El Sol Año 62, no. 2, agosto 2021. Cafetal Adentro: Una historia de los trabajadores agrícolas...

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Revista El Sol ISSN 2372-9635-Print ISSN 2372-9643-Online Año 62, Número 2 Agosto 2021 Revista Escolar de Puerto Rico -1917-1933 Revista de la Asociación de Maestros-1942-1965 Periódico/Revista El Sol-1956

La revista El Sol es una publicación profesional y cultural fundada por la Asociación de Maestros de Puerto Rico (AMPR) en 1956, con una tradición centenaria, editada dos veces al año, dirigida a los profesionales de la educación y subvencionada con las cuotas de los socios. Está rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, la recopilación en sistema informático, la transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, por registro o por otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de la AMPR. La Junta Editora y la AMPR no se responzabilizan por las expresiones emitidas por los autores. Non Profit Organization Postage Paid at San Juan, Puerto Rico. Circulación digital garantizada a maestros activos y retirados. Edición impresa limitada.

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Índice

Política Editorial Revista El Sol La Revista El Sol es un medio de comunicación, diálogo y divulgación de los hallazgos de investigaciones recientes y prácticas educativas publicadas por la Asociación de Maestros de Puerto Ricio (AMPR) que promueven políticas públicas e iniciativas que adelanten la causa de la educación pública. La revista El Sol edita dos números al año, uno monográfico y otro de tema libre. Cuenta por lo general, con cuatro secciones. La sección Teoría e Investigación presenta trabajos cuyos hallazgos fortalecen el tema central. La sección Prácticas Educativas presenta artículos sobre prácticas educativas ejemplares. La sección Espacio Creativo publica trabajos de interés fuera del tema central y la sección de Reseñas discute libros recientes, otras revistas, blogs, redes, aplicaciones y enlaces de interés para la profesión. Las convocatorias para la presentación de trabajos se anunciarán en los números anteriores. Los trabajos recibidos son evaluados por la Junta Editorial, seleccionando los trabajos que cumplen con los requisitos de publicación. El autor recibirá una notificación por escrito de la Junta Editorial.

Guía para la presentación de artículos de investigación Los trabajos de investigación deben ser inéditos, estar redactados en un leguaje claro y reflejar el tipo de artículo que presenta, sea un informe de investigación, una reflexión investigativa, de revisión o un avance de investigación. No excederán las ocho páginas a doble espacio, siguiendo las normas internacionales de la American Psychological Association (APA), 6a edición (www.apastyle.org) o MLA. Pueden incluirse fotografías, diagramas, dibujos o cualquier otro material de ilustración. La copia del trabajo se enviará a la Junta Editora sin el nombre del autor. La forma y presentación del artículo debe contener lo siguiente: título del trabajo, el cual será breve y contundente, resumiendo en forma clara la idea principal de la investigación; el nombre del autor(es); palabra clave; y un resumen, en inglés y español, que no exceda las 150 palabras describiendo el problema, la metodología, las conclusiones y recomendaciones. El trabajo debe estar estructurado con una introducción, el desarrollo coherente del cuerpo del trabajo y las referencias bibliográficas.

Guía para la presentación de artículos de divulgación Los trabajos de divulgación (prácticas educativas y reseñas) deben ser inéditos, estar redactados en un lenguaje claro y reflejar el tipo de artículo que presenta. No excederán las seis páginas a espacio y medio, siguiendo las normas internacionales de la American Psychological Association (APA), 6a edición (www.apastyle.org) o MLA. Pueden incluirse fotografías, diagramas, dibujos o cualquier otro material de ilustración. La copia del trabajo se enviará a la Junta Editora sin el nombre del autor. La forma y presentación del artículo debe contener lo siguiente: título del trabajo, el cual será breve, resumiendo en forma clara la ideal principal; el nombre del autor(es); palabra clave; y un resumen, en inglés y español, que no exceda las 120 palabras. El trabajo debe estar estructurado con una introducción, el desarrollo coherente del cuerpo del trabajo y las referencias bibliográficas. El Sol no publicará trabajos que incluyan secciones que hayan sido previamente publicadas y que hayan sido tomadas de otros autores sin su autorización y sin haberlos citados. Los autores son responsables de solicitar autorización para el uso de tablas y citas originales de fuentes primarias según consigna la Ley de Derechos de Autor. El autor interesado en someter una colaboración a El Sol debe enviar su trabajo en original, con su nombre, dirección y teléfono a la Dra. Ana Helvia Quintero, presidenta de la Junta Editora, al correo elctrónico revista@amprnet.org o al PO Box 191088, San Juan, PR 00919-1088. Asimismo, lo puede entregar personalmente en la Oficina de Investigación y Desarrollo Profesional, en el edificio de la Asociación de Maestros, 452 Avenida Ponce de León, Hato Rey.

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Notas sobre el autor....................................................................................................................................4 Nota de agradecimiento............................................................................................................................4 Editorial......................................................................................................................................................5 El por qué de esta edición.........................................................................................................................6 Ana Helvia Quintero

Mensaje del Presidente............................................................................................................................7 Víctor M. Bonilla Sánchez

Presentación...............................................................................................................................................8 Víctor Hernández Rivera

Introducción ..............................................................................................................................................9 Teoría e Investigación Los Cortés (Historia de una familia, 1820 -1856).................................................................................11 ¿Quiénes eran los jornaleros de la libreta?..........................................................................................14 ¿Y las campesinas?..................................................................................................................................16 ¿De dónde vinieron?...............................................................................................................................18 La pérdida de la tierra.............................................................................................................................19 La falta de mano de obra........................................................................................................................20 Las condiciones de trabajo.....................................................................................................................22 Y para cambiar, ¿qué hicieron?.............................................................................................................31 Las aspiraciones de los trabajadores.....................................................................................................33 Un pedacito de tierra..............................................................................................................................34 Educarse para mejorar............................................................................................................................35 El cuatro, la muda de ropa, el caballo....................................................................................................36 Respeto... una palabra grande...............................................................................................................37 Las duras realidades................................................................................................................................39 Notas sobre las fuentes originales de este trabajo..............................................................................41 Algunas fechas importantes para recordar...........................................................................................41 Más lecturas sobre el tema.....................................................................................................................42 Reseñas Fernando Picó con nuevas aportaciones para su legado historiográfico..........................................43 Víctor Hernández Rivera

Junta Editora

Ana Helvia Quintero, Ph.D. - Presidenta Prof. Víctor Hernández Rivera Hna. Iris Rivera Cintrón Ed.D. José Luis Vargas Vargas, Ed.D. Madeliz Gutiérrez Ortiz, Ph.D. - Editora y Transcriptora Profa. Evelyn Cruz Santos - Editora Emérita

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Presidente: Prof. Víctor M. Bonilla Sánchez Director Ejecutivo: Gabriel A Llovet Bisbal Diseño y producción gráfica: Marangely Nieves Quiñones

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Editorial

Notas sobre el autor Fernando Picó fue profesor universitario de Historia y sacerdote jesuíta. Es considerado una de las máximas autoridades en el estudio e investigación de la historia de Puerto Rico. Posee una amplia producción historiográfica, entre la que podemos mencionar su Historia General de Puerto Rico (1986). Falleció en 2017.

Nota de agradecimiento Este trabajo tiene un autor, pero dos redactores. Lydia Milagros González esculcó cada palabra y no me dejó quieto hasta que el texto fuera transparente. A ella se debe el que finalmente se publique. Chuco Quintero, Isabel Laboy, Gervasio García, Marcia Rivera, Jorge Ortiz, Juan Giusti, Noalín Tricoche, Lucy Negrón, Edgardo Díaz y Ana Lydia Vega de diversas maneras participaron en la revisión del texto. Gracias a Dios que todavía hay gente tan generosa con su tiempo y sus ideas. Y, naturalmente, gracias a ellos.

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Una vez más, nuestra revista El Sol se complace en ofrecer a nuestros maestros asociados y al público puertorriqueño en general un número especial dedicado a un tema de interés dentro del ámbito de nuestra cultura y el devenir histórico isleño. En el pasado, hemos publicado ediciones especiales conmemorativas o hemos dedicado números a temas como la literatura puertorriqueña actual, las artes gráficas en nuestro país, los prejuicios sexuales y raciales en nuestra cultura y libros de texto, y la batalla en defensa del español como vehiculo de la enseñanza en nuestro sistema educativo. Hoy nos orgullece presentar un número preparado por el sociólogo e historiador boricua Fernando Picó, quien ha hecho una minuciosa investigación de la realidad laboral de la familia puertorriqueña en el siglo XIX. En ella se presenta -en toda su cruda verdad- la situación del trabajador puertorriqueño y su familia para tratar de subsistir dentro de un ambiente de estrecheces y malísimos sistemas económicos y laborales. La visión romántica que en otras obras puertorriqueñas se ha dado sobre esta época de nuestra historia cede el paso a la triste y dolorosa realidad que se nos revela como producto de la investigación obtenida de los documentos de este período relacionados con el mundo del trabajo. Agradecemos al personal del Centro para el Estudio de la Realidad Puertorriqueña (CEREP) el que nos haya permitido publicar en nuestras páginas de El Sol las primicias de esta tan interesante investigación. Sabemos que la misma resultará de gran interés para nuestros maestros y estudiantes de Historia de Puerto Rico y otros cursos relacionados.

Este trabajo está escrito, como es ya costumbre en los trabajos publicados por la mencionada Comisión, en un lenguaje claro, sencillo, directo, casi coloquial, lo que lo hace comprensible a casi todos los niveles académicos. Así mismo, las ilustraciones (fotos, dibujos, diagramas, etcétera) hablan por sí mismas y constituyen un preciado tesoro del álbum gráfico de nuestra historia. Estamos seguros que esta edición de El Sol será tan bien acogida por nuestros lectores como lo fueron en el pasado los números especiales ya publicados.

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Mensaje del Presidente

El por qué de esta edición Ana Helvia Quintero

Nos complace reimprimir el número de El Sol de 1986, CAFETAL ADENTRO, Una historia de los trabajadores agrícolas en el Puerto Rico del siglo XIX, el cual recoge el fruto de las investigaciones sobre los jornaleros de la libreta de Fernando Picó. La reimpresión de esta Revista logra dos propósitos; llevar al magisterio un valioso documento que puede servirle en su docencia y rendir un homenaje póstumo a Fernando Picó. Al leer la Revista

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se percatarán de dos de las virtudes de Fernando como historiador; la sencillez y la forma interesante, literaria en que presenta sus hallazgos históricos. Otra de las virtudes de los escritos históricos de Fernando es su interés de a través de la historia entender el por qué del presente. Nos invita a interesarnos en cambiar las estructuras injustas y discriminatorias del presente y promover las justas aspiraciones de los sectores marginados y desventajados. Pero las virtudes de Fernando no se limitan a su labor como historiador. Fernando vivió el evangelio: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (San Mateo, 25; 3437). Su labor con los jóvenes de Caimito, su proyecto educativo en las cárceles, la mentoría a sus estudiantes universitarios, su apoyo a las causas de justicia social, son todas ejemplo de sus virtudes como ser humano. Además, en este número encontrará reseñas del profesor Víctor Hernández que describen dos libros donde se compilan diversos escritos de Fernando publicados póstumamente por el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico. Esperamos que la lectura de esta producción los lleve a interesarse en conocer más de la obra del historiador Fernando Picó.

Prof. Víctor M. Bonilla Sánchez

La Asociación de Maestros de Puerto Rico se reafirma en su honrosa tradición de promover el conocimiento de nuestra historia y nuestra cultura. De ahí que nuestras revistas El Sol y Magisterio hayan dedicado números monográficos a temas que resaltan el legado de figuras y temas de historia y cultura de Puerto Rico. Por citar tres experiencias recientes en nuestras revistas, en 2012 se publicó un número de la revista El Sol dedicado al tema del Cincuenta Aniversario del Teatro Escolar y a la figura de don Leopoldo Santiago Lavandero. También en 2016 se dedicó otro número a Isabel Freire de Matos, con motivo de su centenario. De la misma manera, en la revista Magisterio se dedicó un número extraordinario a nuestra Julia de Burgos, con motivo de la celebración de su centenario en 2014. Los números mencionados tuvieron una cálida acogida por nuestros maestros y fueron además bien celebrados y solicitados por el mundo académico universitario.

