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Blancas pierden
José Manuel Prat Boix
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Blancas pierden José Manuel Prat Boix Barcelona Introducción «Si alguien presume de conocer alguna cosa, es que ignora todavía cómo hay que conocer.» (1 Corintios 8:2) Cuando se inicia una comunicación citando este texto es para señalar la complejidad del tema y, por tanto, la humildad con la que debemos acercarnos a él. Desde el púlpito se hacen propuestas basadas en particulares y puntuales perspectivas personales, con la intención de que puedan ser útiles a algún miembro de la comunidad. El mensaje no tiene otras pretensiones. Una partida de ajedrez La escena que introduce el libro de Job, es un eco de la que se produjo cuando el mal vio la luz. Los mismos protagonistas, los mismos espectadores (Job 1:6; 2:2) y la misma trama: una acusación contra el carácter de Dios. En el caso de Job se trataba de cuestionar la justicia y la imparcialidad de Dios, de un Dios que no ama a todas las criaturas por un igual y que bendice de forma inmerecida a quien solo le sirve por interés: «Permíteme que ponga a prueba a Job y te darás cuenta de cómo es en realidad.» En esta ocasión la acusación abarca tanto al Creador como a la criatura. Satanás vuelve a tomar la iniciativa, es decir, juega con blancas en un tablero de dimensiones cósmicas y a partir de ese momento Dios irá a remolque; diríamos que Dios debe probar su inocencia, su amor y su justicia. Frente a una acusación que cuestiona su carácter, solo puede dejar que el devenir de los acontecimientos le reivindique para, a continuación, poder actuar sin ser mal interpretado. La partida de ajedrez tiene su punto de inflexión en el momento en el que Dios se encarna y se expone a merced del mal para recuperar la vida de la criatura. Esta situación cambia la dinámica del juego y a partir de entonces las fichas negras tomarán la iniciativa hasta el final. El sacrificio de un protagonista del juego es una pérdida solo en apariencia, porque en realidad será lo que permitirá la victoria. En Juan 16:8,11 se nos declara que el Consolador convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ahora ya está condenado. Aunque el juego continúa, el jaque mate tiene ya un ganador. Causas del sufrimiento La causa última del sufrimiento es sin duda el alejamiento de Dios y el progreso del mal con todas sus consecuencias. Las causas inmediatas serán: La fragilidad física, moral y emocional de la criatura, que tendrá su origen en factores genéticos, físicos, químicos y volitivos. La maldad del propio hombre. El simple testimonio a favor de unos valores que la sociedad no comparte desencadena la oposición más feroz. 1
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La frustración al confrontar el deseo absoluto de felicidad y la realidad que nos rodea.
El sentido del dolor Aunque el dolor y el sufrimiento como consecuencia del mal no sean comprensibles ni justificables, pueden tener un cierto sentido. El dolor físico nos advierte de alguna disfunción fisiológica, es un toque de atención que nos permite adoptar medidas para defender la vida. De forma parecida, el dolor que se deriva de la convivencia con los demás puede conducirnos a replantear la naturaleza y la calidad de nuestra vida de relación. El dolor del ser, en sentido existencial, puede ayudarnos a auditar nuestro concepto de trascendencia y nuestra relación con Dios. Pero el sufrimiento por sí mismo es neutro, en el sentido de que ni nos acerca ni nos aleja de Dios; nuestros a priori sí. Puede que unidos al Señor nos aferremos todavía más a Él o que le prestemos más atención, pero Él nunca se aleja de nuestro lado. Porque Dios no dispone tentaciones o pruebas (Santiago 1:13,14). Nuestra naturaleza, nuestro comportamiento y nuestros errores sí. Aun así, Dios puede ayudarnos a obtener un bien de un mal. Pablo hace un paralelismo entre el dolor del hombre y el de la creación con el dolor del parto, en Romanos 8:22. Juan utiliza la misma imagen en los versículos 20-22 del capítulo 16 de su evangelio. El dolor del parto
No es un castigo por una acción anterior. Está producido por el mecanismo físico del trabajo del parto. Pero la esperanza de una nueva vida hace soportable el dolor y le da sentido.
