29 minute read
Ecumenismo y diálogo interreligioso: peligros y
El Diccionario de la Real Academia Española define ecumenismo como la «tendencia o movimiento que intenta la restauración de la unidad entre todas las iglesias cristianas». Tal es el sentido más frecuentemente otorgado al concepto: se restringe al ámbito de la cristiandad y se asocia a la búsqueda de la unidad. 1 En cambio, para hacer referencia a las relaciones entre diferentes religiones se suele utilizar el término “diálogo interreligioso”.
Pero no siempre se entiende que el ecumenismo implique las dos características señaladas: cada vez es más común el uso del término para referirse a las relaciones interreligiosas en general; y también hay quienes hablan de ecumenismo sin tener en mente la búsqueda de la unidad. En tales casos “ecumenismo” y “diálogo interreligioso” funcionan prácticamente como sinónimos.
En este artículo (que no es más que un esbozo de un tema amplísimo) señalaré primero los peligros que observo en ciertas tendencias ecuménicas de nuestro tiempo, para finalmente proponer algunas vías que faciliten un aprovechamiento constructivo de las relaciones entre cristianos y entre religiones en general. Para una ampliación y profundización remito a las referencias aportadas en las notas.
1. Peligros del ecumenismo
1.1. Confundir diálogo por voluntad con diálogo por necesidad
En atención a las motivaciones, se podrían distinguir dos tipos de diálogo: el diálogo por voluntad e interés y el diálogo por necesidad. El primero es el que mantienen dos o más personas cuando desean conocerse e intercambiar puntos de vista. Siendo su objetivo la comunicación y el conocimiento en sí, no está condicionado por la consecución de unos resultados específicos, sino que es un diálogo abierto, libre, y por tanto lo mismo que comienza puede acabar.
El diálogo por necesidad es el que entablan dos partes con el objetivo de alcanzar un acuerdo o un pacto. Puede haber interés previo, pero sobre todo lo definen los objetivos establecidos y la
Guillermo Sánchez
Profesor de enseñanza secundaria
necesidad de tomar decisiones vinculantes mediante el consenso. Es el diálogo de la política y las instituciones –por ejemplo, el “diálogo social”, entre sindicatos y patronal–, en el que las partes siempre tienen que ceder en algunos de sus planteamientos iniciales.
El diálogo interreligioso debe ser siempre un diálogo por voluntad, pero gran parte del movimiento ecuménico contemporáneo somete el diálogo a la consecución de unos objetivos prefijados, partiendo de la premisa de que quienes se comunican alcanzan siempre y necesariamente posturas consensuadas. A veces se expresa explícitamente que el objetivo es la unidad. De esta manera, el diálogo por voluntad se convierte en diálogo por necesidad, pervirtiendo así su naturaleza libre y sometiéndolo a la exigencia de un consenso. Todo aquello que obstaculice el objetivo final previamente señalado se margina e, incluso, se condena.
Algunos promotores del “diálogo” consideran que para que éste sea fecundo han de despejarse obstáculos. En su encíclica sobre el ecumenismo, Juan Pablo II afirmaba: «Cuando se empieza a dialogar, cada una de las partes debe presuponer una voluntad de reconciliación en su interlocutor, de unidad en la verdad. Para realizar todo esto, deben evitarse las manifestaciones de recíproca oposición. Sólo así el diálogo ayudará a superar la división y podrá acercar a la unidad». Según este planteamiento, el “diálogo” hay que llevarlo hasta sus últimas consecuencias, evitando «las polémicas y controversias intolerantes». 2 Observo aquí el riesgo de que se avance hacia el pensamiento único.
Porque ¿acaso las organizaciones religiosas deben renunciar a creencias esenciales a fin de salvar el diálogo? La convicción en la verdad –en una verdad, si se quiere– no es negociable, como no lo es la conciencia individual, y los dirigentes religiosos no deberían actuar como delegados de las religiones cuyo objetivo es decidir qué deben creer los respectivos fieles. 3
1.2. Confundir la tolerancia con el respeto
Aunque el ecumenismo nace en el ámbito cristiano (protestante, más concretamente), desde hace varias décadas se ha desarrollado un ecumenismo más global, el “ecumenismo huma-
Ecumenismo y diálogo interreligioso: peligros y oportunidades
nista”, basado en el diálogo entre todas las religiones y expresiones de espiritualidad. Auspiciado por la ONU (especialmente por su agencia cultural, la UNESCO) y por instituciones como el Parlamento de las Religiones, viene promoviendo encuentros y foros de los que emanan numerosos documentos. 4 Todas estas declaraciones están inspiradas en altísimos valores éticos y comparten encomiables objetivos personales y sociales: la libertad religiosa, la paz, la justicia, la igualdad, el perdón, la compasión...