Hoy nos corresponde rendir homenaje póstumo a uno de nuestros grandes historiadores: Fernando Picó. No hay forma más acertada de hacerlo si no es dándole relieve a su obra publicada. Por eso, en este número de la revista El Sol reeditamos CAFETAL ADENTRO, Una historia de los trabajadores agrícolas en el Puerto Rico del siglo XIX, obra historiográfica que saliera a la luz en las páginas de esta revista en 1986. A través de esta reedición la Asociación de Maestros de Puerto Rico no sólo celebra la vida productiva de este insigne historiador, sino que lo hace como él hubiera querido, poniendo nuevamente este texto valioso a la disposición del magisterio puertorriqueño. Así honramos su memoria.

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Introducción

Presentación Víctor Hernández Rivera

En 1986, El Sol, Revista Oficial de la Asociación de Maestros de Puerto Rico, tuvo la fortuna de acoger en sus páginas un texto íntegro desarrollado por el destacado historiador puertorriqueño Fernando Picó. En ese momento este investigador se encontraba en una etapa de su fructífera trayectoria científica y profesional en la que centraba su producción historiográfica en el tema de los trabajadores jornaleros. Ese mismo año Fernando Picó publicó su Historia General de Puerto Rico (Ediciones Huracán), obra que tuvo una extraordinaria acogida en el ámbito académico puertorriqueño, la cual, también tuvo múltiples ediciones. El texto que publica en la revista El Sol bajo el título CAFETAL ADENTRO, Una historia de los trabajadores agrícolas en el Puerto Rico del siglo XIX, recoge el fruto de sus investigaciones sobre los jornaleros de la libreta. Inicia su trabajo con la descripción de una familia de 1820 a 1856. En esta historia centrada en una familia en particular pinta un cuadro que se repite en los trabajadores a jornal, los cuales no pocas veces se enfrentaban a la ley o la desafiaban. Más adelante, a través de todo este trabajo el autor profundiza en la respuesta a las preguntas: ¿Quiénes eran los jornaleros de la libreta? ¿Cómo era el trabajo de la mujer campesina en una hacienda? ¿Cuál era la procedencia de los jornaleros? ¿Cómo los campesinos perdían sus tierras? ¿Cómo eran las condiciones de trabajo de los jornaleros? ¿A qué extremo llegó la vida

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regulada de los trabajadores en Puerto Rico? ¿Cómo contrasta el trabajo en la caña con el trabajo en las haciendas cafetaleras? ¿Cuáles eran las aspiraciones de los trabajadores del siglo XIX? ¿Cómo era la vida cotidiana de los trabajadores? ¿Cómo se describe una sociedad marcada por la desigualdad y los grandes contrastes? Trabajar frente a estas preguntas es la gran aportación que hace Fernando Picó en CAFETAL ADENTRO... Que treinta cuatro años después, la revista El Sol reedite y ponga nuevamente a la disposición de la clase magisterial y del mundo académico de Puerto Rico un texto de extraordinario valor historiográfico, es el mejor homenaje que la Asociación de Maestros de Puerto Rico puede hacerle a Fernando Picó. A través de su obra, éste enseñó a conocernos mejor como pueblo y a reencontrarnos en nuestras grandes luchas, obras y aspiraciones.

En los libros de historia de Puerto Rico se habla mucho del azúcar y del café. Por mucho tiempo estos dos productos fueron la principal riqueza del país. Aunque la caña de azúcar comenzó a cultivarse desde el siglo XVI y el café desde mediados del siglo XVIII, el mayor desarrollo de ambas siembras se dio en el siglo XIX. Para la caña de azúcar fue muy importante la mano de obra esclava. En la primera mitad del siglo XIX (1800-1850), los esclavos sembraron y cosecharon los grandes cañaverales de Arecibo, Manatí, Ponce, Guayama, Yabucoa y Fajardo y trabajaron en los trapiches donde se molía la caña. Según se fueron extendiendo los cañaverales, la mano de obra esclava no daba abasto. Aunque algunos esclavos, especialmente en el oeste de Puerto Rico, trabajaron en fincas de café, la mayor parte del café sembrado y cosechado en la primera mitad del siglo XIX fue el producto del trabajo realizado por las familias de pequeñas y medianas fincas y por los trabajadores que vivieron agregados y trabajaron como jornaleros en las grandes propiedades. A diferencia de los pequeños y medianos propietarios, los jornaleros y “agregados’ no tenían tierras en su propiedad. Según avanzaba el siglo XIX (1800 en adelante), se hizo claro que para aumentar estos cultivos y vender más en el exterior, los dueños de estas grandes propiedades necesitaban brazos. El gobierno español, que estaba interesado en explotar económicamente el potencial de las industrias agrícolas aquí, aprobó unos reglamentos con los cuales creía resolver el problema de la mano de obra para los hacendados. Estas se conocieron por las Leyes de la libreta. Así fue que una buena parte de los puertorriqueños entre 16 y 60 años de edad

Trabajador agrícola de finales de siglo. Posiblemente fue un “correcostas” o campesino que bajaba de la altura para trabajar en la caña.

Según avanzó el siglo XIX, se desarrollaron con intensidad los cultivos comerciales del café y la caña. Con ellos se acrecentó la necesidad de trabajadores, sobre todo en las haciendas. En éstas trabajaron, los llamados jornaleros y agregaos que no tenían tierras. Estos últimos llegaron a constituir el grueso de la población campesina. ¿Quiénes fueron estos campesinos? ¿Cómo fue su vida?, son algunos de los planteamientos presentes en este trabajo.

quedaron designados como jornaleros. ¿Qué reglamentos fueron esos? ¿Qué impacto tuvo ese cambio a trabajador jornalero, que vivieron millares de puertorriqueños? ¿Cómo y de qué manera se convirtieron en jornaleros? ¿Cuáles fueron sus condiciones de vida? ¿Pudieron mejorar de situación según pasó el tiempo? Este trabajo está dedicado a contestar esas preguntas sobre los jornaleros de la libreta. Comencemos con la historia de una familia que vivió en Utuado para el 1850 más o menos: los Cortés.

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Teoría e Investigación

Familia campesina de finales de siglo.

Muchas familias hacendadas eran de hecho ricas; sin embargo, el poder económico de éstas no era tan amplio ni estable como se ha supuesto por muchos. En general carecían de capital y pudieron echar pa’lante sus proyectos comerciales cafetaleros gracias a una combinación en el sistema de crédito y mercadeo con los comerciantes, quienes en realidad llegaron a ser el poder detrás del trono. Hubo comerciantes que finalmente se transformaron en hacendados al quedarse con las tierras de grandes caficultores endeudados con ellos hasta los zapatos. No obstante, esta clase constituida por comerciantes y hacendados logró participar de algún poder político, sobre todo en los pueblos cafetaleros, además de establecer un estilo de vida social y cultural que se ha identificado equivocadamente como la esencia de la cultura puertorriqueña.

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La realidad de la familia campesina del siglo XIX en las zonas cafetaleras fue sumamente dura y difícil. Frente a las familias de la clase dominante (comerciantes, hacendados, profesionales y administradores del gobierno) los jornaleros eran considerados como menos por su falta de “educación” y “europeización”. Todo aquel que tuviera alguna herencia africana estaba doblemente marcado. El mito de la gran familia puertorriqueña, constituida por hacendados y trabajadores de una finca cafetalera, es un espejismo histórico que sólo refleja una ignorancia de lo que en verdad fue el “infierno cafetalero”. El auge del café destruyó los lazos familiares de esas familias que no tenían tierras. Para éstas las exigencias de trabajo en la hacienda conllevó la separación de la familia extendida y la subordinación al trabajo de todos sus miembros. Fue común la temprana muerte de alguno de los esposos, por lo tanto, la orfandad y muerte para los hijos se convirtió en una realidad frecuente e incluso esperada. Todo esto se empeoraba por el movimiento continuo de las familias de un lugar a otro, en busca de trabajo, es decir, las mudanzas constantes. En los bohíos el hacinamiento era común y esto facilitó la propagación de un sinfín de enfermedades endémicas. En términos generales, creció la población de niños nacidos fuera del matrimonio, lo cual conllevó el abandono de muchos de éstos. En el 1890 más de la mitad de los niños bautizados había nacido fuera de matrimonio.

Familia de clase acomodada de finales de siglo.

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Los Cortés Historia de una familia 1820 -1856 Entre el 4 de septiembre de 1850 y el 28 de junio de 1853 Ángel Cortés y su esposa Jacinta Rivera enterraron cuatro de sus niños en menos de tres años. En Utuado, donde vivían, no había epidemia en esos meses. Además, los niños mueren en diferentes fechas, no en poco tiempo, como hubiera sido en caso de ser víctimas de una misma enfermedad. Y si uno busca en los libros de entierros de la iglesia de Utuado a ver si antes habían muerto hijos de esta misma familia, no se encuentra ninguno. ¿Quién era Ángel Cortes y Jacinta Rivera?, Ella, Jacinta, era hija del dueño de una finquita en Caonillas, una de 15 hijos. Ángel Cortes habia nacido en Peñuelas y había llegado hasta Utuado buscando fortuna. Se casaron en 1838. Cortés se hizo agregado de un propietario del mismo barrio de donde era Jacinta. Probablemente Ángel hizo lo mismo que muchos campesinos sin tierra durante esa primera mitad del siglo XIX. Le entregaba al dueño de la finca donde se agregaba la mitad de lo que cosechaba y de lo que criaba, a cambio de que ese dueño le permitiera usar su finca. Así Ángel y su familia tenían un lugar donde construir su bohío, sembrar y criar sus animales. Eso era ser “agregado” Diez años después, cuando llegó el 1849, el gobernador español del momento, Juan de la Pezuela, mandó una orden que tenía que obedecerse en toda la isla. Todos los varones, decía la orden, mayores de 16 años y menores de 60 años, que no fueran dueños de cuatro o más cuerdas de terreno o no tuvieran otra entrada de dinero, tenían que trabajar como jornaleros. Esto quería decir que desde ese momento los que no

tenían tierras suficientes estaban obligados a trabajar para un terrateniente o un hacendado supuestamente a cambio de un salario o jornal. Debían también tener una especie de pasaporte al que se le llamó libreta. En esas libretas los patronos o dueños de las haciendas apuntaban por cuánto tiempo había trabajado el jornalero y si éste era cumplidor en su trabajo. Por ejemplo, estas son las anotaciones que aparecen en la libreta de otro jornalero, llamado Mateo Fernández, de Utuado, en el 1849-50: “principio a trabajar este jornalero el día 27 de octubre 1849 y a trabajado seys días en corte de arroz gano ½ fanega lo que tiene rrecibido (firmado:) Domingo canales. El jornalero Mateo Fernande ma a gano en corte de aros… cuatro pesos en quince días con otros (firmado:) Manuel Medina. En casa de niebes Aviles trabage ocho días en casa de mi ermano nicolas trabage quince días. Principio a trabajar este jornalero el día 15 de Marzo y a cumplido oy 20 del mismo año de 1850. (firmado:) Lorenzo Candelaria. En 4 de Abril de 1850: Fue amonestado como vago. (firmado:) El Alcalde Porrata. El yndibido expresado en esta a trabajado en mi casa siete meses (sin firma). el moso de labor que tenía Dn Joaquín Gonsales entra de propietario en terrenos eredado de su madre. Utuado 1o. de noviembre de 1852. A ruego de Don Joaquin Gonsales por no haber (firmado:) Andres Albarran”.

