Abril 2009
En este número 1
Política eclesiástica (PARTE 1) (Enrique Baamonde y Guillermo Sánchez)
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Sobre la adquisición de la información y la responsabilidad del individuo (Lázaro Caravaca)
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Próximos acontecimientos
Política eclesiástica Tradicionalmente la Iglesia Adventista ha evitado pronunciarse sobre cuestiones relacionadas con la política “del mundo”. Igualmente, en el funcionamiento institucional de nuestra iglesia se procura rechazar los comportamientos políticos. En relación con las elecciones en la iglesia local, el Manual de la Iglesia establece: “Todo lo que sea de naturaleza política debe evitarse” (pág. 200). Al tratar sobre la elección de delegados para los congresos de Asociación, Misión o Unión, se insiste en que “no debe permitirse la presencia de nada que se asemeje a maniobras de tipo político” (pág. 207), y en que “cualquier dirigente de una Iglesia local o de una Asociación o Misión que intente controlar los votos de un grupo de delegados está descalificado para ejercer cargo alguno” (pág. 208). La palabra “política” está cargada de connotaciones en general negativas, pues se asocia a la actuación de los cargos públicos, con sus luchas de poder, enfrentamientos verbales, campañas, mítines y, tristemente, promesas incumplidas, mentiras descaradas y corrupción. En este sentido, es más que sensato que a la hora de gestionar los asuntos de la iglesia nos esforcemos por evitar cualquier actuación que se acerque a esos aspectos de la política.
Enrique Baamonde Estudiante de derecho Granada Guillermo Sánchez Licenciado en Historia La Rioja
Pero también es cierto que desde el momento en que una institución se organiza, adquiere, lo pretenda o no, una naturaleza política. Pues la política, en un sentido amplio, son todos los mecanismos de funcionamiento y normas de que se dota una institución, desde una asamblea de vecinos hasta la Organización de las Naciones Unidas, pasando por un centro escolar, una mancomunidad de municipios, una ONG… o una iglesia. Por supuesto, como adventistas del séptimo día estamos convencidos de que la naturaleza de la iglesia no se limita a lo institucional (“político”), sino que ante todo ésta es el cuerpo de Cristo y tiene una misión divinamente ordenada. Y que además el Espíritu Santo, aun en la peor de las situaciones desde el punto de vista humano, interviene guiando a la iglesia. Pero todo ello no elimina el carácter
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político (organizativo-institucional) de la iglesia. La prueba es que los modos de funcionamiento institucional establecidos tanto en el Manual de la Iglesia como en el Working Policy se basan en mecanismos (en principio) democráticos, como son la elección de delegados, la representatividad, el voto, etcétera. La propia estructura mundial de nuestra iglesia, aun basándose en los principios bíblicos, recibió influencia de la estructura política de los Estados Unidos (ver Daniel Basterra, “La forma de gobierno de la Iglesia Adventista”, Aula 7, nº 3, julio de 1991). Por tanto, los aspectos políticos son ineludibles también en nuestra iglesia-institución. Atendiendo al campo semántico del término, resulta incluso inconveniente no ser político. Sería tanto como no estar involucrado en las orientaciones o directrices que rigen la actuación de nuestra entidad eclesial. No ser político implicaría no estar interesado en el desarrollo de lo que nos es común a todos los adventistas, de lo público de nuestra iglesia. ¿Es esto compatible con un compromiso personal, expresado en el voto bautismal, de apoyo a la iglesia y a su buen funcionamiento orientado a cumplir la misión evangélica? Siguiendo esta argumentación por reducción al absurdo, podemos concluir que lo evitable no será ser político, sino ciertas actitudes que se dan en “lo político” y que pueden resultar incompatibles con “lo cristiano.”
