Conferencias de NÂş 3
Romanos Georges StĂŠveny
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Traductor: Rafael Martí Transcripción de audio a texto: Alfredo Cardona Ferraz Diseño gráfico y maquetación: Esther Amigó Marset
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Cubierta: Pablo escribiendo. La inscripción «sedet hic scripsit» (se sienta aquí y escribe). Figura que forma parte del Manuscrito HB II 54 conservado en la Württembergische Landesbibliothek de Stuttgart, procedente del monasterio de Sankt Gallen (Suiza), elaborado por el escriba Wolfcoz.
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Georges Setéveny profesor y director del Seminario Adventista de Collonges-sous-Saléve (Francia), es autor de varios libros (algunos ya traducidos al español y que se pueden consultar en www.aula7activa.org, y otros en proceso de traducción que aparecerán en fechas próximas) y un profundo conocedor de la Biblia. Orador habitual en los encuentros del Fòrum Paulí (Barcelona), en mayo de 1997 presentó una serie de charlas sobre la epístola escrita por el apóstol Pablo a los cristianos que vivían en la capital del Imperio, Roma. La carta a los Romanos es una exposición sistemática de la aplicación universal del evangelio y con toda probabilidad la más estudiada y citada del apóstol. Libro con un contenido denso y de lectura angosta, pero que Georges Stéveny consigue poner al alcance del público en general con una exposición concisa y clara, de una epístola que es el compendio de las doctrinas fundamentales del cristianismo.
Los editores
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Agradecimientos a: Alfredo Cardona por llevar a cabo el Ămprobo trabajo de transcribir las grabaciones en audio casete a texto.
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SUMARIO Culto del sábado 17 mayo. Cur Deus homo …………………………….……………
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1ª Ponencia. Domingo 18 mayo. Romanos (I) ……..…………………………………. Romanos 1. La naturaleza y la conciencia .……………………………………… Romanos 2. La revelación …………………………………………………………. Romanos 3 ……..……………………………………………………………………. Todos los hombres son pecadores .…………………………………………… Justicia y amor …………………………………………………………………… Ley ………………………………………………………………………………… Fe …..……………………………………………………………………………… Dispensacionalismo ……………………………………………………………… «Gratuitamente por la gracia» ………..………………………………………… Justificar ……………………………………………………………………… «Redención… en Cristo Jesús» ………………………………………………… ¿Dios ha querido la muerte de Cristo? …………………………………… Dar su vida en rescate ……………………………………………………… Preguntas y respuestas …………………………………………………………….. Conclusión ……………..……………………………………………………………..
12 12 12 13 13 13 14 14 15 16 16 17 19 21 22 24
2ª Ponencia. Lunes 19 mayo. Romanos (II) …………………………………..………. Recapitulación Romanos (I) …….…………………………………………………. Romanos 3 (continuación) …….……………………………………………………. Justificación ……………………….…………..…………………………………. Asiento de misericordia …………………………………………………………. Yom Kipur …………………………………………………………………….. Romanos 4 ………………………….………………………………………………… Romanos 5 ………………………….………………………………………………… Reconciliación ……..……………………………………………………………… Preguntas y respuestas ………………………………………………………………
25 25 26 26 28 29 32 33 34 35
3ª Ponencia. Martes 20 mayo. Romanos (III) …..………………………………………. Romanos 3: 25 ………………………………………………………………………… Romanos 5 ……………………………………………..……………………………… Pecado ……………………………………………………………..………………. El pecado de Adán ……..…………………………………………..……………… «…hasta la ley, había pecado en el mundo…» …………….…………….. El segundo Adán …………………………………………………..………………. Bautismo. Nuevo nacimiento ….…………………………………..……………… Preguntas y respuestas …………………………………………………………..……
39 39 42 43 44 45 46 47 49
4ª Ponencia. Miércoles 21 mayo. Romanos (IV) ………………………………………… Romanos 5 (continuación) …….………………………………………………………. Primer y segundo Adán ……………………………………………………..……… Romanos 6 …………………………………………………………………………….. Bautismo …………………………………………………………………………….. Arrepentimiento ………………………………….………………………………….. Bajo la ley ………………….………………………………………………………… Romanos 7 ……………………………………………………………………………… Matrimonio ……..……………………………………………………………………. «En otro tiempo vivía yo sin la ley…» …………………………………………….. La finalidad de la ley ……………………………………………………………….. Preguntas y respuestas …………………………………………………………………
51 51 51 52 52 54 55 57 57 58 61 61
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5ª Ponencia. Jueves 22 mayo. Romanos (V) .…………………………………………….. Romanos 7 (continuación) …………………………….………………………………. La ley ……………………………………….…………………………………………. Espiritual y carnal …………………….…………………………………….……….. Romanos 8 ………………………………….…………………………………………… Culpabilidad versus gracia ……………….…………………………………………. «Semejanza… de pecado» ……………….………………………………..………. Espíritu ……………..………………….…………………………………….……….. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» ……………….…………… Jesucristo, nuestro paráclētos ……………….………….……………………. Preguntas y respuestas ………………………………………………….……………..
63 63 63 64 65 65 66 68 69 70 72
6ª Ponencia. Viernes 23 mayo. Romanos (VI) ………….…………………………………. Romanos 8 (continuación) ………………….…………………………………………… Predestinación .……………………………………………………………………….. «A los que antes conoció...» ……………………………………………………. Libertad y libre albedrío …………………………………………………………. Romanos 9 ……………………………………………………………………………….. Hijos según la promesa .…………………………………………………………….. Dios llama …………………………………………………………………………….. «Vasos de ira» .……………………………………………………………………….. «…solo el remanente será salvo» .…………………………………………………..
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Culto del sábado 24 mayo. La obediencia de la fe …….…………………….…………… Santificación …………………………………………………………………..………….. Felix Mendelssohn (1809-1847) …………….………..……………….………..
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7ª Ponencia. Sábado 24 mayo. Romanos (VII) ………………………………….…………. 92 Romanos 9 (continuación) ………………….…………………………………………… 92 Predestinación …………………………….…………………………………………… 92 Israel …………………..…………………………………………………………… 92 Romanos 10 ….…………………………………………………………………………… 93 Romanos 11 ………………………………………………………………………………. 94 Romanos 12 ………………….…………………………………………………………… 97 Romanos 13 ……………………………………………..…………….…………………. 99 Romanos 14 ……………………………………………..…………….…………………. 101 Romanos 15 ……………………………………………..…………….…………………. 101
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CULTO DEL SÁBADO 17 DE MAYO
CUR DEUS HOMO1 Seguramente no me contradiréis, si afirmo que estamos viviendo en un mundo que se está volviendo ingobernable. Los problemas se multiplican a todos los niveles; tanto al nivel político, social, o económico, el desorden se instala por todas partes. Los especialistas se preguntan con angustia la manera de cómo hacerle frente. El profeta Isaías también vivió una época de turbación. Isaías había recibido de parte de Dios instrucciones concernientes a la invasión que Palestina sufriría por parte de Nabucodonosor rey de Babilonia. Cuando leemos el capítulo 63 de su libro, nos damos cuenta que él se encuentra preocupado. En el versículo dieciséis dice: «Tú, Oh Yahvé, eres nuestro Padre.» (Isaías 63: 16). Y en el versículo siguiente plantea esta pregunta: «¿Por qué, Oh Yahvé, nos has hecho errar de tus caminos…?» (Isaías 63: 17). Y dos versículos más adelante: «Hemos venido a ser como aquellos de quienes nunca te enseñoreaste...» (Isaías 63: 19). En este estado de inquietud, el profeta Isaías lanza un grito que se encuentra al inicio del capítulo 64: «Oh, si rompieses los cielos, y descendieras...» (Isaías 64: 1).2 El profeta sabe que Dios reina, sabe que es el Padre de los hombres, pero está preocupado por todo lo que sucede en la tierra, y finalmente acaba por decir a su Dios: ¿Es que no podrías mostrarte? ¿Es que no podrías venir para estar entre nosotros? Rasga entonces los cielos y muéstrate. Llegó el día en el que los cielos se rasgaron, y Dios se mostró. Una tarde, en Palestina, el sol desapareció en el horizonte llevándose con él un gran secreto. Un bebé acababa de nacer en una cueva, en Belén. Ese bebé era el hijo de Dios. El cielo se había abierto, y el cielo venía a visitar la tierra. Tengo unas declaraciones realizadas por los astronautas que partieron al espacio. Uno de ellos que se Neil Armstrong escribió lo siguiente: «Caminar sobre la Luna fue para mí una experiencia extraordinaria, pero caminar con Jesucristo, el Hijo de Dios, esto es lo que realmente llena mi vida». Y uno de sus colegas, Edwin Aldrin, escribió por su parte: «El evento más importante en la historia de la humanidad, no es que el hombre haya caminado sobre la Luna, sino que Dios ha caminado sobre la Tierra en la persona de Jesucristo». Sí, Dios a caminado en la tierra en la persona de Jesucristo. Los cielos se abrieron y Dios se manifestó en Jesucristo. ¿Por qué vino Jesucristo a la Tierra? Es una pregunta enormemente amplia, y podríamos ocuparnos durante horas en tratar de hallar todas las respuestas que da el Nuevo Testamento. A vosotros que amáis la Biblia, os sugiero que leáis el Nuevo Testamento con esta pregunta en vuestra mente. ¿Por qué vino Jesús a estar entre nosotros? Encontraréis en el Nuevo Testamento una gran cantidad de respuestas complementarias. 1
Cur Deus homo (Por qué Dios se hizo hombre), obra de Anselmo de Canterbury (1033-1109). Texto completo de la obra en latín: IntraText. <http://www.intratext.com/IXT/LAT0478/> [Consulta 21 junio 2008]. Wikisource. <http://la.wikisource.org/wiki/Cur_deus_homo> [Consulta 21 junio 2008]. En inglés: Internet History Sourcebooks Project. <http://www.fordham.edu/halsall/basis/anselm-curdeus.html> [Consulta 21 junio 2008]. Wikisource. <http://en.wikisource.org/wiki/Cur_Deus_Homo> [Consulta 21 junio 2008]. Free Catholic Ebooks. <http://www.freecatholicebooks.com/books/cur_deus_homo.pdf> [Consulta 21 junio 2008] 2 La plegaría comienza en Isaías 63: 15, y continúa en el capítulo 64. La división de los capítulos en este lugar tiende a hacer borrosa la continuidad. En el texto hebreo se hace la división al final de Isaías 64: 1. Veáse NICHOL, F. D. y otros (eds.). Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día. T. 4. Boise (Idaho): Publicaciones Interamericanas. Pacific Press Publishing Association, págs. 363-364.
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Vamos a analizar dos o tres respuestas esta mañana. La primera se encuentra en una declaración hecha por el propio Jesucristo: «Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lucas 19: 10). ¿Qué significa desde el punto de vista bíblico “estar perdido”? Si nos remontamos al capítulo 15 del evangelio de Lucas, encontraremos la respuesta. En este capítulo encontramos tres preciosas parábolas: la parábola de la oveja perdida, la parábola de la moneda perdida y la parábola del hijo perdido. ¿Por qué estaban perdidos? Porque no se encontraban allí donde debían estar. La oveja debía estar en la manada, pero no estaba. La dracma debía estar en la cartera, pero tampoco se encontraba allí. Y el hijo debía estar con su padre, pero tampoco estaba. Nosotros estamos perdidos porque no estamos con nuestro Padre celestial. Y la razón fundamental por la cual Jesús ha venido, es para devolvernos a la casa del padre. Si queremos analizar todos los textos que hablan de la venida de Cristo, descubriremos rápidamente que todos están centrados en esta noción. Dios sufre por estar separado de nosotros, y quiere llevarnos de nuevo cerca de él. Pero por supuesto, no puede hacerlo de cualquier forma. Para que podamos volver a la casa del padre debemos ser transformados. Es la primera idea que debemos retener y que domina sobre el resto. Si volvemos la página del Evangelio, y pasamos al capítulo 20, Jesús cuenta una parábola extremadamente importante, la de los labradores. Resumiendo: Un propietario que posee una viña, necesita ausentarse y se la confía a unos labradores. Es Dios, el dueño de este mundo, y debe ausentarse a causa del comportamiento de los hombres. Confía su propiedad a los labradores, que son los judíos, los israelitas, el pueblo elegido por Dios. Y en un momento dado, el texto dice, que Dios tiene deseos de saber lo que pasa en su viña. Así que, envía un siervo a los labradores. Y ese servidor es maltratado por los labradores ¿Que quiere esto decir? Dios ha confiado la humanidad a los israelitas. Los israelitas debían iluminar la tierra por la presencia de Dios, pero ellos eligieron encerrarse entre sus fronteras nacionales. Así que el dueño de la viña está inquieto, y envía a sus siervos, los profetas. El primer siervo es maltratado, un segundo, y un tercero también. Así es que el señor se plantea una pregunta: «¿Qué haré?» (vers. 13). Y aquí vale la pena leer el texto: «Tornó a enviar un tercero, pero lo hirieron y lo echaron, y el dueño de la viña se pregunta: “¿Qué haré? Voy a enviar a mi hijo querido; tal vez lo respeten”» (vers. 12-13). Dios quiere intervenir en un mundo donde reina la angustia. El padre del cielo quiere recuperar a sus hijos, quiere hacer desaparecer la violencia y la muerte. Entonces le hace un llamamiento al pueblo de Israel. Trató de reanimarlos y sacudirlos por medio de los profetas. El resultado no fue el que él esperaba. Entonces Dios se pregunta: «¿Qué haré? Enviaré a mi Hijo». Si preguntamos a los teólogos, casi todos nos dirán que Jesús vino para morir. Si esto es cierto, habría que cambiar la parábola. Habría que leerla de la siguiente manera: ¡Ah! Yo tenía necesidad de que mi hijo muriera, y ya he encontrado la manera. Puesto que han maltratado a los profetas, voy a enviar a mi hijo, y así ellos harán el trabajo. Amigos míos, Jesús, afirma exactamente lo contrario. Es Jesús quien habla, y nadie mejor que él conoce los sentimientos de su Padre celestial. Permitidme que os diga, que yo caigo de rodillas delante de este texto, porque me permite evitar cantidad de prejuicios venidos de los teólogos, y no de la revelación divina. Cuando Dios nos envía a Jesucristo, es con la esperanza que nosotros lo respetaremos, y que el objetivo por el cual viene entre nosotros, también será respetado. Tenemos ya dos ideas clave del porqué Jesucristo vino a la Tierra. Para volvernos a traer cerca del Padre, para salvar a los que están perdidos. Y viene, para cumplir una misión especial de parte del Padre cerca de nosotros. No viene especialmente para morir. Con
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estas dos ideas debemos releer todos los pasajes que nos expliquen las razones por las cuales Cristo vino en medio de nosotros. En el Evangelio de Juan dice: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en mi no permanezca en las tinieblas» (12: 46). –Esta es siempre la razón por la que viene entre nosotros–. Jesús viene como una luz. Viene para que creyendo en él no moremos en tinieblas. Esta noción, es precisada en otra ocasión, cuando Jesús comparece ante Pilato, y lo dice de una manera formal: «Le dijo entonces Pilato: –Luego, ¿eres tú rey? Respondió Jesús: –Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz» (Juan 18: 37). Jesús vino para hacer brillar la luz en las tinieblas, y vino para dar testimonio de la verdad. Ellen G. White a lo largo de las páginas de su libro La educación escribe que Jesús vino al mundo para revelar a los hombres, que es la misma perfección de Cristo la que hace falta alcanzar, para mostrarles hasta qué punto pueden transformarse, hasta qué punto recibiendo en ellos a Dios, a través de él, se transformarán. Así pues, uno de los fines de la venida de Cristo entre nosotros, fue la de revelar el plan de Dios para la humanidad. Naturalmente que Dios había hablado mucho antes, y conocéis todos la introducción de la maravillosa epístola a los Hebreos: «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo» (1:1-2). Todos sabemos que hay una progresión en la revelación de Dios a los hombres. No es que Dios haya querido dar esa revelación con cuentagotas, sino que Dios tuvo que adaptarse a la situación de los hombres. Y, es en Jesucristo que la revelación de Dios llega a su punto culminante. La primera razón de la venida de Cristo entre nosotros, es la de completar y finalizar la revelación de Dios. He aquí una segunda razón. Leemos en el Evangelio de Juan: «He manifestado tu Nombre a los que me has dado sacándolos del mundo..» (17: 6). Yo, he hecho conocer tu nombre a los hombres... ¡Ah! Hermanos y hermanas, que importante y determinante es esta tarea. Cuando leo la historia de las religiones antiguas, me asusta la manera como estos hombres consideran a Dios. Dios es considerado como un Moloc sanguinario, como un tirano intratable, un jefe malvado. Hacía falta calmar su cólera, y para apaciguar su furor, había que derramar sangre. Y cuanto más preciosa era la víctima, más eficaz era el sacrificio. Para acercarse a Dios, hacía falta que corriera la sangre, incluso de sus propios hijos. Esto me turba, hermanos y hermanas. Me siento espantado cuando constato que incluso el pueblo elegido, el pueblo de Israel, llegó a hacer tales sacrificios. ¡Qué imagen debían tener de Dios para obrar así! Aquí hay muchos padres y madres. Supongamos que vuestro querido hijo viene a pediros algo importante y vosotros le decís: «Sí, yo te lo doy, con gusto, pero primero tienes que sufrir. Es necesario que te golpees, es necesario que derrames tu sangre. Hace falta que hagas peregrinaciones dolorosas.. Hace falta que subas escaleras de rodillas» ¿Estaríais contentos de que vuestros hijos os considerasen así? Yo diría a mis hijos: «¡Pero, por quién me tomáis¡». Es así como se ha tratado a Dios, es así como lo hemos considerado. Jesús vino para arrancar la máscara que habíamos puesto sobre el rostro de Dios. «Yo he hecho conocer tu nombre a los hombres...» Y en la lengua hebrea, hacer conocer el nombre de alguien, es hacer conocer su verdadero carácter. Jesús estaría pues diciendo: «Yo he revelado tu verdadero carácter a los hombres...» Y Jesús les dirá, que lo que Dios quiere, no son vuestros sacrificios, sino la misericordia, la justicia y el amor. Jesús vino a revelar a Dios como un padre que ama a sus hijos: «Dios ha amado tanto al mundo...»
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También es cierto, que no hay que olvidar otro aspecto del carácter de Dios. En la epístola a los Hebreos, capítulo 12, se nos dice que Dios es un fuego consumidor. No podemos separar en Dios, el amor, de la justicia. Y aquel que rechaza el amor de Dios, o la justicia de Dios, se equivoca. Cuando estudiemos, durante esta semana, la epístola a los Romanos, volveremos sobre la noción de la cólera de Dios. Dios fuego consumidor. Tengo delante de mí otra cita de Ellen G. White. Está sacada de su libro, Dios nos cuida: «Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era "la imagen de Dios", la imagen de su grandeza y majestad, "el resplandor de su gloria". Vino a nuestro mundo para manifestar esa gloria.» (E. G. White, Dios nos cuida, pág. 225). Pero sigamos adelante en nuestra meditación, hermanos y hermanas. El tema global de la razón por la cual Jesús vino, es la voluntad de Dios de salvar a los hombres. Sus hijos estaban perdidos y el Padre celestial quiere volverlos a llevar al hogar. Pero es necesario que los hombres tomen conciencia de ciertas verdades fundamentales. Así pues, la primera acción del ministerio de Jesucristo: culminar la revelación de Dios, dar testimonio de la verdad. Segunda acción: dar a conocer el verdadero carácter Dios. He aquí una tercera: de un lado está Dios y del otro los hombres, y si nosotros tenemos que descubrir al verdadero Dios, debemos también tomar conciencia de lo que somos. Jesús insistió mucho sobre esto. En el Evangelio de Juan 7: 7, nuevamente Jesús declara: «El mundo no puede odiaros; a mí sí me aborrece, porque doy testimonio de que sus obras son perversas». Dicho de otra manera, Jesús viene a hacernos comprender que estamos en un mal camino. Nosotros estamos incapacitados, deformados, somos pecadores. Como vemos, Jesús insistió sobre esto. En el mismo Evangelio de Juan, dice: «Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado» (15: 22). Palabra extraña. Jesús dice: «si no hubiera venido, no se les hubiera podido probar que son pecadores». Otro tema sobre el cual hablaremos esta semana. –Un pequeño paréntesis. Hay pocas preguntas teológicas de las que no se encuentre respuesta en la epístola a los Romanos. Durante toda esta semana pues, trataremos sobre estos temas fundamentales.– Volviendo a nuestro tema, Jesús viene para hacernos conocer al verdadero Dios en su verdadero carácter, y viene para mostrarnos hasta qué punto nosotros hemos perdido ese carácter de Dios. Este es el terrible diagnóstico. Hemos perdido lo que nos daba valor. Fuimos creados a la imagen de Dios y nosotros derrochamos esa imagen. Estamos afectados por una enfermedad mortal, el pecado. Un bebé que acaba de nacer, ya es un condenado virtual a la muerte Comprobar esta situación no es agradable. Si Jesús se hubiera parado aquí, no hubiera sido estimulante. Pero antes de terminar, me gustaría añadir otra razón de la venida de Cristo. Es la más hermosa, la encontramos en primer lugar, siempre en el Evangelio de Juan: «Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre» (1: 12). Hemos sido creados a imagen de Dios, y Lucas en la genealogía de Jesús puede decir: «Adán, hijo de Dios». Haber sido creados a la imagen de Dios, es haber sido creados como hijos de Dios. Y Jesús va a decir: «Os habéis vuelto hijos del diablo». Vosotros habéis malgastado esa relación privilegiada que teníais con el creador. Él es la luz y vosotros estáis en tinieblas. Él es Santo y vosotros estáis en el pecado. Él es justo y vosotros vivís en la injusticia. Él es amor y vosotros vivís en la violencia y el odio. He aquí el diagnóstico ¿Hay acaso una terapia, una curación posible? ¡Ah, sí! Por supuesto. Sí, Cristo vino para que pudiéramos volver a ser hijos de Dios. ¡Ah! Hermanos y hermanas, pienso que aquí tocamos lo que hay de más sagrado y más hermoso en las Escrituras. Y si tuviera que hacer un testamento espiritual, sería sobre esto sobre lo que me entretendría.
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Solo tengo algunos instantes para tratar de sugerir este tema maravilloso. Cuando Jesús llegó al pretorio donde Pilato le esperaba para su juicio, viéndolo llegar, Pilato dijo: «He aquí el hombre». Cuando Pilato decía esto, no se daba cuenta de la verdad tan extraordinaria que estaba pronunciando. El hombre, el verdadero, el modelo, el tipo del hombre, el hombre que nosotros debemos llegar a ser, no es Napoleón, ni Nerón, ni tan siquiera Pascal o Juan Sebastián Bach. El hombre, es Jesucristo. Jesucristo pudo decir: «El que me ha visto, ha visto al Padre». Y todos nosotros sabemos que si Jesucristo es el hombre, es al mismo tiempo el hijo de Dios, lo que significa que entre Dios y la humanidad no existe divorcio. La ruptura que sufrimos hoy en día no es definitiva. No es algo que no tenga tratamiento, que no tenga cura. Entre el hombre y Dios hay un foso, claro, pero no es infranqueable. El hecho de que Jesucristo haya venido a la tierra entre nosotros, Dios en la humanidad, prueba que entre Dios y nosotros hay un llamamiento permanente a reunirnos en una sola realidad. Es la oración de Jesús en el jardín de Getsemaní. Jesús osó decir: «Tú y yo, Padre, uno somos, pero yo te ruego para que ellos sean uno con nosotros». Ninguna distorsión entre el hombre y Dios. Muchos dicen que entre Dios y los hombres no hay ninguna unión posible; pero hoy, cada vez más, se están diciendo otras cosas. Se dice que el hombre es dios. El hombre nunca será más que un falso dios. La verdad, es que somos llamados a ser uno con Dios, como hijos con su Padre. Y esto es toda una acción, un futuro, un proyecto. Leeré un último texto. Está en la Epístola de Pablo a los Gálatas: «¡Hijos míos!, Por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (4: 19)… «Hasta que Cristo sea formado en vosotros.» Por el bautismo somos unidos a Jesucristo, es un nuevo nacimiento, un nuevo comienzo, y hace falta seguir creciendo. El apóstol Pablo sabe, que aquel que predica, es comparable a una mujer que da a luz. Va a traer un niño al mundo. El que predica el evangelio hace nacer al mundo a Jesucristo en el ser interior de cada uno de los que le escuchan. Es el milagro que Dios quiere cumplir en cada uno de nosotros para que podamos volver a la casa del Padre. Jesús vino por cada uno de nosotros, hermanos y hermanas ¿Dónde está el crecimiento de Cristo en nosotros? Es la pregunta que me gustaría dejar en vuestro corazón. Que el Espíritu Santo puede ayudarnos a hacer crecer a Cristo en nuestro corazón, para que pronto podamos volver a nuestra casa, allá arriba. Amén.
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1ª PONENCIA. DOMINGO 18 DE MAYO
ROMANOS (I) ROMANOS 1. LA NATURALEZA Y LA CONCIENCIA [...] No se ha llegado a explicar de forma adecuada lo que es la conciencia en el hombre. Para el apóstol Pablo la conciencia era un resto de la voz de Dios en el corazón del hombre. Permanece como una vía de acceso a Dios. Así pues, los paganos tienen dos vías de acceso a Dios, la naturaleza y la conciencia, y si no siguen lo que la naturaleza y su propia conciencia les revela, entonces son culpables, e inexcusables. Este es el resumen de lo que Pablo dice con relación a los paganos. Naturalmente, podríamos entrar en una gran cantidad de detalles pero no hay tiempo. Sin embargo, quiero hacer una precisión, en Romanos 1: 24 leemos en francés: «C'est pourquoi Dieu les a livrés à l'impureté...» («Por lo cual, también los entregó Dios a la inmundicia»). En el versículo 26: «C'est pourquoi Dieu les a librés á des passions infâmes...» («Por eso Dios los entregó a pasiones vergonzosas»). Versículo 28: «...Dieu les a livrés à leur sens réprouvé...» («Dios los entregó a una mente depravada»). Ellos no han seguido a Dios, y la traducción francesa dice que a causa de esto «Dieu les a livrés (Dios los entregó)» a toda forma de pecado. Sin embargo no es esto lo que dice el texto griego. El texto griego no dice que Dios los ha entregado. Si Dios los hubiera entregado, Dios sería el responsable. El verbo griego pare,dwken (parédōken), que es empleado tres veces en el primer capítulo de Romanos, significa “abandonar”. Dios los ha abandonado puesto que ellos no han querido caminar con Él. Cuando el hombre rechaza caminar con Dios, Dios no tienen necesidad de empujarlo hacia el pecado, el hombre se encarga el solo de hacerlo. Cuando Dios retira los frenos que ha puesto para frenar nuestra disposición al mal, entonces el hombre es abandonado a toda las pasiones infames que conocemos hoy en día en la sociedad. Este es el resumen de esta primera parte; todos los paganos son pecadores y responsables.
ROMANOS 2. LA REVELACIÓN En el capitulo 2, el apóstol Pablo va a dar el diagnóstico de los judíos. Estos también poseen las dos vías de acceso a Dios: la naturaleza y la conciencia, pero además tienen la revelación, lo que era conocido entre los judíos como la Ley y los Profetas. Ya sabéis que todo el Antiguo Testamento es llamado por los judíos, la Ley y los Profetas; la Ley son los cinco primeros libros de Moisés, que nosotros llamamos el Pentateuco; y los Profetas comienzan de Josué hasta Malaquías. Así que los judíos poseen esta maravillosa revelación de Dios, pero desgraciadamente no la siguen. El apóstol Pablo pronuncia con relación a ellos un juicio severo. Porque cuando uno se vanagloria de conocer la voluntad de Dios, pero no la pone en practica, se convierte en objeto de escándalo para los demás. No olvidéis nunca lo que quiere decir la palabra ‘escándalo’. La palabra griega ska,ndalon (scándalon), se refería a una pieza de madera que se clavaba en el suelo, en el lugar donde la gente iba a pasar, de modo que al caminar uno se enganchaba el pie en el scándalon y se caía. Eso es el escándalo, aquello que hace caer. Y Pablo dice a los judíos que cuando desobedecéis la Ley, actuáis de manera escandalosa, hacéis caer a los otros.
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ROMANOS 3 Todos los hombres son pecadores En el capítulo 3, el apóstol Pablo va a resumir este pensamiento; todos los paganos son pecadores y responsables, los judíos son pecadores y responsables, por consiguiente todos los hombres son culpables. Es lo que Pablo dice en el versículo 23: «Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios». Pablo ha estado empleando una serie de referencias del Antiguo Testamento para describir los diferentes tipos de pecado a los cuales se habían entregado.
Justicia y amor Llegamos a la parte más densa, más fuerte, la más importante del capítulo 3. Resulta de capital importancia entenderlo bien, porque todo el resto de la epístola a los Romanos va a depender de una correcta comprensión de este texto. Leamos pues a partir del versículo 21: «Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas.» Como hemos visto, la Ley y los Profetas es el Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento nos revela la justicia de Dios. ¡Atención a esto! Nosotros leemos este pasaje con nuestro espíritu que procede de la filosofía griega. Nuestra civilización occidental está marcada por la civilización griega, ¿Y cuál es el símbolo de la justicia en la civilización griega? Una joven con los ojos vendados, sosteniendo una balanza, y en los dos platos de la balanza se va a poner, en un lado la justicia de Dios y en el otro al pecador. Este es el símbolo de la justicia en la mentalidad griega ¿Acaso podemos tener la suerte de salir victoriosos, según este concepto? Puesto que todos somos pecadores, la balanza se va a inclinar irremediablemente de nuestro lado. Así fue como, en un primer momento Lutero leyó y entendió los textos; y fue por causa de esto, que llegó a desanimarse y hasta odiar a Dios. ¿Cuál es la imagen de la justicia tal como era entendida por los hebreos? La justicia en hebreo se dice (ceºdeq), y . (cüdäqâ), significa también, “caridad”, “dádiva”, “limosna”, “misericordia”… en definitiva es una expresión de amor. ceºdeq y cüdäqâ, ya veis que las dos tienen una estrecha relación. Para los hebreos no hay oposición entre justicia y amor, hay continuidad. La verdadera justicia conduce al amor, y el verdadero amor está en relación con la justicia. He aquí pues la imagen que corresponde a la justicia hebrea, una joven mujer que por un lado tiende su mano a quien está en dificultad, mientras que con el otro brazo rechaza a aquel que le hace daño. ¿Os dais cuenta de la belleza de la imagen? Aquel que está en dificultad, hay que ayudarle. Así que la ceºdeq hebraica viene a ayudar a quien está en dificultades, y para ayudarle rechaza a aquel que le hace daño. ¿Qué dice el apóstol Pablo? La justicia de Dios ha sido manifestada, ha sido revelada, desvelada. Es absolutamente necesario que lleguemos a entender esta justicia de Dios tal como os la he descrito. Es de esta clase de justicia, de la cual, la Ley y los Profetas dan testimonio. Así, encontramos el porqué de la preocupación del apóstol Pablo de presentarse como estando de acuerdo con el Antiguo Testamento. No olvidéis nunca, que a lo largo de su ministerio, Pablo fue acusado por los judíos de no ser fiel al Antiguo Testamento. Y eso que constantemente él afirma que está de acuerdo con las enseñanzas del Antiguo Testamento. Pero lo que afirma en ese versículo 21, es que esa justicia de Dios, tal como os la acabo de describir, ceºdeq (justicia) que conduce a cüdäqâ (amor), es manifestada sin la ley. Y aquí se encuentra toda la problemática del apóstol Pablo.
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Ley No es siempre fácil descubrir el verdadero sentido que el apóstol Pablo da a la palabra ‘ley’. La palabra ‘ley’, en las epístolas de Pablo, es frecuentemente utilizada para designar cosas próximas, pero no idénticas. En hebreo, la palabra ‘ley’, es (Tôrâ, fonética: torá), y el verdadero sentido de este término torá es, “camino que conduce a la felicitad”. Ved, cuan alejados estamos del concepto de ley griego y latino. Y aún hoy en día, tenemos el sentimiento frecuente de que las leyes no siempre son muy lógicas. Estoy seguro de que los conductores de vehículos que se encuentran hoy aquí, no están siempre de acuerdo con las señalizaciones que indican los límites de velocidad. Las leyes no nos parecen siempre muy sabias. Reconozcamos que el término ‘ley’, en nuestro vocabulario, ha tomado un significado peyorativo. Mientras que en el pensamiento hebraico, el término ‘ley’, es maravilloso, “camino que conduce a la felicidad”. Este es el verdadero sentido de la palabra torá. Desgraciadamente los judíos no siempre han comprendido esto así. En esta ley estaba contenida esencialmente el Decálogo escrito por Dios, pero el pueblo judío hizo 613 prescripciones. Dicho de otro modo, el pueblo judío, influenciado por los paganos, con los que estaba en contacto, degrado el término ‘ley’. Tendremos que estar pues muy atentos al sentido que conviene dar a esta palabra. «Sin la ley (no,moj, nómos), ahora –dice el apóstol Pablo– la justicia de Dios se ha manifestado. – Deberemos precisar pues lo que dice exactamente. Continuemos.– Justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen» (Romanos 3: 21-22). Justicia por la fe; no justicia por las obras.
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Fe ¿Qué significa la palabra ‘fe’? Hay en la fe tres elementos: Un elemento intelectual: En la epístola a los Hebreos se nos dice que: «por la fe sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios» (11: 3). Esto es un elemento intelectual. Hay también un elemento afectivo: Es la noción de creencia, de adhesión. En Hebreos dice: «sin fe es imposible agradar a Dios» (11: 6). Este es el elemento afectivo. Pero hay también en la fe un elemento volitivo: Se nos dice claramente que «es por la fe que Abrahán obedeció a Dios» (11: 8). Es por la fe que nosotros reconocemos que Dios ha creado (vers. 3). Es por la fe que nosotros somos agradables a Dios (vers. 6). Es por la fe que nosotros le obedecemos (vers. 8). Pero ¿qué es la fe? La definición se nos da en el versículo 1. En francés ha sido traducido como: «Or, la foi est une ferme assurence des choses qu'on espère» («Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera»). Sin embargo, el texto griego emplea una palabra más fuerte, el término u`po,stasij (hypóstasis). Pero el término hypóstasis al latín se traduce como substantia. u`po, (hypó), sub; stasij (stasis), stantia, “lo que se esconde detrás de la apariencia”. Así pues, «la fe es la sustancia de las cosas que esperamos», y el texto continúa diciéndonos, «la prueba de las realidades que no se ven». Sustancia de las cosas que esperamos, y capacidad de ver lo invisible. Permitirme decir esto de una manera muy clara. La fe es una relación viviente entre Dios y nosotros. No es simplemente una actitud intelectual que nos permitiría responder a preguntas sobre las doctrinas, sino que es una relación de vida, una relación auténtica de
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vivencia entre Dios y nosotros. Y la sustancia de la fe no proviene de nosotros. Hay que tener cuidado con esto. La Nueva Era enseña hoy en día, que es en nosotros donde se encuentra ese poder, somos nosotros los dioses. Esto es muy peligroso. En la Biblia nunca se dice que es la fe la que nos salva. La manera como son dichas las cosas en el texto griego, es muy precisa. No que es lo que está en nosotros lo que nos va a salvar, sino lo que recibimos de Dios, cuando por la fe estamos unidos a Él. Comprended bien esto mis amigos. No podréis comprender las epístolas del apóstol Pablo, sino partís de esta noción. Las sectas psicocientíficas hoy en día se multiplican, intentan enseñar a los hombres a encontrar dentro de sí mismos recursos, capacidades, poderes. Me atrevo a afirmar claramente que siguiendo estos métodos, uno termina por caer en el ocultismo. La verdadera fe es una sustancia, pero no una sustancia que viene de nosotros, sino una vida que proviene de Dios, que nos va a ser dada. Tal vez comenzáis a descubrir el verdadero significado de la justicia de Dios. Terminando mi exposición de ayer, os decía que hoy en día, en los medios originados alrededor del pensamiento de Bultmann, se discute mucho para saber si la justicia de Dios es simplemente lo que caracteriza a Dios, o si es algo que Dios nos da. Y yo os decía que las dos cosas. Naturalmente Dios es justo, pero esta justicia la pone a nuestra disposición, y solo la podemos obtener por la fe. Voy a dar un ejemplo muy simple. Supongamos un trolebús que tiene su trole en el tendido eléctrico ¿Está acaso la energía en el trole? No. La energía viene de la central eléctrica. Pero si el bus tiene el trole enganchado en la línea eléctrica, la energía llegará desde la central hasta el trole. Esta es la imagen más simple que se puede dar para resumir el pensamiento de Pablo. Si nosotros queremos obedecer por nosotros mismos, como lo hacía la mayoría de los judíos, somos como un trole que ya no está conectado a la central eléctrica, y hace falta empujarlo para que avance. No irá muy lejos. Pero si hay un trole, al que una central eléctrica le aporta la potencia, la energía entonces rodará admirablemente. El cristiano que tiene la fe, es el que se parece al trolebús que está conectado a la central eléctrica, y por la fe va a recibir la energía de Dios. Todo esto se precisará a lo largo de la epístola. «Justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen» (Romanos 3: 22). Ninguna distinción. Dios no tiene un sistema de salvación para los judíos y otro sistema de salvación para los paganos.
Dispensacionalismo Aún, una verdad terriblemente desconocida entre nosotros. ¿Sabéis a qué se llama hoy el dispensacionalismo? Hoy día, el dispensacionalismo es una de las amenazas contra la Iglesia Adventista en los Estados Unidos. Hay muchos adventistas en los Estados Unidos que son atraídos por el dispensacionalismo. Y está comenzando a llegar a ciertos lugares en Europa ¿De qué se trata? Lo diremos de una forma sencilla. Los paganos no pueden ser salvos más que por la fe. Nunca hemos visto a Dios, y tampoco a Jesucristo. No podemos ir a Dios y a Jesucristo más que por la fe, [...] No por la fe, sino al verlo en su segunda venida Del mismo modo que Tomás creyó en la resurrección de Cristo cuando puso sus dedos en la llaga, así, cuando Dios regrese en las nubes de los cielos, los judíos lo verán y ya no podrán dudar. Entonces todos se convertirán, y aquí en la tierra comenzará el milenio, una edad de oro, durante la cual los judíos convertirán a los demás. Este es el aspecto central del dispensacionalismo. Si fuera verdad, Pablo se habría equivocado. Pablo dice que no hay distinción. Dios aplica las mismas reglas a todo el mundo, y Pablo insistirá mucho en esto.
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Por ejemplo, en su carta a los Gálatas 3:28 dice: «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo, ni libre, ni hombre, ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús». Delante de Dios y para la salvación estamos todos en el mismo plano.
«Gratuitamente por la gracia» Continuamos en Romanos 3:23-24: «Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención es en Cristo Jesús» (3: 23-24, VRV) Aquí Pablo lanza el gran término; «gratuitamente justificados por su gracia». El apóstol Pablo comete una irregularidad lingüística. Es lo que se llama un pleonasmo, es decir, dice dos veces la misma idea; «gratuitamente por la gracia». Si lo ha hecho, es para insistir en que realmente es un don de Dios, un regalo del cielo.
Justificar ¿Pero qué quiere decir justificar? Nos encontramos en la línea de demarcación entre el catolicismo y protestantismo. Para el catolicismo, el verbo ‘justificar’, significa “hacer justo”, “convertir en justo” por los sacramentos. En el concepto católico, el sacramento opera por sí mismo, independientemente del que lo recibe. Esta la razón por la cual se puede bautizar a un bebé. El bebé no tiene necesidad de participar del sacramento, porque el sacramento actúa por sí mismo. ¿Y qué hace el sacramento del bautismo? Retira el pecado original, a la vez que el niño es hecho justo. El problema es que la historia demuestra que esto es falso. Cuando llegué a Bruselas en 1960, empecé una campaña de evangelismo en el Palacio de Bellas Artes, y entre el auditorio había una persona que firmaba como pastor, «Paul G. Pasteur». Ya os podéis imaginar cuánto me interesó. Conseguí tener un encuentro con él, y me contó su historia. Era huérfano. No había conocido a su padre, ni a su madre. Había sido educado en una institución católica, y acabó muy mal. A los dieciocho años, tuvo una idea un tanto especial; calculó el número de veces que había participado en la misa. Era fácil saberlo, porque estaba obligado a asistir todos los días, y cada vez que iba a misa tomaba la hostia. Así que decía: «Yo me he tragado a Cristo, tantas veces, y sin embargo no soy más que un buen nada [«un bon rien»]». Comprendió que todo lo que le habían enseñado desde la perspectiva católica, no se correspondía con su experiencia. Supongo que no os sorprenderá, si os digo que tuve el placer de bautizarlo. Lutero reaccionó contra esta concepción. Efectivamente el verbo griego dikaio,w (dikaióō) que significa “justificar”; pertenece a una categoría de verbos que significan siempre, “considerado como”. Por ejemplo, el término a;xioj (áxios) significa “digno”; y avxio,w (axióō), significa “considerado como digno”. di,kaioj (díkaios) significa justo y dikaio,w (dikaióō) significa, “considerar como justo”; no “convertir en justo”, sino “ser considerado como justo”. Cuando por la fe nosotros recibimos el perdón de Dios, nuestros pecados no desaparecen como por encantamiento, y la justicia tampoco viene como por hechizo, sino que yo soy justificado, lo que significa que mis pecados no son contabilizados, sino que en lugar de mis pecados, Dios pone la justicia de Cristo. Toda la justicia de Cristo es puesta a mi cuenta en los cielos. Dios ya no me ve tal como yo soy, sino que Dios me ve a través de Jesucristo. No es a mí a quien ve, sino a Cristo ¿Pero cómo es Jesús? Sin pecado, justo, Dios me ve justo a pesar de mis pecados. Esto es la justificación, y es instantánea. No hacen falta años para que yo sea justificado. Desde
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el momento en el que yo tengo fe en Jesucristo, y me uno a él, Dios me ve a través de él. Esta es la justificación, y sobre este punto Lutero tenía razón. Y vosotros sabéis hasta qué punto Ellen G. White lo ha citado con fervor en El conflicto de los siglos. La Contrarreforma católica, en el Concilio de Trento, reconfirmó su concepción de la justificación, diciendo que por el sacramento del bautismo nosotros nos convertimos en justos. Y en los nuevos catecismos de la Iglesia Católica, publicados recientemente, esta noción es confirmada. Es cierto que hay teólogos católicos en contra de esta idea. Abrimos un pequeño paréntesis. Algo se mueve entre las mentes pensantes católicas, hasta el hecho, que hay teólogos católicos que están más próximos a la Biblia, que muchos teólogos protestantes. En Apocalipsis 17 se nos dice que en un momento dado, los que hayan adorado a la bestia, van a volverse contra ella. Hace tan solo una veintena de años, yo me preguntaba cómo podría ser esto posible. Nos daba la impresión que los católicos estaban tan vinculados en la adoración del Papa, que nos preguntábamos, cómo sería eso posible. Pero las cosas están cambiando actualmente. Un cura, todavía hoy en activo en Bélgica, que se llama D. Devillé [no entiendo el nombre], ha publicado un libro, que tiene La última dictadura, con el subtítulo Argumento para parroquias sin Papa.3 Y la última dictadura que él acusa, es Roma. Y es un cura, y en activo. Libros de este género, de este talante, se multiplican en nuestros días. Para mí es una de las señales de los tiempos más fantástica. Y cierro el paréntesis. Hagamos pues la diferencia, entre la enseñanza oficial de la Iglesia Católica y lo que algunos teólogos católicos comienzan a decir. «...Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Romanos 3: 24, VRV) Aquí llegamos, al corazón del problema. Si pudiera resumir, yo diría que la fuente de la salvación es la gracia de Dios; el medio de salvación es Jesucristo; y la condición para la salvación, la fe. Entonces, ¿Cuál es el papel de Jesucristo?
