CUADERNOS nº 16
Robert Walser (1878, † 1956)
Diciembre 2014 . 6,50€ Penínula y Baleares, 6,00€ Canarias
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Foto: Robert Walser pasea en 1953
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“En el curso de mi vida me he encontrado sólo con una o dos personas que comprendiesen el arte de caminar, esto es, de andar a pie” H. D. Thoreau “El viajero tiene su filosofía de andar, piensa que siempre, todo lo que surge, es lo mejor que puede acontecer” C. J. Cela Marche ou crève Lema de la Legión Extranjera “Pasear sienta mejor que ir en coche. Pronto el hombre no necesitará piernas, si la pereza sigue progresando a este ritmo” Robert Walser
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Foto: Robert Walser yace muerto a escasos metros de su casa en 1956.
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SUMARIO DETRÁS DE LA FACHADA 6 ILEGIBLES, PERO CUERDOS 12 ROBERT WALSER, HÉROE 15 WALSER SOBRE WALSER 19 EL DIVINO HOLGAZÁN 23 TÍTULOS TRADUCIDOS 28 MULTIMEDIA 30
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ROBERT WALSER (1878 - † 1956)
José Antonio García Simón
DETRÁS DE LA FACHADA “El autor debe ceder la palabra a su obra”. En esta advertencia de Nietzsche se trasluce la tensión (cuando no contradicción) entre los designios del autor y su concreción en un texto –y también, de modo más tajante, entre vida y obra–. En los últimos años el rescate de la figura de Robert Walser ha pasado por alto en gran medida la conminación nietzscheana.
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Nacido en 1874 en el cantón de Berna, Suiza, procedente de una familia de ocho hijos, Walser pasó la juventud alternando entre todo tipo de empleos (empleado en una compañía de seguros, mayordomo, dependiente de librería, secretario, archivero…) y la actividad literaria. En 1905 se instaló en Berlín y publicó su primer libro, El cuaderno de Fritz Kocher. Luego, en un periodo de apenas tres años, aparecen las novelas que le granjearán la posteridad, Los hermanos Tanner (1907), El ayudante (1908) y Jakob von Gunten (1909). Decidió sin embargo regresar a Suiza en 1913, atenazado por las dudas respecto a su talento de escritor. Los textos que dará a conocer en adelante, en folletines literarios y diarios, tendrán menor amplitud: prosa corta y poesía. Escribió dos novelas más, pero ninguna llegará a la imprenta. Uno de los manuscritos lo perdieron sus editores y el otro fue destruido por el propio Walser.
En 1925 publicó un último libro, La rosa. No obstante seguiría escribiendo hasta 1932, y en todo tipo de soportes: páginas de revistas, telegramas, cuadernos, etcétera. Son los famosos Microgramas de Walser: una caligrafía minúscula, plagada de abreviaturas propias, con la que abarrotó aproximadamente unas quinientas páginas. En un principio se especuló con que se trataba de un diario redactado por medio de un código secreto. Luego su desciframiento, no siempre posible, nos ha legado varios textos; entre ellos cabe destacar una novela, El bandido. Aislado del mundo literario de Berlín y sin hallar su lugar
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en la vida provinciana de su tierra natal, Walser empezó a padecer insomnio y alucinaciones, creía oír voces y no menos frecuentes eran los ataques de ansiedad. Intentó suicidarse, pero, tal como admitiría, ni siquiera supo hacer el nudo adecuado. Finalmente, en 1929, aceptó ser internado en el asilo psiquiátrico de Waldau. De allí sería trasladado, en 1933, a una institución análoga, la de Herisau, donde pasará el resto de su vida. Diagnóstico: esquizofrenia. Durante ese tiempo forjó la amistad con quien sería su mecenas y más tarde su editor póstumo, Carl Seelig. El 25 de diciembre de 1956, después del almuerzo, Walser salió a dar su
paseo habitual. Y esa misma tarde un grupo de niños, alertados por los ladridos de un perro, encontraron su cadáver tendido en la nieve. Admirado en su momento por autores tan disímiles como Musil, Zweig, Kafka, Hesse o Benjamin, la obra de Walser conoció un largo eclipse hasta que en la década de los sesenta los esfuerzos de su amigo Seelig comenzaran a dar frutos. Hoy es considerado un autor clave en los cambios que conoció la literatura a comienzos del siglo XX. La rareza de sus relatos, de personajes ingrávidos en los que la psicología desbarranca, irremediablemente perdidos y sin embargo exentos de pathos, de un estilo falsamente pobre, falsamente ingenuo, y en el que la poesía en vez de declamarse se insinúa, sitúan a Walser en el cruce de un camino por el que también rondan Kafka, Gombrowicz y Piñera. No obstante, en esta canonización reciente se ha interpuesto un filtro que ha terminado por opacar la obra: la propia vida del autor. En efecto, la tendencia predominante en su lectura consiste en tratar sus libros como una puesta en escena autobiográfica. Su exégesis se enfrasca con frecuencia en vvuna investigación cuyo objetivo es aclarar las conexiones de tal relato con tal suceso de la propia vida de Walser, como si el conocimiento det a l l a do de la bio-
Foto: Robert Walser yace muerto a escasos metros de su casa en 1956.
