Adelanto 1814, año de la independencia

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Colección del Bicentenario

CLAUDIA

SALAZAR JIMÉNEZ

1814, AÑO DE LA INDEPENDENCIA 1



Colección del Bicentenario

CLAUDIA

SALAZAR JIMÉNEZ 1814, AÑO DE LA INDEPENDENCIA

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Colección del Bicentenario

Dirección general: Marco Carrascal Herrera Dirección editorial: José Castro Lovera Dirección de proyecto: Juan Manuel Chávez 1814, año de la independencia © Claudia Salazar Jiménez © De esta edición: Editorial Arcángel San Miguel S. A. C. RUC: 20523712285 Av. Héroes del Alto Cenepa 803, Lima 7 Telf.: 507 4044 planlector@arsam.pe publicaciones@arsam.pe Primera edición, diciembre de 2016 Tiraje: 1 000 ejemplares Edición: Rosalí León-Ciliotta Ilustraciones de cubierta e interiores: Gabriela Macchi Varela Diagramación: María Torres Fanola Impresión: Luis Guillermo Izaguirre Candamo RUC: 10062759556 Av. Argentina 144, int. 22, Lima Diciembre de 2016 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2016-17069 www.arsam.pe Impreso en Perú / Printed in Peru Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del copyright.


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Este día, decisivo e importante en la historia de la independencia peruana, ha comenzado muy temprano, antes de que despierte el sol. A las dos de la madrugada, toda la fuerza armada del cuartel donde están los rebeldes prisioneros se pone a disposición y proclaman a José Angulo como su comandante general. La labor de convencimiento en estos nueve meses ha dado fabulosos frutos. Es un parto de la rebelión. A las cuatro, ya están detenidas todas las autoridades cusqueñas que eran fieles a la Corona, comenzando por el presidente de la audiencia, el brigadier Concha. En pocas horas, cualquier autoridad que pudiera causar problemas es detenida. Toda esta acción se ha llevado con un alto grado de precisión, como una jugada maestra de ajedrez, sin derramar una sola gota de sangre; es más un acto de inteligencia.

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Hay que darle forma al nuevo gobierno, y José Angulo sabe que es peligroso hacerlo de manera muy drástica, pues la gente no siempre puede adaptarse a los cambios. Después de un largo debate para evitar que el gobierno quede sin dirección ni jefatura, José Angulo decide que se forme una Junta de Gobierno de tres personas, de acuerdo a la Constitución de Cádiz. Lo que busca José Angulo es que no se ponga en entredicho el reconocimiento de la autoridad de esta Junta frente al rey Fernando VII y al virrey Abascal. Era momento de que, por fin, los nacidos en suelo americano se gobernaran a sí mismos, pero dentro de una estructura de gobierno reconocida. Los posibles nombres de los integrantes van y vienen. José Angulo ve en esta Junta una manera de iniciar los cambios, apenas eso; él se guarda para un momento más estable. Alguien menciona al mariscal Picoaga. «No es conveniente», responde automáticamente. Otro insiste en Picoaga porque es cusqueño, de los mejores generales realistas y además tiene mucha influencia en la tropa. Los soldados lo adoran. «El pueblo cusqueño 6


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no lo quiere; esta es razón suficiente», corta José Angulo. Aún le cuesta aceptar que no pudo atraerlo para la causa patriota. Sigue el desfile de nombres. Se llega finalmente a una decisión: nombrar como integrantes de la Junta de Gobierno al brigadier Mateo Pumacahua, al coronel Domingo Luis Astete y al teniente coronel Juan Tomás Moscoso. Todos ellos con muy buena fama de ser personas honorables, ajenas a la más pequeña posibilidad de corrupción. José Angulo no está muy de acuerdo con la nominación de Astete, pero lo acepta. Todo sea por evitar un cambio muy brusco y para que crean que seguiremos el mismo orden, piensa, algo resignado. Cuando se da el momento de la juramentación, una particular emoción atraviesa al pueblo del Cusco. Se escuchan arengas a favor de la patria y en contra de los españoles. Al mismo tiempo, algunos todavía reconocen la autoridad del rey. Se sabe que Domingo Astete es un realista consumado, por lo que se le exige un juramento patriótico. El pueblo alza su voz. Astete se niega. «¡Tengo que evitar la anarquía!», grita, y final7


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mente juramenta al cargo con fidelidad al rey. Teme por su vida, pero le ha prometido a Picoaga que aceptaría el puesto para ser una presencia de la Corona dentro del nuevo orden. José Angulo y Astete, en una coincidencia que puede parecer sorprendente, buscan mantener cierta estabilidad frente a la rebelión que se avecina. El menor de los hermanos Angulo, Mariano, no observa el juramento de Astete con buenos ojos; le ha dolido escuchar el nombre del rey en un momento que considera sagrado para la patria. Meses después, a fines de noviembre, el mismo Mariano Angulo dirigirá un grupo de pobladores a asaltar la casa de Astete, quien tendrá que huir, abandonando sus pertenencias para salvar su vida. Al final de este día, José Angulo es nombrado capitán general de las Armas de la Patria de las provincias del Cusco, Puno, Huamanga y La Paz. Se siente más a gusto con un cargo militar, más acorde con la rebelión, que con un cargo político que realmente no ejercerá el poder. Sabe que, en este momento, él es la suprema autoridad en el Cusco y se siente respaldado. 8


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Una chispa se ha encendido y, como si de un extenso camino de pólvora se tratara, la noticia de la rebelión se extiende por todo el sur peruano y llegará hasta el mismo centro del poder colonial. Su proclama es el primer grito de independencia en el territorio peruano.

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Pocos sucesos en la historia peruana pueden reconfortarnos tanto como saber que el germen de la independencia ya había florecido diez años antes de su consolidación total; aun más; casi por un año entero una gran parte de habitantes de las zonas este y sur del Perú se declaraba libre e independiente del imperio español. Temples como el de los hermanos Angulo, Mateo Pumacahua o el de nuestro querido poeta Mariano Melgar, agitaron el deseo de miles de peruanos, de origen y ubicación social diversos, de gobernar por sí mismos la patria en la que habían nacido. Remembremos, pues, esta primera independencia que, aunque trunca, merece un reconocimiento, porque en esta confluyeron una inmensa pluralidad de peruanos aun más amplia que aquella que llegaría una década después.

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