«Redención… en Cristo Jesús» Pablo dice: «mediante la redención que es en Cristo Jesús» (Romanos 3: 24b). La palabra ‘redención’ se traduce del término de griego avpolutrw,sij (apolytröºsis). Cuando los Padres de la iglesia comenzaron a escribir, insistieron en el hecho de que somos salvos por Jesucristo, pero nunca intentaron explicar, por qué, ni cómo. Esto es lo que ocurrió durante dos siglos. Es a finales del siglo II y comienzos del III, que se elaboró por vez primera una explicación. Voy a resumir rápidamente. La primera explicación es la llamada teoría clásica. Necesitamos mencionar a Ireneo y Orígenes. Ireneo estaba en Lyon (Lugduno, Galia Transalpina [Francia]) y Orígenes en Alejandría (Egipto), y curiosamente los dos propusieron, más o menos la misma explicación. Los dos partieron de la afirmación de Jesús: «de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mateo 20: 28). Así que la primera explicación que se dio, fue la del rescate. ¿Pero qué quiere decir esto? Tanto Orígenes como Ireneo han razonado de la siguiente manera. Si hay un rescate, es porque hay un esclavo. Si hay un esclavo, es porque hay un dueño. Si hay rescate, hay un libertador, y luego está el rescate propiamente dicho. Por tanto no podemos hablar de rescate, si no tenemos estos cuatro puntos.
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DEVILLÉ, Rik. La dernière dictature. Plaidoyer pour des paroisses sans pape. Éditions CODA, 1993 [Editeur Epo, 1996]. ISBN 2872621083
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Su razonamiento es: el esclavo somos nosotros, Jesucristo es el libertador, el rescate es la muerte de Cristo. Ireneo plantea la pregunta, sobre ¿quién era el dueño del esclavo al que había que pagar el rescate? Él contesta que es el diablo, porque todos somos esclavos del diablo. Somos esclavos del pecado, el dueño del pecado es el diablo, por lo tanto, todos somos esclavos del diablo. Entonces Ireneo, pensó que Dios no podía liberarnos de las garras del diablo, sin darle como compensación la muerte de Cristo como rescate. Esta fue la primera explicación que se propuso. –Hago un pequeño paréntesis para decir que esta explicación, yo la he oído predicar desde nuestros púlpitos. Hay pastores adventistas que todavía predican esto.– Pero si reflexionáis un poco, veréis que esta explicación no es posible. No se puede aceptar ¿Por qué? En primer lugar, Dios no tiene que darle cuentas a Satanás de nada. En segundo lugar, si Dios ha pagado al diablo dándole a Jesucristo, lo engañó el domingo por la mañana. Dios le paga el precio el viernes, y se lo quita el domingo. Ahí vemos a Dios engañando al diablo. ¡Imposible! Y todavía hay una tercera razón, mucho más profunda. Al ofrecer Jesucristo al diablo, Jesús se hubiera convertido en esclavo del diablo. Ya observaréis hasta qué punto esta explicación es antibíblica. Esta es la primera explicación. La segunda explicación, es la que llaman la teoría jurídica, la sustitución vicaria. Es propuesta por Atanasio, en el siglo IV. Atanasio representó un papel destacado en el Concilio de Nicea, en el año 325. Allí se discutió si Jesucristo era Dios, o no. Fue Atanasio el que dominó todas las discusiones del Concilio de Nicea. Estamos en el siglo IV; las nociones jurídicas romanas circulan por todos los sitios, y Atanasio comprende que la explicación dada por Ireneo y Orígenes no puede ser mantenida. De manera que propone otra. Así, dice, que el dueño del esclavo no es el diablo, sino la ley de Dios. El pecador ha transgredido la ley de Dios, y la ley de Dios exige pues que muera. Si Dios quiere perdonar al pecador y salvarlo, no puede hacerlo sin antes dar satisfacción a la ley. Entonces, Dios pondrá a Jesucristo en el lugar del culpable, y es Jesucristo el que muere en lugar del culpable. –¡Ah, mis amigos! Esta es una explicación a menudo presentada en nuestro medio.– Quisiera llamar vuestra atención sobre algo muy importante. Decir que la ley de Dios exige la muerte de Jesús, es tanto como decir que es Dios el que quiere la muerte de Jesús; porque no podemos separar la ley de Dios. Por tanto, decir que la ley de Dios exige que Jesucristo muera en el lugar del culpable, es tanto como decir que Dios ha querido la muerte de Jesús. Ya volveremos sobre esto. Vamos a dar ahora un salto en el tiempo, hasta llegar al siglo XI. Durante todo este tiempo, las teorías de Ireneo, Orígenes y Atanasio continuaron desarrollándose. En el siglo XI aparece un nuevo teólogo, es italiano, que vivió en Francia y luego marchó a Inglaterra, llegando a ser arzobispo de Canterbury. Se le conoce hoy, como Anselmo de Canterbury, que escribió un libro titulado Cur Deus homo (Por qué Dios se hizo hombre) Él parte de una definición del pecado, totalmente distinta. Dirá, cuando el hombre peca, el hombre no da a Dios el honor que merece. Dios, por ser Dios, merece el honor, y todo hombre debe estar de rodillas delante de Dios. En el siglo XI se hubiera dicho “de bruces”. Según esto, el hombre no le ha rendido a Dios el honor que merece. Por lo tanto, Dios está enojado, porque ha sido ofendido. El pecado, ya no es considerado como una enfermedad mortal en el hombre, sino considerado como un crimen de lesa majestad hacia Dios, es decir, de gran agravio a Dios. Es Dios quien no ha recibido el honor que merecía.
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Así que, ya no es el hombre, aquel que desgraciadamente padece una enfermedad. ¿Os dais cuenta, hasta qué punto, es importante, y grave? Porque la muerte de Cristo, va a ser estudiada, no en relación con la curación del hombre, con el deseo de Dios de que el hombre vuelva a su hogar celestial. En la predicación de ayer por la mañana dijimos, que lo que Dios quiere es hacer volver al hombre hacia Dios. [...].4 ¿Es que acaso el reino de los cielos será restaurado? Evidentemente, no. Hay cantidad de textos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, que muestran que no podemos volver a la casa del Padre, permaneciendo pecadores. Anselmo de Canterbury olvidó completamente esta verdad, y para él la muerte de Cristo es considerada únicamente desde el ángulo de las necesidades de Dios. Hace falta dar a Dios el honor que merece. Me gustaría tener tiempo para entrar en los detalles. Os sorprenderíais. Pero desgraciadamente no tenemos tanto tiempo. No obstante, permitid que insista sobre estas dos grandes teorías que hemos resumido someramente. Teorías Clásica, la del rescate; Teoría Jurídica; aquella de la sustitución vicaria. En estas dos teorías, es Dios el que hace morir a Jesucristo, es Dios el que exige la muerte de Cristo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿corresponde esto con lo que la Biblia nos dice? Tercera teoría propuesta, también en el siglo XI, por Pedro Abelardo que reaccionó contra la teoría de Anselmo. Abelardo dice, que la muerte de Cristo es la demostración del amor de Dios. Y esta demostración del amor de Dios es lo que nos va a reconducir a Dios, devolvernos a Dios. Por fin una hermosa verdad. El texto abunda en lo que él dice, porque Dios ha amado de tal manera al mundo, que ha dado a su Hijo único (Juan 3: 16). Y esto lo encontraremos nuevamente en la epístola a los Romanos 5 5. Desgraciadamente, Abelardo no comprendió que nunca podemos separar el amor de Dios y su justicia. En la concepción de Abelardo, que engloba a grosso modo la del protestantismo actual. Dice, debemos de estar agradecidos a Dios y a Jesucristo, Jesús vino a salvarnos, y nosotros no tenemos mas que darle las gracias, y luego seguir viviendo como nos viene en gana. Ya no tenemos necesidad de ocuparnos de la ley de Dios. La justicia de Dios desaparece en beneficio de un amor libre. Las dos primeras teorías están dominadas totalmente por la justicia de Dios, sin amor, y esta última está dominada por el amor, pero descuidando la justicia.
¿Dios ha querido la muerte de Cristo? Debo pasar por algunas cosas que no nos da tiempo a ver. Sin embargo, es necesario que echemos un vistazo a la historia ¿Es acaso Dios el que realmente ha querido la muerte de Cristo? Permitidme recordaros dos pistas a seguir, que nos ayudarán a contestar esta pregunta. En primer lugar lo que a mí me gusta llamar la pista histórica. Es decir, lo que nos dicen los Evangelios. ¿Qué leemos en los Evangelios? Jesús, siendo aún un bebé ya es un condenado a muerte, ¿Por quién? ¿Por Dios? No; por Herodes. Es Dios el que salva a Jesús diciendo a María y a José que huyan a Egipto. Después de la muerte de Herodes, 4
N. del E.: La grabación de audio no recoge parte de la charla dictada. Para completar el pensamiento de G. Stéveny sobre la teoría jurídica o de la sustitución vicaria (Anselmo de Canterbury) leer del mismo autor La cruz fuente de vida. Barcelona: Aula7activa, 2004. <http://www.aula7activa.org/edu/documentos/documentos/dlacruz.pdf> [Consulta: 10 julio 2008]
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José, María y el niño regresan a Nazaret y llega un momento en el que Jesús va a comenzar su ministerio. Pasa por el bautismo y comienza su ministerio ¿Qué pasa? Leed el texto. A cada momento intentan matarle. Vuelve a Nazaret, predica en la sinagoga ¿Y qué hacen los habitantes de Nazaret? Lucas 4: 29, intentan llevarlo a una montaña para despeñarlo. A partir de ese momento, podemos leer, sobre todo en el evangelio de Juan, que constantemente hacen planes para matar a Jesús. Finalmente es Caifás quien va a llevar el juego. Convencerá al Sanedrín para que reclamen a Roma que lo maten ¿Es Dios quién urde la muerte de Jesús? ¿Ha puesto Dios en el corazón de Judas el vender a su maestro? ¿Cuál es la respuesta de la Biblia? «Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás» (Juan 13: 27). Satanás entró en Judas, no Dios. Esto se repite en otras ocasiones. Jesús llega ante Pilato ¿Y qué es lo que le dice? «El que me ha entregado a ti, tiene mayor pecado» (Juan 19: 11) ¿Es Dios el que comete el pecado? Os suplico hermanos, y sé que aquí andamos con nociones difíciles, pues incluso en nuestra iglesia es difícil conseguir una cierta homogeneidad, dado que las tradiciones son tan sumamente poderosas Las explicaciones dadas por Ireneo, Orígenes, Atanasio, Anselmo de Canterbury, han dominado toda la teología cristiana durante siglos. Yo me las encuentro constantemente en nuestra iglesia, todavía hoy en día, hasta tal punto, que cantidad de pastores, sin darse cuenta, son discípulos de Anselmo de Canterbury. Incluso, en la recopilación del himnario, tenemos cantidad de ellos que hacen honor a Anselmo de Canterbury. Y si Anselmo de Canterbury tiene razón, es Dios el que ha cometido el pecado que consistió en vender a Jesús a los judíos, y esto es absurdo. No podemos pretender ser fieles a la Biblia y predicar cosas como esta. Esta es la pista histórica. Pero tenemos también la pista teológica. Cuando Dios ve que el hombre camina hacia una determinada dirección ¿Qué hace? Dios siempre trata de sacar bien del mal. Permitidme que dé un ejemplo simple. Los hermanos de José decidieron matarlo ¿Acaso fue Dios quién quiso matar a José? No, fueron sus hermanos. Finalmente José fue vendido como esclavo a los egipcios. Y vosotros sabéis, cómo de ese mal, Dios sacó un bien. Está escrito en grandes letras en el capítulo 50 de Génesis. Jacob acaba de morir y los hermanos de José empiezan a temblar y se dicen: «Hasta ahora no se ha atrevido a decir nada, pero ahora que nuestro padre ha muerto él va a querer vengarse» José se da cuenta de todo esto y les llama, y les dice: «Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un gran pueblo numeroso» (Génesis 50: 20). ¿Acaso, a partir del momento que los hombres matan a Jesús, Dios va a retirar la libertad del hombre? No. Dios sigue respetando la libertad del hombre, a pesar del dolor que le han causado. De ese mal, Dios hace surgir un bien maravilloso. Tenemos, mis amigos, que acostumbrarnos a hacer una diferencia, en la voluntad de Dios, entre la voluntad de derecho y la voluntad de hecho. La voluntad de derecho es la voluntad ideal, que corresponde al carácter de Dios. La voluntad de hecho, es la voluntad circunstancial. Es Dios que se adapta a las circunstancias en las cuales le metemos. Así que, los hombres rechazan a Jesucristo, y Dios va a hacer entrar este mal en su plan de salvación. Por supuesto esto no corresponde a su voluntad de derecho, no corresponde a su ideal. La mejor prueba la tenemos en la declaración que hace Pablo en su epístola a los Corintios: «[Sabiduría] desconocida de todos los príncipes de este mundo, pues de haberlo conocido no hubieran crucificado al Señor de la gloria» (1 Corintios 2: 8). No se puede ser más claro. La muerte de Cristo no corresponde a la sabiduría de Dios, a la voluntad ideal de
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Dios, sino a la voluntad de Dios de ponerse al alcance de los hombres. Es así como la muerte de Cristo entra a formar parte del plan de salvación, querida por Dios. Cuando Jesús, en el jardín del Getsemaní, sufre hasta sudar gotas de sangre, dice, que si es posible esa copa pase lejos de sus labios, que él no muera, mas añade: «Pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26: 39). Así que Dios quiere la muerte de Cristo, pero la quiere de una voluntad circunstancial, no de una voluntad ideal. Y es así, como Dios, a partir del mal de los hombres, va a emplear la muerte de Cristo para atraernos a Él. Jesús lo comprendió perfectamente. En el evangelio de Juan, algunos días antes de su muerte, Jesús dice: «Cuando yo sea levantado de la tierra (y Juan añade que Jesús está hablando de su muerte) atraeré a todos hacia mí» (Juan 12: 32). Es así como debemos entender la muerte de Cristo.
«Dar su vida en rescate» Quisiera ahora tratar de explicaros rápidamente algunos textos. Hemos hablado de rescate y hemos visto cómo Ireneo y Orígenes han explicado este concepto de rescate ¿Cómo debemos comprender el texto? «... no he venido para ser servido sino para dar mi vida en rescate por muchos.» Es un texto del que no puedo pensar sin temblar. Después de la muerte de Ceaucescu en Rumania, aproximadamente un mes más tarde, yo estaba en Bucarest para presidir la primera reunión administrativa de la Unión Rumana. Era la primera vez que iban a poder elegir los responsables en completa libertad. Llegué a Bucarest una tarde y tuve visitas hasta las dos de la madrugada. Muchos miembros venían a decirme lo que deseaban. El sábado llegó y los hermanos habían alquilado la sala de Ceauscescu. Había un púlpito forrado de plomo, detrás del cual hacía sus discursos. Había nada menos que diez mil adventistas en la sala, cientos y miles de personas que no habían podido entrar estaban alrededor. ¿Qué les iba a decir? Elegí este texto: «Vuestros reyes os esclavizan, vuestros jefes os tiranizan, pero yo no he venido para ser servido sino para servir». Os puedo decir que todavía se me pone la piel de gallina cuando pienso en lo que pasó en aquel momento. ¿Cómo entender el texto, dar mi vida en rescate (Mateo 20: 28)? En griego ‘rescate’ se dice lu,tron (lýtron), y hemos partido de Romanos 3: 24 donce se dice que somos justificados «mediante la redención que es en Cristo Jesús». Y ‘redención’ es la palabra griega lu,trw,sij (lýtröºsis) que viene de lu,tron (lýtron). Hay tres términos que se emplean como sinónimos lu,tron (lýtron), lu,trw,sij (lýtröºsis) y avpolutrw,sij (apolytröºsis) que significan aproximadamente lo mismo. Estos términos en griego pueden ser empleados con una connotación comercial. Yo voy a buscar a un dueño de un esclavo y le pregunto: –¿Cuánto quieres?. Me responde : –Un millón de escudos. Y lo pago. Este es el sentido comercial del término. Pero este término, a menudo, es empleado, sobre todo en la Biblia, sin ningún tipo de connotación comercial. Por ejemplo, en el evangelio de Lucas: «Como se presentase en aquel momento [Ana la profetisa], alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (2: 38). Así, la palabra que aquí se usa es ‘redención’, es el término lýtröºsis, sin embargo en francés se ha traducido por “liberación”, es decir, sin ninguna connotación comercial. Supongamos que paso cerca del mar en invierno y veo a un niño que se está ahogando. Me quito la ropa y me lanzo para salvar al niño, pero cojo una neumonía. En francés se diría "yo lo he salvado al precio de una bronconeumonía". ¿Quién ha recibido este precio? Nadie. En Romanos Pablo escribe que nosotros hemos sido vendidos al pecado (7: 14). ¿Quién
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nos ha vendido, y a qué precio? Son expresiones muy fuertes, pero que no han de ser leídas con una connotación comercial. Jesús vino para salvarnos, lo afirmamos ayer por la mañana, pero habiendo venido a salvarnos fue clavado en la cruz. Nos salvó al precio de su vida, pero este rescate no ha sido pagado ni a Dios ni al diablo. Permitidme añadir todavía algo más. Supongamos que Dios exige nuestra muerte y que en lugar de hacernos morir a nosotros hace morir a Cristo. Jesucristo ha pagado a Dios el rescate. Cuando el dueño del esclavo ha recibido su precio, él deja de ser dueño del esclavo. Si las cosas hubieran ocurrido de esta manera, puesto que Jesucristo ya ha pagado el precio, Dios ya no tendría ningún derecho sobre nosotros, y es exactamente lo contrario de lo que la Biblia dice. Tal es así, que en el libro del Apocalipsis hay una declaración que os dejo para vuestra reflexión: «Y cantan un cántico nuevo diciendo: Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y con tu sangre compraste para Dios hombres de toda razón, lengua, pueblo y nación» (5: 9). Tú nos compraste para Dios; y no, tú nos compraste a Dios. No es para que Dios ya no tenga derecho sobre nosotros, sino lo contrario, para que Él vuelva a ser nuestro Padre. Justo lo contrario de la teoría que nosotros criticamos. Espero haber sido lo suficientemente claro. Creo que sería prudente detenernos aquí, y hará falta que mañana retomemos este tema, puesto que hay otra teoría que sería necesario explicar, que se pone en evidencia en Romanos 3: 25, cuando Jesucristo es comparado con la tapa del arca, en español ‘propiciatorio’, igual que en francés (propitiatoire), y es una traición al hebreo, y al griego. Son traducciones lamentables ¿Sabéis cómo los traducen los ingleses? Mercy seat, es decir el “asiento de la misericordia”. Mientras que el propiciatorio [...].
PREGUNTAS Y RESPUESTAS P. El salario del pecado es la muerte (Romanos 6: 23). R. No es para bromear; es cierto que la transgresión de la ley debería conducirme a la muerte, no solo a la primera sino también a la segunda. Pero, qué es la gracia, sino la suspensión de la condenación ¿Qué significa perdonar? Dar más allá de las exigencias de la justicia. Ése es el amor de Dios. Ése es el perdón de Dios, suspender la condenación que merecíamos. Pero para suspender esa condenación, es necesaria una condición, y esta condición es predicada a lo largo de toda la Biblia. Esta condición, no es que otro muera en nuestro lugar, sino que nosotros cambiemos de concepción, lo que la Biblia llama , la meta,noia (metánoia), es decir el arrepentimiento. Ya tendremos ocasión de retomar esto. Pero permitidme, aún así, un ejemplo. Tengo tres hijos, y han sido muy diferentes entre sí. Supongamos que planeamos un hermoso paseo. No es algo que ocurre a menudo porque el papá está siempre ocupado. Por lo tanto, esto es una fiesta para la familia. Pero uno de mis hijos hace algo mal y le digo: –Tú no vendrás con nosotros porque has cometido una falta. Entonces toda la felicidad familiar se derrumba. Pero en un momento dado, otro de mis hijos viene a verme y me dice: –¿Sabes? La verdad es que está muy arrepentido, y te aseguro que ha comprendido, que se ha arrepentido. ¿No podrías perdonarle? Yo me rasco la cabeza y le digo: –Bien, voy a perdonarle pero tú te quedarás en su lugar. Si esto os satisface, es la teoría de Anselmo y Atanasio. A mí no me gusta y estoy contento de saber que no es lo que la Biblia enseña.
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P. En Romanos 3: 24, cuando se habla de la justificación gratuita, por su gracia, viene la redención. ¿No ha visto un abanico de permisividad? R. Si se ha comprendido bien la noción de redención, no, puesto que la noción de redención está ligada a una liberación. Y lo hemos dicho, el término es empleado muchas veces en el evangelio de Lucas para la liberación de Jerusalén. Entonces, ¿de qué liberación se trata para nosotros? Del pecado. Por tanto no hay permisividad, porque si tenemos la fe en Jesucristo, que es la justicia de Cristo, que no solo nos será imputada, y esta es la justificación, sino que esta justicia de Cristo nos va a ser impartida. Permitidme añadir unas palabras más. En el versículo 25, el apóstol Pablo plantea una pregunta: ¿es que Dios es justo cuando considera justos a hombres pecadores que no lo son? Esta es la pregunta que hace, y todo el resto de la epístola va a demostrar, por qué Dios es justo cuando nos justifica. Y la respuesta será: si verdaderamente estamos en Cristo, Cristo va a transformarnos por dentro, ya no va a ser la ley que desde el exterior va a imponernos unos comportamientos, sino que es Cristo que desde el interior va a conducirnos a una plenitud con Dios. Y eso es maravilloso, esto es el evangelio. Pa. […] Cuando Cristo murió llevó la carga de pecado. Entonces si no hubiera muerto ¿qué hubiera pasado? Ra. Me gustaría que me diera textos para justificar la primera parte de su pregunta. Porque antes de hacer la pregunta ha hecho una afirmación, y me gustaría que me dijera sobre qué textos ha fundamentado su afirmación. Pb. No lo sé, pero lo he escuchado muchas veces". Rb. Cuando usted me dé los textos, yo le responderé. Yo creo poder darle los textos, pero le garantizo que los explican mal, pero no tengo tiempo de entrar ahora en detalles. P. A mí no me extraña que a este compañero (anterior pregunta) le hayan dicho esto, porque a mi los estudios bíblicos me los debió dar un primo de Anselmo de Canterbury. R. Escuchad mis amigos. Tenemos la suerte de pertenecer a una iglesia abierta. No tenemos una dogmática impuesta por los jefes, sino que todos estamos asociados en el progreso de la comprensión de la Biblia. Es uno de los tesoros de la Iglesia Adventista. Y yo concibo, que en los temas que nosotros hemos abordado, hay todavía ciertos progresos a alcanzar en nuestra iglesia. Ya sabéis, que cada vez que se convoca la Asociación General, tenemos la posibilidad de clarificar ciertos problemas teológicos. Por ejemplo, participé en 1990 en una sesión de la Asociación General, donde, con el presidente de Andrews University, insistimos en poner en relieve el hecho de que somos salvos por la vida de Jesús, y no tanto por su muerte. La muerte de Jesús ya veremos esta semana, nos reconcilia con Dios, pero no es la muerte de Cristo la que nos salva, porque Jesús murió por todo el mundo, y no todos serán salvos. Es la vida de Cristo la que nos salva, y es lo que se puso de relieve en la Asociación General de 1990. Yo mismo participé en el debate. Y hay otra verdad que fue puesta de relieve en esta misma asamblea. Es el doctor William Murdoch, que fue decano del Seminario Teológico de la Universidad Andrews de 1959 a 1973, quien hizo esta propuesta. Teníamos la costumbre de decir que en 1844 Jesús pasó de un departamento a otro del santuario. Murdoch propuso cambiar esta afirmación, diciendo que Jesús pasó de un ministerio a otro, y no solo de un lugar geográfico a otro lugar geográfico. En nuestra iglesia hay sitio para la mejora en la comprensión de los textos. Es maravilloso pertenecer a esta iglesia. Pa. ¿Cuál es la versión que ha empleado? Ra. Es la versión francesa de Segond, revisada.
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Pb. Para evitar los problemas de mencionar rectificaciones en función de los textos griegos, ¿no se podría utilizar otra versión? Rb. Es una observación que he escuchado muy a menudo. Lo único que puedo decirte es que, a pesar de todo, las traducciones de la Biblia progresan, y a menudo gracias a los adventistas. Les voy a dar un ejemplo capital. Vosotros sabéis la importancia de Daniel 9 para los adventistas, porque es gracias a Daniel 9 que tomamos el punto de partida para Daniel 8: 14, el cual conduce a 1844. Hasta hace unos años en francés teníamos problemas con Daniel 9 porque la traducción estaba mal hecha. Antes, en Daniel 9: 25 se decía: «siete semanas», punto. Después del decreto de Artajerjes hasta Cristo hay «siete semanas» y punto. Y esto es completamente falso. Hay siete semanas, más 62. Pero en la versión actual, la corrección ya se ha hecho. Se dice hay siete semanas y sesenta y dos semanas. La corrección fue hecha gracias a Pierre Winandy. Cuando yo era presidente del seminario de Collonges, Pierre Winandy enseñaba el libro de Daniel, e hizo su tesis doctoral en la Sorbona de París para probar que este texto estaba mal traducido, y las Sociedades Bíblicas aceptaron corregirlo. Eso quiere decir que las traducciones mejoran, pero todavía, en esto también, hay progresos que realizar.
CONCLUSIÓN Me gustaría añadir algo de todo corazón. Posiblemente algunos de vosotros estéis confundidos, perplejos. Yo sé que nuestra relación con Dios, pasa por las explicaciones que hemos recibido en el pasado. Y cuando se toca alguna de estas explicaciones, sentimos a veces, que se está agrediendo nuestra experiencia cristiana. Es por esa razón, tal vez, por la cual hay tan pocas personas que se convierten. Permanecen esclavas de las tradiciones que recibieron. Aprendamos, en tanto que adventistas, a no ser esclavos jamás de una tradición. Estemos siempre preparados a hacer como el apóstol Pablo, a volver al texto. Es la única condición que permite a Dios y al Espíritu Santo hablar a nuestros corazones. Gracias a todos por aceptar dar este paso adelante, y gracias al traductor.
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2ª PONENCIA. LUNES 19 DE MAYO
ROMANOS (II) RECAPITULACIÓN ROMANOS (I) Vimos ayer, que en el primer capítulo que Pablo escribe a los Romanos, intenta demostrar de una manera precisa por qué los paganos son pecadores. Él los ha examinado a través del tribunal de la naturaleza y de la conciencia. Bien sea a través de la naturaleza, o través de la conciencia, Pablo concluye que los paganos son pecadores y no tienen excusa. En el capítulo 2 hace la misma demostración, pero en referencia a los judíos, y esta vez es frente al tribunal de la Palabra de Dios. Esta es la situación del mundo y el terrible diagnóstico. Pero vosotros ya sabéis que frente a este diagnóstico, el apóstol Pablo va a demostrar que ahí donde abunda el pecado, la gracia de Dios sobreabunda. Pero la gracia de Dios nunca es incondicional. Si la gracia fuera incondicional, todos los hombres serían salvos, pero la Biblia entera prueba lo contrario. Sería suficiente para demostrarlo ampliamente, la parábola de las vírgenes, donde unas se salvan y otras no ¿Cuál es la condición de la gracia? Es el arrepentimiento. Hay que cambiar al hombre. Sin embargo, toda la teología a lo largo de la Edad Media perdió de vista este aspecto. La teología, ya desde el siglo IV d.C., ha considerado que había que cambiar a Dios con respecto al hombre. Colocaron una hostilidad terrible del lado de Dios, frente al hombre. Veremos a lo largo de esta epístola que el apóstol Pablo presenta todo lo contrario. No es a Dios a quien hay que cambiar con respecto al hombre, sino que hay que cambiar al hombre con respecto a Dios. Es el hombre el que ha tomado la decisión de abandonar a Dios. Es el hombre el que ha tomado la decisión de tomar el lugar de Dios; este es el pecado original. Si tuviera que definir en una frase este concepto, yo diría que el pecado original es la reivindicación orgullosa del hombre de pasar de Dios, y de ponerse en su lugar. Ese es el momento en el que el hombre se separa de Dios, y va a vivir con respecto a él, bien en la indiferencia, bien en la hostilidad. Por tanto, para salvar al hombre, Dios tiene que cambiarlo. Toda la empresa de la salvación, se resume en esto: Cómo la Biblia expresa el esfuerzo de Dios para cambiar al hombre. Para comprender esto, hace falta saber, que en hebreo es muy difícil expresar ideas abstractas. El pensamiento hebraico pasa casi siempre por imágenes concretas. Un ejemplo sería: Dios pide al profeta Jeremías que anuncie a su pueblo que va a ser castigado. Si tuviésemos que transmitir un mensaje semejante, haríamos todo un discurso y explicaríamos por qué Dios va a castigar a su pueblo ¿Qué va a hacer Jeremías? Se va a casa del alfarero, y compra una vasija. Llega delante del pueblo con la vasija y la rompe en el suelo, y les dice: «Si no cambiáis, esto será lo que os pasará». Esta es la manera hebraica de hablar. Por tanto, para expresar el cambio que Dios va a realizar en el hombre, se emplean tres imágenes en el Antiguo Testamento. La primera es la que consideramos ayer, es la del rescate. La palabra ‘rescate’ se traduce del griego lu,tron (lýtron), que se transforma en lu,trw,sij (lýtröºsis). Lýtron (rescate) puede tener un sentido comercial, o no comercial. Pero cuando reemplazamos lýtron por lýtröºsis, hay que tomarla casi siempre en sentido figurado, esto es, hay que entenderlo en el sentido de liberación. Como los autores del Nuevo Testamento insisten en esta liberación, en lugar de utilizar el término lýtröºsis, emplean avpolutrw,sij
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(apolytröºsis). Lu,trw,sij (lýtröºsis); avpo (apo), es la preposición, que significa “separado de”. Por lo tanto Dios quiere liberarnos del pecado, separándonos de él. El apóstol Pablo va a considerar al pecado como una especie de dueño. Nosotros hemos sido vendidos al pecado, y para liberarnos, tenemos que ser alejados de él. Este es el sentido fundamental de esta noción, que encontramos en Romanos: «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús» (3: 24, VRV). Dijimos ayer, que la fuente de la salvación es la gracia de Dios; el medio de salvación es Jesucristo; y la condición para nuestra salvación es nuestra fe en Jesucristo. Todo el problema para nosotros consiste en saber cómo puede Jesucristo librarnos del pecado, conducirnos a la definitiva separación del pecado. El apóstol Pablo explicará esto en los siguientes capítulos. En el capítulo 3, se conforma con considerar que en Jesucristo tenemos esta liberación, y va a emplear otra imagen para explicar esa liberación, la de la justificación. La primera imagen, el rescate, viene del mercado de esclavos. Es al mercado de esclavos donde a veces acudían personas para liberar a los esclavos a través de un rescate.
ROMANOS 3 (continuación) Justificación La segunda imagen, la de la justificación, viene del tribunal. Si tengo que comparecer delante de un tribunal, es porque he perdido mi justicia, y tengo necesidad de conquistar una nueva justicia. El apóstol Pablo dice que podemos adquirir una nueva justicia en Jesucristo. Somos justificados si tenemos fe en Jesucristo ¿Por qué? Una de las cosas que Jesucristo ha venido a hacer sobre la tierra y de la que no hablamos el sábado por la mañana, es la de obedecer. «Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. »Entonces dije: »–He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí. »Diciendo primero: »–Sacrificio y ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron –cosas que se ofrecen según la Ley–. »Y diciendo luego: »–He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad »Quita lo primero para establecer esto último. »En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.» (Hebreos 10: 6-10)
Esta es una declaración fundamental. Lo que Dios quiere no son sacrificios, sino la obediencia. ¿Y quién va a obedecer? Jesucristo, y lo dice de una manera muy clara en el versículo 7: «He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad», y en el versículo 8 dice: «Sacrificio y ofrenda, holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron»; y en el 9 repite: «He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad». En el capítulo 5 de esta misma epístola a los Hebreos, el autor describe la obediencia de Jesucristo, y dice una cosa inesperada. Podríamos pensar: Jesús era Dios, era Hijo de Dios, y para Él, la obediencia era muy fácil. Pero no es esto lo que dice el autor. El apóstol dice,
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que Jesucristo tuvo que aprender la obediencia, aún cuando era el Hijo de Dios, y tuvo que aprender la obediencia a través del sufrimiento. Tuvo que dirigir a su Padre oraciones con gritos y lágrimas, para poder obedecer hasta la muerte, como dice el apóstol Pablo a los Filipenses. La obediencia de Jesucristo es algo que nos sobrecoge, cuando comprendemos hasta qué punto él se encarnó, sumergiéndose verdaderamente en la misma naturaleza que nosotros. Y la obediencia no fue para él fácil, ni natural. Su obediencia fue un combate diario. Satanás intentaba constantemente desviarlo de esa obediencia. Yo caigo de rodillas frente a la obediencia de Jesucristo ¿Por qué? Porque su obediencia es puesta en mi cuenta en los libros de Dios. Su justicia, la que conquistó por su obediencia, la que le costó combates a muerte, esa justicia es puesta en nuestra cuenta en el cielo ¡Es fantástico! Si no pasáis por este camino, no podéis entender el Nuevo Testamento, y nuestra concepción de la salvación será siempre equivocada. Pero en el momento que nosotros entendemos esto, es cuando toda la justificación por la fe alcanza su auténtica dimensión. Por lo tanto no soy yo el que tengo que adquirir una nueva justicia, yo la recibo gratuitamente, y el apóstol Pablo insiste: es por la gracia que gratuitamente somos justificados. Y vimos ayer por la mañana que ser justificado es ser considerado justo, aún cuando no lo seamos. Ellen G. White escribe que cuando somos justificados por nuestra fe en Jesucristo, delante de Dios somos como si nunca hubiéramos pecado: «No debemos servir a Dios como si no fuéramos humanos, sino que debemos servirle en la naturaleza que tenemos, que ha sido redimida por el Hijo de Dios; por medio de la justicia nos presentaremos perdonados delante de Dios, como si jamás hubiéramos pecado.» (Ellen G. White, Manuscrito 1, 1892. Citado en: Mensajes selectos. T. 3, pàg. 159). Esta es la salvación, esta es la alegría de la salvación. Y aquel que quiere conquistar esto por sus obras, por los actos diarios, se equivoca. Se convierte en tributario del judaísmo, no del profetismo del Antiguo Testamento, sino del fariseísmo, de la falsa concepción que los fariseos habían construido. Es lo que el apóstol Pablo llamará la salvación por la Ley. A lo largo de todos sus escritos, Pablo va a combatir esta concepción. Si vosotros empezáis a tener una contabilidad de vuestros actos; «esto lo he hecho bien, esto no», «¿cómo me mira hoy Dios?»..., estáis al margen de la salvación por la gracia y no podéis saborear la felicidad de la salvación. Hace falta saber que, delante del tribunal de Dios, seremos justos, seremos considerados justos, porque Jesucristo ha obedecido en nuestro lugar. Es él el que lo hizo, y no le fue fácil. Fue un combate día a día. La redención a partir de ese momento, –y ya hemos dicho que la palabra redención viene de lu,tron (lýtron) –, es la palabra avpolutrw,sij (apolytröºsis). La redención consiste en el hecho, que Dios mira a Jesucristo en nuestro lugar, cada vez que yo no llego a vivir como él. ¿No os parece maravilloso?. Esta es la salvación en Jesucristo. ¡Pero cuidado! No vayamos inmediatamente a concluir que ya no tenemos necesidad de obedecer más, porque estaríamos al margen del pensamiento del apóstol Pablo. No olvidemos lo dicho el sábado por la tarde. El objetivo del apóstol Pablo en su epístola a los Romanos es conducir a los paganos, ¿a qué?, a la obediencia de la fe, no más a la obediencia de la ley. Y por tanto, no hay que ir demasiado deprisa en las conclusiones, sino alegrémonos de que Dios ha querido enviar a Jesús para realizar esa justicia de la cual tenemos necesidad; y agradecer a Jesucristo por haberla realizado con tanta bondad. Esto es lo que vimos ayer.
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Asiento de misericordia Pero ahora hace falta ir más lejos. Por lo tanto volvemos a Romanos: «A quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente» (3: 25). No sé exactamente qué traducción tenéis al castellano. Os voy a traducir este texto directamente del griego, de una manera literal. El versículo 24 dice que nosotros tenemos la redención gracias a la fe en Jesucristo. Y ahora sigue, versículo 25:5 «Este Jesucristo que Dios ha establecido, pro anticipado como i`lasth,rion [hilastēºrion], –Retened de momento esta palabra griega. En francés encontramos diferentes traducciones: “víctima propiciatoria”, “víctima expiatoria”. Y en primer lugar hay que decir que la palabra ‘víctima’ no viene en el texto. Son los traductores los que la han añadido. Entonces ¿cómo hay que entenderlo? Volveremos a ello en un instante– en vista a mostrar su justicia, porque había dejado los pecados cometidos anteriormente sin castigo, en el momento de su paciencia». Así pues, Dios, con antelación, había elegido a Jesucristo para convertirlo para nosotros en hilastēºrion. ¿Qué es el hilastēºrion? Es la cubierta del arca de la alianza. Pero, ¿por qué se llama hilastēºrion? Tenemos que entrar aquí en algunos detalles de una noción capital. Es la noción bíblica que encontramos ya en el libro del Génesis, capítulo 3. ¿Qué nos cuenta este capítulo? Se nos cuenta que Adán y Eva habían comido del fruto prohibido y súbitamente descubren que están desnudos, y se marchan a esconderse. Entonces toman hojas de higuera y se hacen un vestido para tapar su desnudez. Pero Dios los busca, y es bonito, Dios siempre busca al hombre. –Dios nos busca esta tarde, está aquí por su Santo Espíritu, y le gustaría hacer penetrar en nuestra conciencia las verdades de su amor y su justicia. No le gustaría que saliéramos tal como hemos entrado. Le gustaría que al salir de aquí nuestro amor por él fuera aun mayor, más vivo.– Dios busca a Adán y Eva, y cuando los encuentra, ve sus ceñidores (“delantales” VRV) y les pregunta qué es lo que han hecho. Así Dios, reemplaza el ceñidor vegetal por un ceñidor animal. Es el primer sacrificio. El primer sacrificio es hecho por la iniciativa de Dios. ¿Por qué? Porque Dios ha querido dar a Adán y Eva una lección pedagógica muy fuerte. Dios les había dicho que si comían del fruto morirían. Pero la gracia interviene, y Adán y Eva siguen viviendo. Por aquel entonces ellos no sabían lo que era la muerte. Así, las palabras pronunciadas por Dios «vosotros moriréis» (Génesis 2: 17), ¿qué significaban para ellos? Ya que Dios les da la gracia, no pueden comprender la gravedad del pecado. Pero un animal va a morir, y van a descubrir lo que es la muerte, y a través de este sacrificio van a comprender la gravedad de su pecado, y al mismo tiempo van a descubrir la grandeza del amor de Dios, de su gracia. Dios va a cubrirlos. El verbo hebreo ' [kapar] de donde proviene en francés la palabra ‘expiar’, significa simplemente, “cubrir”. Cada vez que leáis el verbo ‘expiar’, o ‘propiciar’, tenemos siempre en el texto hebreo el verbo kapar, o un verbo que depende de esta raiz. Y en griego, es el verbo i`laskomai [hilaskómai]. Muy a menudo, en las traducciones francesas, estos verbos son traducidos simplemente por “perdonar”. El primer sentido es “cubrir”. Dos ejemplos para ilustrar esto.
