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«PONERSE ESTE TRAJE NO ES UNA COSA QUE SE APRENDE DE LA NOCHE A LA MAÑANA»

David Álvarez

había sostenido; desde ahí lo entendí y durante todo el arco de la vida así la he sentido.»

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Alos tres años de edad, Jesús Antonio Moya López fue abrazado por la Virgen de El Pueblito, al protegerlo luego de que un cohete explotara cerca de él, lanzándolo hacia atrás. Fue en una de las festividades tradicionales de esta localidad. Cayó y perdió la conciencia, y, cuando abrió los ojos, tenía el cuerpo vendado, pues se le había quemado todo el cuerpo.

«Desde entonces la Virgen ha estado presente en mi vida —dice tranquilamente, sentado en una de las sillas del salón de la Corporación de Inditas e Inditos, en el interior del santuario de Nuestra Señora de El Pueblito—. De niño entendí que ella me había cuidado, me había sostenido; desde ahí lo entendí y durante todo el arco de la vida así la he sentido.»

Ataviado con el traje típico de la región, compuesto de camisa de manta, calzón, patío y la fajilla, con grecas color morado por doquier, y una medalla de oro pegada al corazón, así como su sonaja, un sombrero que denominó de vuelta, y un morral. Todo en alusión a los grupos indígenas otomíes, originalmente llamados ñhañhu, de una zona agricultores que dieron vida a lo que hoy se conoce como El Pueblito.

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