El dolor del creyente No es un castigo por sus hábitos morales, pero sí que puede deberse a sus errores de comportamiento. Es consecuencia de la dinámica de unas leyes biológicas y físicas afectadas por la finitud. La esperanza hará que el creyente pueda vivirlo como antesala y anuncio de otra realidad que se le antojará más necesaria que nunca, sumergido, como está, en la experiencia del dolor. Pablo encuentra leve y momentánea cualquier tribulación, en comparación con la esperanza de una gloria eterna (2 Corintios 4:17; Romanos 8:18). Dios y el sufrimiento en la historia del pensamiento
Ateísmo y agnosticismo: Todo depende del azar y del equilibrio de unas fuerzas físicas o biológicas. No existe sentido de trascendencia en la vida del individuo ni en la historia. Pensamiento griego: Los dioses eran indiferentes al dolor. Se entiende que el estoicismo tuviera predicamento en este contexto. De hecho encontramos una idea parecida en el budismo, que busca la felicidad en la renuncia a cualquier deseo.
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Judaísmo: Dios se solidariza con el sufrimiento de su pueblo y da soporte al débil. Pero la ética saducea, que asocia bendiciones o maldiciones al comportamiento del hombre, impregnará la perspectiva judía. El corporativismo se da cuando una religión se vive en un mismo contexto racial o político. Estos dos últimos factores explican que gran parte del pueblo judío viviera el Holocausto como un castigo divino. Islam: Todo procede de Dios, tanto el bien como el mal. La actuación de Dios devolverá el equilibrio en el Paraíso. Cristianismo: Las posiciones respecto a Dios y el sufrimiento llenan un amplio abanico, donde la ética saducea también ha penetrado. Todo dependerá del protagonismo que reciban Dios y el hombre en la trama de la redención. En el calvinismo, Dios es el protagonista absoluto, predestina a unos para la salvación y a otros para la perdición; el hombre no puede modificar su destino («una vez salvo, siempre salvo»). Presciencia y determinismo pueden compartir meta, pero por itinerarios muy diferentes. Para otros, el hombre es libre y puede reproducir mediante sus obras la vida perfecta de Cristo y alcanzar la redención. Nosotros, por influencia de Wesley, somos arminianos; creemos que la redención se obtiene por la libertad del hombre que acepta el protagonismo de Dios en el inicio y en el desarrollo de la vida cristiana. Se nos ofrece, como provisión, la vida de Cristo, pero debe ser aceptada. La persona religiosa que funda su fe en un sistema, cree en un Dios que maneja los hilos de la historia y de las personas. El sufrimiento procede de Dios, bien como castigo o condena, bien como la pedagogía que conduce a la purificación y a la perfección. En ese caso el sufrimiento resulta meritorio y deseable. Se puede llegar, así, a la autoflagelación física o mental. Para el creyente, que basa su fe en Dios, el sufrimiento no procede de Él sino del Adversario. Jesús lo puso de manifiesto al oponerse al dolor, a la enfermedad y a la muerte; nunca lo hubiera hecho si creyera que estos llevaban el sello de la voluntad de su Padre. Muy al contrario, Dios en Jesús sufre por nosotros, con nosotros y como nosotros. Ya en el pensamiento griego se planteó si la divinidad «quiere y no puede, o puede y no quiere» intervenir en el sufrimiento. Hemos comentado en muchas ocasiones el error de plantear soluciones en forma de disyuntiva (blanco o negro). Una pregunta mal formulada conlleva siempre una respuesta errónea. Jesús suele responder a esta trampa conceptual con un «ni uno ni otro» y apunta siempre hacia una tercera vía como solución. «Dios quiere»: No podemos cuestionar el amor de Dios, que es su esencia; por supuesto que quiere. «Dios puede»: La afirmación no es exacta y procede de considerar a Dios como omnipotente y todopoderoso, según las categorías clásicas. Pero Dios tiene dos límites absolutos: 1. La voluntad del hombre es un límite autoimpuesto en la acción de Dios, el amor y el respeto que siente por él no le permiten interferir con su libertad. El amor auténtico exige conceder libertad al prójimo (desafío interesante en la vida familiar). Respeta tanto la libertad del hombre que, encarnado en la fragilidad del pesebre, será víctima de la voluntad de la criatura en el Calvario. 2. Existe otro límite para el poder de Dios, su incompatibilidad ontológica con el mal. No puede utilizar el mal ni sus consecuencias. Pero en la partida de ajedrez llegará un momento en que Dios deberá intervenir con una obra de destrucción “extraña”, para que el mal y la infelicidad no se perpetúen. Es así como se describen en Isaías 28:21 los juicios de Dios. Las actuaciones que en este sentido 3