Ahora bien, un análisis cuidadoso y crítico revela fallas conceptuales de las que se podrían derivar consecuencias graves, en caso de aplicación de las medidas propuestas. En primer lugar, se tiende a fomentar la tolerancia (el año 1995 estuvo consagrado a ella por la ONU) más que el respeto. Aunque la “Declaración de principios de la tolerancia” de aquel año lo define de forma muy amplia, el concepto de tolerancia podría implicar una actitud permisiva hacia los derechos ajenos; antes o después, por su parentesco terminológico, puede derivar hacia la adopción de una posición de superioridad, indicando que se “tolera” que otro piense de modo distinto que nosotros, sin aceptar realmente su derecho inalienable. Lo acertado, en cambio, es que los derechos ajenos no se deben tolerar, sino que se deben respetar. Son los defectos ajenos los que, con vistas a una sana convivencia, han de ser tolerados. Y las creencias religiosas no deben considerarse defectos.
Invocando la tolerancia se puede cuestionar que las mi
norías defiendan sus ideas como verdaderas, sobre todo si quieren difundirlas –aun cuando no pretendan imponerlas–. El relativismo subyacente a algunas declaraciones contempla como alguien sospechoso a quien pretende convencer a los demás en materia religiosa. De ahí que se acuse de “proselitismo” a algunas comunidades religiosas en crecimiento, sugiriéndose incluso la prohibición del derecho a la expresión de las convicciones religiosas con fines de difundir una creencia. 5
1.3. Voluntarismo y pragmatismo
El tono general de estas declaraciones ecuménicas es idealista; las expectativas de futuro son optimistas, incluso contra los signos que nítidamente auguran tiempos difíciles para la humanidad. 6
En relación con la acción política, es loable el llamado constante a la búsqueda de soluciones según el principio de la no violencia, si bien en algunos casos subyacen concepciones pragmáticas basadas en la violencia y se acepta el concepto de “guerra justa”. 7 1.4. Imbricación religión-política
Por otro lado, es de destacar que en muy pocas ocasiones se apela al principio de separación entre las organizaciones religiosas y el estado. Esta ausencia se puede deber a que estas declaraciones oficiales intentan aglutinar a representantes de todas las tradiciones religiosas, algunas de las cuales no reconocen explícitamente este principio; y que lo hacen sugiriendo la necesidad de cooperar estrechamente con los estados y con organismos supranacionales. Pero, considerando que esta separación es un pilar básico en el desarrollo de la democracia y las libertades en Occidente, resulta preocupante que no se destaque como esencial. Estaríamos ante uno de los característicos riesgos de la búsqueda del consenso en torno a mínimos comunes. El movimiento ecuménico, que nació, al menos en parte, de la inquietud por un conocimiento mutuo profundo y sincero, ha evolucionado hacia una institucionalización de proyección política, que amenaza con quebrar las frágiles fronteras con que a través de la historia algunas naciones han conseguido delimitar el poder político de la práctica religiosa. Es patrimonio de Occidente haber circunscrito –que no “proscrito”– la religiosidad al ámbito privado por contraposición al estatal, correspondiendo al estado solamente la protección de sus derechos. Ahora hay una tendencia a invertir esta concepción. La Modernidad supuso una privatización de la religión, entendida como el paso a un marco regido por la voluntad individual y no por la coacción pública; la globalización impulsa una imbricación de las religiones con el ámbito político o estatal. Esto podría implicar el peligro de querer establecer cuál es la función social de las religiones y, en gran medida, condicionar su propia identidad. Se contempla el ecumenismo cada vez más como vía de solución de problemas globales.
1.5. Sincretismo
La búsqueda de una religión universal implica necesariamente el sincretismo. En este sentido, las declaraciones interreligiosas siempre “favorecerán” los postulados de las creencias más sincretistas; de ahí que sea frecuente encontrar expresiones que reflejan la “teología” de las religiones orientales.
El Templo de la Comprensión, una institución inspirada en las iniciativas del monje católico Thomas Merton, aspira a constituirse en unas “Naciones Unidas espirituales”; en su “Declaración sobre la Unidad de la Familia Humana” no habla de Dios, sino de «una única entidad de origen divino», y alude a «la tarea evolutiva de la vida humana y de la sociedad para moverse por la eterna
Guillermo Sánchez
corriente del tiempo hacia la interdependencia, la comunión y una conciencia cada vez mayor de la Divinidad». Esta cosmovisión orientalista se aproxima a la corriente universal de la Nueva Era, movimiento sincrético por antonomasia, y se aleja radicalmente de las religiones abrahámicas (judaísmo, cristianismo, islam).
