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a eduardo galeano in memorian

detrás de este triste espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya muerto del todo en tu memoria. julio cortázar cuando nos empeñamos en que el libro no sea un resumen de los libros leídos jorge enrique adoum escucho los pasos de la luz y la sangre haciéndose palabra o nudo de anhelo en la garganta luis cardoza y aragón

Para la sociedad japonesa del periodo Heian, que una persona careciera de la sensibilidad de experimentar las cualidades emocionales y espirituales contenidas en un objeto sencillo implicaba que esa persona no podía entender la esencia del tiempo. Utsusemi o «la cáscara de la cigarra» era la palabra que reflejaba la capacidad para desarrollar esta consciencia. Su significado podía ser el epíteto de la fragilidad y evanescencia del mundo físico y de todo lo que él contiene y un sentimiento específico para describir lo efímero según la cualidad inherente del tiempo, de la realidad y la vida. Hablar del tiempo como la transitoriedad de

* Doctora en Teoría de la Literatura y Estudios Culturales

los objetos de la naturaleza invariablemente nos hace conscientes de la propia fugacidad. No en sentido nihilista, sino vitalista: el tiempo se aleja de la linealidad para vincularse con lo cíclico. Es la idea del ciclo, de volver hacia atrás, una indicación clara de trascendencia, pues el espacio y tiempo pasados pertenecen al presente y se entretejen con el futuro.

Los hablantes escapa a la tiranía del discurso globalizante en torno al tiempo lineal, reivindicando el valor de experimentar, de forma abundante y diversa, la belleza efímera de la vida y del entorno a través de la palabra hablada. Del latín fābŭla, el habla es la materialización fugaz del pensamiento que transmite un

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Angélica Cabrera Torrecilla* Tránsito de lo efímero

mensaje, un conocimiento, una experiencia. El hablante, por tanto, comparte historias que revelan su visión de la naturaleza y el cosmos, nos hace partícipes de sus sueños y miedos intestinos. De aquí que Los hablantes nos remita a un otro espacio congregándonos bajo el manto de la noche estrellada, alrededor de la luz y el cobijo de una fogata; donde permanecemos con mirada atenta, de pies cruzados en flor de loto y con oídos prestos a la siguiente historia. Historias escuchadas que se destejen de los recuerdos de un hablante que canta a la vida a las formas más ordinarias que irradian la esencia del tiempo: las nubes, la escritura, los pájaros. Los hablantes es un conjunto de reflexiones, poemas híbridos o cantos intimistas que devuelven la mirada a esas formas que nos acompañan en nuestro transcurrir y que muchas veces hemos dejado de narrar. Sus palabras no pretenden ser el símbolo de una eternidad o verdad mística trascendental, pues ese tipo de belleza no reflejaría un valor en sí mismo, en tanto excluye al tiempo. Por el

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contrario, su ideal poético se basa en la conciencia y la aceptación de que la vida es un viaje cuyos participantes aparecen y desaparecen en continuo cambio, y por ello transitamos solos, que no en soledad. En otras palabras, entender lo evanescente está relacionado con aliviar el sufrimiento, es decir, con la liberación. A partir de la liberación que otorga aceptar lo transitorio, no solo se entiende el cambio de las cosas sino que también cambia nuestro entendimiento sobre el cambio.

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ilícita presentación al libro

los postigos del sueño me abaten. fascinación por estar en otro espacio. inventar un mundo —a veces— por los deseos; otras, por una ficción necesaria. en ocasiones ausente de este laberinto que los mortales llaman realidad. distancia asumida porque es tan ominosa, en muchos momentos debo acudir a la palabra que redime al mundo. hace un tiempo enfermé de gravedad, de esas ocasiones donde el rostro al último latido se hace presente. en aquel estado —como un acto de continuidad— lo que me mantuvo consciente, en esas horas de agonía, fue la voz serena del maestro eduardo galeano; en las múltiples presentaciones que se encuentran en la virtualidad de este mundo actual. luego de contar las diástoles al segundo por el instante siguiente, un día, la ciencia moderna y sus drogas de diseño me devolvieron los suspiros. poder respirar con cierta tranquilidad se convirtió en un acto sagrado. una sensación mística me acompaña desde ese momento. hablar para expresar la vida es un símbolo de fe. escribir para dejar un trazo en la memoria es un acto de revelación que nos contiene y que —en su momento— será otra vez polvo en los días del futuro. somos seres del lenguaje, lo instintivo salvaje, humanamente válido, se va desdibujando al intermediar esa construcción del mundo a través de la palabra. por eso los hablantes, nosotros, inventamos el mañana. acontece desde los recuerdos invadidos por las sombras de los ideales. deseamos un tiempo mejor para todas las personas. muchas veces me he preguntado por la capacidad innata

