Adelanto El molle y el sauce

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ZOILA

VEGA

SALVATIERRA

EL MOLLE Y EL SAUCE



Colección del Bicentenario

ZOILA

VEGA SALVATIERRA EL MOLLE Y EL SAUCE

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Colección del Bicentenario

Dirección general: Marco Carrascal Herrera Dirección editorial: José Castro Lovera Dirección de proyecto: Juan Manuel Chávez El molle y el sauce © Zoila Vega Salvatierra © De esta edición: Editorial Arcángel San Miguel S. A. C. RUC: 20523712285 Av. Héroes del Alto Cenepa 803, Lima 7 Telf.: 507 4044 planlector@arsam.pe publicaciones@arsam.pe Primera edición, diciembre de 2016 Tiraje: 1 000 ejemplares Edición: May Rivas de la Vega Ilustración de cubierta: María Torres Fanola Ilustraciones de interiores: Gabriela Macchi Varela Diagramación: María Torres Fanola Impresión: Luis Guillermo Izaguirre Candamo RUC: 10062759556 Av. Argentina 144, int. 22, Lima Diciembre de 2016 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2016-17068 www.arsam.pe Impreso en Perú / Printed in Peru Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del copyright.


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—No defendí a Bolívar, Pepe —respondió con mucha seriedad el diputado—. Defendí el orden y lo defenderé siempre. No estábamos listos para estar solos y no lo estamos ahora. Necesitamos un hombre fuerte que guíe al país en medio de este caos. La única manera de enfrentar el Imperio del Brasil y la potencia de Argentina, es formando un solo país con Bolivia. El libertador lo sabía, pero hay mentes muy pequeñas en este país que no comprenden que las razones de Estado son superiores a sus intereses. Y yo defendí esa integración. —¡Defendiste a un tirano! —requinta el presbítero—. Y si no, pregúntale a Chema lo que sintió cuando ese loco endemoniado lo desterró y tuvo que volver de Brasil a pie. —Pero es que Chema no se callaba. Cuando se pone a litigar no hay nadie que lo aguante. Le 5


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acabó la paciencia a Bolívar en tres meses y, en ese caso, era mejor exportarlo antes de que acabara en el paredón. El señor diputado Laso ha tratado de hacer un chiste, pero el dueño de casa no sonríe. Antes bien palidece. Por un breve instante, sus ojos se pierden en los arabescos de la alfombra y un escalofrío involuntario hace que su vino se agite en la copa. Como un rayo de fatalidad, los recuerdos acaban de envenenarlo. —No es gracioso, Benito —dice con opacidad. —Mis disculpas —responde el diputado con una inclinación de cabeza y dulcificando su tono—. Creo que me pasé de la raya. En ese preciso momento se vuelve a sentir el rumor de los faldellines almidonados y los pasitos cortos sobre la alfombra. Aparece la dueña de casa, con un mandil de batista atado a su cintura, cargando las fuentes de pastelillos recién aderezados. El olor de los mismos que ha llenado la casa desde hace rato se hace presente con una intensidad salvaje, inevitable y poderosa. Es el olor de la canela, del manjar, de la masa recién 6


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horneada. Es el olor de las abuelas y las madres, de los refugios de la infancia y de los consuelos de los días tristes. Esos aromas recuerdan los tiempos en que las grandes discusiones se arreglaban con un alfajor o con un penco de leche, con helados de fruta hechos con hielo que traían los indios de las cumbres para refrescar las tardes de la temporada seca. El doctor Corbacho sabe apreciar la sutileza de su mujer. Trae los dulces en el momento oportuno, como si hubiese estado escuchando detrás de la puerta. Si los diputados y ministros tuvieran el tino de esta inteligente dama y gozaran de un sinnúmero de recursos para hacerse respetar como ella, este país sería una nueva Inglaterra. —Querido doctor Laso, qué gusto de tenerlo en casa. ¿Cómo está Petronila? El diputado se levanta y hace una reverencia. Espera a que ella ponga las bandejas que trae en la mesita y le besa la mano. —Muy bien, gracias, Manuelita, manda sus besos y abrazos a ambos. —¿Y cómo están los chicos? Ya deben andar muy crecidos. 7


