J. Alfredo Díaz G.
PROLOGO DEL AUTOR
Estamos ya con la Semana Santa encima, otro año más. A muchos eso no les dice nada, más allá de la posibilidad de conseguir un día feriado laboral. Para otros, sin embargo, será la culminación de un año de preparativos minuciosos y afanadas expectativas. Algunos, como Antonio Banderas, parece que recorrerían medio mundo si fuese necesario, y dejarían lo que sea con tal de estar en España, en su pueblo, para servir de costaleros y cargar sobre sus hombros el grupo escultórico con las imágenes que consideran poco menos que sagradas, durante horas de lenta y dificultosa, pero fervorosa procesión. El novio de mi hija menor no necesita recorrer más que un centenar de kilómetros, pero tampoco le falla a su cofradía. Considero que la vida se encuentra regida por los constantes opuestos: el día y la noche, lo bello y lo feo, lo agradable y lo desagradable, el bien y el mal, lo sagrado y lo profano. En los seguidores de antiguas filosofías orientales hay quienes incluso afirman que no existe nada sagrado, y yo me inclino hacia tal creencia. Si es cierto todo es del color del cristal con que se mire, —como también se dice— y en este caso el cristal en cuestión no es otra cosa que las ideas, creencias, preferencias o traumas mentales del individuo, tal afirmación es bastante comprensible. Lo que para unos puede ser lo mas sagrado, para otros, por el contrario, puede no significar absolutamente nada. Y esto podemos aplicarlo tanto a los objetos del culto religioso
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