Tesoros arquitectonicos del centro de santiago

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Siglos

XVIII XIX XX

TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE

TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE SANTIAGO

SANTIAGO

MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES


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TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE

SANTIAGO


Soledad Rodríguez-Cano Samaniego Amaya Irarrázaval Zegers Francisco García-Huidobro Villalón Bernardino Bravo Lira Marcos Mendizabal Sanguinetti Ximena Ulibarri Lorenzini


TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE

SANTIAGO


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ontinuando con nuestro profundo compromiso de rescatar el patrimonio histórico, cultural y arquitectónico de Chile, la División Empresas de Banco Santander, está orgullosa de presentar el libro Tesoros Arquitectonicos del Centro de Santiago, obra que mediante un recorrido de gran contenido y maravillosas imágenes, nos permite redescubrir episodios fascinantes y reencontrarnos con nuestras raíces más profundas. Para intentar develar este interesante capítulo de nuestra historia, se consideraron los principales edificios de carácter público que se encuentran en lo que es denominado “triángulo fundacional de Santiago”. Iniciamos así un recorrido por tres grandes períodos: El primero, desde 1541 hasta 1810, nos muestra la formación de la ciudad colonial, iniciada por Pedro de Valdivia y sus hombres. La segunda, época marcada por ideales de progreso, de modernización y por una mayor riqueza proveniente de la minería, relata las transformaciones que ocurrieron a mediados del siglo XIX en los inmuebles de este sector, con miras a hacer de Chile un pequeño París. Por último, llegamos al siglo XX con todos sus adelantos, magníficas construcciones y el crecimiento de esta localidad durante el Chile del Centenario de la Independencia. Luego de leer este libro, no deja de sorprendernos el tesón de nuestros antepasados, quienes construyeron y reconstruyeron una y otra vez esta ciudad, afectada duramente por innumerables catástrofes naturales. Ese empuje, esa fuerza de creer en algo y hacerlo realidad sorteando todo tipo de obstáculos, se refleja en cada uno de estos edificios que sobrellevan, por más de cuatro siglos, transformaciones para hacer de ellos lugares más grandiosos y dignos para el deleite de este Santiago en constante crecimiento. Así como las autoridades y cada uno de los habitantes de Chile de principios del siglo XX se prepararon con ahínco y esmero para la llegada del Centenario de la Independencia, mediante construcciones espléndidas y un gran espíritu de festividad, como Banco Santander, en vísperas del Bicentenario, hemos querido hacer un aporte y rescatar en estas coloridas páginas los orígenes de nuestra ciudad, de su centro fundacional, de los ánimos que movilizaron a ese grupo de emprendedores que creyeron e hicieron realidad el sueño de tener edificios públicos de categoría. Este proyecto es muy importante para nosotros y por ello nos involucramos activamente en todo el proceso que conlleva desarrollar un libro de estas características. Con mucho esmero participamos en cada etapa, desde la gestación de la idea central hasta la impresión de los ejemplares, que se van sumando a tan valiosa colección. Los invito a encantarse cada día más con la riqueza de nuestro patrimonio, muchas veces desconocido, para que cada uno en la medida de sus posibilidades contribuya a preservarlo para las generaciones venideras. Afectuosamente,

Andrés Heusser R. Director Division Empresas Banco Santander


TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE

SANTIAGO Prólogo 15 Introducción 17

CAPITULO I: HERENCIA COLONIAL

CAPITULO II: LA MODERNIZACION DE SANTIAGO

Plaza de Armas

30

Parroquia del Sagrario

40

Catedral Metropolitana

52

Palacio de La Moneda

66

Palacio del Cabildo

80

Palacio de los Gobernadores

90

Palacio de la Real Aduana

102

Palacio de la Real Audiencia

112

Cerro Santa Lucía

124

Palacio Arzobispal

134

Teatro Municipal

144

Congreso Nacional

158

Mercado Central

172

Cuerpo de Bomberos

184

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Parque Forestal

198

Estación Mapocho

208

Museo Nacional de Bellas Artes 220

CAPITULO III: LA CIUDAD DEL CENTENARIO

Palacio de Tribunales de Justicia 232 Edificio del Diario Ilustrado

244

Biblioteca Nacional

256

Bolsa de Comercio

268

Club de l0a Unión

280

Cronología 293 Bibliografía 296

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PROLOGO

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l libro TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE SANTIAGO muestra una parte de la ciudad, un trozo de la historia y del patrimonio arquitectónico que hemos heredado. A través de él, intentamos representar fragmentos de la trayectoria del centro de esta capital que con tanto esfuerzo se ha venido construyendo y reconstruyendo desde el momento de su fundación. Para esto se seleccionaron las principales construcciones de carácter público que se encuentran en lo que originalmente constituyera el primer trazado de la ciudad, conforma de plano de damero, llamado el triángulo fundacional. Los edificios que conforman este núcleo urbano, cuentan un relato en sí mismos y a través de las entidades que con el paso de los años los han habitado, han ido entretejiendo una historia cargada de significado. Así se conforma un estudio que, a través de tres grandes períodos, permite conocer el desarrollo de Santiago desde que Pedro de Valdivia pusiera sus ojos en este valle privilegiado, hasta las primeras décadas del siglo XX. Estas construcciones por todos conocidas y desconocidas a la vez, hablan de Santiago, del país y de su conformación como tal. Muestran el carácter y el tesón que ha movido a sus habitantes, sus proyectos, temores, disputas y triunfos. Para dar forma a esta presentación se realizó un acucioso estudio, tanto histórico como arquitectónico, para intentar entender

las características esenciales que hacen que este lugar geográfico, tan limitado en espacio, haya sido y sea hasta el día de hoy, el centro metropolitano de todo el país. Esta información se apoya en fotografías de gran formato, que muestran la belleza de estas construcciones y su inserción en la trama urbana, conformando un conjunto de gran valor patrimonial. TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE SANTIAGO, es una forma novedosa de acercarse a la

historia de la ciudad y a los principales hitos que le dan su carácter único e irrepetible, haciendo de ella la capital indiscutida del país. El patrimonio debe conservarse para forjar la memoria colectiva de una sociedad. El entorno urbano y las construcciones que en él se despliegan, mantienen viva la cultura de una ciudad. Por ello queremos agradecer a Banco Santander la oportunidad que nos ha dado para desarrollar esta excepcional obra y en especial, a sus ejecutivos quienes entregaron su apoyo en cada etapa de su ejecución.

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Asimismo, esto difícilmente se podría haber realizado sin el apoyo de las instituciones que actualmente los utilizan y conservan, quienes nos permitieron el acceso y aportaron invaluable información, datos, planos y fotografías. Queremos expresar un especial y sincero agradecimiento a todos quienes contribuyeron con sus conocimientos, bibliografía y anécdotas, que fueron un gran aporte. Un reconocimiento, además, al apoyo de la Municipalidad de Santiago, fundamental para el desarrollo de este proyecto. También al Departamento de Historia Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile, a la División de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas y al Archivo Fotográfico del Museo Histórico Nacional, que facilitaron documentación y fotografías. Por último, mediante esta publicación queremos recordar en forma especial a Antonio Rodríguez Cano Aranda, destacado arquitecto y urbanista, quien trazó las líneas de este proyecto pero no pudo acompañarnos en su desarrollo. Fue él quien inspiró este trabajo poniendo especial énfasis en el compromiso de excelencia y en el incondicional respeto por nuestro patrimonio, que sentía el deber de mostrar y dar a conocer. El centro de Santiago es un espacio urbano que debe ser cuidado y protegido. Conocerlo y valorarlo es una oportunidad para todos. Enamorarse de él y disfrutarlo por todo lo que significa, es un privilegio. Los Autores

Plano de Santiago en 1712, Amadeo Frezier.

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INTRODUCCION Santiago, de la Conquista al Centenario

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os monumentos hablan por sí mismos, en el lenguaje sin palabras, de las formas arquitectónicas. Son historia objetivada, más fidedigna que la narrada. A esta luz, los principales edificios del centro de Santiago cobran insospechado relieve. Son parte de un escenario histórico de singular duración. Dan forma a un espacio público que permanece y se transforma a lo largo de más de cuatro siglos, desde su fundación hasta nuestros días. Santiago es una capital probada por la adversidad. Ha soportado toda suerte de catástrofes, como avenidas del río Mapocho, ataques indígenas y fuertes terremotos. Como consecuencia, ha sido preciso reconstruirla una y otra vez. Sin embargo, ni ésta ni sus edificios más significativos han cambiado de lugar. Permanecen en el sitio donde estuvieron originalmente y siguen dando cuenta, punto por punto, de los hombres, los hechos y las instituciones que en cada época contribuyeron a forjar la ciudad y el país. El mejor ejemplo de esto es la Plaza de Armas, que originalmente recibió el nombre de Plaza Mayor, el espacio público por excelencia. En ese marco histórico privilegiado tuvieron lugar no sólo fiestas y regocijos públicos, sino también grandes hechos de la historia patria. Allí fue elegido Pedro de Valdivia como primer gobernador en 1541, el mismo año de la fundación de Santiago del Nuevo Extremo. Se juró a los reyes desde Felipe II, en 1556, hasta Fernando VII, en 1808, se proclamó la Independencia en 1818, y hasta ahora tiene lugar anualmente el tradicional Tedeum con motivo de las Fiestas Patrias. Su estructura ha permanecido fija a través de los siglos. Fue la sede de las dos autoridades supremas: La temporal, representada por los poderes políticos y administrativos, y la espiritual, por la Iglesia y su jerarquía.

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Vista de la Plaza de Armas desde la esquina surponiente a mediados del siglo XIX. COLECCION MHN.

Plaza de Armas en la década de 1870. C OLECCION MHN.

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Vista hacia la cordillera de la Plaza de Armas de Santiago, 1875. COLECCION MHN.

Un complejo arquitectónico como éste, tantas veces reedificado, pero siempre respetando su estructura, habla por sí solo. Revela el carácter chileno. Es un ejemplo de temple. Refleja la voluntad de mantener el centro de la ciudad donde mismo se estableció al momento de su fundación. Estas características hacen que la Plaza de Armas haya sido por mucho tiempo un fiel testimonio de la consolidación de Chile y el principal escenario de la vida oficial del país. Fue el contexto natural para las grandes ceremonias y festividades religiosas y reales, además de procesiones, paseos del estandarte real el día del patrono de la ciudad, ejercicios de compañías de caballos, juegos de cañas y sortijas y corridas de toros, a cuyo efecto se cerraban sus entradas. Todo el mundo se daba cita allí luciendo sus mejores galas, tan cuidadas como en Madrid, como relata Alonso de Ovalle, en la “Histórica Relación del Reyno de Chile”. En síntesis, la plaza fue el centro político, administrativo, eclesiástico y cultural de esta urbe, la cual se articuló y creció en torno suyo. La extensión de este núcleo es el trazado primitivo, el triángulo fundacional donde se edificó gran parte de los que hoy son monumentos históricos. El plano de damero, constituido de acuerdo con las Leyes de Indias. Originariamente éste constituyó una especie de isla, con el Santa Lucía como vértice al oriente, que sirvió de atalaya y defensa. Sus lados fueron los dos brazos en que se bifurcaba el río Mapocho a partir del cerro. Al norte corría el cauce principal y al sur, otro menor que dio origen a la Cañada. El límite poniente fue el retorno de este último, aproximadamente a la altura de la actual avenida Brasil. En su interior se alzaron precisamente los más antiguos edificios de carácter institucional, reconstruidos una y otra vez: el Palacio de los Gobernadores, la Real Audiencia y el Cabildo,

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además de la Catedral, la Parroquia del Sagrario y el Palacio Arzobispal. A ellos se añaden los monumentos que se realizaron en el período de la monarquía ilustrada: La Real Casa de Aduana y la Real Casa de Moneda. Durante la segunda mitad del siglo XIX se sumaron el Teatro Municipal, el Mercado Central, el Congreso Nacional, el Cuerpo de Bomberos y el paseo del cerro Santa Lucía. Con la llegada del XX y el impulso de la celebración del Centenario, se construyeron el Museo Nacional de Bellas Artes, emplazado en el recién creado Parque Forestal; la Estación Mapocho; el Palacio de Tribunales de Justicia, y la Biblioteca Nacional. Completan el conjunto la Bolsa de Comercio, el Club de la Unión y el edificio del “Diario Ilustrado”. Más allá de su valor puramente artístico, estos monumentos tienen un significado especial y único. Son parte de la ciudad y de su patrimonio. Descubrir lo que representan en la vida de Santiago supone situarlos en la doble perspectiva, espacial e histórica, del país y de su época. El triángulo fundacional fue y sigue siendo el centro metropolitano y como tal, en él han funcionado en estrecha relación las principales instituciones públicas, que han dado orden y estabilidad a Chile.

Parte de los tajamares que prevenían los desbordes del río Mapocho. C OLECCION MHN.

Puente de Cal y Canto destruido por el caudal del río Mapocho, 1888. COLECCION MHN.

I. Las Capitales en la America Hispanica La fundación de Santiago del Nuevo Extremo, apenas veinte años después de la de Ciudad de México por Hernán Cortés, es un capítulo más dentro de la conquista de América, empresa que se llevó a cabo en un tiempo asombrosamente breve. Menos de cinco décadas bastaron para poner bajo el señorío de Carlos V desde la isla de Santo Domingo hasta Chile y Río de la Plata. Una expansión animada por el doble ideal de servicio a Dios y a la Corona.

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Restos de la Iglesia de la Compañía en Santiago, tras el incendio sufrido en 1863. C OLECCION MHN.0

De ello hablan, con la mayor naturalidad, los primeros alcaldes y regidores de Santiago en la sesión inicial del Cabildo, el 7 de marzo de 1541, a menos de un mes de la fundación: “Se reunieron para tratar de las cosas tocantes al servicio de Dios y del rey y de esta república y ciudad y naturales de ella”, como consta en el Primer Libro de Actas, de José Toribio Medina. Los conquistadores actuaron movidos por el afán de ganar “infinitas almas para Dios e infinitas tierras para el rey”. Las expediciones las llevaron a cabo por su cuenta y riesgo, pero bajo el sello oficial. Debían contar, entre otras cosas, con un capitán, un clérigo de misa y un escribano. Su gran tarea fue insertar estas tierras y a sus habitantes en el mundo moderno, bajo la preponderancia de Europa. Ese era el sentido de la Conquista. Una empresa de esta naturaleza se consolidó sobre dos polos: La Corona y la ciudad. La primera hizo del continente una patria grande, unida bajo un mismo rey y una misma fe. De su lado, cada urbe dio origen a una patria chica, de contornos perfectamente delimitados frente a las demás por su territorio, población e instituciones. Las capitales fueron núcleos forjados por los conquistadores en distintos lugares del continente y toda la historia posterior fluye a partir de ellas. Sobre la base de su constitución se configuraron los Estados, los que en su conjunto, dieron forma al mapa político de la América hispánica, que en sus líneas fundamentales, es el que conocemos hoy. Finalmente, el marco territorial e institucional de cada Estado sirvió de base a la formación de la patria chica. El papel de Santiago fue similar al de las otras capitales, pero en circunstancias especialmente difíciles, tanto por la Guerra de Arauco como por las múltiples calamidades que la azotaron. Se explica así que, en las primeras etapas, el desarrollo fuera lento, pero una vez que se sobrepuso, se adelantó a

otras regiones del continente en hacer de estos dominios y pueblos ganados por Pedro de Valdivia y su gente, un país y una patria, orgullosa de su fidelidad a su Dios y a su rey. Valdivia fundó un país y le dio el nombre de Santiago del Nuevo Extremo, que evoca su propio origen en España. Pero la realidad fue más fuerte y prevaleció el vocablo autóctono, Chile, si bien con un nuevo alcance. Lo que para los indígenas era el nombre de un valle, hoy el de Quillota, pasó a designar todo el territorio incorporado. En estos términos fue inmortalizado por Ercilla en “La Araucana”, medio siglo después de la fundación de Santiago: “Es Chile norte sur de gran longura”.

II. Una Capital En La Region Antartica Famosa, 1541-1647 El 13 de diciembre de 1540, llegó Pedro de Valdivia al valle del Mapocho al frente de una reducida hueste de cerca de 150 hombres. Ante sus ojos se desplegó un luminoso paisaje. Contra el fondo de la cordillera nevada, en medio de un boscaje no muy tupido, relumbraba el río y algunas acequias. Las sementeras de sus habitantes podían reconocerse de trecho en trecho. Inmediatamente, sus ojos repararon en un pequeño promontorio al que los naturales llamaban Huelén. Valdivia vino de Perú a cumplir con fines de alto rango y de gran trascendencia, por lo que aquellos de origen privado pasaron a segundo plano, como quedó en claro con la ceremonia a la que procedió al llegar al valle de Copiapó, una vez traspuestos los límites de la gobernación de Francisco Pizarro. Revestido de su armadura y espada en mano, tomó posesión de las tierras que se extendían de ahí en adelante en nombre de Carlos V, rey de Castilla. Conforme con las solemnidades al uso, cabalgó hacia

los cuatro puntos cardinales y en cada uno de ellos desafió a quienes quisieran disputársela. Este acto marca la incorporación de Chile a la monarquía hispánica, que duró hasta la Independencia, en 1818. Pero este suceso tenía que ser completado por el asentamiento efectivo, lo que se verificó mediante la fundación de ciudades. Valdivia soñaba con la primera de Chile y estando aún en el Cuzco, antes de iniciar la expedición, prometió llamarla Santiago, en honor del apóstol patrono de las Españas y su caudillo en la lucha contra los moros. Además, había jurado dedicar a la Asunción de la Virgen la primera iglesia que edificara. No obstante, antes de elegir el lugar, Valdivia demoró dos meses en explorar los contornos y en entenderse con los caciques locales. Sólo el 12 de febrero de 1541, procedió con todas las solemnidades del caso. Reza la copia del acta de fundación que se conserva en el Libro Becerro: “A doce días del mes de febrero, año de mil e quinientos e cuarenta e un años, fundó esta ciudad en nombre de Dios, y de su bendita madre y del apóstol Santiago, el muy magnífico señor Pedro de Valdivia, teniente de gobernador y capitán general por el muy ilustre señor don Francisco Pizarro en las provincias del Perú por S.M. Y púsole nombre, pPy a esta la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo provincia y sus comarcas y aquella tierra de que S.M. fuere servido que sea una gobernación, la provincia de Nueva Extremadura”. Este acto se completó con el trazado de la futura capital, la institución de su Cabildo y el reparto a los nuevos vecinos de solares en propiedad e indígenas en encomienda. En otras palabras, la fundación de Santiago fue todo menos un hecho improvisado. Su diseño corresponde al llamado plano de damero, con calles rectas que se cortan perpendicularmente. Se ajusta a las instrucciones de Carlos V a Hernán

Cortés, en 1523: “Y cuando hagan planta del lugar, repártanla por sus plazas, calles y solares a cordel y regla comenzando desde la Plaza Mayor y sacando de ella las calles a las puertas y caminos principales, y dejando tanto compás abierto que aunque la población vaya en crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma”. Las dimensiones de las cuadras y caminos son parecidas a las de Lima y sirvieron de modelo a las demás ciudades de Chile. La Plaza Mayor era un cuadrilátero de 150 varas (125 metros) por lado, medidas de eje a eje de las calles y éstas de 12 varas (diez metros) de ancho. A partir de la plaza se trazaron nueve de norte a sur, desde el río hasta la Cañada, es decir, desde la actual San Pablo hasta la de Moneda y diez de oriente a poniente, desde el Huelén, bautizado como Santa Lucía, hasta la actual Manuel Rodríguez. Se formaron así 126 manzanas, cada una de las cuales se dividió en cuatro solares. Del canal que corría por la ladera del cerro se sacaron acequias de oriente a poniente, para el aseo y regadío. Doce días después de la fundación se instituyó el Cabildo, justicia y regimiento de este villorio, origen de la actual municipalidad. Pedro de Valdivia designó a los primeros dos alcaldes y a los regidores. Su jurisdicción se extendió desde el río Choapa hasta el Maule y no tardó en asumir la representación del reino. En 1548 le exigió a Valdivia, recién nombrado gobernador por el rey y antes de recibirlo como tal, que jurara respetar “las libertades, franquicias y privilegios... que Su Majestad manda se guarden a los conquistadores”, como consta en el acta del 17 de junio de 1549. La asignación de solares y la construcción de casas avanzó lentamente. En 1552 sólo había 19 entregados y el reparto se vino a completar recién hacia 1580. A los rústicos ranchos de los primeros años

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INTRODUCCION


sucedieron edificaciones de adobe y paja. La naciente ciudad se convirtió pronto en centro de atracción y de contacto con los indígenas de los contornos. Cristianos e infieles se relacionaron a través del “tianguez” o mercado en la Plaza de Armas, al que desde la década de 1550 concurrían semanalmente. Aunque los cabildantes hablaban de reino a los siete años de fundada esta localidad, la consolidación de Chile no se produjo sino hasta principios del siglo XVII. Las innovaciones más trascendentales surgieron a raíz del gran alzamiento indígena de 1598. Fue una de las peores catástrofes de la historia de este naciente país. Costó la vida al gobernador Oñez de Loyola y la pérdida de las siete ciudades del sur del Bío-Bío, vale decir, de la parte más rica y poblada del reino. Santiago debió recibir a los refugiados y encabezar la defensa. Esto afianzó definitivamente su posición como capital, corroborada por una serie de medidas de Felipe III. En primer término, estableció en 1601 un ejército permanente que llegó a dos mil plazas, origen del actual y uno de los más antiguos del mundo. Además, erigió en 1609 una Real Audiencia en Santiago, con suprema jurisdicción sobre el territorio y sus habitantes. Así, Chile ganó independencia al interior de la monarquía con un Gobierno propio. Este se basó en un contrapunto entre el gobernador, quien además era presidente de esa institución, y ésta, que funcionó como consejo y debía ser consultada obligatoriamente en casos de gravedad. Al igual que en otros países de la América hispánica, la figura del presidente como clave del Gobierno ha sobrevivido a todas las constituciones, escritas y no escritas. En Chile, desde Alonso García Ramón (1609-1612), se cuentan 58. Todos tuvieron

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el mismo cargo, ejercieron el gobierno y hasta 1846, residieron en el mismo palacio de la Plaza de Armas, donde actualmente está el Correo Central. Los primeros 26 llevaron el título de Presidente de la Real Audiencia y los siguientes 32 lo fueron de la República. Todos usaron como insignia el bastón de mando, luego se utilizó el sillón presidencial y desde 1974 sólo la banda tricolor. Estas transformaciones no pudieron menos que reflejarse en las construcciones de la Plaza de Armas, que pasó a ser testimonio plástico de la constitución de Chile, en términos tal vez sin paralelo en la América indiana. En el costado norte, el edificio de la Audiencia se ubicó entre el Palacio de los Gobernadores y el del Cabildo. Con ello quedó establecida la primacía de la justicia que ha de reinar entre el presidente, que representaba al rey, y el Cabildo, al pueblo. Santiago creció y se consolidó, lo que se muestra con la creación, en 1622, de la Universidad de Santo Tomás, primera institución de esta índole en el país, que con el tiempo daría origen a la de San Felipe y posteriormente a la Universidad de Chile. Contaba, además, con numerosos conventos y era centro de una red misional de enorme amplitud. Asimismo, tenía hospitales, uno de ellos fundado por el propio Valdivia para atender a los soldados enfermos. Pero este orden se vio de golpe convertido en ruinas con el fuerte terremoto ocurrido la noche del 13 de mayo de 1647. Si bien no sobrevivieron los edificios, salvo la iglesia de San Francisco al sur de la Cañada, permanecieron al menos el trazado de las calles y las plazas y el vigor de sus instituciones como el Cabildo, la universidad y demás. Al poco tiempo, gracias al empuje de sus habitantes fue posible volver a dar vida a esta ciudad convertida en escombros. En medio de las ruinas nació la tradición de sacar

en procesión la imagen del Cristo de Mayo, que se venera en la iglesia de San Agustín, para pedirle que libre a la capital de otro “terremoto magno”. Esta figura quedó intacta luego del sismo, pero con su corona de espinas en el cuello y no sobre la cabeza, siendo imposible volverla a su antigua posición.

III. El Santiago Barroco, 1647-1760 El segundo siglo está marcado por el nacimiento de la “patria”. Constituido el Reino de Chile, desde el punto de vista territorial e institucional, afloró entre sus habitantes un sentimiento de pertenencia, que en la conciencia de los chilenos se combinó con los ideales de servicio a Dios y al rey de España. La centuria transcurre en dos tiempos. Uno difícil, de reconstrucción y de guerra, que se prolonga hasta 1737, período en el que se produjeron dos alzamientos indígenas generales en 1655 y en 1723, además de los terremotos de 1657 y 1730 y las salidas del Mapocho en 1609, 1620 y 1621. La segunda, de despegue, se caracterizó por el desarrollo de importantes obras públicas. A pesar de la urgencia para reconstruir la capital, tras el primer gran sismo, no hubo mayores avances hasta 1672. Se habían acumulado los proyectos, pero no se contaba con los recursos para comenzar, hasta que se restableció el impuesto de balanza sobre las exportaciones del puerto de Valparaíso, percibido por el Cabildo. Se inició entonces, una época en la que se realizaron importantes adelantos, como el empedrado de calles, que comenzó por aquellas inmediatas a la plaza. Hacia 1744, a juicio del inglés John Byron, Santiago era una ciudad extrema-

damente bien pavimentada. En 1678 se terminaron los tajamares en el río Mapocho y al año siguiente, una grandiosa estructura de piedra de seis ojos que unía el centro con la Chimba, al norte de la urbe. Destruidos ambos en 1748 por una crecida del río, sobre las pilas de piedra se edifico posteriormente el Puente de Palo y los tajamares fueron reconstruidos y resistieron hasta la inundación de 1783. También cambió de fisonomía el costado sur de la Plaza de Armas, con una hilera de portales que iban desde la calle de Ahumada a la del Rey (hoy Estado). El primero de ellos albergaba 12 tiendas, aparte de la casa con portada de cal y ladrillo del tesorero Pedro de Torres. El lado oriente, en cambio, se mantuvo en un estado deplorable, con un largo muro, una pequeña vivienda y un sitio baldío que el Cabildo designó como matadero de las reses, cuya carne se vendía ahí diariamente. La plaza siguió siendo el centro de la vida pública. Fue escenario de grandes celebraciones reales, que daban ocasión a los súbditos de la monarquía para compartir los fastos de la casa reinante. La fiesta es el mejor exponente de la visión barroca del mundo como un teatro, la vida como un espectáculo y el pueblo como comunidad viva y variada. Calles y edificios se adornaban con tapices y las personas de toda condición sacaban sus mejores galas para estos jolgorios; donde además de las autoridades, participaban los gremios y los indígenas. Era un evento efímero, pero de honda dimensión política, que acostumbraba a los vasallos, por encima de sus diferencias, a festejar como propios los grandes hechos de la vida del monarca y de la dinastía. En ese sentido, ninguna fiesta alcanzó el esplendor de la celebrada en 1659, con motivo del nacimiento del infante Felipe Próspero, hijo de Felipe IV. Este acontecimiento fue celebrado desde Viena hasta Manila, en los

Alameda hacia el oriente. Al fondo el cerro Santa Lucía aún no urbanizado, 1860. COLECCION MHN.

