utopía tras el farallón
utopía tras el farallón D.R. armando rivera © armando rivera © CPP Editores para presente edición Calle Mc Kinley 36 oeste Mayagüez P.R. 00680 © Ilustraciones de portada e interiores: Ismael Sosof Técnica: Tinta china, collage sobre papel Año: 2019 © fotografía de solapa, andrea torselli
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utopía tras el farallón armando rivera
palabras nímias a la presente edición tal vez estas palabras sean nimias para el libro, pero debo compartirlas. hará más de veinticinco años, en la década de los años ochenta, que estudié en la universidad nacional en guatemala: USAC. esta colección de cuentos deviene de esta época terrible. el miedo y, a la vez, la fe en el futuro sirvieron de ejes temáticos para redactar las historias. el hecho detonante fue el asesinato de mi compañero estuardo peña, con quien tuve algunas diferencias académicas, por el marxismo ortodoxo que estilaba -como corriente ideológica- en la escuela de historia. impelido por el respeto a la vida y la rabia de su asesinato, una madrugada insomne escribí la historia "los pasos de caín". el vértigo a la vida se impuso. luego otras historias del terror por la violencia anticomunista se fueron despejando en mi memoria. recuerdos de una sociedad fragmentada por la irracional ira de los poderosos del dinero, quienes no tienen nacionalidad. con el devenir me propusieron que volviera a editar el libro. la primera edición está fechada en 1998. en muchas ocasiones me negué. es tanta la crueldad dentro de las historias que no quería ni recordarlas. pero los hechos de la actualidad, esa "derechización" -por llamarla de algún modo- que ha tenido el mundo entero, me hicieron replantearme la posibilidad de volver a compartir el libro. para que nunca más vuelva a suceder el odio. no podemos olvidar, esa es la función de la historia. además, nada puede justificar la violencia y nadie debe asesinar a otra persona. he revisado con ahínco los cuentos y decidí respetar la sintaxis original, esos verbos compuestos o el gerundio que por allí aparece, es un ritmo diferente a la escritura que poseo en la actualidad. además, los giros idiomáticos del guatemalteco. palabras como: patojo, agrolis, charamilero, nixtamalera, güiros, cuete, quetzales, camioneta, entre otras definen las historias. esas múltiples particularidades del idioma español, el nuestro. debo recordar con agradecimiento las ilustraciones de la edición original. una coincidencia estética con el maestro mauro osorio, quien tenía una colección de tintas que embonaron perfectamente con las terribles historias. luego la vida nos dio la oportunidad de utopía tras el farallón / 9
cultivar una amistad. también debo recordar con mucho cariño a la escritora amanda castro, (qepd) de honduras, quien -en un acto de generosidad- se llevó el libro al departamento de letras de la universidad de colorado. la sorpresa agradable fue que un hombre llamado mike abeita lo tradujo al inglés. nunca le pude agradecer al traductor todo el trabajo que realizó. valgan estas palabras veinte años después. gracias. mauro, amanda y mike. también debo traer a la memoria que el cuento "los pasos de caín" obtuvo -1995- el premio de la oficina de derechos humanos del arzobispado en guatemala. ese hecho marcó la diferencia. sin tener una conciencia clara entré al mundo literario de aquel país. un espacio -a veces- sórdido lleno de intrigas y maldades. recuerdo que ese momento recibí entre críticas y burlas porque yo participaba en el contexto académico, no literario. hasta la fecha no logró dimensionar el efecto de la envidia. la cual nunca he comprendido y nunca voy aceptar. creo en la capacidad infinita del ser humano como creador. un acto solidario. la fotografía de solapa (© andrea torselli) es un homenaje simbólico al derrocado presidente jacobo arbenz, por un golpe de Estado, financiado por la cia, junio de 1954. arbenz fue desnudado como burla y sorna, en el aeropuerto internacional del país, antes de partir al exilio del cual nunca regresaría, por las hordas anticomunistas guatemaltecas, diseñadas por el departamento de Estado norteamericano. debo agradecer a las editoras de cpp-editoras de puerto rico, quienes -en un arrojo de bondad- han diseñado esta nueva edición. espero que el dolor de los relatos se transmute en esperanza para una sociedad incluyente con una distribución de la riqueza justa. ha pasado más de un cuarto de siglo de aquel momento, cuando una madrugada redacté el primer cuento. este libro siempre lo he concebido con ilustraciones. la edición actual posee unas magníficas obras del maestro ismael sosof. por último, me encantaría que en la humanidad no hubiese odio para que nadie tuviese que narrar historias tan terribles. /ar.