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grafía bastara para la comprensión de la obra.
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Sin duda no faltan analogías entre Walser y sus protagonistas: la inestabilidad laboral, el vagabundeo, la propensión a las reflexiones de orden existencial, la ausencia de ambiciones sociales – es hasta probable que la voluntad de Jakob von Gunten de ser un cero a la izquierda constituyera una declaración de principios del suizo–. Tampoco habría que dudar de que su propia vida le sirviera de materia prima para sus novelas: la ambigua relación con las mujeres, la estadía en la escuela de empleados domésticos, la omnipresencia de la familia, las distintas ocasiones en que ejerció de criado, de secretario… Todo ello se encuentra vertido en sus libros. Ahora bien, dejarse llevar por el peso de los datos biográficos nos haría perder de vista el proceso de objetivación que define toda escritura. Es en este proceso donde reside la dinámica propia del texto, su complejidad, y no en las tribulaciones del autor. Verdad de Perogrullo que de vez en cuando hay que reiterar. Que Walser se haya esforzado en retirarse del mundo y aun en borrar sus huellas no nos brinda ninguna pauta para adentrarnos en la ambivalencia radical que define tanto su estilo como sus personajes. El camino más a mano es el de acuñar su escritura bajo el signo de la literatura del no. Una suerte de estética de la desaparición sería pues el vector de la obra de Walser, como si el fin de Walser –la imposibilidad de seguir escribiendo o la decisión de no escribir–, fuese el fin de su literatura: una escritura que exhibe su propia imposibili-
dad. H a y aquí cierta mojigatería sofisticada. En lugar de escenificar la imposibilidad de la escritura, la literatura del no deja en evidencia la imposibilidad de su silencio. No es el caso de Walser. Ciertamente es difícil cernir los personajes de Walser. Su actuar siempre oscila entre el deseo de someterse de modo incondicional a un amo y la aspiración a una libertad absoluta. Y es que la dinámica que rige la escritura de Walser es la del conflicto. Su obra no es pues la de una ocultación –ni siquiera la de la subversión mediante la fuga–, sino la de la inconformidad; la cual se manifiesta en particular en tres esferas de la realidad social: la familia, el trabajo y las relaciones conyugales. La aparente inmadurez, la inconstancia de sus personajes curiosamente se refleja siempre en el momento de asumir aquello que sustenta y erosiona la cohesión social, la relación de poder –que en este caso bien puede encarnarse en el patrón, en un hermano o en el cónyuge–. Que las relaciones de fuerza constituyen el fundamento del lazo social –y que con la intimidad tienden a agudizarse– es lo que devela esa guerra psicológica de baja intensidad en
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Foto: Microgramas originales de Walser
la que viven los personajes de Walser. En ese mundo en apariencia cándido, leve, no hay paz, sino treguas. Cuando Simón hace el recuento de una infancia feliz al calor de sus hermanos no puede impedirse acotar: “Nada me procuraba más placer que las bofetadas que me daban. En ello veía la prueba del talento que yo tenía para desquiciarlos”. Sacar de quicio, he aquí el empeño (consciente o no) de los simpáticos personajillos de Walser –socavar toda estabilidad–. De ahí esa manía de sostener una cosa y su contrario, los virajes continuos en su conducta. En ello se perfila la expresión de una conciencia que intuye lo contingente de todo orden. En La comunidad que viene, Agamben asegura que la felicidad del limbo es el secreto de las criaturas de Walser. Éstas viven en una zona más allá de la maldición y de la salvación. No es que Dios las haya olvidado, son ellas las que lo han olvidado desde siempre: contra ello el olvido de Dios queda impotente. Su condición de cero a la izquierda, de la cual se sienten tan orgullosas, es ante todo neutralidad respecto a la salvación –la objeción más radical que jamás