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Con lo político nos ocurre algo parecido a lo que les ocurría a los judíos con el nombre de Dios: para evitar utilizarlo en vano recurrían a no utilizarlo nunca, incurriendo de esta forma en error por defecto. Cuando el Manual de la Iglesia insta a que evitemos “todo lo que sea de naturaleza política”, es obvio que se refiere a la creación de facciones o partidos, y al enfrentamiento entre los mismos por imponerse en la toma de decisiones. Todo delegado, consejero o dirigente debe por tanto someter sus propias inclinaciones y estar abierto a que en la toma de decisiones triunfen la justicia, la equidad, el bien común, y, por supuesto, el amor. Eso sí, jamás el concepto de “bien común” debe entenderse como el supuesto bien de la estructura institucional si ello implica que una decisión deje de lado el hecho fundamental de que lo que Dios ama y salva no son estas estructuras (necesariamente caducas), sino a personas concretas (ver al respecto Personas, no instituciones, un excelente editorial de Protestante Digital, 7 de octubre de 2008). A veces parece que es más grave criticar a una institución que aplastar a una persona, y eso va contra la esencia del evangelio. Cualquiera que haya participado en asambleas o consejos de nuestra iglesia es consciente de que pueden darse lo que el Manual de la Iglesia llama “maniobras de tipo político”: una propuesta formal al órgano que debe decidir, diferencias más que notables en el volumen y la calidad de información manejada por los miembros de ese órgano, ocultamiento de
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información básica, etcétera. La pregunta clave es: ¿Se deben estas distorsiones fundamentalmente a la falibilidad y debilidad de la naturaleza humana, o algo falla en la propia organización? ¿Se promueven en nuestro medio una mentalidad y unas prácticas realmente transparentes, igualitarias, democráticas, garantistas? Participa activamente en el boletín de AEGUAE. Escribe un artículo sobre lo que te interese y que pueda ser de interés para otros. Manda un e-mail a boletin@aeguae.org
Hay ocasiones en que el pánico a que una asamblea o consejo degenere en un foro “político”, conduce a un mal todavía peor que la política, cual es el politiqueo. Para evitar que se desbaraten planes preparados de antemano, quizá por responsables bienintencionados, se prefiere trabajar en secreto. Para evitar que ciertos hechos supuestamente escandalosos salgan a la luz y puedan ser depurados convenientemente, se prefiere sepultarlos bajo el sagrado principio del secreto, con la terrible consecuencia de que el problema se prolonga en el tiempo, y para colmo al final acaba conociéndose y haciendo más daño que con un reconocimiento y solución a tiempo.
Sobre la adquisición de información y la responsabilidad del individuo Resulta interesante ver como muchas veces la esencia de las cosas se nos escurre entre los dedos. Y es que me parece que cada vez más la sociedad tiende a la pedantería. Por si fuera poco ésta no surge de los temas más profundos de los que al menos sería medianamente justificable, sino que rodea a todos los mundos y áreas. Resulta gracioso oír ciertas conversaciones. Cada vez se habla de manera más culta sobre moda, cine, literatura… y es que vivimos en la era de la información. Ahora los jóvenes “miramos las películas como críticos, leemos las noticias como periodistas y vemos la publicidad como auténticos especialistas”* No me malinterpretéis, no estoy tachando la crítica artística, pero muchas veces siento que esta se queda en nada.
Lázaro Caravaca Bongiovani Estudiante de Odontología León
Y es que creo, y yo el primero, nos olvidamos de que el conocimiento acarrea responsabilidad. En esencia, para adquirir bien los conocimientos necesitamos 3 requisitos: 1º Necesitamos calidad de información. ¿La tenemos realmente? Sí. No nos engañemos negándolo, pues sí la tenemos a nuestro alcance, jóvenes del primer mundo, pero, recurrimos escasamente a ella, pues encontrarla lleva esfuerzo entre toda la cantidad de información basura que muchas veces hasta nosotros creamos.
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2º Ocio. Sí. Disponemos de horas libres, pero ¿Tiempo para pensar? Esto no es fácil, no debemos comer y comer, si luego no digerimos toda esa información. Necesitamos tiempo para asimilar. 3º “El derecho a emprender acciones basadas en lo que aprendemos por la interacción o por la acción conjunta de las otras dos”. ¿Simple? Esto es: Actuar en consecuencia. No sólo estamos informados, sino que estamos sobreinformados. Y en este exceso de información se incluye la información sobre el dolor: guerras, discriminación, abusos, abandono… Pero toda esta información no nos ha convertido en mejores seres humanos. Porque quizá no se nos presenta correctamente, ni la asimilamos adecuadamente. Hemos visto tanto dolor y de tal manera que hemos dejado de sentir. El exceso de información nos hace alejarnos de la realidad, ya no empatizamos como antes. Estamos alienados emocionalmente, ya que si, por otro lado, dejáramos que todo el sufrimiento que vemos nos calara profundamente, probablemente moriríamos o viviríamos ciertamente angustiados. La clave se encuentra en la manera en la que miramos, o en la que permitimos que nos dejen ver. “Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.” León Gieco
* Esto es lo que se lee en la contracubierta del libro “generación Einstein” de Jeroen Boschma
Próximos acontecimientos * Convención de AEGUAE
5-7 diciembre 2009
Lugar por determinar Temática: La música (más información en próximos boletines) AEGUAE Asociación de Estudiantes y Graduados Universitarios Adventistas de España www.aeguae.org info@aeguae.org © Design by: pedrAngular.com