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destruirlo todo, todo a bala y cuchillo / vicente huidobro
los pasos de caín
a estuardo peña in memoriam
estudiante de historia, asesinado de forma maldita
“porque de los cielos descenderá un carro de fuego con dios y solo los puros de corazón entraran al reino de los cielos y todos aquellos que hayan aceptado al señor en su corazón, dios padre los sentará a su diestra. ohhh, aleluya mi señooor, el reino y la gloria de los cielos será para ellos, los que temen a dios, los que se humillan ante dios, nuestro dios, el único y verdadero dios, alabado sea el señooor, y a los impíos, los impuros y malvados y a los que no hayan nacido de nuevo en cristo, serán castigados, serán enviados al fuego del infierno, con mil demonios que les escupirán fuego a la cara, les lloverá fuego un y otra vez hasta morir eternamente…” tres o cuatro transeúntes lo escuchaban con atención. desde atrás, en una banca, el utopía tras el farallón / 15
hombre con anteojos obscuros también lo oía, e imaginaba sus palabras y sin mucho asombro miraba todo lleno de fuego. aquel mundo apocalíptico del predicador era el suyo. después de un rato dejó de pensar en el fuego y los castigos del señor. al observarlo detenidamente: sus zapatos desgastados, la corbata de flores desteñida y el saco cuadros estampados, todo raído de tanto sol y tiempo no combinaban con sus palabras brillantes. elocuentes de dios. esto lo caracterizaba extrañamente como un mendigo de la fe, para los reinos perdidos de la esperanza. además, en su mano izquierda detenía la vieja y gruesa biblia y la otra le servía de ímpetu, como un sable violento en el viento; era para dar mayor fuerza a las palabras, estas le salían de la boca como si usara un altoparlante algo chillón y bastante desafinado. muchos días como este, después de una horrible noche de insomnio -en la que despierto aún seguía sumido en un laberinto de tortuosos recuerdos- se encaminaba al parque para ver pasar el día. el clima siempre templado y el sol a medio reventar de aquella mañana fueron su mejor momento. ahora, después de los años de violencia, ya no tenía mucho que hacer. al lado del grupo de personas que escuchaba al predicador pasó un niño con su caja de lustre. se acercó y, con voz de niño-hombre, 16 / armando rivera
preguntó: “¿un lustre don?” en ese momento, se aletargaba más en la sensación de frescura y meditaba que ya había pasado la tormenta de los años ochenta, donde todo el mundo corrió y él se sentía bien cabrón porque muchos murieron, otros no volvieron y sólo los huevudos se salvaron. no importaba cómo. lo importante fue salvar la vida. para eso has dado el paso de caín. yo te acuso. de unos meses para acá, los días se hacían más largos, el trabajo intenso y febril de la guerra en la ciudad había disminuido. no había a quien prensar, a quién violar, ni a qué niños torturar para luego regalarlos a la calle de la miseria. “hoy la imagen en el reino del consumo lo abarcaba todo.” sonrió y se compuso los anteojos. de haber seguido estudiando sería un gran teórico, pensó. se acomodó en la banca para que el patojo lustrara, levantó una bota y la colocó sobre la caja; con una diligencia experta y artesanal el lustrador empezó a limpiarla. ¡tené cuidado ishto de mierda, que si manchás el pantalón no te pago hijo de puuuta! a veces reflexionaba y se maldecía para sus adentros, qué es esto de la autocrítica, mañas que nunca se le quitan a uno, todo como consecuencia de su última gran acción; perfecta, de no ser por esos ojos que lo perseguían y que lo han seguido mirando. la hazaña fue hecha unos meses atrás. sintió los golpes en la bota y utopía tras el farallón / 17
miró para abajo; el lustrador le indicaba que cambiara de pie. aquel día de invierno, por la tarde hubo un extraño calor. ya entrada la penumbra empezó a llover torrencialmente. la encomienda había sido sencilla: ¡queme al fulano hasta que esté en el suelo! en la mañana le dieron una fotografía pequeña, de esas tamaño cédula, que tenía ciertas marcas extrañas de tinta azul en los bordes, como las que tienen los carné estudiantiles. además, la dirección. tiempo atrás, cuando aún era estudiante, había ido por primera vez a la colonia nimajuyú. su padre lo había llevado. los edificios modulares le habían desorientado, todos iguales y uno tras de otro; ese es el nuevo concepto de la arquitectura urbana para empobrecidos. además, con el concreto prefabricado se ensamblaban en unas cuantas semanas y tenían unos mini departamentos de cincuenta y ocho metros cuadrados. allí si que vive apretada la gente. el recuerdo del campo le hizo sentir diferente. en aquel patio central de la casa donde creció, en el cual de niño corrió muchos días, se podrían meter un montón de esos cuchitriles. las largas colas y el cuello con el amigo del padre que trabajaba en el banco promotor de la vivienda le dieron la oportunidad de quedarse con un departamento. lo sentía su casa. subió las gradas del edificio y se encaminó a la dirección reque18 / armando rivera
rida. esperó pacientemente, no conocía al fulano. su realidad era la foto blanco y negro. por un rato, en la penumbra, todo fue blanco y negro: dos polos antagónicos y contradictorios de su recuerdo. sintió golpes en el pie, indicándole que cambiara de bota. miró con saña al niño y con su mirada perdida en la obscuridad lo vio subir las gradas y verlo llegar una y otra vez con ese color blancuzco en la cara, su pelo negro con una corbata negra y una camisa blanca. lo miraba plano, como si no tuviera fondo, solo una lámina delgada que caminaba en el espacio acercándose. el tiempo transcurría y los muchachos de la panel blanca lo aguardaban; la información que le había dado es que el fulano volvía de la universidad después de las ocho. pasaron unas señoras y puso cara de pocos amigos. se persignaron y se metieron a uno de los departamentos aledaños. creo que todos los seres humanos tienen una marca inconfundible por su oficio: la de verdugo es indiscutible. todo empezó a quedarse en un silencio diferente, en ese silencio agónico que ya había vivido muchas veces antes de la primera detonación. pasaron unos minutos y no pasó nada. nunca llegó la señal, aquel chiflido que debía indicarle que se acercaba el fulano. no lo oyó a causa de la torrencial lluvia y en el último momento lo vio subir las gradas. venía en dos diutopía tras el farallón / 19
mensiones, plano, completamente mojado. tocó la escuadra, vio la foto con el resto mojado. se acercó más y el mundo solo tenía dos dimensiones: lo bueno y lo malo; lo feo y lo hermoso; lo dulce y lo amargo. se empezó a mojar y sobresaltado salió de lo plano. tocó el timbre y él -que estaba a su lado- abrió los ojos más de lo normal. salió de la penumbra. se percató de la situación. oyó su nombre salir de una boca ajena que gritaba, ¡peña, maldito comunista! y tronar el primer disparo en la sien, que le atravesó los recuerdos del futuro ya vividos en la infancia del otro. volvió a detonar el arma dos veces y lo vio caer lentamente, detenido por el umbral de su casa; en ese momento la batiente corrió su ángulo y una pequeña niña, con gritos en los ojos, miraba morir a su padre. guardó con maestría la escuadra cuarenta y cinco, empavonada. salió con paso presuroso por la vía. ¡ya está don! pagó al lustrador y le ordenó que fuera a conseguir el periódico. había calentado la mañana y las noticias del diario eran muy parecidas a las de ayer, se marcaban por su ritmo rutilante de violencia común, como le llaman los politólogos. los continuos y violentos monólogos se empezaron a volver cada vez más frecuentes y agudos, nombres, caras, fechas, situaciones, personajes, ideas, mujeres, todo se le traslapaba y solo después de un 20 / armando rivera
gran esfuerzo lograba ordenar sus ideas y volvía a la calma del poder. se levantó de la banca, “no me regala dos quetzalitos.” un charamilero le pidió suplicante y miserable. no lo vio. en tanto al predicador hacía rato que nadie lo escuchaba: ”porque si los impuros, los impíos, los crueles de corazón…” bahhh, nadie cree en los castigos del señor. caminó de vuelta al cuartel. el guardia de la entrada lo saludó. una vez adentro, en ese ambiente sórdido, se dirigió al baño. se lavó la cara y el olor fétido a mierda le dio una razón casi instintiva para cagar. se puso como la gran diabla y con una cara de pocos amigos se fue a conseguir un periódico viejo. regresó al baño y somató la puerta. —puta vos, ¿qué te pasa? se dirigió a la puerta más pequeña y se sentó. el otro siguió hablando como que le hubiera contestado. —ya no es como antes, en los días que si había acción, había de todo vos, te acordás, prensadera, cogedera, robo; por cierto, esos lentes obscuros, rayban originales, son de agrolis y, además, éramos los buenos de la lica, puta vos. seguía el otro hablando como loro. —te imaginas, eso del comunismo si que era cosa seria, nos iban a dejar sin muchachitos, sin religión, sin iglesias y esa mierda de querer repartir lo que no es de ellos, esos cerotes malditos castristas, vaya que ya casi los acabamos —. lo siguió oyendo hasutopía tras el farallón / 21
ta que terminó de cagar, salió del inodoro y se paró de nuevo frente al espejo. no había nadie. contempló su rostro y se vio tan gastado y anciano como el charamilero. tú buscaste la ruta del odio y la traición, tú buscaste el sendero de caín. salió del baño sin contestarle nada, ni siquiera lo volvió a ver. se había acabado el tiempo.
