LOS 7 TESOROS A ENCONTRAR EN UN LIBRO, POR AQUILES JULIÁN

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Aquiles Juliรกn

Los siete tesoros a encontrar en un libro

ensayos

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© 2012 Lectofilia digital 1ª edición, enero 2012 Editado en Rep. Dominicana por: Editora Libros de Regalo. Se autoriza la reproducción parcial o total de esta obra y su difusión.

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Dedicatoria A la juventud dominicana. A la juventud del mundo. A los que aman leer. A la gente. A todos.

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Índice 8 15 23 26 39 56 70 80 99

Leer en tiempos de revolución ¿Por qué leemos lento? ¿Para qué sirve la literatura? Lectores ineficientes y sociedad del conocimiento El error de Mario Vargas Llosa ¿Por qué necesitamos entrenarnos como lectores eficientes? Los tres tipos de lectura y la rapidez al leer ¿Qué puedes buscar y sacar de un libro al Leerlo? Cómo extraer la información relevante al leer

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Prólogo:

Leer en tiempos de revolución Leer es una de las actividades más regocijantes, enriquecedoras, amenas y constructivas que conozco. Desgraciadamente, malos maestros y un sistema educativo que, con diplomacia, merece calificarse de estúpido y con honestidad, lapidarlo como perverso, en vez de hacernos enamorar del aprendizaje y la educación, nos vacuna contra ellos y terminamos rehuyendo a la actividad más empoderante que 8


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podríamos desarrollar, alimentar nuestro cerebro con nueva información vía la lectura. Nos alfabetizan, pero no nos enseñan a leer. Nos imponen lecturas agobiantes, aburridoras hasta el cansancio, que no sentimos útiles ni valiosas para nuestras vidas, que no nos enseñan ni siquiera a entender. Los mismos que nos la prescriben, los profesores, ni leen. Viven inmersos en sus rutinas docentes, en sus activismos políticos, en su mediocridad existencial, atosigados por sus deudas y presiones financieras, por los conflictos familiares que de ello se derivan, por la incapacidad de tener un excedente qué dedicar a revalidar y ampliar su bagaje cultural e intelectual, desalentados porque la competencia profesional es sustituida por el apandillamiento político, la prosternación oportunista y el chaqueterismo obsceno. Esa, y no otra, es la realidad de los maestros dominicanos. ¿Podrían ellos, entonces, enseñar a leer y a amar el aprendizaje a nuestros niños y adolescentes? ¿De qué forma? Los mejores desertan, agobiados por la miseria, escandalizados por el tráfico de influencias, la politiquería nauseabunda, la carencia de valores y principios, el comercio de exámenes y el aprovechamiento de muchos de su posición de poder 9


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para derivar beneficios no sólo económicos, sino también sexuales. Lo que se queda lo hace, no por vocación, sino por condena: no tienen otras opciones disponibles. Y en las aulas descargan su frustración, su incomodidad, su desilusión, su ira. Y quienes pagan las consecuencias son nuestros hijos. Estamos levantando una sociedad de ineptos. Y eso lo hacemos en un mundo en que, nunca como hoy, hay tantos medios de actualización, de crecimiento, de aprendizaje. La Internet está protagonizando una revolución mundial, no sólo del conocimiento, sino también una conmovedora y extraordinaria revolución social. E incluso política. Pueblos enteros están accediendo a la información. Y eso está remodelando su percepción del mundo. Cada vez más somos ciudadanos globales. Podemos expandir nuestra amistad y nuestras relaciones allende nuestras fronteras. Podemos estar en cualquier lugar y al mismo tiempo asequibles al mundo entero vía la Internet. La autopista de la información, como se le llamaba a la Internet en los años ´90 (recuerdo que, por entonces, y como consultor de marketing de Herrera Pérez & Cía, animaba a mi amigo querido Ernesto Herrera a que fuese él quien introdujera al país la Internet), es hoy por hoy el invento humano más importante y civilizador después de la escritura. 10


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Y está llamado, como ya lo hace, a protagonizar una de las revoluciones sociales, económicas, culturales, artísticas y mentales más formidables, la mayor en extensión, profundidad y repercusión, más impresionante de todas las que han impulsado hacia adelante a la humanidad. Ha borrado los límites y la hermanado a las personas. Hoy vemos la resistencia del ancien régime ante las nuevas realidades. Pero como decía aquella canción: “No lo van a impedir los generales”. Ni el FBI tampoco, agrego yo. Y para decirlo con los hermosos versos de Carl Sandburg: “No se puede impedir que el viento sople”. La sociedad industrial, a cuya desaparición asistimos, en un cambio de modelo social a escala global, creo instituciones que se resisten a desaparecer. Lo mismo sucedió cuando otra revolución social sacudió al mundo: la revolución burguesa del siglo XVIII. Los intereses establecidos buscan preservar sus privilegios y espacios, frente al embate de las nuevas tecnologías y los nuevos grupos sociales que emergen como actores del cambio y la transformación. Y no van a ceder sus canonjías y sus irritantes privilegios así por así. Pelearán por ellos. Nunca ha sido de otra forma. Pero resistir la tendencia es una lucha condenada a fracasar de antemano. La Internet es una revolución de profundo impacto. 11


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No es una tecnología cualquiera, es la democratización a niveles extraordinarios de la información, la cultura y el intercambio. Brillantes cerebros han puesto su creatividad, sapiencia, trabajo y amor para regalar a otros lo que les llevó años adquirir. Así han surgido sitios gratuitos de altísimo impacto cultural, como Wikipedia. O los websites de documentos como www.scribd.com y www.issuu.com . O servicios como www.quedelibros.com Las redes sociales como www.facebook.com o www.twister.com o www.youtube.com son realidades fabulosas para conocer y darnos a conocer. Y su acogida y popularización, fenómenos masivos que asombran por la rapidez y profundidad en que son adoptados, aceptados y aprovechados. Ni la economía ni la sociedad aceptan o toleran una marcha hacia atrás, hacia las existencias bovinas, desconectadas y aisladas. Y desde esa perspectiva, nunca se había escrito y leído tanto como ahora. Desde desktops y laptops, desde ipads y blackberries, millones de seres humanos diariamente se hacen conocer, oír y leer. La baja de precio de los artefactos tecnológicos, los agresivos planes de mercadeo de las empresas y todos los planes de financiamiento que se articulan para capturar el interés de los consumidores, hace que cada día más personas accedan a estas 12


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tecnologías y amplían inmensamente sus posibilidades de expresión y comunicación. Allí explenden también nuestras insuficiencias culturales, mentales y formales. Pero eso es un mal menor que irá corrigiéndose en el camino. Por primera vez muchos tienen la posibilidad real de expresarse, ser escuchado, comunicarse y difundir sus ideas. Eso es un hecho sin parangón posible en la historia. De privilegio de minorías que se sentían superiores y exclusivas, la expresión, la comunicación y la divulgación pasan a derechos de mayorías. Ello asusta inexplicablemente a personas que debieran tener mayor recato y juicio antes de hablar, como Mario Vargas Llosa. A mí, por el contrario, me entusiasma hasta el desborde. Hace que no quepa en mí. Destruye el chantaje social que limita y anula, que concede poder a unos en desmedro de otros. Crea un espacio en que sólo el talento, la originalidad, el tener algo que decir, la autenticidad, imponen su valor. Lo sé. Que yo, un escritor de una isla semianalfabeta, pequeña y pobre, pueda tener lectores en más de 65 países, amigos en muchos de ellos, y que mis artículos sean amplificados en espacios y periódicos virtuales de España, como El Libre Pensador, Argentina, como Escribirte.com, Perú, Uruguay, 13


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Venezuela, Estados Unidos, etc., sólo es posible por la revolución digital que la Internet facilitó. Vivimos tiempos revolucionarios. Y en estos tiempos, la capacidad de leer de manera eficiente será la llave que abrirá el poder de nuestros recursos internos, que nos empoderará y nos impulsará al pleno desarrollo de nuestras potencialidades intelectuales, emocionales y humanas. De ahí que nunca como hoy es tan importante el saber leer. El ejercer nuestra competencia. El sacar el provecho que ella puede brindarnos para permitirnos ser la persona que nacimos para ser, y no la que una sociedad de limitaciones y prejuicios nos condena a ser. Y este libro es un llamado y un aporte para contribuir a que esa persona emerja y coja el control en mi vida, en la tuya, en la de todos.

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¿Por qué leemos lento? La lectura silábica Para la mayoría de las personas la única técnica de lectura que conocen es la que adquirieron cuando fueron alfabetizados. Y esa técnica de lectura, sílaba por sílaba, palabra por palabra, que funciona bien al enseñar a leer a un analfabeto, es altamente ineficiente como estrategia de lectura de un adulto. La lectura silábica es un recurso importante para una maestra de primaria, pues hay que familiarizar al alumno con los signos: letras, sílabas, acentos, etc., y 15


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ayudarlo a aprender a relacionar los signos con los sonidos, desde la letra a la sílaba a la palabra.

La subvocalización Al habituarse a leer silábicamente se crea, de paso, un mal hábito: la subvocalización. Se nos habitúa a relacionar la lectura con el sonido, a leer pronunciando lo que leemos. Luego, la presión social: padres, maestros, otros alumnos, etc., nos obliga a dejar de pronunciar audiblemente las palabras, pero hay quienes siguen moviendo los labios al leer y la mayoría escucha como una voz en su cabeza cuando lee: están subvocalizando. Uno no puede hablar de manera entendible a una velocidad superior a 400 palabras por minuto. Eso significa que si leemos silábicamente, palabra por palabra, y además subvocalizamos, nuestra velocidad de lectura será inferior a 400 palabras por minuto. Un ritmo altamente ineficiente de lectura.

Otros inconvenientes El leer lento, además, genera otros inconvenientes.

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Se estima que el cerebro humano puede leer a más de 40,000 palabras por minuto. Si un órgano tan poderoso es penalizado obligándolo a leer a un ritmo tan lento de menos de 400 palabras por minuto, el cerebro reacciona con los siguientes síntomas: • Se aburre y pierde el interés • Se cansa • Se distrae y pierde el hilo • Se cansa la vista • Le da sueño Y el resultado es que la persona siente que la lectura es un fastidio, que no vale la pena. De ahí que, aunque formalmente en República Dominicana tenemos millones de personas alfabetizadas, millones de bachilleres, más de un millón de profesionales, las personas no leen. Es una competencia subutilizada y subdesarrollada.

Deficiencias en la comprensión La información no está en las palabras, está en las frases. De hecho, aproximadamente el 50% de las palabras suelen ser palabras vacías de contenido: artículos, conectores, modismos, etc., que ayudan a

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estructurar la oración y el párrafo, a darle elegancia a la expresión, pero no aportan información y esto significa que el 50% del esfuerzo de quien lee palabra por palabra se pierde. La pérdida de atención, las distracciones, la lentitud al leer afectan el nivel de comprensión. De hecho, muchas personas no entienden lo que leen y otras apenas flotan en el nivel más literal y superficial, sin capacidad de penetrar en los niveles profundos que una lectura integral proporciona. Entender lo que se lee es lo que significa leer. Y penetrar los niveles más profundos, los implícitos e inferenciales, de un texto es fundamental para tener una real comprensión del mismo. Sin embargo, muchas personas carecen de una estrategia para comprender lo que leen. La mayoría creen que comprender es repetir, se muestran incapaces de aprehender el sentido, de capturar lo que se comunica. Creen que con simplemente repetir lo que leyeron, entendieron. ¡Tremendo error!

Úsalo o piérdelo. Ahora bien, una competencia que no se utiliza, se inutiliza, se pierde. Hay profesionales que cuando leen en voz alta, parecen niños de primaria. Leen lento, silábicamente, sin fluidez; trastabillean y pierden el ritmo, pronuncian mal, dan un espectáculo 18


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lamentable de ineficiencia lectora. De lejos se nota que, aunque saben formalmente leer, no lo practican. Si, además, no tienen una estrategia de comprensión apropiada, el caso se torna trágico. Eso significa que estamos formando un nivel de incompetencia lectora que se convierte en un obstáculo al crecimiento personal y profesional de las personas, en un lastre que les perjudicará sus vidas y carreras, y que repercutirá negativamente en el porvenir del país, de la sociedad, de la humanidad. Y eso se comprueba en lo siguiente: en la mayoría de las casas hay muchos electrodomésticos, pero no hay libros, no hay una biblioteca. Y el hábito de leer no se cultiva.

Ahora bien, ¿por qué leer? Resulta que la lectura es la vía más eficiente conocida hasta hoy de transmitir información, de capacitar, de educar, de actualizar. Aunque el mundo de hoy posee recursos como los audiovisuales: DVD, CD, Internet, videoconferencias, etc., la misma Internet rebosa de contenidos escritos. La lectura sigue siendo la principal herramienta de formación para cualquier individuo. Vivimos un mundo complejo, impredecible, que avanza a trompicones de forma acelerada. Se estima que cada 3 años el volumen de información 19


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disponible en el mundo se duplica, y que para el 2015, dentro de siete años, la duplicación tomará 78 días. Nuevas técnicas, nuevos enfoques, nuevos procedimientos, nuevas tecnologías, nuevas disciplinas, nuevos avances… El mundo descarta y abandona tecnologías, procedimientos, ideas, enfoques y los reemplaza; hay tecnologías que compiten por el control de un mercado; nuevas profesiones que irrumpen y otras que desaparecen. Los conocimientos son efímeros y precarios, se hacen obsoletos rápidamente.

La obsolescencia del conocimiento: el obsolimiento. Los conocimientos se hacen obsoletos por la irrupción de nueva información, de nuevos enfoques, de nuevos descubrimientos e invenciones, y debido a eso sostener el nivel profesional demanda que uno se mantenga en aprendizaje constante. Pero no es simplemente aprendizaje: es el ciclo aprender- desaprender-reaprender. Tenemos que desaprender viejas maneras ineficientes de hacer algo y aprender las nuevas maneras más eficientes, sólo para tener que desaprenderlas más tarde y reaprender las novísimas maneras más eficientes de hacerlo. 20


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Tenemos que actualizar conocimientos, tenemos que ponernos al día, el aggiornamiento, el up-todate, sólo para mantenernos en competencia. Si queremos destacar, sobresalir, entonces la demanda es mayor. Imagínate entonces, tú, intentando lograr esa actualización, destacarte, con una estrategia altamente ineficiente de lectura que te mantiene en un rango entre las 150 a 300 palabras por minuto, fatigosamente tratando de sobreponerte al cansancio de la vista, al aburrimiento y a la pérdida de interés, a la distracción, al sueño… Sin embargo, si aprendes a leer sobre 2,000 palabras por minuto, a hacer neuroformatos, a manejar los distintos niveles de lectura, a dinamizar tu nivel de comprensión, etc., esta importante competencia te permitirá mantenerte actualizado, leer varios libros a la semana, ¡incluso más de un libro diario si te lo propones!, optimizar tu tiempo, disfrutar el aprendizaje, y destacar sobre tus compañeros de estudio o de trabajo, o sobre tus colegas. Leemos lento porque mantenemos, de adulto, una estrategia ineficiente que aprendimos cuando fuimos alfabetizados. Esa estrategia es útil y eficiente cuando se trata de relacionar a un analfabeto con la lectura, su alfabetización, pero para personas ya alfabetizadas se vuelve muy ineficiente.