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que algunos semovientes —cuasi humanos— demuestran a través de la violencia. asesinar la vida misma en pos de algo informe como el odio. las respuestas son múltiples: ¿avaricia? ¿codicia? ¿maledicencia en las entrañas en estos seres? todas a la vez y otras tantas que no creo poder deducir. los hablantes amamos —esencialmente— la vida desde la creación del viento, del trazo del río, de las rocas, el color del ocaso, el batir de alas del colibrí, la ruta nómada de una mariposa, las distancias desde los recuerdos, el invento de la escritura, el abrazo solidario, la fe en la esperanza, entre otros. todos deseos del bien. nosotros, los hablantes, creemos —sobre todo— en el sonido de las palabras que se quedarán en algún lugar de la memoria para que otros hablantes, como el maestro galeano, quienes nos legaron ese hilo para creer en la utopía. además, de forma capciosa, se impuso una suerte de personaje gráfico. un ser con una enorme boca de la cual se emiten o inventan todas las palabras, todos los idiomas. solo una secuencia de líneas. declaro mi deficiencia en el arte plástico. por lo que —otra madrugada de insomnio— impelido

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por esta forma tan particular de interpretar la realidad a través de un trazo lineal, invoqué al maestro carlos mérida, (guatemala, 1891- méxico, 1984). no debo narrar en esta informal presentación el porqué «la republiquita acuartelada de coronelópulos» donde nació el maestro mérida lo terminó expulsando; lo que intento de manera creativa, espero haberlo captado, para ilustrar algunos textos, fue recrear la línea tan esencial de su pintura. este libro rinde un homenaje a estos dos artistas tan universales. gracias. y, para cerrar esta presentación caprichosa, siempre he acusado a todos aquellos, quienes justifican sus textos, en esta ocasión asumo la responsabilidad por estas palabras ilícitas al presente libro.

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...entonces vino la palabra... hablaron: entonces celebraron consejo, entonces pensaron, se comprendieron, unieron sus palabras, sus sabidurías...

popol vuh

los hablantes antes de la luz, el tiempo, la memoria o incluso el mañana, los hablantes murmuraban la creación. se susurró la primera palabra. luego se contó el secreto del fuego, dador de vida. otro hablante escuchó, guardó en sus recuerdos los vocablos de aquel ser. años más tarde se encontraron las expresiones precisas para nombrar el cielo, también: la noche, las estrellas y el pasado. un hablante mensajero se llevó aquellas palabras al otro lado del mundo. entonces, los hablantes les narraron a otros escuchas sobre las palabras creadoras. hubo ayer, mañana y cosmos. flor, río, semilla. caída, nube, distancia y lluvia. se alzó la voz. se inventaron todas las palabras. los hablantes antiguos suspiraron, escucharon las voces sobre el origen de la vida; las historias de todos los rincones de la tierra, en todos los idiomas. comprendieron la belleza. admirados, observaron en silencio la sonoridad de todos los hablantes. las voces siempre serán una sinfonía perpetua, perfecta armonía del sonido y la voz. así se creó el universo por la palabra.

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pájaros conocedores de la luz y la sombra, traen con su canto el alba. la celebración de la claridad. al anochecer un festejo por la oscuridad. con sus trinos cada ave de ciudad comprende el ciclo del origen y el tránsito del sol a las tinieblas. retozan con las flores y sus frutos. otros sagaces vigilantes del cielo guardan en su memoria los mapas de las migraciones. amantes del albor, estos seres voladores viajan a las estaciones de la luz. de todas las aves, el albatros errante es el mensajero de los vientos. una vez inicia el vuelo rara vez vuelve a tierra. ¿qué le cuenta a los alisios? ¿qué mensaje le lleva al monzón? o ¿qué le narra a los vientos del sahara? los pájaros, los seres del viento y la luz, son los que resguardan en sus vientres el día, la noche y las semillas para que la vida florezca.