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N. del E. Romanos 3: 25 «o]n proe,qeto o` qeo.j i`lasth,rion dia. [th/j] a quien ha puesto delante el Dios [como] propiciatorio mediante [la]
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th/j dikaiosu,nhj auvtou/ dia.
para demostración de la justicia
de él
pi,stewj evn tw/| auvtou/ ai[mati fe
por la
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a causa
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del haber pasado por alto
de el
sangre
tw/n progegono,twn los
sucedidos anteriormente
Dios pide a Noé que construya un arca porque va a venir el diluvio y quiere salvar a los que van a tener fe en él. Así, Noé construye el arca y debe untar el arca con betún. El lugar de untar se puede decir “cubrir”, y es este verbo el empleado. Encontramos este mismo verbo en el libro del Éxodo, cuando se narra que la madre de Moisés ha querido salvar a su bebé y fábrica una pequeña barca que debía resultar insumergible. Ella la cubre con betún y pez (asfalto y brea VRV). Es el verbo kapar el que aparece. ‘Expiar’, significa “cubrir”. ¿Y qué quiere decir “cubrir”? Hacer desaparecer las consecuencias del pecado. La consecuencia del pecado es que ellos se ven desnudos, y cuando ellos son cubiertos, la consecuencia del pecado desaparece. Todo a lo largo de las Sagradas escrituras del Antiguo Testamento, el verbo kapar y su correspondiente griego hilaskómai, van a ser empleados para designar la gracia de Dios. Pero cuidado, la gracia de Dios que busca al hombre, también le pregunta: ¿qué has hecho?, ¿por qué has tomado de la fruta? Así que tenemos los dos aspectos: el aspecto de la gracia y el de la justicia. Estos dos aspectos nunca se separarán. Llegamos a la salida de Egipto y Dios pide a Moisés que le construya una casa, el santuario; «Yo vendré a habitar en medio de vosotros» (Levítico 26: 11). En el santuario, está el atrio, el lugar santo y el santísimo. En el lugar santísimo estaba el arca, y dentro del arca estaba el Decálogo. Encontrar esto en los libros de Éxodo y Deuteronomio, es capital. Después que Dios grabó por segunda vez el Decálogo sobre tablas de piedra, dijo a Moisés que descendiera y pusiera las dos tablas dentro del arca. Así las tablas fueron escritas por Dios, sobre piedra y depositadas dentro del arca. Todas las otras leyes, las civiles, las ceremoniales judías, no serían ya escritas por Dios, sino por Moisés, no ya sobre piedra, sino en un libro, y los libros pasan, desaparecen, y ya no serán depositadas dentro del arca, sino al lado de ella. La distinción es fundamental, entre las leyes grabadas por Dios sobre la piedra, y las otras leyes. Así pues, estamos en el lugar santísimo. Está el arca de la alianza con las dos tablas grabadas por Dios y sobre el arca los querubines, que representan a Dios. Está Dios y la ley de Dios, y entre ambos está la famosa cubierta, que se llama en hebreo (kaPPöºret), y en griego i`lasth,rion [hilastēºrion]. Es el término empleado por Pablo en Romanos 3: 25. Jesús se ha convertido por nosotros en hilastēºrion. Por lo tanto es muy importante saber lo que significa hilastēºrion. Si partimos de la traducción francesa: “propiciatorio” o “expiatorio”, entonces partimos de una dirección pagana, y no en una dirección bíblica. Porque es en el paganismo, que la noción de expiación ha tomado la idea de venganza. Y os recuerdo la teoría de Anselmo; hacía falta vengar el honor de Dios. Dios está en cólera, porque no le hemos rendido los honores que él merece. Esta es una noción pagana. Esta idea la podemos encontrar en el paganismo, pero no en la Biblia. Por lo tanto hace falta tomar consciencia de esta verdad esencial.
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Yom Kipur ¿Qué pasaba en el lugar santísimo con esta famosa cubierta del arca? Una vez al año, Israel celebraba la famosa fiesta llamada Yom Kipur ( [yôm KiPPûr]). KiPPûr viene nuevamente del verbo ' [kapar], [KiPPër], y de (kaPPöºret) un sustantivo que proviene de la misma raíz ¿Qué ocurría ese día? Levítico 16. Había que echar suertes entre dos machos cabríos, uno por el Eterno y otro por Azazel. Mis amigos, hoy en día todavía hay teólogos protestantes, evangélicos, que continúan escribiendo que
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Azazel es Dios, y que el macho cabrío por Azazel cumplía la expiación por los judíos. Os podría dar multitud de nombres de teólogos muy célebres que todavía escriben esto en nuestros días, aún cuando se ha demostrado en el plano filológico que Azazel no corresponde a Dios sino a Satanás, y que en esta famosa ceremonia hay dos partes complementarias. Primera parte: El macho cabrío por el Eterno se escoge, y el sumo sacerdote tiene que posar sus manos sobre él [Levítico 4] ¿Qué significa? La teología de la Edad Media dice, que cuando el sumo sacerdote impone las manos sobre el cabrío, pone sobre la cabeza del animal todos los pecados del pueblo. Es la noción que Desmond Ford criticó tanto hace unos años. En cierta medida, sobre este punto, tenía razón. Supongo, pastor Martí6 que a usted le ha tocado imponer las manos a alguien, por ejemplo en el bautismo ¿Es que usted en el momento del bautismo, cuando le está imponiendo las manos a alguien, le está transmitiendo algo que está en Ud. como pastor? ¿Acaso cuando un pastor impone las manos a unos evangelistas que van a ser consagrados descarga sobre ellos bendiciones que posee? Esta idea es tremendamente falsa. ¿Qué simboliza la imposición de manos? Excelentes teólogos en los últimos años han puesto al día esta ceremonia. Cuando se impone las manos se identifica uno con. No se transmite sobre, para desprenderse sino que se identifica. Cuando un pastor impone las manos a alguien en un bautismo, se está identificando con él en la fe de Jesucristo. Cuando impone las manos a un evangelista para consagrarlo como pastor, se identifica con él en el cuerpo pastoral. No hay ninguna sustitución en ello. Entonces en el macho cabrío por Dios, descansan tres actos; 1º. Acto: Imposición de manos. La identificación 2º. Acto: Muerte del animal. Para pasar del estado de pecado al estado de justicia, hay que pasar por la muerte al pecado. Será el tema fundamental del capítulo 6. 3º. Acto: La transferencia de la sangre sobre el kaPPöºret ¿Qué implica esta acción? Durante ocho días todo el pueblo se preparaba para esta fiesta, y se preparaba en el arrepentimiento. Pasaban revista a todo el año transcurrido. Cada vez que el pueblo pecaba, iba al atrio para ofrecer un sacrificio. Pero el judío sabía que su pecado no había sido suprimido. Había que esperar al Yom Kipur, para suprimir sus pecados, ¿Por qué? Porque los judíos acudían con pleno arrepentimiento, y el sumo sacerdote se identificaba con el pueblo, en el arrepentimiento; e imponiendo las manos al animal identificaba al pueblo en pleno arrepentimiento con el animal, y la sangre se llevaba al lugar santísimo. La sangre es la vida, no es la muerte. Dicho de otra manera, el significado de esta ceremonia es el siguiente: todos los que pasaban por un arrepentimiento honesto y sincero iban al Yom Kipur, y a través de esta ceremonia ofrecían a Dios su vida, no solamente sus pecados. Si nosotros decimos esto, Desmond Ford va a caer sobre nosotros con razón, porque es nuestra vida la que ofrecemos a Dios, y en esta vida hay faltas, hay pecados, pero pecados por los cuales yo pido perdón a Dios en un arrepentimiento profundo y auténtico. Entonces es como si yo dijera a Dios: «Te amo, amo tu santidad, y amo tu justicia, no llego plenamente, pero vengo a ofrecerte mi vida con todas sus imperfecciones, para que tú la transformes, y tú la conduzcas a la santidad y a la perfección.» Este es el sentido del Yom Kipur. Pablo dice que Dios ha venido a establecer a Jesús como nuestro hilastēºrion. Y ayer os decía, que las traducciones inglesas, emplean para designar la cubierta del arca el hermoso nombre de “mercy seat” (asiento de la misericordia). Me parece maravilloso. 6
El orador se refiere al pastor Rafael Martí, a la sazón pastor de la iglesia de Urgell donde se celebraban las conferencias.
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Pero esto no es más que parte de la verdad. Es el aspecto del amor de Dios que hace misericordia, perdona y cubre las consecuencias de nuestro pecado. Pero en esta traducción han olvidado todo el aspecto de la justicia. Y ved hermanos, según mi conocimiento, la única iglesia que pueda realmente comprender y explicar esto, es la iglesia adventista, porque enseñamos a la vez la gracia y la obediencia como consecuencia de la gracia. Y es justamente lo que descubriremos en los próximos capítulos. No olvidéis, ya pedí vuestra atención ayer sobre la pregunta planteada por el apóstol Pablo, «el que Dios ha destinado para ser por nosotros hilastēºrion, el Dios del perdón, a fin de mostrar su justicia» (Romanos 3: 25.) Pablo se preguntará más adelante, si Dios es realmente justo, cuando considera justo a alguien que no lo es. ¿Es acaso Dios justo cuando hace esto?... Supongamos que tenemos que presentarnos ante un tribunal, y nos dicen: –Ah, el juez es muy curioso, tiene la costumbre de considerar justo a gente que no lo es" ¿Estaríamos seguros? Yo no. Yo preferiría tener un juez justo. Así que Dios que es nuestro juez, mira como justo a alguien que no lo es. Pablo comprende que aquí hay un problema, y se pregunta, ¿cómo es esto posible? Demostrará en los textos siguientes, que si estamos en Jesucristo, si Jesucristo vive en nosotros, inevitablemente vamos a ser conducidos por la gracia a la obediencia. No es la obediencia la que nos va a conducir a la gracia, no es por la obediencia que nosotros podremos alcanzar nuestra salvación, sino que es después de haber descubierto la gracia, ese amor de Dios absolutamente indecible, que no podemos hacer otra cosa que vivir en comunión con Jesucristo. Es él el que nos llevará a la obediencia. Así Dios es justo viéndonos como justos, porque él se anticipa sobre lo que nos va a pasar. A partir del momento que tenemos la fe en Jesús, somos justificados, la justicia de Cristo se convierte en nuestra justicia, como si nunca hubiésemos pecado, porque Jesús nunca pecó. Pero si estamos verdaderamente en Jesús, cada día la gracia va a trabajar en nosotros y nos conducirá a lo que el apóstol Pablo llama la santificación. Ellen G. White, en su lenguaje sencillo nos dirá: «La justicia por la cual somos justificados es imputada; la justicia por la cual somos santificados es impartida.» (Ellen G. White, Review and Herald, junio 4, 1895. Citado en: Mensajes para los jóvenes, pág. 32). La justificación es la justicia de Cristo que nos es imputada, es decir, que es inscrita en nuestra cuenta, pero la santificación es la justicia de Cristo que nos es impartida. Dicho de otro modo, que irá poco a poco tomando lugar en nosotros. Esta es la explicación del sacrificio del primer macho cabrío por el Eterno en el Yom Kipur. ¿Qué ocurre con el segundo macho cabrío? Hay que leerlo porque es muy interesante. Aquí el texto es extremadamente claro: «Acabada la expiación del santuario, de la Tienda del Encuentro y del altar, Aarón hará traer el macho cabrío vivo, impondrá ambas manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo y confesará sobre él todas las iniquidades de los israelitas, todas sus rebeldías y todos sus pecados, los cargará sobre la cabeza del macho cabrío y lo enviará al desierto por medio de un hombre designado para ello. Así el macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos, hacia una tierra desierta; y [el encargado] soltará el macho cabrío en el desierto.» (Levítico 16: 20-22, Nueva Biblia de Jerusalén)
¿Habéis notado lo que dice Moisés? Esta vez sí que hay una transferencia de la culpabilidad. No hay duda de que no hay transferencia en el otro macho cabrío. Sin embargo, para el macho cabrío que representa a Satán, el de Azazel, es dicho claramente: «…todos sus pecados, los cargará sobre la cabeza del macho cabrío…» ¿Por qué? Porque
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ahora la culpabilidad es devuelta al diablo. Somos liberados de la culpabilidad por el perdón de Dios, y la culpabilidad es puesta sobre la cabeza del cabrío por Azazel. Es como decir, este es el responsable de todo esto, es él quien ha introducido el pecado. Una vez que todo el pecado, que toda la culpabilidad está sobre la cabeza del animal ¿Lo puede matar el sumo sacerdote? No, no tiene el poder. Es enviado al desierto. Es la tarea de Dios, porque solo Dios podrá exterminar a Satanás y todos sus secuaces. Este es el sentido del texto y nosotros comprendemos entonces por qué el apóstol Pablo puede decir, que de antemano Dios había previsto que Jesús serviría para nosotros de hilastēºrion. Jesús está entre Dios y la ley, está con nosotros para darnos la gracia, el perdón de Dios, y aportarnos también la fuerza que nos es necesaria para vivir en el gozo y la armonía de Dios. El apóstol Pablo en este texto habla de la fe en la sangre de Jesucristo. Es gracias a la fe en la sangre de Jesucristo, que Jesús se convierte para mí en hilastēºrion. Y todos sabéis que jamás la fe puede hacerse presente en un objeto. No podamos tener fe en algo, sino en alguien, en Jesucristo, o en Dios. Por lo tanto, cuando hablamos de la fe en la sangre de Jesucristo, hace falta comprender el texto a la luz de Levítico: «Porque la vida de la carne está en la sangre, y yo os la doy para hacer expiación en el altar por vuestras vidas, pues la expiación de la vida con la sangre se hace» (17: 11). Esto es, debemos tener fe en la vida de Cristo.
ROMANOS 4 Me gustaría llamar vuestra atención sobre la conclusión del capítulo 4. A lo largo de todo este capítulo, el apóstol Pablo va a mostrar que lo que está intentando explicar, Abrahán y David ya lo habían comprendido, y nadie lo había entendido mejor que David. No conozco a nadie en el Antiguo Testamento que haya cometido crímenes tan odiosos como los de David; adulterio, hipocresía, crimen… todo está mezclado en la falta de David. Pero cuando Natán le reprende, David vuelve sobre sí mismo, se arrepiente y escribe el salmo de arrepentimiento más célebre, el Salmo 51 ¿Qué dice en este salmo?: «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (vers. 17). Si hubieras querido sacrificios, yo te los habría dado, pero no quieres sacrificios. Los únicos sacrificios que quieres, es un corazón contrito y humillado. Y sabéis como David dice que desea un corazón nuevo. Y añade: «Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!» (vers. 10). Tales son los dos ejemplos que Pablo desarrolla en el capítulo 4, y muestran que Abrahán y David han sido salvados por la fe, y no por sus obras. Y entonces en la conclusión habla de Jesús nuestro Señor: «Quien fue entregado por nuestros pecados, y fue resucitado para nuestra justificación» (Romanos 4: 25). En el texto griego hay dos veces la misma preposición dia. [diá], más el acusativo ta. [tá], que se traducen generalmente “a causa de” [dia. ta.]. Hay biblias que traducen literalmente (entre ellas las españolas): «él ha sido entregado a causa de nuestras transgresiones», y esto es correcto, y es resucitado a causa de nuestra justificación. Y esto es falso porque diá más el acusativo tá [dia. ta.], en una buena gramática griega, designa la causa cuando está en el pasado [con valor causal. N. del E.], pero si el complemento se encuentran en futuro, ya no se debe traducir por “a causa de”, sino “en vista de” [con valor final. N. del E.]. Por lo tanto, lo que Pablo quiere decir exactamente es esto: «a causa de nuestros pecados, Jesús ha sido entregado a la muerte, pero resucitado en vista de nuestra justificación».
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Pablo precisa esto en Romanos 5: «¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!» (vers. 9-10, Biblia de Jerusalén) Os suplico hermanos que toméis conciencia de esto. No solo es la muerte de Cristo la que puede salvarnos. Esta es la enseñanza protestante; todo se terminó la cruz. Somos salvos por la cruz, y como todo ha terminado, solo hemos de dar gracias. Y ya no tenemos necesidad de preocuparnos de la ley, ya no tenemos necesidad de obedecer, ya solo tenemos que vivir en gratitud. Esto es el protestantismo. Tuvimos en Francia un joven adventista, que realizó sus estudios en Collonges. Estaba pasablemente cualificado, y en un momento dado decidió hacer una tesis doctoral en Montpellier. En esa tesis doctoral demostraba que todo había terminado en la cruz. Y por lo tanto, todo lo que Cristo tiene que hacer en el santuario celeste desaparece. Si todo ha terminado en la cruz, Jesús no tienen nada que hacer en el santuario celeste. Así, hemos de olvidarnos de 1844. Este muchacho abandonó la iglesia. Durante un tiempo fue pastor de una iglesia protestante. [...].
ROMANOS 5 El apóstol Pablo va a describir el papel de Cristo en el santuario celeste. Si decimos que todo terminó en la cruz, somos buenos protestantes, pero hemos fallado al mensaje de la iglesia adventista. Hemos de ser conscientes de ello. Por consiguiente, la muerte de Cristo juega un papel capital, y vamos a ver enseguida en que consiste. Pero sin la vida de Cristo, no seríamos salvos. Es por su vida que Jesús va a conducirnos a la justificación activa. Hemos descrito la justificación pasiva, y si tenemos fe en Jesucristo, toda su justicia viene a ser nuestra justicia. Pero en el capítulo 5, el apóstol Pablo va a mostrar que debemos llegar a vivir en armonía con la justicia de Cristo. A ser hechos justos. Esto no será posible si la vida de Cristo no viene a ser nuestra. Este es el gran mensaje de la iglesia adventista. De todas las iglesias cristianas, es la única que da este mensaje, y hace falta que nos aferremos a ello con fuerza. Hemos visto ya tres imágenes empleadas por Pablo que vienen del Antiguo Testamento: La imagen del rescate. La imagen de la expiación, me gustaría mejor decir del perdón. Os recuerdo que quiere decir “cubrir”, “hacer desaparecer las consecuencias del pecado”. Y finalmente, justificación; la justicia de Cristo que viene a ser nuestra justicia. El apóstol Pablo que ha explotado perfectamente estos tres temas, no estaba satisfecho. Todo lo desarrolla como si sintiera un peligro, un riesgo, algo que faltara a esas imágenes. Y se inventa una, que no se encuentra en ningún otro lugar; ni en griego, ni en la lengua hebrea. Es el apóstol Pablo quien la ha imaginado. Y no se encuentra en ningún texto del Antiguo Testamento. Es la imagen de la reconciliación. El rescate viene del mercado de esclavos. La expiación viene del Santuario judío. La justificación viene del tribunal. ¿De dónde viene la imagen de la reconciliación? La imagen de la reconciliación proviene de la vida familiar. En la familia, sabemos que el amor conoce eclipses. Hay momentos en los que todo marcha maravillosamente bien. Súbitamente, no sabemos por qué, hay una nube que pasa. Y todo sucede como si el amor estuviese anquilosado. Esto puede llegar muy lejos, hasta que se rompe. Durante un cierto tiempo no se hablan, no se miran. Esto es lo que ocurrió entre el hombre y Dios. El apóstol Pablo imagina entonces la reconciliación. Leemos en el capítulo 5: 1-5. –No comentaremos
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estos versículos, no porque no me interesen. He escrito un libro que ha sido publicado en francés titulado L'enigme de la souffrance,7 es el tema que Pablo aborda en estos primeros versículos, que ahora no tenemos tiempo de desarrollar.– En los versiculos siguientes dice: «Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguien tuviera el valor de morir por el bueno. Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» (Romanos 5: 6-8).
¿Os habéis dado cuenta de lo que dice Pablo? Dice, que Dios prueba su amor hacia nosotros, pues cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. La razón más fuerte entonces es el versículo que viene a continuación: «Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira» (Romanos 5: 9). Si retomamos la teología de Atanasio o la de Anselmo de Canterbury, esta declaración es completamente falsa. Atanasio y Anselmo afirmaban, que hasta la muerte de Cristo, la cólera de Dios está sobre nosotros. Es una vez que Cristo muere para apaciguar la cólera de Dios, que el amor, entonces liberado, puede manifestarse. Es decir, para estos autores, no es porque Dios nos ama que Cristo ha venido a morir, sino porque Cristo muere por nosotros, y en nuestro lugar, que por fin Dios puede amarnos. Como observaréis, esta idea es completamente falsa. Permitidme leer una declaración de Ellen G. White: «…este gran sacrificio no fue hecho a fin de crear amor en el corazón del Padre para con el hombre, ni para moverlo a salvar. ¡No, no! –Ella repite dos veces la negación, para mostrar claramente hasta qué punto ella se opone a esta teología, y añade:– No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama.» (WHITE, E. G. El camino a Cristo, pág. 12).
Podría leeros varias declaraciones que van en el mismo sentido, pero no hay tiempo.
Reconciliación Entonces volvamos al tema de la reconciliación, me gustaría leeros una cita de un teólogo suizo que me parece que ha comprendido muy bien el problema. Plantea la pregunta: ¿qué significa la reconciliación? Y escribe: «Se sustituye al pecador, abandonándose a la cólera de Dios...» Este teólogo resume la teología de la Edad Media, de cómo esta teología comprendió la reconciliación: Jesús se pone en el lugar de los pecadores y se abandona a la cólera de Dios. Sufre la cólera de Dios, en el lugar del hombre. Toda la obra de Jesús se concentra, por tanto, en su sacrificio. Tiene por objeto directo Dios. Una vez satisfecha esa justicia de Dios, se desvanece su ira y así puede reconciliarse con el hombre. Entonces el autor explica que desde el punto de vista de Jesús, es maravilloso, porque el amor de Jesús es magistralmente descrito. Sin embargo ¿Qué ocurre con Dios? Su amor es tributario de su cólera, el amor de Dios está encadenado por su cólera, y Dios no tiene hacia el hombre más que rencor, hasta que Cristo no pague poniéndose en lugar de los hombres. Este teólogo continúa explicando justamente lo contrario de lo que Pablo describe.
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Existe edición en español: STÉVENY, G. El enigma del sufrimiento. Barcelona: Aula7activa, 2004. <http://www.aula7activa.org/edu/libros/documentos/denigma.pdf> [Consulta: 11 julio 2008]
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El apóstol Pablo, jamás, dice que hay que reconciliar a Dios con el hombre. Siempre, en los cinco textos que habla de la reconciliación, precisa que es el hombre el que debe reconciliarse con Dios. Es el hombre el que se volvió enemigo de Dios, así es que es al hombre al que hay que cambiar con relación a Dios. En griego, la palabra reconciliación se dice katallagh, [katallagēº], y la palabra llave de katallagēº, es a'lloj [állos], que significa “otro”. Dicho de otra manera, la reconciliación consiste en volver al hombre otro, es decir, cambiarlo. El hombre se alejó de Dios. Recordad el hijo pródigo que fue a su padre diciendo que le diera la parte de su herencia, que ya no quería vivir con él, que se iba a probar los placeres del mundo. Y se fue. Esta es la situación del hombre, con más o menos gravedad. Unos son claramente enemigos de Dios. Otros son indiferentes. Otros dirán que toda religión es una iluminación del hombre, el opio del pueblo, como decía Karl Max. Y Freud escribió en su libro El porvenir de una ilusión (1927), que Dios es una invención del hombre, y por lo tanto, toda religión no es más que una ilusión, y es necesario hacer desaparecer esta ilusión. Este es el ambiente intelectual y religioso en el que vivimos en estos días. Amigos míos, nuestros niños beben de esta ideología en el colegio de una manera continuada. Esto es lo que se enseña hoy en día en los colegios. Porque en la base de la educación actual está Freud. Tenéis una suerte inaudita de tener escuelas propias, porque tenéis la posibilidad de proteger a vuestros hijos contra esas filosofías de Lucifer. Los hombres se convirtieron en enemigos de Dios. No es a Dios a quien hay que cambiar con respecto al hombre. No es a Dios a quien hay que reconciliar con el hombre. El hombre ha de ser transformado para volverlo a traer a Dios. Así lo comprendió Pablo, e imaginó, es él el que habla por primera vez de reconciliar del hombre con respecto a Dios. Habla nuevamente de ello en Romanos 11. También hablan en su segunda epístola a los Corintios y en su epístola a los Colosenses. En total habla cinco veces de ello. Y si tuviéramos tiempo, sería apasionante analizar cada uno de ellos. Dicen todos la misma cosa: No es a Dios a quien hay que reconciliar con el hombre, sino que hay que cambiar al hombre para volverlo a Dios.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS P. Hay un momento en el libro de Ellen G. White que dice que Jesús es mirado por Dios como si tuviera todos los pecados de la humanidad. ¿Esto es así? R. Yo creo que todo lo que Ellen G. White ha escrito es verdad. Sobre todo cuando ella escribe textos inspirados por Dios. Cuando esto no es así, lo dice, y ella lo ha precisado muy bien. Ha habido casos en los que ha citado pasajes sin que hubiera inspiración (no pasajes de la Biblia). En un momento dado, ella dijo que en un sanatorio había un número determinado de habitaciones, y la cifra no era exacta. Entonces la gente que quería atacarla dijo: –Veis, no está inspirada. Ha dicho que había cuarenta habitaciones y solo hay 28. Podríamos decir lo mismo a propósito del terremoto de Lisboa. Cuando citó el terremoto de Lisboa, mencionó el número de víctimas que habían ofrecido los primeros periódicos. Y esas cifras eran falsas, pero Ellen G. White las citó. Por lo tanto, tener cuidado de no hacer de Ellen G. White una papisa. Ella era una sirviente de Dios extremadamente útil. En segundo lugar, a lo que debiéramos prestar una especial atención, es que Ellen G. White no era una teóloga. Ella no hizo exégesis de textos. Hace falta saber leer a Ellen G. White, al igual que hace falta saber leer la Biblia. La Federación Belga me ha pedido desarrollar una serie de cursos, hace unas semanas, sobre la hermenéutica de la Biblia
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aplicada a los escritos de Ellen G. White, es decir, las reglas de interpretación de la Biblia, que hay que aplicar cuando leemos los escritos de White. Si no se hace así, podemos hacer decir a la Biblia todo lo que queremos, al igual que a Ellen G. White. Tomadas estas precauciones, voy a contestar a su pregunta.. Cuando la Biblia dice que Cristo ha llevado nuestros pecados, por ejemplo: «El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. Erais ovejas descarriadas, pero no habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas.» (1 Pedro 2: 2425). Hay dos maneras de entender el texto. 1. Según la teología de la Edad Media: En el momento en el que Jesús llega a la cruz, Dios toma todos los pecados del hombre y los pone sobre Jesús. Entonces, odia a Jesús. Me gustaría que leyerais lo que Lutero y Calvino han escrito. Se os pondrían los pelos de punta. En ese momento, dice Lutero, Jesús se convierte en el pecador más grande de todos los tiempos. Todos los pecados que han cometido los hombres, en ese momento los lleva Jesús y Dios no tiene para con él más que odio. Esta es una manera de explicar el texto. Para ello haría falta que el texto bíblico dijera: «Jesús llevó todos los pecados de los hombres para satisfacer la justicia Dios, para hacer caer la cólera Dios». Esta es la teología de la Edad Media ¿Es esto lo que Pedro escribió? No. Releed el texto: «El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. Erais ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas». No es a Dios a quien hay que cambiar sino a nosotros, y por lo tanto, la explicación de la Edad Media es inexacta. No se ajusta al texto. No es para aplacar la cólera de Dios que Jesús ha llevado nuestros pecados, sino para conducirnos a la verdadera justicia. Es el apóstol Pedro quien lo dice, no yo. Os he propuesto una primera manera de entender el texto. Sois libres de aceptarla o no. Pero yo no la acepto. No puedo imaginarme en absoluto a Dios así. El Dios que amo es muy diferente de este Dios colérico. El Dios que amamos es totalmente diferente.. 2. Segunda manera de comprender el texto: «El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo...» El verbo que es traducido por “llevar” [avnafe,rw (anaphérō). N. del E.], puede tener en griego distintos sentidos. Primer sentido: “poner en alto”, es decir, poner en evidencia. Sobre la cruz Jesús ha puesto nuestros pecados en evidencia ¿Es verdad? Sí, Jesús lo predijo: «Y cuando él [Espíritu Santo] venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio...» (Juan 16: 8ss). Para Jesús, la crucifixión que iba a sufrir, sería la demostración evidente de que el mundo está en estado de pecado. Segundo sentido: “soportar las consecuencias”. Si yo sigo esta traducción, Jesús en la cruz asume en su cuerpo las consecuencias de nuestros pecados ¿Esto es verdad? Sí. Lo dice él mismo en su discusión con Pilato: «...el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado» (Juan 19: 11). Por consiguiente, el hecho de que los hombres pusieron a Jesús en la cruz prueba que están en estado de pecado, y Jesús paga las consecuencias. Los dos sentidos son ciertos. Tercer sentido: Jesús se encarnó en una carne semejante a la del pecado, dice Pablo en Romanos 8: 3. Y el mismo autor dice: «Por tanto, así como los hijos participan de la sangre de la carne, así también participó él de las mismas...» (Hebreos 2: 14). Y por su encarnación, teniendo en él la debilidad de la carne, fue crucificado. Son tres caminos de reflexión, que personalmente me satisfacen infinitamente más que los de la Edad Media.
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Pero aún diría algo más. Los que están hoy todavía de acuerdo con el concepto de la Edad Media, justifican su posición, recordando que la cruz Jesús dijo: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» (Mateo 27: 46). Si Dios no hubiera abandonado Jesús a los hombres, Jesús no hubiera podido morir. Se lo dijo a Pilato: «...Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que yo no fuese entregado a los judíos» (Juan 18: 36.) También añadió: «¿O piensas que no puedo yo rogar a mi padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles?» (Mateo 26: 53.) Por consiguiente, era necesario que Dios abandonara a Jesús para que pudiera morir. Cuando nosotros morimos, morimos porque hemos abandonado a Dios, nos hemos soltado de la mano de Dios. Jesús jamás se soltó de su mano. Tuvo que ser Dios que dejara su mano para que pudiera morir. ¿Se trata de un abandono sentimental? No lo creo. Y la prueba de que no se trata de un abandono sentimental, lo encuentro en dos textos. La última palabra de Jesús en la cruz: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» (Lucas 23: 46). ¿Veis la diferencia? «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?» y «Padre, en tus manos pongo mi espíritu». Metafísicamente Jesús es abandonado por Dios, pero no sentimentalmente. Y el segundo texto: «Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En el nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!» (2 Corintios 5: 19-20).
En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo; si Dios está en Jesucristo no pueden estar sentimentalmente separados. P. ¿Cuál que es el papel del hombre en la santificación? R. Yo responderé esta pregunta cuando estudiemos el final del capítulo 5, y el capítulo 6. En ellos tendremos la respuesta completa. Pero gracias por hacer esta pregunta, porque es de gran importancia saber lo que tenemos que hacer. P. Al decir que es por la vida de Jesús que recibo la justificación activa. ¿A qué vida se refiere? ¿La vida antes de la crucifixión o la vida después de la resurrección? R. ¿Es que existe una diferencia en la vida de Jesús antes y después de la crucifixión? Yo veo una diferencia en la situación de Jesús. Cuando Jesús dejó al Padre para encarnarse, el apóstol Pablo emplea una expresión griega muy importante, en Filipenses 2: 6-7, él existía en forma de Dios (evn morfh/| qeou/ [en morfē theoû])… se vació a sí mismo (e`auto.n evke,nwsen [ekenosen eautón], la expresión griega significa “se vació completamente de sí mismo”, y vino en forma de esclavo (morfh.n dou,lou [morfēºn doúlou]). «El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre». Tenemos tres posibilidades para explicar ‘forma’ (morfh/ [morfē]) 1. morfh/ [morfē]: “apariencia”, “forma exterior”. Tenía la apariencia de Dios y tomó la apariencia de un hombre. Entonces ya no es ni Dios ni hombre. Completamente opuesto al pensamiento bíblico. 2. En la filosofía griega, en Platón y Aristóteles, la palabra morfh/ [morfē] puede ser utilizada en el sentido de “esencia”.
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Si aplicamos este sentido al texto de Pablo, debemos comprender que tenía la esencia de Dios, que se vació de ella para tomar la esencia del hombre. Dicho de otro modo, él ya no es después, lo que era antes. Esta idea es opuesta al Nuevo Testamento. Citaré un solo texto. La oración sacerdotal: «Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese» (Juan 17: 5). Por lo tanto había continuidad entre lo que Jesús era y lo que fue cuando se encarnó. Por consiguiente, si adoptamos para morfé el significado de esencia llegamos a un contrasentido bíblico. 3. morfh/ [morfē] = “en condición de”. Vivía en condición de Dios, se vació a sí mismo, se despojó de las condiciones de Dios, para vivir en las condiciones no solo de un hombre, sino de un esclavo. Lo que significa, que durante su encarnación, Jesús sigue siendo Dios, conserva la esencia de Dios, pero pierde todos los atributos de Dios. Ya no tiene en él el poder, la gloria de Dios, y para cada uno de sus milagros va a depender de Dios. Para sus enseñanzas, dependerá de él. Pero siempre es la misma vida. Yo no veo la diferencia entre la vida de Cristo en su encarnación, y la vida de Cristo después. La diferencia está a nivel de sus condiciones de vida. Para venir a vivir entre los hombres, él pierde las condiciones divinas, y cuando él deja la tierra por su ascensión, retoma las condiciones divinas.
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3ª PONENCIA. MARTES 20 DE MAYO
ROMANOS (III) Para estudiar las epístolas de Pablo hay que prestar mucha atención. No conozco en la Biblia ningún otro autor mejor que él, para introducirnos en los secretos de Dios ¿Vosotros sabéis lo que es la revelación? Son nociones que no podemos descubrir por nosotros mismos. Hay cantidad de cosas que podemos descubrir por nosotros mismos, abriendo nuestros ojos, nuestros oídos y utilizando todos nuestros sentidos, y también utilizando correctamente nuestra inteligencia, nuestra razón. Pero incluso con todo los dones de nuestros sentidos, y todo lo que nos aporta la razón, no podemos llegar a comprender la revelación. La revelación desciende del cielo, viene Dios, y sin Dios no podemos obtenerla. Esta revelación está recogida en la Biblia. Y es nuestro privilegio prestar atención a esta revelación contenida en las Santas Escrituras. Os recuerdo los dos grandes principios de interpretación, los dos grandes métodos: 2ª La exégesis: Se trata de profundizar en el texto, y buscar todo lo que contiene, analizando el sentido de las palabras, la manera cómo son colocadas conjuntamente. Esto es la exégesis. Si se aisla un pasaje del resto de la Biblia, incluso aplicándole las mejores reglas de exégesis, no es posible descubrir toda la revelación de Dios. Para conocer toda la revelación de Dios, hay que añadir a la exégesis, la teología sistemática. 2ª La teología sistemática: Consiste en buscar fuera, los pasajes que completarán los que estamos estudiando en la exégesis. Para que la teología sistemática nos conduzca realmente a la verdad, debe estar sujeta a una buena hermenéutica. Esta palabra proviene del término griego e`rmhneu,w [hermēnúō], que encontramos por ejemplo en Lucas 24: 27. Jesús encuentra a los discípulos de Emaús. Están en plena angustia y tristeza, y Jesús les aborda y hace camino con ellos. Y el texto nos dice que les explicó las profecías. En el texto griego se utiliza la palabra hermēnúō. Jesús mismo muestra el ejemplo de la hermenéutica. Y es lo que estamos intentando hacer juntos durante esta semana; exégesis y teología sistemática.
ROMANOS 3: 25 Espero que no os importe si vuelvo unos instantes al capítulo 3. Es en este capítulo donde el corazón de esta epístola late con más fuerza. He intentado explicaros cómo el apóstol Pablo concibe que en Jesucristo la justicia de Dios es desvelada. La noche anterior, reflexionando, me di cuenta que se me olvidó daros un pequeño detalle. En Romanos 3: 25, veíamos que el texto dice: «Este Jesucristo al que Dios ha establecido por anticipado como i`lasth,rion [hilastēºrion]». –Espero que no volváis a entender el hilastēºrion como el propiciatorio, o trono de la expiación, sino como el medio escogido por Dios para reconciliarnos con él.– El apóstol Pablo dice pues, que es gracias a Jesús que la justicia de Dios va a ser completamente desvelada, en vista a mostrar su justicia. Y da una explicación: «a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados» (Romanos 3: 25). Pablo emplea aquí un término griego pa,resij [páresis], que no es empleado en ningún otro sitio.
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En exégesis a esto se llama un hápax, término así llamado porque aparece solo una vez. Es siempre difícil interpretar esta palabra. Vosotros sabéis muy bien que no se trata simplemente de abrir un diccionario para descubrir el sentido de una palabra, porque la misma palabra puede cambiar de significado en contextos diferentes. Pero, ¿qué significa páresis?, “dejar pasar”, “cerrar los ojos”. El apóstol Pablo dice pues, que antes de Jesucristo, fue el tiempo de la paciencia de Dios, un tiempo durante el cual él cerró los ojos, dejó pasar el pecado. ¿Qué quiere decir esto? –Dejo de lado las explicaciones que considero son inexactas, para proponeros la que yo entiendo como correcta.– Si queréis penetrar en el evangelio de Jesucristo, debéis de estudiar de manera profunda el sermón de la montaña. Desde hace seis meses que estoy predicando en Bruselas sobre el sermón del monte, cada sábado, y aún no he terminado. En el corazón de este sermón, ¿qué nos dice Jesús? «Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 5: 20). Hay pues para el cristiano, la necesidad de sobrepasar la justicia de los escribas y fariseos. Permitidme que os dé un ejemplo preciso. Un grupo de gente se acerca para interrogar a Jesús acerca del divorcio. «Maestro, Moisés concedió carta de divorcio» (Mateo 19: 7). ¿Qué piensas tú? ¿Qué contesta Jesús? De hecho el matrimonio es indisoluble. Si volvéis al Génesis, el matrimonio es indisoluble, «pero por causa de la dureza de vuestro corazón, Moisés os prescribió carta de divorcio» (Mateo 19: 8). La palabra griega traducida por la “dureza de corazón” es sklhrokardi,a [sclērocardía, fonética: ‘esclerocardía’]. No hace falta ser especialista para comprenderla. Así pues, por causa de la esclerosis del corazón del hombre, en el Antiguo Testamento, durante la historia del pueblo de Israel, Dios cerró los ojos sobre una cantidad de cosas que no corresponden a su justicia. Permitió la poligamia, permitió guerras violentas, que no deseaba... La justicia de Dios en el Antiguo Testamento no aparece en toda su pureza. Es el tiempo de la paciencia de Dios. Pero es con Jesucristo que aparece la verdadera justicia de Dios. ¿Cuál es la consecuencia de esta observación? ¿Es que la enseñanza de la gracia que nos ofrece el apóstol Pablo nos llevará hacia la laxitud? ¿Acaso podremos hacer lo que queramos, sin necesidad de ocuparnos del Decálogo, no preocupándonos más de nuestra vida moral? Esta es la postura protestante, y es falsa. Está en las antípodas de lo que dice el apóstol Pablo, y de lo que enseñó Jesucristo. Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Y me permito recordaros lo que ya os he dicho en varias ocasiones; el problema no es, hay que obedecer o no hay que obedecer. El problema es, cómo vamos a alcanzar esa obediencia. Hoy tendremos oportunidad de ir más lejos en nuestro análisis. Antes de hacerlo, me gustaría leeros dos citas de Ellen G. White. Una publicada en 1895, en la revista Signs of the Times: «La expiación [reconciliación. N. del A.] de Cristo no se hizo para inducir a Dios a que amara a los que de otro modo hubiera aborrecido; no se hizo para crear un amor que no existía, sino que se llevó a cabo como una manifestación del amor que ya había en el corazón de Dios".8 Os he insistido mucho en esto en relación con la reconciliación. No hacía falta reconciliar a Dios con el hombre, sino al hombre con Dios. Y para reconciliar al hombre con Dios, hacía falta hacer desaparecer todas las ideas falsas con respecto a Dios. Y es por esta razón que 8
El texto original en inglés: «The atonement of Christ was not made in order to induce God to love those whom he otherwise hated; it was not made to produce a love that was not in existence; but it was made as a manifestation of the love that was already in God's heart…» (WHITE, E. G. Signs of the Times, 30 mayo 1895, párrafo 6. Citado en: «Propiciación». En: NICHOL, F. D. et al. (eds.). Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Tomo 6. La epístola de Pablo a los Romanos. Capítulo 3. Apartado 25).