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Una vez al mes las autoridades municipales (el alcalde, por ejemplo) examinaría la libreta. Si en ella había quejas contra el jornalero o si aparecía que no había trabajado suficientes días en el último mes, allí, en una reunión en que estaba el alcalde y los miembros del ayuntamiento, se le daba un regaño al jornalero y se le advertía que si después de dos regaños, lo encontraban sin trabajar, lo mandarían preso a La Puntilla de San Juan a hacer trabajos forzados. Para esa época, buena parte de La Puntilla era un mangle que el gobierno estaba tumbando y rellenando y necesitaba mano de obra para hacer esta labor. Esta no era la primera vez que el gobierno trataba de obligar a los que no tenían tierra a alquilarse. El primer reglamento de la libreta lo había impuesto en el 1838 el gobernador Miguel López de Baños. Lo notable en esta ocasión (1849) era que, además de obligar a emplearse con un terrateniente o hacendado, se obligaba a los que no tenían tierra ni

propiedades a mudarse rápidamente a los pueblos cercanos al lugar donde trabajan, además de forzarlos a llevar en el bolsillo la referida libreta. El propósito de esta regla era tener a los trabajadores en un solo sitio, donde le era más fácil al terrateniente ir a buscarlos para contratarlos. Resulta que para esa época los campesinos vivían regados por montes y llanos. En octubre de 1849, Cortés fue a registrarse como jornalero al pueblo y recibió el número 46. Esto quiere decir que fue bastante pronto a registrarse, pues en Utuado llegaron a inscribirse más de 800 hombres en la misma situación. Ángel Cortes y Jacinta Rivera, sin embargo, evitaron tener que mudarse al pueblo. ¿Cómo lo lograron? Ángel arrendó 8 cuerdas de terreno por 4 años de una finca en Caonillas, cuyo propietario era un arecibeño, Idelfonso Montijo. Tenía que pagar 6 pesos anuales. Así Cortés no tendría que llevar más la libreta,

La libreta era eso, una libreta donde estaban escritas las instrucciones a los jornaleros.

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Los hacendados todos los comentarios que tenían sobre éste, sus salarios, deudas, días de trabajo, etc.

El primer reglamento de jornalero fue impuesto por el gobernador López de Baños en el 1839 y rigió hasta el 1849. En ese mismo año, el gobernador Pezuela impuso uno nuevo que fue obolido en el 1873 junto a la esclavitud negra. De hecho, estas leyes a través de las cuales se pretendía someter a formas de trabajo y vida a los trabajadores sin tierra, fueron conocidas como “la esclavitud blanca” por su carácter represivo.

como persona que tenía asegurada el uso de la tierra. Era un buen arreglo, pues otros jornaleros, que también buscaban la manera de no tenerse que mudar para el pueblo, habían tomado tierra en arrendamiento, pero pagando más pesos anuales por cada cuerda. Sin embargo, varios meses más tarde, en ese mismo año de 1849, las autoridades dispusieron que Cortés abandonara el arrendamiento para que pagara con su trabajo el dinero que le debía a sus acreedores. Se tuvo que alquilar como jornalero de nuevo. ¿Cómo se endeudó?, no lo sabemos. Quizás tomó prestado para desarrollar sus siembras o crianzas en el terreno arrendado. La cuestión fue que entonces empezaron las peores dificultades para esta familia. En catorce meses murieron tres niños; y después de la última de los tres, diez meses más tarde, el Benjamín de la familia, que apenas tenía nueve meses de nacido también murió. ¿Qué habría pasado? Quizás había construido su nuevo bohío en algún sitio poco saludable. Quizás todo el fruto de su trabajo se le iba

en el pago de la deuda, por lo que no tenía con qué comprar algunos alimentos para la salud de su familia. Probablemente la esposa y los hijos mayorcitos tenían que trabajar extremadamente duro para ayudarlo a pagar su deuda, debilitándose de este modo hasta llegar a enfermarse. En septiembre de 1856, varios años más tarde, pasa una cosa interesante con Ángel Cortés. El había sido una persona cumplidora que no había dado lugar a quejas ni regaños de las autoridades, pero, estando él en el pueblo de Utuado lo denuncian porque no está colocado con algún patrono. Por dos meses consecutivos Ángel no se presenta a las citaciones que le hacen. ¿Qué pasa después? Los documentos no lo dicen. No sabemos si después de esto efectivamente se colocó o si lo mandarían preso a La Puntilla, o si volvió a Peñuelas, su lugar de origen. Pero lo interesante que una persona como Ángel Cortés, después de tantas penas y trabajos, decide desafiar las autoridades y no va a las citaciones. Por eso lo amonestaron dos veces “en rebeldía”.

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Campesino puertorriqueño.

Los llamados “jornaleros de la libreta” fueron miles de trabajadores sin tierra, que junto a sus familias tuvieron que aceptar estas leyes. Jornalero fue el nombre que fue usado por las autoridades, pues durante todo el siglo estos trabajadores eran conocidos como peones, agregaos o arrimaos. Constituían el grueso de la población campesina puertorriqueña del siglo XIX, y aunque no eran “dueños de la tierra” usaron ésta a través de distintos arreglos que hacían con los grandes propietarios. Según avanzó el siglo y con el desarrollo de las siembras comerciales del café y la caña, los arreglos con los grandes dueños se hicieron cada vez más difíciles.

¿Quiénes eran los jornaleros de la libreta? Los jornaleros de la libreta fueron miles de hombres como Ángel Cortés que por no tener tierras con títulos de propiedad ni ingresos fijos de negocios u otras propiedades tuvieron que aceptar la libreta que Pezuela había

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“Jornalero” era el nombre que las autoridades usaban para referirse a los que no tenían tierra propia y que, por tanto, debían llevar la libreta. La mayor parte de la gente los llamaba “peones” o “agregados”. Pero los “agregados” que cayeron bajo las reglas de Pezuela en el 1849 no tuvieron tantas posibilidades de sacarle provecho al uso de la tierra como tuvieron antes los “agregados” que vivieron entre 1750 y 1849. Para esa época (1750-1849), una manera que tuvieron de arreglárselas los hombres y mujeres campesinos sin tierras era pidiéndole a un hacendado que les dejara sembrar, criar animales y construir sus bohíos en su terreno, a cambio de entregarle la mitad de lo que cosechaban o criaban. Eso se llamó “cultivar a medias”, y “medianero” se le llamó al jíbaro que hacía este tipo de arreglo, también se le llamaba “agregado”. Un arreglo como éste fue el que probablemente hizo Ángel Cortés en el 1838. Pero ocurre que, más o menos a partir del 1780, el gobierno español y los dueños de tierras se interesaron más por sembrar caña y café en grandes cantidades para vender estos productos en Europa y Estados Unidos. Entonces las cosas comenzaron a cambiar. Primero, algunos ricos se adueñaron de grandes cantidades de terrenos. Así se fueron esfumando, cada vez más, las posibilidades para los trabajadores, especialmente los de la zona cañera, de tener un pedazo de tierra propio. Segundo, para sembrar y cosechar en grandes cantidades, se necesitaba una numerosa mano de obra estable y disciplinada. Por eso, una vez se imponen los cultivos comerciales de caña y café. Los hacendados buscaron esa mano de obra numerosa entre

aquellos puertorriqueños que no tenían tierra propia y que desde ese momento comenzaron a tener más dificultades, como le pasó a los Cortés. Ya para esos años lo que los dueños de las tierras querían de sus antiguos agregados era trabajo. No les interesaba a los hacendados hacer arreglos donde, por ejemplo, los campesinos que insistían en sembrar y criar a medias podían usar porciones grandes de la hacienda. Para poder tener un sitio donde vivir, estos campesinos que no tenían tierra tuvieron que hacer otro tipo de arreglo con los hacendados. Se comprometían a trabajar los cultivos comerciales de éste a cambio de que los dejaran construir sus casas en alguna parte de sus tierras. Los hacendados lo que harían era darles a cambio comida y ropa “fiá” en las tienditas de sus fincas, usualmente de su propiedad. Este fue un nuevo tipo de “agrego” mucho más limitado que el de años atrás. El reglamento impuesto por Pezuela le había hecho las cosas más fáciles a los grandes hacendados que necesitaban mano de obra, pero le había hecho sumamente difícil la vida a la mayoría de la gente que no poseía ni tierra, ni negocios, ni casa donde vivir.

impuesto (1849) y registrarse como jornaleros. El número variaba de pueblo en pueblo; proporcionalmente había más jornaleros de la libreta en la montaña que en la costa.

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Mujer campesina en su humilde bohío.

¿Y las campesinas?

La familia del jornalero contratado quedaba obligada a trabajar en tiempo de cosecha. Fue recogiendo el grano donde más trabajaron las mujeres y los niños, éstos últimos comenzaban desde los tres años. Sin embargo, en los contratos de trabajo u otros documentos no aparece cuantificado el trabajo de estas mujeres, niños o niñas. La jornada de trabajo empezaba temprano, de madrugada. Usualmente sólo tomaban café puya por desayuno y descalzos se internaban en los cafetales húmedos. El pago de la jornada de trabajo la cobraba el hombre o el hijo mayor, en caso de estar viuda, la mujer. Para esa época fue común pagar en fichas o vales en vez de dinero.

Alguna gente pregunta si también las mujeres tenían que registrarse. El gobernador López de Baños había dispuesto desde años antes (1838) que: “las mujeres campesinas que vivían en sus bohíos, sin que se les conozca ocupación honrada de qué subsistir, serán también obligadas por la autoridad a contratarse en una hacienda”. Hasta el presente, no conocemos si se puso en práctica esta disposición de López de Baños impuesta en 1838, que duró hasta 1849. El reglamento de Pezuela, que comenzó a regir en el 1849, pudo haberse aplicado también a las mujeres, pero hasta la fecha los registros que se han encontrado, de 1849-50, sólo tienen nombres de hombres. Sin embargo, aunque no está en los documentos, sabemos que además de sus muchos quehaceres domésticos, las mujeres si trabajan en las faenas del campo o como sirvientas en las casas de la gente pudiente. También los niños.

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Mujeres y niños trabajando en la recogida del café. Cayey, 1898.

Otra manera de ganarse la vida era en el trabajo doméstico en las casas de los hacendados o de la gente pudiente en los pueblos. Usualmente se les pagaba con comida y ropa de la tienda del hacendado.

Resulta que al contraste con algún dueño o hacendado, la mujer y los hijos del jornalero quedaban obligados a ayudar a su marido o a su padre en las tareas. De modo que fue recogiendo café o después escogiendo el grano, donde la mujer y los niños de la familia del jornalero inscrito más trabajarían. Sin embargo, nada de esto quedaba escrito oficialmente en los contratos u otros documentos. Sencillamente, se entendía como una obligación que contraían las mujeres y los hijos del jornalero contratado. Años después, en 1864, el gobernador Félix María de Messina ordenó que los municipios reglamentasen el empleo a domicilio (es decir, el trabajo realizado en la casa) y registrasen las empleadas domésticas.

Muchacha joven, trabajando como lavandera en la casa de alguna familia pudiente.

De hecho, ser “sirvienta” fue el trabajo principal para la mayoría de las mujeres campesinas que trabajaban para ganarse el sustento fuera de sus hogares. En varios municipios, ha sobrevivido alguna documentación sobre estas trabajadoras a jornal y actualmente hay personas que están estudiando estos documentos.

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¿De dónde vinieron? ¿De dónde vinieron esos miles de trabajadores de fincas que ahora eran “jornaleros”? Una parte de ellos eran hijos o nietos de gente que habían sido terratenientes, ¡hasta latifundistas!, pero por diferentes problemas habían perdido la tierra. Otros eran descendientes de personas pobres que nunca habían tenido tierra propia, aunque habían vivido en las fincas de algunas familias ricas. Otros eran hijos y nietos de esclavos que habían logrado pagar el precio de su libertad y habían quedado como agregados. Y otros, finalmente, eran parientes lejanos de gente que había llegado a Puerto Rico de otros países, legal o ilegalmente. La mayor parte era gente que no tenían recursos y habían estado viviendo del chiripeo o cimarroneando por los montes desde el siglo XVI en adelante. Pero esa es otra historia. Se nota en los documentos cómo algunos de estos jornaleros que descendían de gentes que antes habían sido propietarios, eran muy quisquillosos con establecer este hecho como superioridad, aunque ahora fueran tan pobres como el más pobre.