Las invitaciones a “venerar la Tierra y todos los seres vivos” son también cada vez más frecuentes, y se tiende a buscar la unidad en aspectos simbólicos y hasta idolátricos: desde la oración ecuménica, la liturgia y la veneración de imágenes y reliquias, hasta la sacralización de espacios y ciudades (como Jerusalén, concebida como “madre de todos los pueblos” y punto de confluencia interreligioso). 8
1.6. Diálogo sólo de élites
Muchos grupos ecuménicos fomentan unas relaciones a partir de las comunidades de base, pero no todos lo ven igual. El Vaticano II establece que quienes participen en reuniones ecuménicas «bajo la vigilancia de los Prelados, sean verdaderos peritos». 9 Según Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, «es un verdadero peligro pensar que todo cristiano tiene la capacidad de dialogar. Lo pueden hacer sólo las personas preparadas y que tengan la vocación». 10
1.7. Revisionismo histórico-teológico
El ecumenismo moderno hunde sus raíces en los intentos de algunas iglesias protestantes de buscar un denominador común de cara a la misión en el siglo XIX. Desde entonces, el ecumenismo entre iglesias protestantes ha avanzado significativamente, si bien todavía son enormes las divisiones entre las iglesias reformadas (sobre todo porque las iglesias de mayor crecimiento, que son las que se suele clasificar como propiamente “evangélicas” –destacando entre ellas las pentecostales–, son generalmente reacias al ecumenismo). Aun así, el concepto de iglesia en el mundo protestante responde en general al de “iglesia invisible”; 11 no coincide por tanto con la visión sacramental y jerarquizada del catolicismo romano. Por eso en general se asume la división confesional como algo natural, y no hay en principio una obsesión por lograr una unidad “visible” que se concrete en el sometimiento a una autoridad centralizada.
La Iglesia Católica Romana (ICR), que reconoce que «el movi
miento ecuménico comenzó precisamente en el ámbito de
las Iglesias y Comunidades de la Reforma», 12 y que fue durante décadas reticente a esta corriente, sólo muy tardíamente asumió la voluntad de dialogar con los demás cristianos y con las otras religiones. Fue en el Concilio Vaticano II cuando esta iglesia, dando un giro 180 grados, se integró en el movimiento ecuménico pero, en lugar de sumarse a los avances dados por las demás confesiones, asumió el liderazgo promoviendo un ecumenismo centrado en la institución eclesiástica romana. Desde entonces el Vaticano se ha prodigado en documentos e iniciativas ecuménicas, entre las que destacan el decreto conciliar de 1964 Unitatis redintegratio 13 y la encíclica de Juan Pablo II Ut unum sint (1995), que supone básicamente una repetición actualizada de las ideas del decreto mencionado.
El resultado es que casi todos los avances en el ecumenismo entre protestantes y católicos han supuesto una aproximación de aquellos a las posiciones romanas. Las iglesias protestantes tradicionales han entrado en diálogo sobre asuntos que bíblicamente son incuestionables y que además están en los orígenes de la Reforma, como son las indulgencias o la naturaleza del papado. De esta forma, parece que el ecumenismo alienta a revisar y diluir el valor de la Reforma protestante, más que a contrastar la adecuación de las distintas iglesias a las Escrituras. 14
1.8. Búsqueda de una unidad visible
Las distintas corrientes ecuménicas actuales tienen en común el objetivo de lograr algún tipo de unidad religiosa. El ecumenismo humanista habla de la “unidad de la familia humana”; la ICR lo expresa mediante la noción de “unidad visible”. En todos estos conceptos subyace la idea de unidad organizativa y, de alguna manera, política. En un mundo de efervescencia neorreligiosa, superado el materialismo, casi todas las iniciativas “globalistas” confieren un papel importante a las religiones, bien como aliadas o instrumento de la política, bien como motor de cambio. 15
Hasta en las religiones más igualitarias existe una tendencia histórica a la institucionalización jerárquica de la represen
HTTP://FUNDACIONPHI.ORG/PUBLIC/ACTIVIDADES/GALERIA/ORIGINAL/LOGO%20DIALOGO%20INTERRELIGIOSO%202.JPG
Ecumenismo y diálogo interreligioso: peligros y oportunidades
tatividad y la autoridad, de manera que las voces particulares de los fieles se van acallando ante la imposición o, simplemente, el liderazgo de los dirigentes.