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insistí en la predicación del sábado por la mañana, sobre el hecho que Jesucristo vino a este mundo para revelar a Dios, para quitar todas las máscaras que el hombre había puesto sobre el rostro de Dios. El famoso filósofo francés Voltaire dijo: «Dios creó al hombre a su imagen, pero el hombre se lo ha devuelto con creces».9 Es decir, el hombre también se forma a Dios a su imagen. Este es el drama de las religiones. La segunda cita de Ellen G. White es capital, y proviene del hermoso libro que escribió, titulado El deseado de todas las gentes. Ellen G. White cita Romanos 3: 25 y dice: «La ley requiere justicia, una vida justa, un carácter perfecto; y esto no lo tenía el hombre para darlo. No puede satisfacer los requerimientos de la santa ley de Dios. Pero Cristo, viniendo a la tierra como hombre, vivió una vida santa y desarrolló un carácter perfecto.» (WHITE, E. G. El deseado de todas las gentes, pág. 710). Ayer insistimos sobre el hecho de que Jesús obedeció perfectamente, mientras que nosotros no lo alcanzamos. Incluso, admitiendo que alguien pudiera conseguirlo en algún momento, perdurarían los errores que alguna vez hubiese cometido antes de llegar a esa obediencia. Sin embargo, Jesús obedeció perfectamente, hasta la muerte, como dice Pablo en Filipenses. Ofrece estas cosas gratuitamente, ¿a quién? A todos aquellos que quieren recibirlo. Su vida sustituye a la nuestra, a la de los hombres. Es exactamente lo contrario a la teología de Anselmo y Atanasio. En la teología de Atanasio y Anselmo, Dios no puede perdonarnos sin castigar a alguien en nuestro lugar. Es a Jesucristo a quien va a castigar, y por consiguiente, la muerte de Cristo sustituye a la nuestra. Desde este punto de vista, es Dios quien quiso la muerte de Cristo. Es Dios el culpable de la muerte de Cristo, y por tanto, es Dios el que condujo a Satán a poner en el corazón de Judas el plan para entregarlo. Siguiendo esta línea, llegamos a verdaderas locuras. Por eso entenderéis que el sábado por la mañana cité Lucas 20 (parábola de los viñadores homicidas). Antes de intentar deciros por qué Cristo vino, yo os dije por qué no vino. Cuando Dios envió a sus profetas y vio que eran maltratados, Dios dijo: voy a enviar a mi Hijo querido, tal vez lo respeten (Lucas 20: 13). Dios no envió a su Hijo a la tierra para que lo mataran, –y no soy yo quien lo afirma, sino el propio Jesucristo–. Y si decís lo contrario, estaréis de acuerdo con Atanasio y Anselmo, y muchos otros, pero no con Jesús. A vosotros os toca escoger. Yo ya hice mi elección hace mucho tiempo. Su vida es la que se sustituye a la nuestra, no su muerte. Y Ellen G. White continúa: «Así tienen [los hombres] remisión de los pecados pasados, por la paciencia de Dios. Más que esto, Cristo imparte a los hombres atributos de Dios. Edifica el carácter humano a la semejanza del carácter divino…» (WHITE, E. G. El deseado de todas las gentes, págs. 710-711). ¿Recordáis cómo terminé mi predicación el sábado por la mañana? Os dije que Jesús vino para completar la revelación, vino para revelar a Dios. Vino para revelar al hombre. Poniéndolo delante de un espejo le muestra que está corrupto, que es pecador. Pero añadí: «Vino para darnos el poder de ser hechos hijos de Dios, a todos los que recibieron su palabra, les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Juan 1: 12). Y añadimos también, Gálatas 4: 19, donde el apóstol Pablo escribe a los cristianos de Galacia: «¡Hijos míos!, por quienes sufro dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.» Y Ellen G. White dice: «Cristo imparte a los hombres atributos de Dios» ¿Qué dice el apóstol Pedro?: «...nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes que la naturaleza divina...» (2 Pedro 1: 4). El apóstol Pablo desarrolla esto magistralmente en su epístola a los Efesios, capítulo 3. Termino la cita de Ellen G. White: «Edifica [Cristo] el carácter humano a la semejanza del carácter divino y produce una
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La frase de Voltaire en francés: «Dieu a créé l’homme à son image, et l’homme le lui a bien rendu».
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hermosa obra espiritualmente fuerte y bella. Así la misma justicia de la ley se cumple en el que cree en Cristo.» (WHITE, E. G. El deseado de todas las gentes, pág. 711). Esto es Romanos 3: 25. Espero haberos mostrado, que todo lo que os he dicho, aún si no os doy la impresión de ser muy ortodoxo, corresponde a lo que Ellen G. White escribió.
ROMANOS 5 El apóstol Pablo es un hombre que razona, reflexiona. No olvidéis que fue formado en la “universidad” de Tarso, dicha ciudad tenía reputación en todo el mundo, en esa época, por la excelente enseñanza que ofrecía. Así que Pablo aprendió a razonar. Llegados al final del capítulo 4, Pablo ya ha ofrecido lo esencial de su pensamiento sobre la justificación. Pero hay dos objeciones que se presentan en su pensamiento. Dios ha preparado para el hombre un plan de salvación maravilloso, y sin embargo continuamos sufriendo, y no se le ahorran las pruebas ni al mejor de los cristianos. No olvidemos que el mismo Pablo llevaba una espina en su carne. La primera objeción a la que Pablo da respuesta, es precisamente: ¿es que las pruebas de la vida no le quitan fuerza al plan de Dios? En Romanos 5: 1-6 Pablo va a decir que incluso las aflicciones producen la perseverancia y la esperanza. La segunda objeción: ¿es el pecado un poder que realmente podemos erradicar, quitar? ¿Acaso el pecado no pervierte los planes de Dios? La respuesta se encuentra en el Romanos 5: 6-11. En estos versículos nos va a mostrar que es gracias a la vida de Cristo que el pecado es vencido. Sin embargo, una nueva objeción se le presenta al espíritu del autor: ¿son serios los planes de Dios, son sólidos, son dignos de confianza? Dios creó a Adán, y ¿en qué se convirtió después? Es esta la objeción que Pablo aborda a partir del versículo 12. Cuando leo los comentarios que se han escrito sobre la epístola a los Romanos, leo a menudo la opinión de que Pablo ha escrito sin ningún orden en su pensamiento. Pero no creo que esto sea verdad. Si reflexionamos correctamente, descubrimos el hilo conductor que guía el pensamiento de Pablo a través de la epístola. Tomemos entonces el versículo 12: «Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...». Tendréis sin duda en español el mismo problema que en francés, el versículo no está terminado, queda en el aire. Si queréis saber la continuación, tenéis que ir al versículo 18 y allí precisamente encontramos una característica de Pablo. El pensamiento del apóstol Pablo es como una cadena, un eslabón engarza a otro, y después a un tercero y a un cuarto y así va añadiendo unos pensamientos a otros, y a veces hay que ir bastante lejos para encontrar el hilo del texto. Pero por supuesto todos los eslabones que Pablo aporta no son inútiles. Así pues volvemos al versículo 12. «Por tanto... –Para leer bien a la apóstol Pablo tenemos que estar atentos a estas palabras, a estos términos; conjunciones de coordinación que ligan las ideas, y las conjunciones de subordinación que asocian las ideas. “Por tanto…”, prueba que lo que Pablo va a decir, está ligado a todo lo que precede, por el principio de la causalidad. Todo lo que precede explica lo que sigue, y lo que sigue aclara lo que precede.– como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.» (Romanos 5: 12).
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Pecado Primero, una aclaración sobre el sentido de la palabra ‘pecado’. Echad un rápido vistazo sobre el versículo 12. La palabra ‘pecado’ aparece dos veces: «…el pecado entró… y por el pecado la muerte…». Al final del versículo 12, el verbo, «…todos pecaron»; en el versículo 13 «…había pecado en el mundo…» y así el pecado nos es imputado; versículo 14 «…no pecaron a la manera de la transgresión de Adán…»; versículo 15 «…el don no fue como el delito [otro término para ‘pecado’]…»; versículo 16 pecado, más adelante, delitos; versículo 17 «…delito…»; versículo 18 «…delito…»; versículo 20 «…delito… pecado…»; versículo 21 «…pecado…». El texto está dominado por la idea de pecado. Hay un pequeño inconveniente, en nuestras lenguas empleamos siempre la misma palabra, en el texto griego hay varias, y si os preguntara lo que es el pecado me contestarías sin duda, como excelentes adventistas que sois: «…el pecado es infracción de la ley» (1 Juan 3: 4), y tendrías toda la razón. Cuando lleguemos al capítulo 14, del que diremos por lo menos alguna palabra, os daré otra definición que da el apóstol Pablo. Para el apóstol Pablo el pecado es la transgresión de la fe. Para Juan es transgresión de la ley, pero para Pablo es transgresión de la fe. Pero, ¿cuál es el verdadero sentido de la palabra ‘pecado’? Pecado (hamartía): El término que se repite más frecuentemente en el griego es el término a`marti,a [hamartía] y este término significa “fallar el blanco”. Vais a la estación para coger el tren y cuando llegáis, el tren os pasa por delante de las narices; habéis fallado el blanco. Si tomáis un arco y una flecha y tratáis de alcanzar la diana, pero pasáis a un metro, habéis fallado el blanco. Jugáis al fútbol y chutáis con todas vuestras fuerzas, pero la pelota pasa por arriba del palo, habéis fallado el blanco. Todo esto en griego es hamartía, “fallar el blanco”. ¿Os acordáis lo que significa la palabra (Tôrâ, fonética: torá), palabra hebrea que se ha traducido como no,moj [nómos] en griego, y por ‘ley’ en español. ¿Qué quiere decir torá?, “el camino de la felicidad”. Así que si pecáis, habéis fallado el blanco, no llegáis a la felicidad. Es el verdadero sentido de la palabra pecado. Una de las cosas más esenciales que debemos enseñar a nuestros niños, es que el pecado les conduce a fallar el blanco. El blanco de todos los hombres es ser felices. Cualquiera que sea el pecado, este conduce al hombre a fallar el blanco. Es el primer término que aparece en el texto que está ante nuestros ojos. Transgresión (parábasis): En el versículo 14, tenemos la palabra ‘transgresión’. Es el término griego para,basij [parábasis] que está correctamente traducido como “transgresión”, es “ir más allá”, “no detenerse a tiempo”, “pasarse”, otra forma de “fallar el blanco”, porque no habéis sabido deteneros en el lugar adecuado. Ofensa (paráptōma): Versículo 15; aquí el apóstol Pablo habla de ofensa, es el término griego para,ptwma [paráptōma], que significa “dar un paso en falso”. Vosotros dais un paso en falso y os rompéis un pie. A mí me ocurrió hace tres años en la montaña. Iba por un camino muy difícil, había unos cables, cuerdas para agarrarse, porque era peligroso. Una señora estaba en dificultades y para ayudarle yo salté, y la piedra sobre la que salté, rodó, y el pie rodó con ella. Yo fui más allá. El resultado fue que un helicóptero tuvo que venir a buscarme y que mi pobre mujer tuvo que bajar sola, a pie. Esto es paráptōma. Desobediencia (): Una palabra que se encuentra en el versículo 19, ‘desobediencia’, y el término griego para esta traducción es parakoh, [parakoēº]. En este término se encuentra akoh, [akoēº] que viene del verbo avkou,w [akoúō] que significa “oir”. Así pues ‘desobedecer’ significa “no escuchar más a Dios”. Y me gusta, porque nosotros debemos estar atentos
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a Dios, prestarle atención. Dios nos habla de muchas maneras y deberíamos estar atentos. Si no le escuchamos, nosotros fallamos el blanco. Todos estos términos muestran que el pecado consiste en no llegar a ser felices. Y ahora que hemos entendido bien lo que es pecado, volvamos al texto.
El pecado de Adán «…el pecado entró en el mundo por un hombre…» (Romanos 5: 12). ¿Qué quiere decir esto? El pecado tiene una historia, y esta historia tiene un comienzo, y el comienzo de este pecado fue con Adán en el Edén. Si vosotros podéis mantener la evolución con un texto así, tendréis que reconocer que estáis en desacuerdo con el apóstol Pablo. Para Pablo el pecado empezó en el jardín del Edén. El pecado tiene pues un principio, y por un solo hombre. Y estamos lejos de las famosas teorías que culminan hoy en la Iglesia Católica, bajo el nombre de Teilhard de Chardin (1881-1951). A comienzos del mes de noviembre pasado, estábamos mi mujer y yo cerca de Roma para dar un curso a hermanos y hermanas y mientras estábamos allí, el Papa proclamó que rehabilitaba a Darwin. Y hoy, los mejores científicos, reconocen que Darwin se equivocó. Yo no voy a entrar en los detalles de esta discusión, pero os ruego que reflexionéis sobre ello. Así pues, hemos visto lo que significa el pecado, el pecado tiene una historia y un comienzo. Está unido al primer hombre, a Adán. ¿Qué significa la continuación del texto?: «… entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron». ¿Tenéis «parce que» en español (porque)? Sí, «por cuanto», en castellano. Este texto es considerado por los exegetas como el más difícil de toda la Biblia. Tenemos aquí una conjunción de subordinación, en griego, para los que lo conocen es, evf w-| (ef hō) que es la contracción de evpi, (epi) y w-| (ō) que es el pronombre relativo en dativo. Cuando Jerónimo tradujo el Nuevo Testamento del griego al latín, tradujo mal esta conjunción. No la tradujo como “parce que” (“por cuanto”), sino que la tradujo “in quo” (en quien). Resultado: todos los hombres han pecado en Adán. Aquí encontramos el pecado original católico. Todos nosotros somos culpables, porque Adán se hizo culpable. Adán pecó, y nosotros somos culpables del pecado de Adán. Es a partir de esta noción del pecado original, por la que hace falta se administre el famoso sacramento del bautismo a los niños. Es absolutamente necesario retirar la tara de este pecado original. Es de tal importancia, que si el niño corre el riesgo de morir antes de nacer, hay que bautizarlo en la matriz de su madre. Esta es la doctrina católica; y no es necesario ser sacerdote para llevar a cabo este bautismo, cualquiera puede hacerlo, un vecino, un pariente. Incluso hay una técnica especial que se enseña, para realizar un bautismo de urgencia, para quitar el pecado original. Esta es la primera explicación dada a este texto. Es la que la Iglesia Católica mantiene hoy en día. Ya sabéis todos que es inexacta. El profeta Ezequiel escribe de una manera muy clara: «El alma que pecare, esa morirá; el hijo no cargará con la culpa de su padre, ni el padre con la culpa de su hijo; al justo se le imputará su justicia y al malvado su maldad» (18: 20). Así que el hijo no paga por el padre, ni el padre paga por el hijo. Dios no quiere castigar al inocente en el lugar del culpable. Ahora, Anselmo de Canterbury debe estar temblando en su tumba. Me gusta mucho el versículo 23: «¿Acaso quiero yo la muerte del impío?, dice Yahvé, el Señor. ¿No vivirá, si se aparta de sus malos caminos?» (Ezequiel 18: 23). Si el hijo no paga por el padre ¿Cómo podríamos ser culpables de la falta cometida por Adán? Es una imposibilidad.
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Una segunda explicación. Ha sido dada muy abundantemente por la literatura Intertestamentaria. Es la literatura que abarca desde el último libro del Antiguo Testamento, Malaquías, siglo V a. C. hasta la primera carta del Nuevo Testamento, la escrita a los Tesalonicenses. Entre estos dos textos, nacieron diversos apocalipsis. No los conocemos, pero es gracias al descubrimiento de los manuscritos del Mar Muerto que se tuvo conocimiento de estos apocalipsis. Uno de estos apocalipsis, es el de Esdras. Y Esdras explica que cada hombre está en la posición de Adán. No somos culpables a causa de la falta de Adán, nosotros somos culpables a causa de nuestras faltas. Adán y nosotros, tenemos en nosotros mismos un mal instinto. Esta es la enseñanza de Esdras, y como veréis también es falsa, puesto que nosotros no estamos en la misma situación que Adán. Cuando Adán salió de las manos del Creador no tenía en él un mal instinto, todo era muy bueno. Adán era puro, era sin pecado. Pero esta ya no es nuestra situación. Así que esta explicación no se tiene en pie. Sin embargo esta explicación la encontramos también en el Apocalipsis de Baruc. Os acordaréis, sin duda, que Baruc era el secretario de Jeremías. Se ha encontrado un Apocalipsis de Baruc, que explica exactamente lo mismo que Esdras. Debemos abandonar también esta explicación ¿Cuál es la explicación correcta? Nosotros heredamos de Adán una debilidad, pero no una culpabilidad. No estamos en la misma situación favorable en la que se encontraba Adán en el Edén. Ya recordaréis como David lo dice de una forma patética en el salmo 51. David escribe: «... en maldad he sido formado. Y en pecado me concibió mi madre» (Salmos 51: 5). No estamos, por tanto, en la misma situación que Adán. Jesús tampoco nació en la situación de Adán. Jesús nació en una carne que dependía de la herencia. Ellen G. White, con su lenguaje sencillo, dijo que Jesús llevada en él el peso de cuatro mil años de herencia de pecado. No estaba, en absoluto, en la situación de Adán, y esta es la razón por la cual la tentación tenía más poder sobre Cristo, de la que pudo tener sobre Adán. Dicho de otra manera; era más fácil para Adán no sucumbir a la tentación, que para Jesús. Era más difícil para Jesús, que para Adán. Sin embargo, ahí donde Adán fracasó, y en mejores condiciones, Jesús venció en las peores condiciones. He aquí el paralelismo que Pablo desarrolla en este texto. Es un pasaje extremadamente importante. Un comentarista suizo dice, que Pablo habla de la condición del hombre separado de Cristo. Y desde este punto de vista, Pablo pone de manifiesto que el hombre es solidario del pecado, no pecador, pero sí solidario con la debilidad que proviene de Adán. Todos somos herederos de una situación de fracaso. Venimos al mundo en una situación de caída. El niño que acaba de nacer, está condenado a muerte, es un muerto en espera. En Eclesiastés se dice, que la única certeza del hombre es que algún día morirá. Esta es la situación que heredamos de Adán. Enfrente de esta situación terrible, el apóstol Pablo sitúa la maravillosa situación que Dios nos ofrece en Jesucristo.
«…hasta la ley, había pecado en el mundo…» Volvamos al texto para explicar una o dos dificultades: «Porque, hasta la ley, había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputa no habiendo ley» (Romanos 5: 13). ¿Qué quiere decir esto? «Hasta la ley», es decir, hasta Moisés; que es cuando Moisés recibió las dos tablas de la Ley, y es a este momento al que se refiere el apóstol Pablo. Él dice, que antes de la ley «había pecado en el mundo». Sin embargo, la mayoría de comentaristas concluyen diciendo, que antes de Moisés no había ley; lo cual es completamente falso. En el primer
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libro de la Biblia, el Génesis, leemos «por cuanto oyó Abraham mi voz y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes» (Génesis 26: 5). Si tuviera tiempo, haría tres columnas. En la primera columna, los Diez Mandamientos; en la segunda cada uno de los Diez Mandamientos antes de Moisés (vosotros mismos podéis encontrarlos, es muy fácil) y en la tercera columna, cada uno de esos Diez Mandamientos en el Nuevo Testamento. Si os encontráis con alguien que niega el Decálogo, haced este pequeño trabajo, es fácil. Podréis encontrar fácilmente los textos que demuestran que los Diez Mandamientos estaban desde la creación, y encontraréis cada uno de esos Diez Mandamientos en el Nuevo Testamento. Cómo decir, empleando la palabra ‘ley’, que los Diez Mandamientos han desaparecido. Romanos 10: 4: «Cristo es el fin de la ley.» Hay alguien que vosotros conocéis bien, que ha explicado esto magistralmente, Roberto Badenas. El me hizo reír, cuando me dijo: " no solo no he escogido todo un versículo para hacer mi tesis doctoral, sino que de un versículo muy corto, he escogido una sola palabra, la palabra ‘fin’ [te,loj, télos], de la que hablaremos más adelante. Lo que el apóstol Pablo dice, es que Jesús es el “objetivo” de la ley [es el “fin” de la ley]. Llegamos pues a ese famoso paralelismo que Pablo construye entre [...]. Que no habían pecado con un pecado semejante al de Adán. La transgresión de Adán fue totalmente particular. Permitidme decir, de una manera muy simple, el pecado de Adán no fue simplemente una falta moral, es una falta metafísica. La consecuencia de esta falta, fue que todos los que descendieran de Adán y Eva, no estarían directamente unidos a Dios por el espíritu. Adán y Eva estaban directamente unidos a Dios por el espíritu. Cuando Dios término de modelar el cuerpo de Adán, insufló en su nariz el soplo de vida, el espíritu de vida. Ese era el cordón umbilical entre Dios y Adán. Así la falta cometida por Adán y Eva, rompió esa unión umbilical y esa es la razón por la cual nos encontramos todos en una situación de fracaso. Es a esto a lo que Pablo hace alusión. Él no dice que no hubiera ley, y que nadie hubiera pecado. Dice, simplemente, que Adán y Eva han cometido esta falta grave que arrastra al mundo entero a su situación de caída.
El segundo Adán Hemos visto el significado de la palabra ‘pecado’. El pecado tiene una historia y un comienzo. Adán y Eva cometieron un pecado muy particular, y por causa de esto, esa debilidad es transmitida a todos sus descendientes. Es así como la muerte entró en el mundo para todos los hombres. ¿Es tal vez esta situación irreversible? Esta es la pregunta a la que Pablo contesta en Romanos 5, y en 1 Corintios 15. Son los dos pasajes claramente importantes en los cuales Pablo va a poner a Jesucristo frente a Adán. Y aquí, si conocemos la literatura Intertestamentaria, nos damos cuenta que hay un elemento polémico en el texto del apóstol Pablo. Él combate ciertos errores que eran enseñados en su época. Ya he hecho alusión al Apocalipsis de Esdras –cada uno es Adán para sí mismo–, y Baruc dice lo mismo. Pero Pablo dice ¡no!, porque el pecado de Adán y Eva fue un pecado especial, que hizo entrar la muerte en el mundo. En la misma época vivía Filón, el gran filósofo judío. Su pensamiento aparece en el año 40. Dicho de otra manera, era contemporáneo de Jesús y Pablo, y el pensamiento de Filón estaba muy extendido. Vivía en Alejandría, en Egipto, lugar de renombre mundial en aquella época. ¿Qué es lo que enseñaba Filón? Génesis 1; este es el hombre celeste. Génesis 2; ¡Ah! este es sacado del polvo, es el hombre terrestre. Hay una oposición entre el hombre
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celeste y el hombre terrestre, Génesis 1 y 2. ¿Qué va a decir Pablo a este respecto;? Que es completamente falso. Es el primer hombre el que es terrestre, el primer hombre no es celeste. El primer hombre es terrestre, es Adán; porque para Pablo no hay discontinuidad entre Génesis 1 y Génesis 2. Pero el segundo Adán, el segundo hombre, este sí que es celeste. Esta es la enseñanza que Pablo da en 1 Corintios 15. Pablo en este capítulo combate la idea de que Jesús no hubiera resucitado. Decir a los atenienses, a los corintios, o a los griegos que el hombre va a resucitar, era una herejía, porque para ellos el hombre después de morir no es más que un alma y ya no hay cuerpo. Pero Pablo combate este error, y entonces muestra que el verdadero hombre celeste es el último Adán, y emplea el término último e;scatoj VAda.m [éschatos Adám] (1 Corintios 15: 45). Éschatos en griego quiere decir “último”. Por ejemplo, el discurso escatológico de Jesús, es el discurso sobre el fin. Para el apóstol Pablo hay dos cabezas para la humanidad. La primera cabeza es Adán, y todos dependemos de ella. ¿Y qué hemos heredado? La muerte ¿Habéis escogido acaso la fecha de vuestros nacimiento? ¿Habéis elegido nacer en España? ¿Habéis escogido nacer en el siglo XX? ¿Habéis escogido vosotros tener cabello rubio o negro? ¿Habéis elegido tener buena salud o una salud quebrantada? ¿Acaso habéis escogido nacer en Ruanda, o en otros países donde la vida se ha convertido en un auténtico suplicio? ¿Qué estoy tratando de decir? Que al primer nacimiento le corresponde un determinismo implacable. Podría entrar en otros detalles hablándoos de todo lo que constituye el hombre desde el punto de vista biológico. Estamos, en gran medida, determinados, por nuestro primer nacimiento, el cual no hemos elegido. ¿Cómo vamos a hacer para escapar a ese determinismo? Es la pregunta que Pablo se plantea entre los capítulos 5 y 6. Pero ahora volvamos a los versículos de la epístola a los Romanos, donde el apóstol Pablo completa lo que ya dijo en Corintios. Dependemos todos de forma natural del primer Adán y con él heredamos un verdadero peso de pecado. Todos los hombres que descienden de Adán, son pecadores. Pablo demuestra esto, en el capítulo 1 para los paganos, y en el capítulo 2 para los judíos, y resumiendo en el capítulo 3: «…porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron...» (Romanos 3: 22-23). Esta es la situación de todos los hombres,sin excepción, porque todos son nacidos de Adán. Del primer Adán heredamos el peso del pecado. Yo he escogido la palabra ‘peso’. ¿Por qué? Porque se puede escapar de esa carga. Cuando yo observo esos inmensos aviones Boeing actuales, uno piensa: ¿podrá eso realmente volar? Escapan a ese peso. Nosotros estamos sometidos al peso del pecado, pero podemos escapar. ¿Cómo? Cesando de ser dependientes del primer Adán, y colocándonos en la dependencia del segundo Adán, porque a través del segundo Adán, en lugar de heredar el peso del pecado, recibiremos el impulso de la gracia. También he escogido la palabra ‘impulso’, porque nosotros podemos fallar a ese impulso, podemos pasar de lado. Desgraciadamente, son muchos los cristianos que fallan a ese impulso de la gracia. Pero, tan cierto, como que el peso del pecado está con el primer Adán, igualmente cierto es que el impulso de la gracia está con el segundo Adán.
Bautismo. Nuevo nacimiento Pero, ¿cómo haremos para pasar del uno al otro? Es el principio del capítulo 6. Por el bautismo. Es lo que Pablo explicará al comienzo del capítulo 6. Por el bautismo, nosotros nacemos de nuevo, y si no hemos elegido la fecha, el lugar y las condiciones de nuestro
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primer nacimiento, sí podemos elegir la fecha, el lugar y las condiciones de nuestro nuevo nacimiento. Por lo tanto, depende de nosotros el escapar del famoso determinismo del pecado, para recibir de Jesucristo el impuso de la gracia. Es lo que Pablo explica en el capítulo 6. Me gustaría añadir a esto un pasaje del capítulo 5: «En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos» (Romanos 5: 19). En el capítulo 3 tenemos el verbo justificar dikaio,w [dikaióō]. Os acordaréis que nos planteamos la pregunta de lo que quería decir. La respuesta católica, es esta; justificar es hacer justo a alguien. Pero dijimos que esto no era verdad. La justificación consiste en ser considerados como justos. Pero volvemos al versículo 19: «así también por la obediencia de uno solo, el segundo Adán, muchos serán constituidos justos» (Romanos 5: 19). Aquí no es el término ‘justificación’ el que es empleado. En el capítulo 3 tenemos el verbo justificar dikaióō, “ser considerado como justo”, y ya dijimos que esto es instantáneo, desde que tenemos la fe en Jesucristo. Y es tan real, que si tenemos la fe en Jesucristo, somos justificados y es como si nunca hubiésemos pecado. Pero aquí Pablo añade otra idea. Si estamos en Jesucristo, quien obedeció, nosotros vamos, por el impulso de la gracia, a ser conducidos a la obediencia, y progresivamente seremos convertidos en justos. Pablo emplea aquí una perífrasis, que esta muy bien traducida. Vamos a ser convertidos en justos de una manera progresiva. Os recuerdo que en la Biblia la noción de justicia está directamente asociada con los Diez Mandamientos. «Y tendremos justicia cuando cuidemos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Yahvé nuestro Dios, como él nos ha mandado» (Deuteronomio 6: 25). ¿Cómo obtendremos la justicia? Por la obediencia a los mandamientos de Dios. ¿Pero, qué clase de obediencia? ¿La obediencia que requiere la ley y que produce el fariseísmo: «Gracias Señor porque no soy como ese pobre publicano?» (Lucas 18: 11). ¿Es este tipo de obediencia que nos demanda, para mirar a los otros con desprecio? Lo que Pablo quiere es la obediencia de la fe, que proviene del hecho de que vamos a estar asociados a Jesucristo, y recibir el impulso de la gracia. Voy a terminar, pero me gustaría llamar vuestra atención sobre una palabra del capítulo 6: «Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección.» (Romanos 6: 5). Pablo emplea aquí una palabra de una importancia considerable. Es el famoso vocablo griego su,mfutoi [sýmphytoi]. futoi [phytoi], designa la naturaleza; y su,n [sýn], es una preposición que significa, “con la ayuda de”. Y se ha traducido en francés: «…nous sommes devenus une même plante avec lui…» («…llegamos a ser una misma planta en él»). Es una muy buena traducción. El sentido literal es: “tendremos gracias a él la misma naturaleza que él”. Si Cristo está en mí, tengo la misma naturaleza que él. Si llegamos a ser una misma planta con él, seremos como el sarmiento en la cepa. El pensamiento de Pablo se une al de Cristo. El sarmiento traerá los frutos que producirá la cepa. Dicho de otra manera, nosotros llevaremos los frutos que Cristo producirá en nosotros. Cuando lleguemos al capítulo 8, encontraremos otra palabra formidable summo,rfouj [symmórphous], donde encontramos la misma preposición su,n [sýn] y morfoj [morphos] que significa “forma”. Seremos metamorfoseados por él. Y esta es la justicia que nos va a ser dada. Seremos convertidos en justos por la metamorfosis que Cristo producirá en nosotros.
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Os confieso que no había entendido esto el día de mi bautismo. Yo tenía trece años cuando fui bautizado, y doy gracias a Dios por la experiencia que he podido hacer, porque probablemente me habrá protegido contra muchas cosas. Siendo un joven profesor en Collonges, era en 1946, ya hace unos cuantos años, y preparaba un curso sobre Romanos 5. Me había negado a dar ese curso, era el hermano Vaucher quien lo daba. Y unos días antes del comienzo del año escolar cayó gravemente enfermo, y el director vino a verme para pedirme que lo reemplazara. No me atreví a decirle que estaba loco, pero lo pensé, y durante quince días dije no. Pero volvía constantemente a la carga hasta que al final dije que sí. Ese año yo nunca me acosté antes de las dos de la mañana, y a las 7:30 estaba en clase. Una noche mientras estaba preparando una clase sobre Romanos 5, comprendí lo que estoy intentando trasmitiros. Y desde entonces, mi entusiasmo no ha hecho más que aumentar por gracias a esta explicación, por esta revelación, porque esta es la revelación de Dios
PREGUNTAS Y RESPUESTAS P. ¿Cómo entender el texto que en Exodo 20: 5? «Castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen.» R. Hay dos maneras de entenderlo. 1ª Habéis cometido una falta, un pecado, y Dios va a llevar la contabilidad, hasta la tercera y la cuarta generación os castigaré. Esta es la manera que personalmente yo rechazo categóricamente. 2ª Manera de entender el texto. Dios nos ha creado a su imagen, nos ha hecho sus hijos. Adán, hijo de Dios (Lucas 3) Dios hizo de nosotros sus colaboradores. Nos confió la carga de administrar el mundo. De dominar sobre las plantas, los pájaros, las bestias. Nobleza obliga. Si cometemos faltas, transmitimos a nuestra descendencia debilidades. De la misma manera que Adán nos ha transmitido la gran debilidad, por la cual ya no estamos ligados directamente con Dios, todos los errores que cometemos, tienen consecuencias para nuestra descendencia. Normalmente estas consecuencias deberían de ser indefinidas. Pero si Dios hubiera abandonado a su curso las consecuencias del pecado, el mundo no existiría desde hace mucho tiempo. Por tanto Dios interviene, no para castigar a sus hijos, sino para detener las consecuencias a la tercera o cuarta generación. Dios no interviene para que los hijos sufran por causa de sus padres. En este caso nosotros sufrimos simplemente las consecuencias de nuestra nobleza, en tanto que seres humanos a imagen de Dios. Y lo que Dios hace es intervenir para limitar las consecuencias del mal, mientras que deja que el bien corra indefinidamente. Es uno de los sentidos del segundo mandamiento. Hay otras maneras de entenderlo, pero no tenemos tiempo. P. En principio para mí, en el texto de Romanos 5: 17 hay una parte que dice, los que reciben en abundancia la gracia. A pesar de que el versículo 17 dice esto, hay personas que interpretan el 18 como una justificación universal. ¿Está usted de acuerdo con lo que […] dice sobre la justificación temporal, universal? ¿No es eso una justificación? R. ¿Cómo está traducido el final del versículo 18? En francés dice: «…la justification qui donne la vie s'étend à tous les hommes.» (En castellano, Versión Reina Valera 95: «...de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación que produce vida.»). «…vino a todos los hombres…», no es suficientemente precisa, puesto que podríamos, en efecto, concluir que todos los hombres son justificados, y esto no es lo que sugiere el texto griego.
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El texto griego dice que la justificación es puesta al alcance de todos los hombres. Pero no que todos los hombres se benefician. Es obvio que no todos los hombres tienen fe. Ahora bien, la condición sine qua non de la justificación es la fe del hombre. Como consecuencia, la justificación está al alcance de todos, pero no se realiza en todos. [«...la obra de justicia de uno procura a todos la justificación que da la vida», Nueva Biblia de Jerusalén.] Todos los teólogos que tratan de concluir en la universalidad de la salvación, toman sus sueños por una realidad. Yo me pregunto si acaso no tendrán algún tipo de complejo, porque un hombre inteligente que lee los escritos de Pablo, no puede escapar a la obediencia. Ahora bien, la mayoría de los teólogos protestantes, entre otros, eliminan la necesidad de la obediencia a los mandamientos de Dios. Y me pregunto si no tienen un cierto complejo de inferioridad inconsciente, que se traduce por la universalidad de la salvación. P. Cuando dice, que el Padre envía su Hijo, a pesar de que todos los demás siervos han sido maltratados. ¿Cabría la posibilidad de que sus Hijo no hubiera muerto? R. Es el tipo de pregunta a la cual no me gusta contestar. Es ya tan difícil responder a las auténticas preguntas, es decir, a las que se plantean a partir de la realidad, que yo tiemblo cuando tengo que responder a cosas que escapan de la realidad histórica. Un jesuita suizo hizo una vez una conferencia en Bruselas, que tenía por título: «Y si Pilato hubiera dicho no». Yo nunca daría una conferencia con un título semejante. Pero aún así, voy a responder a su pregunta. No yo, sino Ellen G. White. Ella dijo, que si el pueblo de Israel hubiera recibido a Jesús, la faz del mundo habría sido transformada. Esto merece una reflexión. P. De acuerdo a ese determinismo que no hemos elegido, y sí que podemos elegir. ¿Podemos deducir que hay dos destinos? R. Sí. Y ese será el tema del capítulo 9, así que paciencia.
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4ª PONENCIA. MIÉRCOLES 21 DE MAYO
ROMANOS (IV) ROMANOS 5 (continuación) Primer y segundo Adán Permitidme retomar el hilo conductor de la charla de ayer. ¿Cuál es el hilo conductor? Todos los hombres son pecadores, y como consecuencia todos están perdidos. Pero ahí donde el pecado abunda, sobreabunda la gracia. Veremos en el capítulo 9 y 11, que Dios encierra a los hombres en la desobediencia, les hace comprender la dimensión de su desobediencia, y les lleva a tomar conciencia de las consecuencias de la desobediencia, de manera que tengan todos deseo de la gracia. Pero la gracia la tenemos en Jesucristo. Es por nuestra fe en Jesucristo que tenemos acceso a la gracia de Dios. Hace falta, por tanto, escapar al peso del pecado que heredamos del primer Adán, de manera que podamos heredar el impulso de la gracia, que nos es ofrecido en Jesucristo. En el corazón del capítulo 5 de la epístola a los Romanos, tenemos esta oposición entre el primera Adán y el último Adán. Dios ha creado todo con el primer Adán, y fue un fracaso. El plan de Dios fracasó. Dios recomienza todo con Jesucristo. Con Jesucristo hay un nuevo comienzo. Y esta noción de la oposición entre las dos adanes, no la encontramos solo en las epístolas de Pablo, la encontramos también en los Evangelios. Os recuerdo que cuando Dios creó al hombre, lo creó para que dominara sobre todos los animales: «Los bendijo Dios y les dijo: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra”» (Génesis 1: 28). Dominad en los peces, en las aves y en los animales; he aquí lo que va a convertirse en el tema mesiánico. El hombre ha perdido su dominio sobre las bestias, y sobre toda la naturaleza, el Mesías va a reconstruir esta dominación. Y en el muy célebre texto mesiánico de Isaías nos dice que el lobo habitará con el cordero (Isaías 11: 6). Ya conocéis este texto, es muy adventista. Se trata del vástago que nacerá de Isaí (Isaías 11: 1.) Por tanto el Mesías va a dominar sobre las bestias, y hará oposición al primer Adán. El primer Adán ha perdido su dominio, y el nuevo a Adán lo reencuentra. En el Evangelio según Marcos leemos: «Luego el Espíritu lo impulsó al desierto. Y estuvo allí en el desierto cuarenta días. Era tentado por Satanás –¿Os habéis dado cuenta cómo continúa?– y estaba con las fieras, y los ángeles lo servían.» (Marcos 1: 12-13). Él cumple la profecía de Isaías, y es probablemente después de la predicación de Pablo, que este tema fue desarrollado. Jesús representa el nuevo Adán. Si tomáis el Evangelio según Lucas, encontraréis la misma idea. En la genealogía de Jesús; «Jesús hijo de..., hijo de..., hijo de Adán, Adán hijo de Dios.» (Lucas 3: 38). Inmediatamente después, el relato de la tentación. El primer Adán fue tentado en el Edén, y el segundo Adán es tentado en Jesús. Así Dios reinicia todo con Jesucristo. Jesucristo es el término, el fin de una época. Con Jesucristo empieza una nueva época, y es así como el apóstol Pedro comprendió el Pentecostés. Y vivimos todos actualmente en un estado de tensión, entre la antigua época ya pasada, y la nueva época todavía no terminada. Estamos todavía en el presente siglo malo, pero ya tenemos acceso a los siglos por venir. Vivimos constantemente la tensión, entre el ya y el todavía no. Es apasionante estudiar la noción bíblica del tiempo. De manera
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que con Jesucristo, Dios comienza de nuevo todo, es el tema principal de los dos adanes en la epístola a los Corintios. En la epístola a los Romanos, el apóstol Pablo va ademostrar que frente a la desobediencia del primer Adán, Cristo va a oponer su obediencia. Por la desobediencia la muerte entró en el mundo, y por la obediencia, la vida y la justicia son introducidas en el mundo. Así, hay una oposición permanente en este capítulo, Jesús en oposición a Adán, la obediencia de Cristo opuesta a la desobediencia de Adán. La gracia viene por Jesucristo, mientras que el pecado ha venido por el primer Adán. La justificación viene por Jesucristo, mientras la condenación vino por el primer Adán. La vida eterna vino por Jesucristo, mientras que la muerte fue introducida por el primer Adán. Podemos ver todavía otros paralelismos: condenado-justificado, esclavo-liberado, enfermo-sanado, degeneradoregenerado, separado de Dios-reconciliado con Dios, renegado por Dios-adoptado por Dios. Este es el capítulo 5. Grandioso capítulo que nos muestra que la única manera de ser salvos, es ponernos bajo la dependencia de Jesucristo. Pero, ¿cómo pasar de la descendencia del primer Adán, a la descendencia del último Adán? La respuesta se nos da en el capítulo 6, y dice: Por el bautismo, que es un nuevo nacimiento.