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Al no aprender una estrategia eficiente de lectura, somos víctimas de la estrategia ineficiente conocida, lo que nos aleja de la lectura y la hace engorrosa, penosa, cansona, desagradable.

¡Aduéñate de tu capacidad de aprender y de leer! Si aprendemos a leer de forma eficiente, la lectura abrirá a nuestras vidas prodigiosos mundos, espectaculares vivencias, nuevas experiencias y conocimientos, maravillosos territorios para explorar, despertará potencialidades, nos exaltará hacia cimas formidables, nos introducirá en zonas inesperadas y deslumbrantes, nos impulsará a ser lo que nacimos para ser, destapará nuevas competencias, nos mantendrá en un estado de asombro, de contagiosa alegría, de perpetua curiosidad, de crecimiento interior, de aporte y de realización.

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¿Para qué sirve la literatura? El rector de una universidad me dice: “No sé para qué sirve la literatura. No le encuentro sentido. Veo gente que dedica su tiempo a leer novelas, cuentos, poesía… ¿Qué ganan con eso?” Lo escucho, sorprendido. “¿Tiene algún valor la literatura?”, me pregunta. Es como preguntar: ¿Tiene algún valor la imaginación? La literatura es un ejercicio de la inteligencia, necesaria para la vida tanto como el pan. En una ocasión, unos queridos amigos sacaron a la luz una

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revista literaria: “El pan y la palabra”, ¡tremendo título! “No sólo de pan vive el hombre…”, dijo Jesús. Necesitamos el pan de la palabra. Desde el inicio de la humanidad, sobrevivimos por nuestra capacidad de soñar, de imaginar. Esa capacidad nos permitió prever, anticipar, inventar. Creamos historias para aprender, para divertirnos, para comunicarnos, para explorar posibilidades, escenarios alternativos, para meternos en otra piel y experimentar la vida desde otra perspectiva. La mirada embelesada del oyente, del lector, del que completa el circuito de comunicación narrador/receptor, esa actitud que coparticipa y recrea, indica claramente que el acto de imaginar es primordial y básico de la especie. La literatura es sólo una formalización, una sistematización, un perfeccionamiento de ese acto básico, al establecer códigos de efectividad en distintos planos: el plano de la originalidad de las historias, del manejo eficiente de la lengua, del uso perspicaz de los recursos narrativos, del aporte hecho al fondo común del arte literario. Sin imaginación, sin literatura, sin arte, el mundo se vuelve tosco, pedestre, insulso. Una rutina miserable, que aturde. Necesitamos soñar. En la base de los pueblos están sus historias, su imaginario social. Las grandes sagas, las grandes culturas se congregaron alrededor de grandes textos: Los Upanishads hindúes, los textos de Lao Tse y 24


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Confucio en la China, los textos del Buda, el Pentateuco y los libros sagrados tibetanos, egipcios, babilonios… Grandes poemas, sagas heroicas… Las lenguas fueron pulidas, perfeccionadas, enriquecidas, acrisoladas por el trabajo de los escritores. La literatura amplía horizontes, aporta puntos de vistas nuevos, nos permite vivir otras vidas, despierta nuevas maneras de pensar… Y anticipa. Antes de llegar a la luna, de explorar el lecho submarino, de surcar los cielos, alguien lo pensó, alguien escribió sobre ello, alguien colocó en el imaginario social esa idea. ¿Dónde estaríamos sin literatura? Tal vez espulgándonos en las cavernas, sometido a la lucha feroz por la sobrevivencia, ciclo vegetativo en que viven los animales. La literatura formaliza una competencia propia del ser humano: la de anticipar, prever, imaginar. Soñamos el viaje a la luna mucho antes de poseer la tecnología y capacidad de hacerlo; soñamos volar por los aires, explorar el fondo del mar; viajar alrededor del globo terráqueo; edificar torres que salten al cielo… Todo invento, todo avance, todo desarrollo fue antes que hecho, soñado. La literatura nos ha servido para ello. La literatura también nos ha permitido entender que, por encima de las diferencias nimias que los separan originadas en la aclimatación a un entorno que talló en cada etnia peculiaridades diferenciadoras, en la base somos inmensamente 25


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parecidos. Miedos, esperanzas, anhelos, reacciones, pasiones, sacrificios… Todo anima en el corazón humano que es igual, por encima de culturas, colores, estadios de desarrollo y lenguas. Cuando leemos, por ejemplo, a Haruki Murakami, del Japón, o cuando leemos a Homero, cuando nos embelesamos con la delicadeza de Emily Dickinson o nos sumergimos en los ríos verbales de Tolstoi, comprobamos que las diferencias de época, raza o cultura son simples pintoresquismos frente a la realidad de las pasiones, creencias, valores, actitudes, conductas y esperanzas que mueven el corazón humano. Sí, la literatura hermana, aúna, reúne, amiga. Tiende lazos, construye puentes, elimina temores, promueve comprensión, impulsa el entendimiento y la aceptación. Sin ella el mundo no sólo sería más pobre, sería más peligroso. ¿Podemos vivir sin ella? Sí, pero a un precio muy alto: nuestras vidas se limitarían a operar dentro de las condiciones de sobrevivencia fisiológica, sin mayores expectativas, sin grandes sueños. Mentalmente estaríamos atrapados en nuestro ego. Creyéndonos distintos y mejores. Ignorando estúpidamente a los demás. De espaldas a la variedad y amplitud del mundo. Mezquinamente reducidos a lo poco que somos, en vez de crecer a lo inmenso que podríamos ser.

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Lectores ineficientes y sociedad del conocimiento “La creación de valor-conocimiento se está transformando en el motor del crecimiento

económico

y

la

rentabilidad”. Taichi Sakaiya Historia del futuro: la sociedad del conocimiento.

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¿Cuál es el principal obstáculo que tiene el tránsito a la sociedad del conocimiento? Hay muchos, pero el mayor es la predominancia de un modelo altamente ineficiente de lectura que produce un rechazo a esa vital herramienta en la transmisión de información. Cada día se lee menos en términos individuales, por persona alfabetizada. Y se es más torpe al leer. ¿Cuál es la causa principal? Que no hemos sido entrenados en un modelo eficiente de lectura. De hecho, no se nos enseñó a leer, simplemente se nos alfabetizó. Y ahí empieza el problema. Estar alfabetizado es una cosa; aprender a leer otra distinta. Entender que es lo mismo es el comienzo del problema. Es como si por aprender a hablar se considerara a una persona apta para ser locutora. No, eso requiere un adiestramiento especial. Lo mismo la lectura eficiente. La lectura ineficiente comienza por ser extremadamente lenta, entre 150 y 200 palabras por minuto, con bajo nivel de retención e intelección. La lectura eficiente, por el contrario, opera en ratios que van desde 1,200 a 2,000 palabras por minuto, con altos niveles de atención, concentración, comprensión y retención, lo que implica una diferencia significativa desde una técnica ineficiente a una técnica de lectura eficiente.

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Los tres mayores defectos al leer Los tres principales defectos al leer son: El leer palabra por palabra o lectura silábica El leer escuchándose a sí mismo o subvocalización El retroceder debido a la distracción Todos estos problemas o defectos provienen del hecho de que no fuimos entrenados en leer, sino que fuimos alfabetizados. Y son dos cosas distintas. El primero, leer palabra por palabra, es responsable de la lentitud al leer. Es la lectura silábica, aquella que nos enseña quien nos alfabetiza. Proviene del proceso de vincular grafía y sonidos, unir grafías y sonidos para formar sílabas; unir sílabas para formar palabras y unir palabras para formar frases y oraciones, que es el que llevan a cabo los alfabetizadores. Al considerar que, por hacer esto, ya sabemos leer, se prescinde de impartir una técnica eficiente de lectura, por lo que seguimos leyendo hasta la muerte con una técnica de lectura ineficiente, lenta y desalentadora. ¿El resultado? La mayoría de las personas alfabetizadas no leen, carecen de hábito de lectura y simplemente ejercen esa competencia ocasionalmente. Y así, descuidan el principal medio

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inventado por la humanidad para la transmisión de información y su difusión. Al proceso de alfabetización debemos también el segundo defecto o problema: la subvocalización. Esta se origina en el hábito creado de vincular una palabra (grafía) con un sonido (fonema). En realidad, las palabras tenemos que vincularlas a un concepto o idea, una imagen. Al estar leyendo y a la vez pronunciando, sea físicamente, sea mentalmente, el sonido de las palabras, leemos muy lento porque lo más rápido que una persona puede hablar y que se la pueda entender es a unas 400 palabras por minuto, lo que desde el punto de vista de la lectura resulta lento. Y el tercer defecto o problema es retroceder, fruto de que si bien mecánicamente los ojos siguen recorriendo los renglones, la mente se distrae y “perdemos el hilo” de lo que leemos. La distracción nos hace devolvernos porque sabemos que perdimos la ilación de la información que recibíamos.

Otros resultados de leer lento No sólo la distracción y el perder el hilo afectan la lectura, también resultado de la lectura ineficiente son el cansancio de la vista y el aburrimiento.

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El cansancio de la vista proviene del alto número de fijaciones que se tienen que hacer. Hemos sido adiestrados en un hábito improductivo: aislar una palabra de las demás en el renglón e ir mirándolas una a una. Cada acto de mirada o fijación, es un esfuerzo que hace el ojo. Un esfuerzo para un resultado en información bien pobre, porque el 50% de las palabras que empleamos y escribimos son palabras vacías: artículos, conjunciones, preposiciones, etc., unidades formales sin mayor contenido, útiles para construir las oraciones, pero pobres en información relevante, lo que significa que el 50% de nuestras fijaciones se desperdicia. En términos prácticos, eso significa que la mitad de las 150 ó 200 palabras que leemos en un minuto, como lectores ineficientes, son palabras vacías, lo que reduce el nivel de información real obtenida en ese minuto a 75 ó 100 palabras. De ahí el aburrimiento. El cerebro, alimentado con tan escasa información se distrae, divaga, se desconecta… O se adormece y le da sueño. Muchas personas han creado un ancla, en términos de PNL, una reacción estímulo/respuesta, y desde que toman un libro en sus manos al rato están durmiendo. Y es que la lectura ineficiente provoca una repulsión sicológica a la tarea de leer. Y eso se comprueba con la escasa cantidad de personas que ejercen esa capacidad adquirida. Pese a estar alfabetizadas, la inmensa mayoría de personas no 31


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leen, con lo cual renuncian implícitamente al más formidable medio de transmisión de información creado por la humanidad en toda su historia (y de hecho, el concepto mismo de historia está directamente relacionado con la capacidad de leer y escribir, pues al período ágrafo, como no produjo documentos escritos, se le denomina prehistoria). Una competencia adquirida que no se practica se enmohece. La lectura, que estimula la inteligencia y la imaginación y enriquece el vocabulario y la capacidad expresiva, que nos nutre de información y estimula la creatividad, es ese tipo de competencia. No es que dejamos de leer: es que dejamos de estimular nuestra inteligencia y nuestra imaginación; es que nuestro vocabulario y ortografía se empobrecen; es que nuestra capacidad expresiva termina cargándose de vaguedad y de imbecilismos, esos ruidos que supuestamente significan algo pero que nadie sabe a ciencia cierta qué, y que plagan las conversaciones, donde cada quien cree que entendió y nadie sabe en realidad qué se dijo. Es que ni nuestra inteligencia ni nuestra imaginación están siendo estimuladas y, por consecuencia, perdemos competitividad, perdemos habilidad de responder a un mundo y a una realidad cada vez más demandante y retador.

Leer es una habilidad que hay que aprender 32


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El asunto, entonces, es transformarse en un lector eficiente. ¿Qué es un lector eficiente? Alguien capaz de leer entre 1,200 y 2,000 palabras por minuto con una comprensión superior al 90% y una fuerte retención de lo leído. Para alcanzar estos niveles de velocidad de lectura (y queda claro que no se trata de un simple hojear la información, echar un vistazo a la página. Estamos hablando de leer todas las palabras de la página. Lo otro es una tecnología de prelectura), se precisa reentrenarnos para adquirir técnicas eficientes de lectura. Una de ellas es la capacidad de leer por bloque, por frases y oraciones, en vez de leer palabra por palabra. Imaginemos un renglón de 15 palabras. Si leemos palabra por palabra tendríamos que hacer 15 fijaciones para leer toda la línea. Sin embargo, si somos capaces de leer por bloque, expandiendo nuestro foco de lectura para ver simultáneamente cinco palabras en cada fijación, reduciríamos nuestras fijaciones por renglón a tres, un 20% del total, con lo cual aceleraríamos un 80% en velocidad de lectura y ambos, el eficiente, que lee el renglón en tres fijaciones, y el ineficiente que lo lee en 15 fijaciones, estarían leyendo las mismas 15 palabras y poniéndose en contacto con el mismo volumen de información. Lo que sucede es que uno va más rápido que el otro. 33


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Al incrementar la velocidad de lectura, la información que llega al cerebro es mayor y, por ende, el cerebro se ve estimulado, se incrementa el nivel de atención. El volumen de información va tan rápido que no hay tiempo de distraerse. Si ayudamos al ritmo de lectura moviendo la mano para que guíen a los ojos en la lectura renglón por renglón de la página, esa coordinación lecto-motora fortalecerá nuestra atención y aumentará la velocidad al leer. Otra habilidad a desarrollar es cerrar el bucle imagen/palabra palabra/imagen. El cerebro piensa con imágenes. Al escribir, simplemente traducimos nuestras imágenes mentales en palabras. Las podemos traducir a otros lenguajes: el cinético, como en la danza; el fílmico, como en el cine; el pictórico, el fotográfico, el escultórico… Cada lenguaje nos llevará a una disciplina distinta, pero todos tienen el mismo origen, la imagen mental. Al leer tenemos que invertir el proceso: tomar las palabras y traducirlas en imágenes. Eso significa activar y poner a colaborar de manera voluntaria, consciente, nuestros hemisferios izquierdo (que procesa las palabras) y derecho (el cual procesa las imágenes). Al cerrar el bucle imagen/ palabra palabra/imagen, completamos el ciclo de comunicación entre el escritor y su lector.