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camino del amanecer
a monseñor óscar romero sin dios
contó los cartuchos, luego miró de reojo las otras cosas que tenía sobre la mesa; en tanto, montaba los tiros en la tolva. pensó, el día no se pinta fácil, siempre las mismas órdenes, siempre las mismas acciones por parte del coronel. habrá que llegar temprano al pueblo para ver pasar la procesión, de plano va ir la maría, “shute ques, que ya ni cree, desdi que dios ni siquiera le hizo la caridá de ver por los patojos que reventaron de puro dolor de panza”, decía su padre. volvió su mirada sobre los otros objetos de la mesa, la imagen del señor de esquipulas con la veladora al fondo, el bote de café soluble, el otro bote con los chiles, la pailita con sal, los frascos con las pastillas para el dolor de la cabeza. regresó los ojos y reparó en el cromo del utopía tras el farallón / 25
señor, “…y si le pidiera misericordia”, sintió el corazón palpitar rítmicamente, acompasado con ese vaho de vida, “¡total ni milagroso es!” dio dos pasos y se acercó, en la pieza contigua acezaban otras respiraciones, las sintió y encaró la madrugada. la estrella nixtamalera se encontraba al fondo, colocada sobre la negrura del techo; el viento helado sobre la cara le hizo apretar los dientes, empezó a caminar y uno de los perros se acercó a olisquear, movió la cola y agachó la cabeza en señal de sumisión. movido por el instinto recordaba aquella puerta, le era familiar, pero no lograba precisar de dónde era. giró la cabeza y el hombre de la par venía en completo silencio; habían caminado por largo trecho juntos, iban en silencio, como sumidos en el laberinto propio de sus cavilaciones. se acercaban al matilisguate de la entrada al pueblo, como media hora antes les había pasado, en sentido contrario, el anciano, quien regresaba del día de mercado. al irse acercando a la plaza, el bullicio era de buena venta, ese año la lluvia había sido una bendición y la cosecha de maíz generosa. estaban todas las locatarias reunidas en sus puestos, vendiendo las cositas del monte: diez centavos de perejil, cinco de tomillo, diez de ruda, otros tanto de polvo de culebra… -bahh, no hay nadie, le dijo un hombre al otro, -pero qué es todo ese ruido; 26 / armando rivera
-son los ruidos de siempre, los que se quedaron en esta estación, ellos han estado mercando desde hace algunos años en la plaza y les gusta dejar sus ruidos para no perder la costumbre de vender y así encontrar el camino para volver. el parque estaba un poco más animado; al llegar, el hombre se había perdido entre la muchedumbre, la gente se había levantado temprano para cantar misa de concepción. diciembre siempre me da esperanza, pensó. sonaron las primeras bombas, todo el pueblo levantó la cabeza y vio en el cielo azul intenso la nubecita blanca que se dispersaba. las campanas repicaron y la puerta principal de la iglesia fue abierta por el sacristán. las mujeres se colocaron la mantilla sobre la cabeza y fueron ocupando las bancas. toda la iglesia se llenó, cada mujer trajo a todos sus muertos, hasta los más antiguos y estos ocuparon todos los lugares. empezaron a venir otros y se quedaron parados. el cura principió a oficiar la misa. cerró los ojos y en la mente se le dibujó la puerta. ¿qué será? ahh… sí, las órdenes, estos cabrones siempre me han estado jodiendo a pesar que renuncié, bueno, ¿qué le voy a hacer? pero tal vez antes hablo con la maría. total, ojalá me conceda el favor, no solo que está requetechula, a pesar del maldito que se la robó y la puso a parir. yo sí que le hubiera dado su buena vida, le habría utopía tras el farallón / 27
regalado telas de puro satín para que se hiciera sus vestidos y la hubiera sacado todos los domingos al parque para presumirla. pero bueno, sigue igual de requetechula. “… porque debemos practicar el evangelio como lo hizo cristo, el reino de dios comienza aquí en la tierra, hermanos, luchemos por él.” tilín, tilín, las campanitas indicando la comunión. ahora que recuerdo, el anciano como que llevaba más arrugas en la piel, como que si hubiera envejecido unas cuantas décadas de ayer para hoy. total mi mujer siempre lo ha querido porque es bueno con los patojos. “don chón siempre tan retebueno con los güiros siempre les trae dulces de melcocha,” me dice. maría se levantó al oír las campanitas, se persignó y se colocó detrás de la cola de fieles para la comunión. qué chingar pensó, se tocó el cuete dentro de la bolsa del sacote de cuero. hoy sí aprovecho para querenciarme con la maría. se fue detrás de ella. “no”, le dijo, pero le dejó caer los ojos. se acercó al río y la vio lavando, era la primera vez, estaba engalanada con esas enaguas, la trenza larga se había mojado y con el agua que destellaba por el sol le daba sensación de avaricia. maría, mariíta el otro día te vi, venías de misa de difuntos, fuiste al cementerio a colocar flores para tu padre, que en paz descanse y estuviste hablando largo rato con él, no oí muy bien 28 / armando rivera