Convento de las Monjas Claras ubicado en el costado norte de la Alameda, 1880. COLECCION MHN. pP

Personal de la Biblioteca Nacional en la demolición del antiguo templo de las Monjas Claras, actual Biblioteca Nacional. COLECCION MHN.

distintos reinos y señoríos de las dos ramas de la Casa de Austria. Dentro de este clima de comunidad viva, aparecieron expresiones que dan cuenta del despuntar de una conciencia patria. Se comenzó a hablar de “hijos de la patria” o de “regnícola” para designar al natural del reino, ya que hasta entonces el vocablo “chileno” se empleaba ordinariamente para los indígenas. Se utilizaron términos como “servicio a la patria”, luego “bien de su patria” y de “amor a la patria”. En el siglo XVI ya no se consideraba la ciudad de nacimiento, sino el país o pueblo al que se pertenecía. En 1655, un chileno, Diego González de Montero, fue designado gobernador interino del reino, lo que despertó tal entusiasmo en Santiago entre los jóvenes de la nobleza, que acudieron voluntariamente a incorporarse al ejército destinado a la frontera. En los tiempos de tranquilidad, al perder relieve la guerra de Arauco, surgió la imagen del presidente gobernante, como de hecho son los 17 que se sucedieron a lo largo de más de un siglo, desde Manso de Velasco (1733-1745) hasta Manuel Montt (1851-1861). Su preocupación primordial ya no era la defensa del reino, sino promover su progreso. No se limitaron a mantener la paz y la justicia, sino que dejaron una obra material perceptible, como caminos, villas, escuelas, hospitales y, en general, adelantos públicos. Ejemplo de ello son la reconstrucción de Santiago y de buena parte del país, tras el nuevo sismo de 1730 y sobre todo, la política de fundación de ciudades. Para favorecer la civilización e instrucción religiosa de la población rural, Manso de Velasco creó más de 15 localidades desde Copiapó hasta Los Angeles. La mayor parte de ellas actualmente son capitales regionales o provinciales. Esta empresa

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INTRODUCCION


se convirtió en una verdadera política de Estado y fue continuada por sus sucesores hasta comienzos del siglo XIX. El Santiago barroco se convirtió en una ciudad verde y rumorosa, con un aire diáfano que hacía posible admirar las cumbres nevadas de la cordillera. La vista de la capital resultaba notable por su extensión, aunque desproporcionada para su población. Vista desde el cerro Santa Lucía, se caracterizaba por el trazado a cordel, la red de canales y las construcciones blancas de un piso, con techos de tejas y patios interiores, desde los cuales sobresalían las copas de los árboles. Las acequias que corrían a lo largo de sus calles la limpiaban y regaban los jardines. La Plaza de Armas aún mantenía su primacía. Presidente Ramón Barros Luco, 1910-1915, saliendo del Congreso Nacional. C OLECCION MHN.

IV. El Santiago de la Ilustracion, 1760-1860 A los tiempos difíciles de la formación del país y de la patria, sucedió el gran siglo de la modernización, entre 1760 y 1860. Iniciada por la monarquía, contó con el concurso de la minoría ilustrada. En estos años, cambió la fisonomía de la capital, gracias a la construcción de grandes edificios públicos, templos, residencias señoriales e imponentes obras, como el puente de Cal y Canto, el camino carretero a Valparaíso, el canal del Maipo y los tajamares del Mapocho, entonces la mayor pieza de ingeniería del continente. Estos últimos, tenían una extensión de 16 cuadras, desde la actual calle Condell hasta la del Puente y se habilitó sobre ellos en 1800 un hermoso y concurrido paseo. Santiago no había visto en toda su historia edificar tanto y de tal calidad. Tampoco es casualidad que de este período provenga la mayor

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Mercado Central de Santiago en 1909. COLECCION MHN.

Palacio de la Moneda en 1910. COLECCION MHN.

parte de los grandes monumentos históricos con que cuenta actualmente la ciudad. En lugar del agotador construir y reconstruir edificios arruinados por sucesivas catástrofes, como había sido hasta entonces, se emprendió una verdadera transformación. Imperó el estilo neoclásico, que perteneció de lleno al mundo oficial. No tuvo raíz popular y su objeto fue realzar la majestad real y la dignidad de la nobleza. Luego de su independencia, el Estado y su núcleo dirigente buscaron el modo de dignificar los nuevos edificios públicos y residencias. El primer momento estuvo marcado por el genio del arquitecto italiano Joaquín Toesca (1752-1799) y sus discípulos, en pleno auge de la monarquía ilustrada. La impronta del maestro brilló en la Catedral, obra que intervino a partir de 1780, y el Cabildo, que ocupó el mismo lugar que tenía el anterior, terminado en 1790. La transformación arquitectónica de Santiago alcanzó su punto culminante entre 1800 y 1810, con la inauguración de la Real Casa de Moneda, obra maestra de Toesca, la Real Casa de Aduana, de Agustín Cavallero y el Real Tribunal del Consulado, de Juan José de Goycoolea, terminados ambos en 1807. Un año más tarde, se inauguró el Palacio de la Real Audiencia, también de Goycoolea. Al mismo tiempo comenzó la era de las grandes residencias particulares, como la del conde de la Conquista en calle Merced, conocida como la Casa Colorada, y la de Juan José de la Cruz en la calle del Rey. A partir de 1810, con el proceso de independencia, las cosas cambiaron. El afán modernizador siguió latente, pero la disociación entre servicio al rey y a la patria hizo disminuir la confianza en quienes gobernaban, la que sólo comenzó a recuperarse 20 años después. Patriotas y realistas resbalaron hacia una guerra

civil y Santiago dejó de ser capital indiscutida. Durante la dictadura de Carrera, las ciudades de Valdivia y Chiloé se separaron del reino. Sólo en 1814, tras la batalla de Rancagua —victoria para los realistas a la que la historiografía patriota llama desastre— Santiago recuperó su condición. En 1818 se proclamó la Independencia y con ello el Estado de Chile se separó para siempre de la monarquía española. La suerte de la capital corrió a parejas con los cambios de esos primeros 20 años. Ante todo, se desvaneció la compenetración entre la monarquía ilustrada y el grupo gobernante, en torno al empuje modernizador. Este se transformó, entonces, en una oligarquía ansiosa de poder. Paralelamente, en 1811, cesó de funcionar la Real Audiencia y se hizo patente la falta de una institucionalidad acorde con los nuevos tiempos. Los trastornos y la incertidumbre se detuvieron a partir de 1830, cuando se consolidó el Gobierno y renació la confianza en él. La clave de la estabilidad fue el presidente por sí solo, sin la Audiencia, erigido en Jefe de Estado, garante del orden instituido. En 1833 se le dio el título de Jefe Supremo de la Nación, el que conservó hasta 1980. Como tal, debía jurar fidelidad a la trilogía Dios-patria-ley, nueva versión del Dios-rey-patria de los tiempos de la monarquía. Esta fórmula se utilizó hasta 1920. José Joaquín Prieto fue el primer presidente que tras la Independencia logró completar su período. Entregó el mando a su sobrino, Manuel Bulnes, vencedor en la reciente guerra contra la Confederación Perú-Boliviana. Los festejos para el traspaso se prepararon con anticipación y duraron varios días. Fueron un éxito, como lo dejó entrever la amplia participación ciudadana, en un ambiente de entusiasmo y carnaval. Esta vez fueron organizados por el Gobierno y no por el Cabildo, lo que les dio un tono

más o menos oficial. El acto mismo no tuvo por escenario la Plaza de Armas, abierta al pueblo, sino que se realizó en el interior de un edificio, en la sala del Tribunal del Consulado, entre cuatro paredes y ante una concurrencia selecta. Se consolidó así un nuevo sentido de lo público. Ya no era sinónimo de popular, de común a todos. Se redujo a oficial, estatal, al círculo gobernante. Dentro del empeño por recobrar el empuje realizador de la monarquía ilustrada, sin duda, lo más significativo fue la instalación de la Universidad de Chile, en 1843. En su discurso, el nuevo rector Andrés Bello (1781-1865) insistió en que se trataba de una “refundación” o “restablecimiento de la antigua universidad sobre nuevas bases”. Tres años después, el presidente Bulnes tomó la decisión de trasladar la residencia de gobierno, que continuaba funcionando en el Palacio de los Gobernadores y la sede del mismo, que utilizaba el edificio de la Real Audiencia, al Palacio de La Moneda. Este hecho es doblemente significativo: La monocracia se alejó de los otros poderes, con los cuales había convivido siempre en la plaza —vale decir, la judicatura, la Iglesia y el Cabildo— y se instaló en un espléndido aislamiento. Por primera vez en la historia, la máxima autoridad del Estado pP en el abandonó la Plaza de Armas y ésta dejó de estar centro del quehacer político del país. Pronto se reanudó la dinámica constructora. A partir de 1850, gracias a las riquezas que surgieron de la minería en el norte, se dio un nuevo impulso a la actividad urbanística y arquitectónica. El neoclásico mantuvo su primacía, pero representado ahora por arquitectos franceses, contratados por el Gobierno, como Francois Brunet Debaines y Lucien Henault, quienes llegaron a desarrollar importantes proyectos públicos. Con esto se comenzó a crear una nueva

ciudad que ahora tenía a Francia y no a España como referente. El Estado comenzó a preocuparse de la capital en su conjunto.

V. Santiago 1860-1930 Cara y cruz de la modernizacion. Chile se convirtió en un país próspero y poderoso, sobre todo después de la Guerra del Pacífico, gracias a la riqueza proveniente del salitre. Pero también hubo bemoles, pues comenzó a erosionarse la conciencia patria. La vistosa apariencia de la modernización encubría una pavorosa miseria no sólo material, sino moral. Al terminar el siglo, Enrique Mac Iver sintetizó el desencanto en su “Discurso sobre la crisis moral de la república” con las célebres palabras: “Chile dejó de ser un programa, para convertirse en un problema”. Con todo, se imprimió un nuevo giro al empuje renovador, ahora desligado del servicio de Dios y la patria, que a la larga no tardó en comprometer la unidad nacional. Puso el acento en la educación, las obras públicas y la construcción de casas señoriales. Perdió el tono del antiguo Chile, austero, casi militar, mezcla de trabajo y de cordura. Todo o casi todo pasó a ser materia de disputa, desde las llamadas luchas teológicas sobre la confesionalidad del Estado, hasta las peleas partidistas entre presidencialismo o parlamentarismo y entre regulación legal o contractual de las relaciones económico-sociales. En cuanto a la capital, el impulso constructivo de mediados de siglo continuó a través de dos vertientes. Los encargos de las familias más pudientes y las obras públicas e institucionales. Esta reactivación está unida principalmente a

o 23 INTRODUCCION


los nombres de los arquitectos europeos, que se contrataron además, para crear la Escuela de Arquitectura donde se formaron a los primeros profesionales, como Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta entre otros. Entre las primeras edificaciones de este período están el Teatro Municipal, inaugurado en 1857, y el Congreso Nacional, ambos destruidos por incendios. Luego, el Mercado Central, construcción metálica traída pieza por pieza desde Inglaterra e inaugurada en 1872; el nuevo Teatro Municipal, en 1873, el Palacio Arzobispal, en 1875, y el Congreso, en 1876. Por esos mismos años, el intendente Benjamín Vicuña Mackenna llevó a cabo una multifacética labor. Al modo del barón Haussmann en París, propuso una transformación para Santiago, sin precedentes. Su proyecto incluía más de 20 medidas para convertirla en una capital moderna, al estilo de Francia y de otros países del viejo continente. Entre éstas, propuso rodear la ciudad mediante un camino de cintura formado por grandes avenidas, para separar el mundo civilizado de la barbarie de los arrabales y convirtió el cerro Santa Lucía en un paseo, con senderos, estatuas y ornamentos, que hicieron de él una joya urbanística. La capital, que creció desproporcionadamente en población y en superficie, se partió en dos: La ciudad de los palacios, a la que Vicuña Mackenna caracterizó como “ilustrada, opulenta y cristiana”, y una variada periferia, a la que describió como “cloaca de infección y vicio, de crimen y de peste”, como relata Armando De Ramón en “Historia de Santiago”. El cambio de siglo y la celebración del Centenario de la Independencia fue un gran momento en la historia de Santiago. Se dejaron de lado los problemas y la atención se centró en embellecerla y preparar los festejos. Salió a campear el afán tan chileno de causar

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buena impresión a los extranjeros y mostrar que en este país, situado al fin del mundo, se contaba con todos los adelantos de la época. El alumbrado público y los tranvías eléctricos, el telégrafo, el alcantarillado, el agua potable, el arreglo y la apertura de nuevas calles, parques y paseos hacían de ella una ciudad moderna. Este empeño se reforzó con una impresionante serie de construcciones: La primera parte del Palacio de los Tribunales, frente al Congreso, obra de Emile Doyère, terminado en 1930. La estrella del Centenario, el Museo de Bellas Artes, inaugurado en 1910, donde se dio inicio a los festejos con la Exposición Internacional. Esta serie se completó con dos edificaciones de Emile Jécquier: La Estación Mapocho, inaugurada en 1913, y la Bolsa de Comercio, en 1917. Como extensión de este impulso se levantaron tiempo después el Club de la Unión, de Alberto Cruz Montt; la Biblioteca Nacional, de Gustavo García del Postigo, y el edificio del “Diario Ilustrado”, de Manuel Cifuentes. Durante varios días la ciudad se embanderó y por la noche resplandecieron los principales edificios, iluminados por guirnaldas de bombillas eléctricas con los tres colores nacionales. El 18 de septiembre se celebró el tradicional Tedeum en la Catedral. Asistieron dos presidentes, que por coincidencia se apellidaban Figueroa, don Emiliano, de Chile, y don José, de Argentina. Afuera hubo masiva concurrencia. Lo mismo sucedió al día siguiente en el entonces Parque Cousiño para la gran parada militar. Además de las fiestas oficiales, se realizaron también otras muy recordadas, como la organizada por el Club de la Unión y una vasta gama de celebraciones populares: actos cívicos, bailes, desfiles militares, cine gratis al aire libre, fuegos artificiales, exposiciones, más las tradicionales e infaltables fondas, chinganas y juegos. Todos tuvieron cómo festejar. En este sentido, el Centenario fue

para los chilenos, como en otros tiempos, un motivo común de celebración. El balance fue en general positivo. Todos quedaron contentos con el clima tranquilo y ordenado en que se celebraron las fiestas. Reinó la sensación de que el país había impresionado a los delegados extranjeros. No obstante, el Santiago del Centenario era la misma ciudad segregada desde hacía medio siglo. Por lo mismo, no fue raro que en ella convergieran corrientes de repulsa a la modernización oligárquica. Por ejemplo, una parte de la sociedad la rechazaba, porque corroía la nacionalidad, destruía la moral, arrinconaba a los pobres y concentraba el poder en una minoría. Para Luis Emilio Recabarren, no había nada que festejar: “El pueblo, la clase trabajadora, que siempre vivió en la miseria, no ganó nada y no gana nada con la independencia”, como lo expresó en “Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana”.

VI. Fragmentos de una historia Larga y accidentada es la historia de Santiago, ciudad soñada por su fundador y distinguida por Carlos V con el dictado de “muy noble y muy leal”. Hecha por Felipe III capital de un reino independiente, con ejército permanente, presidente y Audiencia propios. De la mano de sus monumentos, testigos mudos pero elocuentes del pasado, y de las fiestas públicas, testimonios vivos de los grandes hechos, cuatro etapas pueden compendiar el andar de esta capital. Del primer Santiago no podemos esperar noticias de Ercilla, el cantor de las glorias de la Conquista. En cambio lo describe con pluma apasionada un santiaguino y, a la vez clásico de la lengua castellana, Alonso de Ovalle. Habla de sus conventos, de sus construcciones y de sus fiestas. La llama “Roma de las Indias”, centro de una vasta actividad misional,

empeñada en el servicio de ambas majestades, Dios y el rey. Una urbe forjada a pulso por los conquistadores, quienes contaron con escasos recursos y enfrentaron un medio hostil. Pero este cuadro no duró mucho, al cabo de un siglo, la ciudad desapreció, a causa del terremoto de 1647. Al segundo se le conoce como la capital de los jardines, apacible y placentera. Corresponde al momento del despertar del sentido de patria, de pertenencia. Los chilenos se sienten como parte de un país y de un pueblo. Bajo este signo se prosiguió la Guerra de Arauco y se llevó a cabo una lenta y costosa reconstrucción. Esta etapa también fue remecida en 1730. El tercero es, en cambio, monumental. Corresponde al apogeo de la modernización, con imponentes construcciones y obras públicas que dieron a Santiago la apariencia de verdadera metrópoli: la Catedral, los palacios de la Real Audiencia y del Cabildo en la Plaza de Armas, la Real Casa de Moneda, la Real Casa de Aduana y el Real Tribunal del Consulado, así como el puente de Cal y Canto y los tajamares del Mapocho. En esta época la Universidad de Chile (1843) hace de Santiago el foco de una cultura de abogados de alcance americano. Con el traslado del Gobierno a su actual ubicación, la Plaza de Armas perdió, en parte, su relevancia como centro neurálgico.

Fuente Alemana en el Parque Forestal de Santiago en 1920. COLECCION MHN.

Estación Mapocho en la década de 1930. COLECCION MHN.

pP

Luego sigue la ciudad de los palacios. El progreso cambió de signo y la capital se escindió en dos mundos. El de las grandes residencias y el de las barriadas miserables. La actividad pública se concentró en recintos cerrados. Desapareció la fiesta popular, a la que todo el mundo tenía acceso. A partir de 1870, se recuperó el impulso constructivo de la primera etapa con obras dignas de destacar y se emprendió un esfuerzo de largo alcance de educación popular. Nuevas riquezas y el modelo francés como único referente, dieron a Santiago una fisonomía que la hizo brillar como la más importante del país. No sin un dejo de queja se repite a veces la frase “Santiago es Chile”. Aunque su sentido original es de orden postal, no deja de tener un alcance más amplio. Chile, como país, es bastante unitario, pero además, sucumbe a ratos al centralismo. Por eso, desde ninguna otra parte puede medirse mejor que desde la capital, el pulso de la vida nacional en sus diversas manifestaciones, sean ellas culturales o religiosas, políticas o sociales, artísticas o económicas, periodísticas o deportivas. Al respecto, la arquitectura es un testigo inexorable. Ya en 1910 se señalaba que Santiago “ha sido siempre el centro de la política y del buen mundo de Chile. De esta manera contribuyó a unificar la nación y a crear el carácter chileno”. TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE SANTIAGO

Museo de Bellas Artes tras su inauguración en 1910. COLECCION MHN.

o 25 INTRODUCCION


TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE

SANTIAGO

PLANO DE LA CIUDAD DE SANTIAGO, Herbage, 1841.


CAPITULO I

HERENCIA COLONIAL

Siglo XVIII Plaza de Armas Parroquia del Sagrario Catedral Metropolitana Palacio de La Moneda Palacio del Cabildo Palacio de los Gobernadores Palacio de la Real Aduana Palacio de la Real Audiencia


PLAZA DE ARMAS


Torres de la Catedral Metropolitana.

Vista desde la Plaza de Armas de la fachada del Palacio de la Real Audiencia y el Cabildo, en 1859. COLECCION MHN.

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unque parezca redundante, la Plaza de Armas es y ha sido, desde el año 1541, el centro neurálgico de Santiago. El corazón de la ciudad. Conocerla, por lo tanto, implica adentrarse en la historia misma. Su relato es el resumen de la vida social, política, religiosa, económica y cultural, no sólo de la capital sino del país. Su destino y aquel de los edificios que a su alrededor se construyeron, habla de los primeros siglos, de lo precaria que era la vida en este alejado rincón del continente, pero a la vez de la energía y el tesón de sus habitantes. Tras la fundación y conforme con las Leyes de Indias, se trazó la nueva ciudad a partir del cuadrilátero destinado a la Plaza Mayor. El alarife o agrimensor, Pedro de Gamboa estableció la ubicación y forma de la plaza, que se mantienen hasta el día de hoy. Esta debía ser proporcionada al número de habitantes tomando en consideración el crecimiento futuro de la población. De sus costados nacieron las primeras calles de la ciudad y luego, trazadas a cordel, las paralelas que conformaron la planta de Santiago del Nuevo Extremo. Según Alonso de Ovalle, “la planta de esta ciudad no reconoce ventaja a ninguna otra... porque está hecha a compás y cordel, en forma de juego de ajedrez”. El costado norte fue adjudicado al gobernador Pedro de Valdivia, quien estableció una modesta edificación, llamada “Tambo Grande”, donde residió por poco tiempo. El poniente fue designado para establecer en él la iglesia y el cementerio de la ciudad. Los solares al sur y al oriente se entregaron a destacados miembros de las huestes del

conquistador, entre ellos, Francisco de Aguirre, García de Cáceres, Pedro de Miranda y Alonso de Escobar. Durante el ataque de Michimalonco, sólo seis meses después de su fundación, todo fue destruido. Pero la porfía de los conquistadores no dio pie atrás y todo se volvió a construir, esta vez en forma más sólida y con mayores resguardos. En el costado norte, Valdivia levantó un fuerte para almacenar las cosechas y para protegerse en caso de nuevos asaltos. Además, un muro a pocos metros de la plaza para el mismo efecto. Esta situación prácticamente de fortaleza explica, en parte, el nombre de Plaza de Armas. Pero no sólo era el refugio sino también el lugar de encuentro. El Cabildo estableció que una vez a la semana se realizara un mercado de intercambio de mercancías, el llamado “tianguez”. Así, la plaza fue adquiriendo cada vez más importancia en la vida diaria de los vecinos y de los habitantes del valle. Durante el siglo XVII, en su polvoriento emplazamiento se realizaban, además, procesiones y fiestas religiosas, juegos, corridas de toros y otras actividades. Ejemplo de ello es que una vez a la semana la plaza se transformaba en un verdadero corral, al cual los vecinos debían ir a reconocer a los animales que habían sido atrapados circulando sueltos por la ciudad. Las construcciones fueron mejorando con el tiempo, pero constantemente se vieron sometidas a diferentes catástrofes naturales. Con el correr de los años, en el costado norte se edificó una residencia para el gobernador,

Los conquistadores españoles fundaron las ciudades con un patrón arquitectónico común, el damero o plano de cuadrícula, diseño urbano cuyo origen se remonta a los campamentos militares romanos. Este modelo fue utilizado en América por sus ventajas para defensa y porque facilitaba un justo reparto de los sitios, que resultaban geométricamente iguales.

un lugar para la Real Audiencia y un inmueble para albergar al Cabildo y la cárcel de la ciudad. En el poniente, se levantaron la Catedral, la Parroquia del Sagrario, el cementerio y la casa para los párrocos, que luego se reemplazó por una de mejor calidad para los obispos. Los otros lados de la plaza siguieron perteneciendo a particulares, quienes construyeron sus viviendas con corredores en el primer piso. Estos, por acuerdo del Cabildo, debían ser de uso público con lo que se inició la tradición de los portales que se mantiene hasta el día de hoy. Los segundos niveles tenían amplios balcones desde donde, los más connotados habitantes de la ciudad, presenciaban las diferentes actividades y festejos que en ella se realizaban. En el centro de la plaza, además, se aplicaban las sanciones a los condenados. Las penas en esos años consistían en escarmientos físicos, con fines ejemplificadores, ya que no existía la pena de cárcel. Los castigos podían ser desde latigazos hasta la mismísima horca. Los cuerpos eran luego retirados por sus deudos y en caso de que eso no ocurriera eran llevados al cementerio, ubicado en el costado poniente de la misma. Hasta 1577, Santiago sólo se abastecía con el caudal del río Mapocho. En el sector del cacique Tobalaba existían vertientes de agua pura y el Cabildo estableció la necesidad de llevarla hasta el centro de la ciudad para beneficio de todos los vecinos. Se construyó entonces, un canal a tajo abierto que corría por los campos de Ñuñoa, para luego

ser almacenada en un estanque de cal y ladrillo desde el que se conducía el agua hasta el centro de la plaza, donde se instaló una fuente. Casi 100 años después, esa pila fue reemplazada por otra más elaborada, fabricada en bronce por Alonso Meléndez, un reconocido artesano. Esta se encuentra actualmente en el Palacio de La Moneda. Durante las primeras décadas del siglo XIX, la Plaza de Armas fue testigo y escenario de una agitada vida política. Discusiones, encuentros y desencuentros tuvieron lugar en este espacio al que convergían los principales edificios de uso público. Tras la Independencia, el Palacio de los Gobernadores se convirtió en residencia de los presidentes republicanos; el edificio de la Real Audiencia pP albergó al primer Congreso y la sede del Gobierno, y por último el Cabildo continuó en el mismo lugar. Los otros costados de la plaza mantuvieron su uso tradicional. Pero los cambios más importantes para este centro urbano se produjeron luego del proceso de Independencia. Primero, Bernardo O’Higgins determinó el traslado del mercado al llamado “Basural de Santo Domingo”, terreno baldío detrás de la iglesia del mismo nombre, donde hasta el día de hoy funciona el Mercado Central. Con eso, la plaza se liberó del comercio de abasto y de la suciedad asociada. En 1835, la plaza fue empedrada por el intendente José de la Cavareda, lo que dejó atrás su polvoriento pasado. En el centro se reemplazó la fuente colonial por un monumento de mármol que fue llamado “Pila de Rosales”.

Dieciséis años más tarde, el presidente Manuel Bulnes decidió el traslado de la sede de Gobierno, que entonces funcionaba en el Palacio de la Real Audiencia y la residencia de los presidentes, al Palacio de La Moneda. En ese momento, la plaza perdió parte importante de su protagonismo en la vida pública. El aspecto de la plaza continuó siendo bastante desolado, pese a que se había rodeado de construcciones nuevas. Por el costado poniente se levantó la galería de Tagle. En el sur, el tesorero Pedro Torres adquirió toda la cuadra y edificó una nueva casa también con corredores abiertos. Esta propiedad fue heredada por Diego Messia y Torres, Conde de Sierra Bella, de quien tomó el nombre. Más tarde fue conocido como el portal Fernández Concha. No tenía vegetación de ningún tipo y por su explanada se paseaban sin orden, caballos, carretas y peatones. Esto se mantuvo así hasta 1850, cuando las autoridades comenzaron a preocuparse del embellecimiento de la ciudad. Primero se plantó un jardín cerca de la pila, luego se incorporaron árboles y el verde fue tomando posesión del espacio. La Plaza de Armas forma parte de la herencia colonial de la ciudad. En su espacio se vivieron importantes hitos históricos, fiestas y celebraciones. Los edificios que se construyeron en su contorno, levantados una y otra vez, explican la importancia de este lugar como centro metropolitano. PLAZA DE ARMAS

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Costado oriente de la Plaza de Armas, actual Portal Bulnes.

El intendente Benjamín Vicuña Mackenna dispuso en 1873, la plantación de diferentes especies vegetales como olmos, acacios y gomeros, que junto a las luminarias a gas, hacieron de la Plaza de Armas un lugar especial para los paseos en las noches de verano.

Portal Fernández Concha.

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En 1997 se encarga al arquitecto Rodrigo Pérez de Arce la remodelación de la plaza por la extensión de una línea del metro. En esta intervención cambia nuevamente su fisonomía, se reemplazan los árboles existentes y se plantan palmas chilenas. Se instala un nuevo odeón o quiosco de la música.

o 37 PLAZA DE ARMAS


pP

En la esquina nororiente de la Plaza de Armas, se encuentra la estatua de Pedro de Valdivia donada en 1960 por la Comunidad HispĂĄnica residente, con motivo de los 150 aĂąos de la Independencia.

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PARROQUIA DEL SAGRARIO


Panorámica de la Parroquia del Sagrario. Al costado izquierdo el Palacio Arzobispal y al derecho la Catedral Metropolitana. COLECCION MHN.