ROMANOS 6 Bautismo Me gustaría recordar lo que vimos ayer al terminar. Permitidme leer: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?» (Romanos 6: 3). ¿Qué quiere decir esto? Fuimos bautizados en la muerte de Cristo. Tenemos muy a menudo la impresión de que los autores de la Biblia emplean imágenes un poco al azar. Estoy convencido de que no es este el caso. Hay detrás de este versículo una verdad sorprendente, una verdad de la cual no pensamos de forma natural. Una verdad que solo puede sernos revelada por Dios. ¿Cuál es esa verdad? Lo que Jesucristo ha hecho, nosotros lo hemos hecho en él. Nosotros estábamos en él, en todo lo que él ha hecho. Él murió, y por el bautismo nosotros podemos solidarizarnos con él, en su muerte. Pasó por la resurrección, y por el bautismo podemos solidarizarnos con él, en su resurrección. Dicho de otro modo, entre Jesucristo y los hombres hay un tal parentesco, una solidaridad tal, que si nos asociamos con él por la fe, todo lo que él ha hecho, lo podemos hacer nosotros, y ya lo hemos hecho en él. Jesús mismo lo dijo: El discípulo no es mayor que el maestro, sino que el discípulo será como el maestro (Lucas 6: 40). Y el apóstol Pablo por su parte dirá que nos convertimos con Cristo en un solo espíritu. Permitidme insistir, queridos amigos, citándoos ciertos textos que os van a ayudar a comprender mejor esta solidaridad entre Jesús y los hombres. En 1 Pedro 3, que introduce justamente la noción del bautismo, en el versículo 18. Todos vosotros sabéis que la bonita definición del bautismo, se encuentra en el versículo 21: El agua del Diluvio era una figura del bautismo, que no es la purificación de las impurezas del cuerpo. Es lo contrario del dogma católico. El dogma católico dice que por el sacramento del bautismo quita el pecado original. Es el colmo, que el catolicismo no sea fiel a su “primer Papa”, pues su supuesto primer Papa, el apóstol Pedro, ha dicho lo contrario. Vosotros sabéis, que justamente antes, a partir del versículo 18, el apóstol Pedro dice lo que pasó en el Diluvio. No sé qué traducción tenéis en español, en francés está muy mal traducido. La traducción francesa da la impresión que entre el viernes, el día en que Jesús fue crucificado y el domingo por la
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mañana cuando resucitó, Jesús descendió al infierno para predicar a los muertos del Diluvio. No es en absoluto esto lo que escribe el apóstol Pedro. Lo que Pedro escribió, es que cuando Noé predicaba, estaba animado por el espíritu de Cristo. –Noé animado por el espíritu de Cristo, es lo que yo quiero retener ahora para mi tema.– Cuando Noé predicaba, era el espíritu de Cristo el que le inspiraba. ¿Qué dice el apóstol Pablo a propósito del pueblo de Israel en el desierto?: «Y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que le seguían; y la roca era Cristo» (1 Corintios 10: 4). Es por tanto Cristo que animaba a Noé, y es el mismo Cristo que animaba a Moisés. No estamos al final de nuestro descubrimiento. Cuando Saulo de Tarso fue detenido por Cristo en el camino de Damasco, Saulo sale a perseguir a los cristianos de Damasco. ¿Y qué le dice Cristo?: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hechos 9: 4). Cuando Saulo perseguía a los cristianos, perseguía a Cristo. «El que os escucha a vosotros, a mí me escucha; y el que os rechaza, a mí me rechaza...» (Lucas 10: 16). Todos estos textos muestran que entre Cristo y la humanidad, hay una profunda solidaridad. ¿Qué dice Jesús a propósito del juicio final? «…tuve hambre y me disteis de comer; […] “…en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”» (Mateo 25: 35-40). ¿Podemos decir de una manera más clara la solidaridad que liga a Cristo con los hombres? Pero esta solidaridad va en los dos sentidos. Lo que hacemos por los hombres, tiene una repercusión sobre Cristo. Pero también hay ósmosis entre Cristo y nosotros en lo que Cristo ha hecho. He aquí la verdad extraordinaria que se prueba en este texto. Somos bautizados en la muerte de Cristo, y el apóstol Pablo emplea aquí un pasado en griego: «¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?» (Romanos 6: 3). evbapti,sqhmen [ebaptísthēmen], «…hemos sido bautizados…», el tiempo verbal en griego, tiene un valor extraordinariamente preciso. El tiempo perfecto que es empleado aquí es indicativo aoristo pasivo del verbo bapti,zw [baptízō], en griego designa el resultado constante de una acción pasada. Es extremadamente interesante señalar esto. Cuando preparamos a alguien para el bautismo, hace falta decirle que por el bautismo nos asociamos con Cristo de una manera familiar. Permitidme emplear un gran término; por el bautismo establecemos entre Cristo y nosotros una relación ontológica. Después de deciros esto, permitidme leeros una declaración de Ellen G. White: «La fe genuina se apropia de la justicia de Cristo y el pecador es hecho vencedor con Cristo» (WHITE, E. G. Mensajes Selectos, T. 1, pág. 426). Dijimos con anterioridad que por la fe en Jesucristo, nosotros recibimos de Dios un regalo maravilloso. Ya no somos mirados con los pecados que cometimos, sino que somos mirados a través de la justicia de Cristo. Una fe sincera hace que nos apropiemos de la justicia de Cristo. Esto es la justificación. Toda la justicia de Cristo es inscrita en nuestra cuenta en los libros de Dios. Utilizo las imágenes de la Biblia. Ellen G. White añade, que el pecador se convierte en vencedor con Cristo. Ahora bien, os habréis dado cuenta que el texto continúa: «hemos sido juntamente con él sepultados por el bautismo en la muerte» (Romanos 6: 4a). Es todavía la misma idea, somos bautizados en su muerte, hemos sido enterrados con él. Por ósmosis, lo que él vivió es puesto a nuestra disposición. Pero la historia no se termina aquí, «a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos, por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Romanos 6: 4b). Y es entonces, cuando emplea en el versículo 5, la famosa imagen que indiqué ayer; nos convertimos con Cristo en una sola planta. A continuación, viene el versículo 6: «sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él». Nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Cristo. Cuando se dice que fue crucificado en nuestro lugar, pasamos por alto esta verdad, puesto que debemos ser crucificados con él. Y es aquí donde
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se oculta la verdad profunda que se esconde en el significado del bautismo; «Sabiendo que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con él». Permitidme abrir un pequeño paréntesis, para atraer vuestra atención sobre el vocabulario escogido por el apóstol Pablo: «¿O no sabéis que...?» (vers. 3); «sabiendo esto...» (vers. 6); «creemos que...» (vers. 8); «sabemos que...» (vers. 9); «consideraos como...» (vers. 11); «¿No sabéis que...» (vers. 16); y podríamos continuar.
Arrepentimiento Pasa a menudo, que gente que contacta con nosotros, y que consideran la idea de bautizarse, me preguntan: ¿Qué es lo que voy a sentir?. Hay muchas personas que quieren sentir. Es el falso camino. Nunca se plantea en la Biblia el sentir. Siempre es cuestión de saber, reconocer, creer. Es en el cerebro donde debe de suceder y no en el ámbito de los músculos, ni del plexo solar. Hay personas que quieren sentir con el plexo solar. Esto es la gran locura, y nos viene de la India. Lo que sentimos, depende de las condiciones materiales en las que nos encontramos. Si hace calor, sentimos el sudor, y si hace frío empezamos a temblar. Podéis hacer sentir a la gente todo lo que queráis, pero esto no es el cristianismo. El cristianismo consiste en cambiar nuestra mentalidad. Ya he tenido ocasión de insistir sobre el hecho, de que la única condición para la salvación, es el arrepentimiento. Pero la palabra ‘arrepentimiento’ traduce un término griego mucho más rico, la magnífica palabra meta,noia [metánoia]. -noia [-noia] viene de nou/j [noûs], que es la razón, la inteligencia, la conciencia. Por tanto la metánoia consiste en modificar nuestra visión intelectual de las relaciones con Dios. No podemos sentir que hemos muerto con Cristo en la cruz, pero tenemos que saberlo. No podemos sentir que hemos pasado por la resurrección con Cristo el domingo por la mañana, pero debemos saberlo. Si no lo sabemos, si no cuidamos esta certeza, recaeremos en el pecado en la primera ocasión. Pero si hemos comprendido bien en nuestra inteligencia, en nuestra conciencia y en nuestro corazón –en la psicología hebraica el centro del conocimiento, no es el cerebro sino el corazón–, si sabemos esto, nuestra vida práctica será transformada. «...sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Romanos 6: 6). Por una vez, la versión española, es una mala traducción, pues dice: «…para que el cuerpo del pecado sea destruido...», y no es correcto. El verbo que el apóstol Pablo ha utilizado, no dice que el cuerpo va a ser destruido. Cuando salimos de las aguas del bautismo, físicamente, materialmente somos como cuando hemos entrado. Sin embargo, lo que Pablo dice es, que el pecado en el cuerpo será inoperante. Será inoperante porque sabemos que seremos reunidos con Cristo, y que Cristo va a vivir en nosotros. «…porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado» (Romanos 6: 7, VRV). En esta ocasión la traducción española es la correcta, puesto que es lo que dice el texto griego: «el que ha muerto ha sido justificado del pecado». Pero hay un matiz importante. Es justificado (avpo. th/j a`marti,aj [apó tēs hamartías]), es decir, lejos del pecado, desprendido del pecado, liberado del pecado. Es justificado, considerado como justo, y el poder del pecado que actuaba sobre nosotros, es dominado por el espíritu de Dios. Es así como caminamos por la vía de la santificación, no con nuestras fuerzas, desdichado el que quiere por sus propias fuerzas vivir la santificación. Cuantas veces, multitud de personas me dicen que luchan contra su pecado y no pueden vencerlo; lucho todo lo que puedo, pero... no puedo. ¿Qué les diríamos nosotros? Lo que yo les digo es, que justamente es lo que no deben de hacer. Tantas veces como luchéis contra el pecado, el pecado os vencerá. El
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apóstol Pablo dice textualmente: «…no tenemos lucha contra carne y sangre, sino...» (Efesios 6. 12). Dicho de otro modo, no tenemos por qué luchar contra el pecado. ¿Significa que ya no tenemos nada que hacer? No. ¿Qué debemos hacer? Hacer un esfuerzo desde lo más íntimo de nuestra conciencia de vivir en contacto directo con Jesús, porque no somos nosotros los que podemos vencer al pecado. Los fariseos multiplicaron sus esfuerzos para conseguirlo y fracasaron. Es el tema justamente que hemos de abordar en el capítulo 7. Nuestra lucha hermanos, la única, consiste permanecer junto a Cristo en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Podemos decirlo de otra manera, el mundo en que vivimos está organizado para la distracción; música por todos lados, imágenes por todos los lados, y ya sabemos a dónde conduce, a la sexualidad, al juego, al crimen y todo lo que podemos imaginarnos. Esta es la distracción de hoy. ¿Pero sabéis lo que significa distracción? Viene del latín, distraere, “alejar de”. Vivimos en un mundo en el que Satanás lo ha organizado de manera que nos obliga a vivir lejos de Cristo. Todo en el mundo nos hace pensar en multitud de cosas, menos en Cristo, de manera que nuestra lucha consiste vencer la distracción por la atención. Extraordinaria palabra que significa “tensión hacia”. Mi tensión hacia Cristo, dicho de otra manera, mi amor por Cristo. ¡Cuán importante es descubrir a Cristo! Ahora comprenderéis por qué he escrito el libro À la découverte du Christ.10 Descubrir a Cristo no es simple teología, es el secreto de la felicidad, pues no hay felicidad en el pecado. El pecado proporciona una felicidad que termina en una meta desastrosa; sin embargo la victoria sobre el pecado conduce a la verdadera felicidad.
Bajo la ley La prueba de que es este el pensamiento del apóstol Pablo, la encontramos en: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal…» (Romanos 6: 12). No es el pecado el que debe ser nuestro ku,rioj [kýrios], nuestro Señor. Es Jesucristo quien debe ser nuestro Kýrios. «Ni presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos» (Romanos 6:13). He aquí el combate que se nos propone, darnos a Dios mediante una atención constante en Jesucristo. «Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia» (Romanos 6. 14). Este es el caballo de batalla del protestantismo: Ya no estamos bajo la ley; vosotros adventistas sois legalistas. Es incomprensible, cómo hombres inteligentes pueden razonar de esta forma. No hay más que una explicación, la que el mismo apóstol Pablo da en 2 Tesalonicenses, cuando dice que muchos hombres son abandonados a un poder engañoso. ¿Qué significa pues el versículo 14? Si significase que la ley ya no tiene ningún valor, estaría en contradicción con el versículo 12, puesto que dice que el pecado no debe reinar más en nuestros cuerpos. Si el pecado es realmente la transgresión de le ley, y si la ley no tuviera ya más valor, ¿recaeríamos en el pecado? Se trata pues de analizar correctamente el valor de las expresiones. ¿Qué significa estar “bajo la ley”? ¿Significa acaso estar bajo la condenación de la ley? A veces en nuestro medio adventista se ha dicho esto; estar bajo la ley significa haber transgredido la ley, y ser condenados por ella. ¿Es verdad esto? No. La prueba: «Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, y nacido bajo la ley» (Gálatas 4: 4), es la misma expresión griega que aparece en Romanos 6: 14: u`po. no,mon [hupó nómon], la preposición u`po. [hupó], más el nombre no,mon [nómon] en acusativo. 10
Próxima a aparecer la edición en español en www.aula7activa.org
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Jesucristo es «nacido… bajo la ley». Si estar bajo la ley, es estar condenado por la ley, significaría que Jesucristo transgredió la ley, lo cual no es cierto. Hay otra explicación propuesta: no estar bajo la ley significaría, que ya no tenemos necesidad de ella, porque la ley ha sido eliminada, la ley ya no tiene valor. Y aquí el apóstol Pablo caería en una contradicción consigo mismo: «No son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de le ley serán justificados» (Romanos 2: 13). «¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley» (Romanos 3: 31). El verbo que utiliza el apóstol Pablo [i]sthmi (hístēmi)], significa, nosotros colocamos la ley en su verdadera base. Si la base de la ley es la voluntad del hombre, este caerá en el fariseísmo; pero si la base de la ley es la fe, entonces la ley reposa sobre su verdadera base, que es justamente lo que dice este versículo. «De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno» (Romanos 7: 12). No puede decirse que Jesucristo vino para suprimir la ley, si Pablo hubiera dicho esto, hubiera estado en contradicción consigo mismo. Resumiendo, cuando Pablo dice: «bajo la ley», no quiere decir que hemos trasgredido la ley. Cuando dice: «bajo la ley», no dice que no debemos guardar más la ley. ¿Qué significa pues este “bajo la ley”? En la epístola a los Romanos la palabra ‘ley’ se emplea con sentidos diferentes, quizás habría de decir con matices diferentes. Aquí ‘ley’ habríamos de entenderlo como el sistema de salvación tal como los judíos la habían comprendido. Y que ya David mismo, había superado, pues en su salmo de arrepentimiento, comprendió que tenía necesidad de un nuevo corazón, de un espíritu bien dispuesto. Jeremías y Ezequiel anunciaron, que Dios establecería con nosotros una nueva alianza, donde la ley estaría escrita en nuestros corazones. “Estar bajo la ley”, significa quedarse al nivel del Antiguo Testamento, haciendo de la ley el medio de salvación. Y por eso Pablo dice, ya no estamos bajo la ley; el medio de salvación ya no es la ley, sino la gracia de Dios, a la cual podemos acceder por medio de la fe. Este es el tema de la epístola a los Gálatas, y de la epístola a los Romanos. Comprended, pues, por qué el texto se introduce mediante la palabra «Porque…» (Romanos 6: 14), porque ya no pecaréis más, porque no estáis en un régimen legal. Régimen que ya fracasó con el pueblo judío. Jesús vino a los suyos y los suyos no le recibieron. No estamos bajo ese régimen. Estáis bajo el régimen de la gracia. Ya no estáis bajo el peso, la carga de pecado del primer Adán, sino que disponéis del impulso del segundo Adán. Este es el sentido real del texto. Y la mejor prueba viene a continuación, cuando dice: « ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!» (Romanos 6: 15). Aquí el apóstol empleará una frase muy fuerte: mh. ge,noito [mēº génoito], ¡no!, ¡no!. En griego, es un rechazo categórico. Sigue diciendo: «¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis...? Pero gracias a Dios, ... habéis obedecido de corazón a la regla de doctrina a la cual os entregasteis.» (Romanos 6: 16-17). Aquí aparece otra expresión paulina. Ya no obedecéis con orgullo, sino con vuestro corazón; obedecéis, porque la ley de Dios ha sido escrita en vuestro corazón. Releed la epístola a los Hebreos en su capítulo 8, donde el autor muestra en qué consiste el paso entre la Antigua Alianza y la Nueva Alianza. La Nueva Alianza ha sido escrita en nuestros corazones, dicho de otra manera, ella forma parte integral de nuestra naturaleza. Hasta aquí el capítulo 6.
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ROMANOS 7 Ha llegado el momento de abordar el capítulo 7, aunque en realidad, todo lo que acabamos de decir, no hace más que preparar lo que viene a continuación en el capítulo 7. En su aspecto literario, hay tres partes en este capítulo 7: La primera parte va hasta el versículo 6. La segunda, desde el versículo 7 hasta el 13. Y la tercera comienza en el versículo 14 hasta el final del capítulo. Todo este capítulo responde a la problemática de la ley. Pablo ya ha puesto los fundamentos anteriormente: Capítulo 2. «No es aquel que escucha, el que será justificado, sino el que practica.» Capítulo 3. Por la fe colocamos la ley en su verdadera base. Capítulo 5. Jesucristo vino a obedecer, y a enseñarnos cómo obedecer. Capítulo 6. Es menester que nuestra obediencia sea de corazón, es decir la obediencia de la Nueva Alianza. Notad, que el apóstol ha tratado es tema con una audacia increíble. «La letra mata, pero el espíritu vivifica» (2 Corintios 3: 6). En general, cuando se estudia este tema, se interpreta a través del pensamiento de Orígenes, a quien no le gustaba leer la Biblia de forma literal, e inventó una lectura de la Biblia completamente figurada. Decía, leer la letra de forma literal, es caer en el régimen de la letra que mata, pero el espíritu vivifica. Hay que interpretarla espiritualmente. Y no es esto lo que dice el apóstol Pablo. La letra, en 2 Corintios 3, es el Antiguo Testamento…, el Antiguo Testamento tal como lo comprendió el pueblo judío, mediante la salvación por la ley. Es aquí donde el apóstol Pablo dice que la letra mata. Si intentáis salvaros de esta forma, no pasáis bajo la gracia, sino que permanecéis todavía bajo la ley. Y en la ley la letra mata, más el espíritu vivifica. Cuando el espíritu escribe la ley en nuestros corazones, es entonces cuando empezamos a vivir. Este es el verdadero sentido de este capítulo. Ellen G. White aconseja sermonear menos, exhortar menos, enseñar más (WHITE, E. G. Testimonios para los ministros, pág. 318). ¡Hay tantas cosas maravillosas en la Biblia que deben ser enseñadas!
Matrimonio Parece que el apóstol Pablo no está contento con la comparación que había utilizado en el capítulo 6. Al final del capítulo dice: Debéis escoger vuestra esclavitud, o ser esclavos del pecado, o esclavos de Dios. Parece que esta comparación no le gusta, pues comparar la vida del cristiano, a una esclavitud en Cristo, no le parece muy acertada, y escoge otra que personalmente me parece espléndida. La compara a un matrimonio. Desgraciadamente esta imagen está muy mal explicada. Muchos teólogos protestantes la interpretan como si Pablo hubiera dicho que la ley ha sido suprimida. Pero si releemos el texto, nos daremos cuenta que no es así. ¿Qué dice el apóstol Pablo? El matrimonio es sagrado, es indisoluble. Lo único que puede destruirlo es la muerte. Si uno de los cónyuges muere, el otro queda liberado de la ley del matrimonio. Mediante el bautismo morimos al pecado, y estando muertos al pecado, no es la ley la que va morir, sino nosotros los que morimos al pecado. En consecuencia la ley no puede reprendernos, porque no estamos más bajo la ley, sino bajo la gracia. Decir que la ley ha desaparecido, es un contrasentido. Démonos cuenta como termina este pasaje: «Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo
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de la letra» (Romanos 7: 6). De modo que sirvamos bajo el nuevo régimen de la ley, y no en la letra vieja caduca. La letra ya caduca, es la concepción de la salvación mediante la ley, como los judíos la comprendían, y es aquí donde la letra mata, pero el espíritu vivifica. Aquí encontramos la misma idea, la letra está caduca, y nosotros estamos en un nuevo régimen que es del espíritu. Nos damos cuenta que todo coordina en los escritos del apóstol Pablo. Ciertamente el apóstol Pablo era un genio. Ya hemos visto por ejemplo, estudiando el concepto de los dos adanes, hasta que punto estaba a la escucha de todo lo que se dice a su alrededor. Conocía la controversia que había sobre la interpretación, entre los Apocalipsis de Esdras y Baruc. Conocía perfectamente lo que Filón escribió. Y en este capítulo se opone a las diversas concepciones que circulaban en su época. Él sabe lo que se dice. Podríamos llamarlo el hombre eco, el hombre que recibe el eco de lo que sucede a su alrededor y [...]. Pero al mismo tiempo, es el hombre punta, el hombre que a partir del eco, va a sobreponerse sobre los errores que circulan. [...]
«En otro tiempo vivía yo sin la ley…» Vamos a tratar de descubrir el pensamiento del apóstol Pablo. «¿Qué pues diremos?» (Romanos 7: 7), es una fórmula que a veces emplea el apóstol Pablo. Acabamos de decir que conoce perfectamente lo que se dice a su alrededor. No ignora que es acusado de no ser fiel al Antiguo Testamento. No es suficientemente legalista, y se le reprocha constantemente. Él piensa en todo esto, mientras escribe. Ya vimos como su texto está estructurado, razonado. Nos da la impresión que deja de escribir un momento. –De hecho, no era él el que escribía. Al final del libro dice que no fue él, sino Tertius el que escribió.– Pero imaginad que reflexiona, y se pregunta: «¿Qué pues diremos?», ¿qué podría añadir a lo dicho para ser bien comprendido? ¿La ley es pecado? Ya en el capítulo 6, vimos, que el apóstol Pablo tenía en mente, una primera cuestión en mente: ¿cómo pasar del primer al segundo Adán? Y aquí tiene una nueva cuestión en mente: ¿es que Dios se equivocó al dar la ley a los hombres? «¿Qué pues diremos? ¿La ley es pecado? –¿Es un error del Señor?– «¡De ninguna manera! –de nuevo encontramos la misma expresión griega mh. ge,noito [mēº génoito]– Pero, yo no conocí el pecado sino por la ley. Porque tampoco conocería la codicia si la ley no dijera: “No codiciarás”. Mas el pecado tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. En otro tiempo vivía yo sin la ley...» (Romanos 7: 7-9).
¿Qué quiere decir esto? ¿A qué momento de su propia experiencia se refiere el apóstol Pablo, cuando dice: «En otro tiempo vivía yo sin la ley…»? ¿Acaso Pablo estuvo un tiempo sin ley? Hay gente que da toda clase de explicaciones. La primera la da Orígenes. Dice, es el estado de preexistencia de las almas sin cuerpo. Como vemos, Orígenes es dualista. El alma viene a instalarse en el cuerpo, y es nuestro nacimiento. De modo que “en otro tiempo”, es el tiempo en el que yo no había nacido todavía, es donde yo estaba sin ley. Nos damos cuenta que esto es pura fantasía. Segunda interpretación. Se trata del estado de inocencia de Adán en el Paraíso, antes que Dios les prohibiera comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Esto también es una invención. No hay nada en el texto que permita decir esto. Tercera interpretación. Es la que muchos teólogos dan hoy en día. Se trata del estado de Pablo en su infancia. ¿Podemos aceptarlo? ¿Corresponde a la realidad? Con toda seguridad, no. «En cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en
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la ley, irreprensible» (Filipenses 3: 6). ¿Significa el texto, acaso, que no conocía la ley? Si era irreprochable en cuanto a ley, es porque la conocía perfectamente, y estaba convencido que no se le podía reprochar nada. ¿A qué momento, pues, Pablo se refiere cuando escribe: «En otro tiempo vivía yo sin la ley…». Este tiempo que vivía sin ley, es el tiempo antes de encontrar a Cristo en el camino a Damasco. En ese tiempo, no conocía la ley más que en el espíritu como la guardaban los fariseos, y estaba conforme, y se creía irreprochable. Pero cuando descubrió la ley a través de Jesucristo, comprendió que si nuestra justicia no sobrepasa la de los escribas y fariseos, no entraremos en el reino de los cielos. Descubrir la ley a través de Jesucristo, particularmente gracias al Sermón del Monte, es otra cosa que tener una lista de cosas a hacer o no hacer. Con un poco de energía y voluntad, uno se puede conformar a una legislación. ¿Pero quién puede cambiar su corazón? ¿Quién puede cambiar sus pensamientos? ¿Quién puede estar sin pecado, y pensar sin pecado? Si tenéis odio en vuestro corazón, ya sois unos asesinos. Y, ¡atención!, Pablo no era necesariamente un asesino. Solamente si insultamos a alguien, ya estamos en contra del sexto mandamiento. Cuando el apóstol Pablo descubrió la ley de Dios, a través de Jesucristo, se dio cuenta hasta que punto estaba en el error. «En otro tiempo vivía yo sin la ley…». Ese tiempo es antes de su conversión. «Pero venido el mandamiento –entendamos bien, a través de Jesucristo–, el pecado revivió, y yo morí» (Romanos 7: 9). ¿Cómo podemos comprender esto? ¿Cómo comprender que el pecado tomase la ocasión mediante la ley? Sabemos, dicen algunos, que basta prohibir algo a un niño, para que tenga ganas de hacerlo. ¿Acaso el apóstol Pablo toma este principio de psicología, de que cuando se prohíbe algo, es cuando más ganas se tiene de hacerlo? Si hiciera esto, sería discípulo de Cicerón, y otros muchos filósofos de su época. Cicerón escribía: «tenemos tendencia de ir hacia lo que se nos prohíbe». Es una verdad psicológica. ¿Pero es esta la verdad que nos está enseñando el apóstol Pablo? No, no lo creo. Ciertamente, la psicología ha descubierto la terrible potencia del pecado. Leo una cita de un comentarista francés: «La psicología moderna, nos confirma de forma muy clara, que el pecado tiene un poder muy grande sobre nosotros, y cuanto más intentemos luchar contra ese poder, más riesgo corremos de caer en complejos.» Esto es psicología. ¿Pero es esto lo que el apóstol Pablo nos dice aquí? Dios nos da una ley, y puesto que hay cosas prohibidas y otras prescritas, tenemos deseos de desobedecer. De nuevo, no creo sea este el pensamiento de Pablo. Después de su conversión Pablo comprendió toda la magnitud del pecado, y la lucha que él describe aquí, es precisamente aquella que comenzó cuando redescubrió la ley a través de Jesucristo. Lo que este capítulo muestra de forma patente, es que el pecado revive en nuestro esfuerzo de obediencia. Es cuando comprendemos la voluntad de Dios, y tratamos de conformarnos a ella, cuando el pecado retoma vida en nosotros y alcanza el máximo grado de gravedad. Es la ley de Dios, no en la medida en que yo tenga ganas de transgredirla, sino en la medida que yo tenga ganas de cumplirla, que se convertirá en ese poder de pecado del cual habla el apóstol Pablo. Insisto en ello. Como adventistas, hemos de comprender muy bien esto. Conozco muchos adventistas que serían capaces de escribir el texto a partir del versículo 14. ¿Qué dice Pablo a partir del versículo 14?: «Sabemos que la Ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido al pecado. Lo que hago, no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago. Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la Ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que está en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien, porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. No hago
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el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que está en mí. »Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí, pues según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. »¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7: 1424).
He aquí la descripción más terrible que yo conozco de la alineación del hombre. El hombre y la mujer, como tú y yo, somos todos alienados, puesto que queriendo hacer el bien, somos incapaces. Queremos evitar el mal, y recaemos. Este es el estado de esclavitud en el que nacemos. Esto es lo que Pablo descubrió después de su conversión. Permitidme lea unas citas de Ellen G. White: «Pablo dice que “en cuanto a justicia que haya en la ley”, es decir, en cuanto se refiere a las obras externas, era “irreprensible” (Filipenses 3: 6), pero cuando comprendió el carácter espiritual de la ley, se vio a sí mismo pecador.» (WHITE, E. G. El camino a Cristo, pág. 28). Desde el punto de vista humano, se había abstenido del pecado, pero cuando sondeó la profundidad de la ley divina, y se vio como Dios le veía a él, se humilló y confesó su culpabilidad. En lugar de alejarse de ese espejo, olvidando lo que era, experimentó un sincero arrepentimiento en Dios, mediante la fe en Jesucristo, y fue lavado y limpiado. Cuando el pecado le apareció en toda su vileza, y se reconoció tal como era, se hizo humilde, dejó de sobreestimarse, dando a Dios toda la gloria. Ya no buscó más su propia grandeza, no experimentó ningún deseo de venganza, aprendiendo a sobrellevar las injurias y el desprecio. No buscó nunca más las alianzas humanas, la posición o el honor. No humilló nunca más a otro, para elevarse por encima de él. Se convirtió en amable, condescendiente, dulce, humilde de corazón, instruido en la escuela de Jesucristo. En otra cita dice Ellen G. White: «A la luz de la ley, Pablo se dio cuenta de que era pecador. Comprendió que había estado transgrediendo la misma ley qué el pensaba haber guardado tan celosamente. Se arrepintió y murió al pecado, se hizo obediente a las exigencias de la ley de Dios y tuvo fe en Cristo como su Salvador…» (WHITE, E. G. Joyas de los testimonios. T. 1, págs. 395-396).
Son citas que me parecen muy claras. Es pues, después de su conversión cuando Pablo hizo esta experiencia. Intentemos explicar lo que dice el versículo 8. Pablo viene de decir, en el versículo 7, recordando el mandamiento: «No codiciarás…» (Éxodo 20: 17). «Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto» (Romanos 7: 8). Entendamos que se trata del mandamiento visto a través de Cristo. Es después de haber descubierto la espiritualidad del mandamiento, que en su voluntad de obedecer, Pablo realiza esta experiencia. Es después de su conversión, cuando Pablo llegó al desánimo, y se dirá «miserable hombre de mí» (Romanos 7: 24). Me gustaría haceros comprender ese sentimiento. Pablo ha mencionado el mandamiento, «no codiciarás». Volvamos al evangelio de Lucas 14: 7, Se trata de la parábola del hombre pretencioso, invitado a las bodas. Se sentó en el primer lugar, y cuando el maestro llegó le diría no, no, está plaza está reservada para personas más importantes que tú. He aquí al apóstol Pablo, convertido, descubre la verdadera belleza de la ley, es invitado y sabe que no debe de ir a la primera plaza, así que se sienta en la última fila. No hace más que sentarse cuando escucha en su conciencia: –¡Bravo! Y se pregunta: –¿Quién me dice esto? Y
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comprende que es el diablo, es el diablo el que le admira; entonces elige un lugar más lejano, en la sombra. Entonces escucha: –¡Bravísimo! Y cuanto más intenta ser humilde, más el diablo cesa de acusarlo, más que acusar, lo admira. Y aquí está el drama, cuando Satanás deja de acusarnos, es porque nos hemos convertido en sus discípulos. Cuando Satanás viene a admirarnos en nuestros esfuerzos de humildad, es entonces cuando estamos bajo su dominio. Es esto lo que Pablo experimentó. ¿Pensáis que desvarío? En el momento que Pablo escribe la epístola a los Romanos, acaba de escribir su segunda epístola a los Corintios, en la cual dirá que tiene un aguijón en su carne, y pide a Dios que se lo quite. Por respuesta se le dice, «bástate mi gracia...» (2 Corintios 1º2: 9), para impedir que te enorgullezcas. El gran apóstol Pablo corría el riesgo de enorgullecerse. Esta fue su experiencia. Tantas veces como nosotros intentemos hacer de la obediencia el medio de nuestra salvación, corremos el riesgo de caer en esta trampa. Es muy importante que comprendamos esto. No trato de decir que no es necesario obedecer, traicionaría el pensamiento del apóstol Pablo. Pablo desea conducirnos a la obediencia, pero no a la obediencia de la ley, sino a la de la fe. No a la obediencia de una lucha contra el pecado, sino la que resulta de la lucha de permanecer en comunión con Jesucristo. «Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo...» (Romanos 7: 25). Es así como podemos alcanzar la libertad, es así como podemos escapar a esta alienación, solamente así se puede alcanzar la paz de corazón y la felicidad en Jesucristo. No quiere decir que nos hallamos convertido en pequeños santos, yo diría incluso que debemos convertirnos en grandes santos, en el sentido bíblico del término. Solamente se llega a ser santo a través de la fe en Jesucristo.
La finalidad de la ley Una última palabra. Cuando el apóstol Pablo dice que «el pecado tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia» (Romanos 7: 8). Trata de hacernos comprender cuál es la verdadera finalidad de la ley. Cuando un médico sospecha que un enfermo tiene diabetes, lo que hace es analizar la sangre o la orina, que le va a revelar el nivel de azúcar en sangre. ¿Acaso el análisis que prueba que existe diabetes va a curar al enfermo? Este médico puede hacer tantos análisis quiera, desde la mañana a la noche, y no irá muy lejos, llevará al enfermo a la muerte. Y esto es la ley. La ley es el medio para descubrir que estamos enfermos. Todavía otra imagen de la medicina: un cirujano que está operando, ve que hay pus en el vientre del enfermo. ¿Acaso se apresura a cerrar? Por supuesto que no. Lo que hace es un drenaje, mediante el cual el pus saldrá de su cuerpo. No es el drenaje lo que cura al enfermo. Esté es el papel de la ley, la ley nos hace tomar conciencia del pecado, pero nunca la ley puede curarnos del pecado. Este es el mensaje de Romanos 7, la ley no puede curarnos del pecado, solamente la gracia de Dios y a ella solamente se puede acceder por la fe.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS P. ¿Cuál es la relación entre el argumento ontológico y la justicia inmanente? R. La justicia inmanente es considerada la que viene de nosotros, y todo lo que demuestra el magisterio de Pablo es que esto es imposible. Sería como decir que es nuestra fe la que nos salva. Empleemos una imagen, la fe sería como una ventana por la que pasa la luz, pero no es la ventana la que nos ilumina, es la luz, pero sin ventana no hay luz. La justicia
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inmanente es justamente lo contrario, es una justicia que vendría de nosotros mismos, que habitaría en nosotros mismos. Pero el argumento ontológico, resulta de la comunión en Jesucristo. Si nos convertimos en una planta con Jesucristo, sýmphytoi, participamos de su naturaleza divina, que es la suya. Es lo que él denomina el argumento ontológico.
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5ª PONENCIA. JUEVES 22 DE MAYO
ROMANOS (V) ROMANOS 7 (continuación) La ley [...] Pero cuando nos apartamos de las leyes de la vida, caemos en las leyes de la muerte. En realidad no hemos escapado a la ley, hemos salido de una ley, para caer en otra. Hemos salido de una ley benéfica, para caer en otra maléfica, pero siempre hay una ley. Así que podemos escoger, en Dios el aspecto amor, con todas las leyes benéficas que eso conlleva, o bien el aspecto fuego devorador, con todas las leyes maléficas que lleva aparejada. Podríamos descubrir tres facetas de la ley. La ley es un hecho directo de la creación. No hay creación posible sin ley. Cuando una esposa prepara una comida, ella sabe si ha de ponerse sal o azúcar. Y si en lugar de poner sal en la sopa, pone azúcar, eso se convierte en algo incomestible. Así que también en esto hay una ley; en todo existe una ley. Así que reflexionemos en esto. Si tuviéramos que comparar los sabios de hoy día, con los sabios de la época de Platón, cinco siglos antes de Jesucristo, veríamos que progreso tan fantástico han hecho los hombres. Las leyes naturales que Sócrates y Platón conocían, no son gran cosa si las comparamos con las leyes que han descubierto nuestros sabios de hoy. El hombre nunca se ha frenado en el descubrimiento de esas leyes. ¿Por qué? Porque no se puede utilizar la naturaleza, si no conocemos esas leyes por las cuales se rige. Si no conocemos las leyes que rigen la electricidad, esa misma electricidad puede destruirnos, pero sí las conocemos podemos aprovechar su luz, calor, imágenes y música; todo lo que nos ofrece. Así que sobre el plano material, las leyes han progresado de forma magistral. Pero, ¿qué ha ocurrido en cuanto a las leyes espirituales, y morales? Si comparamos el conocimiento de las leyes morales y espirituales de la época de Sócrates, con el conocimiento de las leyes morales y espirituales en el día de hoy, podemos preguntarnos ¿Es que verdaderamente hemos progresado? Realmente hemos retrocedido. En la misma proporción que hemos crecido en lo material, hemos retrocedido en las leyes de la felicidad humana. Esta es la razón por la cual aparece la Biblia ante nosotros como algo tan maravilloso. Porque es en ella donde encontramos el camino de la felicidad. Ya sabéis que (Tôrâ, fonética: torá), en griego, significa camino de felicidad, y que se traduce como “ley”. En todo hay ley. El primer aspecto de la ley, es pues, lo inherente a la creación. Segundo aspecto de la ley. La revelación de esa ley. Y aquí el Decálogo juega un papel de primera magnitud. Si todos los hombres del mundo, aceptasen vivir en armonía con el Decálogo, el mundo sería un paraíso. El tercer aspecto de la ley, es el medio coercitivo. Es lo que dice el apóstol Pablo en Romanos 2, aquellos que conocieron la ley serán juzgados por la ley. O bien vivimos en armonía con la ley, o seremos juzgados por la ley. Es lo que el apóstol Pablo irá explicando a través de sus epístolas. Hay todavía un versículo sobre el cual yo quisiera atraer vuestra atención: «…sin la ley, el pecado está muerto» (Romanos 7: 8). ¿Qué quiere decir esto? ¿ Acaso la ley juega un mal papel? ¿Acaso la ley es mala? ¡No! Somos nosotros los malos. Somos nosotros los que hemos heredado una situación caída. Sin la ley, no obstante, el pecado sigue ahí, aunque
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parece muerto. No hay nada que se parezca más a una serpiente viva, que una serpiente que no se mueve, que se hace la muerta. Pero atención, porque si nos acercamos nos morderá. Y esto es lo que el apóstol Pablo quiere decirnos. El poder del pecado está en nosotros, y el papel de la ley es ponerlo en evidencia. Si yo tengo un cáncer, ignorar que lo tengo, ¿me permitirá vivir como si no lo tuviera? Sin duda, no. Si tengo un cáncer es necesario que lo sepa, porque solamente sabiéndolo podré combatirlo. El pecado está en mí, y debo saberlo. La ley me lo hace saber. Esto es lo que Pablo explica en este capítulo 7.
Espirtual y carnal Y ahora, hay que encontrar la solución. El pecado está ahí y corro el riesgo constantemente de caer en él. «Sabemos que la ley es espiritual; pero yo soy carnal, vendido al pecado» (Romanos 7: 14). En varias ocasiones hemos hablado de este versículo. Cuando hemos hablado de la noción de rescate, hemos dicho que no implica una relación comercial, ni entre Dios y el diablo, ni entre Dios y él mismo. Hay que interpretar esta palabra de forma espiritual, significa liberación, es justamente lo contrario que dice Pablo cuando afirma que estamos vendidos al pecado. Y después de decir que estamos vendidos al pecado, afirma que somos carnales. ¿Qué quiere decir esto? No podemos entrar en los detalles, pero al menos vamos a dar una pequeña luz. En 1 Corintios 2, al final del capítulo el apóstol Pablo utiliza otros términos. Dice que no somos yuciko,j [psychikós], es decir, psíquicos. En griego yuch, [psychēº] significa, “alma”. Y a partir del término psychēº, alma, Pablo construye el adjetivo psychikós. Dice que no somos psychikós; es la mejor prueba de que el alma no es inmortal. Puesto que nacemos mortales, y para decir que no somos mortales, dice simplemente que no somos almas. Y pone este término, psychikós, en oposición al término pneumatiko.j [pneumatikós]. En griego, el término, pneu/ma [pneûma] significa, “espíritu”. Al Espíritu Santo se le llama Pneu/ma a[gion [Pneûma hágion]. Cuando fuimos creados por Dios, teníamos ese pneûma, es decir, una relación directa con Dios. Después de la caída, perdimos esa relación directa con Dios. No obstante Dios nos dejó dos aspectos del espíritu; nos dejó el pnoh, [pnoēº], que es el “soplo”, la “respiración”, es la vida física; y nos dejó el nou/j [noûs], la “inteligencia”, la “razón”, la “mente”. Sin embargo, perdimos el pneûma, ya no estamos relacionados directamente con Dios, unidos a Dios. Y como consecuencia ya no tenemos acceso directo a la sabiduría divina. Así que para volver a tener acceso a la sabiduría divina a través del pneûma, debemos pasar por el bautismo, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el Pneûma hágion. Y es la razón por la cual, gracias al bautismo, escapamos a la carga del pecado del primer Adán, y obtenemos el impulso de la gracia del segundo Adán (1 Corintios 2). Al comienzo de 1 Corintios 3 Pablo emplea otros dos adjetivos: sa,rkinoj [sárkinos] (vers. 1) y sarkiko,j [sarkikós] (vers. 3). Veis que solamente cambia una letra, n [n] por k [k]. Estos adjetivos vienen de una raíz, sa,rx [sárx], que normalmente significa “carne”. Ahora bien, cuando leemos “carne” en la pluma del apóstol Pablo, no lo entendamos mal. La carne no es una parte del hombre, no sería esa parte del hombre que podría arrastrarnos a toda clase de pecados sexuales. La carne es el hombre al completo; así que el orgullo, por ejemplo, es un pecado tanto del cuerpo como del alma. Así que Pablo, a partir de la palabra sárx, a hecho el adjetivo sárkinos, y es este adjetivo el que encontramos en Romanos 7: 14, «…yo soy carnal...». ¿Qué quiere decir? Sárkinos es sinónimo de psychikós, y designa al hombre en su estado natural, sin el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este término es
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frecuentemente empleado por Pablo, para designar a un cristiano que está creciendo para llegar a ser adulto, pero es todavía un niño, es decir en la debilidad de su estado natural. En la epístola de 1 Corintios 3, después de decir que somos sarki,noij [sarkínois] (vers. 1), dice que somos sarkikoi, [sarkikoí] (vers. 3), término que describe al hombre que ha pecado. Sarkínois, es el hombre que corre el riesgo de pecar, y sarkikoí, el que ha pecado. Así que fuera del bautismo, corremos constantemente el riesgo de pecar, «…vendidos al pecado» (Romanos 7: 14). Esto es lo que dice Pablo en el capítulo 7. Y termina el capítulo diciendo: «¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo Señor nuestro» (Romanos 7: 24-25).