lo que él te decía, pero algo te recomendó del aguacatal. había mucha gente platicando con sus muertos, pero bien que te entendía desde atrás, desde donde yo te espiaba, que a todo le estabas diciendo que sí. que si tu madre ya no quiere comer, decile que estoy acá, que ya mero nos vamos a juntar, decile que la cosa se va a poner bien fea, que van a venir los ejércitos y que mejor coma para ayudar a tus hermanos ahorita. que al bartolo mejor que deje esas cosas de los catequistas, porque solo ideas le están metiendo en la cabeza y que ayude a mario con la siembra de maíz, que este año va a ser buena por las lluvias, pero le decís que me haga caso. sopló el viento helado y ya no le entendí nada. “pero qué es esto que tengo que ya ni me acuerdo de las cosas, dónde fue que vi esta puerta condenada…” estoy seguro que tú no me viste ese día en el río, por hablarte estaba cuando apareció ese canalla, te agarró por la cintura, te montó a la yegua y se fue contigo para el monte, supongo que te agarró duro porque tú ya no dijiste nada, solo alcancé a ver que te metió la mano debajo de la blusa y te tocó las chiches. corrí tras de ustedes un largo rato y luego solo vi que te arrancó la ropa y te tiró al suelo. “ese maldito cura ha estado jodiendo, me entendés lo que te digo, eso de estar diciendo las babosadas de cristo y el reino de utopía tras el farallón / 29
los cielos comienza aquí en la tierra, que se arme la pelotera, pero a mí no me las pone ese curita, porque como que me dicen don pedro que ése se me va callando.” “me siento muy viejo”, me dijo el anciano que se había hecho viejo, nos topamos antes de llegar al matilisguate, “como que traigo encima todo el polvo que han dejado los muertos del camino, los de allá, los del cruce, donde se juntan un montón de muertos a platicar todos los años sobre su muerte, donde se hace el primer plan, por lo de sánchez, antes de llegar al pueblo por la vereda de la aldea.” hoy si mariíta, estamos en la misma cola, hoy si nos querenciamos. pero la gran diabla, qué es esta chingada puerta. te toqué el codo por atrás. te volviste y me dijiste que no, aunque yo sé que esos ojos me decían que sí. ya te dije, aunque se arme la pelotera, el trabajo se ha de hacer rápido. el cuerpo de cristo, el cuerpo de cristo, ya mero te toca mariíta. por eso aquel día tuve que robar la yegua para estar contigo, de lo que vi ese día fue de lo que alcancé a hacer. pasó uno de los muertos y comulgó: el cuerpo de cristo. por qué habrá venido, total ya debería de estar en el cielo o en el puritito infierno, si este cura le da la hostia se me hace que no es cura, acaso no lo mira que está bien muerto. el cuerp… de… saqué la escuadra vi al cura a los ojos, me miró, cris… 30 / armando rivera
jalé el percurto…to, to, tor. ¡vaya hombre, por fin encontré la puerta!
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otra vez octubre
a oliverio castalleda de león
secretario de la asociación de estudiantes universitarios brutalmente asesinado el 20 de oct. 78
“por qué me preguntas
compañero, dónde fui con mi sangre si lo sabes, es que el río llamaba, una sola esperanza, nos decía adelante, adelante. adelante compañero, salgamos a la calle y hagamos que esto ande…” caminando despacio por la calle, y con el ayer en los folios del calendario, la canción iba hilando mis pasos sobre la sexta avenida del centro histórico. había amanecido un poco nublado; la gente se estaba reuniendo en la plazuela españa para iniciar la manifestación en conmemoración de la “revolución de octubre”. me acerqué al grupo de la universidad, vi algunas caras conocidas, me saludaron alegremente, uno de ellos me dijo —todo listo compita—. asentí con utopía tras el farallón / 35
una sonrisa. la pancarta que iba al frente decía: “el pueblo unido jamás será vencido”. no encontraba a nadie del secretariado. unos compañeros de la federación de sindicatos me saludaron amablemente y me integré al grupo a platicar. se estaba discutiendo sobre si debía o no apoyar la huelga del magisterio. —hay que unírseles y empujar para que esto reviente, dijo el compañero ibarra—. — no hombre vos, hay que medir las consecuencias políticas—. —dejate de hablar babosadas, apoyémoslos y así cuando los necesitemos ellos van a tener que dar la mano… volteé y vi a carlos que me llamaba afligido. —con permiso—. —claro compa—, corearon. caminé unos pasos, me acerqué a carlos, —mirá, vos, hay problemas, me dijo entre dientes, parece que va a haber represión—. —pero, por qué, si ésta es una manifestación legal, —le dije. —se filtró la información que, a pesar de eso, la judicial anda braca y el coronelazo decidió que hay que entrarle a las lacrimógenas—. —bueno, no te aflijas que para eso estamos ya curtidos—. —no hombre, no me chingués y tomate esto en serio, en más, el contacto me dijo que mejor te diera este cuete por si las dudas….— en aquel momento eché el bulto en mi morral y vi la cara descompuesta de carlos, y le dije que se calmara y que mejor empezábamos a caminar 36 / armando rivera
porque la manifestación había comenzado. tal vez por miedo no alcanzó a decirme todo… “… y otra vez octubre marcó la sien, con su nuevo color, con sangre se ha trazado el porvenir, ya no basta con negarnos el mañana, seguimos enamorados de la aurora embarazada de esperanza, por la patria y por su amor… …y han derribado de mi cielo mil estrellas, y hoy recordamos las caídas todas ellas, y han derribado mil estrellas de mi cielo pero maduran hoy, revolución, tu suelo…” con octubre en la mirada vuelvo a repasar la calle. se fue haciendo cada vez más grande, había una muchedumbre; cuando llegamos al parque central, había una multitud y en medio de ella estabas tú. te vi allá, a lo lejos, con tu sonrisa y tu blusa de colores que tanto me gustaba. traté de acercarme donde tú estabas, quería abrazarte, pero el río de gente me iba empujando hacia la tribuna de la concha acústica. te sentía en mi cuerpo, sabía del abrazo desnudo de nuestra piel a la hora de hacer el amor. perseveraba en mi el olor de tu sexo después de las horas transcurridas. fue de tarde, la llovizna de agosto empapaba ya las ansias; lentamente empiezo a besarte el cuello, te desabrocho el sostén y acaricio tus pechos; mis dedos fueron descubriendo la redondez firme de la curva. tú te pegaste más a mí. jadeaba la respiración. los botones de la blusa sin utopía tras el farallón / 37
