sale un poco de la raya o si le brota en la cabeza alguna idea nueva que quiera poner en práctica, es casi seguro que firmará su sentencia de muerte con esta gente de cerebro fosilizado que hay en este mundo. El no podrá defenderse, pero por fortuna todavía estoy yo aquí. El joven Peck, poniéndose de pie, preguntó: - ¿Cuándo debo empezar? Skinner le contestó con cierta ironía: - Cuando esté usted listo. Peck miró rápidamente su reloj de pulsera.. - Son las doce añadió- Voy a almorzar y estaré aquí a la una.

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Mr. Skinner se retiró mordiéndose los labios. Al cerrarse la puerta tras el, Peck levantó las cejas, y despidiéndose de Mr. Ricks le dijo: - Muchas gracias, Mr. Ricks, ha sido usted en extremo amable, pero parece que no voy a empezar bajo muy buenos auspicios, y tomando su sombrero se marchó. Apenas había salido cuando Mr. Skinner entró de nuevo, mas antes de poder abrir la boca, Cappy le impuso silencio levantando un dedo y en voz cordial le dijo: - Ni una palabra, Skinner; ya sé lo que me vas a decir y admito que tienes razón, pero, óyeme, hijo... ¿cómo era posible rechazar a un joven que tanto empeño tiene en trabajar y que no acepta un No como final? A pesar de que no encontró aquí más que obstáculos para lograr su propósito, no se dió por vencido ni se desanimó. Tú luchaste contra él pero él te ganó, y vaya que tuvo que vérselas con expertos, ¿Qué trabajo le vas a dar? -El de Andrews, naturalmente. -Ah, sí, había olvidado. Dime, Skinner, ¿no tenemos disponible como medio millón de pies de abeto fétido? Skinner asintió, y Cappy, continuando con la avidez de quien acaba de hacer un gran descubrimiento que cree causará una verdadera revolución en el mundo científico - Bueno, mándalo a vender esa madera apestosa y un par de furgones de pinabete rojo o cualquiera otra de las maderas que casi nadie quiere ni regaladas. Skinner sonrió maliciosamente y dijo: -Convenido, pero si no vende le damos su pasaporte, ¿verdad? -Supongo que sí, aunque yo lo sentiría mucho. Por el contrario, si tiene éxito le pagaremos el sueldo que gana Andrews. Hay que ser justos, Skinner, justos en todo y con todos. Cappy se levantó y dándole una palmadita en el hombro al administrador general le dijo: -Skinner, dispénsame si me he precipitado un poco, pero te advierto que si le fijas al abeto un precio demasiado alto para que

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Peck no pueda venderlo, te mando a ti a la calle. Sé justo, hijo, sé justo.

III A las doce y media, cuando Cappy iba a almorzar, se encontró con Peck, quien iba cojeando por la acera. Peck prontamente sacó una tarjeta del bolsillo y se la mostró diciendo: - ¿Que le parece esta tarjeta, Mr. Ricks... no cree que se ve flamante? Cappy leyó en ella: "Compañía Maderera Ricks -Maderas de todas clases y para todos usos, sin excepción. Representada por William E. Peck." Cappy Ricks pasó un dedo curiosamente por las líneas impresas, y vio que estaban grabadas. Sabiendo perfectamente que un grabado de imprenta no se hace en media hora, contestó: - Oye, Peck, no me quieras tomar el pelo; dime la verdad, ¿cuándo decidiste venir a trabajar con nosotros?" -Desde hace una semana. -Peck, ¿acaso has llegado a vender alguna vez abeto fétido? Peck se mostró bastante confundido, y significando una negativa con la cabeza, preguntó: -¿Qué clase de palo es ése? -Abeto de California... es una madera áspera y correosa, muy pesada, y despide un olor como de zorrillo cuando se corta. Creo

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que Skinner te va a dar lo peor que hay para empezar, y eso es lo peor. -¿Se pueden clavar clavos en ella, Mr. Ricks? -Ah, claro. -¿Ha llegado alguien a venderla alguna vez? -De vez en cuando uno de nuestros agentes más listos suele tropezar con algún mentecato que compra lo que le vendan; de lo contrario, no la tendríamos más. Afortunadamente, Peck, no nos queda mucha, pero siempre que nuestros hacheros del monte encuentran un buen árbol, no lo dejan en pie; por eso casi siempre tenemos suficientes existencias de abeto fétido para darles a los agentes algo con qué demostrar que saben vender. -Yo puedo vender cualquier cosa si vale el precio -concluyó Peck con un aire de desafío, y continuó su camino hacia la oficina de la empresa.

