SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD - Josep Antoni Àlvarez

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Sobre el sufrimiento, la muerte y la felicidad Josep Antoni Ă lvarez



SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD Josep Antoni Álvarez



SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD Josep Antoni Álvarez


Diagrama ación del interior: Diseño de d la cubierta:

Ramon C. Gelaberrt Isaac Chía

Edita: AULA7ACT TIVA-AEGUAE Barcelon na, España E E-mail: info@aula7activva.org / info@aeguae.o org W site: www.aula7activa.org / www.aeguae.org Web

Primera edición e en español, rev visada; 2013 Es propiiedad de: CC C BY-NC-ND 2013, Jo osep Antoni Álvarez CC C BY-NC-ND 2013, Aula7activa-AEGUAE, A e en español para todo el mundo

o Legal: B-26424-2013 Depósito

Álvarez,, Josep Antoni So obre el sufrimiento, la muerte m y la felicidad / JJosep Antoni Álvarez / 1.ª ed. en español – Barcelon na: Aula7activa-AEGUA AE, 2013. x págs.; p 98 págs.; 23 x 15 cm

ateria: 1. Sufrimiento-A Aspectos Religiosos. 2. Sufrimiento-Meditació ón. 3. Felicidad; Ma Placer. CD DD: 248.86

s al autor y los editoress. Todos los derechos reservados BY: B La reproducción total o parcial p de esta publicación rrequiere la atribución de la obra o a su autor y editores. NC: N La obra no puede ser uttilizada con fines comercialees. ND: N No se permite modificarr de forma alguna la obra, ess decir, los archivos informááticos de la obra no pueden ser manipulados m bajo ningún conncepto.


A mi mujer Sara y a mi hija Miriam por hacer mi vida mucho mรกs feliz. A todos aquellos que sufren.



«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, Solo Dios Basta.» Santa Teresa

«El amor, podríamos decir, se abstiene de prometer un fácil tránsito a la felicidad y el sentido de la vida.» Zygmunt Bauman

«Cada segundo es una pequeña puerta del tiempo a través de la cual puede llegar el Mesías.» Walter Benjamin


Versiones de la Biblia usadas En el presente libro he consultado y utilizado diversas versiones de la Biblia. Al transcribir los textos he buscado en todo momento la claridad expositiva, intentado escoger aquella versión que fuese más cercana a nuestro lenguaje y que al mismo tiempo transmitiera con más fuerza la idea que yo quería transmitir. Las versiones utilizadas han sido las siguientes: Versión bíblica

Referencia bibliográfica

Biblia Herder

BH

Serafín de Ausejo Barcelona: Herder, 1975

Biblia de Jerusalén

BJ

Bilbao: Descleé de Brouwer, 1998

Biblia de Navarra

BN

Pamplona: EUNSA; Chicago: MTF, 2008

Biblia del Peregrino

BP

Luis Alonso Schökel Bilbao: Mensajero, 1993

Biblia Traducción Interconfesional

BTI

Biblioteca de Autores Cristianos Verbo Divino Sociedades Bíblicas Unidas Madrid, 2008

Dios Habla Hoy

DHH

Difusora Bíblica Claret Sociedades Bíblicas Unidas Madrid, 1992

Nueva Biblia Española

NBE

Luis Alonso Schökel, Juan Mateos Madrid: Cristiandad, 1975

Nueva Versión Internacional

NVI

Miami, Florida: Sociedad Bíblica Internacional, 1999

Reina-Valera 1960

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RV60 Sociedades Bíblicas Unidas


SUMARIO PRÓLOGO............................................................................................. 1 EL SUFRIMIENTO................................................................................. 5 Algunos pensamientos en torno al sufrimiento ............................... 5 El creyente ante el sufrimiento ...................................................... 11 ¿Cuál es el origen del sufrimiento desde una perspectiva bíblica? .......................................................................................... 14 ¿Por qué sufrimos? ....................................................................... 17 1. ¿Sufrimos como consecuencia de nuestros actos? ........ 18 2. El sufrimiento como mecanismo para llevarnos a Dios ... 23 ¿Por qué un Dios todopoderoso no pone fin a tanto sufrimiento y dolor? ....................................................................... 26 ¿Dónde está Dios cuando sufrimos? ............................................ 28 El vivir del creyente: Compartiendo una esperanza ..................... 33 LA MUERTE ........................................................................................ 37 El problema de la muerte .............................................................. 37 ¿Puede ser útil la muerte? ............................................................ 43 Angustia y consuelo ante la muerte .............................................. 45 La Biblia ante la muerte ................................................................ 48 1. El porqué de la muerte ..................................................... 49 2. ¿Qué sucede después de la muerte? .............................. 51 3. ¿Qué ha hecho Cristo por nosotros para vencer la muerte? ........................................................................ 53 La resurrección: La esperanza cristiana ....................................... 54 LA FELICIDAD..................................................................................... 59 ¿Es posible hablar de felicidad en un mundo como el nuestro? .. 59 ¿Que nos impide ser felices?........................................................ 61 1. La búsqueda de la felicidad: El tener como prioridad ...... 63 2. La creación de falsas expectativas: Autoengaño ............ 65 3. Uno mismo como centro de todo: Egocentrismo ............. 67 4. La obsesión por el estatus ............................................... 69 5. La administración del tiempo: ¿Cuáles son nuestras prioridades? ................................. 70

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¿Qué puede contribuir a nuestra felicidad? .................................. 72 La respuesta de la Biblia ............................................................... 74 El secreto de la felicidad ............................................................... 84 CONCLUSIONES ............................................................................... 89 APÉNDICE: EL PROBLEMA DEL BIEN ............................................ 91 Bibliografía ........................................................................................... 97

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Prólogo Ya hace un cierto tiempo me planteé el reto de escribir acerca del sufrimiento, la muerte y la felicidad. Tengo que manifestar que el reto era personal. Respondía a un interés propio. Además estimo que es un tema fundamental para todo aquel que se considera cristiano. Es indudable que cualquier persona, en un momento determinado de la vida, no puede dejar de reflexionar sobre estas tres cuestiones. No las podemos eludir, porque son sumamente significativas para nuestra propia existencia y para el sentido de nuestra propia vida. Cuando el que reflexiona es un cristiano se le plantea además un reto suplementario: conciliar la creencia en un Dios amoroso, con el hecho de que este mismo Dios permita el sufrimiento, la muerte y, en consecuencia, la ausencia de felicidad desde una vertiente humana. Esta aparente contradicción y sus posibles consecuencias son expresadas de forma satisfactoria por José Antonio Galindo: «Se hace incomprensible que Dios consienta que los seres humanos, sus hijos según la revelación del Nuevo Testamento, padezcan tantos y tan terribles males que les causan tanto dolor corporal y psicológico, afectando también a los inocentes e incluso a los niños. Si hay algún problema humano es el problema del mal; por lo que la Iglesia no puede mantenerse al margen del mismo, ni práctica, ni teóricamente, porque ahí está una de las raíces del ateísmo.»1

Como dice Galindo, una de las razones más poderosas para cuestionar la existencia de Dios es el tema del sufrimiento. Dar respuesta a esta contradicción, entre un Dios amoroso y omnipotente que aparentemente permite la injusticia y el sinsentido del sufrimiento y la muerte, es uno de los mayores retos para los cristianos. Como cristianos hemos de dar razón de nuestra fe y es indudable que esta es una cuestión acuciante que necesita algún tipo de respuesta. Por otro lado, no hay la menor duda de que todos podemos llegar a dudar de Dios y de sus razones. En este sentido, el ejemplo de Job es maravilloso. Job se encuentra perplejo, no entiende el porqué de su sufrimiento. Él se considera un hombre justo, y esa percepción hace más incomprensible su situación. Ante la realidad que le

1 GALINDO RODRIGO, José Antonio, Dios y el sufrimiento humano: Preguntas y respuestas sobre el problema del mal, Madrid: Encuentro, 2008, pág. 11.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

toca vivir, exclamará: «Si me explicáis las cosas, callaré; hacerme ver en que me he equivocado.»2 La situación de Job es análoga a la que nos podemos encontrar nosotros en numerosas ocasiones, salvando claro está las diferencias. El hombre necesita una respuesta al porqué de su sufrimiento. Esa incomprensión del sufrimiento y de la muerte lleva a muchos a negar la existencia de Dios o a renegar de Él. Todo ello hace necesario dar una respuesta, aunque sea parcial. Esta es una de las razones que me han impulsado a escribir sobre un tema tan complejo, pero al mismo tiempo apasionante. Además, considero que no existe una cuestión tan necesaria de abordar como la que me propongo. Y esto es así porque vivimos en mundo que sufre y esa realidad, que en muchas ocasiones supera todo aquello que podamos imaginar, hace que el hombre necesite encontrar a Dios. Porque en Él el hombre puede hallar consuelo y felicidad. Es únicamente en Dios donde el hombre puede satisfacer sus necesidades y hallar esperanza. Pero para que eso sea una realidad hemos de intentar comprender en la medida de nuestras posibilidades a ese Dios que tanto nos ama, a ese Dios que aparentemente está ausente. Antes de abordar el reto planteado, quiero manifestar que el sufrimiento, la muerte y la felicidad están imbricados de forma estrecha. Creo que no se pueden disociar. Por ello se han de abordar, aunque de forma separada al mismo tiempo. De ahí que este libro se plantee como un intento de reflexión sobre el sufrimiento, la muerte y la felicidad a la vez. No hemos de olvidar las preguntas: ¿cómo ser feliz en un mundo lleno de sufrimiento?, ¿es esto posible?, ¿podemos hablar de felicidad cuando la muerte es una realidad? Y otras muchas más. Todas ellas tienen un denominador común: la inquietud del hombre ante el sufrimiento y el deseo de encontrar la felicidad. Por otro lado, quiero ser prudente y cauteloso en el tratamiento de los temas planteados, reconozco mis limitaciones y no poseo todas las respuestas, y no cabe duda que muchos disentirán de mis planteamientos. Por eso quiero tener presente y hacer mías las palabras de José Antonio Galindo: «Hay que tener mucho cuidado en no dar explicaciones incon-

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Job 6:24 (BTI).


PRÓLOGO

venientes o demasiado superficiales que, en vez de justificar a Dios, lo implicarían más todavía de forma negativa en el hecho del mal.»3 Al hacerlo quiero reconocer mis limitaciones y manifestar que mis palabras no necesariamente son acertadas, que únicamente se trata de una reflexión y que estaría encantado de contrastar mi visión con aquel que lo desee. De todas maneras, espero que estas palabras puedan ser de utilidad para aquellos que se detengan a leer el presente libro. Por último, espero que nadie tenga la tentación de pensar al leer el presente manuscrito que se trata de un intento de dar una respuesta definitiva a las cuestiones planteadas. Para finalizar estas líneas introductorias, deseo aprovechar el momento para dar las gracias a todos aquellos que de alguna manera, ya sea directa o indirectamente, han contribuido a que este libro sea una realidad. Quiero mencionar de una forma particular a mi mujer Sara, su contribución ha sido inestimable, ya que ha estado dispuesta a escuchar mis comentarios en todo momento y darme su opinión. Además, sus sugerencias, después de leer el manuscrito, me han ayudado a transmitir y perfilar de una forma más clara y satisfactoria mis ideas.

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GALINDO RODRIGO, Dios y el sufrimiento humano…, op. cit., pág. 7.