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las flores cuando la luz concibió las flores, las semillas viajaban por el viento. luego, se creó una comunión entre los seres voladores y las corolas. una forma de amar. se develó la esencia de la vida con un leve roce, casi un murmullo en el aire. se deslizó el perfume por el viento. así los amantes de la coloración descuelgan el instante del deseo entre los pétalos y las alas. pasión desnuda. las flores son un canto a la existencia de todos los colores.

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los sueños

«es un mundo dentro de otro tiempo», sentenció el hablante más viejo de la tierra. los ancianos de la aldea asintieron. se deben interpretar como los deseos por cumplir. «comprenden que al otro lado la vida transcurre también armónica o caótica. ¿quién no ha soñado?», murmuró una mujer sabia. todos guardaron silencio. «¿recuerdan sus sueños?» luego, con voz pausada, al calor de la hoguera comunal que crepita, pronunció: «todos tenemos sueños, algunos los recuerdan y pocos los pueden peregrinar como el anhelo que cae».

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las sombras son formas que deambulan al amparo ominoso de la luz. no hacen preguntas. tampoco tienen respuestas. fieles escoltas de sus hábitos: la oscuridad. narra la historia de un poeta en la antigüedad, que ante la belleza del horizonte escribió: «solo una vez desde la creación del tiempo las nubes duplicaron su sombra». ¡un misterio por develar! las sombras tallan su perspectiva desde la mejor posición. se acongojan simples. descalzas de viento, amantes de todos los horizontes, siempre leales a su pasión, nos preguntan. ¿quién no ha platicado alguna vez con su sombra?

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los vigilantes

mientras uno descansa el otro mira al horizonte; cada cual cuida que la luz o la sombra vuelvan, que la luna cumpla sus ciclos y las mareas jueguen con las costas. siempre tienen un ojo abierto. son dos que nunca se han visto pero forman parte del otro. se perciben, se interpretan como la simetría del tiempo. pocos seres humanos creen en los vigilantes, gigantes de la luz y el tiempo. muchos afirman que solo son una leyenda. aquellos —quienes aprecian la belleza, esa que cae en el horizonte o en las noches cuando las luciérnagas diseñan los mapas estelares del alba— pueden verlos. algunos creen que son colosos y que tienen un solo ojo como un faro, para que el otro, quien observa, pueda comprender el tiempo de sus recuerdos. los más osados aseguran que son transparentes y se mueven con el viento. ¿te imaginas cómo son los vigilantes? ¿serán esos seres que cuidan de los ciclos para que la vida sea perpetua?

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las estrellas la noche se vistió con su capote negro. se durmió. soñó con las distancias inimaginables. sintió una soledad mustia. acongojada. ante el arribo de más tiempo parpadeó como para com-prender aquel tremendo infinito. así cada vez que volvía a levantar la pupila, las estrellas iban bailando al compás de la creación. suspiró. se volvió a dormir en el sueño. recordó el brillo de los astros rebeldes. regresó a la piel de la luz. quimera dentro del sueño. hasta que en la noche del inicio, los primeros amantes sonrieron ante la inmensidad del párpado que cae sobre el sol. ellos —quienes aman— también se durmieron y soñaron que la noche titilaba sus estrellas.

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la noche es el manto oscuro que devela las estrellas. partícipe con las sombras. desnuda la posición en la penumbra del tiempo. impone el respeto de un enigma. ¿qué hay más allá de la luz?, ¿una orilla en expansión?, ¿la negrura y la nada?, ¿la distancia de lo insondable? una vez me contó un hablante que existe en la memoria de los antiguos recolectores del sur —los diaguitas— los primeros mapas estelares que tallaron al amparo de las piedras. opacidad del firmamento —en las entrañas de la noche— para encontrar el viaje de la semilla. al filo tenebroso de la oscuridad, el predador devela su posición. la presa desgarra los segundos para localizar el alba. en las tinieblas acontece el conjuro de los místicos, seducción de las hechiceras. allí donde la pupila simple de los mortales invoca la fe. la noche es, al final, un tiempo para que el ojo descubra los sueños.

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el planeta

sé que hay distancias que tienen una duda. lugares ignotos donde acontece lo imposible. además, la belleza en comunión con el horror son cómplices cuando germina el tiempo. tenemos estaciones. a veces un otoño es la esperanza. la sed de la lluvia un canto para las plantas. hay seres del viento. profundidades oceánicas. paisajes tantas veces encontrados. territorios con hielos perpetuos. zonas donde la vida es una floración en rebeldía: elefantes. lagartos. tigres. garzas. también zorros. colibrís o nubes, mareas, ríos y montañas. poblados únicos. como ideas universales. la muerte. la vida. sé que en una esquina —de aquella partícula que flota por el vasto cosmos— hay un trashumante, quien escribe sobre las infinitas variables para que la vida sea un acontecimiento cotidiano. casi simple. armónico. como la luz que rueda sobre las sombras, en las distancias que tienen las dudas.