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mplazada entre la Catedral y el Palacio Arzobispal, esta pequeña y singular iglesia resulta muy poco conocida y quizás ésa es una de las razones de su encanto. Su presencia se pierde para quienes no saben de su historia o de su existencia. Pero es la parroquia del centro de la ciudad. Sus orígenes se remontan al momento mismo de la fundación y traza de Santiago del Nuevo Extremo. Lo primero que hizo Pedro de Valdivia, tras establecer la Plaza Mayor, fue designar un lugar para el culto de los vecinos y futuros ciudadanos. Para esto asignó dos solares en el costado poniente de la plaza, donde se levantó la iglesia y el cementerio. En este sitio se celebraban las liturgias y se enterraba a los muertos de este pequeño villorrio que no superaba los 150 hombres. El 4 de mayo de 1546, el obispo de Cuzco Juan Solano, formalizó la existencia de la primera iglesia de la ciudad, que era una humilde construcción de adobe y paja y constituyó así la Parroquia del Sagrario, dependiente de ese Obispado. Quince años más tarde, en 1561, se creó el Obispado de Santiago. Esta naciente institución requería de la construcción de un templo de mayor envergadura que la pequeña y fundacional capilla

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con que contaba la ciudad. Se edificó, entonces, una nueva iglesia en piedra, con acceso por la calle Bartolomé Flores, actualmente Catedral. Desde entonces, la parroquia pasó a depender jerárquicamente de la nueva diócesis. Casi dos siglos después, en 1746, el Cabildo determinó la necesitad de levantar una nueva iglesia, pues la anterior había resultado seriamente dañada tras el terremoto de 1730. Desde ese momento, resulta difícil distinguir el destino de ambas edificaciones, ya que la parroquia comenzó a vivir a la sombra constructiva de su vecina. Se encargó el proyecto al criollo Matías Vásquez de Acuña, quien entre otras cosas, fijó la orientación de la fachada de la Catedral hacia la Plaza de Armas. Sin embargo, murió antes de ver terminadas las obras. Luego, por mérito del obispo Juan González Melgarejo, se contrató al arquitecto italiano Joaquín Toesca para finalizar los trabajos. Este, diseñó en forma paralela la Catedral y la Parroquia del Sagrario, la que se desarrolló como una capilla adosada al muro sur de la Catedral, es decir, sobre el antiguo cementerio de la ciudad. Transcurrió más de medio siglo antes de que los santiaguinos vieran concretarse la fachada neoclásica que prometían los planos de Toesca. En ellos se daba la

pP La Parroquia del Sagrario fue levantada en los terrenos donde se ubicó el primer cementerio de la ciudad. Bajo esta construcción están los restos de destacados y anónimos vecinos fundadores.

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ubicación y el sentido actual. Pero el arquitecto murió en 1799, por lo que sus discípulos y sucesores tuvieron que asumir la difícil tarea de finalizar las obras. Recién en 1846, gracias al empuje de monseñor Rafael Valentín Valdivieso, titular de la recién creada arquidiócesis de Santiago, el arquitecto alemán Francisco Stolf reinició los trabajos de acuerdo al proyecto original de Toesca. Mantuvo la misma sillería de piedra que, aunque era una solución más cara, daba continuidad de material con la anterior Catedral. Sólo con la intervención de Eusebio Chelli, en 1854, se comenzó a construir la actual Parroquia del Sagrario, obra que estuvo terminada nueve años más tarde. Modificó la altura de los antepechos de la Catedral unificando las fachadas de ambos edificios y ordenó los niveles, bajo las normas que impone el clasicismo. Chelli emplazó el altar hacia el muro de la Catedral y el coro hacia el Palacio Arzobispal. Era una iglesia sobria con dos niveles y vigas de madera a la vista. El acceso por la Plaza de Armas estaba, entonces, en el costado de la construcción. Detrás del altar se ubicaba la sacristía sin ventanas. Un alto zócalo pintado en falso mármol, muy simple, color rojo sangre, rodeaba todo el interior. El coro y el altar mayor eran de maderas blancas con dorados

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pP Estos pilares pertenecían originalmente al sotocoro de la Catedral y el arquitecto Ignacio Cremonesi los reutilizó en la remodelación de la Parroquia del Sagrario, en 1898.

y sus columnas en un amarmolado de suave tonalidad. El piso era en ladrillos de greda. En 1874, según opinión de Gabriel Guarda O.S.B., fue Chelli quien construyó una torre en el espacio intermedio que separaba la Catedral de la Parroquia del Sagrario. Hasta ese momento, las dos torres proyectadas por Vázquez de Acuña para la Catedral no habían sido edificadas. Nuevamente la importancia de la Catedral Metropolitana se dejó sentir en la pequeña parroquia. En 1889, el arzobispo de Santiago, monseñor Mariano Casanova, llamó a un concurso para transformar la Catedral. Se adjudicó el proyecto otro arquitecto italiano, Ignacio Cremonesi, quien también siguió las directrices de Toesca. Comenzó a trabajar en 1898 y un año después había conectado las dos iglesias, idea planteada anteriormente por Chelli. Su intervención en la Parroquia del Sagrario, obra que también se le encargó, consistió en realizar arquitectónicamente lo que hubiese querido desarrollar, y no pudo, en la Catedral Metropolitana: elevar la altura de la nave central y construir un ábside para acoger el altar. Cremonesi modificó la planta de la parroquia, situando el altar mayor hacia el sur, dentro de su pequeño

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pP Hasta mediados del siglo XIX el espacio interior de la parroquia tenía un cielo plano con vigas horizontales a la vista. Con la última intervención, se creó una bóveda que se decoró con motivos neoclasicos.

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ábside circular. Diseñó un nuevo coro en la parte norte, sobre la unión de ambas iglesias, aprovechando los pilares metálicos del sotocoro de la Catedral. Creó una nueva piel interior en la iglesia, siguiendo los cánones clásicos de la arquitectura imperante. Abovedó suavemente el cielo y lo cubrió de pinturas de los mejores realizadores de Santiago: Morra, Fulle, Giacomino y Lattanzi. Estableció un orden de dobles pilastras amarmoladas, recuadros y óculos con vitrales en altura. La exactitud de sus proporciones y la nobleza de su materialidad y estilo permiten que se integre armoniosamente como unidad a la Catedral Metropolitana, formando así un conjunto en el que a veces cuesta distinguir su individualidad. El emplazamiento de la nave es paralelo a la plaza, como lo era antiguamente la misma Catedral. La fachada es modulada por pilastras y contrapilastras de orden dórico. Las tres sencillas ventanas rectangulares, el ático con balaustres y el frontón rectangular del eje de la portada configuran una composición de gran pureza clásica. Dos columnas exentas, el arquitrabe y su moldura forman el marco de la portada. Al interior de la propiedad y paralelo a la Parroquia del Sagrario, existe un patio cerrado por

un volumen de dos niveles, destinado a oficinas y casa parroquial. La estructura de los muros de la iglesia es de piedra sillar, hasta los 10 metros; luego continúa de albañilería de ladrillo enchapada en la misma piedra por el exterior. La armadura de la techumbre es de madera; la bóveda de cañón, entablada, cubierta de fierro galvanizado y piso de parqué. El año 2001 comenzaron las obras de restauración arquitectónica de la Parroquia del Sagrario. Se respetaron los trabajos realizados por Eusebio Chelli e Ignacio Cremonesi, en consideración a la calidad arquitectónica de sus proyectos. Del primero se rescató el antiguo coro, que está incluido en la actual sacristía, y del segundo se recuperó la dignidad y colorido en la nave única de la iglesia. La Santa Sede declaró oficialmente, en 1923, a Nuestra Señora del Carmen, Patrona de Chile. Tres años después, el nuncio del Papa Pío XI procedió a la coronación solemne de la imagen que hoy se venera en esta iglesia, la cual fue creada en la casa Rorissier de París, traída a Chile por José Ramón Ossa y Mercado en 1828 y adquirida por la Cofradía del Carmen en 1878. Desde el 2007, la pequeña y noble capilla es santuario nacional de Nuestra Señora del Carmen y continúa siendo la parroquia del centro de la ciudad.

pP El grupo de destacados artistas que participó en la decoración de esta parroquia trabajó con Cremonessi en otras obras, como la Catedral Metropolitana y la iglesia de Los Angeles Custodios.

PARROQUIA DEL SAGRARIO

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CATEDRAL METROPOLITANA


Catedral Metropolitana a mediados del siglo XIX, durante los funerales del General Vidaurre. COLECCION MHN.

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aso a paso, la ciudad fundada en 1541 por Pedro de Valdivia fue creciendo y poblándose. Modestas construcciones se edificaron en los solares cercanos a la Plaza Mayor y como muestra de la fe de los conquistadores, se levantaron también pequeñas y sencillas capillas de adobe, con techo de paja y madera a la vista. Entre ellas, había una que tenía un sitial especial, elegido por el propio Valdivia en el marco de las Leyes de Indias, a un costado de la plaza. Por esos tiempos en ciudades como Cuzco, Lima y Ciudad de México se construyeron grandes catedrales que son objeto de admiración hasta el día de hoy, pero éstas no tuvieron que lidiar con los desastres naturales, que sumados a una precaria calidad de la construcción, le costaron a esta iglesia más de un siglo de atrasos. En 1561, el papa Pío IV fundó el Obispado de Santiago y tres años después se dispuso que los recursos para la edificación de la nueva Catedral se obtuvieran por partes iguales de la Real Hacienda, de los vecinos encomenderos y de los indígenas. El gobernador García Hurtado de Mendoza, 15571561, inició la recolección de los dineros y en 1566

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empezó la construcción. Las obras avanzaron poco o nada, hasta que llegó el designado obispo Diego de Medellín, 1576-1592, quien dio un nuevo impulso a este proyecto y dejó la Catedral prácticamente terminada. Fue edificada con su fachada principal hacia la calle conocida entonces como de Bartolomé Flores, actual calle Catedral, pues este poderoso encomendero tenía en ella su casa. Sólo se comunicaba con la Plaza de Armas a través de una puerta lateral, llamada “del perdón”, por las múltiples y diversas actividades de origen pagano que ahí se realizaban, como las corridas de toros. Su frente abarcaba medio solar y su fondo, poco más de otro medio solar. Tenía tres naves en piedra de sillería y también capillas menores. Tras el terremoto de 1647, los trabajos de reconstrucción se hicieron de forma notablemente rápida. Se puso un techo nuevo y sobre uno de sus costados una torre. En sólo tres años la Catedral había sido una vez más levantada. Pero así como se hizo, al poco tiempo se cayó, debido a la mala calidad de la obra.

pP La fachada de la Catedral se realza por dos importantes torres. Si bien éstas figuraban ya en el proyecto de Matías Vásquez de Acuña en 1748, no se construyeron sino hasta fines del siglo XIX.

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En la Sacristía de la Catedral se conservan elementos ornamentales y mobiliario de antiguas iglesias de Santiago, como es el caso de este altar barroco del siglo XVIII.

Fue preciso volver a empezar. Se conservó la muralla de piedra canteada original, con lo que se mantuvo por 70 años más la orientación paralela a la plaza en sentido norte-sur. Tras veinte años, el templo estuvo terminado; esta vez se reemplazó el adobe por piedra labrada unida con cal y maderas de ciprés para la techumbre. En su costado sur estaba el cementerio de la ciudad y en la esquina con la calle Compañía se habían instalado las oficinas del Obispado. En 1730, nuevamente el terremoto que afectó a Santiago hizo que se derrumbara la torre, cuya caída destruyó parte del techo. La restauración no demoró en empezar y se construyó un campanario. Pero si bien la naturaleza no fue tan devastadora para la Catedral, sí lo fue la constante mala calidad de las obras, lo que hizo que la mantención y restauraciones posteriores fueran tremendamente onerosas. Esto, sumado a la poca capacidad que ofrecía la Catedral para una ciudad que contaba con más de seis mil habitantes y a que su emplazamiento paralelo a la plaza desconocía la importancia que este espacio había adquirido como centro político,

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social, cultural y administrativo, llevaron a las autoridades eclesiásticas a plantearse la idea de levantar un edificio completamente nuevo. En 1748 se compraron las casas de Antonio Bascuñán y del gobernador Juan de Ovalle, situadas en la esquina de Catedral y Bandera, lo que permitió cambiar la orientación del templo de oriente a poniente y dejar su acceso principal enfrentando la plaza. Las obras se iniciaron en los terrenos recién adquiridos y se mantuvo la antigua Catedral en uso mientras se trabajaba. El proyecto correspondió a Matías Vásquez de Acuña, mayordomo de Fábrica de la Catedral, quien tuvo el desafío de proyectar y construir un edificio de grandes proporciones, pero con la solidez necesaria para resistir los terremotos futuros. La solución fue levantar todos los muros con piedra de cantería, hacer cimientos de casi cuatro metros de profundidad y darle una altura de 13 metros. El impulso para la realización de este propósito se debe a los obispos Juan González Melgarejo, 1745-1754, responsable de la llegada de Toesca, y Manuel Alday y Aspée, 1755-1788.

pP A pocos años de la fundación de la ciudad se levantaron otras iglesias y capillas como la Ermita a la Virgen del Socorro en la Cañada, la Santa Lucía a los pies del cerro y la de nuestra Señora de Monserrat, fundada por Inés de Suarez.

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Altar Mayor de la Catedral realizado en Münich en 1912, por la Casa Mayer.

Veinte años después, ya estaban listas las dos terceras partes, pero nuevamente la tragedia se hizo presente. Un incendio destruyó la Catedral antigua y casi todas las obras de arte que en ella se conservaban. Esto obligó a que se utilizara la Iglesia de la Compañía en su reemplazo. Tras la muerte de Vásquez de Acuña, se designó al arquitecto italiano Joaquín Toesca para terminar las obras. Este fue convocado en 1780 a Madrid, para dar una solución definitiva. La tarea no era simple, pues tenía que proyectar el tramo final que involucraba la fachada, respetando una planta definida anticipadamente por las fundaciones ya hechas. Su propuesta fue de estilo neoclásico, con una marcada influencia toscana. Concluyó los trabajos hasta la plaza y le dio al total una unidad arquitectónica. En 1841, se creó el Arzobispado de Santiago; hasta ese momento el Obispado dependía de la arquidiócesis de Lima. El primer arzobispo de la ciudad fue Manuel Vicuña. Tras el incendio de la Iglesia de la Compañía en 1863, el arzobispo Rafael Valentín Valdivieso determinó el reemplazo de los retablos y las

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Magnífico órgano de la Casa Walcker de Londres, en concordancia estilística con el resto de los elementos de la iglesia.

pP Bajo el Altar Mayor existe una cripta que guarda los restos de destacados obispos y arzobispos de la ciudad.

imágenes de madera por mármol y cuadros al óleo, con lo que se perdió el aporte de los escultores nacionales. Esto determinó el fin del ilusionismo barroco de la Catedral. A fines del siglo XIX, el arzobispo Mariano Casanova, 1887-1908, buscó mediante un concurso encontrar el proyecto ideal para realizar nuevas modificaciones. En 1898, se contrató a Ignacio Cremonesi y una vez terminadas las obras, las críticas no se hicieron esperar: sus detractores alegaron que su intervención fue peor que un terremoto. Finalmente, ésta fue consagrada por el mismo Casanova, en 1906. Cremonesi buscó transformarla en una típica iglesia neoclásica, para lo que debía eliminar todo vestigio de arte y arquitectura colonial, cambiando materiales, decorados y hasta la forma espacial. Sin embargo, respetó el proyecto de sus antecesores, Vásquez de Acuña y Joaquín Toesca. Eliminó las vigas mudéjares horizontales que cruzaban la nave central. Esto permitió aumentar la altura y crear este espacio neoclásico. El artesonado de madera fue reemplazado por una bóveda de cañón

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CATEDRAL METROPOLITANA


pP La gran perspectiva interior de la Catedral da cuenta de la longitud que ésta alcanzó cuando se extendió desde la calle Bandera hasta la Plaza de Armas.

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corrido, que decoró con escenas en recuadros de los mejores pintores de la época: Morra, Fulle, Giacomino y Lattanzi, todos parte de su equipo y con quienes pintó, también, la iglesia del Sagrario y la de los Ángeles Custodios, entre otras. Asimismo, se cubrió de estuco la piedra original y estructural, creando paneles en ellos y en las grandes pilastras con falso mármol, recurso muy de época. Interiormente la iglesia quedó constituida por tres naves: dos laterales y una central de mayor crujía y altura. En el fondo, sobre el altar mayor, la bóveda remata en una cúpula octogonal con tambor. Delante de éste se encuentra el coro y luego el espacio destinado a los fieles. El cielo de los cuerpos laterales está formado por pequeñas cúpulas, que van separadas entre sí por arcos de medio punto. Estos se comunican por detrás del altar mayor, que fue construido en Münich en 1912, en mármol blanco con aplicaciones de bronce y lapislázuli. Destacan también la capilla para el Santísimo Sacramento, copia de las de San Juan y San Pablo existentes en Roma, y el órgano, además de los dos

púlpitos y los asientos del altar, que fueron fabricados en caoba por jesuitas bávaros durante el siglo XVIII. Era costumbre, hasta que apareció la ley sobre cementerios laicos, que los obispos y benefactores de la Iglesia fueran enterrados en el interior. Esto explica la presencia, por ejemplo, de los obispos Rafael Valentín Valdivieso y Crescente Errázuriz, junto con figuras del mundo civil como Diego Portales, José Miguel Carrera y sus hermanos. La fachada principal tiene tres accesos inscritos en arcos de medio punto, unidos por un gran antepecho que recorre todo su perímetro. Dos torres diseñadas por Ignacio Cremonesi coronan las entradas laterales y la principal remata en un frontispicio curvo sobre el cual se ubica la imagen de la Virgen de la Asunción. Las figuras de los apóstoles San Pedro y Santiago están en los vértices. Anualmente en la Catedral Metropolitana se realiza el Tedeum como parte de las celebraciones de Fiestas Patrias. La concurrencia del presidente y del mundo oficial a este acto muestra, hasta qué punto, esta iglesia mantiene su significación en la vida pública.

La imagen unitaria proyectada por el Palacio Arzobispal, la Parroquia del Sagrario y la Catedral, da cuenta de la importancia de la institucionalidad religiosa desde la fundación misma de la ciudad. La continuidad en la línea de alturas fue un logro del arquitecto Ignacio Cremonesi.

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CATEDRAL METROPOLITANA

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PALACIO DE LA MONEDA


Fachada del Palacio de La Moneda hacia la calle Moneda, 1930. COLECCION MHN.

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ereno, equilibrado y armónico. Cuántos y cuán variados pueden ser los apelativos para definir al palacio de Gobierno, que sin duda, es el monumento más notable del centro histórico de Santiago. Es considerado, además, como una de las obras más importantes del pasado colonial que aún se conservan en América. Un ejemplo incuestionable de la reacción neoclásica del barroco que se desarrolló en estas tierras en los tiempos en que las reformas borbónicas estaban modificando el escenario económico. Resulta difícil dimensionar el efecto que tuvo en el Santiago de 1790, cuando la ciudad no tenía más de 30 mil habitantes. A fines del siglo XVIII, el Reino de Chile vivió un momento de inusitado auge cultural y económico, que se catalizó en la realización de grandes obras. Desde que los barcos de Europa comenzaron a recalar en las costas chilenas, el país se encontró en una situación privilegiada. Luego, en 1778, la monarquía estableció un decreto de libre comercio, que amplió las posibilidades de intercambio con otras naciones, lo que favoreció principalmente a los puertos de la cuenca del Pacífico. Esto coincidió

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con el momento cúlmine de la Ilustración. Por esos años, llegó un arquitecto italiano comisionado por la monarquía para terminar las inacabadas obras de la Catedral de Santiago. Era Joaquín Toesca, quien significó para la ciudad toda una novedad. Este italiano tenía 28 años y estaba en un proceso ascendente en su carrera como ayudante de Sabatini, el arquitecto de la Corona. Fue, en rigor, el primer hombre con esta profesión que llegó a Chile y terminó cambiando la fisonomía de la ciudad. Realizó, además, un importante aporte a la calidad de las construcciones civiles, que hasta ese entonces eran bastante más discretas que las religiosas. Según Gabriel Guarda O.S.B., “Toesca dio el marco material para todo lo que en el reino estaba pasando”. A pocos años de su llegada al país, Toesca estaba embarcado en diferentes proyectos. Uno de ellos, y quizás el más importante, fue este edificio diseñado para que en él funcionara la Real Casa de Moneda, lugar de fundición y acuñación. La necesidad de establecer este servicio había comenzado a hacerse patente desde principios del

pP Tras llegar a Chile para proyectar la Catedral, Joaquín Toesca fue requerido para realizar la Real Casa de Moneda. Su construcción, en medio de la escasa calidad arquitectónica de la época, produjo un gran impacto en los vecinos de la ciudad.

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Salón al costado poniente del Patio de Honor donde se destaca este óleo de Pedro de Valdivia, obra de Ignacio Zuloaga.

siglo XVIII, cuando el país vivía precarias condiciones económicas, agravadas por el terremoto de 1730 y por la política establecida por el virrey del Perú, que prohibía a los barcos que salían del Callao traer dinero al sur. Tras varias gestiones, el rey Felipe V autorizó en 1743 la creación de una casa de acuñación, en tanto un particular se hiciera cargo y corriera con los gastos de instalación y mantenimiento. Apareció entonces en escena el vizcaíno Francisco García Huidobro. Con el cargo de tesorero a perpetuidad, éste comenzó los trámites para adquirir la infraestructura necesaria y encomendó encontrar en Chile un lugar donde establecerla. Adquirió una casa en Huérfanos esquina surponiente de Morandé y el 10 de septiembre de 1849 fue acuñada la primera moneda chilena. Llevaba el rostro de Felipe V con el nombre de su sucesor, Fernando VI, ya que el primero había muerto y la imagen del segundo aún no había llegado al país. Más de 20 años funcionó la Casa de Moneda bajo el mando de García Huidobro, hasta que en 1770 el nuevo monarca, Carlos III, definió que toda

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institución de beneficio público debía ser administrada por el Estado. Así, la sede de acuñación fue requerida para convertirla en Casa Real. Se indemnizó y se le conservó el cargo a su creador, quien mantuvo el título de Marqués de Casa Real, que había recibido en 1755. A poco andar, comenzó la búsqueda de un nuevo terreno para construir un edificio especialmente habilitado para acuñar monedas. En 1780, el gobernador Agustín de Jáuregui aprovechó la presencia de Toesca y le asignó el sitio denominado “Basural de Santo Domingo”, donde actualmente está el Mercado Central. Tras unos años de estudio, Toesca entregó un completo proyecto que fue enviado a Lima para su aprobación. Una vez iniciados los trabajos, se demostró que el lugar no era el adecuado. Primero hubo una inundación y luego el agua subterránea comenzó a brotar a un metro de profundidad. Era 1784 y las obras fueron detenidas. Entonces, Toesca se empeñó en encontrar un emplazamiento más apropiado para este edificio. Varios solares se seleccionaron, pero resultó elegido

pP El Salón de la Capitanía General, ocupa la sala donde estuvo ubicado, en el edificio original, el despacho del Superintendente de la Real Casa de Moneda.

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Pila de bronce del gobernador Henríquez emplazada en el Patio de los Naranjos.

el preferido del arquitecto italiano: un gran sitio perteneciente al Colegio Carolino, conocido como el solar de los Teatinos, que había pertenecido a los jesuitas. En 1785, Toesca recibió el nombramiento oficial de Arquitecto de la Real Casa de Moneda. Inmediatamente comenzó el trabajo de preparación del terreno y se fueron aglutinando los mejores materiales para levantar esta monumental obra: cal de Polpaico, piedra de la cantera colorada del San Cristóbal, maderas de roble y ciprés de los bosques valdivianos. Se instalaron los hornos, para elaborar los veinte tipos de ladrillo con que se construyeron muros, esquinas, pisos y molduras. Tras la muerte de Toesca en 1799, el ingeniero Agustín Marcos Cavallero fue comisionado para terminar el edificio y a él se deben los planos más antiguos, ya que los originales se perdieron. Luego de una breve permanencia en el cargo, fue sucedido por Miguel María Atero, Ignacio Andía y Varela y Juan José de Goycoolea, todos discípulos del italiano. En 1805 correspondió al gobernador Luis Muñoz de Guzmán inaugurar esta obra, aún cuando no estaba completamente terminada.

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Patio de los Naranjos, al costado izquierdo se aprecia una antigua pila de piedra.

En el centro del Patio de los Naranjos está esta fuente que constituye uno de los más significativos tesoros de la ciudad. Durante siglo y medio surtió de agua a los habitantes de Santiago, al centro de la Plaza de Armas colonial. Fue encargada por el Gobernador Henríquez con fondos del cabildo, a un capitán que servía en la Guerra de Arauco, Alonso Meléndez.

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En poco tiempo, los turbulentos años de la Independencia rompieron el vínculo entre la Corona y la casa de acuñación, y ésta quedó prácticamente abandonada. En 1845, bajo la presidencia de Manuel Bulnes, esta construcción se habilitó como casa de Gobierno. Para ello hubo que realizar las reparaciones y adaptaciones necesarias e inherentes a su nuevo uso. A partir de ese momento se dividió en tres: la residencia de los presidentes y la sede del Gobierno, en la parte norte del edificio y la casa de moneda, que ocupó el sector sur. Sólo algunos mandatarios lo utilizaron como residencia: Manuel Montt, Aníbal Pinto, José Manuel Balmaceda. Y en el siglo XX: Pedro Montt, Arturo Alessandri, Carlos Ibáñez del Campo, Pedro Aguirre Cerda y Gabriel González Videla. El resto prefirió permanecer en sus domicilios particulares. Para realizar el proyecto, Toesca no sólo utilizó el material adicional que se envió desde Lima en 1778, como las especificaciones para los hornos y un modelo desarmable en madera de la chimenea del

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PALACIO DE LA MONEDA


pP JosĂŠ Santiago Portales fue nombrado Superintendente de la Real Casa de Moneda en 1798 y utilizĂł como residencia un amplio departamento dispuesto para este fin en el segundo piso del sector oriente del palacio.

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Fachada sur del Palacio de La Moneda.

taller de fundición, sino que trajo 110 pliegos con 372 planos que había desarrollado en esa ciudad. Su fachada principal, pensada hacia la calle Moneda, tiene en el centro un cuerpo más elevado que marca a eje el acceso al edificio. Entre los años 1932 y 1935, los arquitectos Josué Smith Solar y su hijo Josué Smith Müller rediseñaron la cara sur que enfrenta la Alameda Bernardo O’Higgins, manteniendo las proporciones y composiciones originales existentes en la obra. Desde la calle Moneda, después de atravesar un zaguán, se accede al Patio de Honor o de los Cañones, donde resaltan las columnas, frontones triangulares en segmento de arco y el enorme volado del cornisamento. Desde aquí se llega a los salones de recepción, que se unen siguiendo un eje interior. La capilla, ubicada en el lado oriente del patio, es de doble altura, con una fina terminación clásica. Su elaborado altar es de 1808. Finalmente, a ambos costados del Patio de Honor se sitúan dos recintos más pequeños: al oriente, el de las Camelias, antiguo sector de residencia de los presidentes, y hacia el poniente, otro al que dan

actualmente las oficinas. Hacia el sur, cruzando un importante zaguán, se accede al Patio de los Naranjos; aquí la vista se expande abarcando el cuerpo sur que cierra el palacio. Antiguamente no era así, pues una construcción interior limitaba la espacialidad de este lugar. Los cimientos son de cinco metros de fondo por dos y medio de ancho, hasta la primera cota. Y luego los muros de albañilería de ladrillo con mortero de cal tienen un metro y diez centímetros de ancho. Sin duda, una de las cosas notables es el uso de ladrillos de diferentes tipos. Toesca plasmó todo el saber de los grandes arquitectos clásicos en esta obra: para los cimientos siguió las indicaciones de Palladio; para la altura y el orden dórico, a Viñola, y en la manera de construir, a Vitruvio. La concepción general del proyecto fue inspirada por Sabatini. Toesca, al decir de Guarda, siguió las enseñanzas de este último hasta el fin del mundo. Su mérito en este edificio está en hacer trascender la planta, aplicando los conceptos del Barroco clásico, esto es, los principios compositivos de la simetría y los ejes. PALACIO DE

La fabrica de acuñación de monedas siempre ocupó el sector sur del edifico hacia la Alameda. Hasta 1922 tenía los hornos, chimeneas y calderas en pleno funcionamiento. Años más tarde, esa fachada fue remodelada por los arquitectos Josué Smith Solar y su hijo Josué Smith Müller.

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LA MONEDA

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PALACIO DEL CABILDO

ACTUAL MUNICIPALIDAD DE SANTIAGO


Edificio del Cabildo y cárcel de Santiago en 1860. Al fondo se ven las torres de la Iglesia de Santo Domingo. COLECCION MHN.