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El sufrimiento «El sufrimiento es real como la vida misma, claro como el día, nítido como el aire y punzante como el fuego. Es una experiencia compartida por todos los hombres en diferentes grados y situaciones.»1

Algunos pensamientos en torno el sufrimiento El sufrimiento impregna nuestro mundo. No hay más que ojear la primera página de cualquier diario o ver las noticias para darse cuenta de dicha realidad. Cada día se suceden las malas noticias y el sufrimiento se presenta en cualquier lugar del planeta de todas las formas imaginables; muertes, hambres, destrucciones de diferente índole, enfermedades… Por mucho que no lo deseemos, el sufrimiento acompaña nuestra existencia, desde el mismo momento de nuestro nacimiento, por no decir desde nuestra concepción, estamos sometidos al sufrimiento y este acompaña toda nuestra existencia. Es evidente que lo impregna todo y que nadie puede evitarlo por mucho que lo desee. Es una de las cosas que iguala a la humanidad juntamente con la muerte. Aunque no lo parezca, tanto aquellos que son ricos, como aquellos que son pobres están sometidos al sufrimiento. Estas afirmaciones pueden ser consideradas como totalmente ausentes de optimismo y deprimentes. Algunos pueden llegar a pensar que provienen de alguien que padece una depresión o desea provocarla en aquellos que se detengan a leer estas líneas. Pero si somos sinceros con nosotros mismos y nos detenemos a reflexionar sobre nuestra propia realidad, nos daremos cuenta de que el sufrimiento no es evitable, y que en algún momento de nuestra vida y tal vez más a menudo de lo que desearíamos hemos de enfrentar situaciones dolorosas que nos llenan de sufrimiento. Por si nuestra propia experiencia no fuera suficiente, cada día podemos contemplar el sufrimiento al que se ven sometidos los otros. Esta realidad no habría de dejarnos indiferentes. Por otro lado, desgraciadamente, y en esto estoy completamente de acuerdo con las palabras de Francesc Torralba cuando dice: «Igual que la

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TORRALBA, Francesc, El sofriment un nou tabú, Barcelona: Claret, 1995, pág. 10.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

muerte, también el sufrimiento se ha convertido en un tema tabú en la sociedad del bienestar. [...] un tema prohibido.»2 Vivimos en una sociedad que vive de espaldas al dolor y al sufrimiento. Que no quiere plantearse ni tan siquiera el tema del sufrimiento. En ese sentido el sufrimiento se ha convertido en un tabú, en algo que nos incomoda porque va en contra de nuestra mentalidad. El hombre actual, y en particular el occidental, no está preparado para ningún tipo de situación conflictiva, y por lo tanto no quiere que estas se produzcan. Como dice Joan-Carles Mèlich: «El mundo moderno quiere ser un mundo perfecto, sin errores, sin dolor, sin muerte.»3 Ese vivir de espaldas al sufrimiento, en lugar de hacernos más felices, o facilitarnos el vivir, nos lo hace más difícil, porque el sufrimiento es algo que va inseparablemente unido al vivir. No hay vida sin sufrimiento. Y no hemos de olvidar que cuando uno no está preparado para una realidad, lo único que sucede es que se frustra. Hay que aceptar que el sufrimiento es algo integrante de la propia condición humana. Y si lo hacemos probablemente estaremos en una mejor condición para vivir y poder ser felices. El sufrimiento afecta a toda la humanidad sin excepción, nada ni nadie se pueden librar de él. Una vez establecida esa premisa, el problema se encuentra en intentar evaluar: qué es el sufrimiento y qué cuestiones son motivo de sufrimiento. Digo que es un problema, porque el sufrimiento afecta a nuestro ser, a nuestro interior, a nuestra situación personal, en definitiva a nosotros mismos y como es lógico no todos somos iguales y en consecuencia no todos tenemos la misma percepción del sufrimiento. Además, como consecuencia de esa individualidad inherente al ser humano no todos afrontamos una misma realidad de la misma forma. Algunos podrían encontrar ridículo, y porque no decirlo hasta un insulto, aquello que es motivo de sufrimiento para otros. Siempre es posible encontrar a alguien que sufre más que nosotros o que se encuentra en una situación más crítica que la nuestra. Pero esa realidad incuestionable no disminuye nuestro sufrimiento o lo hace desaparecer, no por ello nos vamos a encontrar mejor y vamos a dejar de estar angustiados por aquello que nos hace sufrir. El sufrimiento ajeno no va hacer más llevadero el

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TORRALBA, El sofriment un nou tabú, op. cit., págs. 15, 17.

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MÈLICH, Joan-Carles, Filosofía de la finitud, Barcelona: Herder 2002, pág. 104.


EL SUFRIMIENTO

nuestro, porque es el nuestro. Ante la diferente percepción del sufrimiento habríamos de evitar la tentación de poner en duda el sufrimiento de aquellos que nos rodean. La única forma de ayudar a aquel que sufre es ser sensible a su realidad por muy difícil de entender que esta sea. Solamente se puede entender plenamente el sufrimiento del otro cuando uno ha pasado por una experiencia similar. Cuando nuestra vida ha recorrido el mismo camino que el de nuestro prójimo o uno de paralelo. Pero no poder entender totalmente, no implica no poder ser sensibles a la realidad de aquel que se encuentra a nuestro lado. Siempre es posible entender a nuestro prójimo desde nuestro propio sufrimiento. Porque aunque no idénticos, comparten algo que es el sufrimiento, un dolor interior que a uno lo desgarra, lo agota y lo deja prácticamente sin fuerzas. Muy a menudo ante el sufrimiento propio uno prefiere llevarlo en la soledad y en el silencio, con todo lo que ello representa. Compartir el sufrimiento propio aunque sería deseable no siempre es fácil. Y no es fácil porque encontrar a alguien con quien hacerlo representa una dificultad insalvable en muchas ocasiones. En la sociedad en la que nos encontramos no existen en términos generales personas que estén dispuestas a escucharlo a uno. Todos necesitamos que nos escuchen y esa realidad nos impide escuchar a nuestro prójimo. Y cuando “lo escuchamos”, no entendemos o no queremos entender sus necesidades, y por eso en lugar de ayudarlo provocamos su indignación. Ante esa realidad nos habríamos de preguntar si nosotros estamos dispuestos a escuchar y ser sensibles al sufrimiento ajeno o por el contrario estamos demasiado pendientes de nosotros mismos. Escuchar al prójimo requiere de un esfuerzo que no siempre es fácil, y como dice Francesc Torralba: «Únicamente puede compartir el dolor aquel que se siente amado y querido por los otros.»4 Me vienen a la memoria los amigos de Job. Durante toda una semana no hablan, y ese no hablar es de una gran ayuda para Job (Job 2:13), porque este siente que sus amigos están a su lado en esos momentos de sufrimiento, en definitiva sufren con él. Ahora bien en el momento que estos amigos deciden hablar, toda la ayuda proporcionada desaparece y sus palabras se tornan en acusación provocando un sufrimiento aún mayor si cabe.

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TORRALBA, Francesc, El sofriment un nou tabú, Barcelona: Claret, 1995, pág. 122.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

El único que puede entender plenamente nuestro sufrimiento es Dios. No solamente lo puede entender sino que además es el único en el que podemos encontrar consuelo. Pero estas afirmaciones necesitan de una explicación que más adelante intentaremos dar, porque de entrada estas no son tan evidentes. Me gustaría señalar en este punto que la realidad del sufrimiento en muchas ocasiones se hace difícil de llevar, y lo es porque la conciencia de que el sufrimiento no es algo pasajero, sino que es algo que nos acompaña toda la vida no es algo que nos anime a seguir adelante. Cuántas veces nos hemos visto desgarrados por el sufrimiento, cuántas veces nos hemos sentido desesperados por situaciones que nos desbordan, cuántas veces nos hemos levantado y hemos gritado preguntando hasta cuándo, qué he hecho yo para merecer esto. Estoy convencido que en muchas ocasiones nos hemos visto reflejados en la experiencia de Job. Además, no hemos de olvidar que cuando el sufrimiento es extremo, y eso depende de cada uno porque la percepción del sufrimiento es individual, este se convierte en el centro de nuestra existencia. Nuestra vida gira alrededor de aquello que nos hace sufrir, y todo lo demás pasa a un segundo término. El sufrimiento nos absorbe de tal manera que este no nos permite afrontar ningún nuevo reto y nuestra vida en cierta medida se paraliza. Por si todo ello no fuese suficiente, en dichas circunstancias para aquel que sufre el tiempo parece que se detiene. El que sufre tiene la sensación que el tiempo no avanza porque aquello que le hace sufrir continua ahí, parecería como si el sufrimiento se reiterase. Uno tiene la impresión de que su situación se ha estancado, que no se produce ningún cambio. Saber vivir con el sufrimiento y sobreponerse a esa angustia no es nada fácil. En muchas ocasiones esa posibilidad dependerá de la posibilidad de poder compartir porque a veces aquello que nos hace sufrir permanece indefinidamente. Relacionado con el tema de compartir el sufrimiento, está el hecho indiscutible de que en el sufrimiento es cuando descubrimos los amigos de verdad. Cuando las cosas van bien es fácil ser amigo de aquel que está a nuestro lado, pero en la adversidad, es mucho más difícil estar al lado del que sufre. Es cuando nos encontramos sufriendo cuando más necesitamos de aquellos que se llaman amigos. Su apoyo puede hacer mucho más llevadero nuestro sufrimiento. Sentirse acompañado cuando uno sufre es lo mejor que a uno le puede suceder. Como dice Francesc Torralba: 8


EL SUFRIMIENTO «El sufrimiento prueba el amor de los otros, prueba la estimación hacia la persona que sufre. Es un elemento catártico decisivo con vista a valorar y ponderar las relaciones sociales que unen a los hombres los unos con los otros. »La solidaridad en el sufrimiento muestra que entre las personas no hay tan solo amor de conveniencia, sino autentico amor de amistad. Quien se olvida del amigo, cuando este padece y está triste y desanimado, no ha descubierto el valor y la excelencia de la auténtica amistad. La auténtica amistad se demuestra en las situaciones de sufrimiento e incomprensión.»5

Otro aspecto fundamental que muy a menudo olvidamos en relación con el sufrimiento y que considero que no habríamos de olvidar, es que en numerosas ocasiones sufrimos como consecuencia de nuestras propias decisiones. Como seres humanos tenemos la libertad de decidir y esa capacidad de decisión implica escoger ante las diferentes opciones que se presentan a lo largo de nuestra vida. Si las decisiones que tomamos no son las más acertadas, a la larga esas mismas decisiones nos pueden llevar a sufrir y a vernos en situaciones que no habríamos deseado. Creo que muy a menudo el hombre es responsable de su propio sufrimiento y padece las consecuencias de sus propias decisiones. Pero desgraciadamente no siempre es así. No siempre el sufrimiento es consecuencia de nuestros actos. Ojalá lo fuese porque así podríamos evitarlo actuando sabiamente. Como seres humanos no vivimos aislados, no vivimos solos y esa realidad implica que a veces las decisiones de los otros condicionen nuestra propia vida y nos veamos obligados a padecer las consecuencias de las decisiones tomadas por aquellos que nos rodean. Cuánto sufrimiento y dolor se podría evitar si el hombre no fuera tan egoísta y en lugar de mirar únicamente para sí mismo tuviera en consideración el sufrimiento que puede generar en su prójimo. En definitiva cuanto sufrimiento se evitaría si tuviéramos en cuenta las necesidades de nuestro prójimo. Además, esa sensibilidad no implica necesariamente perder parte de nuestros derechos o vivir peor. Por último hay que tener presente que no siempre sufrimos por nuestras propias decisiones o por las decisiones que toman los otros. Desgraciadamente y como ya señalaba con anterioridad la vida lleva asociado el 5

Ibídem, pág. 119.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

sufrimiento de forma irremediable, y en muchas ocasiones sufrimos por el único hecho de vivir. Hay una cuestión muy importante que no hemos mencionado aún. Cuando nuestra sociedad habla del sufrimiento, en el supuesto que hable de él, olvida que el sufrimiento tiene un valor pedagógico fundamental. En ese aspecto el sufrimiento puede ser útil. Como dice Francesc Torralba: «El sufrimiento enseña, forma y hace madurar la persona.»6 Es indiscutible que el sufrimiento tiene un valor pedagógico porque nos puede ayudar a valorar la vida y todo aquello que tenemos. Nos ayuda a madurar como personas. Que el sufrimiento sea útil no implica que se convierta en deseable, solo quiere decir que podemos aprender cuando sufrimos. Por desgracia vivimos en una sociedad de la inmediatez, en una sociedad donde únicamente valoramos la novedad, donde todo pasa de moda rápidamente, donde el sufrimiento no tiene cabida. Pero lo queramos o no, el sufrimiento está ahí. El sufrimiento nos puede ayudar a vivir de forma diferente si somos capaces de dar valor a aquello que lo tiene realmente. Hemos de ser capaces de reorientar nuestras prioridades, y eso no deja de depender en buena medida de nosotros mismos. Relacionado con el valor pedagógico del sufrimiento está la capacidad de relativizar el sufrimiento propio. El sufrimiento es más intenso y puede llegar a desbordarnos cuando nos centramos únicamente en nosotros mismos. Pero si somos capaces de escapar del yo, el sufrimiento puede ser más llevadero. Cuando somos capaces de pensar menos en nosotros mismos y un poco más en los otros, nuestras preocupaciones, nuestras angustias, nuestras obsesiones, en definitiva nuestros sufrimientos pierden parte de su importancia. Creo que vivimos en una sociedad en que el hombre se caracteriza por ser un ser egoísta, centrado totalmente en el yo, y eso inevitablemente hace aumentar nuestro sufrimiento. Habríamos de ser capaces de situar nuestro sufrimiento en el lugar que le corresponde. Eso no quiere decir que no podamos sufrir, que la vida no nos golpee y este a punto de derribarnos. Lo que quiere decir es que sabremos enmarcar nuestro sufrimiento dentro de los límites que le corresponden. Si somos capaces de hacerlo seremos más felices. Aprender del sufrimiento, es aprender de la vida y no hay la menor duda de que todo aquello que no nos destruye nos hace más fuertes. La felicidad pasa en buena medida porque seamos capaces de convivir con el sufrimiento. 6

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Ibídem, pág. 11.