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La Pérdida de la tierra Para mediados del siglo XIX, alguna de esta gente todavía estaba muy consciente de quiénes habían sido sus parientes. Por ejemplo, algunos jornaleros, aparecen registrados con el título de “Don” y si uno mira los documentos sobre sus familias, nota que se trata de gente que antes había sido rica o poderosa, y, como decían entonces, “habían venido a menos”. Hay otros jornaleros que querían sentirse superiores a los demás porque ellos eran descendientes de españoles y no de africanos. Por eso, cuando sus hijas se querían casar con alguien más oscuro de piel, se oponían al matrimonio. Y en fin, habían jornaleros que eran hijos o nietos de los hacendados, pero “fuera de matrimonio” (naturales decían antes) y usaban este parentesco con gente rica para sentirse aparte de los demás. Por eso el uso de Don o Doña en los documentos. Para entender esto hay que comprender que hace apenas un siglo la sociedad puertorriqueña estaba fuertemente dividida en clases y colores. En estas situaciones, a veces la gente se trata de ganar el respeto que la sociedad le niega en la realidad, aunque sea recordando que una vez fue de “buena familia” o “hijo de blanco”.

Los campesinos que nunca habían tenido tierras con título de propiedad se habían acostumbrado a usarla con bastante libertad desde los siglos anteriores (1600 y 1700). Había mucha tierra sin sembrar y poca población en ese entonces. También eran frecuentes los arreglos de “medianeo” o “agrego” con los que poseían la tierra. Pero según se fueron extendiendo los cultivos comerciales de café y la caña, el uso de la tierra se fue haciendo más difícil incluso para algunos que tenían título. Estos últimos lo fueron perdiendo también según avanzaba el siglo XIX. Este problema, que había afectado a muchos jornaleros de la libreta que se registraron para 1849-50, continuó angustiando a muchas otras familias en la segunda mitad del siglo XIX. Si entendemos cómo esto pasó, veremos cómo siguieron aumentando los números de trabajadores jornaleros en las fincas grandes y medianas. Vamos a tomar como ejemplo dos barrios del municipio de Utuado, Guaonico y Roncador. Al comenzar ese siglo, en el 1833, 22 familias criollas poseían toda la tierra titulada en ambos barrios. Toda esa tierra sumaba a 2,370 cuerdas. Pero entre 1849-50, 22 miembros de esas familias tienen que registrarse como jornaleros porque no tienen tierra propia. Ya para 1900 sólo 134 cuerdas, o sea, el 2.8% de la superficie o menos de 3 de cada 100 cuerdas en Guaonico y Roncador, pertenecía a los descendientes de aquellas familias que en el 1833 eran los dueños. En esos dos tercios de siglo, casi toda la tierra se le había escapado de las manos a esas 22 familias ¿Por qué? ¿Cómo perdieron la tierra?

En la historia de estas 22 familias vemos que se juntan varios elementos: 1) Casi todos los miembros adultos de estas familias eran analfabetos. Por lo tanto, no entendían bien las cuentas y escrituras. Con las compras de tierras y arrendamientos se multiplicó el uso de toda esta papelería y los engaños en las transacciones. 2) Muchos de ellos se endeudaban por herramientas, comida y ropa cuando querían desarrollar siembras de café en sus terrenos. 3) Las familias eran sumamente grandes. Las 22 familias tuvieron entre ellas 186 hijos, un promedio de más de 8 por familia. Esto quiere decir que ya en la segunda generación las fincas que le tocarían a cada persona en herencia resultaban ser pequeñas; para la tercera serían parcelas más reducidas aún. Esto hizo más fácil que, al endeudarse, tuvieran que pagar con sus ya muy pequeñas fincas. Lo interesante en todo esto ha sido el comprobar cómo en Guaonico y Roncador las fincas de las familias pobladoras originales no se convirtieron en unas cuantas grandes haciendas; sino que, después de dividirse en pequeñas fincas, fueron compradas por otras familias campesinas y pobres deseosas de ser agricultores. Así, en cada generación llegaba gente nueva con ahorros a Guaonico y Roncador y compraban estas pequeñas y medianas fincas para desarrollar los cultivos de café. Aquellos que luego perdían su tierra o heredaban pedacitos demasiados pequeños para sostener sus familias, se convertirían en trabajadores de las fincas mayores. Así, aunque muchos trabajadores iban y venían y aunque muchos murieron jóvenes por las malas condiciones de trabajo y de vida, siempre aparecían sustitutos. Revista de la Asociación de Maestros de Puerto Rico

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La falta de mano de obra Pero aunque siempre hubiera gente nueva que añadiera a los jornaleros existentes, el hecho es que en la segunda mitad del siglo XIX siempre hacía falta gente para trabajar ¿Cómo podemos entender eso?

Uno de los problemas fue que la gente vivía desperdigada por los montes y llanos. Muchas veces vivían lejísimos de las fincas de café o caña que estaban desarrollándose. Recordemos cómo a los Cortés les ordenaron mudarse cerca del pueblo. Esa medida tenía como objetivo poner al alcance de la mano de los hacendados las masas trabajadoras.

Pequeño propietario y un grupo de peones. Finales de siglo.

Hubo mucho pequeño propietario, sobre todo en la zona cafetalera. La mano de obra en estas pequeñas fincas era la familia, pero en ocasiones se empleaba algún peón para ayudar con el trabajo. El sueño de casi todos los trabajadores sin tierra era llegar a poseer unas cuerditas. Lograrlo era muy difícil. Hubo, sin embargo, muchos que arrendaron unas cuantas cuerdas con el objetivo de zafarse de la libreta, tal y como hizo Ángel Cortés precisamente en los años (1849 en adelante) en que empeoraron las cosas para todos esos hombres y mujeres campesinos. Estar desposeído de la tierra equivalía a estar en el escalón más bajo de la organización social.

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No fue hasta después de los años 50 que realmente se transformó significativamente la organización urbana y rural de la vivienda y comunidad en Puerto Rico. Aún para esos años se podía apreciar algo de lo que habíamos sido. Habían familias campesinas que todavía vivían desperdigadas por los montes y llanos, aisladas unas de las otras. Este tipo de distribución de la vivienda fue uno de los factores que no facilitó que los campesinos crearan un sentimiento de solidaridad, sobre todo en el siglo XIX. Ya a principios del siglo XX, las emigraciones masivas de campesinos a los pueblos o zonas cañeras o tabaqueras en busca de trabajo fomentó el desarrollo de las grandes barriadas en los pueblos y ciudades. Estas comunidades facilitaron el crecimiento de esas bases solidarias. Pero en el siglo XIX, en las zonas cafetaleras prevalecía la vivienda aislada del campesino.

Bohíos desperdigados por los montes (Siglo XX).

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Las condiciones de Trabajo En algunos municipios como Yauco, las siembras de café se habían desarrollado desde bastante temprano en el siglo XIX, y en otros, como Utuado, Lares y Ciales, después de 1850. En aquellas zonas donde se estaba empezando a cultivar café se comenzaba por limpiar el terreno de matorrales y bejucos. Esto muchas veces se hacía pegándole fuego a la maleza, a menos que no hubiera árboles de madera valiosa. Otras veces se cortaban los árboles valiosos, como la caoba, el ausubo y el tabonuco, porque con la venta de la madera los terratenientes también sacaban dinero para financiar sus siembras de café.

Familia campesina puertorriqueña. 1924.

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La tala y limpieza inicial del terreno conllevaba un trabajo duro. A veces en los libros de entierro de la época hemos encontrado las partidas de defunción de trabajadores que murieron en accidentes relacionados a la tala de árboles. Otras veces los accidentes inutilizaban al jornalero. La siembra de los cafetales requería gran paciencia. A veces se empezaba sembrando guineos para que protegieran al café en lo que crecían las ‘guabas’, como se llaman los árboles que dan sombra a los arbustos de café. Había que tener cuidado con los nuevos arbustos para que no se enfermaran o para que las ortigas y otras malezas no arroparan las pequeñas arboledas de café.

Como los cafetos tardaban cinco años en llegar a su primera cosecha, algunos terratenientes le arrendaban terreno a personas que no tenían tierra propia, con la condición de que sembraran café en una porción de esas cuerdas. De esta manera, sin tener que hacer gastos, los terratenientes se aprovechaban del trabajo gratuito de las familias campesinas hasta que los cafetos estuviesen a punto de dar su primera cosecha. Cuando esto sucedía, el hacendado recuperaba de nuevo su terreno, ahora sembrado. A cambio, las familias campesinas arrendatarias habían usado parte de la tierra en esos años. Hoy día se celebran festivales del café y se publican muchas narraciones llenas de añoranzas describiendo lo bonito que era trabajar en la cosecha, lo feliz de la celebración

del acabe, pero la realidad en la segunda mitad del siglo XIX era mucho más dura. Aún después de abolidas las leyes de la libreta en el 1873, las condiciones de trabajo continuaron siendo igualmente duras y tristes para todo ese inmenso grupo de hombres y mujeres sin tierra que se tuvieron que quedar trabajando en los mismos lugares y en la misma situación. La época de trabajo más intensa en una finca de café era la cosecha. En las haciendas de café se empezaba muy temprana por la mañana. Hombres, mujeres y niños (desde los tres años comenzaban), descalzos y con sólo un buche de café para calentar el estómago, se internaban en los húmedos cafetales llevando alrededor del cuello canastas hechas de bejuco y, en la mano, un garabato para inclinar los arbustos de café.

En las grandes haciendas de café, la época de la cosecha era la de más trabajo. Comenzaba usualmente para octubre y terminaba entrado enero. Muchos pequeños propietarios le vendían al hacendado su propia producción, sin procesar. A este café se le llamaba “uva’ y se pagaba menos por él. Éste, a su vez, tramitaba toda la producción con la casa comercial del pueblo. La realidad para muchos grandes hacendados fue la deuda perenne con el comerciante en el pueblo. Este era el que le proveía dinero para comprar herramientas, alimentos y otros bienes. A cambio, el hacendado le pagaba con la producción de ese año. Si la cosecha era buena y los precios estaban altos, las ganancias se distribuían abonando la mitad a la deuda con el comerciante y el resto en dinero.

Gran hacienda cafetalera. Finales de siglo.

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Los trabajadores (niños y adultos) laboraban jornadas de diez y doce horas diarias. Al terminar a veces tenían menos de un peso de jornal. En Jayuya, por ejemplo, para el 1917 se pagaba 14 centavos el almud. Esta es la medida que se usa en la recolección. El promedio de “almudes” por trabajador era de seis. El niño campesino fue integrado, cada vez más, al trabajo en los cafetales. En el 1830, por ejemplo, en Utuado se le llamaba “labrador” a niños de sólo diez años, pero ya para el 1860 los niños de seis años están catalogados así. A fines del siglo XIX los niños comenzaban a trabajar desde los tres y cuatro años.

Hacendado cafetalero y los empobrecidos trabajadores, 1898.