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l Cabildo, organización de origen medieval traída a América por los españoles, fue una de las instituciones más importantes para las recientes sociedades en formación. Con el tiempo resultó ser el medio más eficiente y representativo de las élites locales frente al poder de la monarquía. El primer Cabildo de Santiago fue designado por Pedro de Valdivia, el 7 de marzo de 1541. Estaba constituido por dos alcaldes, Francisco de Aguirre y Juan Dávalos Jufré, y seis regidores, Fernando de Alderete, Juan Bohón, Francisco de Villagra, Martín de Solier, Gaspar Villarroel y Jerónimo de Alderete. Estos debían velar por la organización y administración del nuevo poblado. En sus reuniones decretaban normas y mandatos sobre los más variados temas, penando con severas multas a quienes no las cumplieran. Fijaban, por ejemplo, los precios que se podían cobrar por diferentes oficios, como zapateros y aguateros. Se preocupaban de la organización de las fiestas religiosas, de la limpieza de las acequias y de las calles, entre muchas otras atribuciones. Para llevar a cabo sus obligaciones contaban con ingresos que venían directamente de los vecinos de la ciudad, a través de aranceles, multas y otros derechos por los que podían cobrar.

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Había también instancias en las que se convocaba a los vecinos calificados de la comunidad, lo que se conoce como Cabildo Abierto, que por esos años era la máxima expresión de la soberanía popular. En 1609, debieron lidiar con la llegada de la Real Audiencia, que desde entonces representó el máximo tribunal de justicia, además de ejercer funciones políticas y administrativas. A diferencia del Cabildo, esta institución era el mecanismo de la monarquía para controlar a las élites americanas. Como otras entidades, no contó en sus primeros años con un lugar propio donde realizar sus reuniones. Sus integrantes se juntaban en un modesto y pequeño recinto, situado en el costado norponiente de la Plaza de Armas, que servía además de residencia al mismísimo Pedro de Valdivia. Luego, deambularon de casa en casa hasta que se instalaron en un edificio a un costado del anterior. Pero al asentarse la Real Audiencia en Santiago, debieron trasladarse hacia el nororiente de la plaza, donde funcionaba la cárcel de la ciudad. Así se reunieron en el frente norte de la Plaza de Armas, la residencia del gobernador en el extremo poniente; al centro, el Palacio de la Real Audiencia, y en el otro costado, el Cabildo y la cárcel. De esta forma la Plaza de Armas se constituyó desde su

pP En este sitio, emplazado al nororiente de la Plaza de Armas, estaban el Cabildo y la cárcel de la ciudad compartiendo el mismo edificio. Antiguamente funcionaban en paralelo las salas de sesiones y las habitaciones para los reos en espera de condena.

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PALACIO DEL CABILDO


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Sala de sesiones plenarias de la Municipalidad de Santiago.

fundación en centro cívico y corazón del naciente Santiago del Nuevo Extremo, al reunir el comercio, la actividad religiosa y la administrativa. Ese orden se estremeció cerca de las 10 de la noche del 13 de mayo de 1647. Un violento y largo terremoto dejó un porcentaje importante de las construcciones en el suelo. Recién 30 años más tarde se inició la reconstrucción del Cabildo y la cárcel, a las que se accedía por la calle hoy llamada 21 de Mayo. En 1730 se produjo un nuevo terremoto, con efectos similares. Esto explica por qué no hay vestigios ni memoria de la ciudad en los siglos XVII y XVIII: La naturaleza se encargó de borrar los éxitos y también los fracasos enhebrados por la sociedad colonial. El único edificio sobreviviente ante los embates de la naturaleza es la Iglesia de San Francisco, construida en 1618. A fines del siglo XVIII, se convocó al arquitecto italiano Joaquín Toesca, quien ya estaba trabajando en los planos de la Casa de Moneda, para la construcción de un nuevo lugar para instalar el Cabildo y la cárcel. Este tenía la especial dificultad de albergar dos entidades con funciones tan disímiles. Las obras comenzaron el 25 de noviembre de 1785 y el edificio fue inaugurado cinco años más tarde.

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pP Las actas del Cabildo, así como el registro de los aranceles cobrados, permite revivir a través de pequeños detalles, la vida de los habitantes de Santiago en los primeros años.

De plantas simétricas, la construcción proyectada por Toesca logró resolver hábilmente el problema de un espacio limitado. Como describe Carlos Peña Otaegui en el libro Santiago de Siglo en Siglo: “El ilustre Cabildo había consultado cinco viviendas altas para las personas de copete (aristócratas) que fueran detenidas, ya que eran como hemos dicho, Cabildo y Cárcel inseparables... [L]a parte reservada al Cabildo Municipal en el edificio de Toesca era ya más digno del ilustre cuerpo si nos atenemos a las descripciones de los contemporáneos, con una sala de sesión de verano y otra de invierno, y una tercera dedicada a los Cabildos Públicos. El moblaje era, hasta cierto punto, lujoso para aquellos tiempos de sencillez. Lucía cortinajes damasco carmesí con flecaduras de oro en la sala de verano, y alfombra de centro roja con guarda gualda, es decir, amarilla, los colores de la Madre España”. Pocos años más tarde, en 1811, Juan José de Goycoolea, discípulo de Toesca, realizó las primeras transformaciones en el edificio, pero siempre manteniendo su fachada neoclásica y la concepción de su maestro. Este estilo se caracterizaba por un marcado ritmo entre vanos y llenos, acentuado por el uso de pilares adosados y pilastras. “En relación con la imponente Casa de Moneda, las fachadas del Cabildo de Santiago, aunque de

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PALACIO DEL CABILDO


dimensiones mucho menores, aparecen tratadas con mayor finura... resueltas dentro de un estilo toscano. Las del edificio de la Plaza Mayor manifiestan mayor grado de refinamiento, acaso precisamente permitido por sus proporciones más reducidas, debió también influir su emplazamiento en un sitio de tan extraordinaria jerarquía, como el carácter mismo de la institución a que estaba destinado”, en opinión de Gabriel Guarda O.S.B. En 1878 se decidió trasladar la cárcel al sitio donde hoy está la Plaza Vicuña Mackenna, entre la Biblioteca Nacional y el cerro Santa Lucía. En ese lugar había funcionado la Casa de Recogidas, que tenía por objeto “recoger” a las mujeres catalogadas como de mala vida, “escandalosas, enamoradas, distraídas, inquietas...a fin de lograr su enmienda, su conversión, su sanación”, como relata una carta de la Real Audiencia de abril de 1704. Tras este cambio, la construcción se adaptó para uso exclusivo del Cabildo. El excedente de espacio concentrado en el zócalo que enfrentaba a la calle de la Pescadería, actual 21 de Mayo, se habilitó para locales de renta. Pocos años más tarde, tras un incendio que causó considerables daños, se determinó reconstruir el

edificio, llevando a cabo transformaciones que hacía tiempo eran necesarias. La obra fue encargada al arquitecto Eugenio Joannon, quien agregó un tercer piso, rematado con un cornisamento. Sobre los arcos y tras un balcón corrido, puertaventanas de doble altura se enmarcan mediante columnas dóricas adosadas que sostienen un gran dintel jónico. Los muros exteriores descansan sobre un zócalo con enchape de sillares de piedra. El edificio se desarrolla en torno a un luminoso patio cuadrado de triple altura, con cubierta vidriada, sobre una estructura metálica. Todas las habitaciones que dan a este espacio tienen ventanas o puertas de medio cuerpo, que iluminan su interior. En el segundo nivel, un liviano corredor perimetral abalconado relaciona los diferentes recintos. La esquina nororiente de la Plaza de Armas ha servido desde la fundación de la ciudad como un eje administrativo y de servicio para Santiago. Tanto los miembros del Cabildo como los sucesivos alcaldes se han preocupado del correcto funcionamiento y del embellecimiento de la capital. En este emplazamiento, de alguna forma, se encuentra el corazón mismo de la comuna que originalmente fuera Santiago del Nuevo Extremo. PALACIO DEL

pP La escultura que actualmente se emplaza en el centro del primer patio de la Municipalidad de Santiago, originalmente estaba en el paseo Estado frente a la iglesia de San Agustín. Este espacio fue cubierto con una armadura metálica tras el terremoto de 1985.

CABILDO

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PALACIO DE LOS GOBERNADORES

ACTUAL EDIFICIO DE CORREOS DE CHILE


Palacio de los Gobernadores según diseño de Joaquín Toesca a mediados del siglo XIX. COLECCION MHN.

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l edificio de la empresa de Correos de Chile que enfrenta la Plaza de Armas contiene en sus bases gran parte de la historia de Santiago. El solar, ubicado en la esquina norponiente de la plaza, fue adjudicado desde el primer momento al conquistador y fundador de la ciudad, Pedro de Valdivia. En él construyó su residencia, la que originalmente fue tan precaria como el resto de las edificaciones existentes. Con el tiempo, este lugar fue conocido como el “Tambo Grande”. Durante el dominio de los incas, los tambos eran lugares de descanso a lo largo de los caminos. Con esta denominación se establecía que este sitio era el punto más importante del nuevo poblado. En su frente se celebraban las misas mientras se construía la primera iglesia y también, de tiempo en tiempo, las reuniones del Cabildo. En esa condición, el solar fue escenario de uno de los momentos más sangrientos de la historia de Santiago. Era un domingo 11 de septiembre de 1541 cuando, a mitad de la noche, un grupo de indígenas dirigido por Michimalonco tomó por asalto el pequeño poblado. Entre sus objetivos estaba liberar a un grupo de caciques apresados por Valdivia y custodiados por una guardia especial en el “Tambo Grande”.

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El ataque fue tan violento que en pocas horas la ciudad quedó destruida. La defensa mostró ser insuficiente, como relata Armando de Ramón: “En el interior de la casa estaba [...] Inés de Suárez, la que viendo cómo el patio del Tambo se llenaba cada vez más con indios de refresco, cogió una espada y por su mano comenzó con decisión a dar muerte a los caciques prisioneros. Salió esta valiente española con su espada ensangrentada, gritando a los indios ‘afuera, traidores, que ya yo os he muerto a vuestros señores y caciques’”. Los atacantes, sin poder cumplir su misión, emprendieron la retirada. Tras este incidente, Pedro Valdivia mandó a construir un verdadero fuerte, el que abarcaba no sólo su solar, sino que toda la cuadra, con grandes muros de adobe. Cuatro torres bajas en cada esquina servían como puntos de vigilancia; contaba con almacenes para comida y armas, además de otras dependencias. Este fue el punto de partida para las posteriores edificaciones de la residencia de los gobernadores, la Real Audiencia, el Cabildo y la cárcel. Más tarde, tras ser destruidos por el terremoto de 1647, en su lugar se levantaron construcciones provisorias y de mala calidad. Recién a fines del siglo XVII se ejecutaron proyectos definitivos: el primero, en 1678, fue para el Cabildo y la cárcel. Luego siguió la Real Audiencia.

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En este lugar Pedro de Valdivia construyó su casa en 1541. Con el correr de los años esa precaria vivienda paso a ser la residencia de los gobernadores. Terremotos, riadas y ataques de los aborígenes, significaron que ésta fuera innumerables veces destruida y vuelta a reconstruir.

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1966 –. Tras fundarse la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, comenzó a construirse la primera iglesia de la ciudad. En el intertanto, las celebraciones litúrgicas se realizaban frente a la casa de Pedro de Valdivia.

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Edificio diseñado por Ricardo Brown en 1882 para la empresa de Correos y Telégrafos. COLECCION MHN.

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Edificio de Correos y Telégrafos intervenido por Ramón Feherman, a principios del siglo XX. C OLECCION MHN.

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El edificio neoclásico, de marcada influencia francesa, que actualmente alberga la Empresa de Correos de Chile, es obra del arquitecto Ramón Fehrman. Colinda hacia la Plaza de Armas, con el Museo Histórico Nacional y por la calle Puente, con el Cuerpo de Bomberos de Santiago.

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Bajo el gobierno de Andrés de Ustáriz, 1709-1716, comenzó a levantarse el Palacio de los Gobernadores. Cinco años tardó la obra, un imponente edificio con balcones hacia la Plaza de Armas. La portada tenía en su coronación las armas reales y las de la ciudad. “En el interior se encontraban las oficinas del Gobierno, la residencia del gobernador y un salón para comedias de amplias proporciones, lo que fue una gran novedad para la época”, en palabras de Armando de Ramón. Esta residencia y la Real Audiencia se conectaban internamente, lo que permitía a la más alta autoridad del reino reunirse con sus consejeros sin arriesgarse a pasar por la plaza en tiempos complicados. Sólo pasaron 20 años y el terremoto de 1730 volvió a destruir todo lo que existía. Fue necesario empezar prácticamente de cero para reconstruir el centro fundacional. Nuevamente, en 1780, el Cabildo fue el primero, tras la demolición de los restos del edificio anterior. Poco tiempo después se levantó la Real Audiencia. La casa de los gobernadores quedó reducida a una construcción de un piso, con un altillo sobre el portón de entrada. Según relata Carlos Peña Otaegui, el entonces gobernador Luis Muñoz de Guzmán había pensado en derribar lo que quedaba para rehacerla al igual que los vecinos, pero por falta de recursos este plan no se ejecutó.

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pP La construcción se desarrolla en torno a dos patios de cubierta vidriada con una estructura metálica. Esto genera un espacio luminoso de triple altura, rodeado de balcones corridos.

Bajo los gobiernos de Agustín de Jáuregui, 17721780, y su sucesor, Ambrosio de Benavides, 17801787, el Palacio de los Gobernadores fue nuevamente remodelado. En la tarea participó el arquitecto Joaquín Toesca, quien le dio una modulación neoclásica a esta construcción de un piso, con una pequeña torre sobre su acceso, el que fue destacado con un arco de medio punto en piedra sillar, con portón de madera claveteado y coronado por el escudo de armas del rey. Tras la Independencia, durante el período de la Reconquista, el edificio abandonado por Casimiro Marcó del Pont, fue saqueado y finalmente reparado por Bernardo O’Higgins, quien lo usó como residencia oficial hasta el fin de su mandato. A comienzos de la década de 1840 el palacio ya se encontraba en mal estado. Pese a los esfuerzos por levantarlo y reconstruirlo después de sucesivas catástrofes, ni el nuevo mobiliario, ni el nuevo alhajamiento lograron darle la categoría que la nueva institucionalidad del país requería. Esta construcción parecía cada vez más inadecuada. Su único punto a favor era estar en el corazón de la ciudad, junto a la Catedral, a las oficinas del Gobierno instaladas en la Real Audiencia y al Cabildo.

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PALACIO DE LOS GOBERNADORES


Vista hacia la Plaza de Armas desde el edificio de Correos de Chile.

Finalmente, en 1846 el presidente Manuel Bulnes decidió remodelar la Casa de Moneda, para trasladar allí la residencia y la sede de Gobierno. A partir de entonces, la vieja edificación de la plaza tuvo diferentes destinos hasta que se instaló el correo. En 1881, un incendio produjo daños de tal magnitud que se decidió levantar un nuevo inmueble para albergar la empresa de Correos y Telégrafos, aprovechando las fundaciones y algunos muros que se mantuvieron en pie. El proyecto fue encargado al arquitecto Ricardo Brown, quien construyó en 1882 una sobria y clásica edificación de dos pisos, realzada en su cara principal por dos pares de columnas corintias de doble altura, que sostenían un frontón triangular. En 1908, una nueva transformación le agregó un tercer nivel amansardado, con lo que se modificó la sobria y simétrica fachada diseñada por Brown. Esta vez el arquitecto fue Ramón Feherman, quien además disminuyó el número de columnas y eliminó el frontón triangular. Con esta intervención, el edificio se redefinió por características del renacimiento francés. El acceso se destaca al romper la pronunciada pendiente de la techumbre que conforma la mansarda, con una solución de cubierta curva muy

elaborada y ornamentada. Por una parte se acentúa el ritmo vertical dado por ventanas y columnas, al aumentar la decoración en torno a los vanos. Paralelamente, se trazan canterías rehundidas, predominantemente horizontales y se agregan cornisamentos, pilastras y dinteles decorados, que dieron prestancia al edificio. De planta rectangular, la construcción se desarrolla en torno a dos patios de cubierta vidriada sobre una estructura metálica. De esta manera se conforma un espacio luminoso de triple altura, rodeado de balcones corridos, que relacionan los diferentes recintos y oficinas. Está fundado sobre cimientos de piedra. Sus muros perimetrales son de albañilería de ladrillos de un metro y veinte centímetros de ancho y los tabiques son de madera y relleno de adobe. Los entrepisos, la techumbre y las cúpulas son de madera. Pese a las tragedias, transformaciones y cambios de uso, esta esquina continúa formando parte del corazón de la ciudad y el edificio que actualmente alberga la sede central de la empresa Correos de Chile, se destaca como una de las construcciones más notables de la Plaza de Armas. PALACIO DE LOS

pP El acceso principal del edificio enfrenta la Plaza de Armas, condición que se ha mantenido desde la primera construcción que se levantó en el lugar.

GOBERNADORES

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PALACIO DE LA REAL ADUANA

ACTUAL MUSEO CHILENO DE ARTE PRECOLOMBINO


Palacio de la Real Aduana en 1890, cuando sus instalaciones eran utilizadas por los Tribunales de Justicia. C OLECCION MHN.

C

on un estilo irrefutable de “Moneda Chica”, donde la huella del arquitecto italiano Joaquín Toesca asoma por cada esquina, la historia del Palacio de la Real Aduana se remonta al pasado más fundacional de la ciudad de Santiago, cuando el alarife Pedro de Gamboa trazó a cordel, en 1541, la planta de Santiago del Nuevo Extremo. Los solares, cuatro por manzana, se destinaron a los hombres de mayores méritos que habían acompañado a Pedro de Valdivia. El capitán Juan Cuevas Bustillos y Terán, “caballero hijodalgo” y corregidor de Santiago, fue uno de ellos. En 1555 construyó en la esquina de Morandé y Compañía una casa importante y de mucho lustre destinada a residencia familiar. Luego, el terreno pasó a sus hijas, quienes lo dividieron. Por esos años, la Compañía de Jesús había construido en el sitio en diagonal una iglesia y el Colegio Máximo de San Miguel. En 1635, las hermanas le vendieron estas propiedades, y ahí se instaló el Convictorio San Francisco Javier. Este funcionó como internado para los estudiantes y profesores, lo que dejó al Colegio Máximo para uso exclusivo de los sacerdotes. Diariamente los colegiales colorados, llamados así

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por su vestimenta, cruzaban la calle para asistir a clases. El traslado se realizaba en tal orden y elegancia que los vecinos se juntaban para verlos pasar. Pero el terremoto de 1647 botó al suelo estas construcciones y dejó sólo vagos recuerdos de su fisonomía original. Se sabe que los edificios fueron reconstruidos, hasta que un decreto real del 27 de agosto de 1767 puso fin a la presencia de la Compañía de Jesús, que fue expulsada de Chile y de todos los reinos de España. Una Junta de Temporalidades se hizo cargo de inventariar sus posesiones y repartirlas. El solar con la casa que allí existía pasó a manos del clero secular y por orden del gobernador Gil y Gonzága, se continuó impartiendo enseñanza secundaria. Al poco andar, la situación del inmueble era lamentable y se decidió que pasara al Obispado. En 1799, por mandato real, el Gobierno adquirió la casa del Convictorio de San Francisco Javier, para instalar en ese terreno la Aduana de Santiago, en una nueva construcción. En una fecha no determinada entre 1800 y 1805, ya se habían iniciado las obras y finalmente, en 1807, el palacio estaba listo para funcionar. Se cree que los planos originales eran de

pP Construido en los primeros años del siglo XIX, el Palacio de la Real Aduana, muestra la gravitación que tuvo el arquitecto Joaquín Toesca en la arquitectura santiaguina. Su fachada neoclásica con gruesas rejas de fierro, recuerda al Palacio de la Moneda.

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Toesca, pero fueron ejecutados por los ingenieros militares Miguel María de Atero y Agustín Cavallero. Era la primera década del siglo XIX y Luis Muñoz de Guzmán había llegado a hacerse cargo de la dirección del país, con el título de Gobernador. Se le había recibido con elegantes ceremonias y procesiones religiosas. Su gobierno se caracterizó por importantes adelantos en obras públicas. Ordenó empedrar algunas calles de la ciudad e inauguró importantes edificios, como la Real Casa de Moneda, el Palacio de la Real Audiencia y éste, para la Real Aduana. El servicio de aduana se había establecido con sede en Santiago en forma definitiva el año de 1774 por obra del gobernador Agustín de Jáuregui. En 1811, se promulgó la ley de libertad de comercio, primera ley de la República. Este inmueble funcionó como centro de revisión de las carretas que llegaban del Puerto de Valparaíso cargadas de mercaderías. Producto de esto, su interior no presentaba ninguna limpieza ni cuidado, según una fuente documental, “demasiado era el contraste con la gallardía de sus corredores, sus anchos muros de adobe y sus imponentes escalas.

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pP La invaluable colección del Museo Chileno de Arte Precolombino, se presenta organizada de acuerdo a áreas culturales. Mesoamérica, el Caribe, el Amazonas y Los Andes, permiten conocer la evolución de los pueblos precolombinos.

Al traspasar la puerta del edificio de dos pisos, se apreciaba una suciedad imperdonable”. Pero poco tiempo cumpliría el fin para el que había sido creado. El origen del servicio de aduanas provenía de la Casa de Contratación de Sevilla que, creada tras el descubrimiento de América, había servido para centralizar en un sólo lugar las mercancías que venían al nuevo continente. Tras la Independencia, el Reglamento Constitucional de 1813 estableció que la revisión de los productos se realizara en Valparaíso, antes de ser remitidas a Santiago. Al poco tiempo, la Aduana se trasladó a esa ciudad y este lugar quedó disponible. La Biblioteca Nacional aprovechó esta oportunidad y abandonó las exiguas dependencias de la Real Universidad de San Felipe. Permaneció en la Aduana hasta 1845, cuando se construyó el primer edificio especial para ella. Luego se instalaron los Tribunales de Justicia, que lo utilizaron por más de 60 años. Es por esto que toda una generación lo identificó como los “Tribunales Viejos”. En 1968, un gran incendio destruyó totalmente sus instalaciones y archivos. La presencia de esta construcción se destaca a primera vista, pues es la única de principios del siglo

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Patio Norte del Museo Chileno de Arte Precolombino.

XIX que aún subsiste en el sector, anclada en la antigua línea de edificación. Para evitar su demolición, puesto que con el ensanche de Bandera y Compañía desaparecerían las aceras de dichas calles, se continuó el paso peatonal abriendo una galería conformada por arcos. El edificio es un volumen sobrio de dos plantas que se desarrolla en torno a dos patios interiores cuadrados, rodeados por corredores en ambos niveles, a los que dan los diferentes recintos. Sus fachadas de altura uniforme y de un claro estilo neoclásico tienen gran similitud en cuanto a forma y proporciones con las del Palacio de La Moneda. Están moduladas por pilares y pilastras en sobrerrelieve que, junto a las cornisas y balaustradas que coronan la construcción, enmarcan los vanos de ambos niveles. Antiguamente, los pilares remataban con unos pináculos que completaban el coronamiento de los muros exteriores, los que no fueron repuestos después de que se cayeran con el terremoto de 1906. También se aprecia, tanto en la cara interior como exterior de sus fachadas, el trabajo de cerrajería de rejas y balcones. Es una construcción a base de muros

de albañilería de ladrillos de 90 centímetros, asentados en sobrecimientos de piedra. En la galería que se creó para dar continuidad a las aceras de Bandera y Compañía, se reemplazaron los entrepisos originales, hechos a base de envigados y entablados de madera, por losas de hormigón armado y bovedillas catalanas. Durante la década de 1980 y mediante sucesivas obras de restauración, el Palacio de la Real Aduana fue habilitado para instalar el Museo Chileno de Arte Precolombino y albergar la rica colección de las más diversas etnias y culturas de América Latina, atesorada con rigor y pasión durante años por el destacado arquitecto Sergio Larraín García-Moreno. Un destino notable para el edificio y una curiosa contradicción: exactamente 440 años antes de la creación de este museo y a raíz de la destrucción de Santiago por un ataque indígena, el gobernador Pedro de Valdivia ordenó construir alrededor de la ciudad un muro de adobe de grandes dimensiones, uno de cuyos brazos corría por la calle Bandera, exactamente al frente de la entrada de este noble y colonial inmueble. PALACIO DE

pP El Museo Chileno de Arte Precolombino, se inició con la importante colección particular de aproximadamente 3 mil piezas, legada a la ciudad de Santiago por el destacado arquitecto Sergio Larraín García – Moreno.

LA REAL ADUANA

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PALACIO DE LA REAL AUDIENCIA

ACTUAL MUSEO HISTORICO NACIONAL


Palacio de la Real Audiencia diseñado por Juan José de Goycoolea y Zañartu a principios del siglo XIX. COLECCION MHN.

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no de los edificios emblemáticos de la Plaza de Armas es el que desde 1982 alberga al Museo Histórico Nacional. Se emplaza en el centro de la cuadra que originalmente fuera propiedad de Pedro de Valdivia. Este costado de la plaza representó desde la fundación de la ciudad al poder temporal, en oposición al costado poniente, que hasta el día de hoy acoge a la Catedral Metropolitana, la Parroquia del Sagrario y el Palacio Arzobispal, símbolos del poder espiritual. Luego de que Valdivia vendiera su propiedad a la Real Hacienda, su casa quedó como residencia para los gobernadores. Al centro del terreno se construyó un edificio para el Cabildo y en el costado oriente del mismo, se instaló la Cárcel. Cuando se estableció la Real Audiencia en la capital, utilizó el inmueble que ocupaba el Cabildo, el que debió trasladarse y compartir sus dependencias con la cárcel. En ese momento la Plaza de Armas tomó su forma definitiva como centro administrativo, político y judicial del reino. Era el año 1609 y esta institución venía a cumplir un rol de alto rango. En rigor, era la principal herramienta con que contaba la monarquía para

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controlar a las élites locales. Era su forma de tener un registro directo de lo que en estas tierras sucedía. Desde 1567 este organismo había funcionado en Concepción, en atención al especial interés de la Corona en la Guerra de Arauco. Pero necesidades militares y de manejo estratégico llevaron a suspenderla. Pocos años más tarde se instaló en Santiago, donde llegó a ser una de las más reconocidas entidades del período colonial. Fue el más alto tribunal judicial de apelación en las Indias. Contaba con jurisdicción civil y criminal, más una amplia competencia extendida incluso al ámbito eclesiástico. Pero principalmente era un tribunal de agravio, para proteger a los vasallos y servir de consejo al presidente. Por esos años, la máxima autoridad del país tenía tres cargos bajo dos títulos; era “presidente de la Real Audiencia” y “gobernador y capitán general”, con lo que se reunían en una persona las responsabilidades políticas, judiciales y militares. El edificio actual no es el original. Varios terremotos y las consiguientes remodelaciones y reconstrucciones modificaron su fisonomía. A principios del siglo XIX se encomendó el desarrollo de un nuevo proyecto a Juan José de Goycoolea y Zañartu.

pP La primera Audiencia indiana fue establecida en Santo Domingo en 1511. A partir de entonces la instauración de esta institución en México, Panamá, Guatemala y Lima, marcó el proceso de colonización y de la presencia del poder monarquico en América.

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PALACIO DE LA REAL AUDIENCIA


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El Museo tiene 18 salas de exposición permanente donde se exhiben más de 1.600 piezas de colección.

En sus salas el Museo recrea parte de la historia de Chile, para lo que cuenta con una importante colección patrimonial.

Los planos de la Real Audiencia fueron aprobados en septiembre de 1803 e incluían la Contaduría Mayor y la Tesorería. Este proyecto se inauguró en 1808. Esta obra completa el trabajo concebido y ejecutado por Toesca en el Cabildo. De hecho, la fachada del Palacio de la Real Audiencia es asimétrica, pero esta irregularidad se pierde al fundirse con el edificio contiguo. Esto demuestra hasta qué punto Goycoolea estaba compenetrado en las enseñanzas e indicaciones entregadas por Toesca. Con todo, a este arquitecto se le reconocen como obras de su exclusiva autoría las iglesias de la Estampa Volada, la de Santa Ana y el Tribunal del Consulado, además de los baños públicos. Sin embargo, a sólo tres años de su inauguración, el edificio cambió su uso y sirvió a propósitos diferentes de aquellos para los que había sido diseñado. Tras los primeros pasos que condujeron a la Independencia de Chile, la Real Audiencia fue reemplazada por un tribunal judicial y el inmueble se convirtió en el epicentro del quehacer político. El 4 de julio de 1811, el recinto albergó al primer Congreso Nacional, uno de los más antiguos de América. Desde ese momento se utilizó, además, como sede de Gobierno.