EL SUFRIMIENTO

El creyente ante el sufrimiento «“Dios mío ¿dónde estás?”, es una pregunta que nace del sufrimiento del inocente, pero que nace también de la fe. Para aquellos que la formulan, “la fe es precisamente la razón de su perplejidad... Si pensamos que Dios no es bueno, ni amante, ni poderoso, entonces no habría problema. En ese caso tendríamos solamente el hecho brutal del sufrimiento formando parte de una realidad cruel.” El silencio de Dios es más insoportable para el que cree que el Dios de nuestra fe es un Dios viviente y no como aquellos de los que se burla el salmista, que “tienen boca y no hablan”. (Salmo 115:5).»7

Hasta aquí hemos reflexionado acerca del sufrimiento, pero no hemos aportado ningún elemento de consuelo y tampoco hemos planteado ninguna explicación al sufrimiento en el caso de que lo tuviera. Como se planteaba más arriba: Dios mío ¿dónde estás? No es una pregunta cualquiera, es una pregunta fundamental. Es una pregunta recurrente, porque ante el sufrimiento el creyente no puede guardar silencio. A lo largo de la historia esta preguntada ha zarandeado la fe del creyente, y le ha supuesto todo un dilema. Esta aparente ausencia de Dios se ha planteado con mayor fuerza si cabe aún, a raíz del descubrimiento de los campos de exterminio nazis, donde se estima que murieron más de seis millones de personas, únicamente por el hecho de ser considerados inferiores. Este dilema fue planteado y contestado de forma magistral por Elie Wiesel, un superviviente del campo de exterminio de Auschwitz,8 en su obra La Noche: «Un día al volver del trabajo vimos tres horcas levantadas en la explanada, tres cuervos negros. Se pasa lista. Los SS alrededor de nosotros, las metralletas apuntando: la ceremonia tradicional. Tres víctimas encadenadas… y uno de ellos, el pequeño criado, el ángel de los ojos tristes.

7 GUTIÉRREZ, Gustavo, Parlar de Déu des del sofriment de l’innocent: Una reflexió sobre el llibre de Job, Barcelona: Claret, 1987, pp. 17, 18. 8 Auschwitz-Birkenau era uno de los campos de exterminio construidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial juntamente con Belzec, Chelmno, Majdanek, Sobibor i Treblinka. Estos fueron diseñados con la finalidad de eliminar de forma sistemática a los judíos así como a otros colectivos, como gitanos, comunistas, homosexuales, Pentecostales y Testigos de Jehová. En estos campos fueron asesinados más de tres millones de personas únicamente por el hecho de ser considerados inferiores o etiquetados como indeseables.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD »Los SS parecían más ocupados, más inquietos que de costumbre. Colgar a un chiquillo ante miles de espectadores no era cualquier cosa. El jefe del campo leyó la sentencia. Todos los ojos estaban fijos en el niño. Estaba lívido, casi tranquilo, mordiéndose los labios. La sombra de la horca caía sobre él… Los tres condenados subieron a la vez sobre sus sillas. Los tres cuellos fueron introducidos al mismo tiempo en los nudos corredizos. »─¡Viva la libertad! ─gritaron los dos adultos. »El pequeño callaba. »─¿Dónde está Dios? ¿Dónde está? ─preguntó alguien detrás de mí. »A una señal del jefe del campo las tres sillas se volcaron… »Oí una voz dentro de mí que le contestaba: »─¿Qué dónde está? Está aquí, colgado de esta horca…»9

Creo que aquellos que nos declaramos creyentes tenemos la necesidad de dar una respuesta al sufrimiento no solo para satisfacer nuestra propia necesidad, sino para satisfacer las necesidades de nuestra sociedad. Son muchos los que desesperan y necesitan una respuesta a su sufrimiento. Como decía en la introducción nuestra sociedad está necesitada de una respuesta al sufrimiento, una respuesta que aporte esperanza en un mundo donde esta brilla por su ausencia. El creyente necesita dar respuesta al dolor existente, y necesita dar una respuesta porque si no es posible darla difícilmente es posible hablar de Dios. «Si Dios es bueno y todopoderoso, podría haber creado un mundo sin dolor.»10 Aquí nos hallamos ante un reto para aquellos que nos denominamos cristianos, un reto que no podemos obviar, porque es evidente que el sufrimiento entra en contradicción con un Dios de amor. Peter Singer en un artículo titulado ¿El Dios del sufrimiento? Plantea esa contradicción entre el sufrimiento y un Dios de amor con las siguientes palabras: «¿Vivimos en un mundo creado por un dios todopoderoso, omnisciente y absolutamente bueno? Los cristianos así lo creen. No obs9

WIESEL, Elise, cit. por FACKENHEIM, Emil Ludwig: La presencia de Dios en la historia. Salamanca: Sígueme, 2002, p. 105. 10

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SINGER, Peter, «¿El Dios del sufrimiento?». El País [Madrid] (1/6/2008).


EL SUFRIMIENTO tante, todos los días nos enfrentamos a un motivo poderoso para dudarlo: en el mundo hay mucho dolor y sufrimiento. Si Dios es omnisciente, sabe cuánto sufrimiento hay. Si es todopoderoso, podría haber creado un mundo sin tanto dolor, y lo habría hecho si fuera absolutamente bueno. [...] »Las evidencias que tenemos ante nuestros propios ojos indican que es más razonable creer que el mundo no fue creado por dios alguno. Si de cualquier forma insistimos en creer en la creación divina, nos vemos obligados a admitir que el dios que creó el mundo no puede ser todopoderoso y absolutamente bueno. O es malvado o no es muy hábil.»11

¿Cómo dar respuesta a las afirmaciones de Singer y de otros sobre la imagen de Dios en relación con el sufrimiento? Para empezar creo que Singer realiza ciertas afirmaciones que no se corresponden con lo que la Biblia dice; como el afirmar que el sufrimiento puede ser positivo, que el sufrimiento es causa del pecado original, que como pecadores somos merecedores de cierto grado de sufrimiento, que como existe la eternidad el sufrimiento aquí no importa o que nuestra comprensión es limitada y que por lo tanto no hace falta reflexionar sobre el tema. Pero aunque estas afirmaciones no se ajustan a lo que la Biblia manifiesta, es indudable que Singer y otros pueden pensar así porque estas afirmaciones han sido realizadas por cristianos. Los cristianos somos responsables en buena medida de la imagen distorsionada de Dios, porque con nuestras explicaciones damos pie a que no se conozca de verdad el Dios de la Biblia. ¿Cómo responder entonces de una forma adecuada? ¿Cómo hablar de un Dios de amor? ¿Cómo satisfacer las necesidades de un mundo que sufre? ¿Qué mensaje de esperanza pueden proporcionar los cristianos? Este es el gran reto para los que nos denominamos cristianos. Pero es obvio que esa respuesta ha de ser diferente de la clásica, o como mínimo ha de ser reformulada para dar esperanza a un mundo necesitado de esperanza. Un mundo que necesita sentir la presencia de Dios, y como expresa Wiesel, tenga la certeza de que Dios está sufriendo con nosotros.

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SINGER, Peter: ¿El Dios del sufrimiento? El País 1/6/2008.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

¿Cuál es el origen del sufrimiento desde una perspectiva bíblica? Para comenzar habríamos de intentar saber en qué circunstancias se origina el sufrimiento, quién es el responsable. Qué respuesta da la Biblia en relación al origen del sufrimiento. Si cogemos la Biblia por el libro del Génesis, leemos que Dios es el creador del Universo y de todo cuanto existe. En definitiva Dios es el creador del hombre. Pero si leemos atentamente, Dios crea, y todo lo que crea es bueno en gran manera (Génesis 1:31). Entonces si todo lo que crea es bueno en gran manera, cómo explicar el sufrimiento, qué circunstancias se dieron para que aquello que era bueno en gran manera ahora no lo sea. Si seguimos con el relato sobre los orígenes registrado en libro del Génesis, en el capítulo tercero se plantea como el hombre se aparta de Dios, o más bien como toma sus propias decisiones al margen de la divinidad. En el momento de la creación Dios le dice al hombre que todo aquello que ha creado está a su disposición, pero que abstengan de comer del árbol del bien y del mal (Génesis 2:17). Pero, el hombre desobedece y actúa de forma independiente y decide comer haciendo caso omiso a las advertencias de Dios. Creamos o no en la literalidad del pasaje, lo que es evidente, es que en un momento dado el hombre actúa al margen de Dios, en definitiva se aparta de Dios, actúa independientemente y al hacerlo sufre las consecuencias de sus actos. Dios ha creado al hombre con la capacidad de tomar sus propias decisiones. Lo que tradicionalmente se denomina libre albedrío. «Entonces dijo Dios; Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; [...] »Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó...»12

Como dice el texto, Dios crea al hombre a su imagen y semejanza, con ello Dios crea al hombre con ciertos atributos, con ciertas capacidades propias de la divinidad. El hombre al igual que Dios, tiene la capacidad de reflexionar, de evaluar las situaciones y de decidir qué hacer en toda circunstancia, en definitiva tomar sus propias decisiones. Esa capacidad implica que el hombre puede actuar al margen de Dios. Y ese actuar al margen de Dios se traduce en que la semejanza del hombre con Dios se ve dañada. Es indudable que el hombre mantiene esos atributos que son propios de la divinidad, pero también es evidente que ese apartarse de Dios trae unas consecuencias. Como dice Zuccarelly: 12

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Génesis 1:26,27 (RV60).


EL SUFRIMIENTO «Dios creó a los seres humanos con atributos semejantes a los suyos. No hay duda que la semejanza a Dios ha sido dañada y deformada por la falta de uso y el mal uso, pero aún exhibimos una medida de curiosidad y creatividad que es parte de la creación de Dios. Como ninguna otra criatura sobre la faz de la tierra, persistimos investigando y cuestionando a la creación, intentando comprenderla y explicarla. Es la nuestra herencia divinamente concebida.»13

El hecho de que Dios cree al hombre con la capacidad de tomar sus propias decisiones y las consecuencias que se derivarán de este hecho entran en contradicción con la naturaleza humana. Para el hombre esa decisión no tiene sentido o como mínimo está más allá de nuestra comprensión. Desde una vertiente humana cómo crear algo que va a salir “mal”, cómo crear con todo el sufrimiento que va generar esa decisión, no solamente al hombre sino a la misma divinidad. El hombre es por naturaleza egoísta y no haría nada que lo fuese a perjudicar si de antemano conociera las consecuencias. Pero lo que es evidente es que Dios actúa de forma diferente al hombre y ese actuar escapa a nuestra comprensión. Dios ama por encima de lo que nosotros podamos comprender, y ese amor lo lleva a crear al hombre independientemente de las consecuencias que se derivarían de ello. Pero lo más sorprendente es que Dios en su inmensa sabiduría y conociendo de antemano como actuará el hombre hizo planes para solucionar esa situación y corregir de alguna manera las decisiones humanas. Pero eso sí, respetando la libertad humana. Algunos para explicar el absurdo de la creación del hombre desde una perspectiva humana afirman que Dios creó al hombre como lo creó para manifestar su gran amor y bondad. Dios no creó al hombre con el objetivo prioritario de poder manifestar su amor, pero al hacerlo hizo posible que este se manifestara en su máxima expresión. Me parece una posición peligrosa, porque da la sensación de que la caída del hombre era inevitable. Es como si al crear al hombre con la capacidad de tomar sus propias decisiones implicase que este optaría por el camino equivocado. Si esto fuese así en cierta medida Dios sería responsable del mal y del sufrimiento, y no puedo estar de acuerdo con esta visión de Dios. No creo que Dios obre así. A veces olvidamos que el que Dios sea capaz de prever el futuro no implica una limitación a mi libertad de elección. Lo único 13 ZUCARELLI, Anthony J., «Dilemas éticos en la edad genética», Revista de Educación Adventista, n.º 17 (2003), p. 36.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

que quiere decir es que Dios está más allá de mi comprensión. Yo creo que Dios creó al hombre con la capacidad de elegir libremente, pero esa libertad no implicaba necesariamente que el hombre tuviese que optar por el mal, con todo el sufrimiento que esta decisión conllevaría. Aunque parezca un absurdo hemos de aceptar que no tenemos respuesta para todo y es indudable que Dios no actúa según los criterios humanos. La creación del hombre es un misterio y hemos de aceptar que nuestra comprensión de Dios es limitada y no podemos explicarlo todo. Por ello se hace necesario de nuestra parte una gran dosis de humildad. Albert Kamp expresa esa realidad con las siguientes palabras: «Nadie es capaz de compartir la perspectiva divina, confinados como estamos a percepciones limitadas. Esto no implica que el género humano esté entregado a merced de un Dios de la aleatoriedad. Sin embargo, sí que significa que desde un punto de vista humano no conocemos, ni podemos conocer todas las razones implicadas. La posición de los seres humanos en la tierra simplemente difiere de la posición de Dios en el cielo y, por tanto, los actos de Dios tienen una causa que es suya propia.»14

