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Introducción
La interpretación de los restos de fósiles humanos forma parte de la paleoantropología, ciencia que se nutre de un número escaso de especímenes, que además son muchas veces fragmentarios. A pesar de este pequeño número de objetos de estudio, la cantidad de investigadores que se mueve a su alrededor es muy grande. Pocas ciencias, si es que hay alguna otra, son tan peculiares.
Nosotros vamos a aportar nuestro punto de vista sobre la base observable existente, y la poca experimental que se puede aportar. Es una visión que surge de un apriorismo: la fe en una creación especial por parte de Dios. No creemos que esto suponga un lastre particularmente pesado a la hora de interpretar los datos objetivos.
Los sucesos evolutivos observados experimentalmente o por su espontaneidad forman parte de una microevolución que asumimos prácticamente en todos los términos expuestos por el evolucionista. Pero creemos, sin temor a faltar a la verdad, que no podemos extrapolar estos sucesos, mínimos, para explicar la aparición de taxones superiores a la especie, quizá en algunos casos al género, tal y como son reconocidos generalmente. Nada de aparición de anfibios a partir de peces o aparición de hombres a partir de monos. Es decir, no somos fijistas, creemos en la plasticidad de los seres vivos, pero no compartimos la interpretación que se hace del registro fósil, que es la base de la idea de macroevolución.
La variación humana la seguiremos a partir de un suceso fundamental de la historia de la tierra: el diluvio universal.
Anterior a este evento existieron hombres que debieron poseer características que los hacían superiores, a nosotros física e intelectualmente, aunque no encontramos restos lo suficientemente incontrovertibles de ellos. Quizá porque no llegaron a ser una población muy abundante y que, además, sufrió en su totalidad los efectos del catastrófico diluvio.
Los restos humanos que se han encontrado los consideramos posteriores a este singular suceso junto con la mayor parte de investigadores creacionistas, a los cuales nos remitimos para las explicaciones pertinentes a este respecto. 116
Tras el diluvio, el hombre se dispersó y, teniendo en cuenta la variación que sufrió, no parece descabellado suponer que los diferentes ambientes con los que se encontró, y sus diferentes aptitudes psíquicas ante la vida, modelaron su estructura hasta convertir al hombre en uno de los seres que más han variado. Pero no por poseer características físicas especiales; más bien parece que se deba a las características mentales, únicas entre los seres creados en este mundo, y que nos ha llevado a la colonización de muchos de los hábitats terrestres. Quizá con el aumento de la densidad de población se conectaron diferentes grupos poblacionales, homogeneizándose la morfología hasta quedar en las suaves diferencias que se aprecian en las etnias existentes actualmente.
La etnia erectus ha sido la más divergente en su morfología, respecto del hombre actual, y aunque se ha achacado a un proceso degenerativo, no estamos seguros de ello, si bien es cierto que no podemos ni debemos descartarlo, puesto que casos de degeneración son abundantes en la naturaleza. Sea degeneración o no, sí es un caso de variación, y sólo como tal lo estudiaremos.
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Los australopitecinos los trataremos como un tipo de monos extintos, pero con caracteres propios, que los hacen diferentes de monos actuales y hombres. Aun cuando en el texto hablemos de sus diferentes caracteres como similares a los humanos o a los monos, fueron seres con particularidades exclusivas que los hacen diferentes de los que hoy pueblan la tierra y con los que, en otro tiempo, la compartieron. Así, la cadera de los australopitecinos no tiene paralelo con la de seres que vivan hoy, es exclusiva, aunque establezcamos las imprescindibles comparaciones. Lo mismo ocurre con la parte distal del húmero, componente del codo que presenta características exclusivas, al igual que el extraordinario grosor del esmalte dental en Australopithecus boisei.
En cualquier caso, será inevitable que la exposición esté impregnada por educación, vivencias o sentimientos. Pero esto es lo normal en toda actividad humana, también en la ciencia. Aunque esto no suele trascender al público, resulta ser muy real, lo más real.
«El registro fósil, por otra parte, es bellacamente inconsistente, pues un montón de huesos conservados podría no representar a la mayoría de organismos que no dejaron vestigio. Los fósiles no admiten, por principio, una interpretación objetiva; los caracteres físicos por los que son clasificados reflejan necesariamente los modelos que los paleontólogos quieren probar.» (A. C. WILSON y K. L. CANN. «Origen africano reciente de los humanos». Investigación y Ciencia. Junio 1992, pp. 8-13).
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