«I’m not a virus», la pandemia analizada desde la filosofía por Agamben, Zizek, y Han Lo dice el pensador Slavoj Zizek (Liubliana, Eslovenia, 1949). Vivimos con una ira crónica que nos lleva a excluir o estigmatizar al enfermo, al oriental, al anciano, al débil. Y es una cólera que no soporta la supuesta falta de eficiencia mostrada por los Estados ante el corrosivo virus. Lo peor es que se ha hecho permanente y nos instala en un odio «racista o antiestatal: los chinos tienen la culpa, nuestro Estado no es eficaz».1 Su pulsión asesina radica en que esta cólera se alimenta del miedo: nuestra existencia está siempre en riesgo y es inevitablemente frágil: «la amenaza ha venido para quedarse…infundiendo un miedo y fragilidad permanentes en nuestras vidas.»2 Ante este peligro que nos habita e iguala, cabe reflexionar sobre las consecuencias a las que nos ha conducido nuestro sistema económico y puede resultar posible descubrir nuevas formas de coordinación, solidaridad e interdependencia entre los distintos países: «la epidemia de coronavirus es… una señal de que no podemos seguir como hasta ahora, de que hace falta un cambio radical… pensar en una sociedad alternativa, una sociedad que vaya más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualice en forma de solidaridad y cooperación global.»3 Frecuentemente las grandes catástrofes nos ayudan a abandonar la ley del más fuerte y redescubrir que la propia supervivencia depende de otros: «Dicha amenaza universal origina una solidaridad global, nuestras mezquinas diferencias se vuelven insignificantes todos trabajamos juntos para encontrar una solución.»4 Zizek no confía en que nuestros incapacitantes egoísmos se evaporen mágicamente, sino que serán precisamente esos intereses individualistas, quienes nos empujen a la colaboración: «No estoy hablando de ninguna utopía, no apelo a una solidaridad idealizada entre la gente. Por el contrario, la crisis actual demuestra claramente que la solidaridad y cooperación global tienen como finalidad la supervivencia de todos y cada uno de nosotros, y que obedecen a una pura motivación racional y egoísta… la solución no será el aislamiento y la construcción de nuevos muros y posteriores cuarentenas. Hace falta una plena solidaridad incondicional y una respuesta coordinada a nivel global, una nueva forma de lo que antaño se llamó comunismo…»5
Ante el escándalo de que no preocupen tanto las víctimas mortales de la pandemia, como la recuperación de los mercados, Zizek llega a proponer la necesidad de un gobierno mundial: «No estamos hablando aquí de comunismo a la vieja usanza, desde luego, sino de algún tipo de organización global que pueda controlar y regular la economía y limitar la soberanía de los Estados-nación cuando haga falta.»6 1
ZIZEK, Slavoj, Pandemia: La covid-19 estremece al mundo. Trad. Damià Alou. Barcelona: Anagrama, 2020, p. 58.
2
Ibidem, pp. 50, 59.
3
Ibidem, pp.45-47 (la cursiva es nuestra).
4
Ibidem, p. 48 (la cursiva es nuestra).
5
Ibidem, pp. 62-74 (la cursiva es nuestra).
6
Ibidem, p. 62 (la cursiva es nuestra).
Llegados a este punto convendría comparar la propuesta de Zizek, con la contenida por la carta-encíclica de Francisco, titulada Fratelli Tutti: «Asimismo, cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la pandemia de Covid-19 que dejó al descubierto nuestras falsas seguridades. Más allá de las diversas respuestas que dieron los distintos países, se evidenció la incapacidad de actuar conjuntamente. A pesar de estar hiperconectados, existía una fragmentación que volvía más difícil resolver los problemas que nos afectan a todos. [...] »Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad… Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. [...] »El siglo XXI “es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En este contexto…” Cuando se habla de la posibilidad de alguna forma de autoridad mundial regulada por el derecho no necesariamente debe pensarse en una autoridad personal. Sin embargo, al menos debería incluir la gestación de organizaciones mundiales más eficaces, dotadas de autoridad para asegurar el bien común mundial, la erradicación del hambre y la miseria, y la defensa cierta de los derechos humanos elementales.»7
Aunque el planteamiento de Zizek consistente en buscar ayudas mutuas para gestionar la interdependencia en la que vivimos (denominada por él como nuevo comunismo),8 ha sido ferozmente criticado, parece tener evidentes similitudes con lo apuntado por el Papa. Y es que, si los problemas ecológicos o económicos nos carcomen a todos, la pandemia subraya que recibimos sus golpes quienes vamos en un mismo barco.9 Por ello, estas concepciones parecen plantear muchas dudas sobre el papel de ese Estado Mundial y sobre el alcance y moralidad de las medidas disciplinarias globales que, desde dicha estructura, se puedan implementar. Con 7