Reconocer nuestras limitaciones no implica un rechazo a toda reflexión y a la busca de respuestas, más bien todo lo contrario implica el deseo de profundizar en un problema tan grave como es el del sufrimiento. Es indudable que en las decisiones humanas se encuentra la raíz del sufrimiento. Dios crea al hombre para que sea feliz, no para sufrir y menos aún morir. Pero crea seres libres con la capacidad de tomar sus propias decisiones. Y en el caso del hombre, este se aleja de Dios que es el dador de la vida. Ese alejamiento se traduce en un cambio en la situación del hombre. Algunos pueden pensar que todo está muy bien, pero que no deja de ser un mito para intentar explicar una realidad, pero que en el fondo Dios no existe. Es indudable que no existen pruebas experimentales en un sentido estricto de la existencia de Dios y menos aún de su bondad. Esa realidad hace necesaria la fe, y la fe como dice la epístola a los Hebreos:

14 KAMP, Albert, «Con causa o sin ella: Imágenes de Dios y el hombre en Job 1-3», Concilium, 307, p. 22.

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«Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.»15 Pero si leemos atentamente, el texto refiriéndose a la fe utiliza expresiones como certeza y convicción. Esto quiere decir que aquel que tiene fe, tiene la convicción y la certeza de que Dios existe y que puede confiar en sus promesas aunque no pueda dar satisfacción plena y total a todas las cuestiones. Resumiendo, podemos afirmar que el sufrimiento es la constatación o si se prefiere la demostración de que el mal existe. Sin sufrimiento no seriamos conscientes de que el mal existe. Si nos fijamos en el relato del Génesis sobre los orígenes, observamos que todo lo creado es bueno en gran manera, no había dolor ni sufrimiento. Este estaba ausente. Solamente después de la caída y como consecuencia de esta, el sufrimiento aparece. Es una consecuencia del alejamiento de Dios, de no seguir sus directrices, de ejercer nuestra libertad de una forma no responsable. Dios no es el causante y menos aún el responsable del sufrimiento. Además, nos ama tanto que ideó un plan para restablecer la brecha que separaba al hombre de Dios, y así poder restaurar al hombre a su condición inicial. Pero aceptar estos planteamientos solo es posible desde la fe. Desde la confianza en un Dios que nos ama. ¿Por qué sufrimos? Una vez explicado cuál es el origen del sufrimiento humano se hace necesario responder al porqué del sufrimiento individual. El hombre siempre ha intentado dar una explicación al sufrimiento, siempre ha intentado dar una respuesta al porqué de tanto sufrimiento. A veces estas explicaciones en lugar de mejorar la imagen de Dios pueden haberla distorsionado. Solo hay que recordar a modo de ejemplo las afirmaciones realizadas por Singer, que no son las suyas, pero que responden a lo que los cristianos hemos podido decir a lo largo de la historia cuando hemos tenido que hablar acerca del sufrimiento. Las explicaciones dadas por los creyentes no siempre han servido de consuelo y en numerosas ocasiones han alejado al hombre de Dios. A veces es mejor el silencio que no una respuesta cuando no se tiene o no ha de ser satisfactoria.

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Hebreos 11:1 (RV60).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

Algunas de las explicaciones dadas al sufrimiento, y que me gustaría analizar detenidamente y a la vez rebatir porque yo no las comparto son:

El concepto de retribución: Siempre que sufrimos es como consecuencia de nuestros actos, en definitiva de nuestros pecados. Dios bendice a los justos, y castiga a los malvados.

El sufrimiento es un mecanismo del cual Dios se vale para conducirnos a Él. Por lo tanto el sufrimiento es útil.

1. ¿Sufrimos como consecuencia de nuestros actos? Una explicación fácil es atribuir el sufrimiento a nuestros actos. Es indudable que en numerosas ocasiones nos vemos expuestos al sufrimiento o sufrimos a consecuencia de nuestras decisiones como decíamos anteriormente. Pero, esto no siempre es así. Yo diría que en la mayoría de las ocasiones sufrimos sin que tengamos nada que ver con lo que nos acontece. Pensemos en una catástrofe natural, en un accidente, en ciertas enfermedades… Muchos creyentes han llegado a la conclusión y siguen afirmando ante toda evidencia, que cuando sufrimos una enfermedad o algún otro tipo de problema que nos hace sufrir es a causa de nuestras decisiones. Porque estas no están en armonía con la voluntad de Dios. En definitiva sufrimos como consecuencia de nuestros pecados. En cierta medida el sufrimiento es un castigo de Dios, si hiciéramos bien las cosas Dios nos bendeciría y las cosas nos irían bien. La Biblia niega con rotundidad el concepto de retribución, que el sufrimiento es debido a nuestros pecados. La Biblia en este aspecto no deja la menor duda de que esto no es así. Y al mismo tiempo hay que reconocer, y esto no es una contradicción que a veces sufrimos por nuestras decisiones. Tampoco hemos de olvidar que vivimos en un mundo caído a raíz de las decisiones tomadas libremente por el hombre. El propio Jesús será muy taxativo en cuanto al rechazo de semejante idea. El primer ejemplo que me gustaría comentar, y que viene a destruir esta idea se encuentra en la vida de Job. La Biblia nos informa de que Job es un hombre inmensamente rico, un hombre que al mismo tiempo no deja de buscar a Dios, de tal forma que el propio Dios lo pone como un ejemplo. Pero su situación cambia de forma radical y en un muy breve período de tiempo tiene que enfrentar la perdida de todas sus posesiones, la muerte de sus hijos, y como si todo esto no fuese suficiente tiene que 18


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hacer frente a un grave sarpullido que le cubre todo el cuerpo imposibilitando que pueda descansar. El dolor es tal que tiene que coger una pieza de terracota para rascarse las llagas. Por si todo ello fuese poco, su mujer lo invita a maldecir a Dios y a morirse con las siguientes palabras: «¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete.»16 Pero, la actitud de Job es admirable, en lugar de indignarse, en lugar de contestar de una forma poco reflexiva. Job le dice: «Hablas como una necia. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?»17 Con dichas palabras, Job manifiesta su total confianza en Dios. La pregunta planteada por Job, no necesariamente se ha de entender en el sentido de que Dios envía el mal, porque eso entraría en contradicción con su bondad. Job lo que pretende con dicha pregunta es rebatir la actitud de su mujer, nos quiere hacer ver que no podemos valorar a Dios en función de cómo nos vayan las cosas. Dios en ningún caso es el responsable del mal. Dios nunca actúa con nosotros de forma arbitraria. El sufrimiento y la degradación de Job es tal que sus amigos cuando lo ven no lo reconocen y durante siete días no se atreven a decir nada. El sufrimiento y la desesperación de Job van en aumento a medida que pasa el tiempo. El sufrimiento es tan absoluto, la desesperación, la incomprensión de su situación es tan grande que Job llega a maldecir el día en que nació y a desear su propia muerte: «¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas?»18 Quién no diría lo mismo en una situación parecida. Pero, la pregunta que surge rápidamente es qué ha hecho Job para merecer todo esto. La respuesta de sus amigos no deja la menor duda, es clara: algo has hecho para que te sucedan semejantes cosas. Dios te está castigando por tus actos, arrepiéntete. Pero todos conocemos la historia y sabemos que Job es un hombre justo, no ha hecho nada para que le suceda todo lo que le está sucediendo. Pero, Job sigue sufriendo en solitario. Nadie lo entiende, él tampoco entiende todo lo que le está sucediendo. En ese sentido se parece a nosotros mismos en determinadas circunstancias. Pero me encanta la actitud 16

Job 2:9 (NBE).

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Job 2:10 (NBE).

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Job 3:1 (NBE).

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de Job, tiene tal confianza en Dios que entiende que puede discutir con Dios: «Pero quiero dirigirme al Todopoderoso, deseo discutir con Dios.»19 Se dirige a Dios y le pide que le explique por qué le está sucediendo lo que le está sucediendo. Ese discutir con Dios me gusta, porque habla de un Dios cercano a las inquietudes del hombre, de un Dios con el que se puede dialogar. Pero lo más maravilloso de todo es que Dios escucha y responde aunque Job sigue sin entender. Pero, a pesar de todo, a pesar de no poder entender plenamente, Job confía en Dios y ese confiar le lleva a exclamar: «Yo sé que mi Redentor vive.»20 Y al final. Después de hablar con Dios. Job declarará: «Yo sé que tú lo puedes todo y que no hay nada que no puedas realizar. »¿Quién soy yo para dudar de tu providencia, mostrando así mi ignorancia? »Yo estaba hablando de cosas que no entiendo, cosas tan maravillosas que no las puedo comprender. »Tú me dijiste: Escucha que quiero hablarte; respóndeme a estas preguntas. »Hasta ahora, solo de oídas te conocía, pero ahora te veo con mis propios ojos. »Por eso me retracto arrepentido, sentado en el polvo y la ceniza.»21

Me parece una actitud fantástica, una actitud envidiable porque Job manifiesta una confianza absoluta en Dios. Job no entiende, pero entiende que puede confiar en Dios. ¡Qué fe! Cuántos de nosotros en semejantes circunstancias tendríamos la capacidad de ponernos en las manos de Dios, y confiar de manera absoluta en sus promesas. Algunos alegarán que Dios bendice a Job en gran manera y que por eso manifiesta está confianza. Pero las manifestaciones de Job se producen en un momento en el cual aparentemente Dios no está a su lado. Cuando su sufrimiento es total. Qué mayor sufrimiento que perder a tus

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Job 12:3 (NBE).

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Job 19:25 (RV60).

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Job 42:1-6 (DHH).


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hijos, estar enfermo y que tu mujer y tus amigos no te apoyen, y no solo eso sino que te acusen. La experiencia de Job es un ejemplo de que el sufrimiento y las bendiciones no están asociadas a nuestro actuar. Vivimos en un mundo sometido al mal y eso implica en numerosas ocasiones sufrir. Pero el Dios de Job que puede ser el nuestro, es un Dios que se preocupa por sus criaturas, que nos ama. En definitiva, un Dios en el que podemos hallar consuelo y esperanza, aunque no entendamos todo aquello que sucede a nuestro alrededor. El segundo ejemplo para rebatir el concepto de retribución lo encontramos en el Nuevo Testamento. En está ocasión será el propio Jesús, quien negará en dos ocasiones diferentes la validez de la afirmación de que sufrimos como consecuencia de nuestras acciones. En la época de Jesús era muy frecuente, cosa que desgraciadamente también sucede en la actualidad, atribuir la enfermedad y el sufrimiento al alejamiento por parte del afectado de Dios o bien de sus antepasados. En definitiva que el sufrimiento se produce porque hemos hecho algo para merecerlo. Pero Jesús rebatirá está idea y no dejará la menor duda de que no es así. El primer episodio de la vida de Jesús que viene a rebatir la idea de retribución se encuentra registrado en el evangelio de Juan: «Al pasar vio un hombre ciego de nacimiento. Los discípulos le preguntaron: Rabí ¿quién pecó para que naciera ciego?; ¿él o sus padres? »Contestó Jesús: Ni él pecó ni sus padres; ha sucedido para que se revele en él la acción de Dios.»22

Como hemos leído, Jesús es interpelado por sus discípulos, estos le preguntan al ver a un ciego: ¿quién pecó para que esté ciego? Los discípulos de Jesús daban por sentado que si se encontraba así era por causa de algo que había hecho incorrectamente. Pero, Jesús, sin dudarlo ni un solo momento, rechaza dicha idea de forma directa y contundente. No es ciego a causa de que ha hecho algo indebido él o sus padres, y para que no quede la menor duda Jesús procede a sanarlo inmediatamente. Aunque Jesús no entra en polémica se puede deducir de su acción que se encuentra ciego porque vivimos en un mundo donde el sufrimiento es una reali22