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La lectura eficiente incrementa el nivel de comprensión Al incorporar la lectura con todo el cerebro, transformando en imágenes las frases y oraciones que leemos, se incrementa el nivel de comprensión y retención de lo leído. Comprender, lógicamente, es entender, no estar de acuerdo. Al ponernos en contacto con juicios y opiniones, deducciones e inferencias, teorías e interpretaciones que hace el escritor, podemos discrepar de sus conclusiones. También podemos cuestionar la veracidad y autenticidad de los hechos que informa y que sirven de fundamento y base a sus opiniones y conclusiones. Eso nos lleva a desarrollar nuestra habilidad de lectura crítica, lo que es de capital importancia. El volumen de información que recibimos suele ser apabullante. Y tenemos que ser capaces de procesarlo críticamente, cuestionando la información, cruzándola, evaluando la calidad de los datos, la calidad del juicio u opinión. Por igual es importante entrever los mensajes implícitos (no dichos de forma expresa, pero deducibles) e inferenciales (estrategias discursivas, objetivos que persigue el escritor), para tener una comprensión realmente integral de lo que leemos. 35


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Es tan impropio aceptar acríticamente todo como descartar y rechazar acríticamente todo. Nuestro cerebro está hecho para discernir, evaluar, contrastar, juzgar y seleccionar. Son funciones mentales de nuestra inteligencia. Al validar la información que leemos contrastándola con otras fuentes, con nuestra experiencia, nuestro sentido común. Y siempre tenemos que estar abiertos a poner en cuestión nuestras propias creencias y opiniones si ellas se muestran erróneas; si hay datos relevantes que las contradicen y denuncian como falsas. Por otro lado, al transformar frases y oraciones en imágenes, activando nuestro cerebro derecho de manera consciente, estimulamos nuestra memoria de largo plazo, memoria de imágenes, con lo cual se incrementa la retención de lo leído, la recordación. La memoria, función cerebral por excelencia, opera por imágenes, porque es por imágenes que opera el cerebro. De ahí que traducir en imágenes lo que leemos no sólo incrementará la comprensión sino sobre todo la retención. Y aquí no importa que lo que imaginemos sea realista. De hecho, la memoria funciona mejor con lo exagerado, alocado, disparatado, fuera de lo común: lo que se aparta de la rutina, de lo cotidiano.

¿Por qué este tema es importante? 36


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Estamos en las puertas de una revolución del conocimiento. Por primera vez en la historia, gracias a la digitalización y a la Internet el libro ha dejado de ser una mercancía exclusiva de los segmentos más pudientes y preparados de la sociedad. Ahora los libros están masivamente disponibles de manera gratuita en la Internet. El asunto es que si la información está cada vez más asequible y gratuita, los hábitos ineficientes de lectura nos impiden aprovecharla, apropiarnos de ella, emplearla en nuestro propio beneficio y en beneficio de la sociedad. No es la propiedad sobre un libro lo que nos conviene: es su lectura. Se pueden poseer miles de libros… ¿y? Lo que usted lee es lo que cuenta, porque es la información que ingresó al sistema. Las sociedades dependen hoy del nivel de apropiación y empleo productivo y creativo de la información. Eso y no otra cosa es lo que significa la Sociedad del Conocimiento. Y es imposible con niveles ineficientes de lectura apropiarse de nada. En una nota aparecida en el periódico español El País, que comenta un estudio aparecido en la revista Science, se difunden datos que aturden. Se tomó el 2000 como el inicio de la era digital de almacenamiento. Y en sólo un año, la capacidad de almacenar información digitalmente sobrepasó en toda la capacidad de almacenar información 37


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analógica en toda la historia humana. Eso es sorprendente. Se considera que la transición tecnológico-digital está a punto de terminar. En el 2007 ya estaba en formato digital el 94% de la información. Contamos con 315 más información que granos de arena. Quienes con mayor eficiencia y eficacia se apropien y aprovechen este caudal de información disponible, cuyos únicos limitantes hoy son la capacidad de procesar información a alta velocidad, lectura súper rápida o superlectura; y la capacidad de leer en otros idiomas, en particular el inglés (aunque los traductores han facilitado bastante leer material en otros idiomas), serán los individuos y las sociedades que avancen con mayor rapidez en el nuevo entorno social de la Era del Conocimiento. Si no somos capaces de entender lo anterior, y persistimos en vivir de manera rutinaria y sumidos en nuestras mezquindades y atrasos, nos estaremos incapacitando para poder sobrevivir en un mundo en que la ignorancia, más que nunca, nos transformará en subhumanos, ineptos para insertarnos en un mundo al que por nuestra incuria y nuestra irresponsabilidad renunciamos y al que será cada día más difícil que podamos insertarnos.

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El error de Mario Vargas Llosa “Mi temor es de que el libro electrónico conduzca a una cierta banalización de la literatura, como ocurrió con la TV, que es una maravillosa creación tecnológica, que, con el objetivo de llegar al mayor número de personas, banalizó sus contenidos.” Mario Vargas Llosa

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Suelo coincidir con y aplaudir la manera de pensar y actuar del premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa. Pocas veces hemos visto un intelectual latinoamericano con tal lucidez, altura, valor y coherencia. Sólo inusuales fenómenos como Carlos Rangel, aquel extraordinario ensayista político venezolano, autor de un monumento de lucidez como lo es su ensayo Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, un Octavio Paz y un Jorge Luis Borges podrían parangonársele sin desdoro. Sobre todo en un subcontinente en donde nos empecinamos en no aprender de nuestros errores, más bien repetirlos en mayor cuantía; apabullamos con consignas y frases hechas para encubrir nuestra falta de razonamiento y de razones; insistimos en las fórmulas fracasadas que nos han empantanado en vez de aprender de países que hace unas décadas estaban peor que nosotros y hoy nos llevan millas de distancia en desarrollo. Así, los puntos de vista y los aportes que periódicamente nos llegan de este infatigable pensador y narrador son una bocanada de racionalidad en ambientes normalmente intoxicados por el fanatismo más obtuso. Y eso se agradece. Sin embargo, en tres oportunidades distintas: una charla a estudiantes en Monterrey, México, otras declaraciones mientras participaba en Porto Alegre, Brasil, en un ciclo de conferencias, y, por último, en 40


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Madrid, durante la entrega de los XIII Premios NH de relatos, Mario Vargas Llosa comete y reitera un error. Y ese error, dado su prestigio puede inducir a equivocación a muchos que le admiran y aprecian. De ahí la pertinencia de este artículo.

Confundir el libro, un formato, con su soporte ¿Qué error en específico cometió nuestro admirado novelista y ensayista? El confundir al libro, que es un formato de organización de la información para su conservación y transmisión organizada, con el soporte material que hasta ahora este formato había desarrollado: la impresión en papel. Así, la noticia que nos llega es que Mario Vargas Llosa vaticinó que “el libro de papel no llegará a desaparecer por el interés de un público reducido y casi clandestino”. Al dirigirse a estudiantes universitarios de varias universidades en Monterrey, México, abundó: “El libro de papel no va a desaparecer enteramente, como dijo Bill Gates. Siempre habrá un sector minoritario, casi clandestino, que va a mantener el libro de papel”. Y añadió: “De esta forma cada obra literaria será más rigurosa y más profunda y atraerá vocaciones más intensas. Así que habrá una suerte de compensación frente al libro digital”. 41


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Bajo sus palabras se asienta un incomprensible malentendido, una creencia inexplicable en alguien de sus luces. Incurre en un rechazo a lo que sin dudas es un avance soberbio y positivo, a la vez que rinde culto a un formato ya obsoleto y de minorías: el libro impreso, sólo vigente porque la mayoría de la población en cualquier país no tiene tiempo, recursos o hábito para dedicarse a leer libros. Si fuese al revés, el planeta quedaría sin bosques, pues no hay tantos árboles para producir celulosa para papel. Es un enfoque, en el fondo, absurdamente elitista, injustificable en una persona que en sus escritos y declaraciones, en más aún, con su propia vida, ha postulado posiciones liberales y abiertas. Vargas Llosa, cuya estadía en Monterrey se debió a que autoridades mexicanas le otorgaron el premio Alfonso Reyes, que antes ganaron autores como Jorge Luis Borges, Octavio Paz y Alejo Carpentier, cree que sólo merece ser llamado libro aquel contenido que se presenta impreso en papel. Cuándo sus novelas y ensayos se digitalizan y difunden electrónicamente ¿ya no son libros? ¿Qué son, entonces? En otro momento, participando como expositor en el ciclo de conferencias Fronteras del Pensamiento, en Porto Alegre, Brasil, auspiciado por la Universidad Federal de Río Grande do Sul el premio Nobel arremetió contra el libro digital descalificándolo. Así, según reseña la prensa, expresó: “Mi temor es de que

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el libro electrónico conduzca a una cierta banalización de la literatura, como ocurrió con la TV, que es una maravillosa creación tecnológica, que, con el objetivo de llegar al mayor número de personas, banalizó sus contenidos”. También en Madrid, en la entrega de los premios de relatos NH volvió a lo mismo. Declaró su “desconfianza visceral a la literatura hecha y difundida por pantallas”. Expresó que: “No estoy en contra (del ‘e-book’), pero en la literatura ha traído simplificación, si se compara con el papel”. Y la reseña de prensa indica que precisó que, si bien algunas generaciones acabarán por desconocer el libro tradicional, éste existirá “para minorías” y, “al ser minoritario, quizá aumente su rigor”. La repetición, en tres escenarios y países distintos, del mismo prejuicio indica que no se trató de un desliz lamentable, sino de un esquema de pensamiento arraigado en la opinión del intelectual peruano que proviene de caer en el fetichismo del soporte, morboso como cualquier fetichismo, lo que le hace incurrir en errores como los que dijo.

El apego reaccionario a un soporte ya obsoleto

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El apego a un soporte y el miedo al cambio, el rechazo a una nueva tecnología de transmisión de contenidos, es reaccionario, apostar por el pasado y deificar la tecnología obsoleta. Este tipo de reacción de miedo al cambio, de apego a las tecnologías superadas, de rechazo al progreso no es exclusivo de Mario Vargas Llosa: aquí he escuchado declaraciones no menos escandalosas por lo absurdas, incluyendo la nostalgia anticipada del “olor de los libros” (o sea que es asunto de aroma, no de información), del placer de tocarlo y voltear la página y otras necedades no menos risibles. El libro es un formato de estructurar la información para su conservación y transmisión. Y ese formato, que surgió en la antigüedad, ha ido cambiando de soportes según los avances de la tecnología. Todavía no he encontrado quien sienta nostalgia de las tablillas de barro de los sumerios y asirios. Tampoco de los papiros o los pergaminos. Y admito que, por igual, nadie ha expresado nostalgia de aquellas obras prodigiosas de los manuscritos de increíble belleza, hermosamente ilustrados, y hechos por diestros pendolistas y dibujantes para príncipes y reyes. Una en un ambiente medieval, especie de El Nombre de la Rosa novela extraordinaria, un thriller policial en versión turca, del premio Nobel turco Orhan Pamuk, Me Llamo Rojo, recrea el mundo de

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los copistas e ilustradores que preparaban esos libros para sultanes, emires y califas. Supongo que cuando Johannes Gutenberg creó la imprenta y aquellos horrendos libros impresos (en comparación con aquellas joyitas multicolores que eran los manuscritos de la época), salieron de las prensas, sin el trazo hermoso y cuidado del pendolista, sin el colorido la tipografía, sin los oropeles y dibujos, simple tinta sobre papel sin aquellos adornos y filigranas, no pocos se escandalizaron. Y no dudo que muchos sintieron que la literatura, hasta entonces de consumo exclusivo de reducidísimas élites, únicas que sabían leer y escribir y, además, poseían suficiente dinero para producir y adquirir manuscritos y formar bibliotecas, se rebajaría cuando la plebe tuviese acceso a ella. Peor aún, se adocenaría, prostituiría y corrompería tras la búsqueda de aceptación de un público ígnaro, basto y de gustos groseros. Y tuvo que haber quienes en el momento pronosticaran que los manuscritos “no morirían” porque habría una minoría que mantendría vivo el arte de aquellos estudios en que copistas, pendolistas, ilustradores y maestros doradores ponían arte, talento y esfuerzos en producir aquellas joyas que eran los manuscritos.

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El soporte actual del libro es para minorías Vivimos, quién lo duda, una época bárbara en que las mayorías tienen que ocuparse casi de forma exclusiva en sobrevivir. No tienen espacio para cultivarse, pensar y elevar su nivel mental e intelectual. Y para mantenerlas sometidas, se les fomentan hábitos malsanos como el alcoholismo y las drogas, el juego y los deportes, se les secuestra su tiempo perdido en bizantinismos políticos y frivolidades faranduleras. A esas mayorías se les sustituye cualquier forma de criterio propio o decisión. Sus vidas son teledirigidas vía los medios de comunicación de masas. Se les impone qué oír, qué pensar, qué hablar, adonde ir, qué hacer, cómo reaccionar, qué opinar, cómo conducirse, qué ver, etc. Y ellas viven bovinamente ajustándose al programa dado. Una masa aplastante de información condicionante les mantiene ajustadas al rol. Sólo las minorías, que ya no tienen que ocuparse obsesivamente en producir con qué comer (en mi país, República Dominicana, por ejemplo, el 88% de la empleomanía no gana ni siquiera para cubrir la canasta básica de alimentos, y todo eso pese al maquillamiento de los números que es habitual acá, y 46


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estas son cifras oficiales, una de la Tesorería de la Seguridad Social y la segunda del Banco Central), pueden contar con recursos y tiempo para comprar y leer libros. La sociedad industrial no requería un gran número de cerebros pensantes sino “mano de obra”, mecanización del movimiento, repetición. La nueva sociedad del conocimiento que emerge deja esas actividades a los robots, siempre más precisos y confiables que el ser humano. Y de ahí proviene el fenómeno de las olas de despidos y la pérdida no sólo de puestos de trabajo sino la inutilización de oficios y profesiones, sustituidos por robots y softwares. Y aparecen escritores como la francesa Vivianne Forrester, la autora de “El Horror Económico” que reacciona espantada por el fenómeno, sin entenderlo siquiera. Y clama por la vuelta a la sociedad industrial, para garantizarle los empleos a la masa bovina de mano de obra. La nueva sociedad que emerge demanda potenciar nuestra capacidad de aprender, desaprender, reentrenarse, discernir, crear y añadir valor, de ser empleable y competitivo. Y ello implica un mayor acceso a, y un mejor procesamiento de, la información. No hemos inventado un formato mejor que el libro para estructurar, conservar y transmitir información. La sociedad del conocimiento requiere una masificación, una democratización, del libro y un 47


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mayor ejercicio de la capacidad lectora. Demanda más personas formándose, puliéndose, incrementado su saber, reentrenándose, ampliando sus conocimientos. Más personas con habilidades de pensar, crear, discernir, criticar, evaluar, cooperar, aportar. Esa es la realidad en que más y más entramos. Y es la que originó el libro electrónico, la digitalización.