FRANCISCO, Fratelli tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social. Estella: Verbo Divino, 2020, párrafos nº 7, 8, 172, pp 7, 115 (la cursiva es nuestra). Planteamientos similares aparecen también en la Carta-Encíclica publicada por Benedicto XVI, titulada Caritas in veritate (fragmento nº 67): «Para gobernar la economía mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial…» 8 El término obedece a que Zizek le atribuye al Estado una regulación más activa de la economía: «A medida que
evoluciona la pandemia mundial, hemos de ser conscientes de que los mecanismos de mercado no serán suficientes para evitar el caos y el hambre. Tendrán que considerarse a nivel global medidas que hoy en día a casi todos nos parecen “comunistas”: la coordinación de la producción y distribución tendrá que realizarse fuera de las coordenadas del mercado.» (ZIZEK, Slavoj, Pandemia, op. cit., p. 19). 9
«En respuesta a la amenaza planteada por la epidemia de coronavirus, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu ofreció ayuda y coordinación a la Autoridad Palestina de inmediato, no por bondad ni consideración humana, sino por el simple hecho de que allí resulta imposible separar a los judíos de los palestinos, por lo que si un grupo se ve afectado, inevitablemente el otro sufrirá. Esta es la realidad que deberíamos trasladar a la política. Ha llegado el momento de abandonar el lema de “Estados Unidos (o el país que sea) primero”. Tal como lo expresó Martin Luther King hace más de medio siglo: “Puede que todos hayamos llegado en diferentes embarcaciones, pero ahora estamos todos en el mismo barco.”» (Ibidem, pp. 22, 23).
palabras del propio Zizek: «En tiempos de epidemia se necesita un Estado fuerte, puesto que las medidas a largo plazo, como las cuarentenas, tienen que llevarse a cabo con disciplina militar. China fue capaz de poner en cuarentena a millones de personas. Parece improbable que, enfrentados a una epidemia de esa misma escala, Los Estados Unidos sean capaces de hacer cumplir las mismas medidas.»10 Esta preocupación por la efectiva defensa del ciudadano frente al poder político y por la protección de la legalidad, ante toda extralimitación estatal, ha sido constante en la reflexión del italiano Giorgio Agamben (Roma, 1942). Su propuesta filosófica intenta evitar que se renuncie a las propias libertades (privacidad), en situaciones excepcionales, para favorecer un bien mayor relacionado, por ejemplo, con la salud: «Es así que, en un perverso círculo vicioso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos se acepta en nombre del deseo de seguridad que ha sido inducido por los mimos gobiernos… condenando a vivir en un perpetuo estado de miedo.»11 Desde su perspectiva, la apelación a la presencia de circunstancias extraordinarias, y la instrumentalización del temor, podrían llevar a suspender la vigencia de toda ley reguladora. Se generaría, así, un ejercicio ilimitado del poder, para el que todo estaría permitido (es lo que llama estado de excepción pues regiría una ausencia completa de derecho). Aunque, Agamben minimiza inicialmente el alcance de la epidemia basándose en un informe del Consejo Nacional de Investigación italiano, que la identifica con una simple gripe, nuestro autor profundiza en cómo cualquier circunstancia excepcional puede ser utilizada por cualquier estado para limitar libertades. Así, este contagio demuestra que, últimamente, la suspensión de derechos ya operada contra los inmigrantes, por ejemplo, acaba siendo habitual para el conjunto de la población: «El estado de excepción, al cual los gobiernos nos han acostumbrado desde hace muchos años, se ha convertido de veras en la condición normal.»1212 También analiza las consecuencias vitales implicadas en las medidas adoptadas por los gobiernos contra el Covid-19. Le preocupa la comparación de la epidemia con la guerra, donde nos identificamos con soldados que sólo deben cumplir órdenes. Los demás seres humanos se convierten en enemigos por convertirse en posibles fuentes de contagio. En lugar de la nueva solidaridad entrevista por Zizek, Agamben sostiene que el virus nos «ciega y separa».1313 Debemos evitar a los otros en toda circunstancia: «Quienquiera que sea el otro, incluso un ser querido, no debemos acercarnos a él o tocarlo, y de hecho hay que poner distancia entre nosotros y él… Incluso los muertos –esto es verdaderamente
10
Ibidem, p. 17.
11
AGAMBEN, Giorgio. ¿En qué punto estamos? La epidemia como política. Trad. Mª Teresa D’Meza y Rodrigo Molina-Zavalía. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2020, pp. 17, 25. 12
Ibidem, p. 24.