José Manuel Prat Boix se han producido a lo largo de la historia, sus juicios, han tenido como finalidad evitar que el mal ahogara las posibilidades del bien de forma definitiva (por ejemplo, el diluvio) y porque su preconocimiento le permite llevar a cabo una sentencia quizás prematura pero ecuánime y justa. Dios, no es indiferente al dolor, diríamos que llega a hacerse dolor para obtener un triunfo sobre él. Triunfo que nos ofrece. Los accidentes, la enfermedad y la muerte son consecuencia del mal. Dios no puede instrumentalizarlos ni siquiera por razones pedagógicas. Maquiavelo y Dios no tienen nada en común. Si Dios utilizara el mal, lo legitimaría y daría razón a las acusaciones iniciales contra Él. Otra cosa muy diferente es que de un mal preconocido, pero no provocado ni querido por Él, podamos con su ayuda conseguir un bien. Es en ese sentido que debemos comprender el texto de Romanos 8:28, no que todas las cosas nos vayan bien pero sí que todas las cosas obran para el bien de los que aman a Dios, quien reconducirá cualquier situación y nos ayudará a salir vencedores en todo pero no de todo según Romanos 8:35,38,39. Si nuestra relación con Dios es estrecha, las experiencias negativas que vivamos tendrán un valor de cohesión, como sucede cuando se viven en el seno de la familia. Independencia entre culpa y sufrimiento en la Biblia El hombre intenta descargar su ansiedad encontrando un culpable que sea responsable de sus desgracias. En ocasiones se responsabilizará a Dios, al hacer una lectura errónea del texto que hace referencia al Ebal y al Gerizim, viendo las maldiciones o bendiciones no como consecuencia de la actuación del hombre sino como un castigo o un premio por parte de Dios. En realidad Él nos advierte de que hay un camino de vida y otro de muerte; nosotros escogemos con todas las consecuencias (Deuteronomio 27:11-28:14; 30:15-20). Vincular las desgracias con la responsabilidad personal es un sentimiento generalizado supracultural y supraconfesional. Un ejemplo lo encontramos en el texto de Hechos 28:4. Jesús desvincula la enfermedad o las desgracias de la actuación moral del hombre. En el episodio del ciego de nacimiento (Juan 9:2,3), la tradición tenía tanto peso en los discípulos, que fueron capaces de formular una pregunta irracional, nada menos que si habían pecado los padres o el ciego en su vida intrauterina. Jesús niega cualquier relación entre el pecado y la ceguera «ni este pecó ni sus padres». En Lucas 13:1-5 Jesús también desvincula el homicidio ritual de los galileos o el accidente de la torre de Siloé de cualquier responsabilidad por parte de las víctimas. Hoy nos diría: «¿Pensáis que los pasajeros de aquel avión estrellado eran más pecadores que el resto de los hombres?». Es evidente que Jesús niega que exista relación entre el pecado y la enfermedad, los accidentes o los homicidios. Existe en el discurso de Jesús una expresión que pudiera parecer ambigua cuando después de una sanación exclama: «¡Vete y no peques más!». A la luz de los textos comentados, debe interpretarse esta expresión como una advertencia de que el peligro real no está en las limitaciones físicas que acabarán reapareciendo, sino en perder la vida eterna. Todos somos enfermos incurables, por eso Jesús nos amonesta: «¡Que no te sobrevenga algo peor que perder esta vida!». A lo largo de toda la Biblia la vida de los justos no está exenta de sufrimientos. Esta es la expresión de David en Salmo 44:22-26. Tanto es así que el pueblo de Dios se cree olvidado de Él (Isaías 49:14,15; ausencia de Dios).