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En sus salones se desarrolló parte importante de la historia que llevó a la formación de la República, hasta que en 1846, el presidente Manuel Bulnes estimó conveniente trasladarla junto con la residencia de los presidentes a la Real Casa de Moneda. Pese a ello, la calidad arquitectónica y su estratégico emplazamiento fueron motivos suficientes para que siguiera albergando funciones públicas. Entre 1847 y 1927 acogió las dependencias de la Intendencia de Santiago y luego sirvió como sede a la oficina de Correos y Telégrafos. En 1969 fue declarado monumento nacional. A comienzos de los 80, el edificio cayó en la mira de los gestores del Museo Histórico Nacional, que veían en él la oportunidad de acoger sus destacadas colecciones, entonces dispersas entre el Palacio de Bellas Artes y la Biblioteca Nacional. Fue sometido a una exhaustiva restauración durante cuatro años, en la que, como comenta Gabriel Guarda O.S.B., “aparecieron pinturas murales y vestigios de la decoración original, de refinado estilo Carlos IV”. La construcción es de carácter neoclásico con una expresión un tanto barroca, resaltada por el juego de luces y sombras que producen los pilares, cornisas y

pP Desde 1982 en el edificio ha funcionado el Museo Histórico Nacional, creado como parte de las celebraciones del Centenario, por decreto del Presidente Ramón Barros Luco.

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Corredor oriente del segundo piso.

especialmente su frontón quebrado. La fachada se conserva tal como fuera concebida por el arquitecto, salvo el torreón, que fue reconstruido y rediseñado en varias oportunidades a partir del terremoto de 1906. El edificio de dos pisos se desarrolla armoniosamente a ambos costados de la portada de acceso, la que sobresale del frontis, con dos pares de columnas adosadas de doble altura. Sobre la portada se advierte un tercer nivel, que es la base de una torre cuadrada con un reloj en cada frente, todo coronado por una cúpula. La fachada del cuerpo principal está modulada por una sucesión de pilastras y contrapilastras que la enmarcan, junto al zócalo de piedra y las balaustradas que coronan los muros y los vanos. Al mirarlo detenidamente se ve que el acceso no está centrado y que la parte ubicada al oriente del edificio es menor a la del sector poniente. Atravesando la portada y tras cruzar el zaguán, se llega a un patio interior de planta casi cuadrada, rodeado por corredores en ambos niveles, que relacionan los diferentes recintos. Aquí, el acceso tampoco está centrado e incluso los ejes de los pilares del sector norte no coinciden con los del sur. Este espacio tenía

primitivamente, en su eje norte-sur, una escala que comunicaba con el segundo piso, la que fue reemplazada más tarde por otra ubicada al interior. Está construido en base de muros de albañilería de ladrillos de 90 centímetros, asentados sobre un zócalo de piedra de cuidada terminación. La estabilidad de la torre se logra por la correcta distribución de machones y estribos. Sobre la estructura de techumbre de madera existe una cubierta de tejas. También, se destaca el esmerado trabajo de cerrajería de rejas y balcones. A partir de 1982, fecha en que terminó su restauración, se instaló el Museo Histórico Nacional, que había sido creado como parte de las celebraciones del Centenario, por decreto del presidente Ramón Barros Luco. La primera presentación de sus colecciones se realizó en el desaparecido Palacio Urmeneta. Esta construcción guarda, a diferencia de sus vecinos, un aire del pasado colonial. Entre sus paredes se puede vivenciar en parte, cómo era la ciudad en sus orígenes, cuando se vivía a otro ritmo y se respiraba otro aire. PALACIO DE

pP De los tres edificios que enfrentan por el norte a la Plaza de Armas, éste es el único que se mantiene de dos pisos, con torre sobre la portada de acceso y su patio central descubierto y rodeado por corredores.

LA REAL AUDIENCIA

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CAPITULO II

LA MODERNIZACION DE SANTIAGO

Siglo XIX Cerro Santa Lucía Palacio Arzobispal Teatro Municipal Congreso Nacional Mercado Central Cuerpo de Bomberos


CERRO SANTA LUCIA


Inauguración de las obras del Cerro Santa Lucía, el 16 de septiembre de 1872. COLECCION MHN.

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l cerro Santa Lucía que hoy se puede apreciar, es un reflejo del Santiago de la segunda mitad del siglo XIX, de los ideales de progreso y del afán modernizador que caracterizaron a ese período de la historia. Al pasear por sus alrededores, cuesta imaginar que antes de ser intervenido era sólo una masa rocosa, un cerro seco y sin vida. Hoy es un enclave de vegetación en pleno centro. En palabras del intendente de Santiago, Benjamín Vicuña Mackenna, 1872-1875: “En ciudad alguna del mundo encuéntrase un peñón más atrevido, más caprichoso, más importante por su masa de rocas, situada... a cuatro cuadras, es decir a menos de 500 metros de la plaza principal de la ciudad i corazón mismo de ella”. Antes de la llegada de Pedro Valdivia y sus huestes al valle del Mapocho, este pequeño cerro pedregoso recibía el nombre de Huelén, que en lengua mapuche significa dolor o tristeza. Tenía, entonces, un gran simbolismo sagrado para quienes habitaban sus faldeos, liderados por el cacique Huelén-Huara. Es posible que, además, les sirviera como punto de vigilancia, ya que desde su cima se lograba una amplia vista de los alrededores. Tras la conquista, perdió esa significación simbólica. La irrupción de los españoles repercutió desde el primer momento en el destino del Huelén, que fue rebautizado Santa Lucía, para rememorar el día de su llegada, el 13 de diciembre de 1540. El pueblo que allí habitaba fue obligado a abandonar su emplazamiento y permitir que los

conquistadores se instalaran en este lugar, que tenía grandes ventajas estratégicas para controlar el valle. A poco andar, el cerro quedó relegado a un segundo plano y pasó a ser uno de los vértices del llamado plano de damero con el que se trazó Santiago del Nuevo Extremo. Luego, con el crecimiento de la misma, el Santa Lucía comenzó a ser una traba para el desarrollo urbano. De esta forma, sin mayor protagonismo, el Santa Lucía vivió en el anonimato por más de tres siglos. Fue así hasta que Casimiro Marcó del Pont, último gobernador español de Chile, mandó construir dos pequeñas fortificaciones para defensa de la ciudad: La batería Marcó y la Santa Lucía, las que nunca se utilizaron. Tras la Independencia, la segunda y más importante recibió el nombre de Castillo Hidalgo, en honor de Manuel Hidalgo, capitán caído en la batalla de Chacabuco. El cerro sirvió además, entre 1820 y 1872, como cementerio para todos aquellos que no eran recibidos en el camposanto: Condenados, suicidas y disidentes. El año en que se inició la construcción, los cuerpos fueron trasladados a un lugar especialmente habilitado en el Cementerio General. Con el correr del siglo XIX, la confirmación de la República y el progreso material, significaron grandes cambios y transformaciones. En una dinámica de progreso y evolución permanente, se conjugaron el esfuerzo del Estado y de los particulares, para embellecer y modernizar la ciudad.

Vista desde el Cerro Santa Lucía hacia el poniente.

El cerro Santa Lucía tuvo su primera intervención en 1872, gracias al impulso del intendente Benjamín Vicuña Mackenna. En la fotografía aparece al centro junto a un grupo de colaboradores, contratistas, arquitectos y empleados de la Intendencia.

En ese momento, el cerro Santa Lucía parecía ser un signo de atraso y de barbarie. Se utilizaba como cantera para obtener piedras a emplear en nuevas construcciones, como basural e incluso como escondite de ladrones. Ya el arzobispo de Santiago, Rafael Valentín Valdivieso, había llamado la atención sobre este hecho y sobre las posibilidades que la intervención de este espacio podía significar, tanto para su entorno como para la ciudad. Pero faltaba el empuje y la imaginación para llevar a cabo un proyecto de gran envergadura. Esa mirada lúcida y potente fue la de Vicuña Mackenna. Este visionario hombre público fue el primero en crear un plan completo de mejoramiento para Santiago. Su proyecto incluía más de veinte medidas que buscaban transformar la fisonomía de la capital. En este gran marco, las obras pensadas para el Santa Lucía lograron que este hito natural se transformara en un hito urbano. El mismo año en que asumió la Intendencia, Vicuña Mackenna trasladó a 60 presidiarios al Castillo Hidalgo y los puso a trabajar a toda máquina en esto, que para muchos, parecía una locura. Los vecinos del cerro observaban atónitos lo que estaba sucediendo, pero su sorpresa se transformó en indignación, “porque las piedras saltaban de las faenas y caían como proyectiles sobre sus tejados”, como recuerda Ramón Subercaseaux en sus memorias. Vicuña Mackenna intervino antes de que los reclamos se convirtieran en demandas y aceleró las obras. A dinamitazos y deprisa se fue avanzando. Luego, como relata Alfonso

Calderón, “con la misma urgencia, se trajeron naranjos de Maipú, palmeras de Ocoa y Cocalán y 18.000 carretadas de tierra vegetal”. Dos años, cuatro meses y 13 días después, el cerro fue entregado a la Municipalidad de Santiago. El costo fue altísimo, tanto que el presupuesto asignado no alcanzó a cubrir todos los gastos. Para no paralizar los trabajos, Vicuña Mackenna obtuvo un préstamo a título personal. La idea era que los fondos le fueran restituidos después, pero no fue así. Debió hipotecar sus bienes y los de su mujer, situación que los dejó prácticamente en la ruina. Pero el producto era un sueño al que el Intendente le había puesto toda su energía. El tradicional peñón que adornaba las vistas del centro se transformó en un elegante paseo y punto de encuentro. Contenía, además de hermosos jardines y plazoletas, terrazas, juegos, castillos, un museo, una capilla y una ermita. Cuando terminaron las obras, su gestor y mecenas dijo que ya no cabía ni un macetero más. Aún así, tiempo después se continuaron haciendo modificaciones. En 1903, el arquitecto Víctor Henry Villeneuve construyó el acceso por la Alameda. Este oasis en medio de la ciudad es un lugar lleno de historia. Diferentes objetos, estatuas, adornos y escudos tienen un relato propio que contar y hablan sobre Santiago y su evolución. Tras la muerte de Vicuña Mackenna, su cuerpo fue enterrado en la ermita. El cerro Santa Lucía continúa siendo un hito y el ejemplo de Vicuña Mackenna, una inspiración. Es el triunfo del hombre sobre la naturaleza, de la ciudad sobre su entorno. CERRO SANTA LUCIA

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Este portal presenta el escudo de armas de España, labrado por el presbítero Ignacio Andía y Varela, por encargo del superintendente de la Casa de Moneda para ser instalado en ese edificio en 1805. Por diversas razones esta obra nunca llegó a su destino y fue finalmente donada a la ciudad e instalada en el cerro Santa Lucía.

En 1902 se terminó la obra que abrió el acceso al cerro desde la Alameda, una imponente estructura proyectada por el arquitecto Victor Henry Villeneuve, que armoniza un completo conjunto arquitectónico con escalinatas curvas, piletas, una amplia terraza y un arco de triunfo rematado por una cúpula.

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CERRO SANTA LUCIA


“Caupolicán” escultura en bronce del artista chileno Nicanor Plaza. Originalmente esta pieza fue diseñada para un concurso en EE.UU. representando al último de los mohicanos.

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PALACIO ARZOBISPAL


Palacio Arzobispal a mediados del siglo XIX. Atrás se ven las torres de la Iglesia de la Compañía. COLECCION MHN.

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nserto en lo que se ha llamado la manzana religiosa, al costado poniente de la Plaza de Armas, el Palacio Arzobispal articula, con la Parroquia del Sagrario y la Catedral Metropolitana, una unidad que se ha mantenido históricamente. Fue el propio Pedro de Valdivia quien definió que los dos solares que enfrentaban a la plaza, fueran utilizados para que ahí se levantara la primera iglesia, una vivienda para los sacerdotes y el cementerio. La casa parroquial se construyó de adobe con paja y al igual que el resto de la ciudad al poco tiempo fue incendiada durante el ataque del cacique Michimalonco. Sólo al fundarse el Obispado, 20 años después, se edificó una Catedral y una nueva residencia para los sacerdotes y obispos. El resultado fue un inmueble de dos pisos y soportal de ladrillo, enfrentando la plaza. En 1621, el recientemente designado obispo Francisco de Salcedo, decidió intervenir la casa

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parroquial existente, pero ya que la Iglesia no contaba con los recursos para darle mayor categoría, Salcedo les compró el solar e hizo una nueva residencia, pagando la obra de su bolsillo. De esta forma se logró una edificación de mayores dimensiones y prestancia. Para solventar en alguna medida los costos de mantención, construyó locales para renta en el primer piso. Tras su muerte, la propiedad pasó a manos de sus herederos, quienes no valorizaron su importancia y la dejaron abandonada. Desde ese momento fue la Iglesia la que continuó utilizando sus dependencias, que lograron sobrevivir sin mayores alteraciones por casi 200 años. Esta tranquilidad se vio interrumpida en 1841, cuando apareció Ramón Albornoz, heredero de Salcedo, con la intensión de reclamar sus derechos. Como la casa estaba ocupada, decidió entablar una demanda. El conflicto se resolvió una vez que el

La primera casa parroquial de la ciudad de Santiago se construyó de adobe y paja. Luego en 1620, se levantó un edificio de mayor prestancia, con el primer piso destinado para comercio, tradición que se mantiene hasta el día de hoy.

o 137 PALACIO ARZOBISPAL DE SANTIAGO


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El ángel que se observa en el lado derecho, tiene sus manos en alto para instalar un aplique.

Detalle del cielo de madera pintada de la capilla ubicada en el sector poniente del edificio.

Cabildo de la Catedral Metropolitana compró el terreno y pagó la suma de 12 mil pesos a Albornoz. Sin embargo, los problemas no terminaron ahí, siendo en esta ocasión los protagonistas del conflicto el Obispo y el Cabildo de la Catedral. Tras un duro juicio de varios años, zanjado finalmente por mediación de Roma, la propiedad pasó a manos de la Arquidiócesis, entidad que decidió levantar un nuevo palacio. Para obtener los fondos necesarios se acudió al Congreso Nacional, el cual votó una ley especial y finalmente, se encargó al arquitecto francés Francois Brunet Debaines, el desarrollo del proyecto. Por esos años, la imagen de la cuadra al poniente de la Plaza de Armas era muy diferente a lo que se puede observar en la actualidad. La Catedral no tenía sus torres, la Parroquia del Sagrario estaba a medio construir y la casa del arzobispo tenía techos de tejas y una gran portada hacia la plaza.

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En la construcción del Palacio Arzobispal participaron los arquitectos Francoise Brunet Debaines y Lucien Henault, destacados profesionales extranjeros contratados por el Gobierno para el desarrollo de importantes obras públicas.

Los trabajos se iniciaron en 1851 y Brunet Debaines aprovechó parte de los muros posteriores del Palacio Salcedo. Sin embargo, las dificultades no se hicieron esperar. En 1855 coincidieron la muerte del arquitecto y fuertes problemas de financiamiento, los que obligaron a paralizar las faenas. Sólo quedó terminada la obra gruesa. El proyecto se reanudó 14 años más tarde, cuando otro francés, Lucien Henault, se hizo cargo y logró terminar la construcción apenas un año después. En ese momento, el edificio se definió por su frontis de carácter neoclásico. El siglo XX trajo consigo nuevas modificaciones. Durantes los años 30, se cambió el nivel del patio central, que se elevó a la altura del segundo piso techándolo. Se instaló un ascensor y se creó un nuevo núcleo de escaleras. El primer piso se amplió y como en los tiempos de Salcedo tuvo un uso comercial. El segundo y tercer nivel fueron destinados a dependencias del Arzobispado.

o 141 PALACIO ARZOBISPAL DE SANTIAGO


En el sector sur poniente está este salón, decorado en estilo neoclásico. Actualmente está en proceso de reparación.

La fachada principal de este edificio enfrenta a la Plaza de Armas y se caracteriza por su horizontalidad, con ritmos muy claros de vanos de medio punto y balcones de balaustre. Mantiene la altura de su vecina, la Parroquia del Sagrario, y de la Catedral Metropolitana. La suma de los tres frontis crea una unidad frente a la plaza. El primer piso está revestido con un estuco grueso que simula un muro de piedra, y aún cuando tiene carácter comercial, no ha perdido su categoría y calidad. El segundo y tercer nivel se pueden leer como uno solo. Las columnas de capitel corintio marcan el aspecto monumental del edificio. Todo remata en un entablamento con su correspondiente cornisa en volado y un ático compuesto de grupos de balaustres. El interior del Palacio Arzobispal está conformado por sucesivos recintos. El gran salón de recepciones,

ubicado al final del corredor norte, tiene una impronta neoclásica, con molduras y cornisas, más un elaborado piso de marquetería de caoba y castaño. A su costado, una capilla con vitrales de 1892 y decorada con telas pintadas traídas de Italia, ofrece una armonía estilística de gran colorido. Hacia la Plaza de Armas, están las salas que han sido contemporáneamente intervenidas, a las que se les eliminó el estuco y yeserías para dejar su ladrillo estructural a la vista. Estos muros tienen entre 80 y 120 centímetros en la fachada principal, unidos con mortero de cal. Las grandes vigas de los pisos y de la techumbre son de madera. En la actualidad, el Palacio Arzobispal está en proceso de recuperación para instalar el Museo de Artes Eclesiásticas de Chile. Con esto se dará un nuevo énfasis al rescate patrimonial y se recuperará este sector de la Plaza de Armas.

Brunet Debaines cuenta entre sus obras, además del Palacio Arzobispal, la intervención en el Teatro Municipal, el Congreso Nacional, los pasajes Mac Clure y Bulnes, las residencias de Melchor de Santiago Concha y del General Bulnes. Todas ellas construcciones en las que desarrolló el estilo neoclásico.

PALACIO ARZOBISPAL DE SANTIAGO

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TEATRO MUNICIPAL


Teatro Municipal de Santiago en 1925. COLECCION MHN.

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l Teatro Municipal de Santiago se emplaza en un sitio de innegable valor histórico y patrimonial. Su recorrido no exento de tragedias, habla del esfuerzo y el tesón de los amantes de las artes y la música que hicieron todos los esfuerzos necesarios para que la ciudad contara con un espacio de nivel internacional. En el solar ubicado en la calle Agustinas esquina de San Antonio funcionó, desde su inauguración en 1747 hasta 1839, la Real Universidad de San Felipe, antecesora de la Universidad de Chile, hito intelectual y cultural del período colonial. El edificio sirvió a diferentes propósitos tras ser abandonado por la universidad. Incluso el Congreso utilizó sus dependencias para sesionar durante un tiempo. Luego, una empresa particular inauguró el Teatro de la Universidad, que a poco andar mostró que no estaba a la altura de las aspiraciones de los habitantes de esta ciudad. Los espectáculos líricos dieron sus primeros pasos en la década de 1830, con la Primera Temporada de Opera realizada en el Teatro de la Plazuela de la Compañía. En ese momento se presentó la ópera de Gioachino Rossini “El Engaño Feliz”. Un segundo hito fue el estreno, en abril de 1844,

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de la ópera “Romeo y Julieta”, interpretada por Teresa Rossi y Clorinda Pantanelli. Esa noche, el Teatro de la Universidad resplandeció por la elegante concurrencia que, vistiendo sus mejores trajes, presenció un espectáculo inédito en el país. La representación fue admirable, el éxito de la compañía se repitió una y otra vez y los artistas fueron objeto de grandes ovaciones. Todos, hechos relatados en los medios de prensa y comentados en la tertulias. El 23 de julio de 1852, consta en la minuta del Cabildo, una propuesta presentada por dos hermanos para erigir con sus propios medios un espacio de categoría para las presentaciones líricas. La respuesta no se hizo esperar. Una comisión nombrada para evaluar el proyecto entregó un informe firmado por los señores Ovalle, Tagle y Marcoleta, en el que se recomendaba a la Municipalidad asumir la responsabilidad. El intendente de la época, Francisco Angel Ramírez, tomó con entusiasmo la idea y obtuvo la firma del ministro del Interior Antonio Varas, con anuencia del presidente de la República, Manuel Montt, el 22 de diciembre de ese mismo año. Se aprobó un empréstito por 50 mil pesos y se encomendó al arquitecto Francois Brunet Debaines y al ingeniero Augusto Charme la preparación de los planos y del presupuesto definitivo.

Un decreto firmado en enero de 1853 durante la presidencia de Manuel Montt, estableció la creación y la ubicación del Teatro Municipal en el sitio donde se encontraba la Universidad de San Felipe, en la calle Agustinas esquina San Antonio.

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Brunet Debaines había recorrido los teatros de Europa y se inspiró en los italianos renacentistas en boga a principios del siglo XIX. Se ha dicho que su proyecto es una copia de la Opera de París del arquitecto Garnier. Esto carece de fundamento, pues Brunet Debaines era 46 años mayor que el francés, lo que hace prácticamente imposible que hubiese visto los planos del teatro parisino. El año 1848 llegó a Chile contratado por el Gobierno y la Opera de París fue inaugurada en 1861. Son similares, pero no es igual su concepción arquitectónica. El 10 de septiembre de 1853 se dio inicio a la obra gruesa de acuerdo con el proyecto de Brunet Debaines, la que tras su muerte fue intervenida por su sucesor, Lucien Henault con ayuda de Manuel Aldunate. Este se preocupó de la ejecución de los trabajos que dotaron al teatro de lámparas a gas. Henri Philastre desarrolló las terminaciones interiores y los curiosos adornos de cobre embutido del foyer. Por esos años, Santiago comenzaba una transformación sin parangón en su historia y sus habitantes asistían encantados a la llegada de la modernidad. El sonido del primer ferrocarril, la construcción del Teatro Municipal y la iluminación

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En la década de 1870, cuando Santiago tenía más de 150 mil habitantes, poseer un palco en el Teatro Municipal era una innegable señal de estatus.

de las noches con lámparas de hidrógeno comenzaban a dar a la ciudad una nueva fisonomía. El 17 de septiembre de 1857, se realizó el gran estreno con la ópera “Hernani”, de Giuseppe Verdi, bajo el hechizo de la cantante Ida Edelvira, ídolo de los escenarios de Brasil, acompañada por los coros líricos del Teatro de la República. Desde su palco, el presidente Manuel Montt y su ministro Antonio Varas presenciaron la vibrante presentación. Pero este ansiado e impaciente evento se realizó antes de que la construcción estuviera terminada. “Ni el teatro, ni la compañía de gas, ni los empresarios estaban listos para principiar en septiembre. Todo se ha hecho de prisa y sin la conveniente preparación para llenar el deseo del público que se creía indulgente”, relata un artículo de “El Mercurio de Valparaíso”, el 1º de octubre de ese año. Cuatro días más tarde se organizó un gran baile en el Salón Filarmónico, al que asistieron más de mil invitados. Nuevamente las quejas no se hicieron esperar. Múltiples reclamos surgieron por el molesto olor a gas y por las malas condiciones de los accesos; las mujeres, al bajar de sus calesas, terminaron llenas de barro. Aun así, el interés por este espacio fue en aumento.

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TEATRO MUNICIPAL


Para el terremoto de 1906 se presentaba “Tosca”. Los actores corrieron despavoridos aún con sus vestuarios de curas y monaguillos en dirección a la Alameda y se refugiaron en la Iglesia de San Francisco, con tal suerte que las mujeres los perseguían para darles su confesión.

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Hall principal de acceso.

Lamentablemente, trece años después un terrible incendio destruyó parte importante de la estructura del teatro. Este comenzó el 8 de diciembre de 1870, tras la cuarta presentación de la destacada soprano Carlota Patti. Un telón cayó sobre la tubería de la matriz de gas, la ciudad se iluminó y los horribles recuerdos del incendio de la Iglesia de la Compañía, ocurrido siete años antes, revivieron en la mente de los santiaguinos. Como recuerda Eugenio Pereira Salas en su libro conmemorativo del centenario del Teatro: “Se desplomaba la silueta del querido edificio que fuera la tertulia, el tablado político y la bolsa de valores artísticos de esas generaciones patricias que penosamente se habían elevado a las comodidades y refinamientos de la sociabilidad por el arduo camino del esfuerzo”. En los intentos por detener el fuego, uno de los fundadores del Cuerpo de Bomberos y amante de las artes intentó llevar agua hasta el fondo del escenario para salvar el edificio. Era Germán Tenderini, quien junto a Santos Quintanilla, empleado del teatro, perdió la vida heroicamente. Pero el desánimo y el impacto de esta tragedia no pudieron contra el espíritu de hombres como Benjamín Vicuña Mackenna, quien por esos años

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conformaba junto a Rafael Sanfuentes, José Domingo Correa y Ramón Francisco Ovalle, la comisión de teatros de la Municipalidad de Santiago. Se propusieron reconstruirlo a la brevedad y lo lograron, no sin enfrentar inconvenientes. Se acordó que se tomarían como base los planos de Lucien Henault y se aceptarían los aportes de Ricardo Brown para el frontis de la calle San Antonio. El proyecto definitivo estuvo a cargo de Paul Lathoud, arquitecto del Palacio Cousiño y Eusebio Chelli, responsable entre otras obras, del Palacio Errázuriz. Del edificio anterior habían quedado en pie los muros estructurales y el cuerpo del costado oriente. Terminados los trabajos, fue necesario entrar en los detalles para la firma del contrato de arrendamiento. A pesar de los largos plazos concedidos, sólo en noviembre se recibió la primera oferta hecha por una sociedad teatral, organizada por Melchor de Santiago Concha y un grupo de mecenas, “más a influjos de un noble espíritu social que por miras de especulación”, en palabras de Eugenio Pereira Salas. El 16 de julio de 1873, con Vicuña Mackenna como intendente de Santiago, se inauguró el nuevo teatro, en el mismo lugar y por segunda vez con una ópera de Verdi, “La Fuerza del Destino”.

El foyer principal, ha sido intervenido y modificado por numerosos arquitectos a lo largo de la historia del Teatro Municipal. Brunet Debaines construyó dos escaleras laterales, las que después de ser eliminadas se volvieron a edificar y son las actuales.

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Personajes destacados como Cousiño, Errázuriz y Urmeneta aportaron para que éste se posicionara a nivel internacional, lo que permitió que destacadas compañías se asomaran por estas lejanas tierras. Con el cambio de siglo, nuevos aires llegaron al Municipal y las zarzuelas fueron el gozo de personas de diferentes edades, hasta que un terremoto, en 1906, dañó nuevamente el edificio. Emile Doyère se hizo cargo de las reparaciones y diseñó un foyer, para muchos, uno de los más hermosos de América Latina. Se inspiró en la Opera de Burdeos y unificó la fachada. Con estos y otros cambios, el teatro ganó en monumentalidad y estuvo preparado para celebrar el Centenario de la Independencia. En las primeras décadas del siglo XX, las estructuras de albañilería de ladrillo pegadas con mortero de cal fueron reforzadas con hormigón armado. En 1920 y 1947, nuevas intervenciones modificaron la fisonomía del edificio. El Teatro Municipal fue concebido con tres cuerpos principales. El central, donde se ubica la gran sala de espectáculos, es de mayor altura y los laterales para servicios, son menores y enmarcan al anterior. Aún cuando la fachada y las plantas fueron diseñadas

independientemente, todo se encuadra en los principios de la arquitectura renacentista. En el primer piso desde el frontis, un gran portal con arcos de medio punto acoge las cinco puertas de acceso. En el segundo nivel, cuatro imponentes columnas de orden corintio forman un balcón tipo logia, al que se accede a través de las altas puertas vidriadas, también de medio punto, que iluminan el Salón Filarmónico. La gran sala de espectáculos está conformada por un semicírculo unido a los puntos extremos de la boca del escenario, mediante dos curvas estudiadas para efectos acústicos y de visibilidad. Su cúpula, de 26 metros de ancho, sostiene una lámpara de lágrimas de casi dos metros y medio de diámetro con 68 luces. El año 2007 el Teatro Municipal celebró 150 años de vida y continúa siendo un referente del quehacer cultural del país. Grandes compañías, cantantes y bailarines chilenos y extranjeros, han desplegado su talento dejando una huella imborrable para todos quienes han asistido a sus funciones, pero en especial para aquellos que siguen sus temporadas año a año. TEATRO

El escultor Chelli, hermano del arquitecto, labró dos estatuas en función de candelero que iluminaban el ambiente. Fueron creadas durante la intervención de Paul Lathoud en la década de 1870.

