Adelanto El marqués en el exilio

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Colección del Bicentenario

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FABRIZIO

TEALDO ZAZZALI EL MARQUÉS EN EL EXILIO

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Colección del Bicentenario

Dirección general: Marco Carrascal Herrera Dirección editorial: José Castro Lovera Dirección de proyecto: Juan Manuel Chávez El marqués en el exilio © Fabrizio Tealdo Zazzali © De esta edición: Editorial Arcángel San Miguel S. A. C. RUC: 20523712285 Av. Héroes del Alto Cenepa 803, Lima 7 Telf.: 507 4044 planlector@arsam.pe publicaciones@arsam.pe Primera edición, diciembre de 2016 Tiraje: 1 000 ejemplares Edición: Rosalí León-Ciliotta Ilustración de cubierta: Jorge Noriega Rojas Ilustraciones de interiores: Gerardo Espinoza Diagramación: María Torres Fanola Impresión: Luis Guillermo Izaguirre Candamo RUC: 10062759556 Av. Argentina 144, int. 22, Lima Diciembre de 2016 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2016-17066 www.arsam.pe Impreso en Perú / Printed in Peru Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del copyright.


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No es lo mismo ser leal unos años a serlo toda la vida. José Ramón Rodil no solo pertenecía a una familia unida a la monarquía; pagó el precio de ser un militar devoto en una época de guerras. Cuando Napoleón invadió España en 1808, vivía en la Universidad de Santiago de Compostela. Tenía menos de veinte años al dejar sus estudios y amigos para formar parte del batallón de cadetes literarios. En las guerras napoleónicas, Rodil vio fuego en Durango, en el puente Sampayo. Tantos rostros que no significaban nada en Tamames, Medina del Campo y Alba de Tormes. Asedios, Badajoz, Bornós… ciudades que servían solo para marcar los mapas con un aspa. Meses de marcha. Cartama. Otra vez Estepona. Más años. No durmió tantas noches. ¿Cómo no luchar en Alcaucín? Cumplió órdenes, también las dio en

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Tarragona, en Pamplona pasó hambre, sed en San Sebastián. Persiguió, arrojó cuerpos a los fosos, dejó sobre ellos una cruz. Llegó al sur de Francia para que nadie que amenazara los dominios del rey quedara vivo. Mostró a los moribundos una campiña amarilla; algunos sonrieron. Mató por toda España hasta que quedara limpia de escorias. Por toda España no para cambiar el mundo, sino para que nada cambie. Hay pocas cosas más tristes que matar para que nada cambie. Terminadas las guerras napoleónicas, el imperio lo convocó para reducir a los rebeldes americanos. La guerra le mostró el mundo, pero no le interesó conocerlo. —Algunos hombres deben sacrificarse —se decía Rodil—. Convicciones firmes tenemos pocos. Al derrotar a San Martín en Cancha Rayada, pensó que la victoria lo acompañaría siempre. Había sido uno de los soldados que obligó a Napoleón a abandonar su tierra, y al cruzar el Atlántico, doblegaba al traidor del Río de La Plata. Pero a veces basta con que fracasemos una vez, tan solo una, para que no retorne la con6


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fianza. Ese momento se dio en Maipú, donde San Martín sometió a los realistas en una batalla donde las bajas se calcularon en la mitad de los hispanos. Con Chile independizado, Rodil se embarcó al Callao para impedir que la flota enemiga tomara el puerto. No resistió el bloqueo. Le tocó asumir la humillante misión de cubrir la retirada, y lo hizo sin bajar la cabeza. Como desde las campañas en la Capitanía General de Chile su rango volvía decisivas sus acciones, cada vez que participaba en una batalla mayor, la derrota lo seguía. El acantonamiento en los castillos del Callao fue exitoso porque el brigadier Rodil supo imponer la disciplina y mitigar las enfermedades; pero además tuvo el acierto de delegar el movimiento de la infantería y la estrategia de artillería al coronel Ponce de León. El gobernador consiguió someter a sus hombres a su voluntad tozuda, aunque fue su edecán quien sacó lo mejor de los soldados en el intercambio de fuego. Si alguien en la fortaleza dudaba de la determinación del gobernador, una semana después del fusilamiento en la muralla norte confirma7


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ron que no se trataba de un terco más de los que se ve en las guerras. Rodil comprendía que Bolívar llevaba década y media en el campo de batalla y, por ende, preferiría negociar antes que optar por la metralla. Por ello, el gobernador se rehusó a recibir emisarios amigos o enemigos, ordenando que en el fuerte San Rafael se les negara el acceso. Quien se acercó primero fue un amigo, el teniente coronel realista Gascón, compañero de Rodil en Maipú. Cabalgó con la Capitulación de Ayacucho firmada y la intención de hacerle entender que no tenía sentido sostener una lucha en la que hasta España había dejado de creer. Gascón no llegó a tener a Rodil frente a él; ni siquiera pisó el puente de la fortaleza del Real Felipe cuando los guardias de San Rafael emitieron el comando que el gobernador les había enseñado. —Si pasa este punto, lo hace bajo su cuenta y riesgo. En sus memorias, Rodil sostiene que las condiciones en las que se firmó la Capitulación de Ayacucho no lo obligaban a aceptarla. Es un argumento metódico que delata su obstinación. 8


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Lo que no menciona en sus memorias es la posición emocional, que fue la que se divulgó, ya que por entonces era muy común escuchar que al gobernador le parecía una bajeza impía reconocer que la monarquía se había rendido ante un virreinato tan bruto. Rodil representaba para Fernando VII el único soldado valioso que volvió de Indias Occidentales. Por ello, lo recibió en un acto solemne y con sincero orgullo, para luego ascenderlo a general de división y otorgarle la Gran Cruz de la orden de Isabel la Católica. En respuesta, el gobernador de los castillos del Callao le entregó el estandarte del batallón Arequipa, que Bolívar le permitió rescatar; el resto quedaron como trofeos. Sin saberlo, José Ramón Rodil cumplió el designio del tatarabuelo: sellar la unión de su familia con los borbones.

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