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Blancas pierden El libro de Apocalipsis es un mensaje de esperanza donde el mal y la injusticia no conocen límites. El creyente y la iglesia son perdedores en el tablero de este mundo. Solo a partir del centro del quiasmo apocalíptico serán vencedores, pero todavía no. La historia de los profetas del Antiguo Testamento, el destino de los apóstoles (solo hace falta contemplar el frontal de la iglesia de San Pedro en el Vaticano para reconocer los instrumentos de tortura que pusieron fin a sus vidas), el ejemplo de tantas personas entregadas y sin embargo sufrientes… No encuentro argumentos para que nadie vincule el servicio honesto a Dios con la inmunidad frente al dolor y al sufrimiento. El sufrimiento del creyente David con su visceralidad es el que en más ocasiones plantea un ¿por qué? frente a las desgracias del justo, aunque parece más preocupado en que Dios castigue al injusto que en que restablezca su reinado. Daniel, en su oración del capítulo 9, lanza un desafío a Dios, como el de David, en los versículos 18 y 19: «¡Que no ves, que no oyes! […] ¡Atiende y obra!». La respuesta de Dios demuestra que ve y oye, que no existe demora en sus planes, concepto extraño para quien no depende del tiempo. El propio Jesús expresa este sentimiento en la cruz: «¿Por qué me has abandonado?», retomando el Salmo 22, que por otra parte expresa una confianza absoluta en Dios. Es el único momento en la vida de Cristo que siente el silencio de Dios y que vive como abandono. Que Jesús tiene en mente el Salmo 22 es evidente y que percibe a un Padre no ausente también, porque exclama finalmente: «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu». Si Jesús no hubiera experimentado la sensación de la ausencia de Dios no hubiera sido plenamente hombre. Otra faceta en la que Él venció. Si el creyente persevera en su diálogo, en su pulso con Dios, acabará aceptando su situación con esperanza. Esperanza que se manifiesta en el grito de los mártires de Apocalipsis 6:10: «¡Hasta cuándo no juzgas!»; ¡hasta cuándo no intervienes en la historia! Se acepta que el mal ha invadido la viña del Señor, pero que este ha hecho todo lo necesario para solucionarlo y lo hará. ¿Hasta cuándo durará este estado de cosas y no establecerás tu reino? Cuando el creyente tiene criterios erróneos puede sufrir más que cualquier otra persona. El enfermo, entonces, puede creerse rechazado por Dios o creer que no tiene la fe suficiente para que Dios pueda actuar. Incluso puede pensar que su enfermedad es como la marca de Caín y la comunidad va a ver en ella un estigma divino. El creyente no debe sentirse culpable ni merecedor de ningún castigo. Si Dios es el que justifica, ¿quién condenará? En Romanos 8:33,34pp observamos que si Dios ve en mí la justicia perfecta de Cristo, ¿por qué me he de condenar yo? ¡Si, además, el sufrimiento no procede de Dios! El sufrimiento de Dios El sufrimiento de Dios es muy superior al del hombre por muchas razones: 1. Dios sufre tanto por la víctima como por el agresor, porque ambos son sus hijos. 2. Dios sufre más porque conoce el final desde el principio; nosotros tenemos durante un tiempo el consuelo de las esperanzas utópicas. 3. Dios sufre porque el respeto a la criatura le conduce a mantenerse a distancia, a no manipular las situaciones. Es el amor auténtico, que nunca negará o rebajará la libertad del amado. 5