prisa se abren, mientras me muerdes una de las orejas, caigo en el sofá y encima de mí tu cuerpo. una de mis manos ensaya tu espalda y va bajando hasta perderse dentro de tu pantalón; tus manos abren el broche, me empujan dándome la vuelta; con fuerza empezamos a quitarnos la ropa… carlos me codeó y me dijo cuál era mi lugar en la tribuna. nos sentamos, uno de los compañeros empezó su discurso. hubo aplausos. después de las vueltas, dentro de la muchedumbre, viniste y te paraste cerca de la tribuna, me sonreíste, levanto apenas la mano para saludarte y le doy la vuelta, dejo de tocarte las nalgas y me pierdo en el monte de venus, los vellos florecidos excitan aún más mi deseo… “matilde amor deja tus labios entreabiertos, para que este último beso quede conmigo, he de quedar inmóvil para siempre en tu boca para que así me acompañe en mi muerte…” tomo el micrófono. por un momento, mientras ordeno los papeles, estoy pensando decirle al público cuánto te amo, estabas más bella que nunca, “compañeros, hoy se conmemora un día más de la gesta heroica y revolucionaria de octubre…” carlos sentado a la par mía volvió a codearme suavemente, giré la vista mientras hablaba, habían unos hombres con lentes obscuros, planta de sicarios, parados en la esquina de la sexta avenida y octava calle hablan38 / armando rivera
do por radio. “… este es un país de tiranos, con los esbirros militares al servicio del imperialismo gringo. han masacrado a nuestros héroes, han sido cientos y cientos de mártires, ayer apenas fueron los compañeros de CTG, quienes cayeron abatidos por las balas del opresor, tirados al mar, duelo, luto y dolor y muchos otros morirán pero mientras haya pueblo, habrá revolución.” al oír el aplauso el hormigueo recorre mi espalda, sigo besándote, devorando lentamente cada poro de tu piel. sudas frío, pero el deseo nos consume, me quito el pantalón, me acaricias, me tocas el sexo erguido, en ristre sobre ti. doy vuelta nuevamente, sin ropa me posesiono de tu cuerpo, me recibes, entro, penetro y continúa el beso que rasga la primavera hasta que estalla en flor. fue perfecto. luego un disparo rompe el silencio. me veo caer mientras un helicóptero corta el cielo de esa tarde de octubre. nos inventamos en ese abrazo que hace germinar la esperanza de nuestro tiempo.
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sístole – diástole, pom – pom, sístole – diástole, subo el camino, reboto, es hoy, es ayer… sístole – diástole… el viento, la ráfaga de viento, la ráfaga de balas, la ráfaga de odio… pom – pom. volvió a ver y todo se había quedado atrás; en el último momento, en el último disparo, el último percutor que detonó la primavera, pom – pom, sístole – diástole. hoy si, hoy será todo o nada, hoy me voy, me hundo, retumbo, como, vomito, vuelvo a nacer, renacer, disparo y no siento nada, hoy vuelvo a caminar, es la sexta avenida, es octubre veinte, es otro día… paremos la guerra, paremos las balas, tengo miedo, me cago, me… paren la bala, paren la guerra, pom – pom… paren este segundo, paren esa maldita bala, rebota el corazón, rebota la bala, rebota el último segundo; quien hizo a quién, quien hizo esa bala…
ra’guax
a los sobrevivientes
parpadeó lentamente y la mirada se le fue en el horizonte… el párpado cayó hacia un eclipse. celestino, con gran esfuerzo, intentaba retener abiertos los ojos que se le iban al vacío. las pupilas se iban hacia la fase de la luna nueva, plenas, pletóricas de obscuridad. como la madera renegrida que lo sostenía. yo lo vi con estos ojos que se han de comer los gusanos, pensó. ese día su humor era penetrante, increíblemente pestilente, como que fuera un muerto de muchos días, de muchas vidas, de muchos cadáveres acumulados en uno. los destellos de luz se filtraban en los ojos de celestino y recordaba fija en la pared de enfrente el tiempo de ayer, el transcurrir entre el abrir y cerrar utopía tras el farallón / 45
los ojos era tan breve que no lograba fijar bien ninguna imagen de su recuerdo. la memoria lo traicionaba y sonreía. ya no recuerdo, se dijo muy dentro de si. volvió a parpadear y la sensación de malestar se empezó a generalizar por todo el cuerpo. luego todo empezó a quedar con más claridad. recordó los primeros años, cuando feliz, chorreado y con los pies descalzos acompañaba a su padre al campo; había un sol brillante, ardiente que le quemaba la cara. iba tras las pisadas de su padre con el azadón al hombro, le hacía camino a la tierra para depositar la semilla y así ella encontraría la senda trazada para retornar. así lo imaginaba, así ocurría. estaba caliente el día y recordaba tranquilo la paz de ayer. volvió a abrir los ojos y la pared de enfrente todavía estaba allí: depositada, muda, pétrea e impenetrable. se acordó nuevamente de su angustia e intentó cerrar con más prisa los ojos, pero éstos no le hicieron caso, se quedaron abiertos, los dos ojos bien abiertos. seguía mirando la pared del rancho, la misma pared renegrida de humo y con días familiares impresos en cada terrón, “maldita pared movete”, pensó, y ésta solo penduló ligeramente, le gritó desde atrás y entró violentamente con el fusil de asalto en mano, encontró a la mujer tirada con los güiros en el rincón, la levantó de un sopapo y los gritos comenzaron, se desespe46 / armando rivera
