AULA 7 NÚMERO 4 NUEVA ÉPOCA / DICIEMBRE 1991

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EDITORIAL

Para ser un hombre de éxito en nuestra sociedad parece imprescindible una cierta (a veces excesiva) dosis de seguridad en sí mismo, de individualismo, de autoafirmación (aunque esta afirmación no sea, la mayoría de las veces, más que la ratificación de los criterios de la comunidad en que se inscribe). Parecería que los que dudan están automáticamente excluidos de esa especie de paraíso para triunfadores, para yuppies, mariocondes o cualquier otra especie de seres admirados o admirables que pululan por nuestra secularizada sociedad. Se nos aparta por el simple hecho de no aceptar, ineluctablemente, unas evidencias que pretendemos, en nuestra osadía, son también cuestionables, como todas las realidades que nos circundan. Los valores éticos de la sociedad contemporánea son el resultado de un, llamémoslo así, consenso a cuya creación han contribuido también, y quizás sobre todo, los que disienten, los que no aceptan ciertas «verdades evidentes», los que «se permiten el lujo» de dudar. Según el eminente psiquiatra Carlos Castilla del Pino, «quien disiente es disidente, es decir, “está separado, sentado aparte”. Quien pretenda ser sincero y disienta del común sentir de los demás debe estar prevenido del riesgo que su elevación frente a la comunidad lleva consigo. ¿Podré yo soportar la agresión [...] que la afirmación de mi singularidad lleva consigo?». Como cristianos no podemos menos que dudar o disentir de algunas de las afirmaciones que nuestro entorno nos presenta. No deberíamos sentirnos diferentes, por lo menos si ello connota la afirmación de nuestra individualidad. Una individualidad que, por otra parte, no debe ser gratuita, sino el resultado de nuestra relación día a día con Dios. La disensión es también un punto de vista. Es más, los que disienten, los que se atreven a diferenciarse de los demás son, no lo olvidemos, los que contribuyen a que nuestro mundo camine poco a poco hacia algo mejor, aunque nuestras metas no tengan mucho que ver con las terrenamente deseables. ¿Podremos soportar, como dice Castilla del Pino, la agresión que la afirmación de nuestra individualidad como cristianos conlleva?

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CENSURA Para que determinada información no resulte conocida, basta con difundir otras muchas noticias y producir la interferencia, la saturación, el bloqueo del posible receptor.

¿No son todos iguales? Me refiero a esos grupos religiosos minoritarios. Basta con adoptar unas prácticas extravagantes, disponer de algún iluminado y suscitar la sumisión acrítica de varios crédulos descerebrados. Evidentemente estoy parodiando. Pero este análisis se enmarca en un contexto en el que la sobresaturación informativa afecta también a las ofertas religiosas. «Nos hallamos ante [...] un alud de noticias tal [...] que hace perder el norte de lo importante y lo trivial; una difusión acelerada de lo inmediato que impide a la información durar y al destinatario reflexionar sobre ella».1 Umberto Eco señalaba recientemente: «La censura ya no se ejerce por retención o eliminación, sino por profusión: para destruir una noticia basta con lanzar otra inmediatamente detrás».2 Y es cierto. Donde proliferan las propuestas se generan relativizaciones y homogeneización. Resulta imposible distinguir (toda minoría religiosa presenta rasgos idénticos). Es la nueva ceremonia de la ocultación. Desde esta perspectiva resultaría relevante la recuperación de criterios para adoptar compromisos religiosos. Habría de perseguirse una discriminación que promoviera adhesiones liberadoras; que evitara dirigismos, dependencia y tuviera como fundamento el uso de capacidades críticas; que supusiera posicionamientos basados en la apertura del diálogo y en la profundización hermenéutica bíblica. Si la profusión informativa acaba por bloquearnos, si caemos en la trampa estrategia del exceso, sólo cabe una lucidez basada en opciones maduradas; una fe entendida como «aventura difícil, comprometida y apasionante».3 «Porque donde está Dios no caben opresiones».4 Ni siquiera la de la sobresaturación informativa.

JOSÉ ÁLVARO MARTÍN Licenciado en Filosofía

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MARDONES. Postmodernidad y cristianismo. Santander: Sal Terrae, 1988, p-65.

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Babelia, 9/11/1991. BADENAS, R. Encuentros. Madrid: Safeliz, 1991, p. 95. Id., p. 71.

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EISENSTEIN: EL ZAR DE TODAS LAS CINEMATOGRAFÍAS

La personalidad y el trabajo de un gran profesional de la cinematografía. Cartelista, educador de masas, conferenciante o maestro del séptimo arte, lo que S.M. Eisenstein representa, realmente, es el espíritu humano en búsqueda de la creatividad y el compromiso.

Riga, capital de la conocida Letonia. Nace en 1898 Serguei Mihailovic Eisenstein en el seno de una familia de origen judeoalemán perteneciente a la próspera burguesía. Muy pronto se convierte en intelectual: inglés, francés y alemán son idiomas que domina con soltura; con tan sólo 16 años inicia estudios de arquitectura. La gran guerra cambia su vida (como la de tantos otros: Landa, Murnau, Gropius...) entrando en contacto con las ideas bolcheviques que, por aquel entonces, prometían cambiar la estructura de un vasto imperio llamado Rusia. Tras la Revolución de octubre (1917) Serguei se convierte en cartelista del Ejército Rojo, oficio artístico destinado, como el cine, a las grandes masas. En 1920 entra a formar parte del Proletkult, un envidiable tinglado estatal destinado a culturizar a las masas. Cuatro años de aprendizaje en la escena teatral le bastaron para llegar al cine, esa «nueva manera de sentir», que diría Bresson. Su ópera prima: Kinodnevik Glumova (El noticiero de Glumov, 1923). El genio creador de Serguei comienza a salir. Será como el rabino Löw en busca del invencible Golem,1 en su caso, en busca del film perfecto. Inicia esta búsqueda con Stachka (La huelga, 1923), film de compromiso social demasiado simplón y del cual el propio Serguei vertería opiniones muy críticas. Está claramente influido por las opiniones de Lenin en cuanto al compromiso del artista: «Vosotros los artistas sois unos individualistas obstinados; id a las masas; id a las fábricas y a los talleres. Allí recibiréis impulsos nuevos para vuestro trabajo creador, allí descubriréis lo que necesita en cada momento el proletariado».2 1925. Se cumple el 20º aniversario de la Revolución de 1905. El Partido espera de sus artistas obras que alaben el valor de aquellos fracasados revolucionarios. Serguei es quien da esa obra esperada, escribiendo al mismo tiempo una página en la Historia del Arte: Bronienosiets Potiomkin. Huelga traducir. La sublevación de los marineros del buque insignia de la flota zarista y la tragedia de quienes con ellos simpatizaron, se torna poesía visual en manos de Seguei: el dolorido cuerpo del marinero azotado, el amargo rictus de Vakulenchuck antes de morir, la crueldad de las botas y bayonetas asesinas pasando sobre el cuerpo de una madre y su hijo muerto (anticipación del Guernica) y el paso del buque ante los demás navíos mientras todos los marineros confraternizan, son planos bellos y, por sí solos, cargados de un profundo dramatismo. Frente al tratamiento estético del otro gran maestro soviético Pudovkin, quien pretendía realzar la figura del individuo frente a la masa, Serguei hace de la masa un individuo dramático: la secuencia de la escalinata de Odessa no es más que la personificación de, por emplear un término griffithiano, la intolerancia. Ello lo conseguirá gracias a la técnica del