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las nubes las nubes juegan con el agua de la mar. son seres voladores, cómplices del horizonte. aman el viento. inventan las formas más caprichosas en la perspectiva del cielo. viajan suave con el aliento de los suspiros. llueve al amparo de las nubes. sus deseos cubren la sed del pétalo y la esperanza de la semilla. de cuando en cuando una tormenta desnuda de rayos abate el páramo. alborota la vida, germina con sus pasos suaves de gota; luego se esconde otra vez en las nubes que viajan con el viento y juegan con la mar.

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amantes

desnudos de viento. vestidos de luz. vuelven sobre sus pasos una vez más. guardan la distancia del tiempo como un secreto. siempre —al amanecer— en la soledad habitada que los contiene se fugan con los recuerdos. una fragancia. el paisaje. la habitación. los latidos. sé que las caricias son tormentas, rayos que parten el tiempo. su verbo es la pasión. tienen, he sido cómplice, la exigencia clandestina del encuentro perpetuo. deseo que se eleva sobre el acantilado de las horas. no hay dudas. tantas veces un segundo. memoria para una eternidad. el primer encuentro siempre es el final de una historia que inicia. se conjugan las estaciones en el romance. no hay calendarios ni fechas que conmemorar. los cuerpos son siempre el festejo siguiente. suspiros arrebatados en el alféizar de una ventana lejana. mirada insomne que desteje el camino del tiempo secreto para el encuentro de los amantes.

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la soledad es el silencio más diáfano.

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descubrimiento

ayer volví de mis recuerdos. sueño infantil. he viajado por ciudades laberinto. pueblos con ese enigma por descubrir. calles arboleadas o agreste localidad. urbe o paraje. pero siempre encontré una almohada con ilusiones y muchas veces amada. escondía los secretos de antiguos habitantes, buscadores del fuego. después ascendí por los mapas migratorios del viento, me encontré con las nubes. sueño de gigantes. una vez fui a la mar de la pasión. desnudo paisaje en el azul eterno del océano. encontré la cumbre más hermosa. la guardé en mi pupila. en la inmensidad de la noche estrellada me hice luciérnaga para tener comunión con los astros distantes. algunas veces volví a las páginas de aquel libro que rescaté sobre las costas del infinito. besos de náufrago. busqué en la esquina de esta emoción la condición del ser. me hice palabra y silencio. nudo en los años. revelé los pasos que me habitan. he confesado el amor al prójimo como exposición del tiempo. fotografía de sobrevivientes. cerca de los fragmentos de esta memoria antigua que me contiene, volví a los recuerdos infantiles. para encontrar en el recorrido el descubrimiento más asombroso: la vida.

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la tempestad

es el abrazo del cielo, contiene los latidos de un instante. canto de fertilidad. resurrección de la semilla ante la impronta del infinito. los antiguos hablantes del centro de américa lo nombraron corazón de cielo, q’uq’umatz. serpiente que cae indómita, para hacer crecer el agua en los ríos. amar las cosechas y es, además, dador del fuego. creador de la vida. deidad.

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esperanza

hermana de la utopía, se esconde —muchas veces— en un rostro derrotado. con hambre. a veces famélico. sin razón abre los ojos. no tiene lógica alguna. sin piedad se teje a la piel de los días. son tantas las preguntas, sin respuesta, que sonríe desdentada. fragmenta a su rival la codicia. la he visto una y otra vez levantarse. desde la pupila ciega del cadáver o la mano que implora unas monedas. está allí desnuda. corre por los caminos polvorientos. es —también— la sed del último náufrago. tiene —al final— una mano anónima de mil rostros. la esperanza nuestra de cada día se aleja sin fe para que nos levantemos otro amanecer.

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rocas

«es nuestro origen mineral», expresó —con sabiduría— una hablante. es la memoria tallada en el tiempo. hoy sabemos que los antiguos hablantes grabaron la ruta del sol en las rocas. aprendieron de las estaciones, su curso en las estrellas y nos legaron esa memoria pétrea en un calendario para aprender del mañana. al ver el paisaje en el desierto, el primer hablante comprendió que allí habitaba parte de su esencia. ¿dónde florecerá el polvo del sahara? llegó a la orilla, advirtió cómo la mar contiene la sed mineral del planeta. acto seguido, se echó sobre la senda que deja el tiempo en la memoria de las rocas.