raba del griterío, levantaba a los chirises del pelo y los tiraba por la puerta hacia el patio, miraba a la hembra, se le iba encima, se sacaba la verga y la montaba, animal jadeante, sacaba el puñal y se lo atravesaba. salió del rancho y se incorporó a la tropa. a la orden del teniente prendieron fuego a la aldea. ahora si recuerdo, claro que recuerdo, volví a la aldea un día de primavera, luego de treinta meses de ausencia. el sol calentaba la tierra y los mozos estaban afanados por romper el surco, me fui aproximando y los indios babosos me volteaban a ver. aquel día, el último tiro de su onda también fue certero. tayito me dio los pájaros muertos en la mano; luego con paciencia les anudé una pata y los colgué en los árboles para proteger la siembra, hicimos un ra’guax, esperábamos con alegría el invierno, nuestra sagrada lluvia. entré por la vereda a la aldea y justo en ella había una anciana ciega, sentada a la mitad del camino, la bordeé, ella aspiró profundo y me dijo, —has vuelto y traes los olores del cementerio—. —shó, vieja bruja, —le contesté. luego volteé la cabeza y el camino andado quedaba atrás. los ojos le habían crecido por tanta cosa que había visto, redondos como platos vacíos, se toparon por fin con los de su mujer. le sonrió al verlo, venía cargado de días ajenos y con la mochila verde del ejército. me vio profundo; inutopía tras el farallón / 47
tentando ser el de ayer. se quedó parado a unos metros de mí, su olor era diferente, en ese primer instante no logré diferenciarlo, ni sabía que así llegaría a oler de desagradable los días venideros. le di tortilla y maté gallina para darle de comer. luego llegaron los vecinos a verlo, sacaron guaro y se emborracharon. la primera lluvia empezó a trepidar en el techo de teja. me saqué la chiche para darle al chiris. celestino andaba en el suelo, borracho. había vuelto hacia unos meses y no había conseguido trabajo, cuando se le pasaba un poco la borrachera se encaramaba encima de mí, luego se quedaba dormido nuevamente. los otros chirises lo miraban ajeno, distante, ni tayito, nuestro primer hijo, que ya era todo un hombrecito, lo reconocía. su nana llegaba cada día y nos traía algo de comida. yo me preocupaba por él y por mantener las cosas de la casa caminando, que si las gallinas, los cochitos, los otros hijos… “ahh qué sensación tan agradable es la tierra húmeda”, me dije para mis adentros, si te recuestas bien pegado a ella le puedes oír los rumores que trae. esos indios pisados no han visto nada; yo que salí, si he visto; yo que combatí, si he visto; yo que me uniformé, si he visto; yo que he visto no puedo encontrar mi camino para recordar. por aquellos días el río traía podredumbre en su sonido, pero nadie lo oía; la tierra mojada que 48 / armando rivera
principia a morir es la tierra podrida, hedionda a semilla muerta, su gusano masca el tiempo para entretener la agonía. recuerdo que una vez lo fui a buscar por tierra lejana con el tayito, fue un sábado que llegamos a la costa, la camioneta nos dejó en la carretera y caminamos hasta la base militar para verlo. estaba encerrado, lo esperamos en la puerta durante muchas horas para que saliera y no salió; luego de dos días de paciencia por fin salió, no traía su pelo, pero si unas grandes botas de cuero bien lustradas. me vio y pasó a mi lado sin decirme nada, como si no me hubiera visto. lo empecé a seguir y hablarle quedito. paró violentamente, me vio y se hincó frente a mi a llorar. lo abracé, le acaricié su cabeza rapada. después de un rato se levantó y me dijo que me tenía que ir. los parpados se le fueron cerrando lentamente… como obligándose por un esfuerzo a mantener abiertos los ojos, celestino recordó el porqué de su acción. no recordaba cuándo lo había decidido, tal vez fue desde antes, desde el inicio, desde que era hombre. a ratos los ojos se le hacían más obscuros, como eclipse total. si uno pudiera vivir sin tener que recordar, pensó. la memoria es un castigo del señor. yo lo hice porque me lo ordenaron. yo lo hice porque esos indios no eran creyentes, así me dijeron. yo lo hice porque eso sabía hacer. yo lo hice y eso es lo correcto; no utopía tras el farallón / 49
soy culpable, soy bueno, soy un cristiano bueno. yo siempre he ido a misa, he guardado los días de guardar, he sido devoto del santo patrón, le he quemado cohetes, bombas y le he puesto sus velas. yo tengo el perdón del señor. yo soy bueno, yo lo hice por protegerlo a él. yo me casé como manda la ley del señor, llegué un día y vi a paula, me gustó y la cortejé como manda la ley. fui con mis tatas y la pedí, no me la robé como otros, trabajé para su tata, así como debe ser, así como manda la tradición. llegó de blanco, pura e inmaculada a la iglesia. nos casamos para procrear como dice el señor, que nos dijo el cura ese día, «amaos los unos a los otros y procread para la bendición de mi nombre», así nos dijo ese día, y así lo hicimos, tuvimos nuestros hijos para servirle al señor, así lo manda la ley del señor y así lo hicimos. yo soy un buen cristiano, yo no soy culpable. la sombra que proyectaba estaba más allá del camino, más allá de la entrada del pueblo, de ese pueblo que quedaba detrás de los cerros, detrás de todos los caminos, detrás de los recuerdos. el hombre se paró y midió lo que era; porque en el principio fue el hombre y el hombre era el silencio. el hedor fue penetrando por las paredes de la casa, aún más allá de la casa, más allá de los límites del pueblo, allí por donde está el cementerio confundiéndose con los olores 50 / armando rivera
emanados por él, confundiéndose con los olores de la tierra, hasta llegar a ser el olor de la tierra. apestando tanto, como un ra’guax, para no poner de nuevo la simiente sobre la tierra, para no sacarlo de ninguna imagen, de ninguna costilla, dejarlo en el olvido. el cadáver del hombre seguía pendulando, colgado del horcón principal de su casa aún después de las tres de la tarde. ese día no llovió.