MUNICIPAL

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CONGRESO NACIONAL


Edificio del Congreso Nacional en 1920. COLECCION MHN.

Acceso a la Cámara de Diputados desde los jardines del antiguo edificio del Congreso Nacional.

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ran las 10 de la mañana del 4 de julio de 1811. Una columna conformada por 46 diputados se dirigía solemnemente hacia la Catedral para prestar juramento. La Plaza de Armas presentaba toda la elegancia y majestuosidad posible de imaginar en los albores del siglo XIX. La gente reunida en la plaza observaba expectante los cambios que lentamente comenzaban a producirse en el país. “‘¿Juráis la Santa Religión Católica, Apostólica, Romana, sin admitir otra en este reino? ¿Juráis ser fieles a Fernando Séptimo de Borbón, libre de toda dependencia extranjera? ¿Juráis defender el reino de Chile y sus derechos contra sus enemigos interiores y exteriores y para esto conservar la mayor unión? ¿Juráis desempeñar fiel y legalmente la importante comisión que el reino ha puesto a vuestro cuidado?’. Y habiendo respondido todos, ‘Sí, juramos’, dijo el señor presidente: ‘Si así lo hiciereis, Dios os lo premie y si no, os lo demande’; a lo que respondieron, ‘Amén’”, según consta en el acta de instalación del Congreso.

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Tras la ceremonia, una salva de artillería saludó a los diputados, quienes se dirigieron al edificio donde hasta entonces había funcionado la Real Audiencia. Se dio entonces solemne inicio a la primera sesión. Al día siguiente, los diferentes estamentos de la sociedad presentaron sus respetos y juraron su lealtad. Chile debía tomar decisiones en ausencia del rey de España y estos hombres serían responsables de definir ese camino. Su elección, o selección, había pasado por las manos de un grupo de “notables”, designados por su rango, fortuna y empleo. Esta convocatoria había surgido de la propia Junta de Gobierno instaurada en 1810, la que depositó en el nuevo Congreso el mando supremo de la nación. Lentamente, importantes decisiones fueron remarcando cierto grado de soberanía de la institución. Se aprobó el Reglamento para el Arreglo de la Autoridad Ejecutiva Provisoria de Chile, se definieron disposiciones tendientes a los tribunales de justicia y se determinó la libertad de

Los solares donde se levantó el Ex Congreso Nacional, pertenecieron desde el siglo XVI a los jesuitas. Ahí construyeron el Colegio Máximo de San Miguel y la Iglesia de la Compañía. Tras su expulsión en 1767, los terrenos pasaron al dominio de la Corona de España y, con la Independencia, al Gobierno de la República.

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vientre, que declaraba libres a los hijos de los esclavos nacidos en Chile. Un año más tarde y por iniciativa de José Miguel Carrera, se estableció el primer Senado. Eran siete hombres con capacidad y herramientas para limitar al poder ejecutivo. La historia siguió su curso. Pero en esta ecuación falta un detalle. Todos estos nuevos organismos en su origen eran de carácter provisorio, por lo tanto, funcionaban físicamente donde fuera que hubiese espacio. Primero fue en el edificio de la Real Audiencia; luego, tras una breve permanencia en Valparaíso, de vuelta en la capital, las cámaras se separaron. El Senado sesionó donde estaba el Tribunal del Consulado (actualmente en el lugar está el Palacio de Tribunales) y los diputados se instalaron en el recinto ocupado por la Universidad de San Felipe, donde después se construyó el Teatro Municipal. Pasaron muchos años y un sinfín de cambios políticos antes de que existiera la intención de edificar un edificio de categoría para albergar a uno de los poderes más importantes del Estado. Se eligió un terreno

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ubicado a un costado de la Iglesia de la Compañía, recientemente abandonado por el Instituto Nacional y cuyas instalaciones habían sido demolidas. Desde el siglo XVI esos solares habían pertenecido a los jesuitas. Ahí construyeron el Colegio Máximo de San Miguel y la Iglesia de la Compañía. Pero tras su expulsión en 1767, sus propiedades pasaron a una Junta de Temporalidades que las repartió. Esta manzana quedó bajo el dominio de la Corona de España y con la Independencia fue entregada a la administración pública. Tras definir el lugar, se encargó el proyecto a Francois Brunet Debaines, contratado en Francia, en 1848, por las autoridades chilenas con el cargo de Arquitecto de Gobierno. Al morir éste en 1855, lo sucedió en el cargo el francés Lucien Henault. No obstante, cinco años después las obras debieron ser paralizadas por falta de fondos. Sólo se alcanzó a construir el primer piso. Esta no sería la única ni la última de las dificultades. El 8 de diciembre de 1863, la vecina Iglesia de la

La Biblioteca del Congreso Nacional fue creada en 1883 por iniciativa del entonces diputado Pedro Montt. Esta escalera imperial conduce a sus dependencias en el segundo piso.

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Compañía fue totalmente destruida por un incendio. Aún más grave, en el momento en que se produjo el siniestro estaba llena de feligreses. Esto causó la muerte de más de 2 mil personas y un terrible recuerdo para los sobrevivientes y vecinos que presenciaron la tragedia. La iglesia fue completamente demolida y en su lugar se instaló una escultura en recuerdo de las víctimas. Esto permitió crear un espacio para jardines, que dio amplitud y perspectiva a este edificio en proceso de construcción. Desde ese momento y hasta principios del siglo XX, el proyecto sufrió un sinnúmero de intervenciones. Destacados arquitectos como Chelli y Brunot, además de los chilenos Manuel Aldunate y Alberto Cruz Montt también dejaron su huella. La obra que hoy se puede apreciar es un volumen homogéneo y compacto, de 76 por 78 metros y de dos altos pisos. Tiene una gran simetría en sus fachadas y en la planta. Los frentes norte y oriente son casi idénticos y dan al jardín, lo que genera un aire de frescura y una perspectiva original. Los

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Salón de Honor. Las columnas corintias, el gran cornisamento cóncavo, el enorme vitral del cielo y los dorados, dan cuenta de la importancia de éste recinto.

frentes del sur y poniente enfrentan a las calles Compañía y Morandé, respectivamente. La concepción arquitectónica está realizada en torno a tres recintos principales. En el centro, la Sala de Sesiones Plenarias, de forma rectangular, que se utilizaba para los momentos de apertura de las cámaras y en las fechas en que se reunía el Congreso Pleno. Luego, una más pequeña en semicírculo, al lado oriente, para la Cámara de Diputados y finalmente, otra de menor tamaño aún, también en semicírculo y hacia el poniente, para el Senado. Todas irradian un incomparable aire de solemnidad. En torno a estos se ordenan simétricamente las salas menores, oficinas y otras dependencias, conectadas por un largo pasillo de contorno. Los hemiciclos tienen una zona exterior de circulación conformado por columnas en el primer nivel. En el segundo piso existen galerías para el público. En la sala del Senado se encuentra el cuadro conmemorativo del primer Congreso Nacional, de Nicolás González y Fernando Laroche.

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Salón de Honor, destinado a las sesiones solemnes de aperturas de las Cámaras y a las reuniones del Congreso Pleno. Desde este lugar el Presidente de la República, cada año, rendía la Cuenta Pública al país.

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En el hemiciclo del Senado, cuadro del “Primer Congreso Nacional” de Nicanor González y Fernando Laroche, 1903.

Como otros edificios públicos de su época, su estilo es neoclásico, inspirado en el período francés. Importantes pórticos con columnas destacan los accesos. Pilastras modulan las fachadas y enmarcan las ventanas con arcos de medio punto en el primer piso y rectangular en el segundo, coronados estos últimos por una alternancia de frontón triangular y curvo. La entrada principal fue proyectada por el costado norte como acceso a la Sala de Sesiones Plenarias y abierta a los jardines. Un pórtico sobresale de la fachada, conformado por seis columnas corintias rematadas con frontón triangular. Hacia el interior este esquema se repite y una nueva línea de columnas marca el ingreso al edificio, creando un espacio de gran prestancia. En el costado sur, por calle Compañía, se llega a un hall y una suntuosa escalera imperial conduce a la Biblioteca del Congreso. Por el poniente, calle Morandé, se ingresa al Senado. La estructura

fundamental es de albañilería de ladrillo en muros de hasta un metro de espesor. Sus fundaciones son de piedra, con sobrecimientos de piedra canteada. El entrepiso es de bovedillas de ladrillo asentadas en vigas de fierro. Los jardines del Congreso fueron diseñados por Guillermo Renner, el mismo paisajista de los parques Santa Rita y Macul. En lugar del monumento original en honor a las víctimas del incendio de la Iglesia de la Compañía, que se trasladó al Cementerio General, se instaló una estatua de mármol de la Virgen, del escultor italiano Jacometti. Este patio está rodeado por una reja sobre zócalo, que fue instalada en 1889. Con la construcción y puesta en marcha del polémico Congreso Nacional en Valparaíso en 1990, este noble edificio se convirtió en sede del Ministerio de Relaciones Exteriores. En la actualidad, pretende recuperar su sentido y función original.

El edificio del Congreso Nacional en Santiago, junto a la Catedral Metropolitana, los Tribunales de Justicia, el Palacio de la Real Aduana y el Palacio de Septiembre, conforman un espacio urbano de notable calidad arquitectónica, que cuenta con protección patrimonial como Zona Típica del centro histórico.

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MERCADO CENTRAL


Colección RIBA.

Estructura del Mercado Central armada en Glasgow antes de ser enviada a Chile. RIBA L IBRARY PHOTOGRAPHS COLLECTION.

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econocido por muchos gracias a su notable estructura y diseño, el Mercado Central es una muestra sobresaliente de la arquitectura metálica que se inició en Chile a mediados del siglo XIX. Es, además, un atractivo y pintoresco espacio donde se encuentra todo tipo de frutas, verduras, pescados y mariscos frescos, junto con artesanías y puestos de comida. Muchos mitos se cuentan sobre su origen y el más conocido es que la obra se ejecutó de acuerdo a planos de Eiffel. Pero existen dos versiones más apegadas a la realidad: Una que adjudica el proyecto completo a los arquitectos chilenos Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta y otra que da luces sobre la posibilidad de que los autores de la estructura metálica sean ingleses. En los anales de la historia de Chile se cuenta que, en 1552, previo acuerdo del Cabildo, se estableció que en la Plaza de Armas funcionaría el primer “tiánguez” o mercado público de la ciudad. Con el tiempo, lo que eran ventas de todo tipo de productos a la intemperie y en precarias condiciones adquirió, gracias al gobernador Manso de Velasco, un espacio habilitado con toldos en el costado oriente de la plaza. Luego, se transformarían en galpones y ahí permanecerían hasta 1821.

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Desde principios del siglo XIX comenzó a ser un problema recurrente que este tipo de comercio se desarrollara en la Plaza de Armas, sobre todo por razones de higiene. Por eso Bernardo O’Higgins, 18171823, decidió el traslado de los vendedores a un terreno ubicado entre la Iglesia de Santo Domingo y el río, llamado “Basural de Santo Domingo”. Como recuerda Alfonso Calderón en Memorial de Santiago, este lugar tenía la ventaja de conectar con el acceso norte de la ciudad a través del puente Cal y Canto, facilitando así la tarea de cobrar los aranceles y examinar los productos. Luego que un incendio destruyera esta primera estructura en 1864, el Gobierno encargó proyectar un edificio con todas las de la ley, cuestión que demuestra el interés del Estado por dotar a la capital de obras de categoría capaces de trascender en el tiempo. Según la versión más conocida, Manuel Aldunate y Fermín Vivaceta desarrollaron un diseño que incorporaba la instalación de una estructura metálica, enviando detallados planos a Gran Bretaña, para que allá se fundieran las piezas. Luego, ésta se debía instalar como complemento de una construcción de albañilería.

La estructura metálica que cubre el centro del Mercado Central, fue fundida en Gran Bretaña y montada completamente en Glasgow, donde las piezas fueron enumeradas una a una antes de ser embaladas y enviadas a Chile.

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Benjamín Vicuña Mackenna eligió este edificio para realizar la Exposición de las Artes y la Industria de 1872. La inauguración se realizó un día antes que se abriera a público el remodelado cerro Santa Lucía.

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Sin embargo, en un artículo de la revista “ARQ”, de diciembre de 2006, el profesor Pedro Guedes, académico de la Universidad de Queensland, Australia, presentó una interpretación diferente. Según ésta, los arquitectos chilenos sólo habrían construido el edificio circundante y la estructura metálica que la cubre, no sería de su autoría. Este estudio se basa en dos publicaciones inglesas de los años 1868 y 1870, “The Architect” y “The Engineer”, en las que se explica detalladamente el desarrollo del proyecto “Santiago Central Market”, armazón en acero que tras ser diseñado y fundido en Gran Bretaña, fue enviado a Chile para ser ensamblado, con un minucioso manual de instrucciones. De acuerdo a estos periódicos, las autoridades de Santiago designaron a Thomas Blas Garland, avecindado en Chile en 1845, para definir el contrato y posterior traslado de esta estructura. La primera decisión importante fue definir que ésta se construyera en hierro fundido, económicamente más eficiente que otras alternativas, lo que representó una gran innovación para la época. Garland contrató a Edgard Woods como ingeniero consultor del proyecto en Gran Bretaña. Su nombre

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también era conocido en Chile por su participación en el diseño y construcción de ferrocarriles en Santiago y Valparaíso. A su vez, Woods incorporó a Charles Henry Driver, arquitecto e ingeniero especializado en el diseño de estructuras de hierro fundido, para desarrollar el proyecto. Luego, se eligió la compañía fundidora Messrs, Laidlaw & Sons de Glasgow, Escocia, para materializar la propuesta. Previo a ser enviada a Chile, fue completamente armada en Gran Bretaña y las piezas cuidadosamente enumeradas, para facilitar el traslado y posterior ensamblaje en Santiago. Se terminó de montar en su actual ubicación, el 23 de agosto de 1872. Su calidad ejemplar fue profusamente reconocida y divulgada en Gran Bretaña. Todo el proceso, independiente de la versión que se prefiera, culminó cuando se entregó, pintada y techada, en el centro del mercado. Considerando la elegancia y suntuosidad del edificio y con motivo de las Fiestas Patrias, el intendente de Santiago, Benjamín Vicuña Mackenna, programó su inauguración con la Gran Exposición de Artes e Industrias. El 15 de septiembre, el presidente Federico Errázuriz Zañartu llegó al mercado sobre un carro

El diseño de la estructura metálica fue pensada con módulos de diferentes alturas para permitir óptimas condiciones de iluminación y ventilación, asegurando así el perfecto funcionamiento del mercado de abastos.

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de ferrocarril, especialmente dispuesto y adornado para este efecto. El carro no iba sobre rieles sino que tirado por caballos. Al interior del recinto numerosas alfombras cubrían los pisos aún sin terminar. Más allá de esa excentricidad que, en rigor, habla de lo notable que se consideraba este nuevo espacio, para la clausura del evento se organizó un elegante baile donde lo más granado de la aristocracia santiaguina se dio cita, para danzar entre los puestos del mercado y la exhibición de obras de importante artistas nacionales. El problema es que las excelentes condiciones de ventilación hicieron que los asistentes, como recuerda Ramón Subercaseaux, se murieran de frío. El remate de los derechos de los locales tuvo tal éxito que rápidamente la Municipalidad decidió pavimentar con piedras de río las calles que rodean al mercado, para luego, en el año 1900, instalar alumbrado eléctrico a todos los locales, además de servicios higiénicos y lavaderos para pescados y mariscos. Aunque la planta es bastante simple, la obra se caracteriza por una volumetría que exteriormente se

expresa a través de los juegos de techos e, interiormente, por la conformación de espacios variados de distintas alturas. Al utilizarse el hierro fundido estructuralmente, cada pieza fue sometida a rigurosos controles de calidad. El conjunto tiene una clara modulación y zonificación, con circulaciones adecuadas y coherentes. El edificio perimetral se caracteriza por su fachada, coronada por un gran antepecho. Una sucesión rítmica de arcos de medio punto, tras los que se ubican locales comerciales, une las cuatro portadas coronadas por frontones triangulares. La estructura metálica es de gran transparencia y esbeltez, lo que resulta apropiado para el desarrollo de la función del abasto. Las diferencias en la altura de las cubiertas generan franjas de luz y ventilación naturales. La ciudad de Santiago, como comenta Pedro Guedes “es afortunada al contar con un edificio que en su tiempo se reconoció como una obra maestra entre las de su tipo. La historia del Mercado Central es un relato que merece completarse”. MERCADO

El sitio donde se emplaza el Mercado Central, había sido destinado originalmente para la construcción de la Real Casa de Moneda, proyectada por Joaquín Toesca. Tras una inundación se decidió trasladar ese importante edificio a su actual ubicación.

CENTRAL

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CUERPO DE BOMBEROS


Edificio del Cuerpo de Bomberos visto desde la calle Puente en 1920. COLECCION MHN.

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l 8 de diciembre de 1863, el alma de Santiago fue golpeada brutalmente por el incendio de la Iglesia de la Compañía, ubicada donde actualmente están los jardines del antiguo Congreso Nacional. Ese martes se celebraba el fin del Mes de María, en un templo decorado con tules y guirnaldas, profusamente iluminado, con velas y con una multitud desbordando las tres naves. Había fieles de todas las edades, cuando comenzó la pesadilla más grande que haya sufrido la ciudad en toda su historia, al decir de Carlos Peña Otaegui, “donde perdieron la vida en forma espantosa, más de dos mil personas”, en su mayoría mujeres. Al día siguiente del siniestro, el diario “El Ferrocarril” presentó una narración dantesca: “No hay memoria en Chile de un hecho más horriblemente trágico. Se nos erizan los cabellos cuando recordamos la espantosa catástrofe. Los gritos de las víctimas resonaban a dos cuadras de distancia. Madres que abrazaban a sus hijas; hijas que miraban a sus madres salvadas, inclinando sus cabezas con la resignación del mártir. El fuego había llegado a la cúpula y tomado proporciones inmensas. Un cuarto de hora

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bastó para que la torre de la derecha desapareciera convertida en ceniza. Transcurrirán años de años, pasarán siglos, y Santiago conservará la memoria de tan horrible desgracia”. Tres días después, el distinguido santiaguino José Luis Claro y Cruz publicó también en “El Ferrocarril” una invitación que acusaba el golpe elocuente: “Se cita a los jóvenes que deseen llevar a cabo la idea del establecimiento de una compañía de bomberos, para el día 14 del presente, a la una de la tarde, en el escritorio del que suscribe”. Se reunieron casi 200 personas ante este llamado y en dicha ocasión se eligió a quienes integrarían el directorio de la naciente institución. Doce días después de la tragedia, donde prácticamente cada santiaguino había perdido a algún pariente o conocido, se fundó oficialmente el Cuerpo de Bomberos de Santiago. Antaño, las labores de extinción del fuego habían sido tarea de un batallón de tipo militar, integrante de la Guardia Cívica y conformada por grupos de aguadores, serenos, vigilantes y zapadores. Durante la Independencia, hombres visionarios como José Miguel Carrera plantearon la necesidad de contar “con

Esta construcción fue concebida en 1893 por el arquitecto alemán Adolfo Möller, como edificio de rentas para ayudar a financiar al Cuerpo de Bomberos de Santiago. Para su materialización se demolió el antiguo Cuartel de Húsares.

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Hall de distribución de uno de los antiguos departamentos de renta.

Acceso que lleva a la plataforma del vigía y a la campana. Este lugar servía para observar la ciudad desde la altura cuando aún no existían edificios que impidieran una visión panorámica.

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Memorial de los voluntarios que perdieron la vida en servicio. La campana es una réplica de la original que se encontraba en la iglesia de la Compañía.

una o dos bombas”, pero, lamentablemente, no fueron escuchados. Fue en Valparaíso donde este proyecto se concretó primero, luego que el 30 de junio de 1851, un gran incendio arrasara con parte del centro comercial. Bajo el gobierno de Ramón Freire, 1823-1826, se dotó al Batallón de Incendios de nuevos elementos, bastante rudimentarios, para combatir el fuego: cien baldes y un “bombín de palanca” o bomba. Aún faltaba voluntad y decisión para crear la institución que tanto penaba a la capital. El procedimiento era tremendamente precario: el vigilante del sector en el día y el sereno por las noches, corría a la Catedral para que el sacristán tocara las campanas y alertara a los miembros del batallón. Los bomberos, o servidores del bombín, y los portadores de baldes se abastecían en las acequias que corrían a tajo abierto por el centro de las calzadas. Si el agua escaseaba, la traían los aguateros de las vertientes cercanas. Ello explica la gran importancia que tenía para estos efectos la presencia de los zapadores, hombres que manejaban las picotas y los azadones.

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Destacadas personalidades de la vida pública han sido bomberos voluntarios. Entre estos cabe destacar a Manuel Antonio Matta, Pedro Montt, Domingo Arteaga, Fermín Vivaceta, Benjamín Vicuña Mackenna y Aníbal Pinto.

El retrato ubicado en el extremo inferior derecho es de José Luis Claro y Cruz, responsable del primer llamado para formar el cuerpo de bomberos.

Para 1863 había cinco escuadrones contratados por la Municipalidad, entre los cuales estaba el Batallón de la Bomba. Contaban con algunas hachas, palas, picotas, cables y herramientas necesarias para estos menesteres, además de “dos bombas de palanca y cuatro bombines de dos ruedas. Pero las mangueras estaban en tan mal estado que, en el incendio de la Iglesia de la Compañía, el agua escapaba por todas partes, menos por los pitones”, según relata Francisco Antonio Encina. Recién formado, el Cuerpo de Bomberos de Santiago se instaló en el viejo Cuartel de Húsares, en la esquina suroriente de las calles Puente y Santo Domingo. Se levantó una torre, proyectada en 1865 por el arquitecto Fermín Vivaceta, que sobrepasó la altura de las demás construcciones, a fin de tener un vigía que pudiera detectar posibles focos de riesgo. En su parte más alta pendía una campana para llamar a los voluntarios y así no depender del sacristán de la Catedral. Esta había sido donada por Enrique Meiggs, uno de los fundadores y a la sazón director de la Compañía del Poniente.

o 193 CUERPO DE BOMBEROS


El 22 de enero de 1864, a raíz del incendio de la casa de Antonia Salas en la calle Estado, este cuerpo tuvo su primer trabajo, del que los jóvenes regresaron victoriosos. Poco después de la Revolución de 1891, el Gobierno les cedió el terreno que ocupaban. Decidieron entonces, demoler el antiguo Cuartel de Husares y la torre de Vivaceta, para construir en su reemplazo un edificio de rentas, que aportara recursos para que la institución pudiera autofinanciarse, el cual fue diseñado por el arquitecto alemán Adolfo Möller. Mientras se desarrolló el proyecto fue necesario volver al antiguo sistema de alertar a los voluntarios con las campanas de la Catedral. El primer nivel se destinó a locales comerciales y los otros dos fueron concebidos como departamentos, también para arriendo. Su fachada de ladrillo rojo a la vista, con vanos y alféizares blancos, tiene un módulo central sobre el que se ubicó una nueva torre, que con sus 37 metros de altura, dominaba la ciudad. Con albañilería de ladrillos, muros cortafuegos entre locales y departamentos, y una torre también aislada, está reforzado con vigas, columnas y dinteles de perfiles de fierro. Los envigados de piso, así como las puertas y

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ventanas, son de madera de roble, raulí y pino oregón. Para complementar las instalaciones del Cuerpo de Bomberos, se construyó un edificio de dos pisos a continuación, por la calle Santo Domingo, en el que participó el voluntario y arquitecto Ceppi. En su primer nivel estaba el espacio para guardar los carros bomba a vapor y los carros portaescala. Al interior, además de las indispensables caballerizas y carboneras, se encontraban los aposentos de los cuarteleros permanentes. En el segundo piso se ubicaron las oficinas y salas de reunión de las diferentes compañías. En 1904 se adquirió la primera bomba montada sobre un automóvil y ante el tamaño que estaban tomando estos carros, en 1929 hubo que remodelar el sector de bombas y bombines. Finalmente, la explosión de la construcción en altura, el crecimiento de la ciudad, los nuevos elementos de combate contra el fuego, el aumento de la densidad del centro y los medios de comunicación hicieron que las compañías se desplazaran a los barrios y dejaran la casa que las vio nacer. Ya no se justificaba la campana, la torre del vigía, las caballerizas, la carbonera ni los cuarteles.

Este patio originalmente se utilizó para caballerizas, leñera y carboneras, necesarias para el funcionamiento de las bombas.

CUERPO DE BOMBEROS

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CAPITULO III

LA CIUDAD DEL CENTENARIO

Siglo XX Parque Forestal Estaciรณn Mapocho Museo Nacional de Bellas Artes

Palacio de Tribunales de Justicia Edificio del Diario Ilustrado Biblioteca Nacional Bolsa de Comercio Club de La Uniรณn


PARQUE FORESTAL


Calle Ismael Valdés Vergara a un costado del Parque Forestal, 1920. C OLECCION MHN.

U

n enorme terreno baldío, la celebración del Centenario a la vuelta de la esquina, un espíritu motivado por dotar a la ciudad de espacios públicos y los nuevos aires que llegaron con el cambio de siglo. Estos son algunos de los ingredientes que se conjugaron para dar origen al Parque Forestal, que creció de la mano del siglo XX. Tras la canalización del río Mapocho en la década de 1880, se despejó un gran terreno de aproximadamente 20 cuadras en la ribera sur. A través de una ley, el Estado se reservó una parte y el resto fue vendido en subasta pública. Una victima del proceso de canalización del río fue el puente de Cal y Canto, cuyos cimientos se vieron socavados por los trabajos y el peso de la corriente hizo que rápidamente se derrumbara. En 1892, el destacado abogado Paulino Alfonso propuso que en vez de edificar en esos terrenos, se aprovechara el espacio para crear jardines y un gran parque para beneficio de los santiaguinos. Sin embargo, esta propuesta tardó su tiempo en ser realmente escuchada.

En el intertanto, el lugar se había transformado en un verdadero basural y precarias viviendas lo poblaron en situación insalubre. Tan fuerte era la imagen, que hasta a los más creativos les costaba imaginar qué se podía hacer. Pero resultaba clara la urgencia de intervenirlo. Correspondió la responsabilidad y el empuje al intendente Enrique Cousiño, quien en 1900 presidió una comisión para alcanzar una rápida solución. En pocos meses la respuesta estaba redactada y el proyecto dibujado. La idea aprobada consistía en crear un extenso parque entre las calles Mac Iver y la actual Vicuña Mackenna. Los planos fueron elaborados por el arquitecto y paisajista Jorge Dubois, quien de inmediato se puso a la cabeza de un grupo de cerca de 100 trabajadores. En 1902 tenía 1.100 metros de largo y 170 de ancho. Alfonso Calderón cuenta que “eran 7 mil 700 árboles y los aportes vinieron de la Quinta Normal, del criadero de árboles de Nos, de Salvador Izquierdo, de Ascanio Bascuñán Santa María, quien donó algunas palmeras de su hacienda de Ocoa”. Como resultado, se formó un área verde que

Vista del Parque Forestal al costado de la calle Merced.