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montaje, la cual afirmaba haberla aprendido de Griffith: «Lo mejor del cine soviético ha salido de Intolerance. En lo que a mí se refiere, se lo debo todo».3 Puede que sea cierto, pero Serguei depura esta técnica y la introduce en el mundo del Arte bajo el nombre de «contrapunto audiovisual»: imágenes, diálogos, música..., todo ello se mezcla proporcionalmente a guisa de fórmula magistral, para conseguir una obra compacta. 10º aniversario de la Revolución. Comprometido con una ideología que hasta el momento consideraba justa realiza un canto épico: Oktiabr (Octubre). Traslada al celuloide los acontecimientos que pusieron fin al despótico dominio de los Románov y al inestable gobierno burgués dirigido por Kerenski. Frente al ridículo comportamiento de los mencheviques, Serguei reivindica al bolchevique: el revolucionario del pueblo, el pueblo mismo. La culminación del film es la aparición de Lenin (interpretado por un obrero de la siderurgia de asombroso parecido con el líder político) como único representante del comunismo. Con motivo de un certamen de cine independiente al que asistió en Suiza rueda un film de ensayo que desgraciadamente se ha perdido: Sturm über La Sarraz (Tormenta sobre La Sarraz). En 1929 realiza un film intitulado de dos maneras: Generalnaja linnja (La línea general) o Staroie i novoie (Viejo y nuevo). Extraña obra que muestra las innovaciones introducidas por la Revolución en el campo según la relación dramática: hombre-tractor. Emparentado con el género propugnado por Dziga Vertov, el estreno de este film en París estuvo acompañado de la polémica, siendo prohibida su exhibición. La realización de un proyecto personal lo lleva a tierras mejicanas y a depender del sistema de producción estadounidense representado en este caso por Upton Sinclair. La filmación de ¡Que viva Méjico! persigue mostrar al pueblo mejicano según una gran influencia de los muralistas Orozco y Siqueiros. Cuatro episodios son los ideados en un principio, pero el productor retira la financiación so pretexto del carácter político del episodio Soldadera, cuadro sobre la Revolución Mejicana. Regresa a la URSS con las manos vacías, pues no será hasta 1951 cuando las autoridades estadounidenses devuelvan el material confiscado. Tras dos años de actividad intelectual (conferencias, clases teóricas, artículos y ensayos) es obligado a realizar Bezhin Lud (El prado de Bejin). Film a medio camino entre el documental y el panfleto. Serguei nunca digirió este film, del cual sólo quedan unos fotogramas sueltos ya que fue casi destruido durante la Segunda Guerra Mundial. 1938 supone el primer film sonoro de Serguei. En un primer momento se había mostrado reacio al empleo de la palabra en el cine: «El cine sonoro es un arma de dos filos, que se utilizará según la ley del mínimo esfuerzo, es decir, simplemente para satisfacer la curiosidad del público».4 Acabará claudicando con Aleksandr Nevski (Alejandro Nevski), film de doble lectura. Por un lado se trata de una obra histórica que refleja la lucha del pueblo ruso contra el expansionismo (Drang nach Osten) de la Orden Teutónica. En segundo lugar, se puede identificar una alegoría de intencionalidad política advirtiendo del peligro alemán y la necesidad de buscar un jefe que pueda hacer frente a la situación. La figura bolchevizada de Novgorod está más cerca de Trostki que de Stalin, baste citar la caracterización de Aleksandr como caudillo victorioso de guerras pasadas y organizador del ejército popular. Estéticamente se trata de un film perfecto: la fotografía de Tissé, la música de Prokofiev, los diálogos de Palenko y del propio Serguei, se compaginan según un minucioso esquema de trabajo5 consiguiendo una obra artística de gran calidad.

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Tras varios proyectos frustrados (Pekerop, El canal de Ferganá) y en espera de nuevas ideas para proseguir su carrera fílmica, pone en escena Die Walküre, ópera de Richard Wagner, coincidiendo desgraciadamente con la invasión alemana de la URSS. Serguei se traslada a Kazajstán y es allí donde gesta su obra cumbre, por otro lado, canto del cisne del gran maestro. Ivan Grozny (Iván el Terrible, 1943-1945) sigue el ejemplo de Aleksandr. Es decir, por medio de un episodio histórico pretende advertir sobre determinado peligro que se cierne sobre la Rusia contemporánea. No se trata de un enemigo extranjero, sino de un mal que se encuentra en la misma cúpula del poder. Crítica intelectualizada a la figura de Stalin a quien, por medio del zar Iván IV, refleja como un esperpento esquizofrénico. Su osadía le costó cara. Si bien la primera parte del film fue galardonada con el Premio Stalin de primera clase, la segunda, en la cual criticaba el culto a la personalidad y a otros rasgos propios del dictador georgiano, fue requisada por el Estado (hasta 1958 no fue estrenada) y se le niega ayuda financiera para otros proyectos. Hasta el momento de su muerte, 23 de enero de 1948, Serguei sólo escribe artículos y ensayos sobre cinematografía. El hombre que había retratado lo mejor de la Revolución fue puesto en olvido por un máximo dirigente con demasiado afán de protagonismo. Antes de finalizar es justo reivindicar el sedimento religioso, faceta desconocida de este gran director. Su religiosidad no es la institucionalizada por el clero ortodoxo, pues siempre lo presenta como corrupto: en Bronienosiets Potiomkim el pope está a favor de los opresores, en Bezhin Lud es el acumulador de «riquezas terrenas», en Ivan Grozny se muestra a un clero intrigante vendido al mejor postor. Su fe es personal y, en un régimen que prohíbe la expresión religiosa, Serguei representa simbólicamente sus sentimientos religiosos: en Maguey (episodio de ¡Que viva Méjico!) el suplicio de los tres peones no es más que una interpretación simbólica de la Crucifixión.6 Serguei Mihailovic Eisenstein, en cierto momento, reconoció su fe con esta rotunda afirmación: «Creo en Cristo. Creo en Él como Salvador. He intentado superar esa fe. Ahora he renunciado a tales tentativas».