utopía tras el farallón / 51
el tercer canto del gallo
a rogelia cruz
estudiante de arquitectura / reina de belleza del país secuestrada, torturada y asesinada el 11 de ene. ‘68
el último grito cayó sobre la pared. ya en el corredor pensó, me voy a la mierda, ya me cansé. tocó la puerta; luego de unos segundos oyó que quitaban el cerrojo y uno de los muchachos le abría. se saludaron sin verse. como cuando alguien te cae mal, pero lo debes saludar; levantó las cejas y siguió andando. estoy jodido, continuó en sus cavilaciones, mientras, prendía un cigarro, la vida cada vez está más pisada y estos gritos me retumban en los oídos. respiró profundo y golpeó la otra puerta, luego de un rato, por fin alguien le abrió. “puta que chingar”, le gritó. el otro, de mal talante, terminó de quitar el pasador. no le dijo nada porque le tenía miedo. se miraron con utopía tras el farallón / 55
odio visceral. luego, poco a poco y con la miseria, siguió andando. esos gritos, se repitió. había frío, lo recuerdo, siempre hay frío en la madrugada. de verlo era raro, daba un no sé qué, tal vez como un escalofrío de terror. además, tenía los ojos saltones, como los sapos que miran todo lo que pasa. su fama la tenía bien lograda, los méritos en el servicio eran claros. dicen que aprendió a no dormir y por eso los muchachos lo respetaban o mejor dicho le tenían miedo. aquel fue un día largo. entraron a la muchacha al cuarto de sesiones, venía toda mal oliente, ensopada en su propia mierda; le tiraron un baño de agua fría y empezó a chillar. los primeros golpes y la pregunta de rutina. le arrancaron lo último que le quedaba de ropa. la vio y la carne se le puso de gallina. “esta es de las buenas”, comentó. más golpes y otras preguntas. hasta ahora silencio. los muchachos empezaron a tocarlas. se la rifaron; uno ganó el turno. la sujetaron por las muñecas y le amarraron los tobillos. gritó. volvió a gritar y los gritos rebotaron por todos lados. se salió a fumar. retrocedió unos pasos y la volvió a ver. otra vez llegó de madrugada. un ojo visiblemente enrojecido le respondió. metió lentamente la llave al cerrojo y abrió la puerta. el frío es una sensación de dolor en los huesos; el suelo frío te duele. la vio. acezó la respiración. se 56 / armando rivera
frotó el miembro y se fue contra aquel cuerpo. no hubo respuesta. una vez sació sus ansias de meter y meter se levantó, se fue. un golpeteo constante en la cabeza le resonaba: grifo mal cerrado. si así fuera, me voy a quedar sin ideas, se sonrió con sorna. el dolor de cabeza era ruinoso y lo ponía de mal talante. no hemos conseguido nada, se recriminó; esa cabrona sabe bastante, como para terminar de pensar carraspeó largo y escupió lejos. regresó nuevamente. la extensión de la bartolina no era mayor que la de su cuerpo. antes de entrar, miró unos instantes la puerta como dialogándole. violento, metió la llave, somató la puerta. traspuso el umbral, se acercó y le tocó el pelo. una mano la acariciaba y la otra se fue posesionando del cuello. sin respuesta, la otra mano continuó su recorrido por la entrepierna. la respiración se agitó, trató de tragar saliva. encolerizado, con los dientes apretados, le susurró sus deseos violentos: mamacita, serás mi reina, ricura, ahyhyhyhyh; pujó. mientras, su mano huesuda apretaba, la otra encontró el sexo y le metió uno de los dedos con violencia. un apagado aullido le contestó. cada vez se volvía más difícil la respiración; los brazos intentaron el escape pero se toparon con los pulgares anudados. ahora intentaba gritar y grito con horror. la golpeó. domeñada totalmente, se pasó largo rato sobre ella. utopía tras el farallón / 57
no sabía cuánto tiempo había pasado, pero imaginó que todavía no era la madrugada porque el gallo no había cantado tres veces. o esa madrugada nunca cantó el gallo. no hubo traición. cogió la llave y nuevamente la metió en el cerrojo, abrió la puerta. se fue. caminó y siguió caminando por los corredores. no sabía nada y eso lo encabronó. qué le pasó a este mundo, se dijo, no hay gallos que canten el amanecer. no recuerda porque volvió, tal vez por las respuestas que no tenía. una vez adentro nuevamente la montó, su furia animal con cada asalto se iba aplacando. sus preguntas las meditaba en silencio y se quedó dormitando encima de ella. no hubo resistencia. no le preguntó nada, porque nada le diría. siempre. un helado viento se coló por la rendija de aquella puerta, lo despertó. abrió un solo ojo y con un tremendo dolor de cabeza se percató dónde estaba. se levantó y salió. luego de cerrar una gran puerta llegó a la pila, se lavó la cara para espabilarse. tenía dolor en las mandíbulas de tanto apretarlas. no siseaba el viento en la copa de los árboles, todo se detuvo. con una mano se apretó las sienes como para calmar el dolor de cabeza, y después se restregó los ojos; en esa posición trató de recordar cómo era que cantaban los gallos; no lo recordó, pero oyó los somatones y el chirriar de puertas. regresó con 58 / armando rivera
paso apresurado tras la puerta, al verlo se pusieron firmes. uno le dijo que estaba muerta, a todos les gritó, abrió la puerta y se quedó vagando tras ella.
utopía tras el farallón / 59
abrir y cerrar puertas, el pesado metal se dejó caer, se cansaba el acero al cerrar la puerta, se gritaba en aquellos recintos, vuelve a sonar el cerrojo, la llave da vuelta y todo queda dentro, impune, con dolor, con gritos y violencias, chirriar de barrotes fríos, golpes secos cayendo una y otra vez en el metal de las puertas, acero que interpone libertad, resquicios de mal olor, puertas que se cierran una y otra vez hasta sellar la salida; silencio agónico, ruido escondido tras las puertas, se han vuelto a cerrar los barrotes y todo quedó batido: sesos, risotadas, violencia, ignominia, pudor, jadeos, disparos, electrodos, preguntas, golpes, sexos magullados, uñas, alfileres; otra puerta y el silencio es absoluto, no hay quejidos, no hay nada, no hay dolor, no existe el tiempo; un cadáver sonríe irónico desde su estatura, muertos que transitan en sentido contrario a sus puertas, semen que fluye sobre mujeres atadas que fecundan otro tiempo, otra y la otra puerta que se cierra, las batientes corren sus ángulos y golpean el filo del marcador para acallar el tiempo, se oyen manos que dan vuelta a las llaves y todo se pierde en el interior, puertas que castran el ayer; nuestros recuerdos…
los fusilados
ordenó su fusilamiento,
no lo sabía, como podría saberlo, que él volvería de la muerte.