José Manuel Prat Boix 4. Dios sufre por nuestra incomprensión o rechazo. Sufre cuando le culpamos por activa o por pasiva de nuestras desgracias. Entonces revive la sensación de impotencia del Calvario, la de las falsas acusaciones y la de los desafíos hirientes. 5. Dios sufre en Cristo como el hombre, por el hombre y para el hombre, en su máxima expresión. Es el mejor argumento para contrarrestar las acusaciones de ausencia, indiferencia o falta de solidaridad por su parte. La respuesta de Dios 1) El milagro El milagro es la respuesta que el hombre reclama para hacer palpable lo sobrenatural y sentirse favorecido por él, pero no acostumbra a ser la de Dios. El individuo exige un trato especial de Dios, como si Dios no fuera también el del otro. Resulta extraño ver como antes de un enfrentamiento deportivo cada equipo invoca a Dios para obtener la victoria sobre el adversario… al mismo Dios; por tanto se está exigiendo a Dios parcialidad. Este ejemplo nos hace sonreír, pero ¿y si lo trasladamos a la dialéctica religiosa intra e interconfesional? Por todo ello, la respuesta de Dios tiende a interpretarse como algo merecido; pensemos en el caso del rey Ezequías, que se creyó merecedor del milagro, como así lo manifiesta el texto de 2 Crónicas 32:25pp. La relación que Dios propone al hombre no se basa en nada mágico sino en la profunda pedagogía del silbo apacible: la confianza basada en un conocimiento mutuo. Lo espectacular conmueve pero no convence, solo hace falta recordar la extraordinaria teofanía del Sinaí y la escena subsiguiente del becerro de oro. Lo que pedimos quizás no sea lo más conveniente. El relato bíblico menciona la compasión como móvil en diferentes milagros de Jesús («movido a misericordia»). Jesús lloró ante la tumba de Lázaro, aunque en el camino había advertido a sus discípulos de que iba a resucitarle. ¿Lloró por su muerte o por lo que le esperaba después de volver a la vida?, o ¿porque perdió la oportunidad de ser trasladado al cielo la mañana de la resurrección con aquel grupo de escogidos? Lo que es seguro es que lloró por la condición humana. Las resurrecciones efectuadas por los profetas o por Jesús mismo y sus discípulos en realidad fueron solo reanimaciones de una naturaleza que seguiría siendo frágil y finita. Solo encontramos en el relato bíblico dos resurrecciones nominales como las que nosotros esperamos. Se trata de las resurrecciones de Moisés y de Jesús, ambas por parte de Dios, resurrecciones a un nuevo cuerpo espiritual. De ahí la oposición de Satanás, según el versículo 9 de Judas, a la resurrección de Moisés, que así escapaba de su ámbito de influencia. Jesús afirmó que tenía poder para entregar la vida y volverla a tomar (Juan 10:17,18; 2:19) pero no lo hizo, los textos que nos hablan de la resurrección de Jesús solo citan a Dios como su autor (Hechos 2:24,32, 3:15,26, 4:10, 5:30, 13:30,33,34,37, 17:31; Romanos 6:4, 8:11; 1 Corintios 6:14, 15:15; 2 Corintios 4:14; Gálatas 1:1; Efesios 1:20, 2:6; Colosenses 2:12; Hebreos 13:20; 1 Pedro 1:21). Si Jesús se hubiese resucitado a sí mismo hubiera dejado de ser hombre en aquel momento e hipotecado todo su ministerio. Pablo especifica que nuestra resurrección también será en un cuerpo espiritual (1 Corintios 15:44,50), él deseaba librarse de nuestro cuerpo de muerte, por corruptible, pero también porque se opone a la vida del espíritu (Romanos 7:24,25). Su resurrección solo supondría perpetuar el sufrimiento para volver a morir. La resurrección de Moisés y la de Jesús, como la que esperamos nosotros, lo es a una naturaleza espiritual capaz de efectuar la traslación. La misma, por otra parte, que Elías recibió, en un abrir y cerrar de ojos, antes de abandonar la Tierra. Por esta razón, Elías y 6