¿Afecta el soporte a la calidad del contenido? El error de nuestro queridísimo y admirado premio Nobel, al confundir un formato con un soporte, puede inducir a confusión a no pocos de sus lectores, en los que goza, como es mi caso, de amplia credibilidad. Lo cierto es que un soporte en nada afecta al formato ni al contenido, así que no hay manera de que el soporte “banalice” el contenido, que lo haga decadente o creativamente pobre. Siempre han existido y seguirán existiendo contenidos banales, frívolos, de mal gusto, pastiches creativos. Eso tiene que ver con el talento, las autoexigencias del escritor, sus estándares, cultura, propósitos, intereses, etc. La literatura siempre ha subsistido junto a una subliteratura, a una seudoliteratura adocenada, rebajada al gusto poco exigente de una mayoría que 48


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no aspira a más, que se contenta con aquello. La novela abarca obras como La Muerte de Virgilio, de Hermann Broch, el Ulises, de Joyce y La Casa Verde, del mismo Vargas Llosa, junto a piezas de menor nivel (el mismo Vargas Llosa es autor de divertimientos que no representan lo mejor de su talento y su producción, muchas veces como consecuencia de presiones y compromisos editoriales), y a una producción de literatura de entretenimiento como las novelas policiales, románticas, de terror, de espionaje, de cienciaficción, literatura de género. Y que en sus aspectos más pedestres se rebaja a las noveluchas de Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía. Tengo en mi lector digital, un Kindle, ediciones digitales de La Montaña Mágica, de Thomas Mann, Macunaíma de Mario de Andrade, Rayuela, de Julio Cortázar, Gran Sertón Veredas, de Joao Guimaraes Rosa, Los Pasos Perdidos, de Carpentier, etc. ¿Me podría decir mi admirado Vargas Llosa en qué se hacen “banales, decadentes y pobres creativamente” esas obras literarias por el hecho de que su soporte ahora no sea el libro impreso sino el libro electrónico? ¿En qué se merman? Lo cierto es que el libro digital representa un gran logro para la humanidad, pues mientras el libro impreso es más costoso, difícil y trabajoso de difundir, y se “descataloga” con mucha facilidad, el libro digital es mucho menos costoso, fácil de

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difundir y puede mantenerse vigente indefinidamente, todo lo cual es de tremenda importancia. Es cierto que la emergencia del nuevo soporte está afectando a las editoriales tradicionales que comercian el libro en papel. Y que, como me dijo el escritor dominicano e impresor Denis Mota, medio en serio medio en sorna, “yo lo que quiero es que los impresores se mueran de hambre”, cuando le hablé sobre mis colecciones de libros digitales. En el mercado tradicional del libro editar un libro es casi prohibitivo por sus costos. Y difundirlo, más aún. En mi país, República Dominicana, en que no existen editores, sino imprentas (no importa que algunas imprentas pomposamente se autocalifiquen de “editoras”, al igual que algunos colmados o tiendas de abarrotes se llamen a sí mismas “supermercados” pequeños), los autores autofinancian sus obras, normalmente ediciones de 1,000 ejemplares de penosa venta, sobre todo, salvo casos en que el morbo juega un papel. Siempre me ha sorprendido el empecinamiento en publicar de los poetas, cuentistas y novelistas dominicanos en una comunidad reacia a estas manifestaciones, donde las mayorías no ganan ni siquiera para comer decentemente, empezando por los propios escritores que no suelen leer ni apreciar a sus colegas. La edición digital, algo que se puede aprender a hacer con facilidad y cuyos medios están disponibles 50


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gratuitamente, hace que editar un libro esté asequible a cualquier persona que sepa digitar y manejar los rudimentos de un equipo: un programa como MSWord, ideas mínimas de diseño, manejo de imágenes vía Google, un programa de editar en PDF como el PDF Creator, que se obtiene de forma gratuita, y un poco de trabajo y buen gusto. Y al colocar en línea los libros, aprovechando páginas como www.scribd.com, http://issuu.com y otras en que se pueden subir o colgar los libros digitales, ir construyendo espacios vía los cuales difundir los textos, o remitirlos, como suelo hacerlo, vía la Internet a escritores, lectores y amigos en diversos países. Entiendo que el nuevo soporte irrite y perjudique a los editores tradicionales y al mercado del libro como lo conocemos. Es una industria costosa, reservada a minorías, en que las ediciones se agotan y se descatalogan. Es un lujo reservado a quienes pueden pagar por adquirir sus productos. El libro como objeto para minorías ha entrado en crisis. Miles y decenas de miles de libros han sido digitalizados y circulan libremente por la Internet. ¿Los hace el circular por un medio digital menos profundos, creativos o densos? Evidentemente que no. Un soporte en nada afecta la calidad intrínseca del libro, como formato, simplemente facilita o dificulta, abarata o encarece, masifica o limita, su producción y

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difusión. Y en este sentido el soporte digital facilita, abarata y masifica la producción y difusión del libro.

Ni el formato ni el soporte afectan al contenido El contenido es asunto del autor. No tiene que ver con el soporte. Podríamos decir, lo acepto, que el abaratamiento de la edición y publicación, la facilidad que permite ahora a cualquier persona con mínimas habilidades y conocimientos transformarse en un editor digital o autoeditar sus textos, la oportunidad que brinda de que los libros sean divulgados y hechos llegar a más lugares, puede significar que los autores menos dotados, de calidad más precaria o cuestionables, podrán ahora trascender el limitado ámbito de sus publicaciones autofinanciadas de 1,000 ejemplares que no se vendían, para hacer llegar sus bodrios a más personas vía la Internet. Es verdad. También lo es que posiblemente tampoco conciten el interés y la atención de muchos lectores, por los que les sucederá a esos autores que, a mayor divulgación, mayor descrédito. Hay que ganarse el derecho a ser leído. Un aspecto que se transparenta en las declaraciones de nuestro admirado novelista es que teme que el nuevo soporte conlleve el interés en halagar y amoldarse a la masa; se busque una 52


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popularización (masificación, más bien) a costa de valores y estándares de mayor calidad, refinación y aporte. Que se rebaje el nivel para agasajar a la plebe. El concepto tiene un cierto elitismo implícito pero también se entiende. Ahora bien, ese riesgo siempre ha sido consustancial al trabajo artístico. El arte se hace repetitivo, cae en fórmulas y termina en artesanía y/o kitsch. Se termina en una literatura farandulera, light, sin peso ni sustancia, amiga del aplauso fácil. No se necesita un cambio de soporte para verificar que este tipo de seudo literatura existe y cuenta con una tradición de larga data. Y que la existencia de esa seudoliteratura que cuenta con un público que busca distraerse, matar el tiempo, sin mayores complicaciones: una suerte de adquirir una o unas emoción(es) por un costo X sin mayores complicaciones o expectativas, se remonta a los comienzos de la civilización y la cultura: siempre ha existido, y nunca ha sido obstáculo para que paralelamente emerjan escuelas, movimientos, autores y obras de relevancia y valor, que marcan a una época, impactan a la sociedad, cambian vidas y trastornan la existencia de la humanidad llevándola a un nuevo nivel de desarrollo espiritual. Escribir a mano, escribir en maquinilla o escribir en un teclado de una PC no hace más profundo o menos profundo, de mayor calidad o de menor, más relevante o trascendente o menos, el texto escrito. De

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hecho, los medios cibernéticos: la computadora, el software, etc., son facilitadores del talento. Para los que vivimos en la prehistoria del corrector líquido y el papel carbón, una tecnología que nos liberó de esas tecnologías precibernéticas en nada puede ser acusada de nada malo, muy por el contrario. Y aunque una de las notas noticiosas destaca que nuestro admirado autor declaró que tenía “una desconfianza visceral a la literatura hecha y difundida por pantallas”, lo cierto es que hablar de literatura hecha y difundida por pantallas es una expresión ligera e impropia. La literatura es hecha por el talento de un autor. Su calidad no depende del soporte elegido. No puede nuestro premio Nobel 2010 de Literatura decir que el escribir a mano o en maquinilla es más creativo, poético, rico en imaginación y elegancia verbal, novedoso, trascendente y enriquecedor que el hacerlo mediante el teclado de una PC. Si la literatura nos llega para ser leída en una pantalla, que puede ser la de la PC, o la de la laptop, o la del artilugio de ciberlectura como un Kindle de Amazón, en nada la desmerita con respecto a aquella que nos llega impresa en papel. No es más light, más decadente, más frívola, más inocua, más irrelevante o intrascendente que aquella que aparece editada en un libro físico. Eso es un fetichismo del soporte, algo que sorprende en una mente tan lúcida e inquisitiva,

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en un cerebro tan bien amoblado como el de Mario Vargas Llosa. De hecho, tengo muchos de sus libros en formato digital. ¿Son ahora La Guerra del Fin del Mundo, La Ciudad y los Perros, La Casa Verde o Conversaciones en la Catedral, sólo para mencionar las que creo sus mejores novelas, menos creativas, intensas, hermosas, impresionantes o significativas que las mismas novelas en sus ediciones de papel? El mismísimo Vargas Llosa sabe que no. Un dispositivo como el Kindle, por ejemplo, me permite tener disponible alrededor de 600 libros digitales. ¿Qué estén contenidos en el Kindle en qué le resta? ¡En nada! Es claro que en vez de un juicio, nuestro admirado novelista incurrió en un prejuicio. Como vemos, Mario Vargas Llosa está muy equivocado al caer en el fetichismo del soporte. No se escriben e-books, se escriben libros, y luego se escoge un soporte para su difusión. Si el libro está bien escrito o mal escrito, si es original o apenas un pastiche, si aporta o repite, si tiene calidad o es un tollo, todo eso tiene que ver con el escritor, su talento, su rigurosidad, sus estándares, su capacidad de trabajar y pulir su texto, y no con el soporte elegido. Quiera Dios que reflexione sobre los dislates expresados y los corrija. No espero menos de su inteligencia. Y de su valor.

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¿Por qué necesitamos entrenarnos como lectores eficientes? “Lee y conducirás, no leas y serás conducido.” Santa Teresa de Jesús

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La única ventaja competitiva sostenible, como individuos y como naciones, proviene de nuestra capacidad de aprender y aplicar lo aprendido más rápidamente que otros. En un mundo estandarizado, donde la racionalización de procesos (reingeniería) y los programas de Calidad Total y Six Sigma han permeado la cultura productiva, ser deficientes en calidad o ineficientes desde el punto de vista del manejo de costos (despilfarradores, descuidados, etc.), simplemente nos saca de competencia. Nos condena a fracasar. Eso lo saben bien nuestros gestores de empresas y de zonas francas. Tienen que competir en precio para obtener los contratos; competir en calidad para que aprueben los lotes producidos; competir en gestión para que la operación sea rentable. Y tienen que desarrollar en su personal competencias de aprendizaje apropiadas para que operen de la forma más eficiente y efectiva posible. Al competir en una cultura de clase mundial, en que nuestros competidores no necesariamente son locales, y donde los acuerdos de Libre Comercio abren los mercados y nos evaporan aranceles que protegían nuestra carencia de eficiencia, es fundamental entender que sólo la flexibilidad para aprender-desaprender-reaprender, para el desarrollo de nuevas competencias y talentos, asegura a las personas su empleabilidad, y a las empresas y a los 57


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países su capacidad de permanecer competitivos y en crecimiento. El capital clave de una empresa y el capital de un país no radica en su tecnología, que se hace continuamente más y más obsoleta; ni en sus recursos naturales, cada vez más agotados; ni en la inversión financiera, que es simplemente capital en riesgo: radica en la calidad de los individuos que los integran. Y la calidad de dichas personas está en directa relación no sólo con lo que ya saben, pues el obsolimiento, el conocimiento obsoleto, crece fuertemente, sino más bien en la capacidad que tengan estas personas para renovarse, reentrenarse, reaprender.

¿Estamos preparados para la sociedad del conocimiento? Nunca, como ahora, la información ha estado tan disponible. Fluye de forma continua. Vivimos, por primera vez en la historia, en simultaneidad con todo lo que se mueve de interés en el mundo, en cuanto a su acceso. Sólo el idioma se transforma en un obstáculo relativo al contacto con otras realidades y otros datos (obstáculo parcial debido a los softwares de traducción). Ciertamente, abunda la seudoinformación, los bulos, las mixtificaciones. Navegar en el torrente continuo 58


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de datos y seudodatos, de frivolidad e información de valor, de patrañas, opiniones, creencias y evidencias reales demanda de los individuos un ejercicio del criterio, la capacidad de pensar críticamente, someter a evaluación las informaciones, discernir, seleccionar, estructurar mentalmente la información, someter a prueba las hipótesis, comprobar y descartar. Lamentablemente, damos por sentado que las personas vienen capacitadas para pensar con eficiencia, cuando esta es una destreza que demanda entrenamiento, aprendizaje y metodología adecuada. El pensamiento natural es espontáneo, empírico, reactivo, emocional e impulsivo. Arriba rápido a conclusiones siguiendo una hermenéutica que puede ser útil en algunos casos, pero que es dañina en otros. Tenemos que enseñar a las personas a pensar con eficiencia. No es algo que aprendan en nuestras escuelas y universidades. Nosotros vemos continuamente los resultados derivados del pensamiento ineficiente. Crímenes, accidentes, errores costosísimos, malentendidos, divorcios, pérdidas… Todos son resultado de haber sacado una conclusión apresurada de forma disparatada. Hay mucho dolor que proviene de la incapacidad de pensar de manera inteligente y productiva.

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¿Podemos manejar un alto volumen de información? Además de pensar con eficiencia, también conviene preguntarnos si podemos manejar un alto volumen de información. El acceso libre a información actual, piénsese en que sólo en estas navidades Amazon anunció que vendió más de 4,000,000 de su lector digital Kindle, que se vendieron millones de iPads y otros artilugios que facilitan la lectura, los websites de libros gratuitos, el flujo continuo de datos, noticias, opiniones, etc., a través de las redes sociales que son un formidable empujón hacia la comunidad global, hace que nuestra limitación de estar al día provenga sólo de nuestra ineficiencia como lectores. Usted puede ir a una librería y sentarse allí, pasarse el día y leer los libros. Lo mismo puede hacer en una biblioteca. ¿Dónde está el problema? Primero: en su falta de hábito de lectura. Segundo: en su carencia de una estrategia eficiente de lectura. Lo otro ya pertenece al dominio de su voluntad, que quiera o no. Pero las consecuencias que se derivan de irse haciendo, en sus conocimientos y competencias, más y más obsoleto tienen un impacto en ingresos, oportunidades y calidad de vida dramático.

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Y el desarrollo de nuevas tecnologías y aplicaciones, que no cesa, puede de un momento a otro convertir su negocio o su profesión es algo superfluo, inútil y obsoleto. Usted no puede impedir el futuro. Tampoco predecirlo. Pero sí puede prepararse para adaptarse y aprovecharlo.

¿Por qué leemos de manera ineficiente? Muchas personas confunden haber sido alfabetizados con haber aprendido a leer. Son dos cosas distintas. Es tan distinto como confundir el hecho de hablar en una lengua dada materna, el español en mi caso, y desarrollar la competencia de ser locutor. Lo segundo, cualquiera admitiría, demanda entrenamiento, práctica y cambio de hábitos de pronunciación. Lo mismo sucede con la competencia de leer de manera eficiente. ¿Por qué leemos de manera ineficiente? Porque entrenarnos a leer de esa forma es eficiente para alfabetizar a un analfabeto. Pero se transforma en un hándicap como estrategia de lectura para una persona ya alfabetizada.

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Para recurrir a un símil, un fármaco que puede ser valiosísimo para la recuperación de la salud de una persona con una enfermedad, puede ser dañino a la salud si lo proporcionamos a una persona sana, por sus posibles efectos colaterales. La lectura ineficiente, aquella en que nos entrenaron al alfabetizarnos, para muchas personas es el único tipo de estrategia de lectura que conocen. Ese modelo de lectura produce una serie de consecuencias desagradables que alejan del placer de leer a millones y millones de personas. Veamos cómo se origina y cuáles son sus características.