DANIEL C. NARVÁEZ ESTUDIANTE DE 2º CICLO

1 Alusión 2 LENIN,

DE

HISTORIA DEL ARTE

al film Der Golem de Paul Wegener, versión de 1920, basado en una leyenda hebrea. V.I. Sobre Arte y Literatura. Madrid: Ed. Júcar, 1975, p. 227.

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BRUNETTA, G.P. Nacimiento del relato cinematográfico. Madrid: Cátedra, 1987, p. 138. JEANNE-FORD. Historia Ilustrada del Cine-II. Madrid: Alianza, 1974, pp. 22-23. 5 Véase el gráfico «Esquema de montaje de Aleksandr Nevski» sg. El sentido del cine (vid. bibliografía).

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Cf. FERNÁNDEZ, D. Eisenstein, el hombre y su obra. Barcelona: Ed. Ayma, 1979, p. 151.

BIBLIOGRAFÍA I. Sobre Eisenstein:

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La forma en el cine. Buenos Aires: Ed. Losange, 1955. Teoría y técnica cinematográfica. Madrid: Ed. Rialp, 1957. Problemas de la composición cinematográfica. Montevideo: Pueblos Unidos, 1957. Anotaciones de un director de cine. Moscú: Ed. Progreso, 1968. El sentido del cine. Buenos Aires: Siglo XXI, 1974. II. Sobre guiones: Iván el Terrible. Méjico: Ed. Era, 1968. El acorazado Potiomkin. Id., 1975.

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¿ES DEMOCRÁTICA LA IGLESIA ADVENTISTA?

En plena efervescencia de nacionalismos, separatismos, vueltas a regímenes democráticos y demás órdenes mundiales, la cuestión de si es democrática la Iglesia Adventista no es superficial. Reúne todos los componentes, en la pluma de Daniel Basterra, para cerrar filas algunos, sentirse comprendidos y reafirmados otros. Pero si la «Iglesia es mejorable, tenemos que trabajar con ese objetivo», huyendo de lo «adjetivo y anecdótico», intentando «mejorar sus estructuras y funcionamiento».

En muchas ocasiones, cuando he hecho visitas a cargos políticos acompañado, por regla general, por el correspondiente presidente de nuestra Iglesia (siempre he querido que ellos fueran conocidos por las autoridades), se nos ha hecho la misma pregunta: ¿cómo se gobierna su Iglesia? Los más interesados, o los que conocían un tanto el régimen de algunas iglesias, llegaban a hacer una segunda pregunta: ¿es jerárquica o democrática? A estas preguntas siempre se ha apresurado a responder el presidente de turno; nunca me han dejado pronunciarme, cosa que tampoco me ha importado mucho. Creo que todos pueden colegir la respuesta que invariable y contundentemente han dado: «Nuestra Iglesia, señor ministro, director general, etc., es democrática». Hay quien ha llegado a decir «plenamente democrática». Yo, dependiendo de la jerarquía que teníamos delante, tomaba dos actitudes: si era presidente del Parlamento o ministro, ponía cara de palo y no pestañeaba, aunque los conociese de antes, por aquello del rango. Si se trataba de subsecretario o director general, casi siempre conocidos míos de antes, carraspeaba sonoramente. ¿Es nuestra Iglesia democrática? No podemos dar contestaciones simplistas o sin fundamento. Naturalmente que la palabra «democracia» tiene el valor de una etiqueta, de una marca de prestigio, como si se tratase de un reloj Cartier con garantía de por vida. Naturalmente también las «marcas» o «etiquetas de dictador», «autoritario», «autócrata», «absolutista» y otras parecidas no las quiere nadie para sí, aunque la «maquinaria» de dentro responda a lo que dice la marca exterior. Hoy todo el mundo es demócrata. También la mayor parte de la gente se declara monárquica, los mismos que antes gritaban ser franquistas. Tal vez unos pocos no fuimos una cosa si somos la otra; por eso seamos, seguramente, especie a extinguir o a exterminar. Decir que nuestra Iglesia es democrática es decir lo que voy a exponer en este artículo. Y lo hago, con toda modestia y humildad, desde el pupitre donde cada año dedico dos meses, aproximadamente, a explicar qué es el Estado de Derecho, o sea el Estado democrático. I. GOBIERNO DEMOCRÁTICO El primer artículo de la Constitución española, en sus primeras palabras, dice: «España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho». Aparte de la tremenda imperfección de esta primera declaración constitucional, vamos a sacar, por comparación, aspectos positivos. Y digo que es imperfecto por dos razones:

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1ª.- Porque España no se constituyó como Estado en 1978; ya era Estado. Únicamente pasó a ser democrático o de Derecho. 2ª.- La segunda imperfección es el redundar en lo de democrático y Estado de Derecho, pues en la actualidad ambos conceptos son prácticamente sinónimos. Democracia nos viene de antiguo y Rechtstaat o Estado de Derecho nos viene de mediados del siglo pasado, de la doctrina política alemana. ¿Qué quiere decir la grandilocuente declaración constitucional? Que España pasaba a ser democrática, sencillamente porque no lo había sido hasta entonces. ¿Es España democrática? Sí, aunque con grandes imperfecciones, pero lo es. ¿Por qué? Porque es un Estado de Derecho. No puede haber democracia en un Estado que no lo sea de Derecho y viceversa. Pero, entonces, ¿qué es un Estado de Derecho? Vamos a verlo, muy brevemente, teniendo en cuenta la aplicación que vamos a hacer para nuestra Iglesia no como un Estado político sino como una sociedad religiosa que, según algunos pretenden, es gobernada democráticamente. Los presupuestos mínimos comúnmente admitidos para dar el visto bueno a un Estado, país o nación como de Derecho son lo siguientes: 1.- Imperio de la ley (rule of law). Pero no cualquier ley, sino sólo aquella que ha sido hecha y votada por los representantes del pueblo. 2.- Esos representantes han tenido que ser elegidos por el pueblo en elecciones libres y periódicas, lo cual conlleva que la soberanía reside en el pueblo. 3.- Debe haber una separación e independencia entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial de forma que haya un balance entre ellos por medio del control mutuo. 4.- Finalmente, reconocimiento, garantía y realización de todos los derechos fundamentales de la persona. Cuando un Estado cumple con, al menos, estos cuatro requisitos se le considera plenamente democrático. Mas, ¿qué tiene que ver todo lo dicho con la Iglesia Adventista, máxime cuando Jesús hizo una neta distinción entre el Estado y la Iglesia? En principio, no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero si pretendemos que el gobierno de nuestra Iglesia es democrático, estamos introduciendo un elemento, la forma de gobierno, que sólo puede definirlo y precisarlo la política. II. ¿ES DEMOCRÁTICA LA IGLESIA? Se ha escrito muchísimo sobre la democracia. Pero pese a todo lo escrito, y leído, no encuentro palabras más esclarecedoras que aquellas del gran pensador ginebrino Rousseau cuando traza el régimen perfecto societario: de trata, decía, de «encontrar una forma de sociedad que defienda y proteja con toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado y por lo cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, sino a sí mis-

