Revista ERRATA#8, Bogotá (Colombia), 2013, pp. 72-86
Una educación transdisciplinar Antonio Rodríguez de las Heras Instituto de Cultura y Tecnología Universidad Carlos III de Madrid
El mundo se mueve porque lo recordamos
Si viviéramos sólo el instante el mundo permanecería quieto. En un instante un objeto se encuentra en el punto A, y lo percibimos. Pero como no lo recordamos, cuando se encuentre en el punto B no sabemos ya que ha estado en el punto A; así que sigue inmóvil. En cambio, si tenemos memoria, trazamos el arco de la trayectoria del objeto desde el punto en que no está, pero que recordamos que estaba, y el que ahora vemos. El mundo se mueve. Y lo hace a una velocidad que depende de la capacidad de procesamiento del cerebro. Si esa capacidad es baja, el mundo se mueve muy deprisa: pasa rápidamente del punto A al B. Los puntos intermedios no ha podido procesarlos, de manera que el movimiento se compone de dos instantes, como si fueran dos fotogramas. Sin embargo, cuando la capacidad de procesamiento es mayor hay más instantes intermedios, más fotogramas, y el movimiento se hace más lento. Tendríamos una percepción distinta del tiempo según la capacidad de procesamiento de información del cerebro. La trayectoria de un objeto que se mueve es resultado de una interpolación, de una elipsis. Un puente tiene más vacío que piedra, y sin embargo une las dos orillas. Porque tenemos memoria, el mundo se nos presenta en movimiento perpetuo. Y el tiempo es la trayectoria. Si viviéramos el instante, el mundo permanecería ante nosotros inmóvil. Una trayectoria se puede segmentar. Así que también un mundo en movimiento permanente. Por tanto, que el mundo lo veamos en movimiento hace que actuemos sobre él igual que con las trayectorias que traza el movimiento (el tiempo): troceándolo.