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NOVENO MANDAMIENTO

No desearás la mujer de tu prójimo

San Salvador, 11 de junio de 2023

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El 6 de julio de 1902, María Goretti moría en el hospital atravesada por catorce heridas provocadas con arma corto punzante por mano de Alessandro Serenelli, quien cansado de las negativas que la niña – pues María no alcanzaba los quince años –continuamente ponía a sus incitaciones a fornicar, decidió violarla. No logrando su cometido por la actitud decidida de ésta a defenderse, la apuñaló. Al ser cuestionado, Alessandro confesó que sus deseos impuros contra la niña tenían por origen su inclinación a lecturas impuras. María Goretti; en cambio, exenta de esa influencia perniciosa jamás concibió en su mente dichos deseos ni mucho menos los consintió. Esta pequeña Santa se convierte en un adecuado modelo del cumplimiento de la Novena Palabra.

Tradicionalmente esta Palabra suele reflexionarse junto con la Sexta; pero, siguiendo el parecer de Santo Tomás de Aquino quizás sea bueno comentarla de manera separada pues más que referirse a los hechos o a los pecados de obra o palabra se refiere al pensamiento con lo cual se constata la trascendencia de Dios y su ley divina: La ley humana juzga hechos y dichos; más la divina no sólo esas cosas sino también los pensamientos1

Si bien en el Pentateuco esta Palabra además de aconsejar no codiciar a la mujer del prójimo, recomienda no desear ni su casa ni su tierra, ni su siervo, etc., (cf. Dt 5, 21); en el Nuevo Testamento, Jesús lo acorta diciendo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5, 28) advirtiendo a sus oyentes que el pecado del adulterio [o la fornicación] no solo puede ser cometido de obra sino en lo interior del ser humano con su pensamiento; algo de lo cual advertía el sabio Ben Sirá cuando explicaba: La mente es la raíz de toda conducta, y produce cuatro ramas: bien y mal, vida y muerte (Si 37, 16-18). Dicho que Jesús perfecciona cuando advierte a los suyos que es del corazón de donde nacen los malos pensamientos, la fornicación, etc. (cf. Mc 7, 21-23). Es lo que sucedió al joven Serenelli. Antes de violar a María Goretti, concibió en su mente dichos deseos impuros.

Todas estas citas bíblicas, arriba mencionadas, permiten entrever que Dios quiere que sus hijas e hijos procuren no solo evitar el pecado de obra y palabra sino también, los pecados interiores; es decir, Dios espera que la humanidad viva la pureza de corazón.

El Catecismo de nuestra Iglesia católica nos recuerda que todo bautizado ha recibido la gracia de la purificación de sus pecados; pero, que el combate por la pureza, o sea, el combate contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados está en pie (cf. CIC 2520). No es algo que la persona pueda lograr sola. Es Dios con su gracia que permite al ser humano salir avante en esta lucha:

- Primero, mediante la pureza de intención que consiste en aparejar la voluntad humana con la voluntad divina, con el proyecto de Dios para el ser humano. Ya lo aconsejaba Pablo a los romanos cuando les exhortaba a transformarse interiormente con una mentalidad nueva, no apegada a este mundo, para discernir aquello que es bueno y aceptable a Dios (cf. Rm 12, 2).

- Segundo, mediante la pureza de mirada exterior e interior. En otras palabras, se debe ser precavido y huir de toda ocasión. Las palabras de Job son actuales: Yo hice un pacto con mis ojos de no fijarme en ninguna doncella (Jb 31, 1). De igual forma, puede actuar una joven no fijando su mirada en un joven. Ese “fijar” se refiere a rechazar toda complacencia en los pensamientos impuros (cf. CIC 2520). Tomás de Aquino lo explica diciendo: No dar entrada a los pensamientos porque excitan la concupiscencia .

- Tercero, huyendo de ocasiones exteriores3 como las malas compañías. Amistades o incluso, familiares que incitan al pecado.

- Cuarto, con la oración ya que: Si el Señor no cuida la ciudad, en vano vigila la guardia (Sal 126, 1).

- Quinto, evitando el ocio. Los momentos de ocio deben ser bien utilizados. Santo Tomás aconseja: Entre todas las ocupaciones la mejor es el estudio de las Sagradas Escrituras4; y,

- Finalmente, mediante el don de la castidad. Un corazón casto permite amar rectamente y con pureza (cf. CIC 2520).

Por lo anterior, es importante educar a nuestros niños y nuestras niñas en la pureza; enseñándoles: Uno, el pudor; dos, el recto manejo de la libertad para no caer en permisividad de las costumbres; y tres, en la búsqueda y construcción de un ambiente social puro. Esto último implica tener gusto por programas de televisión, géneros musicales, tipos de películas, lecturas, etc., que no contravengan la virtud de la pureza como fue el caso de Alessandro Serenelli, quien debe ser una advertencia para todos aquellos que no luchan contra los pecados interiores; mientras que, Santa María Goretti debe ser el modelo de aquella alma que cuida la pureza de su corazón para Dios.

José Luis Escobar Alas Arzobispo de San Salvador

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