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mo, y permanezca tan libre como antes». He aquí, pues, el concepto supremo de democracia, que posteriormente ha sido desarrollado hasta identificarlo con lo anteriormente expuesto. Si entendemos por democracia el gobierno de los representantes del pueblo, elegidos por medio de elecciones libres (a las que se puedan presentar todos) y periódicas, que gobiernan con la autoridad de la ley emanada del pueblo y hecha por los representantes de la soberanía, quienes a su vez controlan a los gobernantes, y todos respetan los derechos fundamentales de los ciudadanos, vemos que no podemos hablar de democracia en la Iglesia porque no se cumple nada de lo expuesto. Entonces, ¿por qué muchos dirigentes y hermanos dicen que tenemos un gobierno democrático? Yo creo que confunden los deseos con la realidad y, simplemente, porque se someten a votación mayoritaria algunas cuestiones (en reuniones administrativas de iglesias locales, consejos de iglesia, Consejo de la Unión, Asambleas, etc.), que eso es democracia. Tomemos dos ejemplos: el presidente mundial y el presidente de la Unión son elegidos por votación mayoritaria en una Asamblea periódica. «¿Veis? Democráticamente». También el Papa es elegido por votación mayoritaria en una asamblea de cardenales, cuando esta Iglesia no conoce ni por el forro lo que es democracia. No podemos confundir el que se sometan a votación cuestiones más o menos importantes con la democracia. Es hacer de ello un reduccionismo tan pueril que sólo puede convencer a los que entienden muy poco de gobierno y de democracia. Recordemos que en el Soviet Supremo y en las Cortes franquistas (por poner dos ejemplos distantes entre sí) también se sometían a votación cuestiones importantes, pero nadie medianamente ilustrado podrá pretender que eran democracia por cuanto no cumplían con ninguno de los requisitos antes citados. Otro ejemplo: en los Ayuntamientos del período franquista, todos los asuntos municipales se sometían a votación mayoritaria del pleno, o sea, de los concejales. ¿Eran democráticos por ello? No, en absoluto. No habían sido elegidos por el pueblo, por lo que les faltaba, ab initio, la legitimidad. Sin entrar en otras consideraciones de bastante peso específico, bástenos ver solamente dos realidades sencillas en sí mismas: la elección de los principales cargos de la Iglesia y el respeto que ella ejerce por los derechos fundamentales que pudieran afectarle. En primer lugar, pues, comprobamos que las elecciones citadas no las hace el pueblo libremente, sino que los delegados de las iglesias acuden a una asamblea y allí se nombra un precomisión, dirigida siempre por el presidente de la División, o su sustituto, la cual designa a la Comisión de Nombramientos, presidida por el cargo citado; esta Comisión es la que propone a la asamblea los cargos que suelen ser aceptados en un 95-98% de los casos. ¿Es esto democracia? Acaso un embrión de ella, pero nada más. Nuestra Iglesia está fuertemente influida, especialmente en su organización original, por las normas políticas de Estados Unidos. Ya dije en otro número de esta revista (Aula7, número 3, año 1991) que tenemos el organigrama del gobierno de los EE.UU. En cuanto al sistema de los cargos en las asambleas, se copió el sistema entonces vigente en aquel país para la elección de sus representantes: el denominado caucus, sustituido ahora por las elecciones primarias, sistema mucho más democrático que el anterior. El sistema del caucus consistía en que una minoría de miembros distinguidos de un partido político elegía a los candidatos a los cargos del Estado; el trámite posterior en asamblea era pura apariencia. La única diferencia con nuestro caucus es que en el político estadounidense era, finalmente, el pueblo el que elegía a unos u otros candidatos; en el nuestro, el caucus, o sea, la

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Comisión de Nombramientos, propone a la Asamblea, que muy pocas veces ejerce su derecho a discrepar, votando lo que le es presentado sin más. He observado que la mayor parte de las veces los hermanos cuestionan y discuten asuntos de procedimiento o de forma que no son importantes, mientras que los de fondo son obviados o se tratan en un santiamén. Si, según dice el Manual de Iglesia, «la autoridad de la Iglesia descansa en los miembros de la misma», los hermanos, en las Asambleas, deberían ejercer esa autoridad que les es reconocida por el máximo ordenamiento legal de nuestro cuerpo eclesiástico, pero deben ejercerla con conocimiento y responsabilidad, no dando importancia ni perdiendo el tiempo con lo adjetivo o anecdótico, sino entrando en la sustancia de las cuestiones con el fin de mejorar las estructuras y el funcionamiento de nuestra querida Iglesia. Porque nuestra Iglesia es mejorable, tenemos que trabajar con ese objetivo. No es de recibo la opinión que un alto representante de la unión emitió en el último encuentro de juristas adventistas (Madrid, julio de 1991) cuando, en una discusión, se suscitó la cuestión de mejorar las normas eclesiásticas. Él dijo, más o menos textualmente: «El que entra en la Iglesia ya sabe a qué atenerse». Esta idea refleja el subconsciente del componente inmovilista y reaccionario de muchos dirigentes. Yo me pregunté a mí mismo: «Y los que hemos nacido en la Iglesia, ¿qué hacemos?». Porque nosotros no hemos entrado, sino que ya estábamos en ella. No todo es tan elemental y sencillo como un «lo tomas o lo dejas». La Iglesia no es un partido político monolítico para pensar y actuar de la forma que expuso nuestro dirigente, pues Cristo fundó una sociedad eclesiástica abierta a todas las tendencias (Pedro y Pablo, éste y Bernabé, etc.). Lo fundamental es la doctrina evangélica; lo accesorio, las normas y el procedimiento. Un segundo referente para saber si nuestra Iglesia es democrática lo constituye el respeto de las libertades que pueda tener. Cuando hablamos de un régimen político, democrático o no, lo primero que hacemos, para saber si lo es o no, es analizar el grado de respeto que ese régimen tiene por los derechos fundamentales. Porque puede tener elecciones libres, separación de poderes y demás pero no respetar las libertades básicas. Ejemplos paradigmáticos de lo que digo son, hasta estos momentos, Israel y África del Sur. Tienen elecciones libres, pero apalean diariamente a ciertas clases de personas. ¿Respeta nuestra Iglesia las libertades que le conciernen, como sociedad que es, tales como la libertad religiosa de los demás, la libertad de expresión y la de pensamiento? Piensen nuestros dirigentes en ello y respondan luego, cuando les pregunten por la forma de gobierno, si éste es democrático o, simplemente, es un gobierno eclesiástico, sin más, como creo que debe ser. III. ¿PUEDE SER DEMOCRÁTICA LA IGLESIA? Ésta es una cuestión más teológica, aunque no lo parezca, que política o social. El problema es que transponemos los términos y aun los conceptos, siendo que las instituciones son totalmente distintas. «Mi reino no es de este mundo», contestó Jesús, máximo exponente del cristianismo, a Pilato, representante de la política, del Imperio. Sin embargo, nos empeñamos en buscar la homologación con la democracia, con el gobierno representativo, etc. ¿Hace falta? Creo que no. La Iglesia es una sociedad eclesiástica basada en la revelación de Dios como norma suprema y en el Evangelio. Si, además, creemos que es el Espíritu Santo quien preside actualmente, no hay punto de comparación alguno con los gobiernos de este mundo.