Por ello, las comunidades religiosas más pequeñas, menos institucionalizadas o de perfil más disidente no pueden contar con una voz propia en el movimiento ecuménico global. Al igual que la globalización está dirigiendo al mundo inevitablemente a la construcción de bloques económicos y políticos, sepultando los intereses de países débiles o pequeñas comunidades, el ecumenismo silencia a los grupos religiosos que no se ajustan a las grandes tendencias. Las organizaciones con más capacidad de influir políticamente tienden a descalificar a las confesiones más independientes, para lo cual resultan muy efectivos los términos “secta”, “fanatismo” y “fundamentalismo”. 16
1.9. Supremacismo romano
Siendo que hace décadas que el papado es el máximo líder mundial en cuestiones de diálogo interreligioso y ecumenismo, es necesario detenerse en los planteamientos y la práctica de sus relaciones con otras religiones y confesiones.
El ecumenismo papal se presenta como la búsqueda de la unidad de la humanidad dentro de una serie de círculos concéntricos; la propia ICR sería el círculo interior, en torno al cual se van abriendo otros círculos en función de la mayor o menor proximidad eclesial y dogmática con ella: las iglesias católicas orientales, las iglesias ortodoxas orientales, las iglesias anglicanas, las iglesias protestantes, las religiones no cristianas y los ateos, hasta finalmente abarcar el mundo entero. «En el centro encontramos al papa quien, siendo el sucesor de Pedro es Vicario de Cristo en la tierra y, como tal, el poder centralizador de la unidad de todos los círculos, de la humanidad en general, por la cual él asume el pastorado». 17
Ateniéndonos a los planteamientos de la trascendental encíclica de Juan Pablo II, los objetivos del ecumenismo entre cristianos están determinados de antemano; el diálogo no es abierto, sino que está supeditado a la consecución del «fin último del movimiento ecuménico [que] es el restablecimiento de la plena unidad visible de todos los bautizados». Se insiste en la idea de que la Iglesia ha de ser «única y visible». El diálogo con las demás confesiones «tiene dos puntos de referencia esenciales: la Sagrada Escritura y la gran Tradición de la Iglesia. Para los católicos es una ayuda el Magisterio siempre vivo de la Iglesia»; 18 es decir, se introducen instancias de autoridad exclusivas de esa iglesia, y se supedita todo resultado a la propia autoridad jerárquica romana.
En los documentos ecuménicos papales el acento está en los aspectos eclesiásticos y sacramentales propios de esta iglesia y ajenos a otras. 19 El Vaticano considera la unidad de los cristianos una exigencia y «un preciso deber del Obispo de Roma como sucesor del apóstol Pedro», pues la ICR es para todos un «sacramento inseparable de unidad» y «es consciente de haber conservado el ministerio del Sucesor del apóstol Pedro, el Obispo de Roma, que Dios ha constituido como “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad”». El papa está revestido de autoridad y debe vigilar todas las iglesias, cuya comunión con Roma es «requisito esencial –en el designio de Dios– para la comunión plena y visible»; además el papa «puede incluso –en condiciones bien precisas, señaladas por el Concilio Vaticano I– declarar ex cathedra que una doctrina pertenece al depósito de la fe. Testimoniando así la verdad, sirve a la unidad.» 20
Nada del espíritu auténticamente ecuménico puede hallarse en los documentos vaticanos, que más bien reafirman las posiciones tradicionales de la ICR: «Únicamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es el auxilio general de salvación, puede alcanzarse la total plenitud de los medios de salvación», pues la «una y única Iglesia [...] subsiste indefectiblemente en la Iglesia católica [...] enriquecida con toda la verdad revelada por Dios». 21
Tras definir estos “mínimos”, que en realidad no dejan ni un solo resquicio para un replanteamiento de lo esencial de la doctrina papal tradicional, ni permiten a otras confesiones propuestas alternativas, el papado se muestra dispuesto a «encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Con esas premisas, es difícil, por no decir imposible, que algo nuevo pueda organizarse en este asunto esencial. A pesar de esta enumeración, en la que la figura de Cristo y el valor del evangelio apenas quedan recogidos, Wojtyla, siguiendo a Juan XXIII, consideraba que «es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos divide». 22
La proyección ecuménica del papa Francisco, si bien teñida del tono desenfadado que le caracteriza, está basada en los mismos principios que la de los papas anteriores: búsqueda urgente de la plena comunión visible en torno a Roma, 23 nostalgia de los tiempos previos a la Reforma protestante, 24 o celebración de actos supuestamente ecuménicos cargados de elementos religiosos inaceptables para el resto de iglesias. 25
1.10. Búsqueda de un liderazgo mundial
Desde casi todas las instancias sociales y políticas se clama
por la necesidad de un liderazgo que dirija a la humanidad
hacia sendas de progreso, paz y justicia. Los líderes políticos, “contaminados” por la naturaleza de su propia actividad, no cuentan con suficiente legitimidad moral ante la población. Por eso ellos mismos buscan apoyos en los sistemas de creencias, cuya capacidad de cohesionar la sociedad e ilusionar con proyectos es mucho mayor.