La primera recogida era la del grano colorado. Había que tener cuidado de no romper las ramas del cafeto mientras se trataba de alcanzar los granos más altos, pues los capataces siempre estaban velando que no se le hiciera daño a los arbustos de café. También había que tener cuidado con las avispas, que salían flechadas a picarle a uno con sólo menear la rama donde había un nido. Para la época de la cosecha, los cafetos también tenían aballardes, que son como unas hormigas casi invisibles que hacen una roncha grande al picar. De las guabas a veces caían unos insectos llamados plumillas que dejaban un puntito colorado en el cuello, que era la parte más vulnerable a sus picadas. De ninguna manera se podía interrumpir el trabajo cuando alguno de estos insectos le picaba, había que seguir trabajando. Cuando uno llenaba la canasta se la llevaba al capataz. Éste medía el café recogido y examinaba a ver si había granos verdes u hojas mezclados. La tarea de recoger café se pagaba,

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como ahora, por almud cosechado. El almud es una medida correspondiente a una lata grande de galletas; de hecho, en muchas fincas del siglo XX el café se llegó a recoger en esas latas. Las personas recogían cinco o seis almudes por día. Esto quería decir que después de diez o doce horas de estirar los brazos, uno tenía menos de un peso como jornal. Para 1917, por ejemplo, se pagaba a 14 centavos el almud en las fincas de Utuado y Jayuya. En el siglo pasado fue común pagarle el jornal al trabajador en fichas o vales en vez de dinero. Éstas sólo se podían usar en la mal mentada tienda de raya, usualmente propiedad del mismo hacendado. Para el trabajador y su familia esto significaba no poder salir de esa hacienda, tener que quedarse para pagarle la deuda al dueño con el trabajo en los cultivos comerciales. Así uno quedaba, como llamaban, “amarrado” a esa finca y a ese hacendado. Aún así, se ganaba mucho más durante la cosecha que en el resto del año, cuando la paga por talar la finca o aviar guineos (cosechar y

Fue común que muchos hacendados fueran dueños de la única tienda que había en sus tierras. Allí iban los mismos trabajadores a comprarle comida, gas, jabón, ropas, etc., que necesitaban. El pago en fichas o vales que les proveía el hacendado como jornal, sólo era redimible en la famosa “tienda de raya”, como le decían. Esta fue una de las maneras a través de las cuales quedaba “amarrado” el trabajador a la hacienda y al dueño. Pero al comprar en la tienda del hacendado, con todo y fichas, fue asunto difícil. Para el 1860, por ejemplo, en Lares, los precios del arroz (10¢ lb.), azúcar (7¢ lb.) y manteca de estados Unidos (24¢ lb.) estaban muy por encima de los 1 ó 2 reales (o su equivalente en fichas) que ganaba el jornalero. Tenía que recurrir a comer viandas, a veces antes de que éstas maduraran, y algunas habichuelas o café puya. Pocas veces veían la carne, huevos o leche. En esos años (1860) hubo un aumento en los robos de alimentos, que se atribuye al hambre cada vez más feroz y extendida.

cargar guineos) podía ser de 25 centavos al día. En la época de cosecha se trabajaba con más intensidad para evitar que la lluvia no fuera a tumbar el café maduro. Cuando se había recogido todo el grano colorado en una finca, se daba entonces la segunda vuelta o “el raspe”, para recoger el que quedaba verde o pinto. Este sería café de segunda, pues se despulpaba con menos facilidad. Sólo algunos trabajadores, con mayor experiencia o de confianza, se empleaban en el lavado del café, en las máquinas para despulparlo y en la pilación.

Tienda de Raya, Río Grande, 1895.

Para fines del siglo XIX, en la mayoría de las fincas, la pilación todavía se hacía a mano. Usualmente un hombre fornido hacía el trabajo en un pilón hecho del tronco hueco de un palo de mangó. En estas tareas usualmente se pagaban mejores jornales. Hubo muchos campesinos dueños de pequeñas y medianas fincas que vendían su café sin procesar a los grandes hacendados o a los comerciantes. A ese café se le llamaba “uva” y se pagaba menos que el descascarado, al que se le llamaba “pergamino”. Usualmente el café se mandaba en mulas a los torrefactores

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Dentro de este mundo de explotación del trabajo había una variedad de tareas necesarias, tales como “aviar guineos” que eran pagadas a razón de 25¢ por día.

Secando el grano de café en la plaza de Lares, alquilada para estos efectos, seis días a la semana.

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Grupo de campesinos y sus cargas de guineos y carbón vegetal, 1898.

Enorme “glacis” de una hacienda grande de café.

Pilando café a mano. Finales del siglo XIX.

El grueso del trabajo en el café se hacía a mano. Incluso la pilación, que se hacía lentamente en grandes pilones hechos del tronco hueco del mangó. Hubo pocas máquinas para realizar los distintos procesos. Por ejemplo, fue una excepción la máquina de pulir y brillar el café que inventó un corso, llamado Agostini en Yauco. En general, todo se hacía a mano y esto explica la necesidad apremiante de tener muchos trabajadores disponibles para lograr estos grandes cultivos comerciales.

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y los arrieros encargados de los “trenes de mulas” también recibían mejor paga que otros trabajadores. En estas pequeñas fincas, el trabajo lo hacían los miembros de la misma familia; en ocasiones, arrendaban a algún peón. Como las haciendas de café podían emplear mucha mano de obra sólo en la cosecha entre octubre y enero, había trabajadores que se iban a la costa en enero a trabajar en la zafra de caña. A partir del 1900, los jornaleros que se pagaban para tiempos de la zafra vinieron a ser mucho mejores que los de las fincas de café y muchas familias se mudaron a la costa para estar cerca del trabajo en los cañaverales. Pero antes, para la segunda mitad del siglo XIX, más o menos entre 1850 al 1890, el ir y venir de trabajadores entre costa y montaña era constante. A éstos se les recuerda con el nombre de “correcostas”. A la larga, el desarrollo de grandes fincas, cuya actividad principal era el cultivo comercial del café, perjudicó grandemente al campesinado jornalero.

El antiguo sistema del “agrego”, que había prevalecido entre 1750-1849 más o menos y que se caracterizaba por “partir a medias” crianzas y cosechas, se fue transformando en uno más estricto. Desde entonces (1849), el trabajador agregado (también llamado “arrimado”) podría usar sólo un pequeño predio alrededor de su vivienda. El gran propietario no le permitía tener una vaca, ni sembrar café ni ningún fruto de valor comercial importante, sino sólo siembras de subsistencia. Por lo tanto, dependía cada vez más del jornal en la hacienda para poder obtener alimentos o cosas necesarias para el diario vivir, en la tienda del mismo hacendado y ocasionalmente algún dinero para comprar algo en el pueblo. Pero como lo que gastaba en comida y otras necesidades siempre costaba más de lo que podía pagar con su sueldo miserable, quedaba endeudado en la tienda de la hacienda, la llamada “tienda de raya”. Sólo en el tiempo de la cosecha podía soñar con que iba a salir de sus deudas y esto porque a sus ingresos se sumaban los pagos por los almudes que recogían su mujer y sus hijos.

La pobreza cada vez mayor fue una de las causas por la que los jornaleros no pudieron alimentarse bien. Rara vez comían carne o tomaban leche. Lo esencial de la alimentación fueron los plátanos, guineos, malangas, ñames y otras verduras, y el arroz y las habichuelas que adquirían de la tienda de la propiedad del hacendado a cambio de su trabajo. Por eso buscaban con tanto afán las buruquenas, guábaras y los camarones en la quebrada. Así

trataban de suplementar la dieta cotidiana, y por eso mismo en muchas quebradas llegaron a escasear o a acabarse éstos. La pobreza de la dieta se combinó con las malas condiciones de trabajo, precipitando así que la vida se empeorara. A la vez, la ignorancia sobre higiene y el poco espacio en los bohíos para convivir tanta gente llevaron a la propagación de enfermedades. A la par con el desarrollo de los cafetales, se difundió la anemia; La casa comercial más antigua de café en Puerto Rico. Maricao, 1898. Era en los pueblos donde estaban instaladas las grandes casas de comerciantes. Estos eran parte de la clase dominante. De hecho, tenían en situación de dependencia a muchos supuestos grandes hacendados a través de los préstamos que les hacían a éstos y de ser los intermediarios en la venta del café en el mercado mundial. Así su poder fue creciendo y fortaleciéndose.

El desarrollo de los cultivos comerciales del café perjudicó grandemente al campesinado sin tierra. La pobreza aumentó y con ella el debilitamiento físico de todos estos sectores trabajadores, causados por la mala alimentación, falta de higiene, hacinamiento en los bohíos, propagación de enfermedades junto a las durísimas condiciones de trabajo. En términos de la familia, no era raro que el hijo mayor tuviera que quedarse en casa cuidando a los menores mientras el padre y la madre trabajaban en el recogido del café u otras tareas. Además de cuidar sus hermanitos, éste aprendía desde temprano a recoger leña, cocinar, cuidar la tala detrás del bohío, buscar agua, comprar, barrer el batey y cuidar los animales si había. Arrieros de camino al pueblo.

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Los grandes sacos de café se transportaban hasta los torrefactores. Este era un trabajo especializado y conllevaba una paga un poco mejor para el “arriero”. Los caminos en aquella época eran muy malos. Los viajes al pueblo a veces tomaban 2 y 3 días.

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Joven cuidando a sus sobrinos. Barrio Arrozal de Arecibo.

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la bilharzia se propagó en la mayor parte de las quebradas cercanas a viviendas o pastos de ganado; la malaria y la fiebre amarilla en los canales de riego de las haciendas de caña; la tuberculosis se pasó de hermano a hermano en los bohíos de los trabajadores. La falta de letrinas adecuadas propició la gastroenteritis y la suciedad, el tétano infantil.

No será hasta finales del siglo XIX que uno verá cómo hubo hacendados que proveyeron casitas o ranchones techados de zinc a sus agregados. Esta práctica mejoró en algo las condiciones de vivienda, pues el zinc defendía mejor contra la humedad y contra las sabandijas que las yaguas o la paja. Pero esto significó que los trabajadores ni siquiera poseían el lugar donde dormían y estaban expuestos a ser botados en cualquier momento, sin poderse llevar siquiera las maderas y las yaguas de sus bohíos.

Y para cambiar, ¿qué hicieron?

Casas en zinc, facilitadas por un hacendado cafetalero a sus trabajadores. Lares. No será hasta finales del siglo XIX que algunos hacendados provean a sus trabajadores de unas viviendas techadas en zinc. Pero esto significaba que las familias de estos trabajadores no poseían ni el rancho en que vivían, exponiéndose así a ser botados en cualquier momento y a no poder cargar ni con los palos de sus casas.

El proceso económico que había hecho del jornalero de la libreta un agregado de las fincas, especialmente las cafetaleras, lo habían llevado a morir más joven que sus antepasados. Las duras condiciones de vida y trabajo ensombrecieron más las ya impresionantes estadísticas de muerte durante el siglo XIX.

Casa de jornalero. Guaynabo. 1898.

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Aunque buena parte de la población puertorriqueña fue en algún momento jornalera o familia de éstos, los trabajadores de la montaña rara vez se unieron para juntos exigir –como diríamos hoy– sus derechos a una vida mejor y cambiar sus condiciones de trabajo. El vivir aislado uno del otro, la ignorancia, la dependencia que tenían los hacendados, el debilitamiento físico a que

“Entierro de pobre”, 1898.

estuvieron expuestos por el hambre y el exceso de trabajo, el tener más presente aquello que los desunía en vez de afirmar lo que los unía fueron algunos de los varios factores sociales, económicos y culturales que hacían de esta clase una no uniforme. Todos estos elementos no ayudaban a que la gente actuara en conjunto; de hecho, fomentaban todo lo contrario.