13
Idem.
bárbaro– ya no tienen derecho a un funeral y no está claro qué sucederá con sus cadáveres. Nuestro prójimo ya no existe.»14 La pandemia supone igualmente una utilización decisiva de las tecnologías que permiten la comunicación. Pero al precio de que desaparezca la presencia física directa de los interlocutores en el diálogo, de que se empobrezca la experiencia corporal y afectiva de intercambio, de que se reduzca toda la información a aquello que puede observarse en una pantalla: «que…se cierren las universidades y las escuelas, que las clases sólo se dicten “online”, que dejemos de reunirnos y hablar…, que únicamente intercambiemos mensajes digitales y que, donde sea posible, las máquinas sustituyan todo contacto –todo contagio– entre los seres humanos.»15 Finalmente, la enfermedad ha abierto nuevas formas de control digital de la población que podrían ser utilizadas de manera perversa. Citando la biopolítica de Foucault, donde el autor francés describe cómo el estado moderno controla aspectos relacionados con la natalidad, la vacunación preventiva, los consejos alimenticios, el análisis estadístico de la mortalidad y otros factores vinculados a la salud corporal (que permiten una vigilancia amplia sobre la población), Agamben avisa del peligro que esos instrumentos esconden. La supervisión mediante cámaras y móviles puede utilizarse para privar a los ciudadanos de sus libertades y conculcar todos sus espacios de privacidad. Estamos ante una posibilidad real: “No soy el único en pensar que para un gobierno totalitario como el de China la epidemia ha sido el instrumento ideal para verificar la posibilidad de aislar y controlar a una región entera. Y el hecho de que en Europa podamos referirnos a China como modelo muestra sólo el grado de irresponsabilidad política al que nos ha arrojado el miedo.”16
También preocupado se muestra Byung-Chul Han (Seúl, Corea del Sur, 1959). Pero no tanto por el uso dictatorial que los Estados puedan hacer de la vigilancia digital, sino por la paulatina aceptación del ciudadano respecto a estos mecanismos presentados como únicos medios para garantizar la supervivencia frente al virus. Y es que vivimos en una sociedad sin enemigos exteriores (caído el muro de Berlín, con un terrorismo actuando en zonas lejanas al Occidente autosatisfecho y una globalización económica que permite la libre circulación del dinero), ha desaparecido todo adversario y toda frontera.17 El capitalismo reinante también consigue que cualquier trabajador se autoexija una siempre mayor eficacia/rendimiento en el desempeño laboral, asumiendo unas megaimposiciones tan exageradas, que acaban,
14
Ibidem, pp. 21, 39 (la cursiva es nuestra).
15
Ibidem, p. 21 (la cursiva es nuestra).
16
Ibidem, p. 36.
17
HAN, Byung-Chul. La sociedad del cansancio. Trad. Aranzazu Sartxaga y Alberto Ciria. Barcelona: Herder, 2019 (2ª ed., 8ª impresión), p. 14. Incluso los inmigrantes son considerados más como una carga que como una amenaza (ibidem, p. 17).
frecuentemente, en sensación de agotamiento o depresión.1818 Y, lo peor, el mencionado empleado cree ser libre al recorrer este proceso autodestructivo: «El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Víctima y verdugo ya no pueden diferenciarse.»19 Las redes sociales permiten, igualmente, un autodesnudarse del individuo que publica obsesivamente su Facebook-life-dale-al-like; comunica sus compras, pensamientos y deseos en su Twitter-life-dale-al-like; transmite sus localizaciones, contactos y sentimientos en su Instagram-life-dale-al-like o consume ocio, gastronomía, ropa y viajes, gracias a lo recomendado por Whatsapp. Cada click del ratón, resulta registrado. Pero, aun sabiéndolo, el propio sujeto continúa este autoespionaje, divulgando toda su privacidad: «En el panóptico digital no existe ese ‘Big Brother’ que nos extrae informaciones contra nuestra voluntad. Por el contrario, nos revelamos, incluso nos ponemos al desnudo por propia iniciativa.»20 Exhibiendo nuestros recovecos más íntimos acabamos convirtiéndonos en víctimas de empresas que consiguen enriquecerse vendiendo nuestra información personal: «Los datos… se capitalizan y comercializan por completo. Hoy se trata a los hombres y se comercia con ellos como paquetes de datos susceptibles de ser explotados económicamente. Ellos mismos devienen mercancía.»21 Pero, en estas circunstancias, llega el virus… Y con él, regresa un adversario exterior imperceptible… Y el pavor desproporcionado… Y nuevas fronteras confinadas… Y un espanto permanente aislante e individualizante, llevándonos a buscar únicamente nuestra exclusiva y propia conservación individual: «El enemigo ha vuelto. Ya no guerreamos contra nosotros mismos, sino contra el enemigo invisible que viene de fuera. El pánico desmedido en vista del virus es una reacción inmunitaria social, e incluso global, al nuevo enemigo. La reacción inmunitaria es tan violenta porque hemos vivido durante mucho tiempo en una sociedad sin enemigos, en una sociedad de la positividad, y ahora el virus se percibe como un terror permanente… [Además], el virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia.»22
18
«La sociedad del rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo ‘poder’(könen) sin límites… ’Yes, we can’ expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley… [Cuando esas autoexigencias no se alcanzan] la sociedad del rendimiento produce depresivos y fracasados.» (Ibidem, p. 26). 19
Ibidem, p. 31.