El liderazgo papal se sustenta por un lado sobre la propia concepción de poder universal consustancial a la Iglesia Romana, y por otro sobre la necesidad del ejercicio de la autoridad moral que se considera que tiene el mundo en el actual proceso de globalización. En cuanto a la primera, la ICR concibe su proyecto de cristiandad no tanto como propuesta alternativa para el hombre que opta por Jesucristo, sino como una organización “visible” (es decir, organizada, estructurada) cuyo fin es «la salvación de la humanidad». 26
En cuanto a la necesidad de un liderazgo moral, ningún líder
recibe en el mundo actual el reconocimiento que recibe el
papa, no sólo por su carisma personal, sino por la propia imagen de sí misma que la institución que representa, el papado, ha logrado consolidar en todo el mundo. Representantes de todas las tendencias religiosas e ideológicas coinciden en resaltar, no ya tanto la espiritualidad o la visión religiosa del papa, sino sobre todo su iniciativa social y política, su liderazgo moral, el calado de sus mensajes.
Así, el movimiento ecuménico, de tradición horizontal e igualitaria, va confluyendo hacia un modelo de autoridad carismática
centrado en una institución cuya vocación histórica es la
supremacía sobre la humanidad.
2. Oportunidades del diálogo interreligioso
2.1. Más diálogo, menos ecumenismo
Hemos analizado algunas connotaciones –a mi juicio negativas– del término “ecumenismo” y de su plasmación en los hechos;
Guillermo Sánchez
de ahí que personalmente me parezcan preferibles expresiones
como “diálogo interreligioso”.
Los contactos entre comunidades religiosas deberían ser lo más abiertos posibles, y no estar condicionados desde el principio por unos objetivos impuestos; nunca deberían entenderse
como una necesidad, sino como parte de la libre voluntad
de los participantes. Este tipo de encuentros, al igual que se ponen en marcha se deben poder disolver si es necesario, pues frente a la tan ansiada unidad, u otros objetivos circunstanciales típicamente ecuménicos, debe primar el respeto a las convicciones y la conciencia de cada participante y a los principios de cada comunidad.
Por otro lado, frente a la tendencia creciente a celebrar actos religiosos, y para evitar una aproximación que finalmente se centre en aspectos emotivos y tienda al sincretismo o la dilución de identidades, es preferible potenciar encuentros en los que primen el diálogo y la reflexión.
2.2. Encuentros de base
Ya he explicado por qué la intervención de los niveles más institucionalizados de las religiones, y en especial de los más jerarquizados, dirige hacia un ecumenismo autoritario. No se
puede confiar en organizaciones religiosas que a la vez son estados o que están estrechamente vinculadas a la “alta
política”. Aunque este es el ecumenismo más común y el más fomentado –en gran medida porque también es el más deseado en un mundo sediento de liderazgos fuertes–, considero que poco bueno se puede esperar de él.
Ecumenismo y diálogo interreligioso: peligros y oportunidades
Existe, en cambio, un ecumenismo promovido por creyentes “de base” de diferentes comunidades, quienes muchas veces actúan a iniciativa propia. Es una especie de “ecumenismo transversal” que vincula a los sectores más aperturistas de cada religión, en ocasiones incluso al margen de las posiciones oficiales de sus organizaciones religiosas.
Estos encuentros pueden ser fructíferos, siempre y cuando se fundamenten en planteamientos críticos, imprescindibles para que el diálogo no derive en dinámicas liberticidas. En ellos deben primar los procedimientos igualitarios, democráticos, participativos, garantistas y transparentes.
2.3. Proyectos compartidos, pero reconociendo las diferencias
¿No caben entonces unas relaciones a más alto nivel, entre dirigentes religiosos? Pienso que sí, pero discerniendo bien los objetivos, y nunca con el propósito de encontrar la unidad “visible” pues, como he explicado, en última instancia esto significaría en el mejor de los casos la suspensión de principios propios de cada comunidad, y en el peor la absorción de una organización por parte de otra.
Es muy común en el movimiento ecuménico cierto voluntarismo ciego –“en el fondo, todos creemos lo mismo, todas las religiones/iglesias son iguales”–; frente a él, es preferible el debate, incluso la confrontación, aunque esta sea un tabú para la actualidad mentalidad posmoderna, relativista y “buenista”. Si el diálogo es de tipo doctrinal, está bien buscar los puntos
en común, pero a la vez es imprescindible reconocer las di
ferencias, para no caer en el autoengaño. Debe dejarse espacio para la identidad propia de cada participante; en esa identidad inevitablemente habrá incompatibilidades entre las creencias y prácticas de unos y otros, las cuales no se deben concebir como un drama que hay que superar.