IV Por dos meses Cappy Ricks no volvió a ver a William Peck; el administrador general lo había mandado a los Estados del Sur y del Oeste, tan pronto como Peck se impuso de todos los detalles del negocio... de los precios, pesos, tarifas de fletes, condiciones de venta, etc. De una ciudad, telegrafió un pedido de dos furgones de madera de alerce; en la siguiente de su itinerario, logró que el dueño de una maderería, a quien Mr. Skinner en vano había tratado por años de venderle, conviniera en comprar de prueba un furgón de tablas de abeto fétido, de tamaños y clases surtidas, a un precio más alto del fijado por Mr. Skinner. En el Estado de Arizona consiguió varios pedidos de madera para refuerzo de pozos de minas, pero sólo hasta que llegó al centro del Estado de Texas empezó realmente a demostrar su 15


extraordinaria habilidad para vender. Allí se especializó en la venta de maderas para torres de taladrar pozos petroleros, y fue tal el bombardeo de pedidos que mandó a las oficinas, que Mr. Skinner tuvo que telegrafiarle pidiéndole que se calmara un poco en la venta de esa madera por estárseles agotando las existencias, y que se dedicara a vender otras clases. Completado su itinerario, emprendió el viaje de regreso vía Los Ángeles, pero de paso se detuvo en el Valle de San Joaquín y vendió allí dos furgones más de abeto fétido. Al recibir Mr. Skinner el telegrama, fue a mostrárselo al presidente. - No cabe duda que Peck puede vender madera -anunció a Mr. Ricks. - Ha conseguido cinco nuevos clientes y acaba de mandar otro pedido de dos furgones de abeto fétido. Creo que tendré que aumentarle el sueldo el 1o. del año. -Óyeme Skinner, ¿por qué diablos quieres aguardar hasta el primero del año? Ese pernicioso hábito que tienes de diferir para más tarde lo que debes hacer hoy, especialmente cuando se trata de soltar el dinero, nos ha costado la pérdida de los servicios de más de un buen empleado. Sabiendo que Peck merece un aumento de sueldo, ¿por qué no se lo das ahora, y con gusto? Peck te tendrá buena voluntad, trabajará más todavía, y por lo menos te considerará como ser humano. -Muy bien, Mr. Ricks, voy a asignarle el mismo sueldo que Adrews tenía antes que Peck tomara su puesto. -Skinner, tú realmente me obligas a recordarte quién manda en esta empresa. Peck vale más que Andrews, ¿verdad? -Así parece. -Entonces, por amor a la justicia, págale más y haz efectivo ese aumento desde el primer día que empezó a trabajar. ¡Vete de aquí porque me pones nervioso. ¡Un momento!... ¿qué está haciendo Andrews en Shanghai? -Dándole a ganar dinero a la Compañía del cable -contestó Skinner con sarcasmo. Cablegrafía como tres veces por semana sobre asuntos que él mismo debería decidir; Matt Peasley está disgustado con él.