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silencio

lo he visto devorar palabras. es un monstruo tierno. tiene la profundidad de la agonía o la serenidad del horizonte. muchas veces habita en una caverna añosa. adentro. nos carcome los instintos. nos devora. confieso que tengo una relación subversiva pero amable. nos hemos unidos desde el ruego insomne. me suplica otros verbos. nuevos alfabetos. otorgo la posición. inventó un signo indescifrable. luego calla. nos atamos como nudo ciego. perpetuamente ausente vuelve a caer. somos un abrazo que se teje en la eternidad.

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el tiempo

lo soñó. sirve para comprobar la distancia. ¿vamos? guardó silencio. es una gota que cae perpetua. clepsidra enamorada del precipicio o ¿será un grano de arena flotando por el universo?, ¿qué hay detrás?, inquirió. como quien tiene la certeza de algo más. ¿una eternidad?, ¿el vacío?, ¿alguna deidad vagando desorientada por las emociones?, quién tiene la arrogancia de una respuesta ante la pregunta inconclusa. ¿qué? fue —a su vez— el primer habitante que le habló a la luna. ¿por qué te escondes? comprendió el trazo del sol sobre el curso de los días. los ordenó. preguntó a las estrellas por el destino. ¡inventó el calendario! se volvió a dormir. admiró a cronos devorando a sus hijos. bestia silente. la atrapó. la encadenó con agujas. al golpe certero y finito de las diástoles. le volvió a preguntar. para nunca encontrar la respuesta. siempre la siguiente interrogante. duda que cae en las fauces sempiterna: el tiempo.

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el horizonte

afirman que allá queda la utopía. quimera invisible. expone mi fe. me atrae como precipicio inconcluso. hace algunos años —en la cercanía del infinito— encontré a un joven príncipe, quien me invitó a ver la suavidad en la puesta del sol, luego de cuarenta y tres veces, suspiramos. en el invierno soñé con la línea del mar. inagotable. sus olas cadenciosas —en soledad— me envolvieron. en días de lluvia divagué con las gotas. en la tormenta me hice fuego con los rayos. en la distancia anida el olvido. ¿lo has visto? esperanza de la luz. he descubierto —en más de una ocasión— que me pierdo en los intersticios del ocaso. en el levante: allá lejos, hay suspiros de soñadores. poetas en el ancla de la vida. no sé cuántas veces me enredé en el horizonte que dejan atrás mis huellas. utopía de gigantes. sueño de humanos.

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los abrazos son pequeños nudos por deshacer en el viento. sombra-luz en comunión con el cuerpo. hay abrazos al portador. simples. abrazos despedida o lazos que atan las manos al dorso. abrazos donde anida la ternura. alguna vez un sabio contó que en una cultura antigua se explicaba nuestro tiempo en el mundo por dos abrazos: uno al nacer y otro al momento del suspiro final. tenemos cada día el largo abrazo del amanecer con el horizonte. o la pupila que se encoge con el deseo del ocaso. sueño de paisajes. hubo una vez un abrazo que selló un pacto final entre el ayer y el tiempo. papel y tinta en el trazo de la palabra. suave contacto de la piel con la memoria.

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los libros son pequeños nahuales que aparecen sobre la mesa de noche. nadie los convoca. su magia está en saber llegar a tiempo, para marcharse en silencio. son veladores de sueños, nubes y días. viajeros del tiempo. inagotables. abren —sin proponérselo— todas las fronteras. así los códices, los rollos de papiro o la galaxia de gutenberg son referencias —a veces— imprecisas de la memoria, traen en sus vientres ciudades ignotas o la estepa ardiente. selva adentro. barcos a la deriva de los sueños. una noche llegó, así por encanto, un libro pequeño. en sus hojas traía la historia de una oveja y sus delirios. fascinante. luego se marchó. años más tarde un hablante, casi ciego, me dijo: «el alma de los libros son los ojos que los leen». solo una vez tuve la intuición de ver cómo se transformaba un libro en mi nahual, lo vi correr días adentro hasta desaparecer en el laberinto de las emociones.