utopía tras el farallón / 63
utopía tras el farallón
mi corazón ya sabe su rumbo de bala / juan bañuelos
cayó el cuerpo tras el farallón. el sonido de las balas lo aterrorizó. la respiración se había hecho acezante por la carrera hasta ganar la seguridad del promontorio. en el último brinco había sentido la cálida punzada del plomo cortando su carne. empezaba a oscurecer. en la noche los objetos adquieren una nueva forma, la sensación de profundidad en nuestras pupilas se va perdiendo. el mundo empieza a tener más sonidos y menos luz, se nos impone el mundo casi impenetrable de la noche. todavía se oían, a lo lejos, algunas detonaciones. el combate había sido raudo, violento. sintió un tremendo dolor en el costado, se palpó y un pequeño caudal de sangre, como río, utopía tras el farallón / 67
le brotaba del orificio que le había hecho el proyectil. pensó en rasgar su camisa para aplicarse un vendaje, pero el dolor es jodido y lo inmovilizó. se desmayó. ahora sí, la negrura del firmamento se imponía, volvió en si cuando los grillos junto con otros cientos de miles de insectos remontaban su canto hacia el amanecer. un delgado hilo de luz lunar invadió su entorno. la masa frondosa de árboles había adquirido una extraña silueta, como la de un gigante que devoraba la parte más obscura de algo monstruoso: la noche. el frío calaba hasta los huesos, el sereno se estaba convirtiendo en una delegada escarcha de hielo. debo volver sobre mis pasos, fue una reflexión que tuvo, así podré ganar un mejor tiempo. reconstruyó mentalmente la última carrera. el corazón palpitaba aceleradamente. los tiros parecían provenir de todas partes, habían caído en una emboscada. al grito del cabeza de columna se habían tirado al suelo. la metralla sonaba rítmicamente, acompasaba la danza de la muerte. muchas veces se lo había imaginado que era así. en sus ojos estaba la muerte de mauricio, lo vio caer, -mauricio, mauricio te decíamos ¿mauricio te llamabas? no, supongo que no. ah, qué jodido eso de los seudónimos, ahora tengo que buscar su verdadero nombre. además, tengo que buscar en sus recuerdos el cariñó a sus gentes y a sus cosas 68 / armando rivera
y avisarles que mauricio está muerto. sé que una tarde voy a llegar a un pueblo, las casas apiladas en desorden me dirán que allí es, lo sabré porque sus pupilas muchas veces las recorrieron de niño y las recordarán. llegaré hasta el cerco de la entrada de la casa, pondré cara de seriedad, sin llegar a la de difuntos. preguntaré por su madre y sus hermanas, les diré que está muerto, que mauricio, o realmente como se llamaba su hijo, no lo sé, ha muerto, que está bien muerto porque una metralla de calibre grueso lo destrozó y lo convirtió en una informe y sanguinolenta masa humana. eso es difícil, es una tarea de la chingada que te impone esta guerra. pero en sus recuerdos, antes de la carrera para llegar hasta aquí, ¿qué había sucedido? la larga caminata para asistir a la planificación política, ese era el objetivo, por eso habían salido aquella mañana del campamento. aspiró profundo, el dolor se dejó caer sobre su humanidad como un río desbordado en invierno, que todo lo arrasa, que todo lo destruye con su caudal, con su dolor de lluvia. jadeó por lo bajo y pensó: “no me agrada el desagradable olor de pólvora que tengo sobre la piel”. oyó voces. se alertó acerca de quién podría ser. en sus conjeturas asimiló que debía ser el enemigo, revisó al tacto la tolva del fusil, no tenía tiros. tragó con mucha dificultad saliva. de noche la selva utopía tras el farallón / 69
es deforme. afinó en su agonía el oído, ahora ya no se oía nada, tal vez solo se lo había imaginado o, tal vez, solo lo recordaba. no lo sabía con exactitud. ¿cuáles eran los últimos recuerdos de voces que tenía metidos en la cabeza? sin lugar a dudas, los de aquella mañana, cuando se presentó al desayuno. el cocinero le sirvió la magra ración de arroz y un café bastante ralo, pero caliente. ¿qué le dijo? con un esfuerzo mental muy grande, le vio el rostro, las facciones cinceladas por la intemperie, los ojos resecos moviéndose y articulando palabras. ¿cuáles palabras? por más que intentaba recordar no lo conseguía. así que mejor se las imaginó. pensó en las que le diría su madre en un día normal, en un día de jornal. –comé mijo porque la jornada va’star dura. ah, las cálidas palabras de su madre resolvieron completamente el cariño para con los suyos, su sacrificio. desde hace cuánto que no la oía. para la fecha de hoy, ¿qué día es hoy?, debe ser diciembre o noviembre, o a lo mejor es enero. solo por el frío tenía certeza de que estaban por esos meses, pero no sabía con exactitud qué día era hoy. el tiempo dejó de tener ciclos, ya no importaba cuándo empezaba la estación de lluvias, o que el día del santo patrono fuera en junio, de nada le servía saberlo, había dejado de tener importancia, se había guardado para otros días. 70 / armando rivera
hace cuánto tiempo que eso dejó de ser referencia para el acontecer, para el vivir. entonces empezó a hacer cuentas, sumó días, sumó lunas y llegó a la conclusión de que llevaba ya más de dos años en estas vainas. llegó a la conclusión de que ahora el tiempo se medía por las acciones, las referencias son las caminatas para movilizar el campamento, o el anterior combate, también puede ser el mitin del pueblo. acontecimientos que se van alejando linealmente del recuerdo, se suceden unos a otros totalmente impredecibles. les faltaba poco para llegar, sabía que estaba en el área dominada por el enemigo. esto es la guerra, se lo había dicho más de alguna vez a sí mismo, esto es la guerra y ellos son el enemigo. se propuso mentalmente dormir y repitió en voz queda, como para reafirmárselo, “voy a tratar de dormir.” alguna de la sangre se había coagulado. el sueño es una cuestión delicada cuando uno más lo necesita se espanta. perversamente llama tus agonías, o tus sufrimientos, o tus dolores y qué se yo cuánta cosa triste más, y ya no te podés dormir. se palpó, porque el sueño se había espabilado, tengo una costra enorme por todas las costillas. ahora me doy cuenta que el zumbido de los mosquitos me molesta, ese que te rompe los tímpanos, debe ser que tenía mucho dolor, que no me había percatado de los insectos. utopía tras el farallón / 71
nunca me han gustado. suenan agudo, barrenador. abro bien los ojos y me doy cuenta que las miserables moscas también están encima de la costra. las miro y reflexiono, se están dando la grande, me han de estar hartando, insectos chupadores. cierro los ojos y recuerdo días anteriores. debe ser otro día, otro amanecer, que no se parece nada a este. estoy llegando al pueblo, reconozco las casas apiladas sobre el cerro. me detengo frente al cerco, pego un grito de contento y sale mi madre, le digo que he vuelto, que mauricio, el combatiente, ha vuelto a casa.
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los pasos de caín camino del amanecer otra vez octubre ra’guax el tercer canto del gallo los fusilados utopía tras el farallón
Contenido 13 23 33 43 53 61 65
Utopía tras el farallón edición a cargo de CPP-editora, enero 2022.