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-Eso no me sorprende... supongo que Matt vendrá a decirme dentro de poco que yo fuí quien escogió a Andrews para el puesto, pero no olvides, Skinner, que le advertí que el puesto era temporal. -Sí, Mr. Ricks. -Bueno, creo que tendré que buscar a su sucesor e impedir que Matt venga a echarme la culpa en cara. Creo que Peck tiene varias características de un buen administrador para la oficina de Shanghai, pero tendré que probarlo un poco más. (Mirando a Skinner con sonrisa picaresca:) - Oye, Skinner, voy a pedirle a Peck que me traiga el jarrón azul. El semipálido semblante de Skinner casi se sonrojó. - Bueno, notifica al jefe de la policía y al propietario del bazar para que no nos cueste tanto. Cappy caminó hacia la ventana, mirando a la calle pensativo pero sonriendo todavía, y añadió: - Tú convendrás conmigo, Skinner, en que si me entrega el jarrón azul valdrá diez mil dólares como nuestro gerente en Shanghai. -Sin duda que los valdrá, Mr. Ricks. -Bueno, Skinner, haz los arreglos necesarios para que Peck esté listo el domingo, a la una. Yo me encargaré de los demás detalles. Mr. Skinner le dijo que así lo haría y salió, casi no pudiendo contener la risa. El sábado siguiente, Mr. Skinner no se presentó en su oficina; de su casa avisaron por teléfono que se hallaba indispuesto. Su secretaria tenía instrucciones de avisar a Peck que Mr. Skinner deseaba hablar con él ese día, pero que debido a una indisposición repentina no podría verlo en la oficina; que necesitando conferenciar con él antes de que saliera nuevamente de viaje el lunes, le agradecería que lo visitara en su casa el domingo por la tarde, a la una. Peck contestó que con todo gusto iría a ver a Mr. Skinner a la hora indicada.

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A la una en punto del domingo, se presentó Peck en la casa del administrador general, a quien halló en la cama, pero sin síntomas de estar enfermo. Después de desearle su pronto restablecimiento, entraron en discusión respecto a los nuevos clientes y a perspectivas que Mr. Skinner estaba deseoso de que Peck investigara. En el curso de la conferencia, Cappy Ricks telefoneó. Mr. Skinner estuvo escuchando por varios minutos, y luego Peck oyó decir: - Con todo gusto cumpliría con sus deseos, Mr. Ricks, si no fuera porque estoy en cama y no podré salir hoy, pero Mr. Peck está aquí y con seguridad que no tendrá inconveniente en desempeñar esa comisión para usted. -Claro que no -interrumpió Peck, y tomando el receptor se apresuró a saludar a Mr. Ricks. -Oye Peck -dijo el presidente- quisiera confiarte un encargo; no puedo mandar a un muchacho, pero al mismo tiempo me da pena molestarte. -No será molestia alguna, Mr. Ricks; mande lo que guste que estoy a sus órdenes. -Gracias, Peck, por tu buena voluntad. Se trata de esto: andando yo por el centro a medio día, pasé frente a una tienda en la calle Sutter, entre Stockton y Powell, donde en un escaparate vi un jarrón azul. Yo soy muy afecto a los jarrones de ornato, Peck, y aunque este no es nada extraordinario, sucede que una dama a quien le tengo gran estimación, tiene otro igual, y sé que nada le agradaría más como regalo de su aniversario matrimonial que otro jarrón como ese para completar el par que necesita para las dos rinconeras que tiene en su comedor. Yo tengo que tomar el tren a las ocho de esta noche para llegar a tiempo mañana a Santa Bárbara, donde ella vive, y poder felicitarla personalmente, así como para entregarle el regalo, y ese jarrón, Peck, es lo que quiero. -Muy bien, Mr. Ricks, comprendo que si no lleva usted mismo el jarrón y aguardamos hasta mañana lunes a que abran la tienda, no podrá llegar llegar a tiempo a Santa Bárbara, sino hasta el martes.

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-Ese es precisamente el caso, Peck, ojalá que lo hubiera visto ayer para no tener que molestarte; lo siento mucho. -No necesita usted darme explicaciones ni disculpas, Mr. Ricks, sólo hágame el favor de describir el jarrón -¿es azul oscuro o pálido?...¿De qué tamaño es poco más o menos?...¿Es liso o tiene figuras? -Es un jarrón cloisonné, Peck, de un azul entre pálido y oscuro, con figuras orientales de pájaros y flores. No te puedo decir con exactitud el tamaño, pero me parece que tiene como unos 30 centímetros de alto, por diez de diámetro en el centro y está montado sobre una base de madera de teca. -Con eso basta, Mr. Ricks, yo le llevaré el jarrón. -Gracias, Peck, muchas gracias, me harás el favor de entregármelo cinco minutos antes de las ocho en la estación del Southern Pacific; yo estaré a bordo del tren en el coche dormitorio No. 7, sección "A". -Convenido, Mr. Ricks. -Oye, Peck, el costo no será gran cosa, tú podrás pagarlo y mañana se lo cobras al cajero, diciéndole que lo cargue a mi cuenta. Cappy colgó el receptor.