¿Cómo se origina el modelo de lectura ineficiente? El origen de la lectura ineficiente proviene de una estrategia eficiente para alfabetizarnos. Lo malo es que fue el único modelo que nos enseñaron. Al entrar a un proceso de alfabetización, la primera tarea del educador es enseñarnos a relacionar un garabato, una grafía, con un sonido. Para eso recurre a la repetición paciente hasta que vamos, entre cantos, juegos y otros medios puestos en acción para mantener ocupada nuestra voluble

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atención infantil, reaccionando con el sonido a la presentación del signo gráfico. Luego nos lo complican. Al unir dos signos gráficos y construir una sílaba (sé que hay sílabas unimembre, esto es simple ejemplo), el sonido se modifica: L y A no se pronuncia eleá, sino la. Ahora parece sencillo, pero en la mente de un niño es una complicación. Ahora tiene que modificar lo aprendido. Primero nos enseñan a pronunciar de una manera y ahora de otra. De nuevo, el docente recurre a juegos, actividades, cantos y otros recursos para comprometer nuestra atención y facilitar el aprendizaje. Cuando alcanzamos la sílaba el 70% del proceso de alfabetización está ya logrado. Ahora unimos sílabas y construimos palabras, 20%. Y luego unimos palabras y construimos frases, oraciones y párrafos, 10%. ¡Y ya está: estamos alfabetizados! De inmediato nos sumergen en contenidos: Sociales, Naturales, Lenguaje, Aritmética, etc., que nos obligan a ejercitar nuestra recién adquirida habilidad o competencia de leer. Nuestros padres presumen de la inteligencia de su criatura y nos ponen a leerles a otros por unos días. Y nos creemos que esa manera de leer es la correcta. Pero ¿cómo aprendimos a leer?

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Las consecuencias del modelo de lectura ineficiente Pues, nos entrenaron en un modelo de lectura altamente ineficiente: la lectura silábica. Leemos por sílaba, como nos entrenaron. Algunos desarrollan mayor fluidez y leen por palabra con cierta velocidad. Muchos otros siguen tropezando con las sílabas y leen con torpeza. Usted puede darse perfecta cuenta de ello cuando escucha a alguien leer. Como lee es un reflejo de su manera de procesar información. Si lo hace de manera torpe, ¿cómo usted cree que procesa la información en su cabeza? Un aspecto importante en el proceso de lectura tiene que ver con la amplitud de foco visual. Normalmente nos han entrenado para aislar una palabra de su contexto y captarla sola en un golpe de vista. Ese movimiento de los ojos, denominado movimiento sacádico, al ir captando las palabras una por una, nos retrasa innecesariamente y además se convierte en un proceso cansón e ineficiente.. Imaginemos un libro de 200 páginas, en que cada una de ellas posea 35 renglones y cada renglón unas 15 palabras por línea.

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Eso significa para la persona detenerse 15 veces por renglón, 525 veces por página y 105,000 en total por las 200 páginas para poder agotar el libro. Si esa persona lee a un ritmo de 250 palabras por minuto, le tomaría un total de 7 horas leer dicho libro, si acomete esa tarea de manera continua. Es un desperdicio de energía y tiempo. Imaginemos simplemente que enseñamos a esa persona a leer por bloque y por eje, dos técnicas de lectura. Ahora, en vez de enfocarse en una palabra se entrena para captar cinco palabras por cada golpe de vista. De entrada ahora logra un 80% de ahorro del trabajo visual y del tiempo de lectura. Se detiene 3 veces por renglón en vez de 15. 105 veces por página, en vez de 525. 21,000 veces en las 200 páginas y no 105,000 veces, Y lo que antes le tomó 7 horas ahora se redujo a una hora y media (1:24 en realidad). Noten esto, no hemos ni siquiera acelerado el ritmo de lectura y ya tuvimos un ahorro de 5.5 horas, simplemente al dominar una estrategia de amplitud de enfoque más eficiente que la aprendida al alfabetizarnos. Ponga usted que, además, le enseñamos a esa persona a acelerar su velocidad de lectura a unas 1,000 palabras por minuto. Entonces, esa 1:24 minutos se divide entre 4 y le tomaría, leer el mismo libro 21 minutos. Así de simple.

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Los tres principales errores al leer Además, al reducir el número de fijaciones (golpes de vista), se previene el cansancio visual. Y si lo unimos a otros recursos también el aburrimiento, la pérdida de ilación, la distracción y otros males que aquejan al lector que carece de una estrategia de lectura eficiente. Otras ventajas de entrenarse en lectura eficiente devienen de superar los tres principales errores al leer: 1. Subvocalizar, hablarse mentalmente mientras se lee. 2. Leer palabra por palabra, en vez de leer por bloque y eje. 3. Retroceder: Perder el hilo, distraerse y volver atrás para retomarlo. La subvocalización es una costumbre que proviene del período de alfabetización, en que se nos enseñó a asociar una palabra con un sonido. El asunto es que la voz humana apenas puede acelerar hasta una velocidad de unas 400 palabras por minuto y ser inteligible, por lo que leer repitiéndonos internamente lo leído nos lastra y condena a no aprovechar la enorme capacidad de captar y procesar información del cerebro, que

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algunos llegan a estimar de unas 40,000 palabras o bits de información por minuto. El contenido de una palabra no está en el sonido, sino en la imagen que evoca. Entender una palabra es entender qué imagen nos trae a la cabeza, no qué sonido posee. De ahí que aprender un idioma es aprender a relacionar una palabra con un concepto (una imagen o una idea). Podemos escuchar el sonido de la misma, pero si no sabemos a qué concepto o imagen alude, nos quedamos en el aire. La lectura palabra por palabra es ineficiente, además, porque aproximadamente el 50% de las palabras que utilizamos son vacías (conectores, artículos, preposiciones, etc.) y el otro 50% poseen contenido. Una frase como “La niña de la patineta” posee un 40% de palabras con contenido: Niña, patineta, y un 60% de palabras vacías: La, de la. Si leemos la frase palabra por palabra desperdiciamos el 60% de nuestro esfuerzo. Y eso nos conduce al tercer problema: la distracción que nos hace perder el hilo y nos lleva luego a retroceder. El cerebro, que puede procesar información a altísima velocidad, se aburre. Y empieza a divagar. ¿Resultado? Nuestra atención se distrae y, aunque nuestros ojos siguen mecánicamente pegados a la página, nuestra mente anda lejos, lejos de ella.

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Para mantener nuestra competitividad, hay que ser un lector eficiente Es oportuno esclarecer que la lectura nos proporciona información. No conocimiento. El conocimiento es aquello que adquirimos al aplicar la información y apreciar los resultados que provocamos. La información es la receta del sancocho pero el conocimiento es lo que adquirimos haciendo sancocho. Y sólo se obtiene mediante un proceso de prueba y error. Sin embargo, es bien tonto querer derivar conocimiento de la experiencia bruta, sin que medie o aprovechemos la información que es la experiencia acumulada por otros y que nos sirve de punto de partida. Vivimos un mundo lleno de retos y oportunidades. Y nuestra cancha es el mundo. Ya no es local, es global. El conocimiento es dinero. Y para desarrollar conocimiento requerimos información actualizada. Esa información está disponible como nunca, asequible como nunca. Sin embargo, requerimos

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desarrollar las destrezas necesarias para apropiarnos de ella. Conozco muchos que compran libros que nunca van a leer. Y el único lugar donde un libro es un activo y no un pasivo es en la cabeza de uno. Fuera no es más que un coroto más. En diciembre tuve la oportunidad, luego de estar una semana en Disney, de pasar otra semana en Tampa, donde reside mi hermana. De los 7 días, cuatro de ellos los pasé desde las 9:00 a.m. a las 8:00 p.m. en una librería. Una por día. En ese tiempo leí, revisé y me nutrí de decenas de libros, de los temas de mi interés. Al final, sólo adquirí un solo libro: “Make a Scene” de Jordan E. Rosenfeld, un libro sobre construcción de escenas, tanto para narrativa, como para dramas y guiones. Pero me traje decenas de libros leídos y aprovechados. Y una vez más agradecí haberme entrenado en neurolectura o lectura súper rápida. Una habilidad fundamental en la actitud de éxito, esa mentalidad de crecimiento que definió la psicóloga y autora Carol S. Dweck como distinta a la mentalidad fija de los conformistas o que se resisten al aprendizaje. Y es que son las decisiones de hoy las que prefiguran los resultados de mañana. Y uno es dueño o dueña de esas decisiones. Nadie más. 69


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Los tres tipos de lectura y la rapidez al leer. “Los verdaderos analfabetos son los que aprendieron a leer y no leen.” Mario Quintana

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Muchas personas se traban al pensar sobre las técnicas de lectura súper rápida por dos razones, ambas equivocadas: • Tienen opiniones sobre ella sin ninguna experiencia directa • Se imaginan cualquier cosa y suponen que lo que imaginan es verdad. La primera de las trampas es opinar sin ninguna experiencia personal que sirve de soporte y referente. El director de un periódico, amigo apreciado, me dice que “él no cree en esto de la lectura rápida”. Lo interesante es que su creencia es gratuita, pues él ni tiene ni ha intentado tener experiencia con la metodología. No se ha entrenado. No ha leído sobre el tema. No ha verificado si funciona o no. Es una creencia que carece de asidero. Simplemente le sirve para no tener que preocuparse por ser un lector eficiente. Para nada más. Otros ven en su mente una febril actividad que parece más cosa de orate que de lector: alguien pasando páginas de manera afanosa, sin respiro alguno, atiborrándose de datos sin reflexión alguna, sin asimilación alguna. Y reaccionan con espanto a su propio fantasma. Ahora bien, sucede que ambas razones son argucias del cerebro para crear justificaciones que les permitan mantener su inercia. El cerebro es un órgano haragán, que gusta de la conservación de energía. 71


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Ya Henry Ford sentenció: “Pensar es el trabajo más difícil que existe. Quizá esa sea la razón por la que haya tan pocas personas que lo practiquen.”

Tres tipos distintos de lectura Al leer, podemos hacerlo con distintos fines y sobre distintos materiales. Esa diferencia de fines y de material de lectura, determinará en mucho qué velocidad de lectura aplicaremos. La rapidez o velocidad de lectura no es un recurso estándar y continuo, es simplemente una opción. Semeja a la opción de que dispone una persona que es dueña de un Ferrari. Su máquina puede llevarle a velocidades de vértigo, pero no es prudente ese tipo de velocidad en todas las circunstancias. Simplemente es una opción que tiene disponible a su conveniencia. Existen, por su naturaleza y su propósito, tres tipos de lectura distintos. Y cada uno de esos tipos reclama un nivel de velocidad distinto. El primer tipo de la Lectura transformativa. Este tipo de lectura, propia de los textos espirituales, busca impactar y trabajar nuestros valores, actitudes, identidad y principios. Busca transformar nuestro ser. Al adentrarnos en la lectura transformativa, el nivel de velocidad tiene que ser lento. Nos llama a meditar

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con detenimiento lo leído. Empaparnos de su savia. Dejar que las palabras penetren profundamente en nosotros y esplendan. No es la cantidad lo que cuenta, sino la calidad de la experiencia que nos provoquen. El segundo tipo de lectura, en cuanto a velocidad de lectura, lo es la Lectura recreativa. La lectura de poemas, novelas, cuentos y otras piezas literarias no conviene que sea muy rápida porque este tipo de material de lectura no nos proporciona información: suele ser ficción, invención. Su valor no proviene de su contenido sino de la expresión: es algo para degustar, paladear, saborear. Perdería su encanto si lo tratamos como simple información. El tercer tipo de lectura es el que soporta la mayor velocidad. Es la Lectura formativa. Tiene que ver con el hacer. La lectura formativa: libros profesionales, técnicos, por ejemplo, nos aporta información, puntos de vista, procedimientos, etc., que se nos comparten para mejorar nuestras habilidades y destrezas. Su objetivo no es cambiarnos como individuos, sino cambiar nuestra manera de hacer las cosas. Tampoco es distraernos, divertirnos o conquistarnos: es impactar nuestra manera de proceder y producir resultados. Querer leer todo a la misma velocidad, rápida, rapidísima, moderada o lenta, es poco inteligente. Cada tipo de lectura demanda o recomienda un nivel

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de velocidad distinto. Y hay, claro, otros factores adicionales que influyen.

¿Qué otros factores influyen en la velocidad de lectura? No sólo el tipo de lectura influye en la velocidad con que la realicemos. También están otros factores como el propósito de la lectura, la familiaridad con el tema y los conceptos, la complejidad del texto, etc. El propósito, por ejemplo, nos afectará si leemos una novela o un relato para desentrañar su técnica de composición, para producir un texto crítico sobre el mismo, a diferencia de cuando simplemente lo leemos por placer. La familiaridad contribuirá a incrementar la velocidad si la tenemos o a reducirla si el tema nos es extraño. Por igual qué tanto trato se tengan o no con los conceptos cardinales de lo que se lee. La complejidad del tema puede que nos retarde porque requiera más tiempo procesar la información. Un último factor que influye es la importancia que tiene dicha información para nosotros. Como vemos, al hablar de velocidad de lectura no hablamos de una velocidad continua, sino de una velocidad que varía según la relevancia para mí del asunto del que leo, mi familiaridad con él, la complejidad del texto, mi propósito al leer, etc. 74


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Ahora bien, si leo lento, a un promedio de 200 palabras por minuto, lo haré en todos los casos, no tengo opción, lo cual me puede mantener aburrido o estancado cuando estoy leyendo páginas frívolas, o de información ultraconocida, ajena a mis intereses, sin ningún tipo de complejidad o relevancia, etc., y me puede inducir a abandonar la lectura o a dormirme. Si tengo control y posibilidad de ejercer distintos grados de velocidad de lectura, iré de manera ultraacelerada en aquellas partes del libro o texto que no sean relevantes a mis propósitos o me signifiquen llover sobre mojado, y reduciré la velocidad en aquellas otras pertinentes a mis propósitos o que me aporten nueva información relevante. Eso y no otra cosa significa ser un neurolector o un lector súper rápido.

Leer activando ambos hemisferios del cerebro La tendencia a subvocalizar, la cual proviene de nuestro entrenamiento al ser alfabetizados, nos hace recitar mentalmente lo leído, hablándonos al oído interno. Eso también se convierte en una retranca al leer.

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Lo conveniente es desasociarnos del sonido de las palabras y relacionarnos más con los conceptos que ellas transmiten: sus imágenes. La especialización hemisférica hace que el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro esté más desarrollado en la parte verbal y lógica, y el hemisferio derecho más en la parte visual y analógica. El cerebro derecho (el hemisferio derecho) es nuestro cerebro creativo. El izquierdo nuestro cerebro crítico. Hay dos aspectos importantes en este sentido. Primero: el cerebro izquierdo está vinculado a la memoria de corto plazo. Y el derecho a la memoria de largo plazo. Segundo: Nuestro cerebro izquierdo está más vinculado a la expresión. Y nuestro cerebro derecho más asociado a la comprensión. Si queremos comprender un texto tenemos que traducir las palabras en imágenes. Son las imágenes, los conceptos, los que nos permiten comprender lo leído.