Blancas pierden Moisés representaban en la montaña de la Transfiguración a los salvos transformados o resucitados en la Segunda Venida, con un cuerpo espiritual como el de Jesús, al que se podía reconocer pero que no estaba sujeto a las restricciones del espacio. La resurrección es una nueva creación y solo si creemos en un Dios capaz de crear podremos tener plena confianza en que volveremos a vivir. De hecho, nacidos del Espíritu por el bautismo, hemos sido creados en Cristo (Efesios 2:10), anticipo de una nueva creación. Las curaciones referidas en la Biblia como milagros son también limitadas porque son recuperaciones transitorias de la salud; nuevas enfermedades sobrevendrán a aquellos que se beneficiaron de ellas. Pero, como a Israel, nos interesa menos el Mesías sufriente y lo que nos ofrece que el Mesías de poder y lo que le pedimos. Como Daniel reclamamos el Mesías Ciro que solucione nuestros problemas inmediatos. Insistimos en querer tocar el manto de Jesús, cuando en realidad somos nosotros los que necesitamos ser tocados por su gracia, sentir su presencia y su consuelo, recibir la vida plena que nos ofrece. En ocasiones llegamos a acusar a Dios de pasividad («¿qué no ves, qué no oyes?», «¿por qué duermes?»), de permisividad («¿por qué lo permites?») o de responsabilidad («¿por qué me envías esto?»). Responsabilidad que aparece en el planteamiento de una duda respecto al carácter de Dios en la parábola de Mateo 13:27, por parte de los siervos: «¿Acaso no sembraste buena semilla?». La respuesta del Señor no admite dudas, el enemigo sembró la cizaña. Pero el milagro parcial y transitorio, como es, tiene una función importante. Como el relámpago efímero permite intuir otra realidad, otra dimensión presente pero invisible hasta entonces, oscurecida por la adversidad. Es un atisbo de trascendencia. Un anuncio de jubileo, como los milagros de Jesús, pero no el jubileo mismo. Porque el milagro no resuelve los problemas, solo los aplaza. 2) El aparente silencio de Dios Es atrevido hablar o explicar a Dios cuando Él calla, no deja de ser un acto presuntuoso para la mente finita del hombre. En la tradición judía Dios estaba en los espacios en blanco y en el silencio, porque manifestarse supone una concreción que puede malinterpretarse y limita siempre la respuesta. El creyente puede no reconocer o identificar una respuesta de Dios, pero nunca debe dejar de sentirlo, de experimentarlo. No debemos interpretar el silencio de Dios como indiferencia o como impotencia. No responder no implica no escuchar, ni tampoco no actuar. A veces no identificamos su respuesta porque no es la que esperamos. Jesús, en Lucas 7:20-22, no responde de forma concreta a la pregunta de los discípulos de Juan sino con un «contad lo que habéis visto y oído» y esa es la misma respuesta que podemos encontrar en nuestras vidas, sintiendo a Dios aunque sin comprender su forma puntual de actuar. El silencio de Dios en las dificultades no es nunca indiferencia como tampoco lo fue el silencio del Calvario. Significa respeto, dolor y amor por la criatura. Pero ese Dios en apariencia ausente, infunde en nuestras vidas un gozo y una paz interior que constituyen su principal respuesta. 3) El don de la fe