V Skinner reanudó la conferencia y Peck salió de la casa hasta las tres de la tarde, dirigiéndose enseguida a buscar el famoso jarrón azul. Al llegar a la calle de Sutter, caminó por un acera, entre Stockton y Powell; luego por la otra, y aunque con el mayor cuidado se fijó en todos los escaparates y vitrinas que había no pudo ver ningún jarrón, azul o de otro color, ni tienda alguna donde vendieran tal clase de artículos.

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"Sin duda que Cappy se equivocó en el nombre de la calle, o yo le entendí mal" -dijo Peck para sí. "Voy a hablarle por teléfono para que repita la dirección". Habló a la casa de Mr. Ricks, pero la sirvienta le informó que el señor había salido y no sabía ella a dónde había ido ni a qué hora volvería. Entonces, Peck regresó a la calle de Sutter y la recorrió de nuevo, por uno y otro lado, sin mejor resultado que la primera vez; luego dobló sobre una de las calles que cruzaban, caminado dos cuadras en una dirección y dos en otra, y así continuó recorriendo todas las calles del barrio, sin vislumbrar en ninguna parte el consabido jarrón azul. No por eso se dio por vencido, sino que emprendió la pesquisa en otra zona comercial; caminó calles y más calles en todas direcciones, sin mejor suerte, y como último recurso, se dirigió a una cuadra aislada de la Calle Post única que no había recorrido- donde recordó que existían dos o tres pequeñas tiendas. Al llegar a la última de ellas, notó de pronto en un escaparate un jarrón que al parecer respondía a la descripción del que Mr. Ricks quería. Al examinarlo de cerca y convencerse de que ése era en realidad el jarrón que buscaba, dio un profundo suspiro de satisfacción. Trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave como ya lo suponía; de todos modos, golpeó con fuerza por si acaso hubiera alguien adentro que pudiera abrirle -sin resultado. Entonces, levantando la vista, vio en la fachada un letrero que decía "Browne's Art Shop" -Sin pérdida de tiempo se dirigió al hotel más cercano, donde echando mano de una guía telefónica empezó a buscar el nombre del bazar susodicho, sin encontrarlo. En la guía estaban inscritas 19 personas de apellido Browne. Entonces pidió en la oficina del hotel un directorio de los habitantes de la ciudad, en el cual halló el nombre de B. Browne como propietario de un bazar de objeto de arte situado en el establecimiento donde había visto el jarrón azul, pero sin dar la dirección de su residencia particular. Inmediatamente cambió un dólar por monedas y dirigiéndose de nuevo al teléfono empezó a llamar a cuantas personas de apellido Browne figuraban en la guía telefónica de San Francisco. El resultado fue nulo. Prosiguió a consultar las guías de varias poblaciones cercanas donde suelen vivir muchas personas que trabajan o tienen sus negocios en San Francisco, y continuó llamando a cuantos Brownes encontró. Al llamar al último sin mejor éxito, ya le corría el sudor por el cuello. 20


