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Roberto Badenas: Más allá de la Ley ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Madrid: Safeliz, 1998. 348 páginas. ¿Carga, o ayuda? ¿Antorcha, u obstáculo? ¿Camino de salvación, o senda de perdición? ¿O tal vez ni lo uno ni lo otro? La Ley de Dios, incluida la Ley mosaica, ha sido secular objeto de las más acerbas controversias. Por lo común asociada a las obras y los méritos humanos, se la ha contrapuesto al evangelio de la gracia. Demasiadas veces se la ha usado, se la usa y todavía se la usará como arma arrojadiza; a sus tablas de piedra, como objeto contundente sobre la cabeza de los “pecadores” o, simplemente, en la de quienes se interponen en los caminos del poder o del capricho de los guardianes de la Ley. Pero ésta es reflejo del carácter divino; reflejo, eso sí, expresado en lenguaje humano. Su misión no era, no es, amargarnos la vida sino despejárnosla. Su necesidad, la de la Ley divina recibida sobre todo a través de Moisés, radica en la peligrosidad del mundo surgido tras la Caída: no un mundo libre que facilite la libertad humana, su anhelo de plenitud y desinhibiciones, sino un orden con demasiadas trampas que coartan y esclavizan, regido por señores de tinieblas. En ese contexto el salmista pondera su valor: «Lámpara es para mis pies tu Palabra, una luz en mi camino» (Salmo 119: 105). Una luz que nos instruye para que miremos en la buena dirección. Así, el apóstol llamará a la Ley «nuestro tutor para llevarnos a Cristo, para que seamos justificados» (Gálatas 3: 24). Su misión, por tanto, no puede ser más liberadora y salvífica, por más que ella misma no sea la salvadora. La Ley, conjunto de enseñanzas tanto o más que de ordenanzas, es el faro por medio del cual nuestro Creador quiso formar un pueblo distinto de entre los que, entregados al paganismo y sus opresivas consecuencias prácticas, habitaban la tierra. No fue, pues, etnicista el criterio seguido por Dios, sino ético y espiritual. Llamó a Abrahán, un pagano entre paganos, para forjar con él una realidad diferente y un nuevo estilo de vida. La base habría de ser la palabra divina, sucesivamente pronunciada con el fin de generar un cuerpo de leyes, de educación en la sabiduría, que alumbrasen ese mundo nuevo. De Abrahán habría de surgir ese pueblo distinto, abierto al extranjero (ver, p. ej., Éxodo 12: 49; 22: 21; 23: 9), para incendiar la tierra con el mensaje del Reino. Un Reino que todavía hoy es minoría, pero que, con esa misma base, la de los principios divinos expresados en la Ley, es como «la levadura que una mujer tomó y la mezcló con tres medidas de harina, hasta que todo quedó fermentado» (Mateo 13: 33). De esa Ley y de ese Reino nos habla Roberto Badenas en Más allá de la Ley. Pero, como el título sugiere y veíamos que señalaba el apóstol, la Ley apunta a su autotrascendencia en el evangelio. Precisamente, en el evangelio del Reino. Porque ella no se basta a sí misma para implantar tal reinado, y de sobra podemos saber ya que tampoco la humanidad se basta. Es necesario que el propio Inspirador de la Ley venga a implantarlo. El profesor Badenas efectúa un apasionante recorrido por toda la Biblia, buscando primero el sentido de la Ley en el momento en que fue promulgada… ¡Qué difícil es captarlo sin bucear en la mentalidad de aquel tiempo!, pero a ello se aplica el autor, incluso por momentos comparando la legislación del Antiguo Testamento con la de los pueblos coetáneos al pueblo hebreo. Y llegando luego a su sentido y utilidad para nosotros hoy, adecuadamente matizada por la consumación del evangelio en la vida, muerte y resurrección de nuestro Salvador. A través de un amplio muestrario de pasajes bíblicos, siempre debidamente enmarcados en su realidad primera, Badenas nos va llevando hacia una más rica comprensión de los textos y, sobre todo, de los principios y enseñanzas de los que son portadores. Su libro se convierte así en un valioso apoyo a nuestro estudio bíblico diario, así como a nuestra propia predicación de la Palabra, deber moral y fuente de gozo para todo cristiano que se precie (ver 1 Corintios 1: 31 – 2: 1-2; 2 Timoteo 4: 2). Puedo dar fe de que repetidamente me he servido de él tanto en mis modestas