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José Manuel Prat Boix El mal es absurdo, ilógico, y surge de forma gratuita e inmerecida para Dios. Tan misterioso como la respuesta de Dios, porque el plan de la redención es también absurdo, ilógico, gratuito e inmerecido, en esta ocasión, para el hombre. Es lógico esperar que las consecuencias del mal sean también ininteligibles y que lo absurdo provoque dudas e interrogantes, que incluyen la relación de Dios con el mal; para nosotros y quizás también para Él. No debemos olvidar que la existencia del mal es ajena a la naturaleza y a la voluntad de Dios. Las dudas son consustanciales a la fe, porque sin ellas esta no sería necesaria. Es precisamente la fe la respuesta de Dios, su don a nivel individual; cuando esta se desarrolle, la confianza en Dios alcanzará la madurez suficiente para aceptar su actuación. Las dudas nunca deben existir en cuanto al carácter del Padre en relación al sufrimiento, si las albergamos supondrían el fracaso de Jesús en manifestarnos el rostro de Dios. Es pues la fe el auténtico milagro que Dios nos ofrece, que como el relámpago permite ver más allá de la oscuridad que nos angustia, sentir todo aquello que esperamos y sustituir las dudas por la certeza de lo que todavía no es. Evitar preguntas sin respuesta ¿Por qué?, ¿por qué a mí, ahora que soy tan necesario?, ¿qué error he cometido? ¿Por qué Dios me envía esto o cómo lo permite? Preguntas lacerantes incluso para los creyentes, que David repite con frecuencia y el propio Cristo formula, como hemos visto. Es el grito de impotencia del hombre frente a la tiranía del mal. La adversidad provoca en el hombre tres reacciones en cadena: rebelión, depresión y aceptación. Tres etapas que también se dan en el creyente pero que con el soporte Divino serán menos intensas y más breves. Decíamos que el ¿por qué? se reformulará en un ¡hasta cuándo!, que supone a la vez rechazo y aceptación, pero que está articulado en la esperanza, porque presupone el final de esta situación. Pregunta fecunda cuando implica un compromiso personal con el establecimiento del Reino y porque cuando aceptamos nuestra fragilidad, entonces somos fuertes tal como afirma Pablo en 2 Corintios 12:10. Huir de las respuestas tópicas y vacías Respuestas siempre hirientes para el sufriente, que deshumanizan el Evangelio y deforman el rostro de Dios: «Dios da y Dios quita» (y nos encogemos de hombros); Job 1:21. «Si aceptamos el bien que Dios nos envía, ¿por qué no hemos de aceptar el mal?» (Job 2:10). Fe elemental y encomiable de Job, que desconocía de quién procedían sus desgracias; pero ese no es nuestro caso y estas expresiones no tienen ningún sentido. «Era su hora» (como predeterminismo absoluto, incompatible con la libertad). «Dios lo quería, era su voluntad» (muchas veces desconocemos las razones últimas de nuestra actuación, pero no tenemos ninguna duda en cuanto a reconocer las de Dios). «Dios sabrá por qué lo ha permitido» (porque sino nunca hubiese ocurrido). «Dios se lleva a los buenos» (como si los malos se quedaran). «Bienaventurados los que de aquí en adelante mueran en el Señor» (Apocalipsis 14:13)… que entre líneas supone: «¡Lo que se ha evitado!, ¡porque la que se nos viene encima!». Expresiones propias de una escatología apocalíptica gore, cuando en realidad lo que el texto nos comenta es la felicidad de aquellos que han podido 8
Blancas pierden contemplar en la historia los acontecimientos precursores de la venida del Señor, fortaleciendo así su fe. «Él o ella se han ido pero tú saldrás reforzado, purificado como el oro de Ofir (!). Te está probando porque quiere que reacciones.» «Ya descansa», porque parece que nos olvidamos de que la persona a la que nos dirigimos siente el desconsuelo de la ausencia. «¡Algo habrá hecho mal!» (esto, en el mejor de los casos, se piensa pero no se expresa). Jesús lloró, se solidarizó con el sufrimiento, y nosotros, por nuestra parte, deberíamos imitarle con