haya sido levantada contra la idea de redención–. Lectura ingeniosa. Pero, como siempre en los ensayos mesiánicos –y éste de Agamben lo es–, el salto del plano analítico –es decir, la crítica de lo que es– al plano normativo –lo que debiera ser– se resuelve con una eyaculación mística que en este caso anula los resortes mismos del texto. Sin embargo, la lectura de Agamben resalta dos elementos claves: la impasibilidad que caracteriza a los personajes de Walser y la impotencia de Dios. Díada que, con otro prisma, se presta a otras conclusiones. En Sobre la violencia, de Zizek, podemos leer lo siguiente: “si la muerte de Cristo en la cruz significa algo, es precisamente que hay que renunciar a la noción de Dios como guardián trascendente que nos garantice la felicidad al final del camino […] La muerte de Cristo en la cruz encarna la muerte del Dios protector […] la violencia divina es el signo de la impotencia de Dios”. Si Dios no puede salvarnos, es decir, ni siquiera servir de garante de nuestros actos –el grito de Cristo (“¿por qué me has abandonado?”) es la constatación de la soledad del hombre ante su destino–, no queda más que cargar con “el peso terrible de la libertad”, no existen criterios objetivos ni necesidad trascendente que la sustenten. Asumir la emancipación conlleva que el hombre se olvide de Dios. En ese sentido la violencia que acarree su voluntad de liberarse será una violencia divina. ¿Qué tiene que ver esto con Walser? Que la impasibilidad de
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sus personajes no es sino la otra cara del tedio pequeñoburgués; esa conciencia de una vida mediocre y la imposibilidad de extirparse de ella. Los protagonistas de Walser quedan presos en esa tensión insoluble. Por una parte, no dejan de cuestionar las normas y los usos y costumbres en vigor, y, por otra, se ven obligados a claudicar. No tanto porque la presión social les sea insoportable –aunque esto también les afecte–, sino porque se saben incapaces (o al menos lo intuyen) de asumir el peso terrible de la libertad. Esa libertad que, antes que nada, les obligaría a arrancarse de sí mismos –sacrificar esa costra de hábitos que, por muy molesta que sea, al menos se sabe adónde lleva–. Sacrificio, dolor, vocablos inexistentes para los seres de Walser. Por ello mismo perpetúan esa ingravidez con la que dan vueltas y vueltas, pero como un trompo, en el mismo sitio, esa levedad que los preserva y los condena. Los relatos que Walser hiciera de sus paseos brindan otro ejemplo de la conflictividad que rezuma su escritura. Walser, que era un caminante tenaz, en la descripción de sus derivas no se atiene al éxtasis bucólico. Si bien se detiene en detalles del paisaje que lo maravillan (el canto de una muchacha, la tranquilidad inalterable de un bosque), no deja por ello de someter a una observación clínica las localidades que atraviesa. Se ensaña pues con los automovilistas y su afán de velocidad o con una panadería de letrero chillón –“¿qué tiene esto que ver con el
pan?”– o con el librero que confunde el mejor libro con el libro más vendido o con la fatuidad de una época en que la ostentación es la regla de oro. Termina la descripción de un respetable profesor de este modo: “Me era simpático pese a su rigidez implacable. Porque bien sabido es que hay gente que se les arregla muy bien para ocultar sus crímenes debajo de una apariencia atractiva, seductora”. Corrosiva, paranoica, la mirada del paseante desemboca en un ajuste de cuentas. Lo cual emparenta a Robert Walser con otro suizo impertinente, Rousseau. Pero si en éste el tono es amargo, en el primero es simplemente malicioso. Esa lucha larvada, que corroe toda fijeza, se desdobla de modo sutil y llega hasta aquel que parecía al amparo de las vicisitudes del relato: tú conoces, lector, ese monstruo delicado, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano: eres tú. La escritura de Walser se despliega como una pieza minimalista que, mediante variaciones imperceptibles y recurrentes, seduce primero para saturar después. Un estilo que atrae por su espontaneidad –en el que neologismos y clichés ignoran la corrección– y que, paulatinamente, a fuerza de reiterar los mismos procedimientos, de variar al infinito un número limitado de escenas y de réplicas, se vuelve denso, irrespirable. El lector no podrá continuar sino a costa de perder los estribos, a imagen y semejanza de esas criaturas titubeantes, cuyo desquicio lo irá sumergiendo página tras página.
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Foto: Robert Walser en 1955
ILEGIBLES, PERO CUERDOS
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La única visita periódica que recibía en el asilo de Herisau era la de Carl Seelig, un amigo y antiguo editor, quien descubrió un extraño testamento: casi cuatro mil folios escritos a lápiz que tenían la particularidad de ser ilegibles. La primera impresión fue que la locura de Walser era mayor de lo que se creía y que esas hojas eran apuntes enfermizos y delirantes. Luego, una lupa resolvió el misterio. El testamento, lejos de haber sido redactado en un código oscuro, estaba milimétricamente escrito con la tipografía Sütterlinschrift, una letra manuscrita alemana relativamente en desuso.