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—Pues adaptándose a Petronila. Ya sabes que una madrastra siempre es difícil de aceptar. El que más se me parece es Francisco. Anda con los pinceles todo el día. Ese chico va a ser artista. Al doctor Corbacho le cuesta retomar la conversación. El tema de su destierro seguido de la entrada de su mujer le ha traído amargos recuerdos que toda su buena educación no logra superar. —Me vas a disculpar, Manuelita, pero he hecho enojar a tu caro esposo —confiesa el señor diputado Laso bajando la cabeza como un niño al que se le ha cogido en falta—. Le he mencionado el tema de su destierro a Brasil y me he extralimitado con mis pullas. La esposa sigue distribuyendo las servilletas, las cucharitas, los platillos y hace gestos a la mucama para que coloque los manteles y empiece a servir el chocolate a los señores. No ha dejado de prestar atención a lo que dice el buen doctor Laso, pero su autosuficiencia para disponer la merienda demuestra que no le concede demasiada atención a los graves asuntos que se tratan en esta sala. 8


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—Pues no entiendo de qué se entristece, señor marido —dice la señora dando un beso en la frente a su consorte—, que si no hubiera sido por ese destierro, su merced no habría sentido la necesidad de casarse conmigo. Lo primero que hizo al volver fue llevarme al altar. —Y además, Chema —insiste el diputado Laso—, si te sirve de consuelo, mientras tú regresabas del exilio para casarte, yo me quedé viudo cuando me mandaron a él tras la partida de Bolívar. No te puedes quejar de tu suerte. —No se quejará —dice María Manuela, ahora sí desplegando una gran sonrisa y poniendo a disposición de la concurrencia los postres—. Es de una madera muy fuerte para doblarse o astillarse por minucias. El doctor Corbacho ha cedido a su mujer el control de la reunión. Durante el tiempo que dure el refrigerio se tocarán temas banales, se hablarán de los últimos chismes de Lima, a quiénes se vio en el paseo de los recoletos o en el teatro. No se irrita con la aparente frivolidad de la conversación. Estas pausas son oportunas, piensa. Es como aplazar una audiencia para preparar mejor 9


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los alegatos. Sabe que no ha terminado la tertulia, pero los dulces ayudarán a recuperar fuerzas para continuarla. Sin embargo, la última frase de su esposa sigue retumbando en su cabeza: «está hecho de una madera muy fuerte». Sí, María Manuelita, para aguantar todos los avatares y desdichas que me han pasado por encima desde que decidí meterme a conspirar hay que estar hecho de madera de molle, ese árbol que es tan duro y que sirve para hacer las herramientas más resistentes. De pronto recuerda lo que le dijo su amigo a la sombra de un árbol aquella tarde hace más de veinte años: «Somos como el molle y el sauce». El escalofrío que recorre su cuerpo le hace pensar en los muertos y, por un momento, mientras escucha el jolgorio de la reunión y las carcajadas de su mujer, contempla los pasteles suculentos rellenos de manjar que empiezan a poblar la mesa y siente culpa de seguir viviendo.

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Los recuerdos de Mariano Melgar, el apasionado, melancólico y audaz compañero en el frente de batalla, estremecen a José María Corbacho, uno de los más prestigiosos jurisconsultos en la aún naciente República peruana, al grado de que puede recordar con exactitud cada pasaje vivido con su amigo de toda la vida en medio de una sobremesa con sus ilustres amistades, también testigos de la crucial lucha

del

prócer

nacional.

Después

de

una

acalorada discusión, Corbacho ha llegado a una conclusión definitiva: que Melgar, sea en sus versos o en su heroísmo, es el emblema más fiel de aquellos que lucharon, sin medir desventajas ni consecuencias personales, por la independencia del Perú.

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