El objetivo es conocerse mejor, sin miedo a encontrar es
collos (incluso insalvables), y sin miedo a que otra comunidad “nos robe las ovejas”. Este miedo ha conducido a establecer compromisos entre confesiones de no hacer campañas entre los fieles de las otras comunidades; se estigmatiza así como “proselitismo” la simple difusión de las convicciones propias, y finalmente se incurre en limitaciones a la libertad religiosa que debe garantizar siempre que cualquier persona pueda decidir cambiar de religión libremente.
2.4. Iniciativas comunes en plano de igualdad
Cualquier iniciativa interreligiosa debe realizarse en un plano de igualdad de todos los participantes. Aun cuando una o varias organizaciones fueran las promotoras de un acto o una campaña, este debe diseñarse como un proyecto en el que cualquier
comunidad o individuo que se sume lo haga con los mismos
derechos de participación que el resto.
Si se convoca a participar en un encuentro (orar por personas perseguidas por su fe, promover la paz…), no se debe hacer desde el planteamiento de “uníos a nosotros en esta iniciativa”, sino “construyamos juntos un proyecto participativo”. En los actos públicos interreligiosos no deberían dominar una puesta en escena y unos símbolos exclusivos de una confesión, y la conducción de los actos debe ser compartida, evitando personalismos e hiperliderazgos.
2.5. Acción social
Un campo especialmente provechoso para la acción conjunta es el ámbito social. Los voluntarios de las ONG saben perfectamente que en el terreno de la cooperación no hay barreras confesionales; ni siquiera la barrera creyentes-no creyentes. Se trabaja desde valores compartidos de entrega al prójimo, y cada organización e individuo aporta su esfuerzo.
Otro tanto puede hacerse en proyectos de defensa de los derechos humanos. Nuevamente el modelo apropiado no es el de invitar a que otros se sumen a una iniciativa diseñada desde posiciones confesionales, sino preparar campañas abiertas con un objetivo bien definido que permita que quien la apoye no se sienta instrumentalizado por los convocantes.
2.6. Unidad invisible entre los cristianos
Muchas veces se afirma que la división de los cristianos en miles de denominaciones es una tragedia, incluso un escándalo. Pero no hay que olvidar que las divisiones denominacionales son un fruto de la libertad de culto y de conciencia; son infinitamente preferibles a la falsa unidad en una organización única impuesta al conjunto de la sociedad, que es lo que ha predominado en la historia del cristianismo.
Las relaciones entre iglesias nunca deben plantearse como un “regreso a la unidad visible y plena”, pues ello, además de falsear la historia, implica una visión eclesiocéntrica y no cristocéntrica. Bíblicamente la iglesia es invisible, por lo que en realidad todos los cristianos ya estamos unidos en Cristo. Las diferencias existentes (doctrinales, organizativas…) no tienen por qué eliminarse, pues están integradas en la conciencia de quienes participan de ellas. Y de hecho hay acciones compartidas que ya nos unen, pues todos los que se consideran cristianos las pueden practicar sin problemas: compartir un pasaje bíblico, comunicarse mutuamente la esperanza y el consuelo divinos ante el sufrimiento, realizar obra social codo con codo, orar al Padre unos por otros... Es una unidad que se da en las relaciones personales, pero que no puede ni debe darse en el plano eclesial,
Guillermo Sánchez
pues lo cierto es que en la cristiandad se predican “evangelios diferentes” (ver Gál. 1: 6-9), concepciones enfrentadas de lo que es la iglesia e incluso cosmovisiones distintas, como ocurre en su conjunto entre el catolicismo romano y el protestantismo.
La Biblia no invita a que busquemos la unidad, sino a que
nos entreguemos a Cristo. Buscando la unidad no se encuentra a Cristo, sino que es buscando a Cristo (en su Palabra) como nos acercamos a la unidad. 27 2.7. Apertura de los cristianos a otras religiones
Se considera que el ecumenismo por antomantienen, (en sus documentos constitutivos y en la práctica) la vinculación iglesia-estado, otras abogan por la separación iglesia-estado; unas defienden proyectos políticos concretos (la búsqueda de un gobierno mundial, la defensa del Estado de Israel como instrumento divino…), otras prefieren un enfoque basado en los derechos humanos de los desfavorecidos y otras se inscriben en un apoliticismo radical; unas mantienen una posición combativa contra determinadas leyes (aborto, matrimonio gay…), otras promueven legislaciones permisivas…
Por eso, analizando los objetivos de las diferentes iglesias, cada una de ellas descubrirá que en algunos puntos decisivos está radicalmente separada de otras iglesias consideradas también cristianas, mientras que está cerca de otras confesiones no cristianas que comparten objetivos con ella.