Eran ya las seis. Peck volvió al bazar, y mirando nuevamente el letrero, notó con gran sorpresa que el apellido del dueño no era "Browne" sino "Brown". Esto hacía necesario que volviera al hotel para llamar a todos los B. Browns que hubiera en la ciudad. Hizo cambiar un billete de veinte dólares en monedas pequeñas de valor diverso, se dirigió al teléfono, y de nuevo empezó a llamar a cuantas personas de nombre B. Brown había registradas en San Francisco y los suburbios. Al cabo de quién sabe cuántas llamadas, dio con la residencia del Mr. Brown exacto que buscaba, pero tan sólo para que la sirvienta le informara que había ido a comer a la casa de un tal Mr. Simon en la vecina población de Mill Valley. Tres personas de apellido "Simon" aparecían como residentes de Mill Valley y Peck llamó a las tres, preguntando cada vez si Mr. Brown estaba allí. A la tercera llamada le dijeron que sí, preguntándole quién era, Peck dió su nombre, transcurrió un rato de silencio y luego oyó esto: "Mr. Brown dice que no conoce a ningún William Beck, además está comiendo y no quiere que lo importunen a menos que se trate de un asunto de suma importancia." -Dígale que se trata de algo importantísimo y que mi nombre es William Peck, no Beck. -¿Deck? -No!... ¡Peck!... ¡PECK!... ¡P, E, C, K,!... llámelo y dígale que su tienda se está incendiando. Un momento después Mr. Brown hablaba sumamente excitado. "¿Es el jefe de bomberos?" -preguntó en voz entrecortada. -No, Mr. Brown, su tienda no se está quemando, pero tuve que decir eso para hacerlo venir al teléfono. Usted no me conoce, pero en el escaparate de su tienda, aquí en San Francisco, vi un jarrón azul que quiero comprar urgentemente antes de las 7:45. Le ruego que inmediatamente se venga a abrir el bazar y me venda el jarrón. -¡Qué demonios!... ¿me está usted tomando el pelo o supone que estoy loco?

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-No, Mr. Brown, nada de eso... si alguien está loco ése soy yo... estoy loco por el jarrón y como tengo que salir hoy de la ciudad a las 8 quiero llevármelo ahora mismo. -¿Sabe usted lo que vale ese jarrón? -No, ni me importa un bledo... yo lo quiero cueste lo que cueste. -¿Que hora es?... déjeme ver. (Y después de un momento de silencio mientras veía el reloj:) "Es un cuarto para las 7 y el próximo tren para San Francisco no sale sino hasta las ocho, así es que no podré llegar allá antes de las 8:50; además estoy cenando con unos amigos y apenas he terminado la sopa." -Mr. Brown, a mí todo eso no me importa; ese jarrón azul tengo que llevármelo hoy. -Bien, si no puede usted aguardar, llame por teléfono a Mr. Herman Joost, mi encargado, que vive en Chilton Apartments; el número de su teléfono es Prospect 3249; dígale de mi parte que vaya en seguida a abrir el bazar y le venda el jarrón. Adiós. (Mr. Brown colgó el receptor). Peck llamó inmediatamente al número que Mr. Brown le dió y preguntó por Mr. Herman Joost. La mamá de este caballero contestó, manifestando que sentía muchísimo que su hijo no estuviera en casa, pues había ido al Country Club. - ¿Cual Country Club? La buena señora no sabía, así es que Peck pidió en la oficina del hotel una lista de todos los clubs de San Francisco y alrededores, y comenzó a llamar por teléfono. Eran ya la 8 y aún no había dado con el tal Mr. Joost; en ningún club lo conocían. "Estoy perdido" -murmuró Peck- "pero nadie puede decir que no perdí luchando; el único recurso que me queda es romper esa vidriera con un ladrillo y echar a correr con el jarrón." Acto seguido llamó un taxi, le dijo al chofer que lo aguardara a la vuelta de la esquina y le pidió prestado un martillo. Cuando llegó al bazar encontró un policía parado frente a la puerta. En 22


vista de eso Peck continuó su camino sin detenerse; más adelante cruzó al otro lado de la calle y se volvió. Peck fue a donde el taxi lo esperaba y se volvió al hotel. Teniendo una de esas almas que no aceptan la derrota fácilmente, volvió a llamar por teléfono al domicilio de Mr. Joost -Prospect 3249- y por primera vez la suerte lo favoreció... Mr. Joost había regresado. Peck, con voz ansiosa, le informó lo que deseaba y de la orden que había dado Mr. Brown. El cauteloso Joost contestó que primero tendría que hablar por teléfono con Mr. Brown para cerciorarse de que era cierto, agregando que si Mr. Brown confirmaba la orden, él estaría en el bazar antes de las 9. Con la impaciencia que es de suponer, Peck lo aguardaba. Finalmente, a las 9:15, Joost se presentó, acompañado de un policía que por precaución había pedido que lo acompañara; encendió las luces, abrió la puerta y con gran cuidado sacó del escaparate el jarrón azul. - ¿Cuanto vale? -preguntó Peck. -Dos mil dólares- contestó Joost, tan fríamente como si hubiera dicho cincuenta centavos. Peck tuvo que reclinarse sobre el mostrador para no caer. - ¡Dos mil dólares! -exclamó en una voz y con un semblante de desesperación. Tenía en el bolsillo diez dólares solamente. - ¿Acepta Ud. mi cheque, Mr. Joost? -Yo no lo conozco a usted, Mr. Peck - respondió Joost. -¿Dónde está su teléfono? Joost condujo a Peck al teléfono y éste llamó a la casa de Skinner. "¡Mr. Skinner!" -balbuceó Peck- "estoy en un terrible apuro y casi exhausto; conseguí que abrieran el bazar, pero el jarrón que Mr. Ricks tanto desea cuesta dos mil dólares y yo entendía que costaba una friolera"