ROMANOS 8 Culpabilidad versus gracia Será en el capítulo 8 donde Pablo explicará este concepto. Este capítulo es tan hermoso, que siempre temo comentarlo, y no ser capaz de descubrir todo lo que Pablo quiere decirnos. Ya el primer versículo: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu» (Romanos 8: 1). Sabemos, como hoy, el sentimiento de culpabilidad hace daño a la gente. Se hizo hace algún tiempo un estudio, en Estados Unidos, entre personas hospitalizadas, y se comprobó que al menos en un tercio de los enfermos hospitalizados, no había un motivo en la base de su enfermedad. La verdadera causa era que sufrían de un sentimiento de culpabilidad. Si no conseguimos librarnos de la culpabilidad, somos virtuales enfermos. Incluso en nuestro medio, hay muchos hermanos que están tocados de ese sentimiento de culpa. Cuando intentamos la salvación por la ley, no podemos escapar a la culpabilidad, porque si no podemos hacer todo lo que la ley nos ordena, tendremos sentimientos de culpabilidad. Levítico, dice claramente, que solamente si guardamos toda la ley seremos justos. ¿Pero quién puede decir que ha guardado toda ley? Es entonces cuando viene la culpabilidad. El apóstol Pablo lucha contra esto. No olvidemos que él mismo sufrió este problema, y lo refleja muy bien en el capítulo 7 que analizamos ayer, cuando redescubrió la ley a través de Jesucristo. Trató de salvarse por la obediencia fiel a la ley, y fue para él una experiencia dolorosa. Será entonces cuando dirá: «...¡Miserable de mí!... –Porque– …no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago» (Romanos 7: 24,19). Así que él comienza el capítulo 8 con esta magnífica declaración: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.» Os aseguro, que si seguimos teniendo sentimiento de culpa, después de haber escuchado esto, es que no hemos comprendido nada. Se trata de aceptar la gracia de Dios que se nos ofrece. Pero a veces es difícil aceptar lo que se nos ofrece. Tuvimos una experiencia en París, hace unos años. Un señor en la calle, ofrecía billetes de banco a la gente que pasaba por la acera. Algunos se retiraban y pasaban deprisa, como si tuvieran miedo de él. Otros le miraban sonriendo, con aire de incredulidad, pensando, –¿Acaso me tomas el pelo? Nadie se lo creía. Pues esto es lo que hacemos nosotros con la gracia que Dios nos ofrece. Está ahí la cruz de Jesucristo, clamando que su gracia se nos ofrece. Pero nos cuesta aceptarla. Y sin embargo, «...ninguna condenación hay, para los que están en Cristo Jesús». Recordemos:
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«Quiero yo la muerte del impío? Dice Yahvé el Señor...Porque no quiero la muerte del impío...convertios pues, y viviréis» (Ezequiel 18: 23, 32). Pero para cambiar de conducta, es necesario pasar por el nuevo nacimiento. ¿Y que ocurrirá entonces? «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8: 2). Es la conclusión al versículo 1. Pablo no dice, podéis seguir pecando, Dios cerrará los ojos y mirará para otro lado. No, no es esto lo que dice, sino: «…la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, nos ha librado del pecado y de la muerte». Tratemos de comprender esto de una forma muy sencilla. Cuando era niño, vivía en un pueblecito de Bélgica. El día de la Ascensión se inflaba un gran globo, y ¡cómo me gustaba ver aquel espectáculo! Siempre me ha gustado volar. Si hubiera podido, me hubiera gustado pilotar un avión. Así que cada jueves de la Ascensión, iba a la plaza a ver aquel inmenso globo. Y en mi cabecita me decía: –¿Esto, podrá volar? ¿Aquellos metros de tela, lastrados con sacos de arena podrán volar? Yo me decía, están locos. Cuando el gas inflaba el globo, el poder de ascensión era tan fuerte, que había que sujetarla al suelo para que no escapase. ¿Qué había pasado? Vemos dos leyes: la ley de la gravedad, que mantiene pegado el globo a tierra; y en segundo lugar la ley del gas, mucho menos pesado que el aire. Y poco a poco la ley del gas iba neutralizando la ley de la gravedad. Volvamos a nuestro texto. «La ley del Espíritu de vida en Jesucristo, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.» Dos leyes; la ley del pecado y la muerte, que me mantiene atado a tierra, esperando volver un día al polvo, y la ley del Espíritu de vida que va a neutralizar la ley del pecado. De tal manera neutralizará esa ley, que seré liberado del pecado y la muerte. ¿No es esto maravilloso? Pero no olvidemos, que no podemos vivirlo, sino no lo sabemos. Es necesario saberlo y no olvidarlo nunca. Guardar ese pensamiento permanentemente, es lo que tratamos de decir ayer, poniendo en oposición atención y distracción. Y todavía da una explicación mas, en el versículo 3, «porque...». De nuevo la cadena de pensamientos del apóstol. Primer eslabón: «Ninguna condenación haya para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8: 1). Segundo eslabón: «Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte» (Romanos 8: 2). Tercer eslabón, 8:3. «Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne» (Romanos 8: 3). Y esto, «a fin que, –y este es el cuarto eslabón– la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu» (Romanos 8: 4). La justicia de la ley se cumplirá en nosotros, porque no andaremos mas conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. No seremos más psychikós, sujetos, abocados a la muerte; tampoco seremos sarkínois, siempre tentados; y menos todavía sarkikoí, siempre cogidos en la trampa de la tentación; sino que seremos pneumatikoîs, espirituales. Siguiendo su exposición, nos damos cuenta que el lenguaje del apóstol Pablo es de una precisión y de una belleza extraordinaria.
«Semejanza… de pecado» Para mejor comprensión del hilo conductor del pensamiento de Pablo, había dejado de lado el versículo 3. Desgraciadamente este versículo es hoy todavía objeto de grandes
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discusiones teológicas, incluso entre los teólogos adventistas. –Os decía el otro día que es un privilegio ser adventista, porque tenemos el derecho y la libertad de reflexionar, y naturalmente también tenemos el derecho y la posibilidad de equivocarnos. Si impidiésemos el derecho a equivocarse, si destruyéramos el derecho al error, ¿Quién se atrevería a tomar la palabra, sin tener la certeza de que nunca se iba a equivocar?– Así que tratemos de comprender el problema que suscita el versículo 3. ¿Y cuál es el problema? Cuando Pablo dice que Dios «…condenó al pecado en la carne», ¿qué quiere decir? Ya había condenado en primer lugar, al pecado en la ley, aquella ley que estaba grabada en la piedra. Tanto tiempo como la ley estuvo grabada en la piedra, podíamos decir a Dios: –Es fácil para ti condenar al pecado.- Tú no sabes lo que es vivir como nosotros que vivimos en la carne. Recordar lo que dice Ellen G. White. Ella insiste en el hecho que Satán no hace más que acusar a Dios. Por un lado acusa a Dios de imponer a los hombres una ley imposible de guardar, y por otro lado, una vez que el hombre es trasgresor de la ley, Satanás acusa a Dios de querer perdonarlo, diciendo que no tiene derecho de actuar así. Hemos de acostumbrarnos a estas actitudes. Tenemos la excesiva costumbre de no ver a Dios más que a través de nuestro pequeño planeta. Pero Dios es el Señor de todo el universo, y empleando el lenguaje del apóstol Pablo, hay en el universo, «principados, potestades...», espíritus (Romanos 8: 38). Y nosotros no sabemos gran cosa de lo que ocurre entre Dios y el universo, pero existe, y es lo que nosotros denominamos ángeles caídos. Por otra parte, tampoco la Biblia en este asunto nos dice gran cosa. Pero el hecho cierto es que Dios está siendo acusado. Así que Dios, después de haber condenado al pecado en la piedra, Dios va ha condenar al pecado en la carne de Jesucristo. Leemos en el evangelio de Juan: «El Verbo se hizo carne» (1: 14). El término ‘carne’, en el Nuevo Testamento, siempre tiene un sentido peyorativo. Designa al hombre completo en su estado caído. Así que cuando Juan dice que el «Verbo se hizo carne», ya el verbo utilizado, gi,nomai [gínomai], “llegar ha ser”, es interesante. Generalmente se traduce: “ha sido hecho”, y es una traducción incorrecta, puesto que el Verbo no “fue hecho” carne, sino que “llegó ha ser” carne. La Palabra, Cristo, el Hijo de Dios, entró en el tiempo. Salió de la eternidad para entrar en el devenir del tiempo. ¿Y cómo lo hizo? ¿Cómo entró en el tiempo? ¿En la carne de Adán antes del pecado? No. Si no en la naturaleza de Adán después del pecado. El apóstol precisa en Romanos: «Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado...» (8: 3). –Cuando era profesor de Collonges, daba un curso sobre Epístolas y también un curso sobre Cristología donde explicaba que Jesús vino en carne semejante a la nuestra, en la naturaleza del hombre en su estado caído. Tenía un colega, excelente profesor, que en sus clases enseñaba lo contrario. El enseñaba que Jesús vino con la naturaleza de Adán, antes de su caída. Este es el tipo de situaciones que les gusta a los estudiantes, porque cuando pueden poner a un profesor en oposición a otro, les divierte. Así que yo me enteré del asunto, fui a verle, y le dije: «¿Es que puedes decir, que Dios creo a Adán, al primer Adán, en carne semejante a la de pecado?» Reflexionó un momento, meditó unos instantes, y dijo: «No». Así que le dije, «En consecuencia, hay una diferencia entre Jesús y Adán.» Y él tuvo la gentileza y la humildad de reconocerlo.– No podemos decir que Dios creó a Adán en carne semejante al pecado. Después de haber creado a Adán, el texto dice: «Vió Dios que todo lo creado era bueno en gran manera» (Génesis 1: 31). «Semejanza… de pecado» (Romanos 8: 3), ha hecho correr ríos de tinta. Hay quien ha enseñado que Cristo vino con la semejanza del primer Adán antes del pecado. Otros han enseñado que vino en carne semejante a la nuestra.
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¿Pudo Dios crear a Adán en carne semejante a la del pecado? ¡Imposible! Después de la creación, Dios vio que «todo era bueno en gran manera». En consecuencia, esa declaración es en sí misma prueba de que Jesús vino con nuestra naturaleza caída. La semejanza de carne de pecado, es una carne después del pecado. Cristo vino en carne semejante a la nuestra. Ellen G. White, comentando este texto dice con toda claridad que Jesús vino con una carne pecadora, con una naturaleza de pecado. Y emplea esta expresión mas de doscientas veces en sus escritos. Así que ella comprendió perfectamente este texto. Sin embargo, hoy día, hay teólogos que piensan de otra manera. Pero no voy a entrar en detalles, pues hay cosas más interesantes que ver. Volvamos al comentario de Romanos 8. ¿Cuál es el sentido de este versículo 3? Dios no se contentó de condenar al pecado en la piedra, sino que envió a Jesucristo en nuestra misma condición, si bien que el pecado era ahora condenado en la carne, es decir en la naturaleza en estado de caída, que era la de Cristo encarnado. Os recuerdo, de todas formas que hay una diferencia entre él y nosotros, pues Jesús nació por la acción del Espíritu Santo, y nosotros no.
Espíritu Antes dije, que cuando fuimos creados, teníamos el soplo de vida, pnoh, [pnoēº]; teníamos el nou/j [noûs], la inteligencia; y teníamos el pneu/ma [pneûma], la relación directa con Dios. Después de la caída, perdimos esa relación directa, pero Dios la dio a Jesús en su nacimiento, y esta es la razón por la cual, el nacimiento de Jesús es un nuevo comienzo de la historia del hombre. Dios comenzó en el primer Adán y fracasó, y recomenzó con el segundo Adán, y triunfó. De todas maneras, si es verdad que hay diferencia entre Jesús y nosotros en virtud de su nacimiento, esta diferencia desaparece al ser bautizados en el nombre del Espíritu Santo. Y es esto lo que Pablo afirma a lo largo de todos los versículos que siguen: el que vive en la carne ama las cosas de la carne, mientras los que viven según el espíritu aman las cosas que son del Espíritu. El término ‘espíritu’ aparece 22 veces en este pasaje. En el versículo 10 dice: «Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia.» Leamos también, 1 Corintios: «Pero el que se une al Señor, [esto es la fe] un espíritu es con él» (6: 17). Y esto es la fe, que consiste, no solo en saber algunas cosas, sino vivir una relación directa con Cristo. Aquel que se une al Señor, es con él un solo espíritu. ¿No os parece fantástico? Es imposible decirlo de una forma más clara. Y en consecuencia, gracias a Jesucristo, podemos encontrarnos en las mismas condiciones que tuvo él, para vivir de nuevo en armonía con la ley de Dios. El camino ya es totalmente diferente. Ya no es el camino de la fuerza del combate, de la lucha; no es el camino del fanatismo, no es tampoco el camino del farisaísmo, no es un camino en el que se espía a los otros para ver lo que hacen. Es el camino que nace del corazón, es la obediencia del corazón, de la que habla en el capítulo 6, es la ley escrita por el Espíritu en nuestro interior. A veces encuentro hermanos de iglesia que me dicen: –Pastor Stéveny, no estoy seguro de encontrarme en la buena dirección. A los cuales les hago una pregunta: –¿Podríais dejar de guardar el sábado, no vivir el sábado? Si la respuesta es sí, en este caso debo decirles, atención, estáis en un camino peligroso. Se debe a que la ley todavía no forma parte integrante de tu ser. […] Es algo que está escrito en mi ser, en mis genes. No guardo el sábado porque lo dice el cuarto mandamiento. Tengo necesidad del cuarto mandamiento,
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porque me lo dice el que afirma que sin el sábado, la creación no estaba terminada. ¿Sabéis esto? A veces hago la siguiente pregunta. ¿En cuantos días creó Dios? Noventa y nueve sobre cien, responden: en seis días. Pero es falso, Dios termino el séptimo día. El sexto día no estaba terminada la creación, pues el sábado forma parte de la creación. Los judíos lo comprendieron tan bien, que en la gematría, la ciencia que los judíos tenían de razonar por medio de las cifras, hicieron del número 6, la cifra más peligrosa. Pensad en el Apocalipsis como se repite 6, 6, 6, representado en el 666. ¿Por qué es el número más peligroso? Porque se aproxima cerca de Dios para obtener de él, todo lo material, rehusando lo espiritual. Es necesario llegar hasta el séptimo, para estar en la espiritualidad Cuando la ley de Dios está inscrita en nosotros, es solamente en momentos de distracción, cuando corremos el riesgo de olvidarnos de ella.
«Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» Saltemos desde el versículo 12 hasta el 30, al cual volveremos seguramente el sábado por la tarde. Así que detengámonos ahora en el versículo 31 «¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» Me parece una declaración maravillosa. Dios por nosotros; a nuestro favor. Entre los estudiantes, cuando tienen que pasar un examen ante un profesor “hueso”, se preguntan: –¿Tienes enchufe con él? Si no tienes enchufe, haces el examen temblando. Pero con Dios no hay problemas. «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8: 31). De manera, que no solamente no tenemos derecho a vivir con sentimiento de culpa, pues ya no hay condenación, ni debemos vivir en la angustia, pues él está a nuestro favor, Lo cual no quiere decir que no habrá dificultades, no quiere decir que no habrá problemas o sufrimientos. Estamos en un mundo que ha rechazado a Dios, en un mundo que crucificó a Jesucristo, en un mundo que ha puesto a Dios en la calle. Por eso, debemos pedir constantemente lo que él nos enseñó: «Venga tu reino», porque hoy es el reino del príncipe de las tinieblas, que se complace en hacer sufrir, y de forma particular a aquellos que queremos caminar con Dios. Es necesario saber esto. Cuando pasemos por alguna prueba, no digamos: –¿Dónde está Dios? Él ya no está por mí, me ha olvidado. Sepamos que Dios llora con nosotros, sufre con nosotros. Que nuestras penas son sus penas, que nuestros sufrimientos son sus sufrimientos. Así que el hecho de pertenecer a Jesús no nos evitará nunca las dificultades. Hay actualmente una ola de predicadores, especialmente de la televisión en América, dentro del movimiento carismático de iglesias, que invitan a la gente a ir a Jesús, porque él va ha solucionar todos sus problemas. ¿Necesitas salud?, ¿tienes problemas económicos?, ¿problemas con el esposo o con los hijos? Pídeselo al Señor, ¡aleluya! Hay un libro sobre la oración, escrito por un tal Prais (?), que comienza diciendo: –Yo tenía necesidad de un coche, y junto con mi esposa oramos al Señor con mucha fe, durante dos días. Al tercer día nos llamaron por teléfono para reglarnos un coche. Cuando escucho estas cosas, me pongo a temblar, de tal manera es falso que me pondría a gritar. ¿Es esto lo que dijo Jesús? ¡No! El que me sigue debe renunciar a sí mismo, tomar mi cruz y seguirme. Los discípulos estuvieron dispuestos a seguirle. ¿Qué fue de sus vidas? Juan Bautista, decapitado; Esteban, apedreado; Santiago, el hermano de Juan, decapitado; Pedro, crucificado cabeza abajo; Juan, echado en una caldera de agua hirviendo; Pablo, decapitado. Lo que muestra que todos esos predicadores de vía estrecha, se equivocan.
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Pero si caminamos con Cristo en las pruebas, no estaremos sin esperanza, esta es la diferencia. A pesar de todo, podremos disfrutar de una gran serenidad y vivir en la esperanza del amor de Dios, porque «Dios está por nosotros...». [...] Es más importante, y sabemos por qué. Lo cual nos es dicho en el capítulo 5: «Por la muerte de Cristo hemos sido reconciliados con Dios, y por su vida somos salvos» Romanos 5: 10). Como consecuencia, su resurrección era capital. ¿Y que añade en Romanos 8: 34?: «Resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.» ¿Cómo entender esto? ¿Qué entendemos por interceder? Si deseo obtener un favor de alguna persona poderosa, al cual no conozco, trataré de encontrar algún amigo suyo para decirle: –¿No podrías interceder por mí? ¿Es lo que Jesucristo hace con el Padre, en relación con nosotros? No. Qué necesidad hay, si Dios está a nuestro favor.
Jesucristo, nuestro paráclētos Razonemos un poco. La mayoría de los teólogos dicen: si hemos pecado, tenemos un buen abogado que defiende nuestra causa. Es un pensamiento recurrente en casi todos los libritos de escuela sabática. No se cómo os han explicado el texto, pero si contradigo lo que os han dicho, os pido perdón. ¿Cómo debemos entender que Jesucristo es nuestro abogado? Primera observación. Cuando Jesús estuvo en esta tierra, dice Pablo en 2 Corintios 13: 4, que vivió en estado de debilidad. Y sin embargo, en este estado de debilidad, cuando encontraba un pecador que se arrepentía, ¿qué le decía?: «tus pecados te son perdonados». No le decía: «espera un poco, voy a hablar con mi Padre, a ver si él quiere perdonarte». Las cosas no ocurrían así. Con plena seguridad le decía, «tus pecados te son perdonados». Digámoslo claramente, mientras Jesús estuvo en la tierra, a pesar de la debilidad de su encarnación, podía solemnemente asegurar el perdón. ¿Podemos imaginar, glorificado y en la presencia del Padre, su labor sea reducida a la de un mero intercesor, un suplicante? En la tierra, en la debilidad humana perdonaba, y ahora en la plenitud de su gloria restablecida, actuar como simple intercesor. Como veis no parece que encaja bien el problema. Segunda observación. Juan 16: 26-27 habla del momento en que estará con su Padre, y dice: «En aquel día pediréis en mi nombre; y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama.» Dicho de otra manera, ¿qué dice Jesús?: yo no intercederé por vosotros. ¿Se equivoca Pablo, cuando en Hebreos capítulo 7, dice que Jesucristo intercede por nosotros? Son los dos textos donde se dice que Jesucristo intercede por nosotros. Lo que ocurre es que no de la manera como entendemos el verbo ‘interceder’. ¿Qué hacer ante una dificultad aparente? Vayamos al texto griego, y vemos que el verbo empleado es evntugca,nw [entynchánō], que significa “encontrar”, encontrar para algo. Cuando los judíos quisieron matar al apóstol Pablo, el texto dice que ellos intercedieron para matar a Pablo (Hechos 25: 24). Notad, que aquí, el verbo ‘interceder’ no tiene el mismo sentido que le damos nosotros. Interceder significa, “ponerse entre”, “encontrarse”. Así, Jesucristo se coloca entre Dios y nosotros. ¿Para qué? ¿Para defendernos de Dios? No, puesto que Dios nos ama, Dios está a nuestro favor. ¿Entonces para qué se coloca entre Dios y nosotros? Es porque hay un acusador. ¿Nos acordamos de la historia de Job? Dios y Satán se encuentran, y Dios le dice: –¿Has considerado a mi siervo Job? Tan íntegro, tan recto. Y Satán le contesta:
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–Así cualquiera. Tiene todo. ¿Acaso crees que te ama por nada? Él camina contigo porque le guardas. Si tú aceptases que yo le quitase algo, veríamos si no te maldecía. Es por interés que camina contigo. Este episodio debe hacernos reflexionar. ¿Acaso el interés no se mezcla, a veces, en nuestra búsqueda de Dios? ¿Este asunto no nos afecta alguna vez, de una forma u otra? ¡Cuántos cristianos buscan a Dios para evitar el infierno, o la muerte eterna, con la esperanza, más o menos declarada, de que Dios los protegerá, y les evitará toda clase de problemas! Dicho de otro modo, ¿acaso no hay en nosotros mezclado, a veces, un poco de interés? ¿Es nuestro amor por Dios completamente gratuito? Vale la pena plantearse la pregunta. Una vez que Satanás le planteó el problema a Dios. ¿Qué podía hacer? Lo único que Dios podía hacer para demostrar que Satanás estaba equivocado en su juicio, es lo que en lenguaje bíblico decimos: –Te permito que lo toques. Dios lo permitió, no fue el causante, con la excepción de que no tocase su vida. Conocemos la historia. Job lo perdió todo. Sus amigos y su esposa se volvieron contra él. Y Dios le dijo a Satanás: –¿Te das cuenta como Job es justo? Satanás, no satisfecho, le dice: –Quítale la salud, verás como te maldice. Dios cede terreno y le permite tocar su salud, pero con la condición de que respete su vida. Pensemos en esto: Mientras Job mantuvo un hálito de vida, Satanás siguió acusándole, probándole. Sin duda Job, según todos los comentaristas, es un tipo de Cristo, pero a pesar del acoso constante, su obediencia fue hasta el final, incluso mas lejos que Job, hasta la muerte. Si Dios hubiera puesto a Cristo el límite que puso a Job, Satanás seguiría acusándonos. Pero ya no puede hacerlo más, porque Jesús fue en su obediencia, hasta la muerte, incluso hasta la muerte de cruz (Filipenses 2: 5-11). Job era un tipo, y Dios puso un límite. Cristo es el antitipo y no tuvo límite. Ese mismo Cristo que venció, se pone entre Dios y nosotros para protegernos contra las acusaciones de Satanás. En Apocalipsis 12: 7-11, se describe el combate entre Cristo y Satanás. Apenas su nacimiento, Satanás trata de matarlo, pero falló en sus planes, así que persigue a la iglesia, y, versículos 7-10, «Ha sido lanzado fuera, el acusador de los hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. –De forma que, versículo 11:– ellos le han vencido por la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos.» Como dice el apóstol, seguimos a alguien que fue crucificado, y si le seguimos, como dijo Jesús mismo, debemos llevar su cruz. Por eso, termina diciendo el versículo 11, «menospreciaron –no amaron–, sus vidas hasta la muerte». Y sabemos hasta que punto fue así en los cristianos de la época de Jesús. A menudo pagaron con sus vidas la fe puesta en Jesús. Jesús intercede, se pone entre Dios y nosotros, para protegernos de Satanás. Y en la medida que somos uno en Cristo, Satanás no puede acusarnos, como tampoco puede hacerlo con Jesús, porque Cristo ganó la victoria por nosotros. El apóstol Juan dice: «Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5: 4). En la medida que depositamos nuestra fe en Jesús, su victoria es nuestra victoria.. Y llegado este momento, se imponen unas palabras: «Estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2: 1). ¿Qué os sugiere el texto? En el capítulo 1 viene diciéndonos, “si decimos que no tenemos pecado, somos mentirosos, pues todos hemos pecado. Pero si
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pecáis, no os preocupéis, tenéis un buen abogado allá arriba. ¿No es esta la impresión que nos produce la traducción? Yo os daré ahora mi propia lectura del texto. Mi propia lectura es diferente. El término ‘abogado’, es una interpretación del texto griego, y no una traducción. En griego, abogado, se puede decir de dos formas. Está el término que designa aquel que debe instruir una causa, y hay un segundo término para designar aquel que defenderá la causa. Y el término empleado aquí, no es ni el uno ni el otro. El término empleado en el original es para,klhtoj [paráclētos], que viene de dos palabras griegas, klhto,j [clētós] que significa “llamar”; y para, [pará] que significa “cerca de”. Paráclētos es aquel que llamamos cuando tenemos dificultades. Podríamos decir, el socorrista, el médico que llamamos cuando estamos enfermos, la grúa si tenemos una avería en el coche. Paráclētos es el que viene a socorrernos. El apóstol Juan, en su Evangelio, emplea la palabra paráclētos, para designar al Espíritu Santo, el consolador. Ciertamente, el Espíritu Santo es el que viene a consolarnos, no tiene necesidad de consolar a Dios, sino a nosotros. Y paráclētos, en el contexto del Evangelio de Juan, tiene un sentido todavía más amplio. «Os enviaré el paráclētos, él os recordará todo lo que os he enseñado, y os ayudará a comprenderlo» (Juan 15: 26). Así que, paráclētos no significa un abogado que va a defender nuestra causa delante de Dios, sino, aquel que está siempre dispuesto a venir en nuestra ayuda. Antes de subir al cielo, ¿qué nos dijo Jesús? ¿Voy a tomarme unas vacaciones? «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mateo 28: 20). ¿Qué dice pues Juan en su primera Epístola? ¡Atención!, no tratemos el pecado a la ligera. Aquel que cree estar sin pecado es mentiroso (1 Juan 1: 10). Luego en el capítulo 3: «Todo aquel que es nacido de Dios, no peca» (1 Juan 3: 9). Si habéis nacido de nuevo, no podéis vivir en el pecado. Este es un texto terrible.¿Qué escribe el apóstol Juan? Si habéis nacido de nuevo, no solamente vosotros podéis no pecar, sino no podéis pecar más. ¿Notáis la diferencia? Poder no pecar más, pero esto no es lo que dice Juan. No poder ya pecar, esto es lo que dice Juan. Si analizamos el texto de manera correcta, empleando los recursos de la gramática griega, lo que Juan escribe es, que si verdaderamente habéis nacido de nuevo, si tratáis de dejar de ser psychikós, para llegar a ser pneumatikós, ya no podéis vivir en el pecado. No quiere decir que no pecaremos mas, sino que no nos complaceremos en el pecado. Ya no nos consuela decir hemos pecado porque somos débiles. Entre estas dos afirmaciones, está el texto que estamos considerando, cuya traducción literal sería: Si os ocurre que pecáis, no olvidéis que tenéis cerca de Dios a ese que no está de vacaciones, sino que está presto a venir para ayudaros, está a vuestra disposición para eso, es su misión, es su deseo, él será vuestro paráclētos, llamarlo en vuestra ayuda y os sacará de la tentación. De manera que este pensamiento se completa con el del apóstol Pablo. Tenemos cerca del Padre aquel que está entre Dios y nosotros, contra Satanás, y por tanto contra el pecado al cual Satanás trata de induciros. Aquí el círculo del pensamiento de Pablo se cierra. Aquí llega a la cumbre de su demostración. A partir del capítulo 9, hasta el 11 cambia de tema. Y a partir del 12 aborda asuntos prácticos. Toda la problemática de la salvación por la fe, termina aquí con el capítulo 8.
PREGUNTAS Y RESPUESTAS P. ¿Cómo es posible, que si el texto original dice para,klhtoj [paráklētos], haya sido traducido por “abogado”?
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¿Por qué los tractores, en el Evangelio, traducen paráklētos, como “consolador”, y como “abogado” en 1 Juan, siendo que fue escrito al mismo tiempo? Es el mismo autor, y en el mismo momento. ¿Por qué? R. La primera respuesta sería esta: La mayoría de los comentaristas hoy, dicen que la epístola no fue escrita por Juan. Es el resultado de lo que llamamos método histórico-crítico. En lugar de ser fieles al texto, en lugar de hacer exégesis, es decir sacar la verdad del texto, hacen eiségesis, introducen en el texto lo que el texto no dice. Y como están anclados en las ideas de la Edad Media, porque es muy cómodo, ya no tenemos necesidad de hacer, solamente agradecer al Señor y continuar viviendo como queremos, pues la deuda ha sido pagada por Jesús. Esto es muy cómodo. No se preocupan de una mayor investigación. Esta es la razón por la cual sus traducciones están viciadas por aprioris. Podemos afirmar que solamente la iglesia adventista ha llegado a la comprensión de la salvación por la gracia. Es fundamental para nosotros la doctrina de la salvación por la fe, pero eso nos lleva al terreno práctico, al maravilloso valor de los Diez Mandamientos. La justicia y el amor de Dios van siempre juntos y no podemos separarlos. P. Es con relación a la referencia hecha anteriormente sobre Apocalipsis 12. ¿En qué momento histórico podemos situar la lucha entre Cristo y Satanás?: ¿antes de la creación de Adán?, ¿acaso en la muerte de Cristo?, o bien ¿durante el milenio cuando es definitivamente vencido? R. Excelente pregunta. La respuesta me parece viene dada en el versículo 7. «Hubo una gran batalla en el cielo» (Apocalipsis 12: 7). El verbo está en el pasado.11 Y en aquella ocasión Miguel, Jesucristo, y sus ángeles combatieron contra el dragón y sus ángeles. Es el texto mas claro de toda la Biblia para mostrar que hubo, antes de la creación, un conflicto entre los ángeles. Citamos siempre Isaías 14, pero el sentido histórico es la caída del rey de Babilonia, y es necesario hacer una transposición para decir que se refiere a Satanás. También citamos Ezequiel 28, pero aquí se habla del rey de Tiro, y también hay que hacer una transposición para llegar a ver en el rey de Tiro a Satanás. Mientras que en Apocalipsis 12 no hay que hacer ningún tipo de aplicación. Dice claramente que en el cielo hubo una guerra. Es pues antes de la creación, y a partir de este momento Satanás se convierte en el enemigo número uno de Jesús. Nada más nacer Jesús, Satanás pone en el corazón de Herodes el deseo de matarlo. Y a lo largo de todo su ministerio, Jesús fue el objeto de todas las dificultades que puso en su camino. Juan 13 dice claramente que fue Satanás quien entró en el corazón de Judas. Todas estas razones son suficientes para eliminar las teorías de la Edad Media. Así que el conflicto comenzó antes de la creación, continuó en la creación (Génesis 3). Siguió a lo largo de toda la historia de Israel, y cuando Dios se encarna en Jesucristo, el conflicto se hace crucial, y como consecuencia Jesucristo es clavado en la cruz. Ese conflicto es el mismo que continúa hoy. Hemos dicho que Satanás es el acusador. ¿A quién acusa? ¿A los ladrones, criminales y a la gente de mala vida? No es necesario, se acusan a sí mismos. A los que él acusa, es a nosotros que estudiamos la Biblia. Esta acusación al fin del tiempo toma una dimensión tremenda, porque Satanás se disfraza como ángel de luz y emplea un arma nueva. No ya la persecución, sino la seducción. Si estudiamos correctamente Apocalipsis 15 y 16, vemos que Armagedón es la última etapa de la lucha de Satanás para seducirnos. Y este es otro de los temas capital para estudiar.
evge,neto (egéneto), indicativo aoristo del verbo gi,nomai [gínomai]. La acción verbal del aoristo presenta un aspecto puntual o momentáneo, Indica una acción que se toma una sola vez o de una vez por todas, toma el valor de algo cumplido en el pasado. (N. del E.). 11
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Algunos teólogos de nuestra iglesia en los días de Ellen G. White, por ejemplo Uriah Smith, enseñaban que esta batalla sería un conflicto militar. Pero Ellen G. White nunca estuvo de acuerdo con esta interpretación, y creo que era ella la que tenía la razón. He hecho una exégesis muy cuidadosa de este texto, y es muy fácil mostrar que Ellen G. White tenía razón.
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6ª PONENCIA. VIERNES 23 DE MAYO
ROMANOS (VI) ROMANOS 8 (continuación) Ayer exploramos el capítulo 8, donde Pablo da los últimos toques a su pensamiento sobre la gracia. Si estamos unidos a Jesucristo por la fe, recibimos la justicia de Cristo de forma inmediata, es la justificación. Dios no nos ve tal como somos, sino cómo seremos. Sabe que si hemos sido plantados en Cristo, la vida de Jesús transformará nuestras vidas, y ya no nos ve tal como somos todavía hoy, sino como seremos cuando Cristo haya completado su obra en nosotros. Hemos de ser conscientes de todo lo generoso y grande que hay en esta salvación, y al mismo tiempo, todo lo que hay de exigente. Generoso, a la vez que exigente. ¿Por qué generoso? Cuando el ladrón murió en la cruz, pidió se acordara de él, pero no tuvo ni un solo día para vivir una nueva vida en comunión con Cristo. Cosa que no tuvo ninguna importancia, ya que no solamente fue justificado, sino también santificado, salvado. Pero si hubiera podido librarse de la cruz, debería haber vivido una vida completamente nueva, y es en esto donde se manifiesta la exigencia divina. Generosidad, porque no tenemos necesidad de alcanzar la perfección de Cristo para ser salvos; y exigencia, porque si la gracia de Dios no produce en nosotros obras nuevas, si no perseveramos hasta el fin, no podemos esperar ser salvos. Así que, generosidad y exigencia, están perfectamente unidas en la salvación divina. Vimos ayer de forma particular, que si toda la justicia de Cristo está puesta por Dios en nuestra cuenta, y es lo que llamamos ‘justificación’, Cristo desde el cielo está siempre dispuesto a venir en nuestra ayuda, para ayudarnos a salir vencedores de las tentaciones que de parte de Satanás no nos faltarán. Dice Ellen G. White que si Cristo cesase un solo instante de tener cuidado de nosotros, Satanás intervendría inmediatamente para destruirnos. Así que ya vemos hasta que punto es importante el ministerio de Jesucristo en el Santuario Celestial. El ministerio de Jesús no se detuvo en la cruz, continúa con la resurrección, la ascensión y la intercesión. Tema que vimos ayer con suficiente detenimiento, y que no volveremos hoy sobre ello.
Predestinación Sin embargo, hay un pasaje que ayer no consideramos: «Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.» (Romanos 8: 28-30).
Aquí el apóstol Pablo comienza a desarrollar un nuevo tema, que frecuentemente llamamos la predestinación.
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Antes de analizar estos versículos, permitidme recordar las grandes etapas del dogma de la predestinación. Si echamos un vistazo a la historia de la teología cristiana, descubriremos que ha habido dos soluciones propuestas, Una de tipo determinista, y la otra de tipo indeterminista, poniendo la libertad en primer lugar. Generalmente sacrifican la una en servicio de la otra. Raramente se encuentra un sistema que sea verdaderamente homogéneo y coherente. Negar al hombre la libertad es arrebatarle el don más precioso que Dios le ha dado, y en ese momento no queda más que la predestinación, que encuentra su lugar en el plan de la salvación. Por otra parte, negar la predestinación, es correr el riesgo de no encontrar sitio para la gracia. Tratemos de ser precisos a fin de comprender bien este asunto. Todo el problema reside en lo que podemos comprender de la relación entre la gracia y la libertad. Tomemos como punto inicial a Agustín de Hipona. Cuando habla de la gracia, la llama: «auxilium sine quo non perseverare poset». Es decir, «un socorro sin el cual es imposible perseverar». Incluso fue más preciso. Para él, la gracia de Dios es irresistible, ejerce sobre la voluntad del hombre una atracción a la que no puede sustraerse. Adán, antes de la caída, podía no pecar nunca. Agustín de Hipona dice: «Después de la gracia de Dios en nuestra vida, tampoco podemos pecar más.» –Ya hemos dicho algo anteriormente sobre esto–. No es la posibilidad de no pecar, sino la imposibilidad de pecar. Así lo expresa Agustín de Hipona en una cita: «La libertad primera de la voluntad, era poder no pecar, la última es todavía mayor, es la de no poder pecar.» Esta es la posición de Agustín de Hipona: Cuando la gracia interviene en nuestra vida, nos encontramos en la situación en la cual ya no podemos pecar. Agustín de Hipona debió temblar al enseñar esto. Se dio cuenta a que aberraciones podía conducir. Sin embargo continuó enseñando esta idea, diciendo es la verdad, y no puedo hacer otra cosa. Y continúa diciendo: «Tenemos siempre cierta libertad, pero esa libertad no siempre es buena, porque tan pronto es libre en relación a la justicia para servir al pecado, y otras es al contrario». Dicho de otra manera, no somos tan libres de escoger entre pecar y no pecar. Aquí se encuentra ya el germen de la doctrina de la predestinación. Todavía no la doctrina de la doble predestinación, pero estamos muy cerca... La gracia de Dios es una fuerza irresistible, hasta el punto que cuando actúa en nosotros, nos quita el pecado original. –Recordemos que fue Agustín de Hipona el que lanzó la idea del pecado original, idea según la cual todos somos pecadores en el pecado de Adán.– Así pues, cuando la gracia de Dios interviene, este poder del pecado es quitado. La gracia es todopoderosa, y hacemos el bien. Pelagio fue el primero que reaccionó. –Abelardo, recordemos, fue el que reaccionó contra Anselmo de Canterbury en el siglo XI. Y Pelagio fue el que reaccionó contra Agustín de Hipona en el siglo V.– Pelagio no olvida ni la fe, ni la gracia. Escribe un comentario sobre la epístola a los Romanos en la que dice: «La fe es dada a cada uno por Dios, es por la voluntad de Dios que cada uno es llamado a la fe, la gracia no es una influencia irresistible, no es la única que actúa para salvarnos. Para ser salvos es necesario responder al llamamiento de la gracia.» Esta es la posición de Pelagio. Hay toda una serie de matices que se dieron a continuación, entre los cuales hay un teólogo llamado Juan Casiano (360-ca. 435), el cual lanzó lo que se conoce como semipelagianismo. En contra de Agustín de Hipona, Pelagio mantiene la doctrina de la libertad de ser diferentes. Según él, nosotros no estamos nunca definitivamente comprometidos en una determinada dirección. Dice: «Están locos aquellos que enseñan que el pecado nos es
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trasmitido por herencia desde Adán. Al nacer, el niño es tan inocente como Adán en la creación.» El pelagianismo no comprendió totalmente el tema del pecado original. Agustín de Hipona lo comprendió de forma completamente pesimista, pues según él, somos pecadores a causa del pecado de Adán. En cuanto a Pelagio y Juan Casiano, no llegaron a ver suficientemente la debilidad que heredamos de la caída original. He aquí el punto de partida del dogma de la predestinación, con la oposición de Pelagio y de Juan Casiano. Demos ahora un gran salto en la historia, sin detenernos en Tomás de Aquino, y otros y llegar hasta Lutero. Fue en el año 1520 cuando Lutero se convirtió. En esta época comenzó a luchar contra las indulgencias compradas por dinero. Escribe un libro en 1520, publicado en alemán, titulado La libertad cristiana,12 donde defiende la libertad, en contra de la posición de Agustín de Hipona. A penas se publicó, cuando Erasmo, el gran helenista, tomó contacto con Lutero y surgió entre ellos una encarnizada controversia. Finalmente Lutero cambió totalmente su punto de vista, hasta el punto que al final de su vida escribió un libro, no se atrevió a escribirlo en alemán, lo hizo en latín con el título: De servo arbitrio13 [Respecto al albedrío esclavo]. En su primer libro defendía la libertad y en este último, niega que exista la libertad. Esta es su conclusión: «La voluntad es como un caballo –un animal de tiro–, si Dios lo monta, la libertad va allá donde Dios la lleva, pero si es Satanás el que sube al caballo, la libertad va allá donde Satán la lleva.» La libertad no puede escoger entre uno u otro, puesto que ambos se disputan su posesión. Dicho de otra manera, Dios y Satanás se disputan cual de ellos va a guiar nuestra voluntad. Según sea uno o el otro, el que lleve la victoria, haremos el bien o el mal. Parece sorprendente que Lutero enseñara tal doctrina. Pero por sorprendente que nos parezca, es su último pensamiento antes de su muerte. Como vemos, cayó completamente en la doctrina del dogma de la predestinación. Ya no somos nosotros quienes escogemos. Si Lutero hubiera dicho: hay dos que se disputan nuestra vida, Dios y Satanás, y nosotros podemos escoger a uno o al otro; en este caso habría tenido razón. Pero dice: nosotros no podemos escoger, y en consecuencia somos víctimas del combate entre Dios y Satanás. Lutero escribió algo más: «Nadie, cuyo espíritu no haya sido purificado, se sumerja en sus meditaciones sobre la predestinación, pues corre el riesgo de caer en un abismo de horror y desesperación.», O sea, si vuestro espíritu no está purificado, no toques este tema... –Si yo hubiera sido discípulo de Lutero, debería deciros ahora: Si entre vosotros hay alguien que no es puro, que se vaya.– Y sigue diciendo: «Antes bien, que ellos purifiquen los ojos de su corazón contemplando los sufrimientos de Jesucristo. Yo mismo, no enseñaría este tema, si no estuviera obligado por la necesidad de enseñar la materia del curso. –Lutero estaba dando en la universidad un curso sobre la epístola a los Romanos, y al llegar al capítulo 9, sintió la presión que no podía escapar a la predestinación. Y es cuando dijo que no entraría en este tema, si no estuviera obligado por el curso que estaba dando. Y apuntilla– Esto es un vino amargo, un alimento sólido, el verdadero pan de los perfectos; es teología en el sentido amplio del término.»