20
HAN, Byung-Chul. Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder. Trad. Alfredo Bergés. Barcelona: Herder, 2016 (1ª ed., 6ª impresión), p. 62. 21
Ibidem, p. 98.
22
HAN, Byung-Chul. «La emergencia viral y el mundo de mañana». El País, 22 marzo 2020 (la cursiva es nuestra).
Contra Zizek no queda espacio para nuevas solidaridades. La comprensión de nuestra nueva interdependencia, no va a alumbrar una corrección del capitalismo, hacia formas de economía más colaborativas. No aparecerá, así, ningún nuevo comunismo. Lo que sí va a permanecer es esa lucha por la supervivencia económica del más apto: «La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa.»23 Además, como hemos visto, el control digital ya existente en Occidente (y no sólo en Asia) ha sido asimilado interiormente por un sujeto que se exhibe digitalmente: «También en Occidente olvidamos enseguida la preocupación por la esfera privada en cuanto empezamos a movernos por las redes sociales. Todo el mundo se desnuda impúdicamente. Plataformas digitales como Google o Facebook tienen un acceso irrestricto a la esfera privada. Google lee y analiza correos electrónicos sin que nadie se queje de ello. China no es el único país que recaba datos de sus ciudadanos con el objetivo de controlarlos y disciplinarlos… Mirándolo así, la vigilancia panóptica no es un fenómeno exclusivamente chino.»24
En este proceso de interiorización, donde se asumen como propios todos los controles externos (incluida la necesidad de una mayor vigilancia digital), aumenta la conciencia de que se necesita un nuevo civismo: «La pandemia nos enseña qué es la solidaridad. La sociedad liberal necesita un nosotros fuerte. De lo contrario se desintegra en una colección de egoístas. Y ahí el virus lo tiene muy fácil. Si quisiéramos hablar también en Occidente de un “factor X” que la medicina no puede explicar y que dificulta la propagación del virus, este no sería otra cosa que el civismo, la acción conjunta y la responsabilidad con el prójimo.»2525
Finalmente, Han coloca la posibilidad de abandonar nuestros egoísmos disgregadores, en nuestras propias manos: «Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.»26 Lo que parece decisivo es valorar si esa solidaridad propuesta por Zizek, Agamben, Han y el papa Francisco, puede funcionar realmente en el contexto contemporáneo. Durante un conocido debate con Ratzinger (mantenido en 2004), el filósofo Jürgen Habermas (Düsseldorf, 1929) admitía que las sociedades secularizadas habían perdido valores como la compasión y el altruismo, debido al individualismo y a 23
Idem.
24
HAN, Byung-Chul. «Por qué a Asia le va mejor que a Europa en la pandemia: El secreto está en el civismo». El País, 26 octubre 2020. 25 26
Idem (la cursiva es nuestra).
HAN, Byung-Chul. «La emergencia viral y el mundo de mañana». El País, 22 marzo 2020. Los ecologistas hablan ya de colapso, ver SERVIGNE, Pablo y STEVENS, Rafael. Colapsología. Trad. Marta Suárez. MDRID: Arpa Editores, 2020.
la búsqueda del beneficio económico personal.27 En el plano motivacional, esos mismos ciudadanos parecían remisos a cooperar con otros (piénsese en los infinitos incumplimientos diarios que registran las medidas de prevención anticovid: fiestas privadas, botellones, bailes…). Si finalmente fracasa esa posibilidad solidaria de coordinar esfuerzos ante un enemigo común y confiamos la gestión de nuestros persistentes egoísmos a una nueva autoridad mundial que implante vigilancias digitales estrictas, nuestras pesadillas más persistentes, pueden hacerse realidad, en un abrir y cerrar de ojos…
27 «Cada vez más aspectos privados se orientan por el propio beneficio… [transformándose] los ciudadanos de las
sociedades liberales prósperas […] en mónadas aisladas, guiados por su propio interés… [desmoronándose] la solidaridad ciudadana.» (RATZINGER, Joseph y HABERMAS, Jürgen. Dialéctica de la secularización: Sobre la razón y la religión. Trad. Isabel Blanco. Madrid: Ediciones Encuentro, 2006, pp. 35, 36).