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Resumiendo, antes de terminar: no merece la pena tratar de demostrar lo indemostrable; es decir, en este caso, que la Iglesia tiene un gobierno democrático, por dos razones principales que ya se han expuesto: primera, la realidad, porque no es democrática y, segunda, la verdad bíblica, porque es de Dios y, por lo tanto, nada tiene que ver con este mundo. Aunque no por ello queramos decir que la Iglesia no deba ser gobernada con un espíritu más liberal, de respeto a los derechos de los demás y a las formas de gobierno democrático que, al fin y al cabo, es lo que vemos en Jesucristo y en la Iglesia primitiva. ACLARACIÓN FINAL Algunos (tal vez bastantes) piensan que éstas y otras observaciones parecidas, que pueden ser más o menos críticas para la organización de la Iglesia, no son buenas porque «no edifican». Naturalmente, los que así opinan tienen el parámetro justo de lo que edifica y de lo que es negativo, aunque se ha comprobado hasta la saciedad que lo que ellos consideran que «edifica» suele coincidir con todo lo que signifique alabanza, rutina y mantenimiento de las estructuras obsoletas e ineficaces. Estas personas buscan el asentimiento en todo porque piensan, tal vez sinceramente, que el disenso o la crítica perjudican a la uniformidad y la homogeneidad del cuerpo eclesiástico. Pero ésta es la disculpa que se encuentra en todos los sistemas monolíticos, los cuales, además, son reacios al cambio, puesto que el inmovilismo no requiere actuar y ni apenas pensar. Leí el año pasado lo siguiente: «Es cierto que un consenso que evoluciona en la historia funciona gracias al disenso que no es más, a su vez, que un consenso que podríamos llamar “crítico”; es cierto que el disenso reactiva críticamente un consenso continuamente amenazado por su posible instrumentación interesada al amparo de los tópicos ideológicos del momento». Porque unos cuantos pensemos de forma distinta a la de los dirigentes en algunos temas, no creo que por ello amemos menos a la Iglesia; porque éste es otro de los problemas acuciantes. Se ha hecho creer, casi como si se tratase de una verdad revelada, que los que dicen «sí» a todo son buenos colaboradores y aun mejores cristianos y que aquellos que de vez en cuando dicen «no» o disienten de los planteamientos oficiales no lo son. ¿Es que un padre que corrige o castiga a su hijo le ama menos que aquél que le deja hacer todo y jamás contraría a su prole? Hay cariños muy mal entendidos, eso lo sabemos todos. El difunto profesor García Pelayo, primer presidente de nuestro Tribunal Constitucional, escribió que «una misma idea puede expresarse en forma mítica y en forma racional» (los mitos políticos). Algunos tratamos de llevar nuestra experiencia cristiana de forma un tanto racional y no solamente emocional como pleitesía al mito. Yo no voy a pretender que los emotivos se vuelvan racionales. ¿Por qué pretender que los racionales se vuelvan emotivos? ¿No hemos defendido siempre que la diversidad enriquece? ¿Por qué, a la hora de la verdad, sólo se busca la unidimensionalidad de los colaboradores y de los miembros?

DANIEL BASTERRA MONTSERRAT Pastor adventista Doctor en Derecho y Profesor tit. D. Constitucional U.C.M.

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¿QUÉ OPINA USTED SOBRE EUTANASIA, ABORTO, HOMOSEXUALIDAD Y CONTRACEPCIÓN?

Médicos y teólogos adventistas frente a la ética cristiana de estos cuatro aspectos de la sociedad actual.

EUTANASIA La máquina eutanásica para enfermos terminales del Dr. Kevorkian («La medicina debe atender a quien quiera morir»). A.- «El don de la vida es divino y sólo a Dios corresponde decidir sobre él. Además, la medicina moderna dispone ya de recursos para tratar el tan temido dolor, resultante de algunas enfermedades mortales». B.- «Considerando por eutanasia la doctrina que sostiene la legitimidad de poner fin con la muerte a los sufrimientos de los enfermos incurables, estoy en contra. El médico no puede decidir en un determinado momento el quitar la vida a una persona y actuar en consecuencia. Ahora bien, estoy a favor de la muerte sin dolor, máxime disponiendo en la actualidad la medicina de medios para evitarlo. Y a favor de una muerte digna, es decir, en contra de aplicar medidas excepcionales para prolongar la vida a una persona que, desde los conocimientos médicos actuales, no tiene posibilidad de curación o de vivir como una persona integral». C.- «Yo creo que como médico cristiano y, por lo tanto, sujeto al evangelio, no debo matar. Sin embargo, quiero puntualizar que comprendo que hay varios niveles y calidades de vida. No es lo mismo una persona plena de vida que un anciano de 98 años afectado de varias enfermedades graves e incurables, sin familia, ingresado en una unidad de cuidados intensivos en coma profundo, con respiración asistida y alimentación artificial. También quiero comentar que la eutanasia puede ser activa, es decir, ayudando a la persona a morir, o pasiva, dejando a la persona sin medios que sostengan la vida de un modo artificial, aunque ésta sea totalmente vegetal (se considera viva una persona aunque sólo tenga latido cardíaco y ondas en el registro de la actividad eléctrica cerebral). Aunque algunos profesionales de la ética creen que ambas situaciones son iguales, creo que hay grandes diferencias aunque el fin sea el mismo. Otro caso extremo sería un enfermo terminal afecto de cáncer, con muchos dolores y que, para aliviarle, se le seda con morfina, aun sabiendo que ésta es una droga potente, que crea dependencia y que además acortará su vida. ¿Se puede decir que el médico está realizando la eutanasia en este caso? Creo que como médico cristiano debo utilizar todas mis posibilidades y talentos para dar esperanza y ánimo al desesperado, pero en casos extremos, como algunos de los mencionados y en otros, creo que la cuestión sería: ¿cómo actuaría Jesús si ahora fuese médico y estuviese en esta situación? La respuesta a esta pregunta creo que podría tener variaciones según la persona entrevistada, la situación y el caso particular a resolver».