Juan 9:1-3 (BP).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

dad a causa de la separación del hombre y Dios. Jesús aprovecha la ocasión y realiza un milagro, pero lo importante no es el milagro en sí, sino el significado que entrañaba; el rechazo de la asociación directa del sufrimiento con nuestras acciones. Por si no fuese suficiente con este episodio, el evangelio de Lucas registra otra ocasión donde Jesús es interpelado a raíz del asesinato de un grupo de galileos por parte de Poncio Pilato. «En aquel momento se presentaron algunos a contarle que Pilato había mezclado la sangre de unos galileos con la de las víctimas que ofrecían. Jesús les contestó: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás porque acabaron así? Os digo que no; y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también. Y aquellos que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no y si no os enmendáis, todos vosotros pereceréis también.»23

Jesús ante la pregunta y conociendo que pensaban en su interior, aprovecha la ocasión para afirmar que la muerte de esas personas no se ha producido por lo que hayan hecho. No merecen más la muerte que cualquier otro galileo o jerosolimitano. Jesús niega la validez del concepto de retribución. Después de haber analizado brevemente la vida de Job y de haber profundizado en estos episodios de la vida de Jesús no nos ha de quedar la menor duda de que en muchas ocasiones las desgracias, los sufrimientos no se producen por lo que hayamos hecho. Hemos de rechazar frontalmente el concepto de retribución, y evitar la tentación de asociar aquello que nos sucede en todo momento con nuestro comportamiento. Cuando las cosas nos van bien, no siempre es consecuencia de nuestro buen hacer, ni cuando sufrimos se debe a que hayamos hecho mal las cosas. Rechazar el concepto de retribución implica creer sin esperar nada a cambio, confiar en Dios por encima de todo. Como dice Gustavo Gutiérrez: «Creer “sin más ni más” “sin paga” es lo contrario de la doctrina de la retribución.»24

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Lucas 13:1-5 (NBE).

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GUTIÉRREZ, Parlar de Déu des del sofriment de l’innocent..., op. cit., p. 32.


EL SUFRIMIENTO

2. El sufrimiento como mecanismo para llevarnos a Dios Algunos creyentes han llegado a afirmar que en algunas ocasiones es Dios quien en cierta medida propicia el sufrimiento, o dicho de una manera más directa Dios es el responsable. Consideran que Dios se sirve del sufrimiento para hacer que el hombre vea cuáles son sus limitaciones, y al mismo tiempo las consecuencias que se derivan de hacer su propia voluntad sin seguir sus consejos. Podríamos decir que el sufrimiento sería por lo tanto un mecanismo del cual Dios se serviría para llevarnos a Él. El sufrimiento nos guste o no sería un castigo por parte de Dios a raíz de nuestras acciones. Es indudable y creo que cualquier creyente estará de acuerdo en que el sufrimiento al cual nos vemos sometidos en nuestra vida es en buena medida un “castigo”. Aunque no tanto un castigo en el sentido tradicional, sino un castigo en el sentido de que sufrimos las consecuencias de la caída, de ese actuar al margen de las recomendaciones de Dios. Creo que llegar a pensar que Dios es responsable del sufrimiento humano, aunque solo sea en determinadas ocasiones entra en contradicción con un Dios amoroso e infinitamente bueno. Cómo podemos llegar a pensar que Dios puede enviar el sufrimiento o el dolor. Cómo poder aceptar a un Dios que nos hace sufrir. Yo personalmente no querría un Dios así. Yo me resisto a pensar que Dios sea el responsable del sufrimiento, en definitiva del mal. Creo que esto entra en contradicción con la propia definición de Dios, «porque Dios es amor».25 Dios en ningún momento puede valerse del sufrimiento aunque la finalidad última sea loable. En el caso de Dios el fin no justifica los medios. Además, no hemos de olvidar que el sufrimiento no necesariamente hace que la gente se vuelva a Dios, más bien todo lo contrario. Es fácil constatar como numerosas personas niegan la existencia de Dios como consecuencia del sufrimiento. Y por si eso fuese poco, muchos creyentes han abandonado su fe en Dios cuando se han visto abordados por las dificultades. Volvemos a las preguntas anteriores: cómo un Dios omnipotente permite el sufrimiento, por qué sufro cuando procuro seguir a Cristo. No creo que el sufrimiento nos acerque a Dios necesariamente, yo diría que más bien puede hacer que nuestra fe se debilite y en algunas ocasiones llegue a desmoronarse. Entonces, cómo explicar ciertos pasajes de 25

1 Juan 4:8 (RV60).

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la Biblia, y en especialmente del Antiguo Testamento, que dan la idea de que Dios es el responsable de ciertos sufrimientos. Un ejemplo fantástico de esta idea lo encontramos en el diálogo que mantiene Moisés con Dios antes de que este último se presentara ante faraón, Dios le dice a Moisés: «Pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo.»26 La BTI traduce el mismo texto con las siguientes palabras: «Aunque yo haré que se muestre intransigente y no deje salir a los israelitas.» El texto atribuye a Dios la obstinación de faraón en su negativa de dejar marchar al pueblo de Israel. Como consecuencia de ello, Dios sería el responsable último de todo el sufrimiento que van a padecer los egipcios. Esta idea se repite en otros pasajes del libro del Éxodo. Pero lo más curioso, y esto es importantísimo, hay otros textos que hablan de que es faraón quien se niega a dejar marchar al pueblo, por lo tanto el responsable sería faraón y no Dios. «A pesar de ello tal como predijo el Señor, el Faraón se mantuvo intransigente y no les hizo caso.»27 Este texto nos habla de que es faraón quien no accede a dejar ir al pueblo después de todos los avisos que ha recibido de parte del Señor, y el pasaje afirma que esto sucede tal como Dios lo había predicho. La clave para entender el texto se encuentra precisamente en el hecho de que Dios es capaz de conocer el futuro, Dios es capaz de predecir cómo actuará el hombre. Pero esa capacidad no disminuye ni en lo más mínimo la libertad del hombre. La atribución a Dios de ciertos actos humanos, no quiere decir que Dios sea el responsable de las decisiones del hombre porque si fuese así el hombre no sería verdaderamente libre. El texto nos quiere transmitir la idea de que Dios permite al hombre actuar según su voluntad, y Dios en su infinita sabiduría conoce ese actuar. Ese permitir por parte de Dios en muchas ocasiones le es atribuido, como si Él fuese el responsable de lo que ha sucedido, de las decisiones tomadas. Pero en realidad es el hombre y no Dios el responsable. En el evangelio de Juan se encuentran registradas unas palabras del profeta Isaías: «Les he cegado los ojos y embotado la mente para que sus ojos no vean ni su mente discurra ni se conviertan y los tenga que sanar.»28

24

26

Éxodo 4:21 (RV60).

27

Éxodo 7:13 (BTI).

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Juan 12:40 (NBE).


EL SUFRIMIENTO

Una lectura superficial haría que nos reafirmáramos en la idea de que Dios es el responsable de que el hombre no actúe correctamente. «En conclusión: Dios tiene misericordia de quien quiere y deja endurecer a quien quiere.»29 No hay la menor duda que una lectura parcial de estos pasajes podría llevarnos a esas conclusiones. Pero si esa lectura no es la correcta, cómo interpretar entonces dichos pasajes. La respuesta es fácil y a la vez doble. Dios por un lado permite las consecuencias de nuestros actos, no evita las consecuencias de nuestras decisiones, y por otro lado se vale de las consecuencias que se derivan de nuestras decisiones para hacernos ver la necesidad que tenemos de seguir el camino que Él nos indica. Porque al hacerlo los más beneficiados seremos nosotros mismos. El hombre se niega a seguir en numerosas ocasiones los consejos de Dios y eso trae como consecuencia el sufrimiento. El pasaje de Isaías hace referencia a la obstinación de pueblo de Israel en hacer la voluntad del Señor. No es el Señor quien desea el sufrimiento sino que las decisiones de Israel provocaran dicho sufrimiento. Dios se servirá de él para actuar, y como dice el texto Dios intervendrá para sanarlos. Dios nuevamente tiene que actuar para sanar al hombre de sus decisiones. En ese sentido hay un texto maravilloso, que nos habla de un Dios que ama a toda la humanidad sin excepción: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.»30 Cómo podemos ni tan siquiera pensar que Dios pueda actuar causando el mal. Dicha idea es absurda. Un Dios que es capaz de darse a sí mismo por nosotros, no puede en ningún caso ser el responsable del sufrimiento aunque este pudiese tener un fin loable. Dios ama como dice el texto a todo el mundo sin excepción y su oferta es para todos sin ningún tipo de restricción. Dios en ningún caso desea nuestro sufrimiento porque Dios es amor. Pero tampoco puede obligarnos a actuar de acuerdo a su voluntad porque Dios nos ha hecho libres. Pero Dios se sirve del sufrimiento de nuestro actuar para que nos volvamos hacia Él. Dios se sirve del sufrimiento, pero no es el responsable del sufrimiento. Si Dios fuese el responsable del sufrimiento aunque fuese de forma parcial difícilmente podríamos hablar de un Dios de amor. 29

Romanos 9:18 (NBE).

30

Juan 3:16 (RV60).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

Si el sufrimiento no siempre es consecuencia de nuestras decisiones (retribución), ni tampoco está en las decisiones de Dios. ¿Por qué sufrimos entonces? La respuesta es sencilla en cierta medida. Sufrimos porque vivimos en un mundo que se ha apartado de Dios. Un mundo donde el mal impera nos guste o no. Como ya decíamos anteriormente, el sufrimiento se encuentra en la decisión libre del hombre de no hacer caso a Dios y hacer su propia voluntad. Esa decisión implicaba alejarse de Dios, y ese alejarse implica sufrir. Muchas de las cosas que nos acontecen no responden a nuestras decisiones, ni tan siquiera a que alguien haya hecho algo mal. Suceden porque vivimos en un mundo donde la vida pende de un hilo. En un mundo donde el mal abunda y como consecuencia de ello el hombre sufre. A veces sufrimos como consecuencia de nuestros actos, pero en muchas ocasiones sufrimos por el hecho mismo de vivir. Vivir implica en cierta medida tener que sufrir. Otra cosa chocante y motivo de escándalo es que aquel que actúa incorrectamente no siempre sufre las consecuencias de sus actos. ¿Por qué los impíos progresan? Este es otro de los dilemas asociados al sufrimiento, el aparente progreso de los injustos. Pero de la misma manera, la única explicación posible se encuentra en que vivimos en un mundo donde el sufrimiento y la injusticia imperan. En un mundo que se ha alejado de Dios y que por lo tanto no podemos esperar que la justicia impere, no podemos esperar que cada uno reciba según lo que haya hecho. Pero esa realidad tiene que ser matizada y no puede ser matizada de otro modo que no sea con la esperanza de una nueva vida. Tema que abordaremos más adelante. ¿Por qué un Dios todopoderoso no pone fin a tanto sufrimiento y dolor? Aunque pueda no parecerlo, Dios sí que actúa y ha actuado. El problema es que Dios no actúa según los parámetros humanos y esa realidad entra en contradicción con la naturaleza humana que desea una respuesta inmediata al problema del sufrimiento. Ya en la antigüedad esa aparente contradicción entre sufrimiento y un Dios todopoderoso fue planteada por Epicuro: «O Dios quiere evitar el mal y no puede, y entonces no es omni-

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EL SUFRIMIENTO

potente; o Dios puede y no quiere, y entonces no es bueno; o no puede ni quiere, y entonces no es Dios.»31 Dios aparentemente no actúa, aparentemente se mantiene al margen del sufrimiento. Esa percepción humana responde a la incomprensión que nos producen ciertas situaciones que se dan en nuestras vidas y que difícilmente podemos entender como es el sufrimiento producido por una catástrofe natural, por una enfermedad, por la muerte de un ser querido, etcétera, la lista sería interminable. Pero no hemos de olvidar nunca que Dios ha creado seres libres, seres que tienen la capacidad de tomar sus propias decisiones. Dios en el momento que decidió crear seres libres sé autolimitó por voluntad propia, y en ese sentido no es todopoderoso u omnipotente. No puede obligar al hombre a actuar según su voluntad. Pero a pesar de ello Dios actúa y busca al hombre, como dice Gustavo Gutiérrez hablando de la experiencia de Job en relación con Dios: «Él también tiene sus límites, porque Él mismo se los ha impuesto. El ser humano es insignificante a juicio de Job; pero es suficientemente grande porque Dios, el Todopoderoso se pare al límite de su libertad y le pida su colaboración en la construcción del mundo y en su justo gobierno.»32 Además, si Dios hubiese actuado de forma diferente, el hombre no sería verdaderamente libre. Quizá estas respuestas son poco satisfactorias porque delante del sufrimiento toda explicación es parca. Pero, cómo actuar de forma diferente. Nunca hemos de olvidar que Dios actúa, pero no actúa según el deseo humano, que implica actuar inmediatamente. Dios actúa con la perspectiva que le da el conocimiento y no en la inmediatez del deseo humano. Pero al hombre esa respuesta en el tiempo a veces le puede resultar poco satisfactoria. La única opción posible, que no fácil, es confiar en las promesas del Señor. Ese respeto de la libertad del hombre, con todas las consecuencias que ello lleva asociado, está en contradicción con la propia naturaleza humana. Existe una analogía entre el actuar de Dios con nosotros, y como nosotros podemos actuar con nuestros propios hijos. Como analogía tiene sus limitaciones, porque evidentemente entre Dios y nosotros como padres existe un abismo. Pero en la Biblia muchas veces se compara a Dios a un padre amante. Como padres en cierto sentido hemos creado un nue31

EPICURO, cit. en GALINDO RODRIGO, José Antonio: Dios y el sufrimiento humano: Preguntas y respuestas sobre el problema del mal, Madrid: Encuentro, 2008, p. 52. 32

GUTIÉRREZ, Parlar de Déu des del sofriment de l’innocent…, op. cit., p. 154.