Gonzalo Maier parecen no estar corregidos y otros sencillamente nunca fueron acabados) y un deseo de pasar completamente desapercibido, que lo llevó, incluso, a trabajar como criado en un castillo y a renunciar, una y otra vez, a la escritura. Un hecho que no deja de sintonizar con el modo en que confeccionó los pequeños textos contenidos en “Escrito a lápiz”. Un estado mental
Bernhard Echte, desde la Fundación Robert Walser, en Suiza, dice que uno de los hitos que marcaron los veinte años dedicados a transcriLa trascripción de esos textos tardó 20 años bir los cuadernos fue la característica de la esy estuvo a cargo de Bernhard Echte y Werner critura a mano: Morlang, dos germanistas que, literalmente, aprendieron a leer a Walser y el primer tomo del “Tenía cerca de dos milímetros de alto, cada líresultado hoy se puede encontrar bajo el título nea llevaba 300 letras y cada pedazo de papel de “Escrito a lápiz. Microgramas I (1924-1925)”, 120 líneas. Así que todo era extremadamente publicado por la editorial española Siruela. denso, un laberinto de signos difícil de identificar. Para escribir de esa forma uno necesita La aparición de esta obra coincide con el rescate estar totalmente concentrado y, al mismo tiemgeneralizado del escritor, por lo demás, uno de po, muy relajado. Era un estado mental que los favoritos de Canetti, Benjamin, Musil o Kafka. producía una gran creatividad en él y, como el mismo Walser confesó, el escribir a mano con La relación con este último, claro, va más allá. un lápiz le provocaba cierto grado de felicidad. De hecho, cuando el editor Franz Blei recibió los De hecho, escribió de esta forma el equivalente primeros textos de Kafka tuvo que asegurar que a cuatro mil páginas impresas. El material, por quien escribía no era Walser utilizando un pseu- lo demás, contiene todo tipo de textos: poemas, dónimo. O el jefe del mismo Kafka, en la compa- prosa, escenas dramáticas y una novela”. ñía de seguros, una vez le dijo que era calcado a un personaje de “Los Hermanos Tanner”, una de El método las novelas más famosas de Robert Walser. “Comenzamos el verano de 1980 y como existían La biografía del suizo estuvo marcada por la textos que Walser había escrito con esta tipograconstante postergación de sus textos (muchos fía minúscula y que más tarde él había llevado a - 12 -
Foto: Bernard Echte
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una grafía normal, bastó sólo con confrontar esas versiones. Los instrumentos fueron únicamente una lupa y buena luz. El problema no era resolver un código, sino que las letras, al ser realmente diminutas y desordenadas, hacían que el trabajo de descifrar y dar sentido fuera muy duro. Aunque el mayor problema fue no rendirse”.
Foto: Vitrina con microgramas en la exposición retrospectiva hecha en Berlín en 1997
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Foto: Portada del libro “Doctor Pasavento”, de Enrique Vila-Matas. Alfaguara, 2010
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ROBERT WALSER, HÉROE Pregunta/LCM: (...) ¿Qué quiere contarnos? Respuesta/EVM: Intento retratar a un personaje representativo de nuestro tiempo, alguien que desea retirarse del mundo y vivir apartado. Como vivió apartado Robert Walser, que es el héroe moral de Doctor Pasavento. Vivió apartado 23 años en el manicomio de Herisau, en la Suiza Oriental. El lugar que, como escritor de esta novela, visité el año pasado con la intención de ver dónde estuvo Robert Walser apartado del mundo. Es un héroe –o un antihéroe- actual: primero, porque busca apartarse; después porque, cuando se aparta del mundo, cree que lo van a buscar y no es buscado por nadie y descubre que está solo y que nadie piensa en él; y, en tercer lugar, porque la soledad le conduce a profundizar en el mundo de su héroe en la vida y en la literatura, Robert Walser, y a visitar el manicomio de Herisau con la intención de esconderse allí. Algo que es inútil porque nadie le ha buscado ni le va a buscar.
Belén Galindo ver el paisaje que rodea el manicomio de Herisau. Como yo no sé alemán, ella me acompañó y quedé bastante impresionado con el lugar. Es como una pequeña montaña mágica donde está el viejo manicomio, hoy llamado Centro Psiquiátrico. Es un lugar muy bello. Luego fuimos a ver el cementerio donde está la tumba de Walser. Nos costó mucho encontrarla porque no estaba donde las demás tumbas, donde le habría gustado a Walser, que quería perderse en el anonimato de la historia mundial, sino que estaba apartada. Como él se había apartado del mundo, le apartaron luego a él. Después Yvette Sánchez me sorprendió diciéndome que había concertado una cita con el director del centro psiquiátrico y fuimos recibidos por él. Ahí comenzó una escena que he trasladado a la novela. LCM: Nos ha dicho que en la novela se acerca al dificilísimo ejercicio de convertirse en nada, algo en lo que Robert Walser fue un maestro o pretendió serlo, al menos. ¿Cree que se puede desaparecer hoy y ahora?