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un retrato aquel segundo me dejó flotar a la deriva con todas mis emociones. como una composición continua. un tríptico al que le faltara una pieza. el ayer. el mañana. después, una duda. apenas visualizo una tenue línea, ¿el tiempo?, ¿cuántas veces yo?, ¿otra vez?, ¿o será el umbral para encontrar los recuerdos? fantasma espontáneo. la angustia por la caída. a veces las sombras o los símbolos ocultos por descubrir. es una impresión que me contiene imperfecto. posición perecedera del instante como sortilegio por encontrar. ¿quién está al otro lado? delirante. a veces sonríe como mueca quieta. otras, lo atrapa el ceño fruncido. me copia. me inventa. somos dos veces uno. silente me reta. pierdo la batalla. sonrío. gano la posición. se queda en el olvido de un armario. ¿yo?

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una instantánea

la pátina del tiempo —a veces en sepia o con los colores de otra década— nos devuelve el instante acontecido. memoria insomne. ¿nos reconocemos? ¡añoramos algo! la melancolía se fuga por el ojo de la aguja. preguntamos, ¿quiénes eran? ¿acaso la rebeldía de la juventud se detiene? ¿qué habitantes de otro universo regresan? es solo una caricia detenida por la eternidad. tenemos un éxodo masivo de nostalgia. laberinto de náufragos en las redes del olvido. ¿es una botella estallada de mar? ¿cuántos huracanes se llevó el cristal? ¿la utopía y tres veces siempre el amor? en su vientre encontramos un calendario. ¿es nuestro también? hay una foto de los dos. una sonrisa que enhebra el tiempo a los años. una caída por los pequeños recuerdos. ese imaginario que inventamos para el mañana.

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la peste

apareció con las huestes de la ira. sed y polvo se anudaron en la piel conquistada. sombra invisible sin destino. recuerda una civilización antigua que la violencia llegó arropada con el hedor de un mal augurio. el sitio fue brutal como la ambición del invasor. bestia impune. desdeña la vida por el oro. la codicia acerada mutiló a los dioses. huitzilopochtli —el hijo dios de la fertilidad— lloró sangre. la angustia de cuauhtémoc se hizo nudo en el corazón. no se arrodilló. lo torturó brutalmente. le arrancó una confesión impúdica. la ciudad se rinde ante el asedio de ochenta días. doscientos cincuenta mil cadáveres silentes sonríen desdentados para la historia. la peste, venida allende la mar, gana una posición para la muerte.

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latidos me gustaría contar latidos como estrellas. bordear el ancho infinito. encontrar su más lejano secreto. además, recordar todas las palabras que pronuncié para arañar el calendario del mañana. descifrar el misterio que se expande. jugar con el verbo futuro. conjugar la posición del siempre. pero este pálpito sencillo —de mi usado corazón— impone su caída. debo cultivar el respeto ante lo inminente cuando lo resuelve la belleza. no puedo sumar más sombras, nubes o pájaros. entonces, con serenidad, me abandono al oleaje del viento, para narrar otro lapso de diástoles de la marea que me contiene. ¿cuántas veces podré suspirar ante el horizonte del final?

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la muerte

me expando en el silencio. debo convocar a las luciérnagas para amarrar el polvo de las estrellas al sentido del tiempo. ver su tránsito por el viento. la oruga de la noche es una sombra que cobija las horas por caer. nunca como hoy he visto el infinito. los astros tallan el cosmos como un mapa. ¿adónde va la cortesía del adiós final? ¿debo convocar la ruta de los antiguos hablantes?, ¿volver al inframundo? vivo en la rebeldía del abismo perpetuo ¿recuerdas la sentencia? «dar el paso al precipicio es aprender del vuelo». respeta el encuentro entre el instante y la memoria imperecedera. «es la finitud que nos contiene», me dijo un antiguo hablante en tono de conspiración. hoy escucho los últimos intentos de la vida al acecho. sé que cada diástole es el sigilo de lo sagrado. me abraza con cierta ternura, dibuja un sendero sosegado. el frío acontece hasta el tuétano de los huesos. ¿ahí nos encontraremos? alguna vez, con arrogancia la invoqué, ahora viene torpe en una danza sin ritmo. camina hasta mi orilla. nos fundimos en la eternidad que contiene el segundo de la muerte.

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la tristeza

la tristeza es una derrota acontecida. una batalla mil veces perdida antes del inicio. el duelo por las mariposas con el viento. los días del ciclón. una despedida en el muelle del tiempo. lo inesperado de la muerte. las gotas del olvido. nada.