¿Qué significa entender un texto? Significa poder expresar el mensaje del autor, su propósito, los contenidos implícitos y lo que quiere de nosotros. Si puedo exponer lo que el autor buscó decir al escribir, describir su texto, sus fines, los supuestos

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sobre los que articuló su discurso y lo que quería hacernos sentir, pensar y hacer, entonces puedo decir que entendí su texto. Entender no es simplemente reproducir lo que un autor dijo. Puedo repetirlo y aun así no entenderlo. Tampoco significa estar de acuerdo con lo que el autor expuso. El que yo entienda un punto de vista no significa que lo endose, valide o comparta. Hay quienes están tan convencidos de su punto de vista, tan centrado en su visión de las cosas, que no conciben que existan personas inteligentes que discrepen de ellas o posean un punto de vista distinto. De ahí la expresión de: “Tú no me entiendes”. Confunden ser entendidos con ser apoyados o respaldados en sus puntos de vista. Es un enfoque infantil e inmaduro, que se cree dueño de la “verdad” y la “razón” y considera que existe esa única “verdad” y esa única “razón”. Hay también los que entienden que repetir lo leído es demostración de haberlo comprendido, lo cual también es ingenuo. La comprensión demanda penetrar el mensaje real tras el mensaje aparente, la intención del hablante, su estrategia discursiva, propósitos, intereses y lo que persigue al compartirme su texto. Yo, a partir de esta comprensión, puedo definir mi grado de afinidad o identificación con lo leído. Y esto 77


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puedo estructurarlo en un continuum que va desde totalmente de acuerdo a mayormente de acuerdo, medianamente de acuerdo, mayormente en desacuerdo o totalmente en desacuerdo. Posiblemente en la mayoría de los textos siempre estaremos entre medianamente de acuerdo o mayormente en desacuerdo. En unos pocos mayormente de acuerdo. Y en muy pocos totalmente de acuerdo o totalmente en desacuerdo. Y nuestra comprensión tendrá mucho que ver con la colaboración entre nuestros hemisferios derecho e izquierdo del cerebro.

Ir más allá de simplemente leer Relacionar lo que leemos con lo ya sabido, con otras lecturas, extrapolarlo a otros contextos, es también importante para quien lee. Se lee en un contexto y se lee también con otras lecturas previas que dialogan con lo que uno lee en el momento. Vamos contrastando lo que leemos contra nuestras experiencias y puntos de vista ya adquiridos, así como contra otras lecturas hechas. Es un intercambio fecundo porque corrige, ahonda, amplía nuestra visión. Y en ocasiones, también, la contradice y desmantela.

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En todo caso, tenemos que partir de la intención con la cual leemos. Puede ser distraernos. Puede ser obtener información importante para un objetivo o tarea. Puede ser por cultura general. Podemos leer para incrementar el fondo de información profesional del que disponemos. O para enriquecer con otros enfoques y puntos de vista nuestra opinión sobre algo. Tal vez se deba a requerimientos de estudio para un monográfico, un examen, una tesis o un informe. Cada circunstancia va a influir en la actitud con que abordemos la lectura. En la velocidad a que lo hagamos. En la estrategia que apliquemos. Lo importante es que entendamos que la velocidad de lectura nunca es uniforme, es un recurso, una opción a aplicar. Ahora, si no la poseemos, entonces estamos condenados a una velocidad y un ritmo único: el lento, el ineficiente. Y que existen distintos tipos de lectura: la transformativa, la recreativa y la formativa. Todas son importantes, pero no pueden realizarse de la misma manera, pues lo que es positivo y apropiado para una, será inapropiado y perjudicial para otra.

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¿Qué puedes buscar y sacar de un libro al leerlo? “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.” Miguel de Cervantes

¿Cuál es el propósito de leer? Aunque muchos, me incluyo, leemos libros por el simple placer: poemarios, novelas, cuentos, etc., lectura recreativa, la mayor parte de las personas, y también me 80


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incluyo, buscamos en los libros información relevante y de valor que sirva a nuestros propósitos. Leemos, sobre todo, para cambiar nuestro ser, lectura transformativa, y para cambiar nuestro hacer, lectura formativa. También está una modalidad de la formativa, que es aquella lectura que responde a nuestros intereses culturales, a nuestra sed de saber: la lectura informativa. Y desde el punto de vista del volumen, de la diversidad y de la inducción social, la lectura formativa, orientadas a mejorar, enfocar y optimizar nuestro hacer, es la que predomina en nuestra cultura. Los resultados de lectura son distintos según su propósito: placer y emoción, en la lectura recreativa; cambio profundo en el ser, en la lectura transformativa; mejoría en el desempeño en la lectura formativa; ampliación de nuestro bagaje cultural, en la informativa. A distintos propósitos, distintas maneras de leer. Voy a concentrarme, a seguida, en qué buscar en los libros formativos: técnicos, profesionales, informativos, etc., dado que, como expresé, este tipo de lectura es la que predomina en cantidad, pues nuestras escuelas y universidades, institutos y centros de capacitación, son el tipo de libros que mayormente recomiendan, ya que todos se articulan

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en torno al hacer, en torno a la formación de habilidades, destrezas y saberes en los individuos.

Un libro no es un soporte Antes es oportuno que distingamos entre lo que un libro es y lo diferenciemos de lo que significa simplemente un soporte. Los libros han tenido a través de la historia distintos soportes, desde huesos hasta metales; desde las piedras al barro; desde la cera hasta los mosaicos; desde el papiro hasta el pergamino; desde la madera a la seda; desde el papel hasta el más reciente y asequible de la pantalla digital, el soporte llamado a protagonizar la más profunda revolución en el saber, la lectura y la cultura de todos los tiempos. ¿Qué es un libro? Es un escrito de cierta extensión apto para y cuyo propósito es, ser leído. La UNESCO ha establecido que, para ser llamado como tal, su tamaño tiene que superar las 49 páginas: 25 hojas mínimo. Menos de 49 le da al escrito categoría de folleto. En muchos aspectos, el libro es el máximo logro de esa valiosa herramienta de cultura y civilización que es la escritura, el invento humano que nos sacó de la prehistoria y nos introdujo en la historia, y del que los primeros indicios conocidos nos remiten a los sumerios y demás pueblos de la Mesopotamia.

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Los soportes indican las tecnologías y niveles de civilización que alcanzaron las distintas sociedades. No más. Lo mismo el nivel de estilización de ese instrumento que es la escritura, originada en los pictogramas y glifos primitivos y que ha evolucionado y se ha perfeccionado con el paso de los siglos. Distintos pueblos crearon mitos sobre el origen de la escritura. Los sumerios la atribuyeron a Enmerkar, rey de Uruk. Los aztecas al dios del viento Quetzalcóatl, la “serpiente emplumada”, inventor también de las artes. Y los mayas al dios del tiempo Itzamna. Los egipcios a Toth, el protector de los escribas y dios de las artes. Y los chinos a Chang Ji, enviado de Huang Di, el “dios amarillo”. Hay quienes se enamoran de un soporte, idealizándolo. No creo que se produzcan libros más hermosos, trabajados con mayor primor y que reunieran mayores talentos que los manuscritos medievales. Eran tan apreciados que se daban como regalos reales. Imagino lo traumatizado que quedaron algunos privilegiados cuando aquellas joyas fueron sustituidas por las vulgares y visualmente desaliñadas hojas de imprenta. Sin embargo, unas décadas después los gabinetes de copistas eran cosa del pasado. La imprenta, la galaxia Gutenberg, los arrojó a la historia.

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Ahora pasa lo mismo con los lectores digitales y la difusión digital del libro: las imprentas son cada vez más artefactos obsoletos. Lo mismo el libro impreso. En mi personal opinión, yo soy un enamorado del contenido, no del soporte. Y en esa perspectiva es que valoro las inmensas posibilidades de democratizar el acceso al libro que proporciona la difusión digital de obras, ya que su multiplicación es de escasísimo costo y lo hace inmensamente asequible. Yo, que acabo de pagar RD$2,250.00 por el tercer volumen de la trilogía de Vitali Shentalinski sobre los escritores represaliados por la KGB estalinista (con los distintos nombres que adoptaba según la época: Checa, GPU, NKVD, etc.), libro que considero excesivamente costoso, US$59.21 dólares, y conste que es uno de tres tomos, no el precio de los tres, creo que una copia digital contiene el mismo contenido y saldría por menos de diez dólares. Es de ese tipo de costo excesivo que los libros digitales están llamados a salvarnos.

¿Qué podemos encontrar en un libro? Circunscribiéndonos a los libros formativos y a los informativos, que son por mucho la mayoría de los libros existentes, aunque la masa de libros religiosos es también significativa y en crecimiento (lectura 84


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transformativa), es oportuno definir qué buscar y encontrar en ellos, lo que puede ser útil para orientar la atención del lector y guiar su trabajo. Soy de la opinión de que la actitud con que interactuamos con un libro depende en mucho del tipo de lectura que realicemos. Así, la lectura transformativa, orientada a cambiar nuestro ser, se medita. La lectura recreativa, cuyo propósito es producirnos placer y emocionarnos, se disfruta. Las lecturas formativa e informativa, pero en particular la formativa, se trabajan. La acción de leer es común a los tres tipos de lectura, pero la formativa/informativa demanda una labor activa más que pasiva: queremos adueñarnos de una información, extractarla, internalizarla, incorporarla a nuestro haber. Trabajar un libro nos impone operar con una serie de recursos, de instrumentos intelectuales, para extraer la información, sistematizarla, categorizarla y contrastarla contra otras informaciones recopiladas o ya parte de nuestro bagaje cultural. No voy, por mi tema elegido, a entrar en algunos de esos valiosísimos recursos, ellos serán motivo de un próximo artículo. Ahora quiero limitarme a los siete tipos de informaciones que podemos extraer de un libro. ¿Cuáles serían estas siete tipos mayores de informaciones que podríamos encontrar en un libro formativo o en uno informativo? En mi opinión son: 85


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1. Conceptos; 2. Teorías; 3. Procedimientos; 4. Datos; 5. Ejemplos e historias de apoyo; 6. Creencias y opiniones. 7. Cuadros y esquemas. Veámoslos en detalle.

Los conceptos, las herramientas de pensar Los conceptos son las herramientas mentales que nos permiten comprender nuestras experiencias, organizar el mundo y pensar. Cada disciplina se organiza en base a un conjunto de conceptos que le dan su especificidad, definen su campo de autoridad, establecen una manera de pensar el caso o situación, crean una jerga o lenguaje especializado y una forma de interpretar los hechos. Así un abogado, un policía y un psicólogo, frente al mismo fenómeno, no lo piensan de la misma manera pues tienen conceptos, jerga y forma de interpretar distintos. Lo mismo: un botánico, un agricultor y un jardinero ven y reaccionan de manera distinta a la misma información de la vegetación de un terreno, pues sus conceptos y maneras de pensar aprendidas los precondicionan para ello. Donde uno de ellos se sorprende y emociona, otro hace un gesto de desagrado o de aburrimiento. 86


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Los conceptos orientan nuestra atención, guían nuestra búsqueda, nos ayudan a estructurar y organizar en nuestra mente la realidad exterior. Previo a tenerlos, todo se presenta como un batiburrillo, un caos, un desorden: algo confuso, inasible, abrumante. De ahí la importancia de que nos pertrechemos de los conceptos que emplea el escritor, que los destilemos e individualicemos. Ellos son los peldaños por los cuales podremos acceder a sus tesis y al disfrute de sus aportes.

Las teorías, las explicaciones generales El cerebro es una máquina prodigiosa inventora de explicaciones. Es la fuente de toda teoría. Somos animales teóricos, necesitamos encontrarle sentido a las cosas, entenderlas y poder explicarlas. Toda teoría es una construcción mental que empleamos para explicarnos y explicar a otros un fenómeno o cualquier asunto. En tanto construcción mental, existe en nuestra mente, no fuera. Y su validez depende de que resista el desafío de la comprobación, de la verificación, de la lógica. Así, toda teoría existe para ser desafiada y reemplazada por una explicación mejor. Las teorías son modelos explicativos útiles, pero no restrictivos. 87


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Tampoco verdades incontrovertibles, aunque algunos quieran imponérnosla como tales. Toda explicación, toda teoría, conviene tomarla como una hipótesis provisional que indica lo mejor que hemos podido estructurar a partir de los datos que hemos reunido, la tecnología de la que disponemos y el punto de vista que hemos adoptado. Cambios futuros en los datos, en la tecnología o en el punto de vista van a cuestionar dicha explicación y nos permitirán construir una mejor, que seguirá funcionando no como verdad última, sino como hipótesis provisional, como momentáneo hito del nivel de comprensión del mundo exterior o de los hechos sucedidos que hemos podido alcanzar con los medios y recursos de los que disponemos. Aferrarse a una teoría, a una explicación, absolutizarla o quitarle el rango de hipótesis provisional para darle la categoría de verdad definitiva es uno de los singulares errores en que caemos los humanos una y otra vez. Eso nos conduce a la irracionalidad, a la intolerancia, a perseguir y penalizar la disidencia, a eliminar por la fuerza la controversia, a anular no sólo la discrepancia sino también a los discrepantes. Es esa búsqueda del pensamiento único que se niega a aceptar que toda creencia, toda explicación, toda teoría no es más que un pálido acercamiento a una realidad que siempre será elusiva, que nunca podrá ser agotada del todo, que siempre contendrá un 88


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misterio a resolver que nos desafía a desvelarlo y que siempre nos incitará a ir más allá, a no conformarnos con lo sabido porque nos queda aún mucho por conocer.

Los procedimientos, o las maneras de actuar Si bien conceptos y teorías son útiles, lo más útil que existe son los procedimientos, el cómo lograr algo. Un procedimiento normalmente es una secuencia de acciones que operan en un orden y nos llevan a generar un resultado. Es el dominio y la maestría en el procedimiento lo que distingue a quienes tienen el mayor renombre en cualquier disciplina. Es importante entender que un procedimiento puede ser válido y útil al margen de la teoría que lo explica y del cual se propone como demostración. Los ejercicios yoga o las disciplinas marciales orientales: karate, jiu jitsu, no obligatoriamente validan las teorías religiosas: el budismo o el taoísmo, que les dieron origen. Son útiles al margen de ellas, incluso pese a ellas mismas. Contrario a la opinión general, en un libro no están contenidos conocimientos. El conocimiento es algo que sólo está contenido en las células y se revela en el

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comportamiento: el conocimiento es celular y comportamental. Un ejemplo de lo anterior es el saber conducir un vehículo. Todo el cuerpo ha aprendido. No es algo exclusivamente intelectual, es sensorial y corporal, y se ha construido como reflejo y automatismo. Lo mismo una habilidad o disciplina artística, como el pintar o el escribir. O marcial, como el judo o el karate. O deportiva, como el tenis o el beisbol. O tecnológica, como la mecánica. O profesional, como la cirugía. Los libros contienen información, no conocimiento. Esa información nos sirve para, al ponerla en práctica, validarla, verificarla y construir a partir de ella nuestro conocimiento, que es una experiencia individual y, como vimos, celular, no únicamente racional o intelectual, sino corporal e integral. Y los procedimientos, los pasos a seguir para alcanzar un determinado resultado, son de singular importancia. Al conocerlos, tenemos entonces que practicarlos con la asiduidad y la paciencia apropiados, autocorrigiéndonos y, preferentemente, asistidos de un coach o mentor que funcione como retroalimentación exterior de nuestro hacer, papel que en las escuelas y universidades juega el profesor. Al aprender un procedimiento conviene mantener en mente toda la humildad que rezuma el proverbio japonés que reza: “Para tener la idea de un movimiento, hay que hacerlo mil veces. Para 90


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conocerlo, hay que repetirlo diez mil veces. Y para poseerlo, hay que realizarlo cien mil veces”.