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-Por tu madre, Peck, ¿has estado en busca del jarrón todo este tiempo? -Si, y estoy propuesto a llevármelo... hágame el favor de traerme aquí, al bazar de Mr. Brown, en la calle Post cerca de la avenida Grant, los dos mil dólares, porque yo ya no tengo fuerzas para ir por ellos. -Mi querido Peck -replicó Mr. Skinner compasivamente- no tengo aquí dos mil dólares... ésa es una cantidad demasiado grande para llevarla en el bolsillo o guardarla en casa. -Bueno, entonces tenga la bondad de venir al centro inmediatamente, abrir la oficina y sacar el dinero de la caja fuerte. -Eso no lo puedo hacer, Peck, porque la caja fuerte tiene una combinación que nadie puede abrir antes de cierta hora. - Mr. Skinner, hágame favor de venir de todos modos para que me identifique en alguna parte donde puedan aceptar mi cheque personal. -¿Tienes suficientes fondos en el Banco, Peck? Esto puso fin a la conversación y Peck llamó en seguida, a la casa de Mr. Ricks, sabiendo que allí residía su yerno, el capitán Peasley. Afortunadamente lo halló en casa, y Peasley lo escuchó con bastante amabilidad. - Peck, es casi increíble que te hayan asignado una misión semejante -dijo el capitán Peasley. - Sigue mi consejo y olvídate del jarrón azul. -No puedo -replicó Peck.. - Mr. Ricks se sentirá muy contrariado si no le entrego el jarrón; él se ha portado conmigo de manera espléndida y considero un deber ineludible cumplir con este deseo suyo. -Pero ya es muy tarde, Peck, para entregárselo; se fué en el tren de las 8 y ya son las nueve y media. -Lo sé, pero si puedo obtener el jarrón, yo se lo entrego antes de que baje del tren en Santa Bárbara a las 6 de la mañana.

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-¿Como? -Aquí en el aeródromo tengo un amigo que con gusto me llevará en su avión a Santa Bárbara. -¡Estás loco! -Lo sé, pero por favor présteme los dos mil dólares. -¿Para que? -Para comprar el jarrón azul. -Ahora ya no me cabe duda que estás loco... cuando Mr. Ricks supiera que habías pagado dos mil dólares por ese jarrón, te mandaría al manicomio. -Oiga, Mr. Peasley, ¿no me presta los dos mil dólares? -No, Peck; vete a tu casa a dormir y olvídate del maldito jarrón. -¡Por favor, Mr. Peasley... a usted le pueden cambiar un cheque porque lo conocen bien y a mí no; además hoy es domingo. -Bueno -interrumpió Mr. Joost, - ¿vamos a estar aquí toda la noche? Peck, colgando el receptor, lo miró en actitud de dasafío y le dijo: - ¿Es usted conocedor de diamantes? -Sí -contestó Joost. -¿Me aguardará aquí hasta que vaya al hotel para traer uno? -Si. William Peck salió cojeando tan aprisa como pudo. Veinte minutos más tarde estaba de regreso con un anillo de platino que tenía un hermoso brillante cercado de zafiros. . ¿Cuánto cree usted que valga este anillo? Joost lo miró con no disimulada admiración y dijo que bien valdría unos dos mil quinientos dólares. 25