LCM: ¿Qué impresiones tuvo cuando visitó aquél manicomio? EVM: Yo siempre digo que, para que uno desaparezca, alguien ha de percibirlo, deben darse EVM: Había leído tanto sobre los paseos de Ro- cuenta, si no, no hay desaparición. En el caso de bert Walser los sábados y domingos, caminando Pasavento nadie se da cuenta ni nadie se interesa por ese lugar nevado que, para mí, ese lugar y y no puede completar la desaparición hasta que esa palabra pertenecía a un mundo de ficción. alguien note que ha desaparecido. Como una No había caído en la cuenta de que había un lu- paradoja. Por otra parte, tampoco es tan sencigar real en Suiza en el que estaba todo mi mun- llo desaparecer: no basta con encontrar un lugar do de admiración literaria hacia este persona- donde no sea fácil que a uno le encuentren. je. Y surgió a través de una invitación. En un viaje anterior a la Suiza alemana conocí a Yve- LCM: En ese desapego a la fama que tenía Waltte Sánchez, catedrática de Literatura Española, ser ¿hay un reflejo también del escritor?¿de verque se ofreció medio año después a llevarme a dad no le gusta que le reconozcan y le admiren?
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EVM: Hay un momento en que el Doctor Pasavento dice que no escribe para ser fotografiado y eso coincide bastante con mi idea de que,
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“MIS LIBROS CUENTAN HISTORIAS SOBRE GENTES QUE SE PIERDEN”
a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz porque entendía que el lápiz se encontraba más cerca de la desaparición. Esto, que es tan sólo un detalle, supone todo un símbolo del fin de la existencia de Robert Walser. ¿Son esos detalles los que nos definen¿ ¿Los que nos hacen grandes o pequeños?
EVM: Yo creo en los pequeños detalles. Lo pequeño puede ser muy grande y, de hecho, en cosas pequeñas se encuentra resumida la historia de la humanidad. Y, respecto a la letra de Walser, los llamados microgramas, habría mucho que decir. Durante mucho tiempo se creyó que, por estar medio loco Walser, resultaban incomprensibles. El asunto era que había que saber leer la letra tan pequeña y ahora se están analizando y son historias y novelas. Es curioso que ha habido un error en la crítica de El País cuando se dice que estos papelitos estaban escritos dentro del manicomio de Herisau y lo cierto es que, mientras estuvo en el manicomio, no escribió nada. De hecho, cuando sus amigos le visitaban y le preguntaban por qué no escribía él les contestaba que no estaba allí para escribir sino para enloquecer. Y lo que más me llamó la atención a la larga, resulta muy pesado tener que respon- de estos papelitos era que podían estar escritos der a toda la cuestión del circo mediático actual en la servilleta de un papel o en cualquier cosa y creo que esto es algo que les pasa a muchos que encontrara apta para la escritura. Empezaba escritores. La paradoja se da cuando presento una historia que terminaba cuando acababa el el libro y el que está ahí para ser fotografiado tamaño del soporte. Es un tipo de escritura muy soy yo y el doctor Pasavento está “missing”. Así fragmentaria hasta el punto de que el final de lo que ahora me toca a mí ser fotografiado y que escrito viene marcado por el papel.(...) Pasavento pueda vivir su vida apartado de todo. LCM: En sus últimos años, antes de recluirse en LCM: ¿Y el principio de una novela? ¿Tiene algo el manicomio, la letra de Robert Walser fue ha- que ver con la nieve, con esa metáfora sobre la ciéndose cada vez más pequeña. Llegó incluso página en blanco? - 16 -
FRAGMENTOS LITERARIOS: DOCTOR PASAVENTO [...] En Walser, el discreto príncipe de la sección angélica de los escritores, pensaba yo a menudo. Y hacía ya años que era mi héroe moral. Admiraba de él la extrema repugnancia que le producía todo tipo de poder y su temprana renuncia a toda esperanza de éxito, de grandeza. Admiraba su extraña decisión de querer ser como todo el mundo cuando en realidad no podía ser igual a nadie, porque no deseaba ser nadie, y eso era algo que sin duda le dificultaba aún más querer ser como todo el mundo. Admiraba y envidiaba esa caligrafía suya que, en el último periodo de su actividad literaria (cuando se volcó en esos textos de letra minúscula conocidos como microgramas), se había ido haciendo cada vez más pequeña y le había llevado a sustituir el trazo de la pluma por el del lápiz, porque sentía que éste se encontraba «más cerca de la desaparición, del eclipse». Admiraba y envidiaba su lento pero firme deslizamiento hacia el silencio”.[...] Enrique Vila-Matas
EVM: No sé explicar la página en blanco, pero sí me siento próximo a la nieve. Me fascina la muerte de Robert Walser. Ocurrió un día de Navidad que salió a caminar por los alrededores del sanatorio y murió sobre la nieve. No puede ser una muerte más metafórica sobre la pureza de su estilo y de su vida. Fue encontrado por dos niñas que pasaban por allí ese día de Navidad y colocaron una flor al lado del cadáver. LCM: ¿Y Doctor Pasavento es Alonso Quijano o Don Quijote? EVM: Doctor Pasavento se parece más a Robert Walser, que es quien inaugura de alguna manera la literatura contemporánea del siglo XX. Y
es el anti-Thomas Mann, el que puede abarcar todo el mundo y se compara con el mismísimo Dios. La tradición que inaugura Walser enlaza con lo mínimo, lo minúsculo y fragmentario y es luego recogida por algunos grandes como Kafka, que era cinco años menor que él, y que incorporó el sentido del humor a este tipo de prosa walseriana. De hecho, cuando apareció Kafka en Alemania se dijo que había aparecido una variación de la prosa de Walser. Hay que recordar que Robert Walser fue muy conocido en los años veinte en los ámbitos de la literatura alemana y suizo-alemana, pero después su confinamiento en el sanatorio y la guerra hicieron que desapareciera completamente su recuerdo hasta que comienza a ser republicano en los 60.