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D.- «La eutanasia activa no es aceptable desde el punto de vista de la moral cristiana. La eutanasia pasiva es aceptable si existen suficientes criterios para valorarla». E.- «No me lo he planteado nunca. No sé si desde el punto de vista jurídico es legislable. Habría que responder desde el punto de vista humano y del cristiano. Desde este punto de vista, no creo que bíblicamente se pueda resolver. Se ha de resolver con la conciencia». ABORTO Los argumentos que desde sectores progresistas vuelven a utilizarse para subrayar la insuficiencia de nuestra ley sobre el aborto. A.- «La Iglesia Adventista ya ha definido una posición que me parece correcta. Está de acuerdo con el aborto por violación, terapéutico y por malformaciones del feto». B.- «Estoy a favor del aborto en el caso de determinados supuestos muy concretos (peligro importante para la vida de la madre, malformaciones graves en el feto, violación...). Los motivos económicos (creo que son aducidos por algunos sectores) no me parecen justificables. En su lugar creo que serían fundamentales la existencia de centros de acogida, de apoyo psicológico, favorecer la posibilidad de trabajo para las mujeres en situaciones conflictivas, etc., además de una adecuada legislación sobre adopción (no exageradamente restrictiva). Es decir, apoyo social desde los poderes gubernamentales. En todo caso, creo que debe respetarse la objeción de conciencia del ginecólogo». C.- «Creo que podría encabezar esta pregunta con la misma respuesta que la dada respecto a la eutanasia. Existen varios niveles y calidades de vida. No es lo mismo un óvulo sin fecundar que un óvulo recién fecundado, que un embrión de una semana, aún no anidado en la madre, que tiene muchas posibilidades de morir antes de llegar al final del embarazo, y un óvulo sin fecundar, tiene vida en sí mismo, pero de los varios cientos de miles que existen en el ovario de una mujer sólo unos pocos llegarán a ser criaturas. Al igual se puede hablar de otras situaciones: no es lo mismo un embrión dentro de una madre que lo desea y lo ama que un embrión fruto de una terrible violación causada por un enfermo de sífilis o sida, que un feto que por medio de un ecografía se ha visto que no tiene cabeza o corazón, etc. Para mí, no existe una respuesta sencilla y uniforme para todos los casos. Como en la respuesta anterior, creo que mi planteamiento sería: ¿cómo actuaría Jesús si ahora fuese médico y estuviese en mi lugar y en esta situación?». D.- «El aborto es inaceptable excepto en el supuesto de que una de las dos vidas en cuestión esté en peligro». E.- «Mi opinión coincide con la de la Conferencia Episcopal francesa. Si esta sociedad no puede encargarse de los hijos de los que quieren abortar, tampoco podemos juzgar a las personas que quieren abortar. Bíblicamente no sé si... Los católicos lo tienen claro, la opinión viene de una autoridad que les hace no tener otra opinión. Los protestantes tienen varias opiniones, no lo tienen claro, yo tampoco. La mejor legislación es la que no existe, yo no quisiera juzgar».

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HOMOSEXUALIDAD El sida y las lecturas morales que se hacen sobre esta enfermedad. A.- «El sida, como otras enfermedades graves, no debe ser interpretado como “una plaga” divina, sino como una consecuencia de la nefasta conducta ética del hombre». B.- «No creo que debiera hacerse ninguna lectura moral sobre el sida. Efectivamente es una enfermedad que se transmite por hábitos pecaminosos (no siempre, desde luego), pero el mismo Jesús nos dio ejemplo al aborrecer el pecado pero amar al pecador. No somos quiénes para emitir juicios morales ni para señalar acusadoramente con el dedo». C.- «Cuando Dios creó al hombre y a la mujer estableció también unas relaciones sexuales entre ambos con varias finalidades. Creo que la homosexualidad no fue establecida por el Señor. Sin embargo, creo que se debe distinguir entre la homosexualidad (práctica) y el homosexual (persona). El homosexual, como tal, es un hijo de Dios, a pesar de sus prácticas contrarias a lo establecido por su Creador; y aunque su práctica no nos parezca correcta y pudiese acarrearle el sida, por ejemplo, creo que no debemos volverle la espalda, así como tampoco lo hacemos con una persona que tras muchos años de fumar, al fin resulta afecto de un cáncer pulmonar. En ambos casos, la actitud es contraria a la voluntad de Dios y no nos corresponde a nosotros juzgar cuál de las dos prácticas en más o menos pecado, sino más bien hacerles saber que Jesús les ama y que además les puede ayudar a solucionar sus problemas, por difíciles que les parezcan». D.- «Es una desviación del plan original del Creador; debe ser abandonada si se pretende el retorno a Dios. El homosexual no debe ser discriminado, no es peor que cualquier otra conducta alejada de Dios. El sida no tiene carácter de castigo moral». E.- «El sida es calificado como el “cáncer rosa”. En ciertos países es una verdadera plaga. ¿Tiene connotaciones morales? No lo sé. También las tiene la gonorrea, la sífilis, la cirrosis, el cáncer de pulmón, etc., que habrían de tener lecturas morales. Llevado al extremo podemos caer en que cualquier enfermedad es consecuencia del pecado. No podemos acusar a todo el mundo de pecador por ser enfermo. No hemos sido llamados a juzgar enfermos, sino a curar a los enfermos». CONTRACEPCIÓN La doctrina católica sobre contracepción. A.- «Estoy claramente a favor de la utilización de métodos anticonceptivos y desde luego de la educación sexual (creo que debe ir unidos). Quizás sobre los métodos anticonceptivos irreversibles no me pronunciaría con rotundidad; éstos deberían utilizarse en casos concretos, determinados. No conozco con la suficiente profundidad la doctrina católica sobre la contracepción como para opinar sobre ella».

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B.- «La sexualidad es un don divino como expresión del amor y no sólo vehículo para la procreación. Nadie debería tener más hijos de los que pueda criar y educar con las mejores garantías». C.- «Entiendo que la contracepción sólo tiene cabida dentro del matrimonio como medio de paternidad responsable. En este caso, creo que lo lícito es ayudar mediante la contracepción a que todos los padres tengan los hijos que deseen y que se sientan capaces de educar y que escojan el mejor momento y la situación más conveniente para ellos y para su futura criatura». D.- «La sexualidad se produce en el individuo en fases previas y posteriores a la fecundidad. Resulta por tanto excesivamente rígida la postura católica. Otro tema sería valorar el mecanismo potencialmente abortivo de ciertos métodos (DIU, etc.)». E.- «La explicación católica me parece poco razonada y con un flojo sustento científico teológico. Nosotros tenemos elementos científicos que pueden ayudar a desarrollar mejor las ideas filosóficas. Cuantos más hijos tengamos, más cristianos serán salvos. ¿Tenemos la capacidad económica de sostener estos salvos? Las medidas de contracepción son una creación de la inteligencia humana».