- Se lo dejo en garantía -Peck se apresuró a decir. - Déme un recibo y cuando haya cobrado usted mi cheque vendré a redimirlo. Quince minutos después, con el jarrón azul cuidadosamente empacado, Peck entraba a cenar a un restaurante. Al terminar ordenó un taxi y a toda velocidad se dirigió al aeródromo. Allí se informó de la residencia de su amigo aviador, se comunicó con él, y a media noche ambos y el jarrón azul se perdían en las nubes, rumbo hacia el sur. Hora y media más tarde aterrizaron en el valle de Salinas, cerca de la vía de ferrocarril; Peck descendió y el aviador emprendió el vuelo de regreso a San Francisco. Peck corrió hacia la vía férrea con un periódico en la mano, y pocos momentos después, cuando vio que el tren en que venía Cappy Ricks se aproximaba, hizo del periódico una antorcha y empezó a hacer señales con ella en medio de la vía. El tren se detuvo, el conductor abrió la puerta de uno de los coches para averiguar que pasaba, y Peck se metió de un salto. - ¿Quién diablos es usted? -preguntó el conductor- ¿Por qué hizo parar el tren? -Porque tengo urgencia de ver a un pasajero que aquí viene, en la sección "A" del coche No. 7; yo le pago mi pasaje. - ¡Ah?, es un señor de baja estatura, de avanzada edad, ¿verdad?. Antes de partir de San Francisco me preguntó si no había visto a un individuo con un paquete bajo el brazo. - Si, ese individuo soy yo, aquí traigo el paquete que no pude entregarle a tiempo... hágame el favor de llevarme a su sección. Hubo que tocar el timbre varias veces para despertar a Cappy Ricks, quien al fin abrió la puerta, en su bata de noche. - Soy William Peck, Mr. Ricks; perdone que venga a importunarlo a esta hora, pero es que tropecé con tantas dificultades para poder conseguir el jarrón azul que usted tanto quería, que no pude llegar a tiempo a la estación. La dirección de la tienda no era la que usted me dió; tuve que buscarla por todo San Francisco y llamar por teléfono a todos los "Browns" y 26


"Brownes" que hay allí y en los suburbios, y además, fue imposible conseguir en domingo por la noche los dos mil dólares que costaba el jarrón, pero aquí lo tiene usted, porque le prometí entregárselo y lo que yo prometo lo cumplo. Cappy Ricks miraba a Peck con ojos azorados, como si lo creyera loco. Luego se echó a reír, lo hizo tomar asiento, y empezó a referirle que todas las dificultades con que tropezó habían sido fraguadas intencionalmente, desde la dirección equivocada del bazar, hasta el precio del jarrón, pues en realidad solo valía $10.00. Al oír esto, Peck casi se desmayó, pero rehaciéndose, prorrumpió en tono grave y airado: - Mr. Ricks, si no fuera porque es usted un hombre de avanzada edad y porque le debo favores, no sé que le haría por esta broma tan pesada que se ha permitido jugarme. Con los ojos húmedos de lágrimas, como quien ha sufrido un terrible desengaño y siente el corazón herido, continuó: - Mr. Ricks, yo estoy acostumbrado a obedecer órdenes sin ambajes por necias que parezcan... a cumplir con los cometidos que se me confíen, con puntualidad si es posible, y si no, tan pronto como sea posible. Desde muy joven me imbuyeron lealtad para mis superiores, pero ahora realmente me duele que mi estimado jefe actual haya querido hacer de mí un payaso... burlarse de un fiel servidor. Desde hoy en adelante puede usted mandar a Skinner o a quien se le dé la gana, a vender su abeto apestoso que tanto trabajo me ha costado darle salida. Cappy Ricks pasó cariñosamente la mano por la cabeza de Peck, y le dijo: - Mi querido Peck, bien sé que lo que hice fue cruel, extremadamente cruel, pero tengo que confiarte un puesto de tal importancia que necesitaba ponerte antes a prueba para cerciorarme de que podrías desempeñarlo. Por esto te confié la tarea más ardua que doy a los que necesito para los cargos que requieren hombres que nunca se dan por vencidos. Ahora te hago saber, hijo, que en vez 27