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Foto: Robert Walser en 1955
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WALSER SOBRE WALSER Ustedes van a poder oír hablar del escritor Walser. ¡Al señor Walser, escritor!
Robert Walser, 1925 obra literaria? No, no, ¡por nada del mundo!
Walser, ya entonces, también vivía, dormía y esAsí comienzan las cartas que recibo, como si al- cribía demasiado poco, es verdad. Pero es porgunas personas preocupadas por mi quisieran que se consagraba a lo vivido sin interesarse por recordarme mi oficio de escritor. ello, es decir sin soñar con escribir, o digamos, sin escribir nada entonces, así años más tarde ¿Dormirá en mí la capacidad de escribir? escribió su Der Geülfe [“El Ayudante”], es decir después de la crisis. ¿Personas bien intencionadas quizá quieran hacerme reaccionar? He ahí por qué no sucumbió al deseo insatisfecho de publicar. Desde que un día comencé a llevar una vida de dependiente, el escritor Walser se durmió ya en En definitiva, todo lo que el escritor ha escrito mí. De otra forma no habría podido ser un au- “después de la crisis”, debió vivirlo “antes”. téntico dependiente. ¿Un hombre que no trata de escribir algo sólo Para escribir “Los hermanos Tanner”, tuve que puede tomar un café por la mañana? esperar largo tiempo, y eso se produjo de manera espontanea e inconsciente. Y recordaría más ¡Un hombre así apenas puede respirar! bien a un escritor que antes que escritor es hombre. La escritura emana también de la esfera de Y, con todo, Walser da cada día un paseo de lo humano. una horita, en lugar de escribir hasta hartarse. En su espontaneidad natural, encuentra incluso Conozco personas que piensan que se escribe pretextos para ayudar a las sirvientas a poner la muchísimo. De la misma manera que se pinta mesa. ¿Por qué Walser ha vivido en el pasado demasiado. toda suerte de aventuras? Comparto esta opinión y por lo tanto no me inquieta en absoluto que el escritor Walser esté aparentemente dormido. Al contrario su comportamiento me hace feliz.
Porque el escritor dormía en él indolente y no le impedía, pues, vivir. Por esta razón, piensa que sería bueno dejarlo en un profundo olvido, y ruega a los que se preocupen por ello que esperen pacientemente una decena de años, deseando a sus colegas todo el éxito posible.
¿Cuándo desempeñaba realmente las tareas de “criado” presentía que de esta parcela de la experiencia saldría una “novela de lo real”, y que, ¿Por qué la gloria de Walser deja a cualquier en consecuencia, de un acto real emanaría una otro individuo menos frío que a él?
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< Cuando escribía “Los hermanos”, por ejemplo, ¡qué poco me preocupaba de la celebridad! Si hubiera sido ya famoso, el libro no hubiera visto jamás la luz.
Que no los sobrevaloren, y que se esfuercen en tomar a Walser tal cual es.
Deseo, pues, permanecer ignorado. Y si algunos, a pesar de todo, quieren preocuparse por mí, pues bien, yo no prestaré atención alguna a estas preocupantes personas. Hasta aquí nunca he escrito mis libros por obligación. Quiero decir que el hecho de escribir mucho no garantiza sin embargo que una obra sea buena. ¡Qué no venga nadie a hablarme de mis libros “anteriores”!