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RESEÑAS LITERARIAS

• Extranjeros para nosotros mismos. JULIA KRISTEVA. Barcelona: Plaza y Janés, 1991. «Está surgiendo una comunidad paradójica formada por extranjeros que se aceptan en la medida en que se reconocen extranjeros para sí mismos» (pág. 238). Con estas palabras concluye este ensayo histórico sobre la evolución del concepto de extranjero y extranjería a lo largo de los siglos (la Grecia clásica, el judaísmos, el cristianismo, el Renacimiento, la Ilustración, la época actual) escrito por una extranjera en Francia (Kristeva nació en Bulgaria en 1941 y ha llegado en Francia al mayor reconocimiento en el campo de la semiología) y sensible, en consecuencia al problema. El extranjero, en efecto, fue el enemigo en las sociedades primitivas, el despojado de sí mismo, trabajador inmigrante, añorante de un paraíso perdido irrecuperable, dueño de una libertad que se identifica con la soledad, sujeto de una dialéctica amo/esclavo, etc. Julia Kristeva ha redactado un meditado análisis de la situación actual, en la que Europa camina hacia un cruce multirracial importante y una convivencia social de inmigrantes permanentes, a la luz del derecho y las costumbres que los tiempos nos han legado, unas veces tomando como punto de referencia las leyes o el pensamiento de filósofos prestigiosos y otros personajes literarios como el Meursault de Albert Camus. La conclusión de la autora es que la sociedad multinacional acaba siendo el resultado de un individualismo extremado. • El jinete polaco. ANTONIO MUÑOZ MOLINA. Barcelona: Planeta, 1991. Desde hace cuarenta años, y hacia la mitad de cada mes de octubre, se viene celebrando en Barcelona una festividad hollywoodiense en torno al otorgamiento del premio literario más promocional y famoso de los que se conceden en España: el Planeta. Es decir, el que organiza la editorial que lleva ese nombre y que es actualmente, siempre de la mano del inefable José Manuel Lara, la más poderosa de España, la que compró la mítica Seix Barral hace ya varios años y la que acaba de comprar otra joya de la mitología editorial: Espasa-Calpe. En esta edición número cuarenta el galardón le ha correspondido a uno de nuestros más jóvenes y brillantes escritores: Antonio Muñoz Molina, nacido en Úbeda, en 1956, y residente en Granada desde 1974. Si bien los veinticinco millones de pesetas (el premio de mayor remuneración económica del país) y una venta asegurada de cientos de miles de ejemplares en el ámbito nacional e internacional no son desdeñables para ningún escritor, en el caso prodigioso y excepcional de Muñoz Molina no hacen más que agregar un reconocimiento espectacular a una lista de galardones que este joven autor ha logrado en pocos años y con tan sólo tres novelas. Muñoz Molina ha sido premio de la crítica, premio Nacional de Literatura y, ahora, premio Planeta. Desde que publicó su primera novela Beatus ille, seguida por la impactante El invierno en Lisboa y por la conmovedora Beltenebros. Estas dos últimas incluso han sido llevadas al cine y han logrado la extraña unanimidad tanto de la crítica nacional como extranjera. Este último opus merecedor del reciente premio Planeta se titula El jinete polaco y ha sido definida por el autor como «un intento de explicar de dón-

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de proviene uno. Un acto de búsqueda y de gratitud hacia las personas que te han engendrado y hacia la tierra que te ha hecho, que nos ha hecho como somos». Éstas fueron las escasas palabras con que, a modo de síntesis, Muñoz Molina explicó un trabajo novelesco que le llevó más de un año y que nació «a finales del mes de enero de 1990, en una habitación de Nueva York». El libro calmará las expectativas de críticos y lectores de un autor serio y riguroso que no admite ni facilidades ni concesiones. De un autor personal y entrañable, eminentemente auténtico, reconocedor de sus maestros y sabedor de que la literatura es un vicio afortunadamente imposible de quitar. El Planeta, en esta ocasión, ha hecho justicia, ha tenido olfato en aportar con mucha sensibilidad y talento, difícil de corromper, por la sencilla razón de que la escritura es el sentido de su vida. • Cuaderno de la dama de otoño. ANTONIO GALA. Barcelona: Planeta, 1991. Publicadas semana tras semana en el suplemento dominical del diario El País hace ya unos años, las páginas del Cuaderno que Gala dedicó a una misteriosa dama de otoño aparecen ahora, encuadernadas, en forma de libro. Escrito, según declaraba su autor en la primera entrega (Dedicatoria), «a corazón abierto», el cuaderno, a la vez que va conformando, y desvelando, los perfiles de la desconocida destinataria y el retrato del remitente («un retrato siempre es testimonio del retratado y del que lo retrata y es, además, testimonio de sí mismo»), es testimonio del tiempo sobre el que reflexiona. Gala, para no desvirtuar su propio sentir, para poder entregarse al mano a mano dialéctico a través del cual quiere reflejar su pensamiento, de vez en cuando pone en boca de su interlocutora palabras que ella (por lo que se desprende de la personalidad que vamos descubriendo y porque así lo reconoce el propio escritor) jamás pronunciaría. Y es mérito de Gala que semejante recurso no suene a pretexto, a truco literario, sino que se palpe la presencia de esa vasca y no católica, huérfana y cínica, refinada y valerosa, fuerte y hermética, independiente y madura dama de bellas manos y altos tacones que es «ante todo, una persona humana» con la que (del amor a la soledad; del Sur a la belleza; de la Navidad al teatro; de los nacionalismos a la eutanasia; de los gitanos a Reagan; del erotismo a la envidia; de la Iglesia a la OTAN, etc.) el insigne andaluz puede hablar de la «urgencia de la vida». • Introducción al estudio de la Biblia. ASOCIACIÓN BÍBLICA ESPAÑOLA-INSTITUCIÓN SAN JERÓNIMO. Estella (Navarra): Editorial Verbo Divino, 1991. La Asociación Bíblica Española-Institución San Jerónimo, a través de la editorial Verbo Divino, acaba de culminar y poner a disposición de los amantes y estudiosos de los temas bíblicos una excelente obra, que viene a llenar una laguna que existía en lengua castellana en el campo de las introducciones a la Biblia. Los manuales hasta ahora existentes eran en su mayoría de los años sesenta y, si bien es cierto que muchos de ellos estaban muy bien hechos, tampoco lo es menos que quedaban un tanto anticuados puesto que no aportaban muchos de los avances de la investigación bíblica y teológica de los últimos veinticinco años. Se hacía pues necesaria la aparición de una obra reciente que llenara ese espacio temporal.

