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TU LECTURA DEL JUEVES
El pobre hombre herido estaba sufriendo en el camino. El sacerdote y el levita no habían querido socorrerlo. Al poco, pasó por allí otra persona. ¿Quién era? (Léelo en Lucas 10: 33)
¡Uff! ¡Un samaritano! Ya no le quedaban esperanzas. Un samaritano jamás ayudaría a un judío. Él no era el prójimo del samaritano. Los judíos y los samaritanos eran enemigos, no prójimos.
Sin embargo, el samaritano sintió lástima. Aquel hombre samaritano no se conformó con sentir pena por aquel hombre. ¿Qué hizo? (Lee Lucas 10: 34).
El samaritano estaría cansado de viajar y tendría prisa como el sacerdote. Es posible que tuviera miedo por los ladrones como el levita. Al fin y al cabo, él llevaba una cabalgadura que podría ser valiosa para los bandidos. Pero le parecía más importante salvar la vida de aquel hombre.
Le curó las heridas, lo subió en su cabalgadura y lo llevó hasta el mesón más cercano donde pasarían la noche.
El samaritano debía seguir su camino a la mañana siguiente. ¿Qué pasaría con el herido? Los ladrones le habían dejado sin dinero para pagar la habitación. (Lee la solución del samaritano en Lucas 10: 35)
Jesús en ningún momento habla del BUEN samaritano. Solo se refiere a él como el samaritano. El nombre de BUEN samaritano se lo pusieron los cristianos que escucharon y leyeron esta parábola. Pero ¿no crees que se mereció el nombre de bueno?
Descubro la Biblia... y encuentro a Jesús.