En 1904 se realizó en el Parque Forestal un corso de flores al mejor estilo europeo, con carruajes adornados que en caravana cruzaron la avenida bajo una lluvia de flores y serpentinas. “Los grandes paseos al aire libre han conquistado el veleidoso capricho de nuestra sociedad”, relata El Mercurio, en enero de 1905.

cuenta entre sus especies vegetación autóctona, como peumos, palmeras, araucarias y quillayes, y otras foráneas, como ceibos, magnolios, acacias y paulonias, además de sus tres corridas de plátanos orientales. Ese mismo año, a través de un concurso público, se licitó la construcción del Museo de Bellas Artes, el que por gestión del mismo Cousiño se insertó en el nuevo parque. El proyecto recayó en el arquitecto chileno de ascendencia francesa Emile Jecquier. Frente al museo se formó una extensa laguna, que permaneció en uso hasta 1944. Actualmente en su lugar existen juegos infantiles, pero aún se puede apreciar la profundidad del terreno y la terraza que funcionaba como embarcadero. Como cuenta Calderón, “el presidente de la República, don Germán Riesco, quiso dar al parque el nombre de Enrique Cousiño; pero éste se opuso, argumentando especialmente que ya existía otro parque que llevaba el nombre de su primo Luis Cousiño”. Al poco tiempo, Guillermo Renner, otro destacado paisajista, se hizo cargo del cuidado de los jardines y

de la incorporación de nuevas variedades de plantas. Con el hermoseamiento de estos terrenos, la parte que se había subastado previamente a particulares se revalorizó y en poco tiempo se estaban construyendo elegantes residencias, como la de Agusto Bruna. Desde su creación, el parque ha sufrido algunos cambios, pero los más relevantes han contribuido a extender su tamaño, por el poniente conectándolo con la Estación Mapocho y por el oriente, con el Puente del Arzobispo. Una serie de monumentos adornan su extensión, como es la Fuente Alemana donada por la Embajada de ese país en 1910, con motivo de la celebración del Centenario. A ésta se sumaron la escultura al Dios Pan (1945); un busto en honor a Bartolomé Mitre (1972); un monumento a Rubén Darío y el Monumento a los Escritores de la Independencia (1987). El Parque Forestal, así como el Museo de Bellas Artes, la Estación Mapocho y el Palacio de Tribunales de Justicia, son las obras emblemáticas que se construyeron con motivo del Centenario de la República. PARQUE FORESTAL

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PARQUE FORESTAL


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Vista del Parque Forestal hacia el oriente.

Hasta fines del sigo XIX los principales paseos públicos con que contaba Santiago eran el Parque Cousiño, la Quinta Normal, el cerro Santa Lucía y la Alameda de las Delicias. Luego, con el cambio de centuria, este nuevo parque se incorporó a la ciudad.

Múltiples arreglos estuvieron a cargo del ingeniero paisajista Guillermo Renner, quien en 1920 vivía en una casa en el criadero municipal de plantas, ubicado detrás del parque.

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PARQUE FORESTAL


Vista del Parque Forestal hacia la esquina de Miraflores con Esmeralda.

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ESTACION MAPOCHO

ACTUAL CENTRO CULTURAL ESTACION MAPOCHO


Hall de acceso a la estación. COLECCION C ENTRO CULTURAL ESTACION MAPOCHO.

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a primera estación de trenes de Santiago se levantó en 1856, en lo que entonces era el extremo occidental del trazado urbano, al final de la Alameda, donde actualmente está la Estación Central. El servicio de ferrocarriles fue para Chile una de las prestaciones públicas de mayor impacto en el crecimiento urbano, a partir de las últimas décadas del siglo XIX. Permitió enlazar diferentes ciudades y polos de producción, y generar en sus puntos de llegada y salida asentamientos de población atraídos por las posibilidades de trabajo y la facilidad de comunicación. Paralelamente, en 1857, se inauguraron los primeros tranvías de sangre, o sea de tracción animal, que unían la llegada de los ferrocarriles del sur con el centro de la ciudad. En 1890 se comenzó la construcción de una línea que, atravesando el Parque Bustamante, unía la Estación Providencia que estaba ubicada en el costado sur de la actual Plaza Baquedano, con lo que en ese entonces era

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el pueblo de Puente Alto. Este se llamó por años tren a Pirque, pese a que nunca llegó a ese lugar. En 1888, se creó la Estación del Mercado, lugar de término de un pequeño ramal que conectaba con el sector Yungay y que servía para abastecer de mercancías frescas a este recinto comercial. Esta funcionó por más de 20 años con un simple cobertizo sobre el andén. Con el desarrollo y ampliación de nuevos ramales, a éste comenzaron a llegar trenes provenientes del norte, de Valparaíso y de Mendoza. Posteriormente, también lo hicieron los del sur, a través de una vía que cruzaba subterráneamente por el sector de la Quinta Normal, la que aunque en desuso, permanece abierta hasta el día de hoy. A raíz de esto, se vio que el edificio no era adecuado para el tráfico que adquirió, lo que fue corroborado por una encuesta que se hizo entre los usuarios, a quienes se consultó sobre la conveniencia de edificar una nueva estación entre las calles Morandé y Bandera. De esta forma se comenzó a

La construcción de la Estación Mapocho se programó como parte de las celebraciones del Centenario de la Independencia. Originalmente, la zona de los andenes estaba cubierta por una estructura metálica vidriada que daba gran transparencia y amplitud a este espacio. COLECCION CENTRO CULTURAL ESTACION MAPOCHO.

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Este edificio reemplazó a la antigua y pequeña Estación del Mercado, que existía pocas cuadras al poniente. Esto se hizo necesario ante el notable aumento de los viajes por ferrocarril, que unían con la capital, no sólo algunas ciudades cercanas y el puerto de Valparaíso, sino que el norte, el sur e incluso Argentina.

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desarrollar un proyecto para reemplazar la Estación del Mercado por una construida a sólo unos metros de distancia. En abril de 1905 se autorizó a Darío Zañartu, a la sazón director de Ferrocarriles, a comprar los terrenos ubicados al oriente de la Estación del Mercado, para levantar ahí un mejor recinto ferroviario. Se encargó el proyecto al arquitecto chileno Emile Jecquier y es un ejemplo del neoclásico francés. Su composición se ordena en relación a un eje de simetría principal, definido por el trazado de la línea férrea, la que sirve de referencia a los ejes secundarios. El problema, aparentemente simple y funcional, de construir una estructura techada, con sus boleterías y dependencias, fue solucionado por Jecquier en forma brillante, al conjugar arquitectura e ingeniería, arte y técnica. La obra comenzó el mismo año en que se adquirió el terreno y el montaje de las estructuras metálicas y los trabajos de albañilería terminaron

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en 1910. Pese a estar concluida en 1912, sólo tuvo la recepción definitiva en abril de 1914. La Estación Mapocho está conformada por dos edificios complementarios. El primero es una estructura metálica modulada a base de piezas prefabricadas, que originalmente tuvo una cubierta translúcida, sobre el amplio espacio ocupado por los andenes. Tiene una luz de 40 metros, 128 metros de longitud y una altura máxima de 23,86 metros. Esta fue fabricada en Bélgica por la Compañía Central de Construcciones de Heine Saint Pierre y las marquesinas, en París, por Daydé et Pille. La envuelve una edificación en forma de U, de albañilería de ladrillo y de dos pisos de gran altura. La parte central es un amplio hall de distribución que operaba como acceso del público, en tanto que las naves laterales estaban destinadas a oficinas y dependencias. La fachada principal, de una acentuada horizontalidad y simetría, deja ver en un plano posterior la bóveda que cubre las plataformas, con

La revista Zig-Zag consigna que el 3 de julio de 1909 se inauguró la armadura metálica de la Estación Mapocho, afirmando que ésta sería una de las más ligeras y extensas de la capital.

COLECCION CENTRO CULTURAL ESTACION MAPOCHO.

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tres amplios arcos de medio punto. Una marquesina de estructura metálica sobresale a media altura del volumen y de los vanos de los arcos del acceso a la estación. Un antetecho o cornisamento corona la construcción. El nivel de los andenes tiene la particularidad de estar más bajo que el del hall de acceso y de las oficinas, lo que hacía posible tener una vista general y panorámica del arribo de los trenes y los pasajeros. Esta interesante solución arquitectónica permitió bajar los costos de operación del ferrocarril, pues con esto la pendiente del trazado entre la antigua Estación del Mercado y la nueva era de sólo un 4 por ciento. “El proyecto del edificio de la estación no incluía servicios higiénicos, los que fueron realizados en una construcción aparte, denominada ‘Pabellón de Lugares’, ubicada a continuación de ambas alas laterales, en medio de los jardines de la estación, los cuales fueron realizados por el paisajista Jorge Dubois”, según se relata en una tesis sobre historia de la arquitectura.

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En febrero de 1986, un trágico accidente determinó la suspensión del servicio de trenes a Valparaíso. Ese mismo año, la Estación Mapocho fue cerrada para llevar a cabo reparaciones. Esto provocó una serie de trastornos y retrasos a los usuarios del ferrocarril, con la consiguiente disminución en el número de pasajeros. Producto de lo anterior, en 1987 la Estación Mapocho cesó definitivamente sus operaciones, luego de 73 años de historia. Un año después fue vendida a Corfo, institución que determinó convertirla en un espacio cultural y recreativo, para lo que llamó a concurso nacional. En 1994 se terminó la rehabilitación del edificio para instalar la recientemente creada Corporación Cultural de la Estación Mapocho. Las obras incluyeron la intervención de la cubierta, usando láminas de cobre, en vez de vidrio como era originalmente. Se modificó el color de la fachada que antiguamente era blanco y en el espacio por donde llegaban los trenes a la estación, se creó una puerta vidriada.

El tendido ferroviario llegaba en 1921 a 9.127 kilómetros, 5.828 de la empresa de Ferrocarriles del Estado y 3.299 de particulares. EFE tenía en funcionamiento 786 locomotoras, 613 coches de pasajeros 9.341 carros de carga.

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MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES


Vista del Museo Nacional de Bellas Artes desde la laguna que hasta 1944 existió en el Parque Forestal. C OLECCION MHN.

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icen que la historia no nace de las coincidencias, pero muchas veces éstas ayudan a escribirla. Y la del edificio que hasta hoy alberga al Museo Nacional de Bellas Artes tiene algo y mucho de eso. Cuando en 1902 era oficialmente inaugurado en Francia el Museo del Petit Palais, pensado y realizado por el arquitecto Charles Girault para la Exposición Universal de 1900, en Chile el Ministerio de Instrucción Pública constituía una comisión de expertos destinada a generar un concurso público, para darle a las artes y al país un edificio con la belleza, la funcionalidad y el esplendor que ambos se merecían. La obra ganadora, realizada por el arquitecto chileno Emile Jecquier, de padres franceses y con dos décadas de estudio en París, fue definida por la revista “Zig-Zag”, como “uno de los monumentos públicos más notables de la capital, que traía una nota de refinamiento, exquisita elegancia y tradición clásica”. Tan alborozada estaba la alta

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sociedad por la nobleza del nuevo tesoro arquitectónico capitalino, que ni siquiera reparaba que éste y el Petit Palais eran tan parecidos como dos gotas de agua. La tradición neoclásica del siglo XIX había arrebatado las almas sensibles de la cultura local. La literatura, las artes, el pensamiento y la intelectualidad estaban embelesados con el esplendor del viejo continente. La aristocracia santiaguina sentía que París estaba a un paso y que seguir sus usos y costumbres era lo lógico y evidente de hacer. El Estado y los particulares asumieron la tarea conjunta de dotar a la capital de una nueva infraestructura que diera cuenta del futuro que se avecinaba. Esta historia comenzó en 1849, cuando se creó la Academia de Pintura y con ella la necesidad de contar con un espacio habilitado para exhibir las creaciones de los nacientes artistas. Con el tiempo se formó una considerable colección, alimentada también por donaciones de particulares al Estado. Inicialmente, este conjunto se distribuyó en

El intendente de Santiago Enrique Cousiño, propuso en 1902 emplazar el conjunto proyectado para Museo y Escuela de Bellas Artes en el centro del Parque Forestal, que a la sazón se estaba construyendo bajo la dirección del paisajista George Dubois.

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El 21 de septiembre de 1910 con una elegante ceremonia, se inaugurรณ el Museo Nacional de Bellas Artes. Dicho suceso fue considerado como el inicio de las celebraciones del Centenario de la Independencia.

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Sopandas metálicas que soportan el balcón perimetral del segundo piso.

diferentes edificios públicos, los que no contaban con el acondicionamiento necesario. En 1880 se creó el Museo Nacional de Pinturas, inaugurado por el presidente Aníbal Pinto. Sus artífices y gestores, los artistas José Miguel Blanco, Juan Mochi y el coleccionista de arte y coronel de ejército Marcos Maturana, quijotescamente recopilaron las obras que estaban dispersas, para conformar esta nueva propuesta museal. Instalado temporalmente en los altos del Congreso Nacional, funcionó por siete años abriendo sólo los domingos a partir de las cuatro de la tarde. Por esos años, Pedro Lira y Luis Dávila crearon la Unión Artística, agrupación que construyó el primer recinto especialmente habilitado para realizar exposiciones anuales, llamado Partenón, en la Quinta Normal. Posteriormente, este espacio fue adquirido por el Gobierno para trasladar ahí el museo que en ese momento recibió el nombre oficial de Museo Nacional de Bellas Artes, al que se agregó una colección conformada por copias de artistas

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Las elaboradas ménsulas metálicas, amén de cumplir su función estructural, establecen una relación de materialidad entre la cubierta, las barandas del segundo nivel y la planta baja del hall central.

universales. La suma de ambas fue más extensa de lo que el inmueble podía abarcar, por lo que nuevamente fue necesario buscar un lugar más amplio. Se pensó en su momento en diferentes alternativas como el Palacio Urmeneta. Sin embargo, esta vez se estaba actuando con criterio, visión y promesa de futuro. El intendente Enrique Cousiño, propuso la alternativa de emplazar el edificio en los terrenos donde se estaba construyendo el Parque Forestal, en la ribera sur del río Mapocho. Finalmente esta idea fue aprobada y al poco tiempo se comenzó a trabajar. La inauguración del Palacio de Bellas Artes, con la Exposición Internacional de 1910, fue un hecho cultural y social irrepetible. Pero como siempre la realidad supera la ficción y en esta ocasión, cuando se celebraba el Centenario de la Independencia y se pensaba en obras que permanecieran en el tiempo, la vida se mostró con toda su fragilidad. Dos trágicas muertes empañaron los festejos, primero el presidente Pedro Montt, quien se había

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Escalera principal de acceso al segundo piso con cariatides obra del catalán Antonio Coll y Pi.

entusiasmado con el proyecto del museo, falleció en agosto sin ver terminados los trabajo y el vicepresidente Elías Fernández, a los pocos días corrió la misma suerte tras sufrir un paro cardíaco, producto de una pulmonía contraída durante los funerales de su antecesor. En su reemplazo asumió Emiliano Figueroa con el cargo de vicepresidente para encabezar el programa de actividades que ya estaba en marcha. El evento se realizó el 21 de septiembre y como se detalla en el Catálogo Oficial de la muestra, contó con la presencia de más una docena de países y un total de casi 2 mil obras exhibidas. El proyecto de Emile Jecquier, se conforma por dos cuerpos principales, de base rectangular unidos por un volumen menor. El conjunto se desarrolla en torno a un eje de simetría que articula los dos accesos. El costado poniente albergó a la Escuela de Bellas Artes, actualmente Museo de Arte Contemporáneo y el oriente, al Museo Nacional de Bellas Artes.

El hall central del cuerpo principal tiene gran amplitud y luminosidad. La estructura metálica que lo cubre fue diseñada en Bélgica y es posiblemente la única de sus características que aún se conserva en Sudamérica. Notable, también, es el trabajo en los soportes del gran pasillo volado, que en el segundo nivel une por el exterior las diferentes salas y domina la gran planta baja. Igual belleza exhiben sus barandas de cuidada cerrajería que se complementan con las de la cúpula vidriada, las rejas, puertas y elementos ornamentales. En sus casi 100 años, el edificio ha sido objeto de remodelaciones y ampliaciones como la creación de la Sala Matta y el Auditorio José Manuel Blanco, así como importantes restauraciones arquitectónicas. Tanto el Museo de Arte Contemporáneo como el Museo de Bellas Artes se han transformado en un hito para la vida cultural de la ciudad. La recuperación urbana de los barrios aledaños, ha permitido la revalorización de este espacio y del Parque Forestal. MUSEO NACIONAL

En 1910 Santiago tenía 300 mil habitantes. Las calles principales estaban pavimentadas con asfalto Trinidad. Los focos eléctricos y el gas hidrógeno cabornado hablaban de progreso, mientras un porcentaje importante de la población vivía en condiciones de atraso y miseria.

DE BELLAS ARTES

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PALACIO DE TRIBUNALES DE JUSTICIA


Sector oriente del Palacio de Tribunales construido entre 1905 y 1911. COLECCION P ALACIO DE TRIBUNALES.

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on motivo de la celebración del Centenario de la Independencia y a fin de darle una localización definitiva a los Tribunales de Justicia, que hasta ese momento estaban instalados en el edificio de la Real Casa de Aduana, en 1905, se comenzó a construir este imponente palacio. El origen de esta institución se remonta a la Real Audiencia, que fue instaurada en Santiago en 1609. Esta era la responsable, entre otras cosas, de aplicar justicia y resolver las pugnas de poder existentes en el Reino de Chile. Por esos años, no existía la pena de cárcel, por lo que los procesados eran mantenidos en prisión mientras se realizaban los juicios. Durante los primeros años, el sistema represivo tenía como eje el castigo de carácter físico y ejemplificador. Las condenas eran aplicadas en la Plaza de Armas para que fueran presenciadas por el conjunto de los vecinos, en una especie de circo romano. Durante las décadas de la Independencia se agregó otro elemento punitivo: Las cárceles ambulantes que eran carretones en los que se paseaba a los reos por las calles de la ciudad, a vista y presencia del público. La Real Audiencia funcionó por más de dos siglos, hasta la instauración del régimen republicano, independiente de la Corona. La primera Junta de Gobierno suprimió esta institución en 1811, por la

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sospecha de la participación de sus miembros en el Motín de Figueroa, rebelión acaecida el 1º de abril, cuando el teniente coronel español Tomás de Figueroa se sublevó, el mismo día en que debían efectuarse las elecciones de diputados. La Constitución de 1823 concibió la primera magistratura judicial del Estado como una estructura piramidal con la Corte Suprema como ente superior, seguido de la Corte de Apelaciones, tribunal de segunda instancia. En la base estaban los juzgados letrados. En 1845, el nuevo organismo se instaló en las dependencias de la Real Casa de Aduana, donde permaneció por más de 60 años. Por esta razón, el inmueble fue llamado por mucho tiempo “Tribunales Viejos”. Pero la primera década del siglo XX trajo nuevos aires a la ciudad. La idea de la celebración del Centenario que se avecinaba llenó de proyectos la capital. Con el objetivo de crear espacios que trascendieran en el tiempo, se proyectaron edificios tan importantes como el Museo de Bellas Artes, la Estación Mapocho y el Palacio de Tribunales. El diseño fue encargado por el Ministerio de Industrias y Obras Públicas, a través de la Inspección de Arquitectura, que encomendó su ejecución al francés Emile Doyère. Este tuvo como ayudante a su

El Palacio de Tribunales de Justicia se proyectó para ser edificado en dos etapas. Para construir el costado oriente, ubicado en la esquina con calle Bandera, fue necesario demoler el histórico edificio del Real Tribunal del Consulado, que además fue sede del Congreso y de la Biblioteca Nacional.

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PALACIO DE TRIBUNALES DE JUSTICIA


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El edificio conforma un espacio central de triple altura, que lo cruza de oriente a poniente en toda su longitud. El riguroso tratamiento neoclásico de los muros, contrasta con los esbeltos elementos metálicos que soportan la techumbre translúcida y las barandas del tercer piso, que insinúan el advenimiento del Art Nouveau.

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El Salón de Pleno y Juramentos de la Corte Suprema.

En 1823 se estableció la Corte Suprema de Justicia que sigue siendo hasta el día de hoy el Tribunal Superior de la República.

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alumno Alberto Schade y contó, también, con la colaboración de Emile Jecquier, quien por esos días trabajaba en el Palacio de Bellas Artes. En el Palacio de Tribunales se instalarían con toda dignidad y holgura las Cortes Suprema, de Apelaciones y Marcial, los juzgados de Menor Cuantía, y los conservadores de Bienes Raíces y Minas. Se construyó con perspectiva, retirado de la línea de edificación de la calle Compañía y se creó la plaza Montt-Varas. Esta pequeña plazoleta está enmarcada por el antiguo Congreso Nacional en la acera norte, la Real Casa de Aduana (hoy Museo Chileno de Arte Precolombino) por el oriente, los Tribunales de Justicia por el sur y el diario “El Mercurio”, del que sólo se conservan los muros de la fachada. De acuerdo a los cánones de la época, el Palacio de Tribunales de Justicia tiene un estilo neoclásico con marcada influencia francesa. Fue edificado en dos etapas. La primera, entre 1905 y 1911, corresponde al cuerpo de acceso principal que remata en la calle Morandé, inaugurado en 1915. La segunda fase, el sector oriente, se inició en 1928 con la demolición del antiguo y noble edificio construido en 1807, que albergó por pocos años al Consulado, tribunal de carácter comercial. En ese recinto se conformó la primera Junta de Gobierno y

entre sus paredes se desarrolló parte importante del proceso que llevó a la Independencia de Chile. El Palacio de Tribunales tiene una cuadra de longitud. El pórtico sobresale aproximadamente un metro y medio del plomo de la fachada y su parte central, se aliviana al estar conformada por dos columnas y dos semicolumnas laterales, que son la base de un frontón triangular que corona el conjunto. Los extremos del edificio, en las esquinas de las calles Bandera y Morandé, se adelantan y los vanos se amplían, para rematar con frontones de menor dimensión, aunque similares al anterior. Interiormente se vuelca hacia un espacio de triple altura, iluminado cenitalmente por una cubierta de vidrio, colocada sobre una bóveda de estructura metálica de cañón corrido, que lo cruza de oriente a poniente en toda su longitud. Los recintos y oficinas de los pisos superiores se relacionan por medio de corredores abalconados que miran hacia la gran galería de la planta baja. El Palacio de Tribunales de Justicia es una de las primeras obras proyectadas y construidas en hormigón armado en Chile. Se destaca la calidad de sus terminaciones, que estuvieron a cargo de reconocidos proveedores, contratistas y artesanos. Tiene un aire respetable y una dignidad arquitectónica de notable armonía con su función primordial. PALACIO DE

Este edificio forma parte de las obras que se construyeron con motivo de la celebración del Centenario, junto al Palacio de Bellas Artes y la Estación Mapocho.

TIBUNALES DE JUSTICIA

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EDIFICIO DEL DIARIO ILUSTRADO

ACTUAL INTENDENCIA DE SANTIAGO


Edificio de “El Diario Ilustrado” en 1920. COLECCION MHN.

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os dueños de “El Diario Ilustrado” compraron, en 1908, un terreno ubicado en la esquina suroriente de la calle Moneda con Morandé, con el fin de instalar las oficinas de esta empresa, a sólo pasos de la sede del Gobierno. Este sitio había ganado prestigio en el siglo XVIII, cuando fue adquirido por un rico noble francés. Jean Francois Briand de la Morandais, llegó a Concepción en 1708 y se casó con la hija del Tesorero Real de la ciudad, Juanita del Solar y Caxigal. La nueva familia, dueña de una importante fortuna, se trasladó a Santiago y al poco tiempo construyó un palacio que ocupaba casi toda la manzana, con un huerto y una viña. A raíz de esto, la entonces calle de la Botica pasó a llamarse Morandé, que es la castellanización del apellido de la Morandais. Este lugar estaba prácticamente en las afueras del centro histórico y su dueño no podría haber concebido lo que el futuro le deparaba. Tras su muerte, en 1751, la casa pasó por diferentes propietarios. En 1846 Manuel Bulnes trasladó la sede del Gobierno a la Casa de Moneda y esta esquina quedó en una inmejorable situación estratégica. Hasta fines del siglo XIX los diarios y revistas que se imprimían en el país tenían un carácter marcadamente doctrinario. Un grupo de personas, en el mejor de los casos sostenidas por un mecenas,

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difundían sus ideas y creencias, fueran éstas liberales o conservadoras. Pero con el cambio de siglo, el oficio de informar comenzó a profesionalizarse. En este movimiento resultaron pioneros Agustín Edwards, con “El Mercurio” y la revista “Zig-Zag”; Eleodoro Yáñez, con la creación de “La Nación”, y en 1902, la sociedad conformada por Joaquín Echenique Gandarillas y Alberto González Errázuriz que creó, de la mano de Ricardo Salas Edwards, “El Diario Ilustrado”. Este último trajo consigo una serie de innovaciones, como el uso del fotograbado en reemplazo del sistema de litografía, lo que permitió la publicación de fotografías por primera vez en un diario chileno. Ello provocó una verdadera revolución en el periodismo nacional y sus ejemplares iniciales alcanzaron un tiraje récord para aquellos años. En un principio fue un medio de comunicación relativamente independiente. Sin embargo, eso cambió 1908, cuando las vinculaciones del diario con el Partido Conservador se hicieron más patentes, tras el traspaso de su dirección a un grupo de activos políticos de esa tendencia, con lo que cambió radicalmente la línea editorial. Desde entonces “El Diario Ilustrado” fue reconocido como baluarte de esas ideas y fiel representante de la Iglesia y del clero.

El arquitecto chileno Manuel Cifuentes edificó esta obra entre 1915 y 1916, por encargo de Joaquín Echenique Gandarillas y Alberto González Errázuriz, dueños de “El Diario Ilustrado”.

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El hall central ubicado en el piso noble, es un espacio Ăşnico que se genera en base a una planta octogonal, iluminada a travĂŠs de numerosos vitrales de colorido diseĂąo.

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En 1928 el Fisco comprรณ esta propiedad con el fin de instalar la Intendencia de Santiago. Para este efecto se hicieron transformaciones y reparaciones menores que permitieron adaptar la construcciรณn a su nuevo uso.

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Fachada Intendencia de Santiago por calle Morandé.

Ese mismo año, la sociedad compró este terreno y encargó la construcción de un edificio de categoría a uno de los arquitectos de moda de la época, Manuel Cifuentes, quien era hijo de un connotado miembro del partido. La estratégica ubicación no fue un tema menor y la historia muestra cómo en múltiples momentos La Moneda se vio complicada por tener a los miembros del bando opositor prácticamente en la puerta de su casa. El inmueble se comenzó a construir en 1914 y ocupó la totalidad del sitio, en un volumen con una altura de cinco pisos y un subterráneo. De inspiración clásica, sigue los principios de la Academia Francesa del siglo XIX. Su notable esquina ochavada forma una tercera cara, la más importante. Mira hacia la actual Plaza de la Constitución y se eleva en altura hasta rematar en una cúpula que sobresale a todo el conjunto. Ahí se aloja un reloj, en el arco de medio punto que genera la curva de la moldura del cornisamento. En el primer nivel el acceso está formado por un pórtico con dos columnas exentas. Desde el exterior pareciera tener sólo tres pisos, pero en realidad son cinco. El primero, muy alto, está separado de los superiores por una cornisa que recorre toda su fachada y luego, el segundo y tercero, se leen como un gran cuerpo de ventanales unitarios, para rematar en un importante techo

amansardado que contiene los niveles restantes. El interior, cuyo largo más aprovechado es el eje que va desde la esquina de acceso hasta la opuesta, está formado por un gran hall y escalera de mármol que se bifurca circularmente para conducir al llamado piso noble. El gran vestíbulo de doble altura es octogonal. Unos vitrales lo envuelven y una enorme cúpula de múltiples colores lo remata. Numerosas columnas pintadas en falso mármol, adosadas y exentas y una alta arquería decoran este lugar. Para su construcción se utilizó una simbiosis de hormigón armado y ladrillos reforzados con pilares metálicos. En 1928, el Fisco compró la propiedad y la destinó para la Intendencia de Santiago, en línea con el proyecto del presidente Carlos Ibáñez del Campo de crear un barrio cívico en torno al palacio de Gobierno. Por su parte, “El Diario Ilustrado” cambió su sede, aunque continuó funcionando y fue un aporte al mundo periodístico hasta 1970. La Intendencia se trasladó en 1929, desde su anterior ubicación en el Palacio de la Real Audiencia. Las obras de rehabilitación fueron ejecutadas por la Inspección de Arquitectura, a cargo del arquitecto Juan Mena. Tanto estas modificaciones como la mantención posterior, han respetado el proyecto original interviniendo sólo los espacios perimetrales del gran hall central.