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Esta Introducción al estudio de la Biblia consta de ocho volúmenes más dos suplementos. Los dos primeros se dedican al estudio de cuestiones generales que plantea la Biblia: el primero se ciñe a los problemas de tipo positivo, tanto de ambiente como históricos y literarios; el segundo afronta las cuestiones más teológicas (la inspiración, el canon, la exégesis, la hermenéutica, etc.). Siguen tres volúmenes dedicados al Antiguo Testamento y otros tres al Nuevo. La serie se completa con dos suplementos, uno dedicado al mundo de la literatura judía intertestamentaria y el otro a la literatura cristiana primitiva relacionada con la Biblia. En su elaboración han intervenido una veintena de profesores especializados en Sagrada Escritura, de diversas universidades y centros de estudios. Nombres como los de A.M. Artola, J.M. Sánchez Caor, J.O. Tuñi, R. Trevijano, L. Alonso Schökel, etc. avalan su contenido más que suficientemente. A nuestro juicio, esta obra sólo tenía parangón en la Introduction à la Bible (Editorial Nouvelle) que en cuatro tomos (varios volúmenes por tomo) ha terminado de publicar recientemente la editorial Desclée de París y que habían dirigido los profesores R. Lapointe, H. Cazelles, A. George, P. Grelot, A. Feuillet y sus colaboradores. Sin embargo esta obra, a pesar de que algunos de sus volúmenes son bastante recientes, tiene el inconveniente de que algunos de ellos datan ya del año 1973 y de estar en lengua francesa, lo cual para algunos puede representar cierta dificultad. En definitiva, recomendamos la Introducción al Estudio de la Biblia por su altura científica, por su organizada elaboración metodológica y por su puesta al día. Además, cada tema tiene una amplia bibliografía comentada que anima a prolongar el estudio. Se trata de un material excelente para pastores, estudiantes de Teología, universitarios y para todos aquellos que se interesen por los temas bíblicos, ya que su lenguaje es lo suficientemente legible y claro para que sirva de libros de consulta a quien desee una información básica y actualizada sobre los problemas que hoy plantea el estudio de la Biblia en general y de cada uno de sus libros en particular (MIGUEL ÁNGEL ROIG). • En Babia. JULIO LLAMAZARES. Barcelona: Seix Barral, 1991. Tan habitual como la presencia en la prensa diaria de artículos firmados por los más destacados escritores lo es la recopilación de esos textos (sujetos, sobre todo, a la maldición de la fugacidad) bajo el formato algo menos perecedero del libro. Ya alguien, dejando aflorar, sin duda, su escepticismo por las actuales literaturas, dejó correr la idea de que la mejor prosa puede hallarse hoy por hoy en algunas páginas de periódicos. Considerado como uno de los más notables novelistas surgidos de entre la prolífica hornada, dada a conocer en la década de los ochenta, Julio Llamazares ha obtenido gran repercusión con títulos como Luna de lobos, La lluvia amarilla o El río del olvido. Más atrás quedaban El entierro de Genarín y sus libros de poesía Memoria de la nieve y La lentitud de los bueyes. Ahora, el escritor leonés ha puesto orden en sus trabajos periodísticos y los ha dado a la imprenta con el irónico título de En Babia. Babia es menos conocida como topónimo de una comarca leonesa que como sinónimo de distraimiento y ausencia mental, y a su amparo presenta Llamazares artículos de opinión y reportajes elaborados en los últimos ocho años y publicados en su mayor parte en El País.

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Para algunos En Babia significa la posibilidad de releer estos textos que, en el mejor de los casos, están dispersos por carpetas y portafolios. Para aquellos otros que no los hayan leído representará la oportunidad de acceder a las opiniones de Llamazares sobre asuntos de diverso tipo, así como a relatos de viaje a lugares como el Berlín de antes de la caída del muro o el Irak que, acabada la guerra con Irán, preparaba su siguiente objetivo. Pocos serán, no obstante, los que se acerquen sin conocer alguno de los restantes volúmenes de Julio Llamazares. Y, por ello, no les será nada difícil reconocer el aliento poético que late en todas y cada una de las páginas de este autor, atravesadas por su fascinación ante el paisaje o la memoria. El afortunado en la lotería que nunca seremos, la nueva mística de la ecología, el iberismo, la moda de los toros, algunas declaraciones del último premio Nobel español, la televisión o la nueva novela española son algunos de los puntos de partida del autor leonés; como también lo son las diferencias que separan a nuestro país de otros más avanzados (es el caso del divertidísimo Los suecos están locos o la vida de los vagabundos que pululan por algunas plazas de Madrid) y que aquí dan forma a ese magistral relato que es Nuevas vidas ejemplares. Es en páginas como éstas donde el periodismo y literatura borran todas sus fronteras y permiten confirmar la sospecha de Julio Llamazares de que «la literatura no es más que el horizonte que empieza cuando acaba el periodismo». • Señora de rojo sobre fondo gris. MIGUEL DELIBES . Barcelona: Ediciones Destino, 1991. En 1992 publicaba Miguel Delibes una de sus novelas más celebradas, Cinco horas con Mario, en la que una mujer, Carmen, sola ante el cadáver de su marido, recordaba su vida en común con él, al tiempo que le recriminaba bastantes cosas que, lejos de mostrar la culpabilidad de Mario, reflejaban las vulgares y burguesas aspiraciones de ella: un perfecto monólogo interior que reproducía el pensamiento del personaje. Ahora, veinticinco años más tarde, el novelista presenta la historia cambiando el punto de vista: Nicolás, tras la muerte de Ana, su mujer, recrea su vida en una larguísima confidencia dirigida a una de sus hijas. Los recuerdos se suceden en torno a la familia, la figura de Nicolás como pintor reconocido con sus épocas de sequedad creativa, a la enfermedad cerebral de Ana, a la detención de dos hijos, Leo y Ana, por motivos políticos (estamos al final del franquismo), el nacimiento de la nieta, etc. Pero, por encima de todo, emerge la figura de la mujer: la visión de Ana, matizada con minuciosidad, es la de una mujer excepcional de quien, con razón, ha de lamentarse su ausencia definitiva. Hay que reconocer que no es lo mismo un monólogo interior que una confidencia en forma epistolar dirigida a una hija, pero ahí reside uno de los valores de la novela: Señora de rojo sobre fondo gris es una historia nacida del dolor, plena de ternura y de melancólica nostalgia y, ante todo, dotada de una de las escrituras más limpias que el lector pueda hoy día encontrar en nuestra lengua.

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