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Foto: Ilustraci贸n de los Alpes Suizos del s.XX
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Foto: (arriba) Robert Walser en 1915 (abajo) Robert Walser en 1954
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EL DIVINO HOLGAZÁN
Victor Palacios
El caminante Walser no se extravía entre los ele- amiga. No sé, per o me parece que en la ciudad mentos de una avenida. Una distancia, la de la con- el pastor vive demasiado cerca del especulad or frontación, lo aparta de los cuerpos de alrededor. bursátil y del artista descreído. La fe en Dios carece, en la ciudad, de la debida distancia. La “Todo el que sufre se vuelve observador”, dice Juli religión tiene allí muy poco cielo y muy poco o Ramón Ribeyro en uno de sus cuentos. Como se olor a tierra.[...] la religión es amor a la vida, sabe, el estatus de la marginalidad suele desarro- apego profundo a la tierra, alegría del insta llar la actitud contemplativa, la tenacidad de las nte, confianza en la belleza, fe en el ser humadescripciones. Dice Pessoa, “ver es estar distante. no, despreocupación al compartir l a mesa con Ver claro es detenerse. Analizar es ser extranje- amigos, gusto por la reflexión y conciencia de ro”. El talante errabundo de Walser, su desolación no ser responsable de las desgracias, es sonreír a afectiva incluso, desarrollan en su mirada, exenta la muerte y afrontar con valor cualquier tipo de de implicaciones, la observación acuciosa del flâ- empresa que nos proponga la vida”. neur, la célebre figuraurbana singularizada por El esplín de Paris de Baudelaire. Dice el suizo: “En En esta coloración arcádica, la obra walseriana el fondo, soy un hombre muy sencillo y lo más extiende una larga estela literaria: la tradición probable es que lo siga siendo. La insensibilidad, pastoril que se remonta a l a Antigüedad clásica como el amor, es hermosa y fea a un tiempo; en y cobra un nuevo impulso —a menudo platotodo caso, el que no ama ve más claro”. nizante— en la cultura renacentista. Pero quizá sea más visible en las páginas del suizo el oleaje En general, la vida citadina recibe de Walser de una corriente más próxima en el tiempo y en los juicios más rigurosos, que reservan para lo la cualidad: el romanticismo europeo. campestre los beneficios de la soledad y la libertad. Más allá del cemento empieza un exilio de La expansión napoleónica había encendido las tranquilidad y poesía, el locus amoenus hora- devociones nacionalistas como resistencia al ciano donde nadie es infeliz. “En la ciudad — imperio. Pero también generó un a aversión sentencia— la religión es menos bella que en el hacia los modelos que el ejército francés procampo, donde viven campesinos cuya forma de pagaba: centralización administrativa, inflación vida tiene algo de profundamente religioso de institucional y totalización de la cultura bajo el por sí. En la ciudad la religión se asemeja a una régimen de las ciencias positivas. Ideales diurmáquina, que es un objeto feo; en el campo, en nos que suscitaron por reacción el disperso incambio, cada uno tiene la sensación de que la fe terés por lo relegado y proscrito. De ahí el afán en Dios es equiparable a un trigal florido, a un provocador en aquellas indagaciones que ubicaprado extenso y lujuriante, o a la fabulosa re ron en los sustratos irracionales de lo humano la dondez de ciertas colinas ligeramente curva- verdadera sustancia, lo recóndito que encierra das en cuya cima hay una casa oculta, con seres un universo más acogedor. Tal tensión destasilenciosos para quienes la meditación es una ca en esa enfática exposición de lo real que es
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todo extremo. Por ejemplo, el extremo de la sociedad victoriana que alentó una proliferación de los géneros policial y erótico que con variable atrevimiento arriesgaron en la transgresión y la anormalidad. Herencia de tal polaridad es El amante de Lady Chatterley, que no está demasiado lejos del sentimiento walseriano, conforme D. H. Lawrence sitúa en el bosque el antagonismo de una urbanidad maquinal y conservadora. Es en el interior de la naturaleza intacta y salvaje donde Connie —versión menos trágica de Madame Bovary, igualmente tentada por la exploración más allá de la vacía cordura— obtiene la reconcilia ción y la plenitud. La emancipación del artificio, la farsa y el dinero. “El guardabosque bajó del promontorio —dice uno de sus capítulos—, penetrando de nuevo en la oscuridad y el aislamient o del bosque. Pero sabía que el aislamiento del bosque era ilusorio. Los ruidos industriales quebrantaban la soledad, y las fuertes luces, pese a que allí no se veían, se burlaban de ella. Ya no cabía la posibilidad de que un hombre viviera solo su vida, apartado. El mundo no permitía la existencia de ermitaños. [...] La mujer no tenía la culpa, ni tampoco el amor o la sexualidad. La culpa estaba allí fuera, en aquellas malignas luces eléctricas y en el diabólico sonido de las máquinas. Estaba allí, en la mecánica codicia, en el codicioso mecanismo y en la mecanizada codicia, con el destello de las luces y el torrente de metal fundido y en el rugido del tránsito; allí se encontraba la vasta realidad maligna, siempre dispuesta a destruir cuanto no se plegara a ella. Pronto destruiría el bosque y las campánulas no volverían a florecer.