nuestros gestos, con nuestras miradas de complicidad, con abrazos fraternos, pero sobre todo con nuestro silencio. Silencio como señal de respeto al sufriente y como única respuesta al silencio de Dios. Es decir, contrarrestar con nuestra presencia y solicitud la presencia del dolor. No es el momento de hacer teología ni de explicar al Dios ausente o de justificarle. En la resurrección de Lázaro, Marta se defendió de estos falsos consuelos teológicos: «Sí, ya sé que resucitará en el día postrero, pero eso no me consuela; porque sabes, ¡no está!, ¡si hubieras estado aquí!, ¡si hubieras llegado a tiempo!» (Juan 11:21-24). Y es que a veces pensamos que Dios llega demasiado tarde al escenario del dolor. En nuestras fórmulas de consuelo solemos manifestar una contundencia arrogante con respecto al conocimiento de la causalidad, al mismo tiempo que una falta absoluta de sensibilidad. Como somos los más listos de la clase, y el que padece es el otro, vamos a darle la solución a sus problemas. Quizás no responda con acritud, porque en aquel momento no tiene energías que desperdiciar, pero el que seguro que nos reprende es el Dios de Jesús, como lo hizo con los amigos de Job. Este fue consolado con la presencia de estos, siempre que estuvieran callados. Sin embargo, a pesar de nuestros conceptos erróneos, de nuestro comportamiento inadecuado y de nuestras torpes palabras, Dios puede utilizarnos como medio de consuelo, porque Él no es indiferente al dolor ni está ausente. Cuando los sufrientes somos nosotros, podemos aferrarnos a Dios y encontrar la paz que nos ofrece más allá de las circunstancias, pero también existe el riesgo de culpabilizarlo. Este proceder alejado de la fe e incompatible con el amor de Dios solo nos conducirá al progresivo rechazo de la Divinidad. Conclusión Job es el paradigma del sufrimiento que no excluye a los creyentes. Todos somos víctimas de factores hostiles que actúan en un medio donde el mal prevalece. Fuerzas físicas, biológicas, genéticas, psicológicas y sociales que nos agreden de forma involuntaria o intencionada. Para el hombre “religioso”, que cultiva una religión mágica, Dios tiene una actitud intervencionista y administra tanto el mal como el bien. Él está siempre presente detrás de todo lo que sucede. La criatura vendría a ser una marioneta en sus manos. Para el creyente auténtico, el escenario y las fuerzas agresoras son los mismos, pero entiende que Dios sufre con el sufriente y sufre mucho más cuando este se siente castigado o abandonado por Él. Entonces, revive el calvario de la incomprensión de su mensaje y el de su amor cuestionado. Cuando sufrimos, nuestro discurso seguro que es incoherente porque como Job hablamos de lo que no entendemos (Job 42:3). Pero en nuestra lucha con Dios, en el diálogo profundo y sincero, en nuestro particular vado de Yaboc (Génesis 32:22) el Padre dejará de ser un concepto frío y lejano. Surgirá la vivencia de un Dios real, cálido y 9
José Manuel Prat Boix próximo tal como lo expresaron Jacob: «Vi a Dios cara a cara y mi vida fue librada» (Génesis 32:30), y Job: «De oídas te había conocido pero ahora mis ojos te ven» (Job 42:5). En el texto de Génesis 32:30 me inclino por la expresión “liberada” tal como la traduce André Chouraqui (“socorrida”, “liberada”). En estas circunstancias, la perplejidad que ocasiona un sufrimiento absurdo, sin sentido, y las dudas razonables que despierta darán lugar a una confianza absoluta en Dios, mediante una fe estructurada, sólida, madura, en palabras de Pablo: «perfecta».
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