de haberme traído un jarrón que vale $2,000.00, saldrás de este tren con un puesto de diez mil dólares como gerente de nuestra oficina de Shanghai. La sorpresa de Peck no fue menor que la que había recibido antes, al oír estas palabras, y Mr. Ricks continuó: - De quince hombres a quienes he dado como prueba la entrega del jarrón azul, tú eres el segundo que ha salido vencedor. -Gracias, Mr. Ricks, y perdóneme lo que dije. Haré de mi parte todo lo posible para desempeñar mi cometido en Shanghai a su entera satisfacción. -Eso bien lo sé, Peck, pero dime, ¿No te viste a punto de abandonar la empresa al tropezar con tantas dificultades casi imposibles de salvar? -Si señor, me entraron deseos de suicidarme antes de haber llamado por teléfono a cuantos "Brownes" hay en San Francisco, pero yo no acostumbro empezar una tarea y dejarla a medias, especialmente desde que, estando enfermo una vez en el hospital, y habiendo casi perdido la esperanza de restablecerme, una persona a la que admiro fué a verme y me dijo: "William, tú no estás tan grave como crees... vas a vivir muchos años todavía." Yo le contesté que no lo creía. Entonces, mirándome con un semblante serio, agregó: "William Peck no es de los que se dan por vencidos y va a recuperarse... para principiar, sonríe. " Desde entonces, mi lema para todo lo que emprendo es: ¡LO HARE! - ¿Quién era?, preguntó Ricks mostrando respeto en su voz. - Fue mi brigadier y tenía un lema en su brigada: CUANDO ALGO DEBE HACERSE, DEBE HACERSE A renglón seguido Peck contó a su jefe algunas experiencias de guerra entre las que figuraba el hallazgo del anillo que le sirvió de depósito para obtener los dos mil dólares, e hizo resaltar el espíritu indomable de su brigadier que no aceptaba excusas para el desempeño de cualquier tarea que “DEBA HACERSE”.

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Por una de esas extrañas coincidencias de la vida, el brigadier había sido precisamente el único otro candidato capaz de lograr el grado del Jarrón Azul. Para finalizar, Ricks preguntó - ¿Cómo tuviste valor para respaldarme en la compra de un Jarrón de dos mil dólares? ¿No te diste cuenta que el precio era absurdo y que yo podría haber repudiado la transacción? - Seguramente no. Usted es responsable de los actos de su servidor. Usted es un verdadero deportista y nunca repudiaría mi acción. Usted me dijo lo que DEBÍA HACER, pero no insultó mi inteligencia diciéndome CÓMO DEBÍA HACERLO. - Ya veo, Bill. Bueno, dale el Jarrón al oficial del tren. Sólo pagué por el 15 centavos. Mientras tanto, encarámate en la cama alta y toma tu bien ganado descanso. - Pero, ¿No va usted a un aniversario de bodas en Santa Bárbara, sr. Ricks?. - No Bill, no hay tal aniversario de bodas, descubrí hace algún tiempo que es muy saludable para mi integridad física, dejar la ciudad y jugar al golf tan frecuentemente como me sea posible. Además, la prudencia dicta que desaparezca de la oficina durante la semana siguiente en que uno de los buscadores del Jarrón Azul ejecuta mi encargo. A propósito Bill, ¿Qué tal juegas golf?. - ¡Oh! Soy lo bastante grande y feo para jugar al golf con una sola mano. - ¿Pero has tratado de hacerlo alguna vez? - No señor, - contestó Bill Peck sin sonreír. - Pero si el golf es saludable y hay que jugarlo ... “DEBE HACERSE”.

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Datos del autor Peter B. Kyne nació el 12 de octubre del 1880, en San Francisco, California. Fue un novelista norteamericano que escribió sus principales obras entre 1904 y 1940. Muchas de sus novelas y relativos fueron adaptados al cine, comenzando durante la época del cine mudo y continuando durante el sonoro. Se le acreditaron 110 guiones de películas filmadas entre 1914 y 1952. Murió en San Francisco, el 25 de noviembre del 1957.

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