Los datos, las evidencias que respaldan todo Otro tipo de información que aportan los libros y que podemos extraer de ellos son los datos. Los datos son información objetiva, comprobada, que sirven para respaldar y dar visos de credibilidad a las teorías y las opiniones del autor, aportándonos elementos verificables para apoyar lo que se expone. Como lectores tenemos que entender por igual que las mentes les juegan malas pasadas a sus dueños, incluyendo las nuestras a nosotros. Y suelen producir sesgos cognitivos, elegimos unas cosas y pasamos por alto otras, generando una percepción selectiva que nos engaña. De ahí que seleccionemos unos datos, resaltemos unos datos, e ignoremos o desestimemos otros. Escogeremos aquellos que fundamentan, apuntalan, corroboran y confirman nuestras apreciaciones y puntos de vista. Y ocultaremos, en muchas ocasiones de forma inconsciente o por considerarlos simples excepciones a la norma, irrelevantes en sí, aquellos que contradicen, cuestionan o desmienten nuestro punto de vista. 91


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De ahí la utilidad de hacerse preguntas al leer. Y una de ellas conviene que sea: ¿Qué datos faltan? ¿Qué datos desmienten estos que están acá? ¿Qué otra conclusión posible podríamos extraer de los datos suministrados? Cualquier autor, incluido yo, de la mejor buena fe puede llegar a conclusiones erróneas, a apreciaciones incorrectas, a pensamientos falaces. Y sería un soberano error leer con fe, dando credibilidad total a una exposición. Un sano excepticismo siempre es eso: sano, conveniente, inteligente. Suponer que cualquier persona puede ser víctima ciega de sus propios sesgos cognitivos y justificar, mediante una selección acomodaticia de datos, sus propios prejuicios es tener una idea bastante realista de cómo operamos mentalmente los seres humanos. De hecho, todas las aberraciones y todos los crímenes pueden ser perfectamente racionalizados y justificados por sus autores. Un ejemplo de ello es Chris Kyle, un francotirador del ejército norteamericano que se ufana en decir que mató en Irak a unas 255 personas y que “no se arrepiente”.

Ejemplos e historias de apoyo, los reforzadores de credibilidad Otro elemento valioso son los ejemplos y las historias de apoyo. No hay libro que no cuente con anécdotas y 92


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relatos que sirvan para ilustrar y reforzar las teorías y las opiniones expuestas. Los humanos siempre tenemos hambre de historias. Nos encantan. Son nuestra manera preferida de aprender. Y los libros las contienen por montones. Las historias operan como ejemplos, ilustraciones, guías, demostraciones, confirmaciones. Las grandes tradiciones religiosas se construyen alrededor de historias, mitos fundacionales, que funcionan como modelos ejemplares, teorías de la creación y guías de comportamiento. Los grandes maestros espirituales: Lao Tse, Buda, Mahoma, Jesús, fueron maestros en el arte de encantar mediante historias a sus audiencias. Jesús mismo, incluso, explicó por qué recurría a las parábolas. Era un profundo conocedor del corazón humano. Al incluir ejemplos, historias, anécdotas, añadimos el toque humano fundamental a la aridez de la teoría, ilustramos de forma práctica, apelando a la imaginación y colocándola en contexto, acercando las mentes de nuestra audiencia a sus vivencias y al fondo experiencial que poseen, para una mayor comprensión. Las historias, anécdotas y ejemplos incluidos son un oasis refrescante dentro de cualquier exposición. Nos reenganchan a las experiencias humanas, a los comportamientos, pasiones y referentes con los que estamos mayormente familiarizados.

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Creencias y opiniones, el punto de vista del autor También están las opiniones y creencias de quien escribe. Estas recubren todo lo expuesto y determinan no sólo el punto de vista, sino incluso la selección de ejemplos y la selección misma de las palabras y las oraciones. Aquí conviene recordar que toda comunicación posee un propósito, una intención, una meta y un interés. No hay comunicación inocua, inocente o “desinteresada”. Su misma existencia es la mejor demostración del interés subyacente a ella. Por lo mismo, siempre es conveniente hacernos preguntas: ¿Qué quiere el autor que pensemos? ¿Cuál es su pretensión? ¿Qué quiere el autor que hagamos a partir de lo que nos dice? Entender y aceptar la intencionalidad ajena en nada menoscaba el valor o la justeza o la pertinencia de la comunicación. Simplemente nos exige evaluar activamente y no aceptar pasivamente aquello que se nos propone. Ignorar los sesgos cognitivos, los intereses subyacentes, la visión siempre parcial y limitada que como humanos tendremos sobre cualquier tema o

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asunto, es caer nosotros mismos en una ingenuidad peligrosa. Mi visión como autor es parcial y limitada. Eso tengo que aceptarlo de entrada. Está mediada por mis intereses, por mis sesgos cognitivos particulares, por mis prejuicios, por los datos de que dispongo o la manera en que los proceso. Entender eso me precave contra mí mismo, me mantiene abierto a nueva información, a explorar otros puntos de vista, a negarme al fanatismo o a la incondicionalidad bovina. Y lo mismo te recomiendo, lector amigo. La credulidad es una actitud errónea. Por igual la desconfianza patológica, más cercana a la paranoia que a la sana conducta racional y sensata. Como lector nuestro deber es cuestionar las opiniones, creencias y aseveraciones del autor. Demandar que nos las pruebe, justifique, fundamente y valide. Y recordar que aún el más completo de los esfuerzos siempre es una conclusión provisional, momentánea: lo mejor que hemos podido alcanzar dado los datos de que disponemos, el nivel tecnológico que está a nuestro alcance y los modelos de pensar y procesar información que hemos aplicado. Cambios en datos, tecnología o modelos de pensar nos llevarán a otras conclusiones, tal vez más eficientes, probables, lógicas y útiles. De eso trata la

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ciencia, de construir continuamente, al desafiar las conclusiones existentes, mejores conclusiones.

Cuadros y esquemas, la formalización de los datos Los cuadros y esquemas son recursos utilísimos para compendiar, resumir, condensar y demostrar vínculos y secuencias en la argumentación del autor. Ayudan a dar una visión de conjunto aprovechando su estructuración visual. El cuadro y el esquema son recursos sinópticos de alta formalización y abstracción. Su manejo nos demanda un mayor nivel mental que la simple lectura, nos enseña a categorizar, estructurar y jerarquizar la información, al igual que a establecer sus vínculos y secuencias lógicas o procedimentales. Los cuadros y esquemas de relaciones lógicas sirven al expositor para clarificar al lector lo realmente importante y significativo. De ahí que sean tan importantes a la hora de leer y desentrañar lo que un autor nos expone. En esta categoría no sólo caben los cuadros sinópticos y los esquemas, sino también las tablas y otros recursos ideográficos para sistematizar, formalizar y estructurar la información. Por su valor de condensar y exponer de manera visual la información relevante, destacando sus 96


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relaciones lógicas y secuenciales, son un muy valioso tesoro a buscar y encontrar en los libros y, si no existen, nosotros construirlos a partir de la lectura que hagamos.

Extraiga esos siete tesoros. No son los únicos Conceptos, teorías, procedimientos, datos, historias de soporte, opiniones y creencias, cuadros y esquemas son siete tesoros que están presentes en los libros formativos e informativos. Y no son los únicos. Son siete tesoros dignos de ser extraídos, apreciados, aprovechados y compartidos. Más, para poder obtenerlos, es importante saber que existen y que podemos apropiarnos de ellos. Otros tesoros que podemos encontrar en los libros son las imágenes. Y también están los resúmenes. Y son igual de útiles y valiosos. Y admito que esta enumeración no agota todo lo que podemos encontrar. Los libros están repletos de aportes que entregarnos. Nos enriquecen. Nos amplían. Nos extienden. Nos impulsan. Nos expanden. Nuestra civilización, nuestros logros, lo mejor de lo que hemos alcanzado como especie, debe casi todo a ellos. 97


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Con ellos, podemos repetir, con el inmortal poeta del Siglo de Oro español y figura mayor del Conceptismo, Francisco de Quevedo y Villegas, que escuchamos con nuestros ojos a los muertos y podemos entrar en conversación con los difuntos. Unen mentes por encima del tiempo, los espacios, las lenguas y las culturas. Son la sociedad de las inteligencias y los talentos más fecunda que pueda existir. Volviendo a Quevedo, ellos “enmiendan o fecundan” nuestros asuntos. Son una compañía invalorable. Y el acceso a ellos es el mejor regalo que como humanos podemos obtener. Nunca podremos alcanzar nuestro mayor nivel en ningún plano sin su concurso. Son indispensables para cualquier desarrollo, cualquier progreso. Como individuos, como sociedad, como país, como cultura y como civilización. De hecho, son el signo mayor de toda cultura y toda civilización.

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Cómo extraer la información relevante al leer “Leer les dará una mirada más abierta sobre los hombres y sobre el mundo, y los ayudará a rechazar la realidad como un hecho irrevocable. Esa negación, esa sagrada rebeldía, es la grieta que abrimos sobre la opacidad del mundo. A través de ella puede filtrarse una novedad que aliente nuestro compromiso.” Ernesto Sábato

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Leer es comprender. La comprensión consiste en la recreación mental de una idea a partir de información proporcionada por una fuente, que es consistente y está en correspondencia con la propuesta por la fuente original. La comprensión es el resultado de una transferencia de información: del libro al cerebro del lector. ¿Cómo nos aseguramos de extraer la mayor cantidad de información posible del texto leído, en particular la relevante? Ese es el tema que vamos a abordar. De entrada, digamos que comprensión y repetición de lo leído son dos cosas bien distintas. Comprensión implica entendimiento, asimilación, aprehensión por la mente de los distintos tipos de información que el autor expone, incluyendo aquellas que están implícitas o que podemos inferir. Y añado, aquella que no aparece y cuya ausencia también podamos establecer, sea por lógica o en contraste con la información que ya es parte de nuestro bagaje cultural. Repetición simplemente es retención en la memoria de lo leído y no obligatoriamente implica que fue discernido, discriminado, clasificado y organizado en nuestras mentes. De lo anterior se deduce fácil que la comprensión es un proceso activo, no pasivo. Demanda que cuestionemos el texto de forma que le extraigamos la mayor cantidad de información posible, incluyendo aquella no explícita o aquella que por su ausencia 100


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también destaca, relevante a nuestros propósitos. Y conviene que tengamos una idea de los recursos que podemos emplear para extraer información de un libro o un texto.

¿Cuál es la información relevante? La información relevante es aquella pertinente a nuestros propósitos. Puede incluso que esa información sea, en otros contextos, totalmente secundaria e irrelevante. Por ejemplo, si mi propósito es establecer las familias tipográficas más utilizadas en la composición de libros, algo de carácter formal y con muy poco, si es que hay alguno, vínculo con el contenido del texto, la información relevante tiene que ver con la tipografía del libro y no con las ideas expresadas en él. Pero este suele ser un caso excepcional, no la regla. Por lo general, la información relevante tiene que ver con el contenido. De nuevo, en ocasiones tiene que ver con la manera de la expresión, el estilo, por ejemplo, en los estudios de estilística sobre un autor, pero esta, de nuevo, suele ser la excepción y no la regla. Al leer, lo primero entonces es definir un propósito: ¿Con qué objetivo leemos?

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Ya sabemos que, según nuestro propósito, existen tres tipos distintos de lectura: la lectura transformativa, aquella orientada a impactar y cambiar nuestro ser, que opera sobre nuestra identidad, valores, principios y visión del mundo; la lectura recreativa, centrada en la expresión y en la construcción formal del texto: poemas, novelas, cuentos, dramas, comedias, tragedias, etc., cuyo principal fin es deleitarnos, producirnos una sensación de placer estético; asombrarnos y conmovernos; y por último tenemos la lectura formativa, que suele dividirse en dos tipos: la procedimental, orientada a enseñarnos a hacer algo, y la informativa, que nos explica algo y nos amplía el fondo cultural sobre ese tema. Así un libro sobre cómo se redacta una noticia, corresponde a la procedimental, mientras que otro sobre la historia del periodismo corresponde a la informativa. Por igual, es importante que diferenciemos la estrategia de lectura apropiada a cada tipo de lectura. Así, la lectura transformativa se medita, lo importante es el tiempo que dediquemos a pensar los distintos fragmentos que leamos. Los hindúes desarrollaron una técnica: el mantra, la repetición de una frase que opera como leit motiv hasta producir lo que ellos llaman “la iluminación” o “efecto Eureka”. De ahí la expresión del salmista: “En tu palabra medito noche y día”.

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La recreativa se lee con un sentido de fruición, de disfrute, de goce. Nos dejamos atrapar con la destreza compositiva, por la elegancia o novedad expresivas, por el enfoque creativo del autor. No es tanto el tema o el contenido sino la manera peculiar en que el autor nos lo presenta, lo que nos impacta. En la forma en que lo hace es que está la creatividad, la originalidad y el aporte artístico. Y la formativa, en ambas modalidades: procedimental o informativa, se trabaja, pues la tarea es extraer y transferir del libro a la cabeza del lector la información. Centrándonos en la lectura formativa en sus dos modalidades principales: la procedimental y la informativa, la explicitación en nuestra mente de cuál es nuestro propósito al leerlo, qué buscamos, qué queremos saber, de qué queremos enterarnos, cuál asunto nos mueve a leerlo, es la primera y más importante tarea que tenemos que cumplir. Es la respuesta a esa pregunta la que determinará cuál es la información relevante, si es que existe alguna en el libro. La relevancia o importancia depende del lector, no del autor. Este, el autor, produjo una información que podría ser relevante para unos e irrelevante para otros, dependiendo de los intereses o propósitos de aquellos, lo cual es totalmente ajeno al autor.

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Los siete principales tipos de información en un libro Refresquemos cuáles son los siete principales tipos de información disponibles en un libro: 1. Definiciones y conceptos 2. Teorías o explicaciones generales 3. Procedimientos o pasos a implementar para producir X resultado 4. Datos, hechos concretos que fundamentan las teorías 5. Ejemplos e historias de apoyo, que ilustran y permiten al lector hacerse una idea más clara de lo que el autor quiere transmitir 6. Creencias y opiniones, que transmiten el punto de vista, la visión y los valores del autor con respecto al tema y a su idea de la vida. 7. Cuadros y esquemas, que sintetizan, de manera gráfica y vinculante, las ideas principales para facilitar la comprensión de lo que el autor considera importante resaltar. Además de estos siete principales rubros de información, un libro puede contener otros: fotografías y dibujos, mapas, referencias y fuentes documentales, elementos de diseño, etc., todos válidos y en ocasiones relevantes para el lector,

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incluso por encima de los siete principales ya descritos. La relevancia es atinente al lector, no al autor. De ahí que el mismo libro sea valorado en forma radicalmente distinta según el lector y sus propósitos. La primera tarea para extractar de un libro la información contenida en él es clasificar y distinguir la información contenida. Eso nos obliga a una lectura activa del mismo. Esto lo podríamos hacer asignando una letra-código a cada una de los siete principales tipos de información, de manera que podamos ir leyendo y, a la vez, definiendo en qué tipo encaja: C para definición o concepto T para teoría o explicación P para procedimiento D para datos H para ejemplos e historias O para creencias y opiniones E para cuadros y esquemas Al leer y simultáneamente clasificar la información, vamos descomponiendo en los distintos tipos la información que leemos. Eso nos conduce a una lectura inteligente.