Esta era, en resumen, la posición de Lutero. 12
LUTERO, M. La libertad cristina [En línea]. <http://www.luteranos.cl/> [Consulta: 16 julio 2008] LUTERO, M. De servo arbitrio [En línea]. Edición parcial en español. <http://www.iglesiareformada.com/Luther_Servo_Arbitrio_1.html> [Consulta: 16 julio 2008]. Edición completa en inglés: Grand Rapids (Michigan): Christian Classical Ethereal Library. <http://www.ccel.org/ccel/luther/bondage.html> [Consulta: 16 julio 2008] 13
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Luego vino Calvino, el gran reformador francés, que llegó al final de esta idea. El presenta la gracia como algo completamente irresistible. Veamos algunas citas de su libro Institución de la religión cristiana: «Dios moldea nuestra voluntad con tal eficacia, que es necesario que ella le siga, se pliegue.» El apóstol Pablo no enseña solamente que la gracia es irresistible, sino que «Dios produce en nosotros tanto el querer como el hacer» (Filipenses 2: 13). Y a partir de aquí toma la idea que es Dios quien dirige todo en nuestra vida, de tal manera que nuestra libertad no puede intervenir. Sigue Calvino diciendo en su libro: «Llamamos predestinación al eterno decreto de Dios, por el que ha determinado lo que quiere hacer de cada uno de los hombres. Porque Él no los crea a todos con la misma condición, sino que ordena a unos para la vida eterna, y a otros para condenación perpetua.»14
Este es el dogma de la doble predestinación tal como fue definida por Calvino. Pretende encontrar esta enseñanza en Romanos 9. Karl Barth –teólogo protestante de gran influencia– nunca fue muy preciso cuando habló acerca de la predestinación. Hacia el final de su vida, confesó, que estuvo tentado acerca del dogma de la salvación universal. La idea básica es: la soberanía de Dios, es tal, que no se le puede oponer la libertad del hombre. Para ser consecuente con este pensamiento, Karl Barth dijo, no hay más que una posibilidad; para concordar la soberanía de Dios con su amor, es necesario creer que salvará a todos. Es una idea que, desde luego, va ganando adeptos cada día. Un comentarista suizo ha escrito: «El dogma de la predestinación, muestra que la idea de la soberanía infinita de Dios, vence a cualquier otra noción. El Dios de Calvino es un infinito de potencia, cuando debería ser definido por su justicia y amor.» Es decir, Dios estaría sujeto por su propia soberanía. Podríamos preguntarnos: ¿qué llevó a los reformadores a pensar de esta manera tan extraña? La causa principal, es que, los reformadores tuvieron tal miedo de la doctrina de la salvación por las obras, que definieron la gracia como siendo todopoderosa. Y lo extraño, es que la idea de la predestinación, pretendan sacarla de Romanos 9. Vamos a tratar de entrar en esta problemática tan delicada. Pero antes de entrar a considerar Romanos 9 «Porque a los que antes conoció, también los predestino...» (Romanos 8: 29). ¿Qué significa “predestinó”? Tanto en griego como en español, la idea es esta: el objetivo a alcanzar está claramente determinado, definido. Pongamos un ejemplo. Hemos decidido ir a París, y nos encontramos en el aeropuerto. Vemos salir vuelos en todas las direcciones, pero nosotros tomamos el avión que va a París. Estábamos predestinados a ir a París. Destinados, pues tomamos ese avión en concreto, y predestinados, o sea destinados anteriormente, puesto que habíamos decidido ir a París. Evidentemente, hasta el último momento, podríamos no haber tomado el avión. La predestinación es el hecho que todo estaba previsto para ir, pero nada nos obligaba, sino nuestro propio deseo de ir. ¿Es que Dios ha establecido una predestinación? Sí. ¿Cuál? Dios querría que todos nos pareciéramos a Jesucristo. ¿Recordáis lo que dijimos el sábado pasado? El hombre tal como Dios lo quiere, no es el hombre que nosotros somos, sino el hombre tal como fue Jesucristo. El verdadero hombre, el hombre a imagen de Dios, es Jesucristo. 14
CALVINO, Juan. Institución de la religión cristiana. T. 2. de Valera, Cipriano (trad.) . Rijswijk: Fundación Editorial de Literatura Reformada, págs. 728-729. En línea: <http://www.iglesiareformada.com/Calvino_Institucion_3_21.html> [Consulta: 17 julio 2008]
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¿Y que dice el apóstol Pablo? Que Dios nos ha predestinado a ser semejantes a la imagen de Jesucristo. Cristo imagen de Dios, no solamente para él, sino de una forma fecunda, capaz de darnos la posibilidad de llegar a ser semejantes a él. Y si nosotros entramos en esa potencia de Dios, que es la gracia, y que hemos llamado el impulso de la gracia, entonces, llegaremos, si tenemos tiempo, a parecernos a Jesucristo. Y esto es lo que dice el propio Jesucristo, «El discípulo no es más que su maestro ni el siervo más que su señor» (Mateo 10: 24). En un pasaje que ayer no tuvimos tiempo de comentar, se insiste sobre este aspecto, «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo.» (Romanos 8: 14-17).
Este es el futuro que Dios nos propone. Pablo estaba subyugado por esta idea y la describe con un entusiasmo inigualable. Dios previó todo para que nosotros pudiéramos llegar a ser semejantes a Jesucristo. Todo este plan de Dios para que lleguemos a ser semejantes a su Hijo, es un destino que Dios escogió anticipadamente. Es por tanto una predestinación. Si nosotros entramos en este sistema de la predestinación. Jesús viene a ser el primer nacido, el primogénito entre sus hermanos, en griego, prwto,tokoj [prōtótokos], término empleado por el apóstol Pablo en contextos diferentes. En un discurso de Pablo en Antioquia, que recoge el libro de los Hechos, dice que por su resurrección, Jesucristo es el prōtótokos, primogénito de entre los muertos. Y si aceptamos la gracia de Dios, Jesucristo se convierte en el primogénito entre sus hermanos, porque tiene la capacidad de hacernos hijos de Dios. Gracias a Jesucristo nosotros recibimos el Espíritu Santo, y él da testimonio dentro de nosotros que somos hijos de Dios. Una pregunta quiero haceros. No para que la contestéis, sino para que reflexiones sobre ella: ¿Escucháis en vosotros al Espíritu Santo decir que sois hijos de Dios? Es una pregunta muy importante. Si no lo oís, tenéis motivos para estar inquietos. Es necesario perseverar en el estudio de la Palabra de Dios, en la oración, y en la contemplación de Jesucristo. En esta contemplación, hay el mismo poder que encontramos en la naturaleza. Cuando contemplamos una pequeña oruga sobre una hoja verde, vemos que se hace verde como la hoja, y si está sobre una ramita marrón, se hace marrón como la ramita. Es el misterio del mimetismo. Y los sabios todavía no han llegado a explicar como se produce. Y sin embargo ahí está delante de nuestros ojos. Si quitamos los ojos de esta pequeña oruga, el mimetismo queda bloqueado. Jesús dijo: «Esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve –contempla– al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna» (Juan 6: 40). No solo mirar, sino contemplar. No solo mirar distraídamente, sino mirar con admiración, con interés, con amor. El que mire de esta forma, será transformado a la imagen de Cristo. Esta es la predestinación, hermanos. No hay que ir a buscarla en ideas espantosas. La predestinación es la puesta en práctica de un plan de salvación completamente maravilloso que sobrepasa nuestra comprensión. Y Dios nos dice, si contempláis a Jesucristo, él crecerá en vosotros. Esta es la predestinación.
«A los que antes conoció...» Volvamos al texto de Romanos 8: 29, «... para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.» Pero no hemos dicho nada
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sobre el comienzo del versículo: «A los que antes conoció...». Os confieso que todos los comentaristas se encuentran aquí ante una tremenda dificultad desde el punto de vista metafísico. ¿Cómo conciliar el hecho que Dios nos ha conocido de antemano, con nuestra libertad? Este es el mayor problema que podemos poner a un metafísico. Henri Bergson (1859- 1941) es el único que me parece ha dado la mejor aclaración sobre este asunto. En un comentario dice: «Nuestra razón está de tal manera estructurada que no podemos conciliar de manera racional la presciencia de Dios con la libertad del hombre.» –Yo mismo, en un momento dado, estuve apasionado por este asunto.– Jean-Baptiste Brondel (1842-1903), autor de un libro sobre este tema, dice: «En la Costa Azul, alrededor de Mónaco se encuentra el mar. Hace unos años, alrededor de este promontorio circulaba una línea de tren. Un día, un barco se encontraba cerca de un extremo de la montaña y vieron venir por la derecha de la línea férrea un tren, y otro en sentido contrario. La gente que estaba en el barco se dijeron, van a chocar de frente. –Brondel continúa– La razón por la cual el accidente se produjo, no es porque la gente previó el accidente. Pudieron prever el accidente porque estaban en otra dimensión, en otro plano. Los trenes estaban en tierra, y el barco en el mar.»
Brondel dice, Dios está en la eternidad y nosotros estamos aquí en el tiempo. Dios que habita en la eternidad puede ver en el tiempo. Cuanto más pensemos en esta imagen, mas comprenderemos que no es válida. Puesto que si reemplazamos estos dos trenes por dos automóviles, no podemos prever el accidente. Los trenes están determinados por los raíles, no son libres. Este ejemplo que da Brondel no es válido. No obstante, hay una parte de verdad en su razonamiento. Con frecuencia tenemos la impresión que la eternidad es tiempo, que se va uniendo a otro tiempo; pero no es así. La eternidad no es tiempo, está fuera del tiempo y del espacio. Claro, yo no soy Einstein y no puedo explicaros esto. Pero sabemos que esto es verdad. Y Dios que está fuera del tiempo, tiene la posibilidad de ver en el tiempo y sin determinarnos. No obstante, hay otra posibilidad de comprender el texto. Cuando Pablo escribe: «A los que antes conoció...» ¿Está pensando en Pedro, Santiago, Santiago, Juan, Jonás u otro personaje bíblico? No estoy seguro de esto. «A los que...», puede ser una declaración anónima, sin correspondencia precisa en la humanidad. Podría ser simplemente una forma que el apóstol escogió para explicar el plan de Dios. Pablo había presentado los dos aspectos de la gracia; la gracia que perdona y la gracia que enseña y nos impulsa hacia el bien. Recordemos la epístola a Tito, es tal vez el texto más claro. «Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres. –Esto está en contradicción con la doble predestinación. Salvación para todos los hombres y no solamente para unos privilegiados. Esto es el perdón, es la justificación, y a continuación tenemos el versículo 12. Y esta misma gracia– nos enseña que, renunciando a la impiedad a los deseos mundanos, vivamos en este siglo, sobria, justa y piadosamente.» (Tito 2: 11-12) Así pues, el apóstol Pablo ha mostrado de forma maravillosa, estos dos aspectos de la gracia, y ahora, en una fórmula general dice, que aquellos a los que Dios conoció de antemano, aquellos a los que Dios vio en su mente, un poco como Miguel Ángel, que antes de empezar a tallar sus obras ya las veía en su mente, «a esos Dios los predestinó, y a los que predestinó también los llamó, y a los que llamó también justificó, y a los que justificó, también los glorificó» (Romanos 8: 30).
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Libertad y libre albedrío Y antes de ir mas lejos, quisiera hacer una distinción entre libertad y libre albedrío. Frecuentemente las confundimos. Lo que nosotros hemos recibido y que comúnmente llamamos libertad, no es la libertad, sino el libre albedrío, es decir, la capacidad de escoger. Y la libertad es el resultado de una buena elección. Por ejemplo, me ofrecen droga, y mi libre albedrío consiste en poder decir sí la tomo, o no. Mi libertad consiste en no tomarla, porque si la tomo quedaré determinado. ¿Veis la diferencia entre libre albedrío y libertad? Un viejo filósofo reflexionaba sobre este tema. ¿Conocéis el asno de Buridán? Había un asno que tenía sed y hambre. Tenía tanta sed como hambre, y se encontraba a la misma distancia entre un cubo de agua y un cubo de avena. Y puesto que no tenía más sed que hambre, sino igual, jamás se decidió a ir primero en busca de una cosa o la otra. Finalmente murió de sed y de hambre. Si reflexionamos, vemos que encierra una gran verdad. Este es el riesgo del libre albedrío; si no lo utilizamos adecuadamente, si no descubrimos la predestinación, corremos el riesgo de quedarnos ahí parados, sin saber que hacer, y morir eternamente. El conocimiento de la predestinación, es el impulso que me llevará hacia la vida. Y este impulso corresponde a mi libertad. Yo no soy libre más que cuando he hecho una buena elección. Si hago una mala elección, termino siendo un pobre hombre. Que doloroso es encontrar hoy jóvenes esclavos de la droga. Mi corazón se enternece cada vez que encuentro algún joven en estas condiciones.
ROMANOS 9 Pasemos ahora al capítulo 9. Los cinco primeros versículos no ofrecen mayor dificultad. El apóstol se hace una pregunta. Puesto que la gracia de Dios es tan hermosa y poderosa, capaz de hacernos hijos de Dios, ¿cómo es posible que los judíos no lo hayan alcanzado? Esto plantea un problema, ¿es que la gracia de Dios ha fracasado con los judíos? Nos damos cuenta rápidamente que si aceptamos la noción de gracia a la que no podemos resistir, la situación de Israel resulta inexplicable. Fueron escogidos por Dios, y sin embargo Jesucristo vino y ellos lo rechazaron. Esto suscita un problema a Pablo, llega a decir que se siente angustiado y triste por sus hermanos. Llega a decir, si yo pudiera, estaría dispuesto a perderme para que ellos se salvasen. Tiene aquí el mismo sentimiento que Moisés tuvo por su pueblo.
Hijos según la promesa Desde el versículo 6 al 13, Pablo nos recuerda que todos los descendientes de Abraham según la carne, no son necesariamente Israel. Son verdaderamente Israel, vencedores con Dios, aquellos que entran en la fe de Abraham para recibir las promesas hechas a Abraham; estos son el verdadero Israel: «No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes. »Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo. Y no solo esto... Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí...» (Romanos 9: 8-13).
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Es necesario hacer una precisión sobre la traducción del versículo 11: «…el propósito de Dios conforme a la elección…» Lo que el apóstol Pablo dice es, que el designio de Dios depende de Dios. En cuanto al versículo 13, como traducción es correcta, pero es necesario saber que aquí se esta utilizando un hebraísmo. En hebreo, amé y aborrecí, no tienen la misma connotación que en español. Estos verbos tienen un significado muy concreto y no sentimental. La mejor traducción sería: «Yo escogí Jacob y rechacé a Esaú». Hay otros textos en los Evangelios que al leerlos recuerdan esta idea. Cuando Jesús dice que si no aborrecemos padres y hermanos, no somos dignos de él. Por supuesto, Dios no nos invita a aborrecer, sino a poner a Dios en primer lugar. ¿Por qué Dios rechazó a Esaú? La respuesta la encontramos en Hebreos 12: 16. Aquí se llama a Esaú, profano. Un profano es aquel que no se interesa en las cosas de Dios. La prueba es que prefirió un plato de lentejas, a la primogenitura, que le daba el derecho de sucesión. Lo que Pablo quiere subrayar en este pasaje, es el hecho que Dios no está tampoco determinado por la historia. Dios no está tampoco determinado por aquello que ha decidido hacer. Normalmente él decidió escoger al primogénito de la familia, pero si el primogénito no le conviene, sencillamente no lo escoge, y en su lugar escoge a Jacob. Este Jacob que luchó con el ángel y llega finalmente a una alianza de fe con Dios.
Dios llama Tomemos ahora, Romanos 9: 14-15, «¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca.» Encontramos otra traducción errónea. –En este capítulo hay varias. A veces, traducir exige una interpretación. Y como los traductores eran frecuentemente calvinistas, y por tanto, a priori, predestinacionistas, introdujeron la predestinación allí donde no existía.– Hago una precisión al versículo 14. La traducción literal es: «¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? –¿En aquello que Dios hace?– ¡De ninguna manera! –dice Pablo–, pues a Moisés dice: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca”» (Romanos 9: 14-15). En el estilo hebraico, a menudo se emplea el paralelismo, y a veces paralelismos en oposición. Así que normalmente nosotros esperaríamos leer aquí: «Yo haré misericordia a quien yo hago misericordia, y rechazaré a aquel a quien debo rechazar». Esto es lo que el estilo hebraico da. Pero no es lo que Pablo escribe. En lugar de oponer el rechazo a la aceptación, él proclama dos veces la misericordia. Dicho de otra manera, estamos en las antípodas de la predestinación según Calvino. Y llegamos a un importante pasaje, versículos 16-18. Esta es la forma correcta como hemos de comprender el versículo 16: «Así, no se trata de querer, ni de correr, sino que lo único que cuenta es la misericordia de Dios.» Puesto que no somos salvos por las obras, dependemos de la misericordia de Dios. Sin la gracia de Dios, nadie puede salvarse, incluso el más fariseo entre los fariseos, como se consideraba Saulo de Tarso, el cual se creía irreprochable antes de conocer a Jesús. Todos ciertamente dependemos de la misericordia de Dios. Este es el versículo 16. Veamos como traduce nuestra Biblia el versículo 17: «Porque la Escritura dice a faraón: “Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra.”» El apóstol está citando aquí un texto del Antiguo Testamento, cuya traducción literal del texto hebreo sería: «Yo te he hecho estar de pie –no, te he
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levantado, pues introduce la predestinación– para mostrarte mi poder». La traducción griega emplea el verbo evxegei,rw [exegeírō], “despertar”. Recordemos a Jesús con sus discípulos en la barca. Cuando la tempestad está en pleno auge, Jesús duerme. Los apóstoles están luchando contra la tempestad. En un momento dado tienen temor de naufragar, y despiertan a Jesús (Mateo 8: 25). Y es este mismo verbo griego, ‘despertar’, el que se utiliza aquí. Verbo que también se emplea en sentido espiritual, como en Efesios: «Despierta, tú que duermes» (5: 14). ¿Os dais cuenta, pues, cual es el sentido del texto? El apóstol está diciendo que Dios quiere hacer misericordia a todos, y es dos veces misericorde. Pero no puede hacer misericordia de forma incondicional, es necesario que la fe responda a su llamamiento. Y la fe viene del oír –dicho en el capítulo 10– Y lo que oímos, viene de la Palabra de Jesucristo. Así pues, si faraón no hubiera escuchado nada, ¿Cómo hubiera podido despertar? ¿Y cómo hubiera podido aprovechar la misericordia de Dios? Por tanto, lo que Pablo dice aquí es que nadie es olvidado de Dios. Faraón en Egipto estaba en una posición nada envidiable, nadie se encontraba en una situación peor que la suya para descubrir a Dios. Sin embargo, Dios llegó hasta él para mantenerlo de pie, para despertarlo, puesto que Dios quiere la salvación de todos, incluido faraón. Así que esto es completamente lo contrario a lo que la traducción trata de hacer decir al apóstol Pablo, algo así como que Dios creó a faraón por el placer de decirle que era más fuerte que él. ¿Qué pasó cuando Dios trató de llamar a faraón? Si releemos el libro de Éxodo, veremos que hay diez textos que dicen: «faraón se endureció.» Y hay otros diez que dicen: «Dios endureció su corazón». Aquí hemos de recordar una regla importante de hermenéutica para leer la Biblia. Consiste en saber que al leer, especialmente el Antiguo Testamento, los autores siempre aplican a Dios –o ponen en su cuenta– lo que Dios no ha impedido. Como ejemplo leamos 2 Samuel 24: 1. Hacer un censo estaba prohibido. Cuando hacían un censo es porque se estaban preparando para la guerra, y Dios lo prohibía. Y aquí leemos que fue Dios quien incitó a David a hacer este censo. «E incitó a David a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá» (2 Samuel 24: 1). Sin embargo, en 1 Crónicas 21: 1 dice: «Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese un censo de Israel.» En 2 Samuel es Dios quien impulsa a David a hacer el censo, y en Crónicas, es Satanás. Así que si no prestamos atención a esta regla hermenéutica, estamos perdidos, puesto que lo que encontramos es una aparente contradicción bíblica. ¿Cómo pues hemos de comprender este pasaje? La verdad es que fue el diablo el que puso en el corazón de David que hiciese un censo, pero puesto que Dios no lo impidió, en el pensamiento judío, se dice que fue Dios quien lo hizo. Es exactamente lo mismo que encontramos acerca de faraón. El faraón se opuso a Dios, por tanto su corazón se endureció, y como Dios no impidió que se endureciera, se puede decir que fue Dios quien le endureció. Aún podríamos presentar la cosa de otra forma. Temed cuando la gracia de Dios pasa cerca de vosotros, si no la tomáis, pues pudiera ser que jamás volviera a pasar. Una gracia que pasa cerca de nosotros, es un llamamiento de Dios, y si no abrimos nuestro corazón, no quedará como antes de ofrecernos su gracia, empezará a endurecerse. Y cuantas más veces se nos ofrezca su gracia, más nuestro corazón se endurecerá. Esto es lo que hay que retener del texto. Lo que significa, que en absoluto quiso Dios impulsar a faraón hacia la muerte eterna. La conclusión se da en el versículo 18: «Dios hace misericordia a quien quiere, y endurece a quien quiere endurecer» (Romanos 9: 18). Porque él llega hasta el extremo de su gracia, y una gracia que no es aceptada, conduce al endurecimiento. No es por un rechazo de amor que va a endurecernos, sino por una sobreabundancia de amor que rechazamos; y entonces, la gracia nos endurece.
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Resumamos, a fin de ser precisos. En los versículos 6-13, ¿qué es lo que Pablo muestra? Muestra que Dios es imparcial. Podría haber en la vida un cierto determinismo natural. Esaú nació el primero, es un determinismo natural, biológico. Pero Dios, que es imparcial, no se deja determinar por este hecho. En los versículos 14-18, muestra que Dios, en su justicia y en su amor, desea prevenir a todos, llamar a todos. Y faraón no fue una excepción. Sin embargo, la gracia divina no llegó a tocarle.
«Vasos de ira» «Pero me dirás: “¿Por qué, pues, inculpa? ¿Quién ha resistido a su voluntad?”» (Romanos 9: 19). Y llegamos en los versículos 19-26, a una tercera etapa del pensamiento de Pablo. Aquí, la gran dificultad se encuentra en el versículo 22: «¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción.» ¿No es esto predestinación? Se trata una vez más de una mala traducción. Tenemos en primer lugar la expresión, “vasos de ira,” en griego, skeu,h ovrgh/j [skeúē orgēs], skeúē está en nominativo, y orgēs en genitivo. ¿Es un genitivo subjetivo u objetivo? Tratemos de decirlo de forma que todo el mundo lo entienda. Se podría traducir, “vasos que excitan su cólera”, pero esto también es falso. Otra forma sería, “vasos dignos de cólera”, también, “vasos saturados de cólera”; o “vasos hechos para la cólera, destinados a la cólera”, y también es falso. –Es lo que dice la versión Reina Valera.– Lo que el texto dice de forma correcta es, “Vasos que han llegado a ser objeto de cólera”. De forma que, no es Dios quien ha hecho vasos para la cólera, sino que nosotros, como vasos, hemos vivido de tal forma que merecemos la cólera de Dios. –Como paréntesis, debo señalar, que cuando leáis, “la cólera de Dios”, no lo asociéis a la cólera tal como nosotros lo entendemos. La “cólera de Dios” como expresión bíblica, quiere decir la justicia de Dios. Si calentamos un trozo de hierro en el fuego, y luego lo introducimos en el agua, ¿qué hace? Crepita, es un chirrido. Si colocáis el pecado delante de Dios, ¿Qué produce? El mismo efecto. Esto es la cólera de Dios. La imposibilidad que Dios tiene de acomodarse al mal, es algo imposible, no puede vivir junto con el mal. Si queremos aproximarnos a Dios haciendo el mal, creamos una especie de reacción que se ha traducido, que se ha llamado, “la cólera de Dios”.– Así pues, si somos esos vasos que practican el mal, provocamos la cólera de Dios. Volviendo al texto, –leamos Romanos 9: 22– ¡Qué opuesto a la noción de la predestinación! Si Dios los hubiera creado para hacer el mal, no hubiera usado de su paciencia para soportarlos. Si tiene que tener una gran paciencia para soportarlos, es a causa de su comportamiento. El final del versículo, exige de nuevo, ser bien comprendido. Dios «soportó con mucha paciencia los vasos de ira» –traducción literal–. No formados para la perdición, sería la traducción correcta sería: «que han actuado de manera que marchan hacia la destrucción». No es Dios quien los hizo para la perdición, sino son ellos que actúan de tal manera, que corren hacia la perdición. Y Dios ha estado soportándolos con gran paciencia. Durante mucho tiempo Dios soportó a faraón. Multiplicó sus llamamientos, multiplicó sus actos poderosos para mostrarle que él era el Dios todopoderoso. Sin embargo, faraón lo rechazó.
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«…solo el remanente será salvo» Desgraciadamente hay en la humanidad mucha gente que rechaza. Por eso, Pablo en el versículo 27 cita al profeta Isaías, diciendo que tan solo un remanente será salvo. –Tema que exigiría un largo comentario. No obstante digamos unas palabras sobre, solamente un remanente será salvo.– Si estudiamos de manera detallada todos los pasajes del Antiguo Testamento donde aparece la noción de “resto”, descubrimos lo siguiente: 2ª Noción: El resto es lo que escapa a la destrucción. Noé y su familia en relación con el diluvio. 2ª Noción: El resto es aquello que escapa a la corrupción de las ideas religiosas. Elías en relación con Acab y Jezabel. Israel había cedido al sincretismo. Habían mezclado el paganismo con la revelación divina, y tan solo un resto fue salvo y escapó a la seducción de Satanás. Aquí se podrían combinar las dos ideas. El remanente es aquel que aceptará la revelación de Dios, el llamamiento de Dios a entrar en la predestinación de Dios, y en consecuencia escapará a la condenación.
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CULTO DEL SÁBADO 24 DE MAYO
LA OBEDIENCIA DE LA FE El sábado pasado tuve el privilegio de hablaros de Cristo. Ellen G. White escribe en uno de sus libros, que no hay ningún tema a considerar que merezca más nuestra atención, que el de Jesucristo... Dice que deberíamos contemplar cada día a Jesucristo (WHITE, E. G. Exaltad a Jesús, págs. 138, 234). En la epístola a los Romanos, que hemos estudiado esta semana, nos ha conducido en esta dirección. Hemos vista que Pablo jamás está en contra de la obediencia, pero si combate cierto tipo de obediencia. Combate la “obediencia de la ley”. Lo presenta de esta manera: la obediencia de la ley es aquella que conduce al orgullo. Cuando tenemos la impresión de haber hecho lo que teníamos que hacer, pues el riesgo consecuente es caer en el fanatismo. Tener una mirada dura hacia los demás, sentimientos de crítica hacia todo o todos. Un poco como el fariseo de la parábola de Jesús, que agradecía a Dios no ser como aquel pobre publicano. Aún hay otro escollo al cual conduce esta obediencia. Si no tenemos el sentimiento de haber alcanzado el objetivo cristiano, caemos en la angustia, sufrimos depresión y caemos enfermos. Es este el tipo de obediencia que combate el apóstol Pablo. La reemplaza por lo que él llama «la obediencia de la fe» (Romanos 1: 5). A lo largo de esta semana, hemos visto como su pensamiento se articula alrededor de dos polos principales: El primer polo, es la justificación por la fe. Es gratuita. Es el regalo de Dios. Es el don del amor divino. En este marco, toda la justicia es cumplida por Jesucristo a través de una difícil obediencia, y es puesta para nuestro beneficio. Jesucristo obedeció de manera perfecta, y si nos unimos a él por medio de la fe, es como si nosotros mismos hubiéramos obedecido en él. Es como si nunca hubiéramos pecado. Es así como el apóstol Pablo puede decir, al comienzo del capítulo 8: «Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús». Este es el primer polo del pensamiento del apóstol Pablo. El segundo polo, es aquel que nos conduce a «la obediencia de la fe». Trataré de resumir lo esencial del pensamiento del apóstol Pablo sobre este asunto.
SANTIFICACIÓN En 1 Tesalonicenses nos dice: «La voluntad de Dios es vuestra santificación» (4: 3). El apóstol es claro y concreto. No dice, bueno... esto es algo que le gustaría al Señor. Tampoco dice, deberíais de intentarlo. La declaración es rotunda: lo que Dios quiere es vuestra santificación. Cualquiera que no toma esta afirmación en cuenta, está al margen del pensamiento de Pablo. La pena es que muchas iglesias cristianas olvidan esto. Insisten en la salvación por la gracia divina, insisten en la justificación por la fe –y tienen razón–, pero olvidan las implicaciones de la santificación. Y lo que Dios quiere es nuestra santificación. En Hebreos encontramos un complemento a este pensamiento: «Seguid la paz con todos, y la santidad –santificación– sin la cual nadie verá al Señor» (12: 14).
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Los textos abundan tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento, mostrando que no podemos entrar en el reino de los cielos siendo pecadores, puesto que Jesucristo no nos salva en nuestros pecados, sino arrancándonos del pecado. Un médico no cura a un enfermo dejándolo en la enfermedad, sino haciendo todo lo que está a su alcance para arrancarlo de la enfermedad. Nosotros estamos afectados de una enfermedad mortal que es el pecado. Durante esta semana hemos analizado el vocabulario paulino, y hemos visto que la naturaleza del pecado consiste en separarnos de Dios, y el resultado es, que, fallamos el objetivo. El blanco es la felicidad, la felicidad ahora, hoy y hasta la eternidad. Pero el pecado nos separa de este blanco. Entonces, ¿cómo alcanzar el blanco? Tenemos necesidad de la santificación. Y, ¿cómo podemos alcanzarla? Veamos cuatro caminos propuestos. Cuatro vías diferentes para tener acceso a la santificación. Primer Camino, al que llamaré de la filosofía griega. El hombre debe alcanzar ser bueno, o ser hermoso. Pero esto es un ideal a contemplar, que nadie puede alcanzar. Por tanto sería inútil preocuparse de una manera excesiva. El hombre es como es. La perfección, la bondad, la justicia, la santificación, es un ideal y no hay que olvidarlo. Así que contemplémoslo de lejos, no podemos alcanzar ese ideal nunca. Para decirlo en términos religiosos, el pecado es una fuerza que no podemos combatir, somos pecadores y así permaneceremos. Quizás, esto os sorprenda, sobre todo a aquellos que no han seguido la temática de la semana. Es en cierta medida a la conclusión que llegó Lutero mismo. La fórmula que resume todo el pensamiento de Lutero es: siempre, y al mismo tiempo, pecador y justo («simul justus et pecator»). Siempre justos por nuestra fe en Jesucristo, y siempre pecadores porque nuestros genes, nuestra naturaleza es así y no podemos cambiarla. Deseo que lleguéis a comprender hasta que punto debemos ir más allá de la comprensión que Lutero tenía sobre la justificación por la fe. En su tiempo, hizo un servicio maravilloso a la humanidad mostrando que no somos salvos por las obras, sino por la gracia de Dios. Pero no vio hasta donde la gracia puede conducirnos. Su concepción sobre la santificación no fue completa. Muchos son los textos que muestran claramente, que hemos de ir mucho más lejos. «Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido» (1 Juan 3: 6). Una afirmación como esta, muestra, que la declaración de Lutero es falsa, y necesariamente hemos de ir más allá. He aquí pues un primer concepto sobre la santificación. Tenemos el derecho de pensar en ella, tenemos derecho a soñar con la santificación, pero no nos hagamos ilusiones, el pecado está en nosotros y no podemos librarnos de él. Tengo la convicción, de que esta concepción no corresponde a la revelación divina, puesto que Dios no nos salva en nuestros pecados, sino del pecado. Segundo Camino, que llamaremos el camino de la obediencia. Según esta propuesta, la santificación es una orden que debemos cumplir. Sería una serie de cosas que es necesario hacer. Todas las religiones del mundo, incluso las paganas, han seguido este camino. Hay toda una serie de cosas que hay que hacer. Hay que ir a la Meca. Hay que hacer toda una serie de gestos. Cuando llega el momento preciso, hay que inclinarse en tierra y hacer la oración. Pero no son solamente los musulmanes los que siguen este camino. Fue también el camino de los judíos. En Éxodo 20, encontramos el Decálogo, y en el capítulo 24, ¿qué encontramos?: «Moisés vino y contó al pueblo todas las palabras de Yahvé, y todas las leyes; y todo el pueblo respondió a una voz, y dijo: Haremos todas las palabras que Yahvé ha dicho» (Éxodo 24: 3). Y el camino de la santificación se convirtió en la ejecución de las leyes de Yahvé. Los judíos tenían tanto miedo de no
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alcanzar su objetivo, que multiplicaron las explicaciones a propósito del Decálogo. En lugar de retener los mandamientos, se fabricaron 613 leyes. Este era el camino judío de la santificación. A veces, nosotros adventistas, hemos seguido este mismo camino. Espero no me entandáis mal. Tenemos toda la razón en ir más allá de la concepción de Lutero, pero hemos de entrar por el buen camino. Es frecuente encontrar hermanos que ven la perfección sobre un plano moral, en el camino de las ordenanzas a cumplir y que se preguntan todo el día: ¿habré hecho esto bien?, ¿lo habré hecho mal? Esta búsqueda de la perfección les conduce, bien al orgullo religioso, menospreciando a los demás, o a la depresión religiosa como he dicho anteriormente. Este camino es muy peligroso. El apóstol Pablo no cesa de decir en la epístola a los Romanos, que este no es el camino de Dios. De un extremo a otro de sus epístolas insiste sobre esto. Hemos leído durante la semana tal cantidad de textos sobre este tema, que ahora sería imposible citar. También Ellen G. White insiste en este asunto. En diferentes ocasiones, en sus escritos dice que no es por la obediencia que alcanzaremos la santificación. Prestemos atención a esto. Cuando el apóstol Pablo dice que la obediencia, no es el camino de la salvación, no dice que no sea necesario obedecer, justamente dice lo contrario por todas partes. Desde las primeras palabras de la epístola a los Romanos, afirma que su objetivo es conducir los paganos a la obediencia: «Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados» (Romanos 2: 13-14). «¿Luego por la fe, invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley» (Romanos 3: 31). «De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno» (Romanos 7: 12). Y ya al final de la epístola, capítulos 15 y 16, recuerda la necesidad de la obediencia. De la misma manera Ellen G. White insiste sobre la obediencia, pero al igual que el apóstol Pablo, hace una distinción entre la obediencia de la ley, y la obediencia de la fe. Veamos un ejemplo doloroso para tratar de comprender la diferencia. Estamos al final del ministerio de Jesús. En varias ocasiones han intentarlo matarle porque no soportaban sus enseñanzas. Jesús mismo dijo un día a sus hermanos: «El mundo me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas» (Juan 7: 7). Llegamos al final de su ministerio, y Caifás organiza un plan para matar a Jesús. Pero era la fiesta de la Pascua, y sus principios le decían: –No podemos fallar la fiesta de la Pascua, pues participar en la Pascua es una de las obras conducen a la salvación. Un poco como los musulmanes que deben de ir la Meca. Así que su plan era presionar a los romanos, de manera que la crucifixión terminase antes del comienzo del sábado. Su concepción era: –Hay que guardar el sábado, es necesario guardar la ley, es necesario obedecer a Dios, así que precipitemos las cosas, a fin que el Hijo de Dios muera suficientemente pronto y los judíos puedan guardar el sábado. No se puede ver ejemplo más dramático que este, para mostrar que se puede estar obedeciendo a la ley de Dios, y al mismo tiempo crucificar a Jesucristo. Vemos pues que peligroso es este camino. Como adventistas tenemos necesidad de reflexionar en esto seriamente. Puesto que enseñamos la salvación por la gracia de Dios, y cuando preparamos a alguien para el bautismo, le preguntamos si está dispuesto a guardar los Diez Mandamientos. Se trata pues de establecer una unión adecuada entre las dos cosas. Aquel que continúa pensando que debe obedecer, para ser salvo, no entiende los escritos del apóstol Pablo, ni las enseñanzas de Jesús, ni los de Ellen G. White. Todo el Sermón del Monte está para mostrarnos que si nuestra justicia no sobrepasa la de aquellos que obedecen la ley por si misma, no entrarán en el reino de los cielos. No me voy a alargar más sobre este punto, pues sé que todos me habéis comprendido.
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La santificación no es, ni un ideal a contemplar. Yo llamaría a esto, la respuesta de Platón. La santificación no es tampoco una serie de ordenanzas a cumplir, lo que llamaría, la respuesta judía. Tercer Camino, que llamaría, el camino de la imitación de Jesucristo. Ya sabéis que se han escrito muchos libros acerca de como imitar a Jesucristo. Según sus autores, la santificación no se limita en cumplir ciertos principios, sino consiste en imitar a Jesucristo. Sin duda, encontraremos algún texto en favor de esta posición. «Sed imitadores de mí, como yo de Cristo» (1 Corintios 11: 1). Incluso Ellen G. White, en alguno de sus escritos afirma lo mismo. Aquí nos encontramos frente al mismo problema que el de la obediencia. Debemos alcanzar la obediencia, todo el problema consiste en saber, ¿cómo? Debemos imitar a Jesús, y el problema es el mismo, ¿pero cómo? Si nos contentamos en imitar a Jesucristo como los judíos observaban los Diez Mandamientos, ¿cuál será el resultado? Lo hemos visto durante esta semana. Cuando Saulo de Tarso descubrió el Decálogo a través de Jesús, él, que se creía irreprochable según la ley, se reconoce no solamente pecador, sino vendido al pecado, esclavo del pecado, un hombre alienado, un hombre que no era libre de su destino. Y durante un cierto tiempo, el apóstol Pablo intentó guardar los Diez Mandamientos tratando de imitar a Jesucristo. Al final se ve obligado a lanzar un grito doloroso de desesperación: «miserable hombre de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» (Romanos 7: 24). Por tanto, hemos de darnos cuenta, que este camino conduce a la desesperación… Conduce a la desesperación en la misma medida en que Jesucristo es un modelo inalcanzable. Es tan perfecto, tan grande, tan bueno, tan santo, que imitarlo se muestra imposible. Nos es necesario pues encontrar otro camino. La santificación no es un ideal que hemos de contemplar como un sueño; no es tampoco una ley a la que hay simplemente que obedecer; tampoco es un maestro al cual hay que imitar. Entonces, ¿qué es? Cuarto camino. El camino que el apóstol Pablo nos propone: la obediencia de la fe. Leamos Gálatas 2: 15-21. Es una epístola dependiente de la epístola a los Romanos. Extraigamos algunas ideas de este pasaje tan rico en enseñanzas. «Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley» (Gálatas 2: 16). Esto condena claramente el segundo camino: La propuesta de la obediencia a la ley. «... también nosotros somos hallados pecadores» (Gálatas 2: 17). Es la condenación del primer camino. ¿Cuál es la respuesta del apóstol Pablo?: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2: 20). Los que habéis seguido esta semana, recordaréis que nos hemos hecho esta pregunta. Hemos nacido bajo la dependencia del primer Adán, y bajo ella estamos unidos al pecado. Pero Jesucristo, el segundo Adán, es venido y ha iniciado una nueva creación, una vuelta a empezar. En Jesucristo, Dios toma todo en su mano y va ha poner todo de nuevo en orden. Por la gracia, podemos aprovechar el impulso que Jesucristo nos da hacia la obediencia. ¿Es suficiente con considerar a Jesús como alguien exterior a nosotros? ¿Es suficiente imitar a Jesús? No. El tercer camino tampoco es válido. Seguro que más de una vez os habrán aconsejado, y sin duda con razón, que cuando estéis delante de un problema, y no sabéis como resolverlo, os preguntéis: ¿qué haría Jesús si estuviera en mi lugar? Muy buena pregunta. Pero cuando sabemos la respuesta, ¿Nos da fuerza para llevarlo a cabo? Os dejo a vosotros la respuesta. La buena pregunta, no es, ¿qué haría Jesús en mi lugar?, sino, ¿qué hará Jesucristo en mí, cuando esté en un problema? Porque, «ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí». En este punto, nos encontramos
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en el corazón de la revelación divina, y nadie a insistido más y mejor que el apóstol Pablo. Veamos rápidamente dos o tres textos solamente, pues hay muchos más: «¿O no conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros?» (2 Corintios 13: 5:). « Que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Colosenses 1: 27). «Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gálatas 4: 19). No somos nosotros quienes debemos imitar a Jesucristo con nuestras propias fuerzas, sino que es Jesús quien viene a nosotros, y desde dentro va ha transformarnos. Recordemos: «Porque si fuimos plantados juntamente con él...» (Romanos 6: 5). En Jesucristo llegamos a ser una misma planta; su,mfutoi [sýmphytoi] dice el texto griego. Y en el capítulo 8, llegados a ser con Cristo una sola planta, seremos metamorfoseados por Dios, y aquí el apóstol emplea el verbo summorfi,zw [symmorphízō], que significa, “ser metamorfoseado”, “ser transformado” por Dios. Así que no serán mis fuerzas las que actuarán, no será mi orgullo de obediencia el que me conducirá a la santificación [...] Sino, será mi comunión con Jesucristo, gracias a la fe, y él producirá en mí la obra de Jesucristo. Aunque sea brevemente, citemos algunos textos que muestran la consecuencia de vivir Cristo en mí: «Mas nosotros tenemos la mente de Cristo» (1 Corintios 2: 16b). Hermanos, ¿podemos decir que tenemos la mente de Cristo? No podemos decirlo, a menos que conozcamos la mente de Cristo. Si no hacemos lo posible por conocer cual es el pensamiento de Cristo, nunca llegaremos a tener el pensamiento de Cristo. Podemos tener ese pensamiento desde fuera, pero no sirve, es necesario que ese conocimiento sea interno. El apóstol Pablo dirá a la iglesia de Corinto como algunos «tendréis una prueba de que Cristo habla en mí» (2 Corintios 13: 3). ¿Hablamos nosotros las palabras de Jesús? Nunca un pensamiento se hace algo preciso, hasta que se convierte en palabra. Un pensamiento que no se expresa en palabras, es un pensamiento que no conduce a nada. Así que nos son necesarios el pensamiento y las palabras de Jesucristo. Si Cristo vive en nosotros, ¿significa que nuestra vida estará libre de problemas? Leamos «Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús» (2 Corintios 4: 11). El mismo Pablo lo vivió en su propia carne. «Para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí» (Colosenses 1: 29). Una última manifestación en nuestro carácter de esa manifestación de la presencia de Cristo en nosotros: «Porque Dios me es testigo de cómo os amo a todos vosotros con el entrañable amor de Jesucristo» (Filipenses 1: 8). Tener en nosotros la ternura de Jesucristo será posible si aceptamos pasar por el arrepentimiento, lo cual no es simplemente lamentar haber cometido pecados, sino toda una transformación de nuestro ser interior. Entonces podremos decir con Pablo: «He sido crucificado con Cristo», y la consecuencia es, que «no vivo yo, sino Cristo en mí» (Gálatas 2: 20). Tengo los pensamientos de Cristo, las palabras de Cristo. No escapo a sus sufrimientos, pero estoy en la verdad y recibo su poder espiritual y su amor He aquí hermanos el camino de la santificación, la necesidad de que Cristo viva en nosotros.