A pesar de tener cinco pisos, las fachadas se leen como tres niveles. El segundo y tercero forman un gran cuerpo de ventanales unitarios y rematan en un techo amansardado que contiene los restantes.

EDIFICIO DEL DIARIO ILUSTRADO

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BIBLIOTECA NACIONAL


Biblioteca Nacional en la década de 1940. C OLECCION MHN.

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l primer paso que dan los pueblos para ser sabios es proporcionarse grandes bibliotecas”, señalaron los integrantes de la Junta Nacional de Gobierno de 1813, en la proclama publicada el jueves 19 de agosto de ese año en el periódico oficial, “El Monitor Araucano”. Con este llamado, los gobernantes Juan Egaña, Francisco Antonio Pérez y Agustín Eyzaguirre daban a luz a lo que sería la primera institución cultural nacida en el Chile independiente. La lectura y el coleccionismo, venerados desde la llegada de los jesuitas, eran considerados un don precioso, “que contribuye a la felicidad presente y futura de un país”, según rezaba la arenga. Pero no tenían techo, cobijo ni lugar. Mucha agua correría bajo el puente y 100 años pasarían hasta el 24 de agosto de 1913, cuando el presidente Ramón Barros Luco dio inicio a la ceremonia donde se puso la primera piedra del actual edificio de la Biblioteca y el Archivo Nacional. Fueron múltiples y variadas las vicisitudes que sufrió la institución en sus primeros años de vida y cuatro las sedes que la acogieron antes de llegar a su emplazamiento actual. En el período de la Reconquista fue clausurada por “perniciosa”, para luego reabrirse una vez consolidada la Independencia. Una generosa donación del general San Martín, en 1817, permitió reflotar la idea impulsada en 1813.

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Su primera ubicación fue en la Real Universidad de San Felipe, manzana donde hoy se emplaza el Teatro Municipal. Sin embargo, en poco tiempo el espacio se mostró insuficiente, ya que ésta reunía las colecciones de la antigua Biblioteca de los Jesuitas, del Convictorio de San Carlos y de la propia universidad, además de los libros recibidos por aporte ciudadano. En 1823, se trasladó al edificio que hasta ese momento ocupaba la Real Aduana de Santiago, ubicado en la esquina suroriente de las calles Bandera y Compañía, con el nombre de Sociedad de Lectura de Santiago. Ahí permaneció hasta 1834. Los directores, intelectuales de la talla de fray Camilo Henríquez y Manuel de Salas, fueron designados con sapiencia por Bernardo O’Higgins y las sucesivas autoridades. Todos ellos incrementaron su acervo con la incorporación de obras, tesoros bibliográficos y colecciones particulares de connotados hombres públicos. En los siglos XIX y XX se adquirieron las de Claudio Gay, Andrés Bello, Diego Portales, José Toribio Medina y Diego Barros Arana. Desde mediados de la década de 1850, este patrimonio y la institución requirieron con urgencia una nueva infraestructura. Por tal motivo, se construyó el primer edificio especialmente diseñado para ello. Pese a esto, en poco tiempo las dependencias

A sólo unas décadas de su creación, la Biblioteca Nacional se consolidó como uno de los principales centros culturales del país. Esta cualidad se expresa en el siglo XX con la construcción de este edificio cuya calidad arquitectónica interior está en consonancia con la riqueza volumétrica exterior.

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La Biblioteca Nacional se emplazรณ en el solar ocupado por el convento y templo de las monjas Clarisas, el que fue demolido a principios del siglo XX. En la manzana comprendida entre las calles Alameda, Mac Iver, Moneda y Miraflores, se construyรณ el nuevo edificio.

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volvieron a hacerse insuficientes. Los libros figuraban bajo la mirada escrutadora de los retratos de los primeros directores, junto a pequeños bustos de escritores clásicos, apretados en sencillos armarios que llegaban hasta el techo. Trasladarse, entonces, a más amplias y modernas instalaciones no era sólo un sueño, sino que una necesidad apremiante. En 1947, Eduardo Galliano, quien fue director de la Biblioteca, recordó que “el deterioro llegó a términos tales que, en los días de lluvia, allí caía el agua como en la calle. Pero esto no siempre desalentaba a los lectores y había algunos tan decididos que se instalaban tranquilamente en medio de las innumerables goteras, abriendo el paraguas para no mojarse”. Era necesario establecer mayor contacto con la ciudadanía. Había que interesar a los poderes públicos, a la prensa y a los intelectuales en la obra bibliotecaria, según expresiones de un hombre decisivo en la gestación y el proyecto de construcción del actual edificio, Carlos Silva Cruz, nombrado director el año del Centenario. Suya fue la quimera de gestionar y levantar un edificio a la altura de su función y con el señorío que se merecía, en la manzana perteneciente al demolido Convento de las Claras, entre la Alameda y las calles Moneda, Mac Iver y Miraflores.

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Silva Cruz aumentó las colecciones, compró una máquina de proyecciones, organizó encuentros y conferencias. Con esto buscaba que la biblioteca fuera un lugar vivo, visitado y siempre activo. También vigorizó la sección “Lectura a Domicilio”, creada por Luis Montt y estableció un vagón biblioteca, además de iniciar los conciertos en el Salón de Lectura, situando un piano de cola en el centro, lo que parecía una profanación a ojo de las almas más conservadoras. Ese nuevo aliento se transformó en un desafío rotundo: Convencer a sus coetáneos de la necesidad de asignar dineros a la edificación de instalaciones respetables para el funcionamiento pleno de la Biblioteca Nacional. Por esos años, el país vivía un fuerte traspié económico producto de la crisis del salitre. El presidente Barros Luco fue su gran aliado y cómplice. El 20 de enero de 1913 se despachó al Congreso Nacional un proyecto para conseguir los fondos y Carlos Silva, se dedicó durante tres meses a convencer uno a uno a los parlamentarios para que lo aprobaran. Finalmente, se traspasaron los recursos disponibles a raíz de la liquidación de la antigua Caja de Crédito Salitrero, por un valor nominal de 4 millones 325 mil pesos.

En la Sala Medina se conservan las primeras ediciones de la imprenta americana, bibliografía, mapas y manuscritos. Se estima que aquí se reúne cerca del 60% de lo que se imprimió en Hispanoamérica durante el período colonial.

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Mediante un concurso organizado por el Consejo de Obras Públicas se eligió la propuesta de Gustavo García del Postigo, por “reunir [su diseño] condiciones superiores de distribución, comodidad y belleza”, superando en el camino a destacados arquitectos como Jecquier y Doyère. Su arquitectura y estilo fueron concebidos de acuerdo a los cánones de la Academia Francesa y de la Escuela de Bellas Artes de París. La planta original, ideada en forma de cruz de Malta, es un sello distintivo del proyecto. El conjunto comprendía pabellones independientes, pero comunicados entre sí. El más importante, correspondiente a la Biblioteca Nacional, atraviesa el sitio de sur a norte, con fachadas hacia la Alameda, construida entre 1913 y 1927 y Moneda, entre 1930 y 1963. El Museo Histórico, 1919-1939, miraba a la calle Miraflores y el Archivo Nacional, hacia Mac Iver. Este último nunca se realizó y hoy se puede disfrutar de una pequeña plazoleta. El Archivo utilizó las dependencias del Museo Histórico que actualmente funciona en la Plaza de Armas. Al mirar el frontis principal, lo primero que llama la atención aparte de su pesado volumen, es la gran cúpula perforada por tres lunetos que corona el

acceso. Seis columnas de orden jónico exentas, de doble altura, rematadas por un alto ático, conforman el eje de la fachada. A ambos costados, volúmenes simétricos continúan las colosales proporciones y rematan en esquinas idénticas, con frontones triangulares y techos amansardados. La Sala Medina, reconocida por su riqueza histórica y por su concepción arquitectónica, se ubica en el centro del segundo piso, con frente hacia la Alameda. Contiene toda la colección bibliográfica americana de José Toribio Medina, donada en 1925. Es un precioso espacio de doble altura, íntegramente revestido en madera, con finísimas estanterías, boiseries y mobiliario, todo especialmente diseñado para la lectura. Este conjunto de edificios, al igual que todos los de su época, fue construido desde sus cimientos en hormigón armado. Las techumbres y cúpulas son de fierro. La Biblioteca Nacional es un lugar de encuentro y de conocimiento. Día tras día, estudiantes, intelectuales, académicos y gozadores de las letras se dan cita en sus diferentes salas. Libros, diarios, revistas y fuentes inéditas se pueden encontrar y quienes así lo deseen, aprender de ellas en la quietud de este espacio, único en la ciudad. BIBLIOTECA

Las terminaciones de la Biblioteca Nacional, fueron realizadas con gran maestría por artistas y artesanos. Destacan las pinturas de Gordon, Helsby y Mori y las rejas del acceso trabajadas por Enea Ravanello. Los pisos de mármol y granito son obra de Santiago Ceppi y las balaustradas de fierro y bronce de las escaleras, de Alberto Mattmann.

NACIONAL

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BOLSA DE COMERCIO


Edificio Bolsa de Comercio en la década de 1920. COLECCION MHN.

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El origen del concepto “bolsa de comercio” data de fines del siglo XV, cuando en las ferias medievales de Europa Occidental se iniciaron las transacciones de títulos de valores inmobiliarios. Esta denominación se escuchó por primera vez en la ciudad de Brujas, en Bélgica, a fines del siglo XVI, en el lugar donde los comerciantes solían reunirse, un local propiedad de un hombre de apellido Van der Bourse y bourse en flamenco significa bolsa. La primera institución bursátil de la modernidad se creó en Amberes en 1460. La siguieron la de Londres en 1570, la de Nueva York en 1792 y dos años más tarde la de París. En Chile, este tipo de actividad debió seguir los ritmos históricos de estas jóvenes tierras. Tras el proceso de Independencia, surgieron las primeras voces para crear una bolsa de comercio, pero las gestiones no prosperaron. Hubo que esperar hasta fines del siglo XIX, cuando el país enfrentó un importante ciclo de expansión mercantil liderado por inversiones privadas, nacionales y extranjeras, para que la idea de un espacio de intercambio de valores tuviera eco. Las ramas de la actividad económica que más desarrollo

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habían alcanzado eran la industria bancaria y las sociedades anónimas, que ya en 1884 sumaban 160. Esta realidad llevó a que se hiciera necesario contar con un mercado especializado. La iniciativa surgió de un grupo de personas que estableció los estatutos de La Bolsa S.A., aprobados por decreto el 17 de junio de 1873. Esta tenía por objeto establecer una casa o centro donde concurrieran compradores y vendedores para efectuar sus negocios. El 27 de noviembre de 1893 se fundó la Bolsa de Comercio de Santiago, un paso trascendental para inyectar vitalidad y dinamismo a la economía nacional. En ese momento ya existían 329 sociedades anónimas, la mayoría dedicadas a la minería. Paralelamente se creó la Bolsa de Valparaíso, en el principal puerto y centro comercial del país. Esta, que fue constituida por comerciantes extranjeros, principalmente ingleses, llegó a ser la más importante organización bursátil durante las primeras décadas del siglo XX. Los fundadores de la institución en Santiago fueron 45 socios, todos ellos vinculados a importantes familias de la oligarquía criolla y santiaguina. Con posterioridad a la gran crisis de 1929, lograron

En 1913 la sociedad Bolsa de Comercio adquirió a las monjas Agustinas el terreno que actualmente utiliza. Este, con forma de trapecio rectangular, es un volumen aislado rodeado por las calles Bandera, Club de la Unión, Nueva York y la Bolsa.

Fachada por calle Bandera, en cuyo centro se encuentra el antiguo acceso público a la Sala de la Rueda, enmarcado por un tímpano triangular y pares de columnas. Este era separado del ingreso de los accionistas, que lo hacían por el vértice norte.

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El espacio central del edificio es la Sala de Rueda o de Remate, donde se realizan las transacciones bursátiles. Al fondo destaca el gran mural al óleo pintado por fray Pedro Subercaseaux como una alegoría al trabajo.

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Salón de Accionistas con acceso directo e independiente a la Sala de Rueda.

consolidar su posición de liderazgo. En esos años efectuaron un aporte a la economía y sirvieron de plataforma financiera para la formación de un gran número de empresas con potencial industrial. Tanto así, que los diversos vaivenes que han afectado al país, no han dañado la estabilidad de la entidad, que por el contrario, ha aumentado sus reservas con el paso del tiempo. Para un organismo como éste, el lugar de encuentro y realización de las transacciones bursátiles reviste especial importancia. La búsqueda de un espacio idóneo tardó años, hasta que en 1913, la sociedad le permutó a las monjas Agustinas un terreno que tenían en Huérfanos con San Antonio, por un otro de curiosa forma y proporciones, ubicado en una esquina cuyo linaje patrimonial hoy resulta irrefutable: entre Bandera, el Club de la Unión, Nueva York y la Bolsa. Los socios eligieron al arquitecto Emile Jecquier, quien estaba involucrado en el proyecto del Palacio de Tribunales y había sido muy elogiado por el Museo Nacional de Bellas Artes y la Estación Mapocho, realizados para celebrar el Centenario.

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Hall de distribución que da acceso a las oficinas y al Salón de Accionistas.

La sociedad Bolsa de Comercio de Santiago, fue constituida en 1893 por 45 socios vinculados a importantes familias de la oligarquía santiaguina. En la actualidad se reúnen en el Salón de Accionistas, a través del cual acceden a la Sala de Rueda.

Durante los cuatro años que duró la obra, inaugurada en 1917, diversos fueron los comentarios. Un artículo de la desaparecida revista “Zig Zag” del 29 de abril de 1916, decía: “Toda persona que pasa por la calle de Bandera al llegar a la Alameda de las Delicias se detiene curiosa ante un gran edificio en construcción. Alza esta importante obra un colosal esqueleto de hierro con grandes cúpulas, que nos habla de una edificación moderna y que llenará de orgullo a nuestra capital, en plazo no lejano”. Tiene una composición arquitectónica muy proporcionada e inspirada en las leyes del clasicismo, especialmente del Renacimiento francés de la segunda mitad del siglo XVII, con columnas y pilastras jónicas en la fachada. A pesar de lo atípico del sitio, logra una integración de los espacios interiores y una simetría que nace de sus tres vértices circulares, unidos por un eje virtual prácticamente en el centro del conjunto, donde está la Sala de Rueda. Tres cuerpos curvos coronados con cúpulas en las esquinas, articulan sus tres fachadas, compuestas por tres niveles horizontales. El primero equivale a un alto zócalo, con canterías horizontales; el segundo

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Fachada por calle La Bolsa.

recoge dos pisos, pero su juego de columnas de doble altura, rematada por una importante cornisa en voladizo y frontones triangulares y curvos, entregan una sola lectura; el tercero sustenta la techumbre amansardada y la notable cúpula con linterna, en el vértice más agudo. El reloj que en ella se inserta hace de remate de este destacado acceso por la esquina. Balcones con balaustres y barandas de fierro fundido completan su elegante juego exterior. Tras el acceso principal se llega a un óvalo que sirve para reuniones de directorio, con acceso privado a la Sala de la Rueda, llamada también de Remate. Este es el espacio más destacado, no sólo por su función, sino por su arquitectura, decoración y excelente acústica. Su estilo renacentista, el fresco y el reloj armonizan perfectamente entre sí. Resalta el gran mural al óleo pintado por fray Pedro Subercaseaux como una alegoría al trabajo. Esta sala conserva los pequeños recintos menores divididos por barandas de fina talla de madera. Con roble americano se terminó su entarimado. La fachada que da a la calle Bandera expresa la ubicación y dimensión de la Sala de Rueda hacia el exterior, mediante cuatro grandes pilares que rematan en un clásico frontis triangular.

Los materiales fueron traídos desde Europa, justo después de la Primera Guerra Mundial. El edificio tiene una estructura basada en perfiles metálicos con relleno de hormigón. Sobre los cimientos se levantan muros de 65 centímetros de ancho abajo y 30 centímetros los superiores. La techumbre y las cúpulas están realizadas con armazones metálicos. Estas últimas, cubiertas con tejuelas de pizarra importadas. El alto nivel técnico alcanzado y la calidad de los elementos utilizados hacen de este edificio un ejemplo en la construcción de la época. Fue el tercero en la ciudad con estructura metálica después los edificios Comercial Edwards y Gath y Chávez, este último lamentablemente destruido. Este volumen aislado, junto al Club de la Unión y al ex Hotel Mundial, conforman un conjunto de gran homogeneidad y calidad arquitectónica, el que puede recorrerse por los paseos peatonales que la circundan. Es parte del significativo hito urbano denominado barrio Nueva York-La Bolsa, el que reúne, además, a la Casa Central de la Universidad de Chile y la Iglesia de las Agustinas. BOLSA DE

El 24 de octubre de 1929, se produjo la debacle financiera conocida como “jueves negro”. Día crítico que marcó el inicio de la Gran Depresión con escasez y fuertes alzas de precios. La Bolsa de Santiago no estuvo ajena a ésta crisis mundial.

COMERCIO

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CLUB DE LA UNION


Edificio del Club de la Unión en 1935. COLECCION MHN.

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uriosas son las vueltas de la vida. Pocos podrían imaginar que en el terreno donde hoy funciona el exclusivo círculo social de caballeros conocido como Club de la Unión, existió por casi 300 años un convento agustino integrado sólo por mujeres. En 1576, por acuerdo del Cabildo, del vicario parroquial y del padre provincial de la orden de San Francisco, se creó el convento de la Limpia Concepción Regla de San Agustín. Siete señoras fueron las primeras que, después de perder a sus maridos, decidieron juntarse y vivir en comunidad. Con el tiempo recibieron el nombre de Agustinas. Esta fue la primera institución religiosa de este tipo en Chile y respondió a la necesidad de dar albergue y educación a las hijas y viudas de los soldados muertos en la Guerra de Arauco. Dos manzanas entre las actuales calles Ahumada, Agustinas, Bandera y Alameda, fueron donadas por el Cabildo para la construcción de la iglesia y el monasterio. El resto fue aporte de una de sus creadoras, Francisca Terrin de Guzmán. “Era la fundación más extensa y rica de la ciudad. Durante todo el siglo XVII habían acumulado

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poderíos y riquezas, hasta decirse del monasterio que podía competir ‘en santidad y número con los de Europa’. Sólo entre monjas y criadas encerraba cuatrocientas almas; sus celdas eran costosas, con cocina y recámara por separado, y se vendían sus derechos de llaves, fuera de la dote, en tres y cuatro mil pesos”, según Sady Zañartu en el libro Santiago Calles Viejas. En 1850, por una sentencia de la Corte de Apelaciones de Santiago, se abrió la calle Moneda entre Bandera y Ahumada, durante tres siglos tapada por la propiedad de las monjas, lo que significó la división del terreno. En ese momento las religiosas construyeron un pasaje subterráneo para comunicar las diferentes secciones de la propiedad y la continuaron habitando hasta que, a principios del siglo XX, vendieron una parte al Club de la Unión. Esta agrupación se constituyó en 1864, cuando un grupo de connotados ciudadanos, reunidos en la casa de Rafael Larraín Moxó, estableció los estatutos para su formación. Este, “fue el principal teatro de la sociabilidad masculina, el coto vedado de los hombres de la clase dirigente, donde las antiguas y

Ubicado en Alameda esquina Bandera, el edificio del Club de la Unión se inauguró en 1925, con lo que se puso término a la peregrinación de esta institución, que desde su creación, debió arrendar diferentes inmuebles para funcionar.

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Biblioteca que reúne más 17 mil ejemplares.

nuevas generaciones entraban en contacto”, como comenta el historiador Manuel Vicuña. En un principio respondió a los intereses de la fusión liberal-conservadora. Por esos años dirigía el país José Joaquín Pérez y Rafael Larraín hizo de nexo entre el Gobierno y la oposición, prestando su casa para realizar reuniones donde se pudieran efrentar diferentes puntos de vista. Los primeros presidentes y sus principales promotores fueron Manuel José Irarrázaval Larraín, Manuel Alcalde Velasco, Luis Cousiño Squella y Manuel Antonio Matta Goyenechea. A sólo dos años ya contaba con 181 socios y el grupo de contertulios seguía aumentando, lo que obligó a arrendar un lugar más cómodo y espacioso. Comenzó así un largo peregrinaje hasta llegar a construir un edificio propio. Al poco tiempo, arrendaron una propiedad que incluso tenía cocina y los socios podían almorzar mientras discutían sobre política. Pero ésta se incendió y debieron cambiarse nuevamente. Se eligió la casa de Felisa Ossandón de Haviland, en Alameda, entre Ahumada y Estado. La alhajaron y habilitaron comedores y salones.

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Regularmente los miembros del club invitaban escritores para hablar sobre literatura, entre ellos Luis Orrego Luco, quien se inspiró en este lugar para escribir Casa Grande.

En esos primeros años, los miembros se juntaban a conversar y se daban tiempo para el billar. Eran comunes los juegos de carta como el rocambor y malilla. Leían, comentaban los diarios y tomaban café. Al principio, sólo los hombres podían ingresar a sus dependencias, pero esta norma se flexibilizó en 1875, luego de que un socio propusiera realizar un gran baile para presentar a sus esposas e hijas. Aún así, éstas sólo podían asistir a los eventos públicos. Con la Guerra del Pacífico, el Club entró en receso y en 1878 se vendió la casa. Sus moradores se trasladaron, entonces a Bandera esquina con Huérfanos, a una propiedad de la familia Goyenechea. En vísperas de la Guerra Civil de 1891, se trasformó en el baluarte de la oposición contra el presidente Balmaceda, tanto así, que fue cerrado por el intendente y muchos de los socios tomados prisioneros. “En tiempos de paz o de agitaciones bélicas, en sus dependencias cerraron filas los miembros de la oligarquía”. Durante el parlamentarismo, su importancia fue cada vez mayor y en sus comedores y salones se hizo la política del país. Tras ser elegido presidente de la institución, Luis Barros Borgoño llamó a un concurso de arquitectos para la construcción de un nuevo edificio

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Salón francés que enfrenta la Alameda.

La sala de billar, ubicada en el semizócalo, es otro lugar de encuentro para los socios del club. Las mesas fueron traídas directamente de Inglaterra y las paredes decoradas con azulejos de gran colorido. La barbería se encuentra en el subterráneo y cuenta con los sillones y espejos originales. Ingresar a sus dependencias es como realizar un viaje al pasado, donde los barberos trabajan con hisopo, brocha y navaja.

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El bar del Club de la Unión es reconocido por su extensa barra de madera tallada, la que según dicen, es la más larga del continente.

en el terreno adquirido a las Agustinas. El francés Henri Grossin resultó ganador, pero murió en Francia durante la Primera Guerra Mundial, por lo que finalmente se aprobó el proyecto del segundo lugar, diseñado por Alberto Cruz Montt. Entre 1917 y 1925, la empresa de Guillermo Franke estuvo a cargo de su realización. El costo fue tres y media veces superior al original, solventado todo gracias a la sabiduría y audacia de la directiva del Club. Desde la Alameda llama la atención la aparente simetría de su fachada principal y aún cuando es un volumen compacto, se destaca su acceso y esquinas por el juego de columnas y vacíos que alivianan la fachada. Primitivamente fue un edificio de tres niveles, pero en 1945 se le agregó un cuarto piso y terraza, que hoy remata en balaustres. Cruz Montt unificó magistralmente las necesidades que el Club requería. En su arquitectura exterior agrupa elementos y formas renacentistas y del neoclásico francés. Al acceso se llega después de subir 23 gradas de blanco mármol, hundidas por el uso, y está destacado por seis columnas dóricas exentas que crean un gran pórtico.

El hall central y los vestíbulos tienen una atmósfera transparente de fluida circulación. Una ancha escalera flanqueada por una reja de fierro forjado y bronce, une los tres niveles. Pilastras y molduras con detalles dorados, estatuas, cuadros, jarrones, lámparas de cristal, faroles, cortinajes, boiserie y un fino mobiliario alhajan los 14 salones, la biblioteca, las cinco salas, el gran bar y los 12 comedores. Al agregar los pisos superiores, el lucernario sobre el salón central se suprimió como fuente de luz natural. La decoración interior es de Carlos Cruz Montt, famoso fabricante de muebles de la época y hermano del arquitecto. Los cuadros de los chilenos Pedro Lira, Alberto Valenzuela Llanos, Pedro Subercaseaux y Alvaro Casanova visten sus paredes. Este tipo de institución facilitó la integración de la clase gobernante, aún por sobre las diferencias ideológicas. Si bien comenzó con una clara marca política, con el tiempo fue derivando en una instancia de encuentro, al ofrecer un espacio para la sociabilidad, la entretención y el debate. CLUB DE

Un artículo de la revista Zig-zag del 19 de noviembre de 1905 decía: “El gobernante que quiere enmudecer la opinión, debe cerrar los diarios y el Club de la Unión. Dejar abierta esa puerta, es dejar una lengua implacable en libertad”.

LA UNION

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CRONOLOGIA

Siglo XVIII 1730 Terremoto de Santiago. 1775 Intervenciรณn de Toesca en la Catedral

y Parroquia del Sagrario. 1780 Inauguraciรณn del edificio para el Cabildo

y cรกrcel de la ciudad. 1785 Palacio de los Gobernadores de Toesca.

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Siglo IX 1805 Inauguración del edificio para la Real

Siglo XX 1901 Inauguración del Congreso Nacional.

Casa de Moneda. 1908 Feherman da fisonomía definitiva a 1807 Inauguración del Tribunal del

edificio de Correos.

Consulado y la Real Casa de Aduana. 1910 Inauguración del Museo de Bellas 1808 Inauguración Palacio de la Real

Artes.

Audiencia. 1913 Se inician las obras de la Biblioteca

1811 Intervención del Cabildo por José de Goycoolea. 1873 Inauguración del cerro Santa Lucía, del

Nacional, tras demoler Monasterio de las Claras. 1914 Inauguración de la Estación Mapocho

Mercado Central y del Parque Cousiño.

e inicio de la construcción de “El Diario Ilustrado”.

1882 Proyecto de Ricardo Brown para

empresa de Correos.

1917 Inauguración edificio Bolsa de

Comercio. 1883 Intervención del Cabildo de

Eugenio Joannon.

1925

Inauguración Club de la Unión.

1899 Inicio de los trabajos del Parque

Forestal.

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o 295 CRONOLOGIA


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Dirección de Proyecto Soledad Rodríguez-Cano Samaniego - ARC Editores Coordinación Banco Santander María Fernanda Larraín Illanes Comité Editorial Diego Arentsen Peña – Banco Santander Soledad Rodríguez-Cano Samaniego - ARC Editores Amaya Irarrázaval Zegers Francisco García-Huidobro Villalón Bernardino Bravo Lira Edición de Textos Luisa Ulibarri Lorenzini Ingrid Bachmann Cáceres Fotografía Marcos Mendizabal Sanguinetti Diseño y Diagramación Ximena Ulibarri Lorenzini Rosa María Espinoza Olivares Impresión XXXXXXXXXXX Inscripción Nº XXXXXX Derechos reservados Abril 2008 I.S.B.N XXXXXXXXXXXXX Primera edición: 3.000 ejemplares

Este libro tiene un formato de 27,5 por 36 cm. (cerrado) y una extensión de 296 páginas. Su tiraje es de 2.500 ejemplares. Impreso en papel couché opaco 170 grs. a 5 x 5 colores más barniz oleoso selectivo en ambas caras. Tapa dura en cartón de 2.5 mm. forrado en artela donna más aplicación de cuño en tapa y lomo. Lleva sobre cubierta tipo francés, tamaño extendido 80 x 43.5 cms. impresa a 5 x 0 colores en papel couché 170 grs. más politermo opaco en el tiro y folia transparente en el título. El lomo es cuadrado y la encuadernación con costura hilo y hotmelt. Las hojas guardas a 1 x 0 color couché opaco de 170 grs. Se ocupó la tipografía Goudy en sus versiones, regular, bold e italic y los software, Adobe Page Maker 7.0 y Adobe Photoshop 8.0. Abril 2008.



Siglos

XVIII XIX XX

TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE

TESOROS ARQUITECTONICOS DEL CENTRO DE SANTIAGO

SANTIAGO

MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES


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