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vo ser. Y como fruto de nuestra sangre acostumbramos a amar a nuestros hijos por encima de todo. Pero nuestros hijos al igual que nosotros tienen la capacidad de tomar sus propias decisiones, y a medida que crecen esa capacidad se va manifestando en mayor grado. Y a nuestro pesar en numerosas ocasiones sus decisiones van en un sentido contrario al que nosotros desearíamos. Muchas veces podemos evaluar las consecuencias negativas de sus actos, pero desgraciadamente no podemos evitar que actúen de forma perjudicial para ellos. Lo que si podemos hacer es amarlos y ayudarlos a paliar las consecuencias de sus decisiones. Y en ese sentido Dios actúa como nosotros con nuestros hijos, pero en un grado muy superior. Porque Dios es amor. Dios ha actuado y sigue actuando en todo momento. La Biblia nos habla de Jesús y de como Dios en su infinito amor ideó un plan antes de la fundación del mundo para que el hombre pueda hallar consuelo a su sufrimiento. Nos habla de un Dios que ama tanto al hombre que es capaz de respetar su libertad, pero al mismo tiempo busca al hombre para que colabore con Él. ¿Dónde está Dios cuando sufrimos? No tengo la menor duda de que podemos confiar en Dios en todo momento y circunstancia, de que únicamente podemos hallar consuelo y solución al sufrimiento en Dios. Creo y sigo creyendo que Dios está siempre a nuestro lado, y en particular cuando sufrimos. Tenemos un Dios que no se mantiene al margen del sufrimiento humano, sino un Dios que se implica y es solidario con el hombre cuando sufre. Como hemos dicho anteriormente, la Biblia nos habla de un Dios que se preocupa del hombre, de un Dios que no es indiferente al sufrimiento humano, de un Dios que siendo consciente de que el hombre se apartaría de Él haciendo su propia voluntad ideó todo un plan antes de la fundación del mundo con la finalidad de rescatar al hombre de las funestas consecuencias de sus decisiones. La Biblia nos habla de ese plan en los siguientes términos: «Poned una esperanza sin reserva en el don que os va a traer la manifestación de Jesús el Mesías, [...] escogido desde antes de la creación del mundo.»33 Dios en su infinita misericordia creó al hombre, pero consciente de que únicamente se podrían solventar las consecuencias de las decisiones 33

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1 Pedro 1:13,20 (NBE).


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del hombre con su implicación directa, Dios envió a su propio Hijo y así nos dio esperanza. No hay mayor manifestación del amor de Dios respecto al hombre que la encarnación, como Dios se hizo hombre y habito entre nosotros. Nuevamente, nos encontramos ante un misterio, un misterio en el sentido de que el hombre difícilmente puede entender ese amor incondicional de Dios. Ese amor que se da sin esperar nada a cambio. Dios nos ama sin que nosotros hayamos hecho nada para merecerlo. Tenemos un Dios que se ha solidarizado con el hombre, un Dios que nos ama de tal manera que se hizo hombre, habitó entre nosotros, sufrió como nosotros, y por todo ello tenemos un Dios que conoce de primera mano las funestas consecuencias del alejamiento del hombre de Dios. Como dice la carta a los hebreos cuando habla de Jesús como sumo sacerdote: «Pues no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, excepto el pecado, ha experimentado todas nuestras pruebas.»34 Dios en la persona de Jesús ha tenido que sufrir las consecuencias de las decisiones del hombre. No pensemos que Jesús no sufrió en sentido estricto o su sufrimiento fue meramente aparente ya que era Dios. Jesús sintió como todo hombre las consecuencias asociadas al separarse de Dios. Los evangelios no dejan la menor duda en ese sentido: Jesús sufre como cualquier hombre, Jesús llora por la pérdida de un amigo, Jesús necesita satisfacer sus necesidades físicas como cualquiera de nosotros; dormir, comer… Jesús sufrió de una manera que quizás nosotros no podamos entender, porque Jesús no deja de ser Dios, aunque él no hiciera uso de su divinidad mientras habitó entre nosotros. Lo único que diferencia al hombre de Jesús, es que Jesús a diferencia de nosotros no pecó, no se separó en ningún momento de Dios. Ese sufrimiento se hace más evidente durante la última semana de su vida. La noche antes de ser entregado, justo después de haber cenado con sus discípulos se dirige al huerto del Getsemaní a orar, y en ese momento una angustia terrible lo embarga. Probablemente, en esas circunstancias el sufrimiento de Jesús supera todo lo inimaginable, el evangelio describe tal situación con las palabras siguientes:

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Hebreos 4:15 (BTI).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD «Jesús [...] empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: »─Me muero de tristeza. [...] Adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y se puso a orar diciendo: »─Padre mío, si es posible, que se aleje de mí ese trago. Sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. »[...] »─Padre mío, si no es posible que yo deje de pasarlo, realícese tu designio.»35

Jesús es consciente de lo que se avecina y ante tal perspectiva desearía evitar el sufrimiento. Jesús tiene miedo. Jesús es consciente de que su muerte está cercana, y como cualquier hombre tiene miedo. Jesús se dirige al Padre en dos ocasiones pidiéndole que si es posible evitar lo que se le avecina. Pero al mismo tiempo se pone en las manos de su Padre, manifestando una confianza absoluta en Dios. Ese sufrimiento de Jesús llega a su clímax en la cruz. Después de todo el sufrimiento físico al cual se ha visto sometido por las autoridades; es azotado, no ha podido dormir y por último es crucificado. Hay un momento en el que Jesús exclama con un grito de desesperación: «Elí, Elí, lema sabaktani. (Es decir: Dios mío, Dios mío: ¿por qué me has abandonado?»36

Jesús se siente en ese momento totalmente separado de Dios, se siente alejado de la divinidad como nunca antes en su vida. Siente como si Dios lo hubiera abandonado. Ese sentirse abandonado lo llena de dolor, de un dolor que nosotros difícilmente podemos entender como hombres, porque Jesús es hombre y Dios al mismo tiempo. Jesús como hombre no dejó en ningún momento de depender de Dios. En toda su vida terrenal mantuvo una relación estrecha con Dios. Ese sufrimiento debido al sentirse abandonado por parte de Dios no puede más que hacernos exclamar: ¡Qué sufrimiento más inmenso el que Jesús padeció por nosotros! ¡Qué amor más inmenso! De todas maneras ese grito de desesperación de Jesús, no deja de ser al mismo tiempo un grito de esperanza en las promesas de Dios. Jesús al

30

35

Mateo 26:36-42 (NBE).

36

Mateo 27:46 (NBE).


EL SUFRIMIENTO

exclamar: Dios mío, Dios mío: ¿por qué me has abandonado? No deja de hacer referencia al Salmo 22, un salmo de esperanza en Dios a pesar de las adversidades. La actitud de Jesús es un ejemplo para nosotros, ante el sufrimiento lo único que podemos hacer es confiar en las promesas del Señor. Nuevamente puede parecer una actitud pasiva, pero no lo es, es necesaria mucha fuerza para tener fe en las promesas de Dios cuando las cosas nos van mal. Algunos pensarán que Jesús sabía lo que iba a suceder, y con ello intentarán relativizar el valor de lo que Cristo ha hecho por nosotros. Pero eso no es así, Jesús vivió y actuó como hombre en todo momento, y como consecuencia de ello sufrió como nosotros las mismas penalidades. Pero a diferencia de nosotros, no se alejó en ningún momento de Dios y se mantuvo conectado en todo momento con Dios. Eso le permitió hacer frente al sufrimiento como ningún otro hombre en la historia. Desgraciadamente, para el hombre, ese mantenerse conectado en todo momento con la divinidad no es fácil, y por otra parte no va a evitar que suframos porque vivimos en mundo que se ha alejado de Dios. Pero cuanto más estrecha sea nuestra relación con Dios en mejores condiciones nos encontraremos para enfrentar el dolor y el sufrimiento. Al hombre no le queda más alternativa que ponerse en manos de Dios y confiar en las promesas del Señor. El ejemplo de Jesús pone de manifiesto hasta que punto nos ama Dios. Por otro lado, a parte de la manifestación más absoluta del amor de Dios que se da en el ministerio de Jesús, Dios promete estar a nuestro lado en toda circunstancia y de una forma especial cuando sufrimos. La Biblia está plagada de textos que nos hablan de un Dios cercano, de un Dios que está a nuestro lado en todo momento, de un Dios que es receptivo a nuestras demandas. Entre estos me gustaría recordar algunos de ellos: «Pues él no desprecia ni pasa por alto el sufrimiento de los pobres, ni se esconde de ellos. ¡Él los oye cuando le piden ayuda!»37 «El Señor lo confortará cuando esté enfermo; lo alentará en el lecho del dolor.»38 «Me llamarás y le responderé, estaré a su lado en la desgracia, lo salvaré y lo honraré.»39 37

Salmo 21:24 (DHH).

38

Salmo 41:3 (NVI).

39

Salmo 91:15 (BJ).

31


SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD «Todo lo que pidáis a Dios con fe lo recibiréis.»40

Algunos pueden alegar que Dios no siempre responde como dice el último texto mencionado. Personalmente no estoy de acuerdo con dicha opinión, y estoy convencido de que Dios siempre responde, lo que sucede es que no siempre responde de la forma que nosotros esperaríamos. Dios no siempre responde de forma inmediata nuestras peticiones. Dios tiene la capacidad de ver más allá de lo que nosotros podemos ver. Dios actúa y a veces responde de la manera que nosotros deseamos, pero no siempre es así. La misma Biblia dice que a veces el hombre pide sin saber lo que le conviene, y además nunca hemos de olvidar que sufrimos las consecuencias de las decisiones tomadas libremente por el hombre. Dios no puede en ningún caso obligar al hombre a actuar en contra de su propia voluntad. Además, el actuar de Dios está más allá de nuestro entendimiento. Pero a pesar de la inquietud que nos puede producir el hecho de que nuestras oraciones no sean contestadas como nosotros desearíamos, hemos de tener el convencimiento de que podemos confiar en Dios, porque no existe la menor duda de que nos ama y desea lo mejor para nosotros. Otra cuestión importante que nos habríamos de preguntar en relación a la oración, es si esta es el último recurso cuando todas las otras opciones han fallado. Tengo la sensación de que a veces utilizamos la oración como si fuese un elemento mágico, olvidando cual es el significado de la oración. En muchas ocasiones nos acercamos a Dios únicamente cuando las cosas nos van mal, pero nos olvidamos de Dios cuando las cosas nos van bien aparentemente. La oración no puede ser el último recurso cuando todo lo demás ha fallado, no puede convertirse en una lista de peticiones, la oración ha de ser algo diferente. Esta nos permite comunicarnos con Dios, nos permite hablar con Él explicándole todo aquello que nos inquieta, pero al mismo tiempo nos permite darle las gracias por todo lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros. La oración no deja de ser la manifestación de nuestra confianza absoluta en Dios. Dios sabe de antemano lo que necesitamos (Mateo 6:8), pero al orar manifestamos la necesidad que tenemos de Dios, de que dirija nuestras vidas. Manifestamos que confiamos en Él y al mismo tiempo reconocemos nuestras propias limitaciones. Cuando tenemos una vida de oración, oraremos confiando en Dios, pero al mismo 40

32

Mateo 21:22 (NBE).