Ilustración sobre Felix Mendelssohn (1809-1847) Felix Mendelssohn fue un gran músico. Escribió magníficas obras religiosas para órgano. Se cuenta, que un día entró en una catedral. El organista estaba justamente interpretando una de sus obras. Se dio cuenta que tenía alguna dificultad para interpretarla, así que se acercó
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a él y le preguntó si le permitiría tocar la partitura. No, le respondió, es imposible. Pero le rogó por segunda vez con insistencia. En contra de su voluntad se lo permitió. Cuando escuchó aquella melodía interpretada por el maestro, el pobre organista creyó que estaba en el cielo. A veces nosotros somos como este organista. Tratamos de interpretar la obra de Cristo, poniendo el máximo de buena voluntad, mucho esfuerzo, y a veces mucho sacrificio, pero el resultado no es muy aceptable. Así que Jesucristo se pone a nuestro lado y nos dice: «Déjame que toque por ti». Es esta la pregunta que Jesús nos hace esta mañana: «¿Me dejas a mí?» ¡Ojalá! sea un sí por respuesta, plena de gratitud hacia nuestro redentor.
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7ª PONENCIA. SÁBADO 24 DE MAYO
ROMANOS (VII) ROMANOS 9 (continuación) Predestinación Lo tratado ayer, necesitaría un desarrollo mucho más profundo, pues el tema que denominamos “la predestinación”, tal como lo presenta la cristiandad en general, choca con lo que dice realmente las Sagradas Escrituras. Algunas declaraciones del apóstol Pablo merecen ser consideradas atentamente, si queremos evitar caer en la trampa de la predestinación. «El cual, quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad» (1 Timoteo 2: 4). Según este texto, cabe la posibilidad de sacar la idea de la salvación universal. Dios quiere la salvación de todo el mundo. Pero esto no es correcto. El verbo que Pablo tendría que haber empleado para decir esto, es el verbo griego bouleúw [boueýō], pero el verbo que utiliza es qe,lw [thélō], que significa “desear algo”, “querer de forma intensa”, pero no de manera apremiante. Este texto es de gran valor para nosotros. Dios desea intensamente la salvación de todos los hombres, sin embargo no empujará a nadie, y por supuesto tampoco rechaza a nadie de forma sistemática. Otra declaración que viene a completar la anterior: «Porque no nos ha puesto [destinado] Dios para ira. –¿Nos damos cuenta? Es justo lo contrario de la doble predestinación calvinista de la que hablamos ayer. No nos ha destinado a la ira. ¿A qué nos ha destinado?– Sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesalonicenses 5: 9). ¿Y cómo podemos alcanzarla?: «Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Romanos 10: 13). He aquí como el apóstol Pablo confirma de manera maravillosa, lo que ya el profeta Ezequiel había enseñado. ¿Qué nos dice Dios a través del profeta Ezequiel?: «¿Acaso quiero yo la muerte del pecador? No, lo que quiero es que cambie de conducta y viva» (Ezequiel 18: 23). He aquí la noción que debe dominar nuestra investigación y comprensión sobre la predestinación. Es de este modo, como ayer tratamos de comprender Romanos 9. Y llegamos al final de este capítulo 9: «¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia que es por la fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo» (Romanos 9: 30-32).
Esta es la conclusión del capítulo 9.
Israel Y podríamos abrir aquí todo un debate sobre el pueblo judío. Ya sabéis como se ha tratado de resolver el problema judío en la sociedad contemporánea. Una de las concepciones ha sido el rechazo, apartarlos, considerarlos como indeseables, e hicieron del antisemitismo una concepción que nosotros no podemos admitir de ninguna manera.
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Una segunda posibilidad es, la “asimilación de los judíos”. Repartidos por todo el mundo, hay que reconocer que han tenido mucha dificultad para ser asimilados de forma real. Y hay una tercera posibilidad; la restauración nacional. Fue en el año 1897 cuando esta concepción fue lanzada por Theodor Herzl (1860-1904). Y es a partir de esta fecha cuando comienza la instalación del pueblo judío en Palestina. ¿Cuál es el problema bíblico que todo esto presenta? Leamos Isaías He aquí lo que Dios dice a su pueblo: «...para... que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra» (Isaías 49: 6). Dicho de otra manera, Dios quería hacer de su pueblo escogido una nación de predicadores al mundo entero. Israel debería haber llevado el nombre de Dios a todo el mundo. Es para esto que fue escogido, no para que se encerrara en sus propias fronteras. Y si no comprendemos esta realidad, corremos el riesgo de mal interpretar multitud de textos en relación con Israel. Israel nunca debería haber caído en el nacionalismo. Su misión era predicar a Dios. Permitirme resaltar tres elementos capitales que el pueblo de Dios debía predicar, y que desgraciadamente fracasó: La absoluta trascendencia de Dios. Pero el pueblo de Dios cayó en la idolatría. Dios, el verdadero legislador, el verdadero revelador de las leyes de la vida. Es imposible crear, sin ser legislador. Aquel que construye un automóvil nos da un manual de instrucciones, y si no seguimos correctamente las instrucciones, pronto estropearemos el coche. Cuando un ama de casa prepara una buena comida, sin duda hay una receta; no ponemos sal o azúcar de cualquier manera. Así, vemos, que cualquiera que crea algo, se convierte en legislador. Dios es el creador, y por tanto es legislador. Y esta era la segunda misión de Israel, mostrar hasta que punto sus leyes son espirituales. Sin embargo, Israel cayó en el formalismo. La misión de Israel, era mostrar a Dios como aquel que dirige todas las cosas. Es decir, la teocracia. Ya sabéis lo que pasó en tiempos de Samuel. Los hijos de Elí, sumo sacerdote, actuaban mal, y como consecuencia Israel no se dejó conducir por ellos y reclamaron tener un rey. Samuel creyó que era a él a quien rechazaban, así que Dios reaccionó rápidamente, y le dijo: «no es a ti a quien rechazan, sino a mí» (1 Samuel 8: 7). También aquí hay un tema de reflexión muy amplio. Es el giro mas grave de la historia de Israel. Es a partir de aquí que Israel fracasó en su misión como pueblo escogido. ¿Quién es el responsable? ¿Elí y sus hijos? Los jefes religiosos que no habían cumplido con su cometido. ¡Qué gran responsabilidad la de dirigir al pueblo de Dios! Ya sea como pastores, ancianos de iglesia, directores de escuela sabática, o maestros de escuela, diáconos. Cuando tenemos una responsabilidad en la iglesia, llevamos un peso considerable. Y los errores que podamos cometer pueden tener para el futuro de la iglesia consecuencias incalculables. Los hijos del sumo sacerdote Elí, se comportaron mal, y Elí no reaccionó. La consecuencia fue que el pueblo pidió un rey, y tomó el camino funesto del nacionalismo. El apóstol Pablo había comprendido muy bien esto; es la idea que se encuentra en su mensaje de los capítulos 9 al 11 de la epístola a los Romanos.
ROMANOS 10 El comienzo de Romanos 10 me parece interesante: «Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia» (vers. 1-2).
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En el transcurso de la semana hemos insistido varias veces que es a través del espíritu, de la comprensión, por la inteligencia como todo funciona. Si nuestra comprensión de la Palabra de Dios no es correcta, la enseñanza que daremos, tampoco será correcta. «Tienen celo, pero sin ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia. –Y ahora sigue el famoso versículo 4, sobre el cual no quiero extenderme– Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree» (Romanos 10: 2-4). No hará falta extenderme mucho en este texto. Disponemos de un magnífico comentario del pastor Roberto Badenas,15 que os recomiendo. Recordemos, no obstante, el sentido de esta declaración de Pablo: La finalidad de la ley es conducirnos a Cristo; la ley quiere hacernos sentir que no estamos en ósmosis con Dios, y para volver a encontrar esta comunión profunda, esta comunión ontológica, debemos pasar a través de Cristo; y es de este modo como la ley nos conduce a Jesucristo. Y a partir de aquí, viene el desarrollo del resto del capítulo. Es creyendo de todo corazón como alcanzamos la justicia. En el versículo 8 encontramos una de las definiciones sobre la fe: «Esta es la palabra de fe que predicamos» (Romanos 9: 8). Ya hemos encontrado una definición en Hebreos 11. Y aquí dice que la fe consiste en creer que la palabra se cumplirá, la palabra hace lo que dice que va a hacer. Cuando la palabra dice algo, la fe consiste en saber que hará lo que ha dicho que hará. Y ahora viene el versículo 17. ¿De dónde viene la fe? De lo que oímos, y lo que oímos viene de la palabra de Dios. De aquí la necesidad de nutrirnos no solamente de pan, sino también de la palabra de Dios. El regalo que Dios ha hecho a la iglesia, es la escuela sabática. La posibilidad de alimentarnos de su palabra todos los días. ¿Estáis a tiempo todas las semanas para participar de la lección de escuela sabática? Seguramente vosotros sí, y habría necesidad de preguntárselo a los ausentes. En todas las iglesias del mundo parece que se está imponiendo la costumbre de asistir al culto, pero no a la escuela sabática. No solo es inquietante, sino doloroso. No se puede concebir un adventista sin participar activamente y con entusiasmo en la escuela sabática. Cuando hemos estudiado la lección durante la semana, tenemos deseo de asistir a ver si hemos comprendido bien y confrontar nuestras ideas con la exposición en clase. Es de este modo como la fe se desarrolla, no conozco otra forma.
ROMANOS 11 El capítulo 11 es también un capítulo difícil. ¿Qué nos dice el apóstol en la primera parte? Recuerda la situación que vivía el pueblo de Israel, y se pregunta si acaso Dios ha rechazado a su pueblo. «Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín» (Romanos 11: 1). El apóstol Pablo tenía toda la razón al decir esto. De forma que Dios no ha rechazado a su pueblo, lo que prueba en primer lugar, que la elección de su pueblo no era en sí un determinismo, no era una predestinación, según el pensamiento calvinista, puesto que hubo muchos que no siguieron, y Dios queda libre, adatándose al comportamiento de cada uno. Así, que, si hubo muchos que no aceptaron a Jesucristo, otros muchos sí lo aceptaron. Esta es la ocasión para el apóstol de recordar la experiencia de Elías (Romanos 11: 2-5). Sabéis, como, en un momento dado, desanimado desea morir. Son cosas que pueden 15
BADENAS, R. El fin de la ley, Cristo. [En línea]. Barcelona: Aula7activa, 2007. <http://www.aula7activa.org/> [Consulta: 18 julio 2008]
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ocurrir. El mejor de los creyentes puede tener momentos de desánimo, y no hay que desesperar, se trata de volver. Incluso si hemos tenido en nuestra vida momentos de relajación, y no hay que lamentarse por el tiempo perdido. Se trata de mirar adelante y proseguir. Jesús contó una parábola para ilustrar esto. Es la parábola de los obreros contratados en la última hora. Habían perdido mucho tiempo, pero al final recibieron el mismo salario que todos los demás. ¿Sabéis por qué? Porque durante todo el día estuvieron preocupados. Los otros estaban trabajando y sabían que al final de la jornada recibirían un salario. Pero ellos no lo sabían. Y esta es, tal vez, la razón por la cual se les pagó los primeros. Hay un remanente; esta es una magnífica enseñanza que nos da la palabra de Dios. «Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen?» (Romanos 11: 11). Aunque es una traducción correcta, no refleja totalmente el pensamiento de Pablo. No se ha seguido en la traducción el orden de las palabras del original. Todo helenista sabe, que aunque el orden de las palabras no siempre tiene importancia, no obstante, cuando se quiere poner en relieve una idea, el lugar de las palabras sí tiene importancia. En este caso la traducción correcta sería: «¿Será que los israelitas, al tropezar, cayeron definitivamente?» (RV 95). En el capítulo 9 Pablo ha mostrado que ellos han tropezado. Pero, ¿el hecho que hayan tropezado, significa que no hay ninguna esperanza para ellos? ¿Acaso han caído de forma definitiva? El apóstol Pablo dirá que no, de ninguna manera. Antes bien, va ha mostrar que Dios se va ha servir del hecho que ellos han tropezado. Y gracias a ellos, la salvación ha sido llevada a los paganos. «Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?» (Romanos 11: 12). «…cuando se conviertan todos», según otras versiones. Pero en esta ocasión no es este el sentido del texto. En realidad, el apóstol Pablo dice literalmente: «Cuánto más cuando ellos madurarán». El término que utiliza Pablo es plh,rwma [plēºrōma], este término griego rara vez tiene en la Biblia un sentido cuantitativo, prácticamente siempre tiene un sentido espiritual cualitativo. El apóstol Pablo, de ninguna manera está enseñando aquí que todos los judíos se convertirán, sino, si seguimos literalmente el texto, muestra que una pequeña cantidad de ellos cayó, gracias a lo cual los paganos son llamados. Y llegará el día, que entre ellos, algunos madurarán. ¿Acaso madurarán todos? Este no es el pensamiento del apóstol Pablo. La prueba la encontramos en el versículo 14. “Por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos.” ¿Cómo podríamos decir que el apóstol Pablo en el versículo 12 diga que todos se convertirán, y en el versículo 14 diga que espera se salvarán algunos de ellos? Sería poner a Pablo en contradicción consigo mismo a tan solo dos versículos de distancia. El versículo 14 prueba que podemos interpretar el versículo 12 dando al término griego, plēºrōma, el sentido cualitativo. Pablo espera ver madurar a algunos de los suyos, de forma que alcancen la salvación. En el versículo 15 dice, que esa salvación será como un verdadero paso de muerte a vida. Y a partir del versículo 16 desarrolla magistralmente una imagen. Es la imagen del olivo. Es aquí donde el pensamiento de Pablo se hace más claro. Compara al pueblo de Israel con un olivo. Desgraciadamente hay ramas que no llevan fruto, y el gran arboricultor ha tenido que cortar algunas ramas. Son aquellos judíos que cayeron, son aquellos que no aceptaron a Jesucristo, aquellos que se encerraron en su ciego nacionalismo. Dice Pablo, que el responsable de ese olivo, toma ramas de un olivo silvestre y lo injerta en el buen olivo. El olivo silvestre somos nosotros, a menos que haya algún israelita entre nosotros. El jardinero celestial toma esas ramas y la injerta en el buen olivo, de manera que podamos tener el fruto producido por la raíz.
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Esta es la imagen que emplea el apóstol Pablo, y lo importante es ver las consecuencias que va a sacar de esta imagen. «Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado» (Romanos 11: 19). Esto es cierto, «pues por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. –Pero, ¡atención!– …no te ensoberbezcas, sino teme» (Romanos 11: 20). No nos abandonemos al orgullo, «porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará» (Romanos 11: 21). Tampoco aquí encontramos la doble predestinación, sino la predestinación tal como la comprendemos en la iglesia adventista, y tal como vimos ayer por la tarde. «Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tu también serás cortado» (Romanos 11: 22). Ellos mismos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados. Por tanto, vemos que el plan de Dios es el mismo para todos. Si nosotros nos encontramos del lado de los paganos, podemos ser injertados en el buen olivo. Pero con la condición de que demos los frutos de la raíz, y hacerlo con perseverancia, sin la cual corremos el riesgo de ser cortados. Y en cuanto a aquellos que fueron cortados, no están definitivamente perdidos. Dios puede injertarlos de nuevo en el olivo. Versículo 25, «Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio...» (Romanos 11: 25) ¿Qué significa “misterio” en la Biblia? En el lenguaje común, cuando se ignora algo, decimos, «esto es un misterio». Sin embargo, no es este el sentido en la Biblia. En la Biblia, en primer lugar, misterio designa una verdad que nosotros no podemos conocer más que por revelación divina, y casi siempre este término se emplea en un contexto escatológico. Sigue diciendo el versículo 25, «...para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles». Otras versiones dicen: «la totalidad de los gentiles». Aquí tenemos de nuevo el término, plēºrōma, término que el apóstol emplea al hablar de los judíos, y que vemos es el mismo término que emplea para los paganos. En ambos casos tiene el mismo significado, no un sentido cuantitativo, sino cualitativo. Así, pues, en el mundo, hay judíos y paganos, y tanto en unos como en otros, habrá escogidos, gentes que aceptarán la fe, y son estos a los cuales el apóstol denomina, plēºrōma. Son aquellos que han llegado a la madurez, y en consecuencia todo Israel será salvo. Esto es lo que dice el versículo 26: «Luego todo Israel será salvo». ¿De qué se trata aquí? ¿Acaso Israel son los judíos? Sin duda, no. Ya el apóstol lo explica en el capítulo 2, y vuelve a explicarlo en el capítulo 9. Israel no son aquellos que salieron de Abraham según la carne, sino en sentido espiritual, Israel es el nombre dado al pueblo de Dios, constituido por ese plēºrōma de judíos, y por el plēºrōma de paganos. Y cuando todos estos judíos que se quieren convertir, se hayan entregado a Jesús, y cuando todos aquellos de entre los paganos que se quieren convertir se den a Jesucristo, entonces todo Israel será constituido, y ellos serán salvos. Es por ellos que Cristo trabajó, y a los cuales les ofrece la felicidad. Una felicidad que comienza ya aquí, y ahora. –Volveremos sobre este asunto, cuando al final digamos dos palabras sobre la esperanza.– Este es el significado del texto sobre el cual se han gestado tantas ideas falsas. Con anterioridad os he hablado sobre el dispensacionalismo. Teoría teológica que se está extendiendo en los medios evangélicos, e incluso en algunos medios adventistas, especialmente en los Estados Unidos. Una teoría, según la cual todos los judíos se convertirán, como más tardar, cuando Jesús venga. En el momento que lo vean venir, se convertirán, y entonces comenzará el milenio aquí en la tierra. Durante este milenio los judíos predicarán y convertirán a los demás. Teorías, que naturalmente no tienen ningún fundamento en las Escrituras, sino que descansan sobre una mala comprensión de los capítulos de Romanos que hemos analizado.
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«Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos» (Romanos 11: 32). ¿Qué quiere decir esto? Dios sujetó a todos en desobediencia, significa que no podemos vivir en la desobediencia, sintiéndonos libres. Dios ha hecho, de tal manera, que si vivimos en la desobediencia, nuestra conciencia, nuestro ser interior reacciona, para hacernos sentir que estamos sujetos, que somos prisioneros de nuestra desobediencia, prisioneros del materialismo. Y cuanto más avanzamos en el materialismo, más nos domina, más caemos en su esclavitud. Así que Dios hace de manera que no nos sintamos complacidos en la desobediencia, puesto que él desea tener misericordia con todos, pero naturalmente esto no quiere decir que salvará a todos. Hasta aquí hemos comentado aquello que me parece lo más esencial del capítulo 11, que viene a confirmar de manera maravillosa las grandes verdades que habíamos visto en el capítulo 9. Aquí termina la parte más teológica de la epístola. En el fondo, nos damos cuenta que desde el capítulo 1, hasta el final del capítulo 11, es la noción de la gracia lo que se analiza. La gracia y el amor de Dios puesto a nuestra disposición, para transformarnos y hacer de nosotros seres felices. Los últimos capítulos, del 10 al 11, aplican esta enseñanza al pueblo judío, dándonos una nueva lectura de la historia; una verdadera teología de la historia.
ROMANOS 12 Con el capítulo 12, comienza la parte práctica. El apóstol Pablo va tratar de extraer algunas aplicaciones prácticas de todas las enseñanzas que ha dado. En primer lugar va ha hablarnos de nuestra vida personal, individual. Y comienza desde el principio del capítulo 12: «Así que, hermanos, os ruego, por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional» (Romanos 12: 1). Jesús no murió para que tengamos que ofrecernos en sacrificio. Murió para que nos ofrezcamos como un sacrificio vivo. No son cadáveres lo que Dios quiere, quiere iglesias vivas, con hermanos y hermanas vivas, que aporten a la iglesia todas sus capacidades, tanto físicas, como intelectuales o espirituales. Esto es agradable a los ojos de Dios. ¡Es maravilloso poder pertenecer a una iglesia viva! Romanos 12: 2, es de una importancia considerable: «No os conforméis a este siglo...». No olvidemos que en la perspectiva judía hay dos siglos. Por un lado el siglo presente: «El cual, se dio así mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo» (Gálatas 1: 4). Y luego está el siglo venidero: «Así mismo gustaron de la buena palabra de Dios, y los poderes del siglo venidero» (Hebreos 6: 5). Así pues, el siglo presente, es aquel en el que Satanás es el príncipe, en el cual reina el mal, la seducción. Prestemos buena atención a esto: el mal no se presenta a nosotros con un rostro repugnante. Satanás se disfraza de ángel de luz. Vivimos siempre en constante tensión entre el presente siglo malo, y el siglo venidero. El teólogo Oscar Cullmann (1902-1999), escribió un libro mostrando la tensión permanente entre el ya y el todavía no. Estamos, ya, en el siglo venidero, pero todavía no estamos libres del presente siglo. Por lo cual, corremos el riesgo de dejarnos influir por el siglo presente. Así que el apóstol Pablo dice: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis, [otras versiones dicen: discernáis] cuál sea la buena voluntad de Dios» (Romanos 12: 2). Todo el problema se encuentra aquí. Por experiencia, creo poder decir, que cuando hemos
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comprendido verdaderamente cual es la voluntad de Dios, en general estamos en disposición de ponerlo en práctica. Naturalmente estamos hablando de un cristiano convertido. Un cristiano, desea hacer la voluntad de Dios. La dificultad está, en que no siempre sabemos lo que Dios quiere. A veces, es más difícil saber lo que Dios quiere, que tener la fuerza para cumplirlo. Y para descubrir lo que Dios quiere, necesitamos renovar nuestro entendimiento. Por esto, en lugar de dejarnos inspirar por el presente siglo, debemos dejarnos inspirar por la Palabra de Dios. A veces encontramos jóvenes que nos inquietan un poco. Hemos de comprender que viven en un siglo difícil y peligroso. Una de las seducciones frecuentes, consiste en creer que podemos hacer como hacen los demás. Pero esto es falso. Si tuviéramos que salvar a alguien que ha caído en el fondo de un pozo, ¿acaso nos echaríamos al fondo del pozo para sacarlo? No. Antes le lanzaríamos una cuerda. No nos pondríamos en la misma situación que él. «No os conforméis a este siglo malo», dice el apóstol Pablo. No tengamos el sentimiento que hay que hacer como todo el mundo, si queremos salvarles. Esto es un error de perspectiva. Al principio, a veces, no nos damos cuenta, porque el deseo es maravilloso. El deseo nace de un sentimiento excelente, pero yo creo que es un camino peligroso. Recordemos: «No os conforméis a este siglo». Saltemos todo un pasaje, y lleguemos a los versículos del 17 al 21: «No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.» (Romanos 12: 17-21).
«Si tu enemigo tuviere hambre…» No dice tu amigo. Vemos que el apóstol Pablo se encuentra en la perspectiva del Sermón del Monte, donde Jesús nos pide que amemos a nuestros enemigos. Si fuera un asunto de tipo moral, si fuera, “tú debes”, este pensamiento sería horrible. Nos haría sufrir. ¿Somos capaces de decidir amar a nuestros enemigos? Estamos en Bélgica viviendo horas trágicas. Se ha descubierto una red de pedofilia y muchos padres han sabido que sus hijos han sido vejados por estos pedófilos. Se ha descubierto que el dueño de un garaje, guardaba en un baúl de hierro, los restos de un niño que había martirizado para satisfacer sus instintos más bajos. Después de matarlo, lo encerró en ese baúl, en el lugar donde trabajaba mañana y tarde. A tan solo 50 metros vivían los padres del niño. ¿Nos imaginamos la tragedia? ¿Habríamos de decirles a estos padres: amad a este hombre? Si fuera una cuestión moral, sería un suplicio. Es imposible. No es cuestión de aplicar la moral. Solo es posible, si Cristo lo realiza en nosotros. Y aquí reencontramos las cuatro vías de las cuales hablábamos esta mañana a la hora del culto. Dice Pablo en el pasaje que estamos considerando: «...pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza». Es la cita de un proverbio que se encuentra en Proverbios 25: 21-22. Como curiosidad, hago un pequeño paréntesis. Sabed, que la mayor parte de los textos del Antiguo Testamento, citados en el Nuevo Testamento, no se citan directamente del texto hebreo; es decir, no del texto hebreo que nosotros poseemos, y que conocemos como texto masorético. Casi siempre se citan de la versión griega, que conocemos como la Septuaginta (LXX). No hay gran diferencia entre ellas, pero a veces existen matices extremadamente interesantes. Es pues, a partir de la traducción griega que el apóstol dice: «... pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza» (Romanos 12: 20). Pero el texto hebreo dice: «Tú quitarás los carbones ardientes que tiene sobre su cabeza», que es justamente lo
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contrario que dice el texto griego. Este dice, «amontonarás», y el texto hebreo, «quitarás». Probablemente nos encontramos ante dos tradiciones que se complementan. Esta costumbre venía de Egipto, según la cual, cuando alguien había actuado mal, se ponían brasas sobre su cabeza. Lo que el texto hebreo dice es, «retirarás las brasas». ¿Nos damos cuenta del significado? La otra tradición dice, «pondrás brasas sobre su cabeza»; de esta manera harás trabajar su conciencia. Ambas traducciones son hermosas y complementarias. Dicho de otra manera, la finalidad del amor, no es tomarse la venganza uno mismo, sino «dejad lugar a… Dios». Constatamos, al leer los acontecimientos que narra la prensa, que cuando alguien ha cometido una felonía, nos ponemos del lado de castigar al malhechor. Y esto es justamente lo que no debemos hacer. Mi hijo, es pastor en una de las iglesias de París. Una joven, miembro de su iglesia, un día, al entrar en su casa, fue asesinada por motivos racistas. Como pastor acompañó a los padres a la televisión. Entrevistados, dijeron que no deseaban venganza, sino que el corazón de ese criminal fuera tocado por Cristo, y se arrepintiera. Es lo contrario de lo que generalmente oímos: «¡Quiero justicia!». Este es el final del capítulo 12: «Vence con el bien el mal».
ROMANOS 13 Un texto muy discutido, y que corremos el riesgo de utilizar muy mal. Son los versículos 1 al 5: «Sométase toda persona a las autoridades superiores, porque no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. Los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno y serás alabado por ella, porque está al servicio de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme, porque no en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para hacer justicia y para castigar al que hace lo malo. Por lo cual es necesario estarle sujetos, no solamente por razón del castigo, sino también por causa de la conciencia.» (Romanos 13: 1-5),
Seguramente habréis oído hablar del escritor y filósofo ruso, Nikolai Berdyaev (18741948). En relación con este pasaje, él escribió: «Estas palabras han ejercido una acción fatal. Normalmente han servido para expresar un servilismo y un oportunismo, vis-à-vis del poder del Estado. Una verdadera sacralización de las formas del poder, las cuales nada tiene que ver con el cristianismo.»” Me parece que Berdyaev lo comprendió de forma muy adecuada. He vivido los horrores de la II Guerra Mundial, y me tocó ver cosas atroces. Estuve en prisión, fui golpeado. Así que sé lo que es la guerra. El texto dice que debemos estar sujetos a la autoridad, que debemos respetarla, que no debemos oponernos, porque han sido instituidas por Dios. Que no en vano tienen la espada. Así que, ¿estar sometidos a su autoridad, significa, que si nos mandan ir a matar, tenemos que obedecer? Lo cual está en plena contradicción con lo que Dios nos pide en el mandamiento: «No matarás». Nos damos cuenta lo peligroso que este texto puede ser. Hagamos algunas observaciones, para tratar de clarificarlo un poco En primer lugar hemos de tener en cuenta el contexto literario. ¿Qué viene justo antes? Un desarrollo extraordinario sobre el amor, la misericordia: Amad a vuestros enemigos,
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hacerles el bien, dadles de comer si tienen hambre. ¿Y qué aparece inmediatamente después? Sigue un desarrollo sobre el amor: Aquel que ama a los demás ha cumplido la ley. «El amor es el cumplimento de la ley» (Romanos 13: 9-10). Dicho de otro modo, este texto sobre el Estado, está en medio del desarrollo sobre el amor; no podemos olvidar esto. No podemos poner este pasaje en contradicción con el resto. Segunda observación, y siempre dentro del contexto literario. «No os conforméis a este siglo presente» (Romanos 12: 2). Es una palabra útil, sabia, pero que también puede conducir a desórdenes. Hay una especie de rebelión abierta contra las autoridades establecidas. Si bien, en el texto que hemos leído, el apóstol Pablo presenta un matiz a lo que él ha dicho. Tercera observación. Contexto histórico. En el momento que el apóstol escribió esta carta a los romanos, el poder de Roma respeta a los cristianos. La costumbre de los romanos, en este tiempo, era la de respetar la religión de los pueblos conquistados. Esto cambió en el futuro. El estado Romano, en relación con la epístola de Romanos, no tiene nada que ver con el estado Romano en relación con el libro del Apocalipsis. El Apocalipsis fue escrito al final del siglo, y entre tanto tuvieron lugar las terribles persecuciones contra la iglesia. Así que hay que tener en cuenta el contexto literario, el contexto teológico y el histórico. Y ahora hagamos la exégesis: «Que toda persona se someta...» (Romanos 13: 1). El verbo [u`pota,ssw (hypotássō)] que aquí emplea Pablo, es el mismo que usa en la epístola a los Efesios, cuando dice: «Mujeres, estad sujetas a vuestros maridos» (Efesios 5: 22). ¡Cuántas veces he oído protestar a las mujeres contra el apóstol Pablo! Muchas lo consideran un misógino, un machista. Cuando en realidad, es gracias a él, que las mujeres han encontrado en la iglesia un poco de dignidad. En el libro a los Efesios el apóstol recomienda a los miembros de iglesia someterse los unos a los otros (Efesios 5: 21). Cuando fuimos bautizados, ¿acaso el pastor nos preguntó si aceptábamos someternos los unos a los otros? Seguro que no, pues no es este el sentido de la palabra. No se trata de sumisión, sino de respeto. Es necesario nos respetemos los unos a los otros. En el versículo siguiente, que está pegado a este, el verbo no se repite «Someteos los unos a los otros, y vosotras mujeres a vuestros maridos» (Efesios 5: 22). Este es el texto literal. Dicho de otro modo, las mujeres deben tener hacia sus maridos el mismo respeto que debemos tener los unos hacia los otros. No es cuestión de sumisión incondicional. Es este mismo verbo, el que emplea Pablo en Romanos 13. No dice que debemos estar sometidos incondicionalmente a las autoridades, sino que las respetemos. Lo que no está en contradicción con lo que el apóstol Pedro dijo en Jerusalén a las autoridades judías: «Es necesario obedecer a Dios, antes que a los hombres» (Hechos 5: 29). Tampoco aquí hay contradicción. Es la misma noción de respeto, donde Dios ocupa el primer lugar. Esta es la primera observación. Segunda observación. Las autoridades han sido instituidas por Dios. Veamos el libro de Daniel capítulo 2. ¿Qué le dice Daniel al rey Nabucodonosor?: «Tú eres la cabeza de oro, y Dios te ha dado el poder». Su poder había sido instituido por Dios. ¿Qué leemos en el capítulo 3? Nabucodonosor hace construir una gran imagen y ordena que todo el mundo la adore. Los compañeros de Daniel no aceptaron. ¿Acaso la autoridad instituida por Dios implica que debemos hacer todo lo que nos ordena? Ya vemos que no. Y la prueba que los amigos de Daniel no se equivocaron, es que Dios les salvó del horno ardiendo. De la misma manera que más tarde Dios libró a Daniel de las garras de los leones. En realidad, el verbo griego que ha sido traducido por “instituido” [ta,ssw (tássō)], es un verbo que corresponde a la voluntad circunstancial de Dios. Ya hemos establecido en el curso del estudio de la epístola a los Romanos, la diferencia entre la voluntad de derecho, y
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la voluntad de hecho. La voluntad de derecho, es conforme al ideal de Dios, y en la voluntad de hecho, se adata a las circunstancias. Dios se adaptó a las circunstancias, permitiendo que Nabucodonosor se colocase en primer lugar. Pero la prueba que eso no correspondía al ideal de Dios, es que mucho antes, a través del profeta Isaías, había anunciado que vendría el día en que Babilonia no existiría. Vemos que todas estas observaciones, dan a nuestro texto un valor mucho más matizado. Como cristianos, ciertamente debemos respetar a las autoridades. Pero nunca tenemos la obligación de obedecerles de forma incondicional. De forma que, si nos piden que vayamos a matar, creo que nuestro deber es decir, no.
ROMANOS 14 En el capítulo 14 hay todo un desarrollo sobre el hecho de comer y beber. Problema que todos nosotros conocemos. Sabemos que los judíos tenían ciertas costumbres alimentarias, en relación con los días de la semana. Había días que comían de forma mucho más sobria; pero no debía ser un día próximo al sábado. El sábado era un día de fiesta, así que no había que ensombrecerlo con un ayuno, o una comida modesta, ni viernes ni domingo. Los judíos habían elegido los lunes y los jueves como días de comida sobria. Pero también los paganos tenían sus costumbres, que no correspondían a estos mismos días. Así que, cuando algunos judíos se convertían al cristianismo, y comían junto a paganos convertidos al cristianismo, en muchas ocasiones había problemas, si para los judíos era un día débil o de ayuno, pero no para los paganos. El apóstol interviene para decir que no hagan tonterías, pues todos los días son iguales. Cuando alguien emplea estos textos aplicándolos al sábado, comete un contrasentido mayúsculo, pues todo el contexto muestra que no es cuestión del sábado. Siempre encontraremos teólogos de vía estrecha. En el versículo 23, termina el apóstol diciendo: «Todo lo que no proviene de una convicción, es pecado». (Versión francesa de Segond. La versión española de RV, dice: «Pero el que duda sobre lo que come, es condenado»). Dicho de otra forma: «Todo lo que proviene de una convicción, no es pecado». Si el apóstol Pablo hubiera dicho una cosa semejante, hubiera justificado cualquier barbaridad, porque si yo tengo la convicción que debo dejar mi esposa, para irme con otra mujer, ¡Ah! Yo no cometo pecado. Ya vemos que grado de estupideces se pueden llegar a decir. Así que no es esto lo que dice el apóstol. Él, ha dicho, que todo lo que no es producto de la fe, es pecado. Por esto, decíamos al comienzo del comentario del libro de Romanos, que tenemos la definición de Juan sobre pecado; él dice: «es transgresión de la ley» (1 Juan 3: 4). Y ahora tenemos la definición de Pablo; él dice que es «transgresión de la fe» (Romanos 14: 23). Cuando yo abandono la fe, cuando abandono a Jesucristo, dejo el camino de la felicidad, y fallo el blanco, la meta, que es la felicidad. No olvidemos que en hebreo, ‘ley’ es Torá, y significa, “camino de felicidad”.
ROMANOS 15 «Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Romanos 15: 13). En el capítulo 8, que ya hemos estudiado, Pablo dice que somos salvos en esperanza. Lo que no quiere decir que tenemos la esperanza de ser salvos, sino que debemos conocer, experimentar, el gozo de la salvación.
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No quisiera abrir aquí un debate entre nosotros, pues ya existe este debate en el seno de la iglesia adventista. Los hay, que dicen, que debemos afirmar que somos salvos, y los hay, que dicen, no podemos decir esto, porque eso es orgullo. Si leemos todos los pasajes acerca de esto, que ha escrito Ellen G. White, veremos que la solución que ella aporta, es totalmente plausible y razonable. Ella dice que debemos tener el gozo de la salvación. ¿Pero como puedo tener el gozo de la salvación, si me paso todo el día temblando por todo aquello que no he hecho? ¿Cómo puedo tener gozo, si vivo pendiente de una perfección, la cual yo no puedo alcanzar? Es necesario tener el gozo de la salvación, por la gracia de Dios. Ellen G. White añade: Digámoslo bajito, porque podría parecer orgullo. ¿No os parece esto muy inteligente? Tener el gozo de la salvación, sin machacar a todo el mundo, diciendo, tengo toda la certeza de la salvación. Cuando el apóstol Pablo dice: somos salvos en la esperanza, no significa, “tal vez me salvaré”, o, “yo espero, pero no estoy seguro”. Este no es el sentido del texto. El sentido del texto es: soy salvo, pero todavía me encuentro en el presente siglo malo, y sé que todo aquel que está firme, tiene que tener cuidado, no caiga. Sé que todavía marcharé de dificultad en dificultad. Estoy en el siglo venidero, pero todavía estoy en el mundo en el que Satanás es el príncipe, y la venida de Jesús todavía no ha llegado. Soy salvo, pero esa salvación no se realizará hasta más tarde. Soy salvo en esperanza. ¿Os dais cuenta cual es la idea del texto? Conocemos todos perfectamente el concepto de la esperanza cristiana, que es el regreso de Jesús. Solamente él puede proporcionar la solución a todos los problemas. Pero atención, la noción de la venida de Jesús, está acompañada de un peligro, lo que yo llamaría, la huída hacia adelante. Cuando yo era adolescente, en la iglesia adventista, no era bien visto tener estudios, porque había que prepararse para el regreso de Jesús. Estudiar, era malgastar el tiempo y la vida. Esto es lo que llamo, “la huída hacia delante”. Estar tan centrados en la perspectiva de la venida de Cristo, que nos olvidamos que vivimos en el mundo. Jesús es claro al respecto. Dice: «Padre no te pido que los quites del mundo, sino que los guardes del mal» (Juan 17: 15). Todos tenemos una misión en este mundo, y si nuestra esperanza del regreso de Jesús nos impide cumplir con nuestra misión, hemos comprendido muy mal la esperanza de la segunda venida de Jesús. Es una huída hacia delante. Es una falsa comprensión. Sabed que esto ya se produjo en la iglesia de Tesalónica. Es contra esto, que el apóstol escribió su segunda epístola a los Tesalonicenses. En Tesalónica, había hermanos que ya no trabajaban. ¿Para qué cultivar los campos? Simplemente, había que esperar la venida de Jesús. Como no hacían su deber, el apóstol Pablo les sacude un poco. Les dice, antes de que Jesús vuelva tiene que haber la gran apostasía. Su actitud, es la famosa teología del retraso, que ya encontramos en las parábolas de Jesús. Recordemos la parábola de las vírgenes. Aprovecho para decir que, la primera regla para comprender una parábola, en realidad hay varias, pero la primera es, descubrir en la parábola lo que es insólito, lo que no es normal. ¿Qué hay de anormal en esta parábola? La esposa está allí esperando, cuando lo normal es que la esposa se haga esperar, y aquí es el esposo el que se hace esperar. A partir de aquí, podemos empezar a comprender la parábola. Es la teología del retraso. No sabemos cuando Cristo volverá, pero tenemos señales que nos anuncian que nuestra época es crucial. Hay dos peligros diametralmente opuestos que nos acechan como cristianos. Uno es tratar de ser como Dios, de divinizarse; y este es el tema fundamental de la Nueva Era, vosotros sois dios. Y el otro peligro consiste en no querer ser lo que Dios pide que seamos en este mundo. La esperanza debe guiarnos ha hacer aquello que debemos hacer, soportando las dificultades de la vida, sabiendo que el Señor será quien pondrá todo en orden, y que las
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mayores penas que tengamos aquí abajo, encontrarán en Jesús una maravillosa solución. Esto, por supuesto, no nos impide tener que llorar. No digáis a nadie que llora, que no llore, sino llorar con él. Esta es la mejor solución. Decidle, ya viene el reino de Dios, donde no habrá más lágrimas, ni dolor, ni enfermedad. Esta es nuestra esperanza, el reino de Dios, en el que todos nos reuniremos para estudiar juntos. Entonces yo estaré ahí sentado a vuestro lado, y podremos hacer a Jesús todas las preguntas que pasen por nuestra mente. ¿No será esto maravilloso? ¡Yo espero ese momento con impaciencia! Porque tengo muchas preguntas que hacerle. Ya veis como la palabra de Dios es maravillosa. Da sentido a nuestra vida. Ahora, es necesario que caminemos todavía de forma adecuada. Me permito contaros una experiencia que ocurrió en Inglaterra hace aproximadamente siglo y medio. Un campesino, al norte de Londres, había estado trabajando su campo, sembrando trigo, y la puerta de la valla que rodeaba el campo estaba abierta. Descansando ya, desde su casa vio una serie de jinetes a caballo que llegaban. Eran cazadores, y pensó que se corría riesgo de que pasasen con sus caballos por el campo sembrado. Así que llamó a un joven, de unos dieciocho años, que trabajaba para él, y le dijo: –Ve rápido y cierra la barrera para que los caballos no pisen el campo sembrado. El muchacho corrió y cerró la barrera. Apenas había terminado de cerrar la puerta, cuando llegaron los jinetes. Uno de los caballeros le dio la orden de abrir la barrera, a lo que el joven dijo: –¡No! Mi patrón me ha dicho que cierre porque acabamos de sembrar el campo. El caballero discutió con el joven sin conseguir que abriera. Entonces, uno de los jinetes se adelantó, el que parecía el jefe del grupo, y le dijo al joven: –¿Sabes quién soy? ¡Soy el duque de Wellington! Soy el que derrotó a Napoleón. Y no tengo por costumbre que nadie me desobedezca. ¡Así que abre esa puerta! El joven impresionado, se quitó el sombrero de la cabeza, e inclinó la cabeza respetuosamente. Y dijo. –¡Ah! Sois el duque de Wellington. Entonces usted nunca podrá aceptar que yo desobedezca a mi patrón. Se produjo un momento de silencio, el duque de Wellington le saludó cortésmente y ordenó a todos los cazadores dar marcha atrás. Y les dijo. –Denme unos centenares de hombres como este y conquistaré, no solamente Francia, sino el mundo entero.
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