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Es posible que muchos de ellos pensaron que lo que les pasaba era cuestión de la mala suerte pasajera. Salir de pobre era un sueño común para muchos. Esto creían lograrlo si conseguían hacerse dueños de algún terrenito. Es probable que otros esperaban que sus parientes más pudientes o sus antiguos patronos los ayudaran. Algunos de los que hacían tareas especializadas lograban, al menos, hacer arreglos más a su favor y llegar a vivir al arrimo de fincas grandes e importantes. Con el tiempo algunos se convertían en arrendatarios. Los que esto lograban eran, sin embargo, una minoría. Para el resto no había salidas, a pesar de que trabajaban de sol a sol. En términos generales, la realidad fue sumamente dura para esta porción de la población puertorriqueña que constituía la mayoría. Los pocos estudios que hasta el momento se han hecho parecen indicar que a través de todo Puerto Rico las condiciones de vida empeoraron en la segunda mitad del siglo XIX. El proceso económico que había hecho del jornalero de la libreta un agregado de las fincas, especialmente de las cafetaleras, lo había llevado también a morir más joven que sus antepasados. Por otro lado, la presión que puso el gobierno sobre el campesinado, en su afán de conseguirle mano de obra a los hacendados, fue creciendo. Hubo leyes que restringían hasta la libertad de movimiento. Para ir de un pueblo a otro había que tener una cédula y conseguir un “pase”. Además, el gobierno colonial, buscando dinero para pagar sus gastos, fue añadiendo más y más impuestos a casi todas las actividades de la vida. Por ejemplo, el gobierno sólo permitía fiestas y bailes si se había comprado una licencia. Hasta para cantar un aguinaldo en la época navideña se necesitaba un permiso del municipio. Los trabajadores, sin embrago, desobedecieron con frecuencia las muchas reglas y ordenanzas que el gobierno trataba de imponerles. En

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algunos años particularmente duros, algunos grupos de trabajadores, junto con pequeños propietarios, le prendieron fuego a tiendas y almacenes de haciendas. En los campos, en la década de los 18890, hubo mucha tensión y conflicto, por todos estos abusos sobre los cuales se iba cobrando mayor conciencia. También varios escritores de fines del siglo XIX y principios del XX, como Salvador Brau, Manuel Zeno Gandía y Nemesio canales, en vez de glorificar la figura del jíbaro cantando en los cafetales como harían otros después, describieron en tonos sombríos la realidad del mundo de los jornaleros. Por ejemplo, Nemesio Canales: “No, vive Dios!, yo no me siento con fuerza para trazar de un modo romántico y acaramelado la trágica silueta del jíbaro…Si hay algo en nuestra tierra que revele en nosotros, la clase directora, un estado de depravación moral rayano en la criminalidad, o un estado de indiferencia y apatía rayano en la imbecilidad, ese algo es nuestro jíbaro, ese ser macilento y escuálido y horrible que puebla nuestros campos… Por todas partes hombres lívidos, escuálidos, borrosos, espectrales, os saldrán al paso y en voz apagada y sonambúlica os contestarán. Por todas partes niños de vientre inflado, sin color ni alegría, os darán la horrenda sensación de una infancia deforme, de una infancia decrépita, en cuya tierna carne se ceban implacables la anemia, el paludismo, la tuberculosis… En tanto nosotros, pasa que te pasa, por frente al bohío, pasa que te pasa en el diario trajín, sin que nada nos grite desde lo recóndito de nuestra conciencia que aquel horror humano es obra nuestra, cosa nuestra, maldad o insensibilidad o imbecilidad nuestra que nos permite ir y venir en paz sin que sintamos el lazo de solidaridad que nos hace prolongación y culminación de aquel pudridero de hombres y niños.” Nemesio Canales

Las aspiraciones de los trabajadores Es difícil conocer hoy cuáles fueron las verdaderas aspiraciones de los jornaleros del siglo pasado, pues éstos no sabían escribir, ni los periódicos de la época ordinariamente le prestaban mucha atención a lo que pensaban y decían. Pero de tiempo en tiempo, y especialmente en otro tipo de documento, como los “expedientes judiciales” de la época, podemos encontrar en algunos retazos voces de lo que querían algunos trabajadores.

El bohío constituyó la vivienda del campesino puertorriqueño desde tiempos muy lejanos. Aún a mediados de nuestro siglo, fue común encontrarlo tanto en el campo como en la barriada pobre a las orillas de las plantaciones o en las zonas urbanas. Para el alto promedio de hijos de la familia puertorriqueña de los sectores trabajadores, el bohío resultaba totalmente inadecuado. A finales de siglo, según descripción de un bohío típico, éstos eran de 5 varas de frente por 5 de fondo. La cocina estaba fuera. Podía encontrarse una mesa con uno o dos bancos, hamacas o camas de tablas de palma. En un solo espacio que servía como sala y habitación, convivían a veces familias de 8 y 10 hijos.

Bohío en el campo.

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Pequeña finca. Siglo XX.

Un pedacito de tierra ha sido el sueño perenne de los puertorriqueños. Ha existido la ilusión de resolver así todos los problemas básicos como el de construir y tener una casa propia, el de cultivar y criar animales para alimentar la familia, la seguridad de no ser desalojado, etc. En el área de Utuado, la pequeña propiedad prevaleció durante todo el siglo XIX. Aunque siempre había familias forzadas a vender o entregar sus fincas pequeñas, otras venían a comprarlas o arrendarlas deseosos de realizar este sueño. Algunos trataban de casarse con las hijas de estos pequeños propietarios, situación que era fuertemente rechazada por los pobres dueños de fincas menores. Hubo quien obtenía la finca mudándose a pedazos de tierras realengas, que luego el gobierno daba en propiedad. Reunir dinero o tener crédito para comprar tierras era algo sumamente difícil e improbable en el siglo XIX. Según avanza el siglo, el dueño de la tierra propia se hizo cada vez más y más difícil de realizar.

Aunque en el siglo XIX se valorizaba la educación, realmente ésta fue limitada o inexistente para los niños de origen campesino. Para el 1887 menos de 20% de la población estaba alfabetizada. Este por ciento refleja a su vez la poca asistencia a la escuela que hubo entre los niños de los pueblos, quienes podían gozar un poco más de las escasas escuelas en el país. El niño de familia jornalera o pequeña propietaria fue absorbido por la demanda creciente de trabajo en la hacienda cafetalera. La educación escolar no estuvo a su alcance. Este fue un siglo asesino de la infancia, debilitador de las inteligencias campesinas, atrofiador de sensibilidades. En general, el niño-jornalero entra temprano a la vida adulta y en forma tan desventajosa que no le será fácil adquirir destrezas básicas ni especializadas, de modo que probablemente no podrá salir de su situación. Si de educación se habla, podría decirse que ésta fue para hacer de él o de ella, una persona cada vez más dependiente.

Un pedacito de tierra Una cosa común era el deseo de tener un pedacito de tierra propia. En toda la cordillera central, pero en proporciones variables, de pueblo en pueblo, había millares de campesinos con finquitas propias. Los jornaleros podían llegar a ser pequeños propietarios si economizaban lo suficiente o tenían el suficiente crédito para poder comprar unas cuerdas de terreno. Otra manera era casándose con la hija de un pequeño propietario. Y, en fin, otra era buscar pedazos de terrenos que no tuvieran dueño y lograr luego que el gobierno concediera el título de propiedad. Conocemos ejemplos de jornaleros de libreta que utilizaron algunas de esas formas para convertirse en pequeños propietarios, pero no fueron muchos. Era muy difícil ahorrar cuando las oportunidades de trabajo bien remunerado eran tan escasas y los costos de vida tan altos en comparación con lo que ganaban entonces. La mayoría de los campesinos con tierras no 34

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veían con buenos ojos que sus hijas se casasen con gentes que no tenían tierra propia. Y según avanzó la segunda mitad del siglo XIX las oportunidades de conseguir un “terreno realengo’ del gobierno fueron escaseando. De hecho, familias que llevaban mucho tiempo viviendo en algunas montañas, pero que no tenían título, se encontraron que algunos grandes propietarios habían conseguido que el gobierno les cediese el terreno. Así de pronto se volvieron arrimados estas familias “poseedoras”.

Educarse para mejorar Otra aspiración de algunos de los trabajadores que podemos ver en los documentos de la época era que sus hijos mejorasen su situación. Lograrlo no era nada de fácil. Por ejemplo, si se dependía de la educación, para esa época había muy pocas escuelas para el número de niños en Puerto Rico; en muchos barrios rurales no había ninguna cerca. Así es que muy pocos hijos de trabajadores aprendían a leer y escribir, y sin esta educación básica se hacía muy difícil abrirse camino. Otra manera fue dándole a los hijos padrinos que pudieran luego ayudarlos, como era el hacendado. En esa época los compadres se ayudaban y muchas veces el padrino se hacía cargo de un ahijado huérfano. Pero como los hacendados tenían tantos ahijados, y como ricos y pobres compartían cada vez menos, el tener un padrino poderoso no siempre ayudaba a la crianza de la criatura. Algunos ahijados vinieron al servicio de la casa grande y luego llegaron a ser caporales y mayordomos, pero los casos fueron pocos.

Escuela pública de zona urbana. Hacienda en Ponce.

Buscarle un padrino rico a un hijo fue un medio que tuvieron estas familias para tratar de darle un mejor futuro a la cría. Sin embargo, los hacendados solían aceptar muchos ahijados que no siempre ayudaban tanto como los niños necesitaban. Algunos, los menos, se convirtieron en mayordomos o asumieron trabajos importantes en la finca o casa del hacendado-padrino. Esto fue el lugar más alto que pudieron alcanzar en esta situación de enorme dependencia de las llamadas “buenas familias”. Las familias de los sectores hacendados monopolizaban el concepto de la cultura, la cual entendían según sus valores de clase: europeización, escolarización, el conocimiento de las artes del piano, libros, oratoria, etc. No existía un aprecio por la cultura desarrollada por los siglos por estos pobladores criollos que eran ahora sus peones o arrimaos.

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Respeto… una palabra grande

Jíbaro. (Cuadro de Miguel Pou)

La pelea de gallos.

El cuatro, la muda de ropa, el caballo … 36

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Otra aspiración de los jornaleros que se refleja en los documentos judiciales de la época era tener una buena reputación en el barrio. Como muchos ni siquiera poseían la casa en que vivían, tendían a identificarse con las pocas cosas a su alcance: un gallo de pelea, el cuatro, el santo de su devoción, la muda de ropa para ir al pueblo, el caballo…

Pero todavía más importante que todo esto era el respeto que le tuvieran a uno. Para hacerse respetar había gente que peleaba a menudo y por cosas que nos parecerían poco importantes, pero que en aquella época significaban el mayor o menor respeto que tenía una persona en la comunidad. Por eso algunos trabajadores, que soportaban malísimas condiciones de trabajo y bajos jornales, a veces abandonaban el trabajo en las fincas porque el mayordomo o alguna otra persona les había “faltado el respeto”. Sabían que llevaban las de perder si se enfrentaban con alguien de arriba, y preferían irse, antes que afrontar la posibilidad de que se les volviese a herir su dignidad. Pero si de la falta de respeto se pasaba al abuso de confianza, había personas que no aguantaban más, cogían el machete y se enfrentaban al mayordomo o al hacendado mismo, aunque tuviesen que ir a la cárcel. Las mujeres e hijas de los jornaleros también buscaban ser respetadas. En aquella época esto a veces era difícil, pues se cometían muchos atropellos. Las mujeres también querían ser respetadas, asunto bien difícil de lograr en una sociedad donde ser mujer era poco valorado. Trabajando en la casa, en la tala familiar y en los cultivos comerciales, la mujer campesina fue super explotada. Recibió el impacto de una sociedad machista, además de sufrir todas las consecuencias de los prejuicios de clase y raza existentes en el Puerto Rico del siglo XIX.

Mujer campesina moliendo maíz. Finales de siglo.

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Las duras realidades Sólo en la cosecha de café estaba la mujer en igualdad de condiciones que el hombre, pues ahí era la cantidad que ella recogiese lo que se pagaba. Por eso, de todos los trabajos que hacían estas mujeres, la recogida de café es la mejor recordada por ellas… Escogedoras del grano de café, Yauco, 1898.

Las mujeres tendían a ir juntas a lavar ropa o bañarse a la quebrada, para evitar ser víctimas de ataques. Iban poco a la tienda, generalmente era el hombre quien hacía la compra semanal y quien bajaba al pueblo. Los velorios, los rosarios de cruz, las bodas y los bautismos eran las ocasiones más frecuentes en que las mujeres podían salir de la dura rutina del trabajo en las talas de arroz y de tabaco, el especotado de maíz y el desgrano de habichuelas, la recogida del café, además de todo lo de la casa y crianza de hijos. La mujer de campo tenía entonces menos oportunidad que la que vivía en el pueblo para ganar su propio dinero. Recordemos que aunque trabajaba más que un hombre, cuando la esposa recogía café, era el hombre quien recibía el importe del trabajo, o si era viuda,

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el hijo con quien vivía era quien cobraba. A veces la mujer tenía que hacer servicios en la casa grande que no se pagaban con dinero. Recibía a cambio alguna comida o ropa. Por estas razones, podemos pensar que la mujer cayó en mayor dependencia que el varón en las haciendas de café. La mujer tenía menos posibilidades de irse cuando no le agradaba el trato que se le diese y su trabajo era peor pagado que el del hombre. Sólo en la cosecha de café estaba en igualdad de condiciones que el hombre, pues ahí era la cantidad que una recogiese lo que se pagaba. Por eso, de todas las tareas que las trabajadoras de la montaña llevaban a cabo, la recogida del café es mejor recordada por ellas.