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Emplear un neuroformato El paso siguiente sería emplear un neuroformato, una forma de esquematizar la información estructurándola visualmente. Tal vez el tipo de neuroformato más conocido es el mind mapping o mapa mental, creado por el británico Tony Buzan. Al estructurar la información de manera visual, podemos emplear los distintos tipos de neuroformatos: el transversal, el radial, el de espina de pescado o el secuencial, que son los cuatro principales, según el tipo de información que tengamos para trabajar y la versatilidad que el neuroformato nos proporcione para nuestros objetivos. En general, si tomamos un capítulo de un libro, tendremos el tema del mismo como eje central del que se desprenderán las distintas ramas que corresponderán a los subtemas o subtítulos. Alrededor de estos subtemas, vinculándose gráficamente a ellos por líneas o rayas, colocaremos la información relevante en forma de conceptos o frases resumidas. Este tipo de artilugio nos permite, de un vistazo, tener una idea bastante buena del contenido del capítulo. Apela, además, no sólo a nuestro hemisferio

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izquierdo lógico y verbal, sino al hemisferio derecho visual y de síntesis. Estructurar la información apoyándonos es un neuroformato es un poderoso medio de clasificar, organizar y visualizar la información disponible en un capítulo de cara a su aprehensión y asimilación. Una gran ventaja de la Internet es que hay softwares de neuroformatos disponibles de manera gratuita, además de que el acceso a fuentes alternativas de datos, Wikipedia, por ejemplo, nos permite contrastar, profundizar, fortalecer la información que buscamos incorporar a nuestro haber. El uso de neuroformatos para tratar la información, en particular aquella que corresponde a lectura formativa, nos facilita aplicar de manera creativa y eficiente la lectura al propósito de adueñarnos de la información, transfiriéndola de la página a nuestro cerebro.

Elaborar un resumen del capítulo Otro recurso útil es el elaborar un resumen del capítulo, localizando y coordinando las ideas centrales expuestas en él y la tesis principal del autor. El resumen permite concentrar la información más importante, aislándola de otra accesoria o

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complementaria, de forma que se nos haga más fácil diferenciarla y apropiárnosla. Al elaborar un resumen nos obligamos a discernir en cada párrafo cuál es la idea central, que como sabemos puede estar al comienzo, en el medio, al final o implícita, sin que esté declarada en ninguna de las oraciones del párrafo. Y al vincular dichas oraciones podemos articular el pensamiento del autor, su tesis sobre el tema, y el razonamiento que lo lleva a ella o por el que la justifica. Al resumir, en ocasiones tenemos que condensar y simplificar lo que el autor expone, así que no se trata de simplemente seleccionar y transcribir frases. Por el contrario, se trata de un proceso activo de identificación y reelaboración de las ideas expuestas, que nos forza a encontrar, aislar, refrasear y conectar ideas, buscando que reproduzcan con fidelidad aquello que el autor expone. No se trata, en el resumen, de exponer nuestras discrepancias o destacar las limitaciones o insuficiencias en que el autor incurre. Buscamos simplemente condensar al máximo el pensamiento de este, liberándolos del follaje accesorio de las ideas secundarias y la fraseología innecesaria. Tampoco el resumen es tan breve como lo sería una sipnosis. Mientras esta busca dar una idea general de un texto de la forma más breve posible, el resumen, en nuestro caso de un capítulo, busca exponer las 108


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ideas principales expuestas en este, así como el tema del mismo y la tesis del autor, separándolos de las ideas secundarias, complementarias o de apoyo aportadas por el autor, de forma que sea más clara la comprensión del mismo.

Preparar esquemas y cuadros sinópticos El esquema y el cuadro sinóptico son recursos que combinan las ideas centrales, presentadas sus vinculaciones, jerarquía y secuencia, de forma gráfica para una captación del conjunto en sus relaciones, orden y sucesión. Al combinar las palabras, elementos propios del hemisferio izquierdo del cerebro que se especializa sobre todo en las funciones lógicas, analíticas y verbales, con la presentación gráfica que corresponde más al hemisferio cerebro del cerebro que es visual, sintético y analógico, los esquemas y cuadros sinópticos son, al igual que los neuroformatos y mapas mentales, maneras bien efectivas de involucrar en el aprendizaje a todo el cerebro, pues aprovechamos las especializaciones diferenciadas de ambos hemisferios cerebrales. Tanto a los esquemas y cuadros sinópticos como a los neuroformatos, podemos agregarles estímulos que 109


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apelen al hemisferio derecho del cerebro, al que tradicionalmente se le asocia a la memoria de largo plazo, como imágenes, dibujos, colores, formas, etc., que lo personalicen, hagan más atractivos y favorezcan la retención y la recuperación aportándonos claves mnemotécnicas útiles. Al igual que el esquema, del cual en cierto sentido es una variable, el cuadro sinóptico es una estrategia imagoverbal de presentar un contenido de manera organizada, sencilla y condensada. Por lo general, suelen emplear llaves y presentarse en forma de diagramas. La preparación de esquemas y cuadros sinópticos permiten organizar, jerarquizar, secuenciar y vincular las ideas y conceptos, de manera que, mediante un simple vistazo, podamos recrear en nuestra mente el contenido leído. Ayudan también para destacar lo principal de lo accesorio y para tareas relacionadas con la aprehensión, internalización, localización interna (mediante asociaciones significativas) y recuperación de la información importante.

Clarificar los procedimientos Otro paso importante es poner en claro los procedimientos.

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En ocasiones estos son explicitados de forma expresa por el autor, que nos los presenta como serie de pasos secuenciales que nos llevan a producir un resultado deseado. Cuando no es así, tenemos que destilarlos y, en no pocas ocasiones, organizarlos y completarlos si lógicamente hay pasos intermedios no explicitados o sugeridos, pero que en nuestra opinión faltan y se necesitan. Aunque los procedimientos se consideran la aplicación lógica en la práctica de una determinada teoría, estos no obligatoriamente justifican y validan las teorías generales que los proponen como derivación aplicacional de las mismas. Un procedimiento puede ser 100% útil y provechoso aunque la teoría general que lo propone sea falaz. Y, por el contrario, una teoría puede tener lógica y viso de veracidad aunque el procedimiento que proponga sea incorrecto o falle en sus propósitos. Los procedimientos tienen, en su exposición, que responder al sentido común y a la lógica. Pero en su aplicación tienen que mostrar su utilidad y generar el resultado para el cual ellos se proponen como camino. A veces, desestimamos un procedimiento por estar en desacuerdo con la teoría que le sirve de sustento. Y otras, cuestionamos una teoría simplemente porque el procedimiento falla. Ambas posiciones son

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erróneas, pues se trata de dos elementos totalmente distintos, aunque se propongan vinculados. La teoría es una explicación general de un fenómeno. El procedimiento es una secuencia de acciones llamadas a generar un resultado predeterminado. En la vida práctica dependemos de los procedimientos más que de las teorías, pues ellos guían nuestros comportamientos de cara a generar un resultado previsto. Y mucho de lo que se llama instrucción, enseñanza o capacitación tiene que ver con adiestrar a las personas en el conocimiento, práctica y dominio de un procedimiento, más que en el manejo (sin restarle valor e importancia) de los conceptos y teorías que les sirven de sustento. La maestría es asunto de destreza en el procedimiento y experiencia e su aplicación, que nos produce confianza en el ejecutor. Y esa maestría proviene de la repetición mejorada que va generando un fondo experiencial en el ejecutante que le da confianza y referencias frente a cada situación afrontada del mismo tipo. Mismas que son la fuente de la inseguridad y torpeza del principiante.

Cómo transformar la información en conocimiento Aunque se suele incurrir en el error de considerar que en los libros hay conocimientos, ignorando que el 112


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conocimiento sólo puede ser experiencial y de base celular-motriz, es decir, corporal, y no simplemente intelectual (incluso, de hecho, el real conocimiento es emocional, no simplemente racional, pues la emoción opera más sobre nuestra conducta que la simple razón), lo cierto es que en los libros nos ponemos en contacto con la información que nos proporcionan otros, fruto ella, eso sí, por lo general, del conocimiento que adquirieron y que nos comparten. Nuestra tarea, entonces, es apropiarnos de esa información, incorporarla y transformarla en conocimiento. Es un proceso que nos cambia. En ocasiones puede incluso cambiar nuestro ser, nuestra identidad misma, nuestros valores y creencias mismos. Pero sobre todo se orienta a transformar nuestro hacer, nuestros comportamientos. Transformar la información en conocimiento no es un evento, es un proceso. Pasa por primeramente apropiarnos de ella, adueñárnosla, asimilarla. Y para ello empleamos estos distintos herramentales de aprendizaje: 1. La clasificación en tipos; 2. Los neuroformatos; 3. El resumen; 4. Los esquemas y cuadros sinópticos; y 5. La elucidación de los procedimientos. Ahora podemos vincular esta información con nuestro fondo o bagaje cultural: nuestra experiencia del tema; otras lecturas y fuentes; referencias de 113


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terceros, etc., que nos ayuden a contrastar, ampliar, perfilar, completar o modificar lo leído. Y entonces, validarlo o verificarlo mediante nuestra experiencia práctica. Eso significa también que aceptamos que empezaremos a experimentar y que cometeremos torpezas, incurriremos en errores, tendremos intentos fallidos, aprenderemos de nuestras equivocaciones y volveremos una y otra vez a intentarlo hasta ir creando confianza en nuestra acción, el fondo experiencial interno que nos permita autocorregirnos y perfeccionarnos, mediante la práctica reiterada y autocorrectiva típicas del proceso de la fase de ir de la competencia consciente hasta ir la competencia inconsciente propia de la maestría. Equivocarse es aprender. Fallar es aprender. No es nada vergonzoso ni denigratorio. Por el contrario, es una etapa valiosa e importante en el aprendizaje en tanto es en ella que se construye el bagaje experiencial de fondo que sirve para la formación de la maestría ejecucional. Al exponernos una y otra vez a la frustración de no hacerlo de manera ideal e ir corrigiendo mediante prueba y error nuestro hacer, iremos ajustando la acción hasta hacerla cada vez más precisa, efectiva y productiva. Lamentablemente muchas personas, al desconocer que esa es una etapa necesaria, importante y valiosa del proceso de aprendizaje, se desalientan y 114


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abandonan, pues pretenden hacerlo bien al primer o segundo intento, cuando lo correcto es hacerlo, pues, salga como salga, siempre ganamos. Y al no hacerlo, siempre perdemos.

La función del libro es cambiarnos El libro es un instrumento de cambio social poderoso. Su función, su tarea, es impactar en nuestras vidas: sea en nuestra esencia e identidad, lectura transformativa; en nuestro gusto y percepción, lectura recreacional; o en nuestro hacer, lectura formativa en sus dos modalidades: procedimental o informativa. En tanto su papel o función es cambiarnos, ese cambio es lo único que en realidad nos muestra si el libro cumplió su cometido: no su simple lectura. Por desgracia, se ha propalado una visión del libro simplemente declarativa que nos lleva a hablar de ellos, a leerlos y a repetir lo que dicen, sin permitir que ellos cumplan su tarea y nos cambien. Un libro que nos deja igual fue una pérdida de tiempo. Y, de hecho, muchas personas pueden señalar libros y autores que marcaron sus vidas de manera profunda, abriendo puertas, expandiendo la mente, 115


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desvelando una comprensión mayor de un tema, elevando el espíritu y empoderando y potenciando a la persona. Leer nos reta a pensar. Alimenta nuestra inteligencia y enriquece físicamente nuestro cerebro y nuestras vidas, lo cual está suficientemente probado. El leer cambia físicamente el cerebro al impulsar nuevas conexiones sinápticas entre las neuronas, al provocarnos en el cerebro nuevas vías neurales y al fortalecer otras. La lectura, lo que incluye no sólo la descodificación de lo leído y su comprensión, sino también, y principalmente, la aplicación en nuestras vidas y modos de conducirnos de lo que leemos, mejorando y perfeccionando nuestro hacer y, como consecuencia, la calidad y cantidad de nuestros resultados, es un poderoso medio de cambio personal. Cambia nuestra percepción. Nuestro entendimiento. Nuestro comportamiento. Y nuestros resultados. Y como consecuencia del cambio personal y su influencia en nuestro entorno, es una fuente de cambio social, pues otros copiarán las conductas y nuestro ejemplo será su escuela. Y en una sociedad que evoluciona hacia el conocimiento como su principal fuente de crear valor, leer de manera eficiente constituye el único medio de mantenernos competitivo, de ampliar nuestra empleabilidad, nuestra competencia y nuestras posibilidades de éxito. 116


Los 7 tesoros a encontrar en un libro Aquiles Juliรกn

Colecciรณn Lectofilia digital 1/ palabra dada

/ ensayos

Aquiles Juliรกn

2/ Argucias contra el tiempo /poemas Aquiles Juliรกn 3/ Los 7 tesoros a encontrar en un libro /

Aquiles Juliรกn

ensayos.

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Los 7 tesoros a encontrar en un libro Aquiles Julián Los 7 tesoros a encontrar en un libro/ ensayos El libro Estos ensayos son, en esencia, una muestra de amor y de pasión. Amor por el libro. Pasión por la lectura. Algunas ideas y temas se repiten. Es inevitable porque se reúnen artículos publicados en distintos momentos y compartidos gracias a mis amigos de El Libre Pensador, en España; del Foro Pro Ley de Acoso, APLA, de Uruguay; de Atanay.com, Estados Unidos; de Cajamarca, en Perú, de Escribirte.com, en Argentina, y de Diario Digital.Com y Al Momento.Net, entre otros, en República Dominicana. Y a tantos amigos queridos que en sus blogs amplifican y reproducen lo que escribo. Que sea leído. Compartido. Apreciado. Ampliado. Completado. Practicado. Y superado, es mi secreta aspiración. Mi sueño. El autor Aquiles Julián (El Seibo, Rep. Dominicana, 1953) Escritor, teatrista y cineasta dominicano. Especialista en neurolectura y neurocompetencias. Ganador de importantes premios literarios en su país. Empresario de network marketing. Vicepresidente ejecutivo de ¡TRIUNFAR! Director de la editorial digital Libros de Regalo. Editor de varias colecciones digitales, entre ellas Muestrario de Poesía, La Biblioteca Digital y Lectofilia digital. Sus artículos se reproducen en medios y blogs de distintos países, entre ellos España, Perú, Uruguay, Argentina y los Estados Unidos.

l e ctofilia digital

2012

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