Todas las cosas vulnerables perecerían bajo el hierro que rodaba y corría avasallador”. Sin la energía intelectual de las tesis de Lawrence, Walser se extiende en el contraste entre lo rural y lo urbano, boceteando aquí y allá observaciones de interés social o psicológico que no tienen, repito, ambición sistemática alguna. Véase este pasaje de Los hermanos Tanner: “Ah, en el campo es fácil que dos personas se entiendan bien. Aquí hay una manera más expeditiva de liberarse de todos los tapujos y recelos, y una forma de amar más diáfana y jovial que en la ciudad, congestionada y llena de gente que se hostiga y preocupaciones cotidianas. En el campo hasta el más pobre tiene menos preocupaciones que quien, siendo mucho menos pobre, vive en la ciudad; pues allí todo se mide por lo que hace y dice la gente, mientras que aquí la preocupación sigue preocupando en silencio y el dolor encuentra en otros dolores su ocaso natural. En la ciudad todos luchan por enriquecerse, de ahí que tantos se sientan terriblemente pobres; en el campo, en cambio, el pobre no se ve herido —al menos en general— por esa confrontación per-
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Foto: Microgramas originales de Walser
manente con la riqueza. […] El deseo de poseer casa propia tiene, en el campo, raíces muy profundas y llega hasta Dios. Pues aquí, bajo el cielo ancho e ilimitado, es una delicia poseer una casa bonita y espaciosa. No ocurre lo mismo en la ciudad. Allí, el arribista enriquecido puede vivir junto al conde de rancio abolengo: sí, el dinero puede derribar mansiones y edificios antiguos y sagrados a su antojo. ¿Quién desea tener casa propia en la ciudad? Allí es un simple negocio, no un motivo de orgullo o de alegría”. Es interesante verificar ecos de esta actitud observadora en otros libros y autores que partieron de su época. Por ejemplo, cierta presencia walseriana en la nostalgia de los andares de Ulrich, en “El hombre sin atributos” de Robert Musil: “Se detuvo unos instantes ante un charco que le interrumpió el camino. Quizá fue aquella balsa a sus pies, y quizá los árboles de sus lados, pelados como escobas, lo que hechizó de repente la calle y la ciudad, y lo que le introdujo en la monotonía del alma, vacilante entre plenitud y futilidad, característica de la vida del campo.
[...] –“¡Es todo tan simple! –sintió él–. Los sentimientos se adormecen, los pensamientos se separan unos de otros como las nubes después del mal tiempo, y de improviso se abre al alma un cielo ancho y hermoso. Puede ser que, teniendo aquel cielo delante de los ojos, se presente una vaca resplandeciente en medio del camino: he ahí la insistencia del acontecimiento, como si por lo demás no ocurriera nada. Una nube errante puede influir del mismo modo sobre todo el contorno: la hierba se oscurece y, algo después, brilla impregnada de humedad; pero en cuanto al resto, no ha pasado nada; sin embargo, he aquí un viaje, como desde una costa del mar hacia la otra. Un anciano pierde su último diente: este pequeño acontecimiento significa en la vida de todos sus vecinos un incidente al que pueden unir sus recuerdos. Y así, todas las tardes, cuando se impone la calma tras la puesta de sol, los pájaros cantan alrededor del pueblo, y siempre de la misma manera; pero cada vez es algo nuevo, como si el mundo no contase todavía siete días de edad. En el campo –seguía pensando–, los dioses se acercan a los hombres, uno es algo y vive su vida; no obstante, en la ciudad, donde tienen lugar miles de acontecimientos más, nadie es capaz ya de relacionarse con ellos: Así comienza la célebre abstracción de la vida”.
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Foto: Microgramas originales de Walser
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“LA LIBERTAD ES UN SALTO AL VACÍO”
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TÍTULOS DE WALSER TRADUCIDOS AL CASTELLANO TÍTULO
EDITORIAL
AÑO
Diario de 1926
La Uña Rota
2013
Barral
1974
Siruela Alfaguara
2011 1986
Siruela Alfaguara
2001 1985
Siruela
2003
Los cuadernos de Fritz Kocher
Pre-Textos
2007
El bandido
Siruela
2010
La habitación del poeta
Siruela
2005
Historias de amor,
Siruela
2003
La rosa
Siruela
1998
Las composiciones de Fritz Kocher
Universidad de Buenos Aires
2000
El paseo
Siruela
2012
Vida de poeta
Alfaguara
2003
Siruela
2005
Siruela
2006
Siruela
2007
Siruela
2010
Jakob von Gunten El ayudante Los hermanos Tanner <
Escrito a lápiz: Microgramas I (19241925) Escrito a lápiz: Microgramas II (19261927) Escrito a lápiz: Microgramas III (19251932) Historias
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Foto: Robert Walser en 1942
UN ÚLTIMO PASEO POR LA NIEVE
Micrometraje de animación, realizado a partir de 2 fotografías del cadaver del escritor Robert Walser tendido en la nieve. https://youtu.be/t-YMIgzAtRo <
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Pablo Gallo
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Foto: Robert Walser en 1961
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© Ediciones Pedro el de los Palotes, 2014
Pol. Industrial Son Castelló, Palma de Mallorca. 07110, Islas Baleares, España.