La realidad, por tanto, es compleja: primero, porque en algunas iniciativas o campañas ciertas iglesias, en consonancia con sus principios, suman fuerzas con otras religiones para luchar por objetivos opuestos a los de otras iglesias cristianas. Segundo, porque los diferentes sectores de cada comunidad religiosa (“conservadores”, “progresistas”…) se alinean de forma transversal con otros sectores afines de otras comunidades.
Esta realidad tira por tierra el mito de la “unidad de los cristianos” y nos abre la posibilidad de interactuar con quien
sea, cristianos o no, basándonos no en una profesión teó
rica de fe, sino en objetivos específicos bien definidos y compartidos. 2.8. Apertura a las iniciativas seculares
Junto al mito de la “unidad natural” de los cristianos, existe el mito de la unidad, o la cercanía especial, de todas las religiones, según el cual el hecho de ser creyentes nos acerca unos a otros. La realidad tampoco es así. De hecho, no pocos cre
yentes nos encontramos en cuanto a determinados asuntos
más cerca de algunas iniciativas seculares 28 que de ciertos
proyectos confesionales.
Por ejemplo, en la lucha por la separación iglesia-estado en
nomasia es el que aspira a la “unidad de ñas concretas con organizaciones laicistas, los cristianos”, entendiéndose que entre La Biblia no invita a que siempre que estas no se dejen dominar todos aquellos que profesamos la fe en busquemos la unidad, sino a por prejuicios antirreligiosos. En las Cristo es más lo que nos une que lo que nos separa. Pero si analizamos deteque nos entreguemos a Cristo. campañas contra las guerras y a favor de la no violencia a veces es más fácil nidamente los objetivos explícitos Buscando la unidad no se encuentra encontrar aliados entre organizaciode muchas iglesias, encontraremos a Cristo, sino que es buscando a nes pacifistas que en ciertas iglesias. que no pocos de ellos son, no sólo incompatibles entre sí, sino incluso Cristo (en su Palabra) como nos Y no hay que desechar la aproximación a organizaciones y partidos políticos opuestos. Por poner unos ejemplos: unas acercamos a la unidad. para la defensa de objetivos concretos,
España las iglesias que defienden un estado genuinamente aconfesional podrían cooperar en campasiempre con la cautela de mantener una delimitación nítida de tales objetivos que, en definitiva, es la misma cautela que hemos de mantener en las relaciones con otras organizaciones religiosas, como he explicado más arriba.
2.9. Religiones y sistemas de valores como herramienta crítica y autocrítica
Una de las propiedades de las relaciones interconfesionales es que promueven la apertura a otros, favoreciendo que cada cual salga de la “burbuja” (confesional, ideológica, social…) en la que vive. Esto debería fomentar el espíritu crítico, así como la proyección del mismo ad extra (sensibilización ante los graves problemas de la humanidad, defensa de los derechos humanos y las libertades…) pero también ad intra 29 (promoción de mecanismos participativos y de transparencia en el ámbito eclesial, defensa de un enfoque basado en la persona y no en la institución…).
3. Conclusión
Frente a lo que señalan ciertas concepciones voluntaristas de gran parte del movimiento ecuménico actual, lo cierto es que el mundo, cada vez más sometido al globalitarismo bélico y ultracapitalista, sigue una deriva poco favorable para las libertades. El gran reto de las religiones, así como el de todo individuo o colectivo preocupado por la humanidad, por cada ser
Ecumenismo y diálogo interreligioso: peligros y oportunidades
humano, consiste en no convertirse en la argamasa ideológica de una “humanidad unida” –el viejo sueño de todos los imperios–, sino en mantener despierto el espíritu crítico frente a los grandes poderes mundiales (económicos, ideológicos, políticos, religiosos y político-religiosos) y ante cualquier intento de limitar la libertad de conciencia de cada persona en aras de “un bien mayor”. Sólo bajo esa premisa es posible llevar a cabo sin peligros una colaboración provechosa entre personas y colectivos, creyentes o no creyentes, en proyectos conjuntos al servicio del prójimo.