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la ternura

el primer hablante escuchó cómo la ternura teje el canto de los pájaros al alba. vio las manos amantes que despejan las tristezas del calendario. supo que los sueños de las sombras son seres que aman. en un día nuboso observó las distancias del amanecer. comprendió que la ciudad es un laberinto de emociones. la mar una gigante que baila con los vientos y las montañas suspiros del ocaso. en una fecha antigua escuchó cómo se fugaba la claridad de una estación, se escondió debajo del horizonte. sus recuerdos son a veces un paisaje con nostalgia. el abrazo de la abuela o los niños jugando en el parque. la ternura se enraíza en la luz para dar vida a la belleza.

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nómadas al horizonte, el primer hablante de la tierra le tejió la ruta. el viento en todas las estaciones. su huella sobre el tiempo dejó la constancia de los paisajes. antes de tallar la roca o de encontrar la sabiduría en las estrellas, caminaron. deambularon por valles y montañas, mares, ríos y lejanías. entre ellos, los uemas —esos gigantes errantes de la tradición otomí— transitaron los puntos cardinales, como la luz y la sombra. trazaron sobre el sendero la vida que fue posible. hoy los vemos vagar por nuestras emociones con la pasión de fundar una nueva tierra. la dignidad de la memoria. sobre las distancias que dejaron en su trazo nómada, el territorio privilegiado siempre fue el ocaso, porque desde ese punto al infinito el sol inicia su viaje hacia el inframundo, para encontrar —en las sombras— nuevamente la luz del alba. los nómadas poblaron el mundo.

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la lluvia

«la lluvia es la fe de la semilla», le susurró un hablante al aprendiz del surco. luego, dejó caer los granos en la tierra. cada gota en el invierno es la naturaleza en expansión. ¿lo puedes observar? calma la sed de la planta, allende el tiempo, relataban los primeros hablantes. la brisa, como un murmullo, hizo brotar a los ríos para que las montañas cantaran. ¿los puedes escuchar? luego talló los valles y, al final, besó la mar para ser una copla con el agua, esa que hace germinar la vida. la lluvia es la estación de la fe.

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la escritura una hablante descubrió cómo la luz hace germinar las plantas. lo compartió. luego supo de las estaciones. imaginó el tiempo, un calendario. el sol siempre volvía cada mañana. floreció la vida. aquella hablante envejeció. antes de morir imaginó como trazar los sonidos que deja la voz en el viento, los talló en la piedra: una raya fue el día, el sol un círculo que arde. la lluvia, esos golpes suaves en la tierra. las flores, cuatro pétalos. el río, una serpiente que se mueve por la montaña. se pobló el planeta con las enseñanzas que compartían. estaciones más tarde, en un tiempo de frío, otra hablante comprendió el misterio de la vida. hubo silencio. la voz de aquella antigua hablante estaba cautiva en los trazos de la roca. la conjuró. ella volvió de la muerte para contar el misterio de la luz que hace germinar las plantas y dar nuevamente sonido a las palabras.

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tallar la memoria antes de morir, una hablante dejó en la piedra la ruta de su voz en el viento. a las pequeñas deidades que la acompañaron en su peregrinar de vida les talló sus pensamientos. sus actos sagrados como caminar por el bosque, cantar con el río, correr con los críos por el prado o bañarse en la cascada a la luz de la luna los recogió en los nuevos signos. los atesoró como la vida misma. sus recuerdos los pulió pétreos en el relieve de la roca. hoy se leen con serenidad, allá están todos los actos fundamentales de aquella hablante que no pueden ser mejores que el silencio.

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lo sagrado

un hablante mayor observó el fuego dador de vida. la sed mineral de su origen. conmovido, admiró el canto del río y la fe de la semilla. comprendió la fertilidad. nombró a la tierra como una diosa. coatlicue. hizo un ritual al filo de la luna. para no olvidarlo lo talló en la roca. así nuevos hablantes compartirían el significado místico de la vida que se reveló ante su presencia. luego consagró en las piedras las estaciones de luz, la lluvia y las estrellas. esparció las sombras —por el horizonte— de una esperanza, movió el tiempo. convocó al aullido del lobo y anidó en las alas del viento. águila bicéfala. pensó en un dios. al final, en una estela, dejó los trazos de su historia. allí comprendió que lo sagrado es la palabra.