EL SUFRIMIENTO

tiempo entenderemos que no siempre las cosas sucederán como nosotros desearíamos. Todos los textos mencionados más arriba nos hablan de un Dios que se preocupa por el hombre, de un Dios que no es indiferente al sufrimiento humano. Pero la promesa más fantástica de todas se encuentra en el libro del Apocalipsis cuando dice: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron.»41 Este pasaje de libro del Apocalipsis nos habla de un Dios que ama al hombre, de un Dios cercano, de un Dios que no se conforma con eliminar el sufrimiento únicamente, sino que se acerca al hombre para secar sus lágrimas. En definitiva nos habla de un Dios que entra en contacto directo con el hombre. La imagen de un Dios que se dedica a enjugar toda lágrima me parece preciosa. Es una imagen que habla de un Dios que se preocupa por cada uno de nosotros. Este texto no solo nos habla de un Dios cercano a nuestras necesidades, nos habla también de una nueva realidad, de una nueva vida donde el sufrimiento, el dolor y la muerte ya no existirán nunca más. En definitiva nos habla de la restauración del hombre a una condición donde nunca más volverá a existir el sufrimiento. Es una esperanza fantástica. Al leer este texto no puedo dejar de desear que ese momento llegue cuanto antes. ¡Ojalá fuese ya! El vivir del creyente: Compartiendo una esperanza A la luz de la esperanza en lo que Cristo ha hecho por nosotros y de las promesas del Señor, el creyente ha de enfrentar el sufrimiento de forma distinta a aquellos que no son creyentes. El creyente entiende que está de paso, entiende que esta vida tiene una importancia relativa, porque espera una nueva vida como mencionábamos unas líneas más arriba. En esta nueva vida, el dolor y el sufrimiento ya no existirán. Esa realidad habría de hacer que el creyente percibiese, viviese de forma diferente el sufrimiento. E. Jünger dirá: «Dime cuál es tu relación con el sufrimiento y te diré quién eres.»42 Es una frase que no necesita ningún tipo de comentario. Creo que a veces los creyentes no estamos a la altura de lo que decimos creer, y enfrentamos de forma poco satisfactoria el sufrimiento, no diferenciándonos 41

Apocalipsis 21:4 (RV60).

42

JÜNGER, E., citado en TORRALBA, El sofriment un nou tabú, op. cit., p. 86.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

de los que consideramos no creyentes. Ante esa realidad, el no creyente se pregunta: ¿por qué creer entonces? ¿Qué diferencia hay entre creer y no creer? Pienso que si somos capaces de enfrentar las situaciones de sufrimiento de forma diferente, situándolas en el contexto que les corresponde a la luz de la esperanza, nuestra vida se puede convertir en luz para aquellos que nos rodean. Con todo esto, no quiero decir que el creyente no pueda angustiarse o desesperar cuando sufre, lo único que quiero decir es que al final se agarrará a Dios y confiará en Él, a pesar de no entender necesariamente todo lo que le sucede. Esa confianza en Dios y en sus promesas le dará la paz necesaria para afrontar el sufrimiento con serenidad y equilibrio, situándolo en el lugar que le corresponde. Nuevamente tenemos que hablar de fe. El creyente sufre como cualquier otro hombre, enfrenta las mismas dificultades pero a diferencia de aquel que no cree, tiene esperanza en una nueva vida. Esa esperanza ha de hacer que enfrente el sufrimiento de forma diferente. Y ese vivir de forma diferente hará posible que pueda compartir su esperanza, porque por definición el creyente no es y no puede ser indiferente al sufrimiento del prójimo. Pero para que su experiencia, su esperanza pueda llegar a ser útil, es necesario que previamente este sea sensible al sufrimiento del inocente, como dice Gustavo Gutiérrez: «Solamente quien sepa callar y comprometerse con el sufrimiento de los pobres podrá hablar desde su esperanza. Solamente quien se toma en serio el dolor de la humanidad, el sufrimiento del inocente, y sepa vivir bajo la luz pascual el misterio de la cruz en medio de la realidad, podrá evitar que la teología sea un discurso vacío.»43

Es fundamental vivir para que nuestras palabras no caigan en saco roto, en definitiva para que no se las lleve el viento. Si vivimos nuestra fe de forma coherente podremos llegar a nuestro prójimo, solo así podremos hacer que nuestra esperanza sea la suya. En este sentido y a modo de conclusión, me gustaría hacer mías las palabras de Etty Hillesum,44 quien mientras estaba internada en el campo de tránsito de Westerbork, y des-

43 44

GUTIÉRREZ, Parlar de Déu des del sofriment de l’innocent…, op. cit., p. 201.

Etty Hillesum (Middelburg, 1914-Auschwitz, 1943). Trabajo como asistente y enfermera en el campo de tránsito e internamiento de Westerbork. Posteriormente, eligió voluntariamente ser deportada a Auschwitz donde murió juntamente con toda su familia.

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EL SUFRIMIENTO

pués de contemplar el sufrimiento en un grado que pocos de nosotros hemos llegado ni tan siquiera a divisar pudo decir: «La vida es buena por definición; si a veces se nos tuerce no es por culpa de Dios sino nuestra.»45 «Esta vida es maravillosa y grande, […]. Y a cada infamia, a cada crueldad, hay que oponerle una buena dosis de amor y buena fe, […]. Tenemos derecho a sufrir, pero no a sucumbir al sufrimiento.»46

Ella llegará a manifestar un total agradecimiento a Dios y su deseo de compartir con las siguientes palabras: «Tú que me diste tanto, Dios mío, permíteme también dar a manos llenas.»47

45

HILLESUM, Etty, El corazón pensante de los barracones: Cartas, Rubí (Barcelona): Anthropos, 2001, p. 88. 46

Ibídem, p. 99.

47

Ibídem, p. 132.

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La muerte «La muerte es quizá la experiencia humana por excelencia, es probablemente la experiencia en las que se reúnen más elementos de nuestra humanidad. Es, sin embargo, una experiencia confusa que pone al descubierto elementos para integrar nuestra existencia escindida. El dolor, la tristeza y el enojo profundos vienen acompañados por la alegría y la paz que nos regala el recuerdo. El reclamo ante una Fe que se cuestiona, acompaña al consuelo que brinda la certeza de la presencia de Dios en medio de todo aquello. El miedo a la soledad es acompañado por la comunidad que nos rodea en silencio durante el duelo.»1

El problema de la muerte La muerte es lo contrario a la vida. La muerte es la manifestación más absoluta de la fragilidad humana, de los límites que tenemos como hombres. Además, la muerte representa el mayor sufrimiento al que nos hemos de enfrentar como hombres. Por todo ello, en una sociedad que valora por encima de todo, la juventud y la vida, la muerte juntamente con el sufrimiento se ha convertido en un tema tabú. Vivimos en una sociedad que desea vivir de espaldas a la muerte, que se esconde de la muerte y eso provoca que nuestra sociedad no se encuentre preparada para afrontar la muerte cuando esta llega. Vivimos en la sociedad del temor a la muerte. La muerte siempre ha aterrorizado al hombre a lo largo de la historia, pero tal vez nunca como antes nuestra sociedad ha temido a la muerte. El temor a la muerte ha llegado a tal extremo, que la prolongación de la vida se ha convertido en un fin en sí mismo, con todos los conflictos y dilemas éticos que genera. Lutero reflexionando acerca de la muerte dijo: «El terror ante la muerte es la muerte misma.»2 No saber vivir con la muerte, puede convertirse en un grave problema, de hecho nos hace más infelices, y mucho más insensibles, como dice Henning Mankell la sociedad europea, pero yo diría que no tan solo la 1 CLERICO MEDINA, Carlo, Morir en sábado: ¿Tiene sentido la muerte de un niño?, Bilbao: Desclée de Brouwer, 2008, p. 217. 2

LUTERO, cit. en SÖLLE, Dorothee, Mística de la muerte, Bilbao: Desclée de Brouwer, 2009,

p. 17.

37


SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

europea: «Alejó a la vejez de nuestra vida y suprimió a la muerte del orden del día. [...] En su lugar, la juventud, la fuerza y la salud se convirtieron en los temas dominantes. La muerte pasó a la reserva. [...] Al eclipsarse la muerte, nos volvimos más pobres.»3 La muerte nos angustia porque supone dejar de vivir y en un principio nadie desea dejar de vivir. La vida es demasiado preciosa como para dejarla escapar. Además, la muerte nos incomoda, porque desconocemos lo que sucede después de que esta se haya producido. Por todo ello, vivimos de espaldas a la muerte, como si esta se pudiese evitar. La muerte se ha convertido en un tabú, en un tema a evitar, en un tema que no queremos abordar. Al actuar así negamos una realidad inexorable, una realidad que nos acompaña desde el mismo momento del nacimiento. Una realidad que va aparejada a la propia existencia. Porque desde el mismo momento del nacimiento, estamos sometidos o condicionados con la posibilidad de la muerte. Y esta puede llegar en el momento menos esperado. El dejar de ser nos asusta, nos inquieta, porque deseamos vivir aunque las situaciones en las que nos hallemos no sean las más óptimas. No hablar de la muerte, no reflexionar acerca de ella no es una solución, como dice Raffaele Mantegazza: «Se trata de intentar hablar de la muerte, no para eliminar el dolor ni el miedo que la caracterizan, sino para desplazar la parálisis que nos domina cuando nos acomete y nos invita a su juego. No para aprender a amarla, sino para ejercitarnos a acompañar y a acompañarnos a nosotros mismos hacia su horizonte definitivo.»4

La muerte, por otro lado, nos hace a todos iguales, esta no hace distinción entre ricos y pobres, entre hombres y mujeres, entre adultos y niños. De hecho la muerte es la máxima expresión de igualdad. Ante la muerte, no hay diferencias porque más tarde o más temprano todos hemos de morir, esta es inevitable. Cuando hablamos de la muerte, deberíamos ser capaces de aceptar que el morir no es importante en el sentido de que cuando morimos no somos conscientes del hecho en sí, de hecho dejamos de existir y ese

3 4

MANKELL, cit. en SÖLLE, Mística de la muerte, op. cit, p. 28.

MANTEGAZZA, Raffaele, La muerte sin máscara: Experiencia del morir y educación para la despedida, Barcelona: Herder, 2006, p. 16.

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LA MUERTE

dejar de existir implica dejar de ser conscientes de las cosas. Por lo tanto, en ese sentido, la muerte no habría de ser una preocupación. Cuando hablamos de la muerte nos habría de preocupar o inquietar no tanto la muerte en sí misma, porque como decíamos más arriba está es inevitable cuando llega, sino en qué situación nos encontraremos para afrontar esos últimos momentos previos a nuestra propia muerte. En definitiva, como nos despedimos de esta vida. Además, en el momento de nuestra propia muerte no podemos ser conscientes del hecho en sí mismo y como consecuencia de ello la muerte no nos afecta en sentido estricto. Por otro lado, otra de las preocupaciones que conlleva asociada la muerte sería como abordamos la pérdida de aquellos que amamos. La preocupación en relación a como se produce nuestra propia muerte es totalmente lógica. A mí no me preocupa la muerte en sí misma, sino como se producirá mi muerte, qué circunstancias rodearan mi fin. Esta preocupación está ligada al debate en torno a la eutanasia.5 Es indiscutible que en circunstancias normales nadie desea morir, pero aún mayor es el deseo de una muerte en paz, sin dolor. Vivimos y un día moriremos, pero la preocupación del cómo de ese acontecimiento último es inevitable. La degradación de nuestro ser, la pérdida de la capacidad de razonar y por la tanto la pérdida de la capacidad de decidir por nosotros mismos nos asusta. El vivir en determinadas circunstancias se puede convertir en un no vivir, y nos guste o no esa posibilidad nos asusta. De ahí el deseo de morir de forma inesperada o rápida sin la posibilidad de sufrir. También, nos angustia la posibilidad de morir en soledad, sin la compañía de aquellos que amamos. En relación con nuestros seres queridos, también nos inquieta su posible pérdida porque son ellos los que dan sentido a nuestra vida y su marcha deja un vacío irremplazable en nuestro día a día. Creo que para la mayoría de las personas, la pérdida de aquellas personas que amamos nos preocupa más que nuestra propia muerte. Pienso que es mucho más doloroso la muerte de un ser querido que la muerte de uno mismo. La muerte de aquellos que amamos nos llena de sufrimiento, un sufrimiento que en muchas ocasiones difícilmente superamos. El sufrimiento que genera la pérdida de un ser querido nos sacude de tal manera que nos rebelamos ante la realidad de la muerte. La angustia que provoca la muerte, es la manifestación más profunda del sufrimiento al que ha de hacer frente el hombre. La muerte siempre es incomprensible. El 5

ÁLVAREZ, Josep A., La eutanasia a debate, Barcelona: Aula7activa, 2005.