Con todo lo que se ha dicho, el lector se habrá ido dando cuenta que la vida de los trabajadores de fincas de café era durísima. La gente no podía progresar. Trabajaba duro, se alimentaba mal, se enfermaba con frecuencia, tenía poco acceso a medicinas, y moría joven. Se vivía endeudado y con miedo que lo botasen a uno de la finca por cualquier disgusto. No había muchas oportunidades de reclamar contra los abusos, pues los trabajadores no estaban organizados para defender sus derechos y el gobierno no estaba atento a sus problemas. Este ambiente, de enormes frustraciones y problemas que no se resolvían, se reflejaba en los ratos de diversión pues no era extraño que en ocasiones se formasen peleas y desgracias. ¿Cómo podían soportar los trabajadores del campo toda esta vida tan dura y triste? Algunos no podían más y, según relatan documentos de la época, se suicidaban. Muchos otros eran víctimas del alcoholismo, o se tornaban en jugadores compulsivos. La violencia era una constante en el mundo de los jornaleros y frecuentemente se tornaba contra los propios compañeros de trabajo y vecinos. Todos estos problemas se reflejaban en la vida social de muchas maneras. Por ejemplo, en la década de los 1890, el número de niños nacidos fuera de la unión matrimonial llegó a rebasar más de la mitad de los nacidos. Para estos niños había pocas protecciones legales y las cantidades de menores y de viejos abandonados aumentaron.

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En el siglo XIX, por tanto, lejos de ser una época dorada y feliz del trabajador puertorriqueño, fue un siglo de decepciones y amarguras en el que se hicieron más sombrías las estadísticas de muerte y las condiciones de trabajo y de vida fueron empeorándose según corrió el siglo. Aquellos que hacían el trabajo físico más duro, eran los peores alimentados, alojados y peor atendidos médicamente de toda la sociedad puertorriqueña. Y sin embargo, ellos, que morían jóvenes, hicieron posible el enriquecimiento de otros, tanto dentro como fuera de la isla.

Es por este enorme grupo de trabajadores super explotados que se hizo posible todo lo demás: los brillantes salones donde se bailaba la danza, los viajes de estudio a España y Estados Unidos, las casas ornamentadas con frisos y columnas, todo lo que hoy día se rememora como los grandes logros de la cultura puertorriqueña. Fueron las ganancias que se les sacaron al trabajo de los jornaleros, agregados, peones y arrimados, lo que hizo brillante nuestro siglo XIX. Pero para todos estos trabajadores el siglo fue un trago amargo.

Notas sobre las fuentes originales de este trabajo Ha quedado mucha documentación del siglo recogida hoy en el Archivo General de Puerto Rico. De especial utilidad para la preparación de este ensayo, y para el trabajo de otros investigadores son: 1. En los archivos municipales depositados en el Archivo General: los registros de jornaleros, las Actas de las Juntas de Vagos y Amancebados, los Cuadernos de Juicios Verbales y de Juicios de Conciliación, los padrones de terrenos, los expedientes de subsidios y de Gastos Públicos, los espedientes de Variaciones de Entradas y Salidas, y las estadísticas de producción. 2. En el Fondo de Obras Públicas, del mismo archivo, los expedientes de Descripciones Topográficas, de Caminos Vecinales, Carreteras y Asuntos Varios.

3. El Fondo de Protocolos Notariales. 4. Los fondos de los Tribunales de Distrito. 5. La colección Emiliano Pol, de fondo Colecciones Particulares del Archivo General. 6. El Fondo de Gobernador Español de Puerto Rico, en sus series Censo y Riqueza, Presidio, Puntilla, Municipalidades. 7. El Fondo de Diputación Provincial. 8. El Fondo de Audiencia Territorial. 9. Los archivos parroquiales de la Iglesia Católica. 10. Las noticias de Multas en La Gaceta del Gobierno de Puerto Rico.

Algunas fechas importantes para recordar 1809

La imagen de ricos hacendados y comerciantes del café en el siglo XIX se ha relacionado con muchos elementos de la cultura puertorriqueña. Ciertamente la danza, las casas hermosas, los encajes de mundillo, la feliz familia de hacendados y peones son parte de esa visión de la cultura puertorriqueña desarrollada por este sector de la clase dominante. Puede decirse que otras culturas se desarrollaron a la par por los sectores de trabajadores agrícolas y artesanos urbanos, que incluso estaban caracterizadas por distintas y marcadas procedencias étnicas en el siglo pasado. Sin embargo, es necesario entender que muchos de los logros de esa cultura de los sectores dominantes fue posible gracias a las ganancias extraídas del trabajo de millares de familias campesinas. Al finalizar el siglo, el saldo social, económico y cultural para los millares de jíbaros fue totalmente adverso. No hubo siglo más destructor que el siglo XIX, para el grueso de nuestra población campesina.

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Algunos propietarios de San Juan quieren que el gobierno obligue a los “agregados” que no tienen tierra propia a trabajar para los hacendados. 1823-37 Bajo el gobierno de Miguel de la Torre progresan las haciendas de caña y de café y se imponen restricciones a los agregados. 1838 El gobernador López de Baños ordena el registro de los “sin tierra” y su envío a la Puntilla, si no acreditan estar colocados.

1849 1868 1873 1887 1899

El gobernador Pezuela ordena que todos los que no tienen tierra propia lleven la libreta de jornaleros. En el Grito de Lares se queman libretas de jornaleros. Abolición de la libreta. Año de compontes. Las partidas de “Sediciosas” queman haciendas y casas de comercio.

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Reseñas

Más lecturas sobre el tema La discusión de este tema entre nuestros historiadores contemporáneos le debe un estímulo al libro de Labor Gómez Acevedo, Organización y reglamentación del trabajo en Puerto Rico del siglo XIX. Desde 1960 para acá unos cuántos historiadores han examinado los problemas de los trabajadores agrícolas en el siglo XIX y primeras décadas del XX. He aquí una lista breve de sus trabajos publicados, relacionados a este tema: Baralt, Guillermo A. 1982. Esclavos rebeldes: Conspiraciones y sublevaciones de esclavos en Puerto Rico (1795-1873). San Juan, Puerto Rico: Ediciones Huracán. Bergard, Laird. 1983. Coffee and the Growth of Agrarian Capitalism in Nineteenth Century Puerto Rico. Princeton, New Jersey: Princeton University Press. Buitrago Ortiz, Carlos. 1982. Haciendas cafetaleras y clases terratenientes en el Puerto Rico decimonónico. San Juan, Puerto Rico: Editorial de la Universidad de Puerto Rico. Cruz Monclova, Lidio. (1952, 1956 y 1962) Historia de Puerto Rico (siglo XIX). Tomos I, II y III. San Juan, Puerto Rico: Editorial Universitaria. Curet, José. 1979. De la esclavitud a la abolición: Transiciones económicas en las haciendas cafetaleras de Ponce 1845-1873, Cuadernos CEREP, (7). San Juan, Puerto Rico: Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña.

Diaz Soler, Luis M. 1965. Historia de la esclavitud negra en Puerto Rico (2da ed.). San Juan, Puerto Rico: Editorial Universitaria. García, Gervasio L. y Quintero Rivera, Angel G. 1982. Desafío y solidaridad: Breve historia del movimiento obrero en Puerto Rico. San Juan, Puerto Rico: Ediciones Huracán. González, Lydia M. y Quintero Rivera, Angel G. 1984. La otra cara de la historia: La historia de Puerto Rico desde su cara obrera. San Juan, Puerto Rico: Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña. Mintz, Sidney. 1974. Worker in the Cane: A Puerto Rican Life History. New York, USA: W. W. Norton & Company. Ramos Mattei, Andrés. 1981. Azúcar y esclavitud: La hacienda azucarera. San Juan, Puerto Rico: Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña. Scarano, Francisco A. 1984. Sugar and Slavery in Puerto Rico: The Plantation Economy of Ponce, 1800-1850. Madison, Wisconsin: University of Wisconsin Press. Silvestrini, Blanca G. 1979. Los trabajadores puertorriqueños y el Partido Socialista (19321940). San Juan, Puerto Rico: Editorial Universitaria.

La preparación de Cafetal Adentro ha tenido el auspicio de la Asociación de Maestros de Puerto Rico y de la Fundación Nacional de las Humanidades y sus Programas Especiales, canalizado a través del Proyecto de Divulgación del Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP). El Proyecto de Divulgación Popular de CEREP tiene como objetivo poner al alcance de públicos amplios populares los resultados de las más recientes investigaciones realizadas en las áreas de historia, economía, análisis cultural, política, antropología y sociología relacionadas con nuestra realidad.

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Fernando Picó con nuevas aportaciones para su legado historiográfico Víctor Hernández Rivera ORCID: 0000-0001-8347-6626

Introducción En el año 2019 el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico, en homenaje póstumo al insigne historiador Fernando Picó, publica dos libros que recogen, por un lado, trabajos en progreso de un investigador incansable, y por otro, un conjunto de ensayos diversos que configuran una aproximación a la disciplina histórica, tanto desde la teoría y metodología como desde la propia práctica. Esto, claro está, en el interés de resaltar una misión pedagógica que tuvo siempre presente el educador Fernando Picó, y que consistió en contribuir de manera eficaz y productiva a la formación de una legión de nuevos historiadores en Puerto Rico. Investigadores, a los cuales siempre invitó, a que trabajaran una ciencia histórica

diferente, desde la cual abordaran nuevos temas y nuevas formas de hacer historia. Esa, es sin duda, además de su contribución a través de una producción historiográfica fecunda, uno de los grandes logros de Fernando Picó. Este gran educador, además, contribuyó de manera decisiva a la formación de maestros de Historia y de Estudios Sociales en Puerto Rico. Nunca mantuvo distancias entre el académico universitario y la escuela pública puertorriqueña. En una ocasión la revista El Sol, órgano de la Asociación de Maestros de Puerto Rico, lo invita a publicar en un número especial dedicado a un tema concreto de la historia agraria del país y no vaciló en responder con una contribución historiográfica que fue bien acogida por la clase magisterial puertorriqueña por lo pertinente de su contenido y sus planteamientos, y por la sencillez de su capacidad expositiva [Picó, Fernando 1986. Cafetal Adentro: Una historia de los trabajadores agrícolas en el Puerto Rico del siglo XIX. El Sol, Año XXX(1), 3-35].