1 Por otro lado, tal y como es frecuente en sus definiciones de términos religiosos, el DRAE introduce un marcado sesgo al utilizar el término “restauración”, con lo que asume que en el pasado la cristiandad estuvo unida en una sola iglesia, lo cual no es exacto. 2 Juan Pablo II, Ut unum sint, 29 y 38; destacados añadidos en todas las citas. 3 Ver Guillermo Sánchez, “Diálogo”, laexcepcion.com, 30.7.02. 4 Ver la compilación de la Asociación UNESCO para el Diálogo Interreligioso: Francesc Torradeflot [ed.], Diálogo entre religiones. Textos fundamentales, Madrid: Trotta, 2002. 5 El fundador de la Iniciativa de las Religiones Unidas, William E. Swing, defiende que «el proselitismo debería ser ilegal en la zona de las
Religiones Unidas» (Zenit, 15.10.01). 6 En 1989, meses antes de desatarse todos los terribles conflictos que vienen asolando el mundo desde esa fecha, la “Declaración de Melbourne” de la Conferencia Mundial sobre Religión y Paz afirmaba con ilusión: «Empieza a tomar forma el sueño de una comunidad mundial», y «debemos mantener viva la convicción de que lograr la felicidad y la realización humanas depende de poderes espirituales superiores, poderes que nos capacitan para creer que la paz es posible». En algunos pasajes incluso parece fomentar, o al menos asumir, la vinculación entre la religión y el estado. 7 Ver Guillermo Sánchez, “Ecumenismo humanista”, laexcepcion.com, 30.7.02. 8 Ver Guillermo Sánchez, “Los hijos de Abrahán”, laexcepcion.com, 30.7.02. 9 Unitatis redintegratio, 9. 10 Zenit, 17.2.02. 11 La idea protestante clásica del ecumenismo es la de «unidad querida por Dios para su pueblo y que es, fundamentalmente, una unión orgánica, vital, en la cual los miembros no pierden su identidad y diferenciación, al propio tiempo que se hallan interrelacionados y participando todos ellos de la vida de Cristo y del Padre por el poder del Espíritu Santo» (José Grau, El ecumenismo y la Biblia,
Barcelona: Ediciones Evangélicas Europeas, 1973). 12 Juan Pablo II, Ut unum sint, 65. 13 El documento abandona los anatemas anteriores y llama a los demás cristianos «hermanos separados», pues considera que los cristianos que no reconocen la autoridad papal «se separaron de la plena comunión de la Iglesia católica, a veces no sin culpa de los hombres de una y otra parte» (3). 14 Ver el análisis de José Grau de la “Declaración católico-luterana acerca de la justificación” de 1999 (Idea, nº 2 [2000]), disponible en conocereislaverdad.org. Ver también Guillermo Sánchez, “Ecumenismo cristiano”, laexcepcion.com, 30.7.02 15 Lo resume muy bien Mario Marazziti, portavoz de la organización católica Comunidad de San Egidio: «Creemos que de las religiones puede partir un signo importante para acercar mundos diferentes entre sí, para superar las barreras y construir puentes en la sociedad civil. Frente al desafío del mundo contemporáneo, creemos que las religiones pueden dar un alma a la globalización» (Zenit, 16.7.02). 16 Ver Guillermo Sánchez, “Ecumenismo y autoridad”, laexcepcion.com, 30.7.02. 17 V. Norskov Olsen, Supremacía papal y libertad religiosa, Miami: API, 1992, pp.122-127. 18 Ut unum sint, 77, 7, 39. 19 Ídem, 3, 22, 79; Concilio Vaticano II, Unitatis redintegratio, 2. 20 Ídem, 5, 88, 92, 94, 97. 21 Unitatis reditegratio, 4. La declaración Dominus Iesus escrita por J.
Ratzinger siendo cardenal (2000), repite las conocidas posturas del Concilio Vaticano II sobre «la subsistencia en la Iglesia católica de la única Iglesia de Cristo» (4) y considera que «las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, no son Iglesia en sentido propio» (17). 22 Ut unum sint, 95 y 20. 23 P. ej., Evangelii Gaudium, 246. 24 Zenit, 21.2.14. 25 P. ej., la vigilia de oración por la paz en Siria (ver “Francisco y el milagro del ícono”, Chiesa, 12.9.13). Véanse los análisis de Leonardo de Chirico en Protestante Digital, en especial “El ecumenismo no celebrará la Reforma de Lutero” (24.11.13), “Evangelii Gaudium según Francisco” (14.12.13) y “Ecumenismo de sangre” (28.12.13). 26 Ut unum sint, 99. 27 Jonás Berea, “El fraude de la unidad de los cristianos”, yoestoyala puerta.blogspot.com.es, 27.3.14. 28 Ver Herminio Díaz y Luis González, ¿Te crees mejor que yo? Por un diálogo abierto con la ética secular, edición propia, 2012 (disponible en aula7activa.org). José Álvaro Martín (en “Cómo nos venden la moto”, Aula 7, nº 25, diciembre de 2012, pp. 40-43) expone cómo la religión de la Biblia presenta un marcado componente autocrítico e invita a “cuestionar sus propios ídolos o los ídolos de su entorno” (p. 43).