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nuestro continente uno de los hablantes mayores expresó: «es ixachitlán, lugar de la gran tierra con agua». los demás guardaron un silencio respetuoso. un mensajero trajo las voces lejanas de otro hablante mayor y enunció: «lo nombramos abya yala, la tierra en florecimiento». los primeros hablantes enviaron caminantes por toda la tierra para encontrar las flores, los paisajes, los días, las lunas. el sol, las noches, las plantas, las estrellas. hacer de la vida un vasto territorio. compartir el fuego. crear la palabra que marcha, que vuelve, que hace germinar la vida. «es nuestro continente», dijo el sabio. nuestro con la dignidad de todos los hablantes.

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isla me he convertido en una isla secreta. lejana. una tierra indómita. un pequeño continente que no aparece en los mapas. una cartografía ininteligible que traza el sueño. la utopía indescifrable. tal vez sea una isla náufrago donde deambulan los silenciosos pasados que me inquietan. una tierra abandonada, donde no acontece ninguna ruta migratoria. solo se está allí, a la deriva de la mar océano. perdida en la inmensidad. una isla sin latitud o calendario. una isla remota que suspira un misterio. esa isla soy yo.

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un destello en la ciudad. la música de las palabras es un reto permanente contra el viento, se sostienen por el trazo de la voz en el aire. así, en el mundanal ruido de la vital como trepidante ciudad de méxico, un diez y seis de septiembre, del cuarto año de la cuarta transformación, una joven mujer, con un niño a cuestas, abordó el metro en la estación taxqueña, al sur de la metrópolis, informan los conocedores; ella impelida por la necesidad, con voz de rayo, compartió un antiguo texto del maestro galeano: “Las invisibles. Mandaba la tradición que los ombligos de las recién nacidas fueran enterrados bajo la ceniza de la cocina, para que temprano aprendieran cuál es el lugar de la mujer, y que de allí no se sale. Cuando estalló la revolución mexicana, muchas salieron, pero llevando la cocina a cuestas. Por las buenas o por las malas, por secuestro o por ganas, siguieron a los hombres de batalla en batalla. Llevaban el bebé prendido a la teta y a la espalda las ollas y las cazuelas. Y las municiones: ellas se ocupaban de que no faltaran tortillas en las bocas ni balas en los fusiles. Y cuando el hombre caía, empuñaban el arma. En los trenes, los hombres y los caballos ocupaban los vagones. Ellas viajaban en los techos, rogando a Dios que no lloviera. Sin ellas, soldaderas, cucarachas, adelitas, vivanderas, galletas, juanas, pelonas, guachas, esa revolución no hubiera existido. A ninguna se le pagó pensión.” la joven mujer, al terminar de expresar el conjuro de las invisibles, levantó la mano, no buscaba limosna, acaso aplacar con las palabras del maestro otro tiempo; un calendario para la dignidad para todxs. el tránsito del vagón continuó su marcha, ella descendió con el verso en la boca y el crío en sus enaguas, por lo que me pareció ver cómo se desvanecía en la niebla del mundanal rugido de la ciudad.

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sueño adentro del espacio onírico que estoy escribiendo la realidad y me pierdo en este laberinto de emociones que son mis quimeras; a veces, tan reales como mis sueños...

Tránsito de lo efímero ............................................. 11 ilícita presentación al libro ...................................... 13

los hablantes 17 los pájaros .............................................................. 18 las flores ................................................................. 19 los sueños ............................................................... 20 las sombras ............................................................. 21 los vigilantes 22 las estrellas ............................................................ 23 la noche ................................................................. 24 las nubes ............................................................... 26 amantes ................................................................. 27 la soledad 28 descubrimiento ....................................................... 29 la tempestad ........................................................... 30 esperanza ............................................................... 31 rocas ...................................................................... 32 silencio 33 el horizonte ............................................................ 35 los abrazos ............................................................. 36 los libros ................................................................ 37 un retrato ............................................................... 38 una instantánea ..................................................... 39 la peste .................................................................. 40 latidos .................................................................... 41 la muerte ................................................................ 42 la tristeza ............................................................... 43 la ternura ............................................................... 44 nómadas ................................................................. 45 la lluvia .................................................................. 46 la escritura ............................................................. 47 tallar la memoria ................................................... 48 lo sagrado ............................................................... 49 nuestro continente .................................................. 50 isla 51 un destello en la ciudad .......................................... 53

Índice

los hablantes, diseño editoiral, en el mes de diciembre de 2022.

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