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A continuación se incluye una breve reseña de cada uno de los dos libros de Fernando Picó publicados por el Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad de Puerto Rico en 2019, homenaje póstumo al que también se une la revista El Sol de la Asociación de Maestros de Puerto Rico. Picó, F. (2019). Realengos y residentes: los menores en San Juan, 1918 - 1940. San Juan: Centro de Investigaciones Históricas, Universidad de Puerto Rico (UPRRP). El texto, tras la experiencia vivida por el autor en su niñez, nace de las preguntas que quedaron grabadas en su mente tras observar a los niños de la calle en sus visitas a San Juan. Estamos ante una investigación histórica centrada concretamente en aquellos menores que vivieron al margen del desarrollo económico de la ciudad capital en las primeras décadas del siglo XX. El libro está dividido en ocho capítulos. El autor utiliza diversas fuentes para rastrear los problemas con los que lidiaban los menores de San Juan en un período histórico 44

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en el cual cerca de la mitad de la población en Puerto Rico tenía menos de 16 años. De ahí que en el primer capítulo, a manera introductoria, describa las fuentes de las que se vale en su investigación, como es el caso de los Libros de Novedades de la Policía de 1918 a 1940. El autor insiste en que el libro no pretende dar cabida en sus páginas a una propuesta teórica novedosa. No obstante, pretende “dar cuenta de los menores sanjuaneros en su cotidianidad y en sus instantes de crisis en el período entre las dos Guerras Mundiales”. En los subsiguientes capítulos se describen las vicisitudes de los menores trabajadores de San Juan, en su diversidad de ocupaciones. Así también, el acoso sexual del que son víctimas, tanto niñas como niños, los accidentes y la violencia del entorno. Tras las grandes crisis generadas por el huracán San Felipe y la Gran Depresión coge vuelo el abandono de menores. Así también, la súbita orfandad a partir de las muertes prematuras de los progenitores habrá de incrementar el problema de la niñez en el país. El autor resalta cómo el castigo violento del que son víctimas los menores contribuye a incrementar la población de fugados de los hogares que llegan a San Juan. Describe cómo el niño ambulante vino a aceptarse como parte de la vida de la ciudad. Los menores transgresores eran víctimas de códigos conductuales variables. Desde robar comida y tirar petardos hasta estar en la calle con ropa sucia y dormir al aire libre o en sitio público, eran razones comunes para la detención de menores en San Juan. El autor escudriña también el mundo violento de los menores en San Juan. Lanzar objetos y tirar piedras eran formas de desahogar frustraciones y respuestas a la exclusión social de la que eran víctimas. Las peleas a la salida de la escuela, en las plazas públicas y en los diversos escenarios callejeros, unido a la práctica de adultos de echar a pelear menores, constituyen también registros que aparecen en los Libros de Novedades de la Policía de San Juan, a los que el autor llama la

atención por la poca compasión que sienten los policías con los sujetos intervenidos a diferencia de los Libros de Novedades de otros pueblos. Culmina el texto con un conjunto de historias de vida de menores a los que se les pudo seguir el rastro y reconstruir su trayectoria en un entretejido de circunstancias personales que, de alguna manera, también retratan las realidades de la sociedad de las primeras cuatro décadas del siglo XX. Añade el autor una reflexión final en la que contrasta cómo los menores de hoy son tratados por una sociedad que ha superado muchos escollos y limitaciones que tuvieron los de otro momento histórico, en los cuales, el texto fijó su mirada. Con este libro Fernando Picó incursiona en una temática con extraordinarias posibilidades para la investigación en el ámbito de la historia de la niñez en Puerto Rico, terreno en el cual, como siempre lo hizo, traza nuevas rutas y caminos. Picó, F. (2019). Ensayos en torno a la Historia y otros temas. San Juan: Centro de Investigaciones Históricas, Universidad de Puerto Rico (UPRRP). Este texto contiene una serie de ensayos seleccionados por el autor para ser publicados como un libro. La primera parte de esta publicación la conforman trece ensayos. La segunda parte, por ensayos seleccionados por compañeros profesores del Departamento de Historia de la Universidad de Puerto Rico con quien Fernando Picó compartió labores por muchos años. La profesora María Dolores Luque, en la presentación que acompaña al texto resalta, que estos ensayos fueron seleccionados conforme a dos criterios fundamentales: que se vincularan de alguna manera con los ensayos de la primera, estos es, que mostraran un “hilo conductor”, y que además, pusieran de manifiesto los temas en los que más se centró la obra del historiador a través de sus reflexiones sobre la historia como disciplina, así como el tema de la educación desde su potencial transformador de la sociedad. Estos ensayos, además, cumplen con el interés de hacerlos accesible ya que, en su momento fueron

publicados en medios de poca circulación. Cuatro de éstos son inéditos, lo cual, le imprime mayor importancia al libro que tenemos la oportunidad de apreciar y valorar hoy. La primera parte del texto abre con un ensayo sobre las peculiaridades del acto de bautizar africanos. Explica el significado del bautismo para la incorporación del africano en la sociedad y destaca instancias particulares en las que el bautismo representaba incorporar al africano a la comunidad cristiana, aunque su entrada no fuera en igualdad de condiciones a una nueva comunidad de creyentes. En otro ensayo trabaja el tema de fugitivos, escapados e indocumentados en la década de 1840 en el que se pone de manifiesto la constante histórica de la ausencia del Estado en la vida de los puertorriqueños. Hay un ensayo en el que trabaja un tema particular de la Historia del Caribe: la Revolución Francesa en Tobago, tema para el cual analiza cómo los actores sociales de uno u otro bando, tratan de hacer prevalecer sus intereses. Revista de la Asociación de Maestros de Puerto Rico

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Dedica un ensayo al tema de cómo la Constitución de Cádiz de 1812 se reflejó en los municipios de Utuado, Cayey y Ponce y como su implantación en Puerto Rico propicia un momento de avance en las libertades políticas. No obstante, recalca que ello no significó lo mismo para todos los sectores de la población, puesto que mientras unos consolidaban su hegemonía local, otros se enfrentaban a trabas para su ascensión social. El autor examina en otro ensayo el tema de las Actas de la Cámara de Delegados de Puerto Rico de 1907 a 1908 y se detiene en el análisis de los discursos de modernidad y de identidad que a veces se conjugan en figuras como Manuel Zeno Gandía y Rosendo Matienzo Cintrón. En otro ensayo aborda el tema de la vida cotidiana de la ciudad en el Santurce de 1930 a 1940. Utiliza el personaje del vendedor ambulante para rastrear la variedad de temas, labores y servicios. Resalta, además, las tropiezos de este personaje y las vicisitudes con las que se tuvo que enfrentar en la calle hasta reducir sus ventas en la ilegalidad y haberle cerrado sus posibilidades en la sociedad. En el ensayo La fuerza está en el país, aprovecha la ocasión de celebrar el natalicio de Luis Muñoz Rivera para reflexionar sobre las realidades y posibilidades de la sociedad puertorriqueña. En la línea del oficio de historiar, aprovecha para resaltar la contribución del grupo CEREP (Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña) y para analizar las dificultades con las que hay que lidiar para poder narrar a Puerto Rico. Contrapone a la dificultad el placer que representa hacer historia. Así, en el placer de historiar, hace un recorrido de los placeres que produce dedicarse al ejercicio de la disciplina y revela con gran entusiasmo el disfrute de su oficio. Si alguien mantuvo una relación entre historia y literatura fue Fernando Picó, no sólo por haber escrito textos literarios, sino también por el pleno dominio de los recursos de ese género y del uso cuidadoso que hacía en la 46

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construcción de la narrativa histórica. En un ensayo sobre este tema advertía, sin embargo, que cuando la historia llega al término en la cual los documentos no permiten darle el cuadre o el final, no podemos utilizar la ficción para completarla. Se incluye en este libro un trabajo creativo en el que el autor sitúa a don Quijote y a Sancho en el mundo de las computadoras y la Internet, texto con el cual evidencia una vez más, las destrezas literarias del historiador. Uno de los trabajos más valiosos que incluye en este libro lo constituye El significado histórico de William Shakespeare, en el cual se revela como un conocedor a profundidad de la obra del genial escritor inglés. Resalta de Shakespeare, más allá de su dominio de los géneros como el drama, la comedia o el ensayo, al gran maestro de la reflexión moral y ética cuando plantea que “los grandes personajes no son cuestión de grados o porcientos, sino de dimensiones”. Cierra la primera parte del libro con una reflexión profunda con motivo de la celebración de los sesenta años del Colegio San Ignacio, del cual, es ex-alumno. Aprovecha en su exposición para irrespetar el prejuicio, el engaño y la hipocresía, entre otros comportamientos que interfieran con las buenas obras, la paz y la justicia. La segunda parte del libro la integran ocho ensayos de temas diversos en los que se resaltan concretamente tres áreas en las que formaron parte de su quehacer historiográfico (la historia como disciplina, la historia de la iglesia y la historia de la educación) y un área en la que trabajó profunda humanidad: los confinados y su promoción digna y justa a través de la educación. Con este tema nos presenta el primer ensayo en el que narra su experiencia en el trabajo en las cárceles de Puerto Rico y los logros alcanzados a través de un proyecto educativo con los confinados en colaboración estrecha con instituciones universitarias. Lo más significativo que se revela en este escrito

es la pasión y el amor con la que Fernando Picó trabajó con los privados de libertad y el habernos legado un proyecto innovador que nos invita a la reflexión profunda en torno a las políticas sociales que se implantan en los escenarios penales. Más adelante trabaja el tema de la historia política en el contexto de la Nueva Historia. Su trabajo constituye un homenaje al historiador Gervasio García, del cual destaca su contribución al desarrollo de la disciplina en Puerto Rico, particularmente en el ámbito de la historia política. Resalta además, el interés de que se desarrollen nuevos abordajes a la historia política en los que se midan los compromisos con la modernidad y se puedan revelar en un nuevo mapa los roles de los diversos grupos sociales del país. Por otro lado, en su ensayo Historia sin colores, pone de manifiesto cómo la política pintada de colores cobija el quehacer político partidista en Puerto Rico. Destaca que al construir el texto histórico el sesgo puede contribuir a hacerlo monocromático y que el abstenerse de moralizar, ayuda a hacerlo policromático. De esta manera, se viabiliza el que se puedan contrastar diversas visiones y tendencias. Para el tema de historia de la iglesia nos presenta dos ensayos. En el primero desarrolla un balance historiográfico de la historia de la iglesia en Puerto Rico en el siglo XVI y señala las grandes ausencias en las descripciones sobre el quehacer eclesiástico en la Isla. Culmina formulándose preguntas para las que sería interesante conseguir respuesta El otro ensayo sobre la historiografía de la iglesia puertorriqueña en el siglo XVII pone de manifiesto la renuencia de los historiadores a trabajar temas como el de la intolerancia. Apunta sobre el particular, que lo religioso haya sido desechado como historiable. Incluye también en esta segunda parte un ensayo sobre la estructura narrativa y la redacción historiográfica. Contextualiza su propuesta con ejemplos de textos en los que se describen situaciones de la vida urbana como es el caso

de la presencia del automóvil en San Juan y los carritos cargados de mercancías empujados por vendedores de la calle, que en no pocas ocasiones sufrían el impacto del vehículo motorizado. Con los ejemplos presentados, nos muestra posibles preguntas que se pudieran hacer a la hora de identificar el posible argumento de una historia que está por hilvanarse. En el penúltimo ensayo, el autor aborda el tema de la escolarización en Puerto Rico entre 1770 y 1822. Fernando Picó ha trabajado el tema de la historia de la educación en Puerto Rico en diferentes momentos. Esta vez selecciona un período determinado para revelarnos el cuadro de carencias de las escuelas, los maestros y los niños entre los finales del siglo XVIII y principios del XIX. Pone de manifiesto, una vez más, la ausencia del Estado en materia educativa y, como consecuencia, puntualiza las realidades con las que tienen que lidiar los ayuntamientos sobre el particular. Analiza casos particulares en diversos pueblos para describir cómo se enfrentan al problema educativo del país. Dramatiza, por ejemplo, el caso de Cayey, donde los padres se expresan en contra del castigo con azotes practicado por el maestro con sus alumnos. Finaliza la segunda parte del libro con un ensayo sobre las Navidades en Puerto Rico en los siglos XIX y XX. Describe cómo los diversos grupos sociales celebraban las festividades navideñas y cómo la práctica de la diversidad de tradiciones, en ocasiones chocaba con las exigencias del cura párroco en términos de la rigurosidad de la iglesia con sus fieles. El autor resalta la construcción de un modelo de religiosidad popular en Puerto Rico con signo propio que se ha convertido en un evento multitudinario, como es el caso de las Fiestas de la Calle San Sebastián y finaliza con el recurso de la pregunta, que tanto Fernando Picó utiliza en sus ensayos: “¿acaso los nuevos subordinados no están elaborando otra Navidad, distinta, secular y propia?”.

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