EDITORIAL
Han transcurrido más de cuatro años desde que, el 11 de abril de 1974, un grupo de estudiantes adventistas, procedentes de todas las iglesias del Estado español, se reunía por primera vez para constituirse en AEGUAE. Era nuestro primer congreso. Iniciada ya la cuenta atrás para el comienzo del cuarto congreso, creemos positivo echar una mirada retrospectiva y hacer repaso del tiempo transcurrido entre ambos. Desempolvar los respectivos archivos mentales e intentar averiguar qué han significado para nosotros estos encuentros anuales llevados a cabo desde 1974. Probablemente habrán sido ocasiones -más o menos logradas- para ayudarnos en el estudio de temas que nos afectan a todos. Tal vez también habrán servido para conocernos algo mejor unos a otros, para charlar con gente de ideología similar o las cincuenta mil cosas que queráis añadirle a esta lista. Pero ¿nos hemos planteado alguna vez por qué se convocó el primer congreso, a qué necesidades de fondo respondía y qué fines pretendía alcanzar? Sonaría a tópico si empezásemos diciendo aquello tan gastado de que este hecho surgió de la base, que no nació por ningún “real decreto”, ni cualquier otra iniciativa oficial de la Iglesia. Sonaría a tópico y, por ello, queremos decirlo en otras palabras. Diremos, sencillamente, que no fue más que la cristalización de unos deseos bastante anteriores a esta fecha, nacidos de la experiencia diaria de una parte de la comunidad adventista, que tenía que resolver unas cuestiones concretas e ineludibles, dentro de un marco ambiental dado. Fue esto. El primer paso. La materialización de unas anhelos que debían traducirse en futuras realidades. Nació como un MEDIO “para”, no como un fin en sí. Han transcurrido más de cuatro años y, analizándolos en el conjunto global de los distintos ámbitos que constituyen AEGUAE, vemos que, al menos hasta ahora, parecería ser como si, para muchos, fuera un fin por sí sólo. Sabemos que partimos de realidades distintas y, por tanto, no se trata ahora de hacer juicios de valor sobre el posible grado de calidad o validez respecto a la labor desarrollada en cada distrito, por ejemplo. Partimos de realidades distintas y no tenemos por qué pretender trasplantar soluciones prefabricadas, que pueden ser muy válidas en un lugar concreto y, tal vez, inviables en otro. Por este motivo, pensamos que nadie debe creerse con derecho a poder dar lecciones “magistrales” a nadie. Las respectivas soluciones -necesarias y urgentes soluciones, por cierto- han de ser autóctonas, nacidas de una realidad que no se da en abstracto, sino en un contexto material muy concreto y definido con el que hay que contar, al que hay que respetar. Nadie puede jactarse de nada y AULA 7, concretamente, tampoco. Pero aprovechando el privilegio de ser nexo de unión entre todos, permitidnos lanzar este tercer ejemplar a modo de señal de atención, de grito de alarma, de opción a la esperanza todavía no perdida. No permitamos que este congreso sea la única actividad de AEGUAE en todo un año. Tan sólo tendrá un auténtico sentido si logramos hacer de él un real INTERCAMBIO entre gente que, en distintos sitios, trabaja en equiparable nivel. Por ahora esto no ha sido así, y hay que invertir el mecanismo; si no, corremos el riesgo del colapso del proceso, o bien, el de tolerar que nuestro encuentro anual no pase del folklorismo colorista, de un congreso más. Desatemos pues amarras. Sin miedo. Rememos mar adentro, que vamos por las mismas aguas hacia el mismo puerto. La Redacción. Barcelona, octubre de 1977
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