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vacío que dejan aquellos que amamos no se puede llenar nunca, y su ausencia nos acompañará de forma irremisible, como dice Francesc Torralba: «Cuando muere una persona estimada, muere una parte de nuestro ser.»6 La pérdida de aquellos que amamos, provoca que nuestra propia vida se tambalee y las incógnitas sobre nuestra propia existencia se manifiesten: ¿Cómo afrontar la vida cuando perdemos a aquellos que amamos? ¿Qué sentido tiene nuestra vida cuando perdemos a nuestro cónyuge, a un hijo, etcétera? ¿Cómo llenar el vacío que dejan aquellos que amamos? La verdad es que vivir sin aquellos que dan sentido a nuestra vida es muy difícil. El duelo que acompaña la pérdida de un ser querido es un proceso que se puede extender en el tiempo de forma indefinida y en algunos casos nunca se supera. Victòria Camps, hablando de la muerte tras la pérdida de su madre expresaba ese vacío con las siguientes palabras: «La muerte no se entiende, ni siquiera, pienso, desde un contexto religioso. Porque la creencia en otra vida y la esperanza de que no todo acaba en esta, en realidad no consuela de la desaparición material, brutal y absoluta de la persona que fallece. Alguien que siempre estuvo conmigo, desde que nací, de repente deja de estar de un modo ya irreversible: es una realidad tremenda.»7

Por otro lado, desgraciadamente, vivimos en una sociedad cada vez más inhumana e insensible ante la realidad de la muerte. Esa falta de sensibilidad se traduce en la imposibilidad de disponer de los medios para superar la muerte de nuestros seres queridos. Esa insensibilidad nos impide disponer del tiempo necesario para hacer frente al dolor de una pérdida, ni tan siquiera disponemos del tiempo para poder llorar. Esa cruda realidad es expresada de forma magistral por Raffaele Mantegazza: «Como cualquier otro momento importante de la vida de una persona, también la muerte deberá someterse a la temporalidad de la sociedad industrial avanzada. Desaparecen el luto y su elaboración, simplemente porque no hay tiempo para ello, es preciso volver a trabajar, hay que espabilarse, no porque esto sirva al sujeto, sino porque el sistema no permite la desaceleración. Al igual que, cuan6

TORRALBA, Francesc, Planta cara a la mort, Badalona (Barcelona): Ara Llibres, 2008, p.

7

CAMPS, Victòria y VALCÁRCEL, Amelia: Hablemos de Dios, Madrid: Taurus, 2007, p.

28. 179.

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LA MUERTE do nace un niño, las madres y los padres vuelven al trabajo precisamente cuando el bebé más los necesita, asimismo, cuando muere alguien, no nos dignamos ni siquiera a pensar que los tiempos de trabajo tendrían que flexibilizarse para permitir que cada uno pudiera encontrar los momentos para la propia elaboración del luto. El triste silencio que habita una casa el día después del funeral, cuando todos los parientes han regresado a sus casas y el duelo de la colectividad ya se ha desplazado a otro lugar, es el mejor testimonio de la inhumanidad del estado de cosas en que vivimos.»8

Es indudable que todas las muertes son dolorosas, pero todas ellas no son percibidas de la misma manera. Es indudable que la muerte de un niño, de un adolescente, de una persona joven no puede ser percibida, valorada de la misma manera que la muerte de una persona mayor. Mientras que la pérdida de una persona mayor es dolorosa, la pérdida de un niño es toda una tragedia. Cuando alguien llega al final de su vida después de haber podido disfrutar de la vida, cuando ha tenido la oportunidad de todo un recorrido vital no podemos verlo de la misma manera que cuando alguien acaba de comenzar a vivir. Esa es la gran tragedia de la vida que esta puede finalizar tan pronto como ha comenzado. Pero que difícil de aceptar es esa realidad. Un aspecto preocupante, es la banalización a la que se ve sometida la muerte y el sufrimiento. Cada día y de forma reiterada se nos muestra la muerte y el sufrimiento en los medios de comunicación, y de una forma particular en la televisión. Se estima que «un joven de 18 años ha visto morir a unas diez mil personas en televisión y a ninguna (o tal vez una) en la realidad.»9 Esa banalización de la muerte y del sufrimiento ha provocado que en muchas ocasiones seamos insensibles al dolor y a las necesidades de nuestro prójimo. Da la sensación de que la muerte y el sufrimiento no tengan ni la menor importancia, esa realidad es presentada de forma tan aséptica que da la sensación que no está sucediendo nada importante en realidad. Esa banalización, tiene otro efecto en nosotros mismos, hace que no nos encontremos preparados para afrontar las dificultades de la vida y en especial la muerte de aquellos que amamos. Además, siempre cometemos el error de pensar que las desgracias les suceden a los otros, y nunca pensamos que también nos pueden suceder a 8 9

MANTEGAZZA, La muerte sin máscara…, op. cit., p. 60. Ibídem, p. 184.

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nosotros. Por todo ello, es necesario que nos detengamos a reflexionar sobre la muerte y que pensemos en lo que puede suponer la pérdida de aquellos que amamos. Eso no hará que la perdida de nuestros seres queridos no nos afecte, no hará que estemos preparados porque nunca se puede estar preparado en sentido estricto para la muerte. Pero, probablemente nos podrá ayudar a poder enfrentar la dura realidad de la muerte. La negación de la realidad de la muerte es lo peor que se puede hacer. Es necesario señalar que la muerte de cualquier persona y en particular de un anciano supone una profunda pérdida de conocimiento. Vivimos en una sociedad que valora por encima de todo la juventud. Pero lo hace de una forma distorsionada, de tal manera que no valora en su justa medida la vejez. Parece que hayamos olvidado que todos sin excepción, siempre que la salud nos acompañe, llegaremos a la denominada tercera edad. De la misma manera que nadie puede evitar la muerte por mucho que lo desee, tampoco nadie puede evitar en circunstancias normales envejecer. Esa realidad nos habría de hacer valorar a las personas mayores en su justa medida. Además, no hemos de olvidar que un anciano es un pozo de sabiduría, porque la experiencia que da la vida es insustituible. Como dice un proverbio africano: «Cuando un anciano muere toda una biblioteca desaparece.»10 Un hecho significativo y curioso a la vez es que la muerte física, no supone morir de forma total porque mientras nuestro recuerdo perdure entre aquellos que nos aman, en cierta medida continuamos existiendo, aunque ese recuerdo sea parcial. Por sorprendente que pueda resultar, hay un aspecto de la muerte que no habríamos de obviar; la muerte como liberación. La muerte en determinadas ocasiones y circunstancias puede ser una liberación. Es indudable que nadie desea morir en circunstancias normales, pero a veces se dan ciertas situaciones límite que hacen la muerte deseable. Cuando uno sufre una determinada enfermedad que le imposibilita llevar a término las actividades normales de la vida, o cuando uno llega a determinada edad o cuando uno considera que todos los objetivos de la vida han sido alcanzados y ya no existe nada por lo que seguir adelante, la muerte puede llegar a ser percibida como una liberación. Como dijo Boecio: «Dichosa

10

42

MANTEGAZZA, La muerte sin máscara…, op. cit., p. 78.


LA MUERTE

muerte la de los hombres cuando se adentra sin perturbar los años buenos y acude en favor de los corazones afligidos.»11 Hasta aquí hemos intentado reflexionar sobre algunas de las cuestiones que se relacionan con el problema de la muerte. Es indudable que ante esa realidad, el hombre necesita una respuesta. Aunque parezca mentira, como dice Victòria Camps: «ante el misterio de la muerte no hay más respuesta que la religiosa.»12 Es curioso y significativo que está última afirmación proceda de una persona que se declara agnóstica, y que además afirma que dicha respuesta no la puede «entender ni compartir».13 Es indudable que el creyente tiene una esperanza en una nueva vida, y esa esperanza en principio habría de relativizar el problema de la muerte aquí y ahora. Para el creyente la muerte, no supone el fin de la vida, sino el comienzo a una nueva vida. Esa realidad contrasta con la del no creyente, para este la muerte supone un punto y final. Pero ante este hecho, aquellos que nos declaramos creyentes nos habríamos de plantear como mínimo una cuestión, cuestión que por otra parte no intentaré abordar porque considero que va más allá de los objetivos que me había planteado inicialmente, cómo es que el mensaje del evangelio resulta tan poco atrayente para nuestra sociedad ante la realidad de la muerte. ¿Puede ser útil la muerte? Puede parecer una pregunta provocativa, una pregunta sin sentido. Cómo llegar a plantearse ni tan siquiera la utilidad de la muerte. El hecho de plantearse la pregunta puede parecer una broma de mal gusto, pero esta no es mi intención. Es evidente que la muerte en sentido estricto no puede ser considerada por nadie como útil. Ninguna muerte puede ser deseable o puede llegar a percibirse como necesaria y por lo tanto útil. Pero al mismo tiempo, que niego la utilidad de la muerte, no tengo la más menor duda de que esta tiene un valor pedagógico, y en ese sentido es útil. La muerte nos puede ayudar a aprender a vivir, nos puede ayudar a valorar el precioso don de la vida.

11

BOECIO, La consolación de la filosofía, I,I, Madrid: Alianza, 1999.

12

CAMPS, Victoria y VALCÁRCEL, Amelia,Hablemos de Dios, Madrid: Taurus, 2007, p.

203. 13

Ídem.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

Ante la muerte de cualquier persona y en particular de un ser querido nos preguntamos por el porqué de esa muerte. Pero la verdad es que por mucho que nos esforcemos, no existe ninguna respuesta que nos pueda dar satisfacción al ¿por qué? Si somos creyentes, entenderemos que la muerte es la consecuencia de las decisiones tomadas por el hombre libremente. Pero está claro que esa respuesta no nos dará una satisfacción total, porque la pérdida de un ser querido no es fácil de aceptar. Como dice Clerico Medina en su libro Morir en sábado, donde aborda la pérdida de cinco niños pequeños a causa del cáncer, el ¿por qué? es una pregunta incorrecta, una pregunta que no nos lleva a ningún sitio, cuando uno tiene que afrontar la tragedia que supone la pérdida de un hijo en su tierna infancia. Dicho planteamiento es extensivo a la pérdida de cualquier ser querido, independientemente del momento y las circunstancias. Preguntarse por qué, no nos ayuda a seguir adelante ni a afrontar la muerte de un ser amado. Clerico Medina dirá que las preguntas que uno se ha de plantear son para qué y para quién Estas preguntas a diferencia de la del ¿por qué?, si que pueden tener una respuesta y no solo eso, pueden sernos de gran utilidad para superar la pérdida de aquellos que amamos. La muerte puede ser útil si somos capaces de ir más allá del hecho y encontrar una aplicación a nuestra propia vida. La muerte de aquellos que amamos habría de hacernos reflexionar sobre cuáles son nuestras prioridades en esta vida, y en función de la respuesta que demos tal vez habríamos de replantearnos nuestra forma de vivir, viviendo de una forma diferente. Si la pérdida de un ser querido nos lleva a cambiar nuestra forma de vivir, y al hacerlo a vivir de una manera más inteligente, sabiendo dar importancia a aquello que lo tiene, entonces esa muerte habrá sido útil. Hemos de ser conscientes que la vida es corta y que la muerte puede presentarse ante nosotros en cualquier momento. Por todo ello, hemos de ser capaces de valorar la vida en su justa medida, hemos de aprender a valorar lo que tenemos y evitar todas aquellas situaciones que no nos aportan nada de positivo a nuestra vida. En definitiva, hemos de ser capaces de valorar el don de la vida. Hemos de valorar y saber vivir el presente. Marco Aurelio hablando acerca de la brevedad de la vida, cita unas palabras de Epicteto que son todo un mensaje para reflexionar: «Cuando beses a tu hijo, decía Epicteto que conviene susurrarse interiormente:

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LA MUERTE

“Mañana tal vez muera.” “Eso es de mal agüero.” “Nada de mal agüero –dice– sino la expresión de un hecho natural. [...].”»14 Una lectura inicial e irreflexiva nos puede hacer pensar que se trata de un pensamiento pesimista. Pero si leemos atentamente, intentando profundizar en lo que Epicteto nos quiere decir, nos daremos cuenta que se trata de una gran verdad. Sería muy peligroso que la muerte se convirtiese en una obsesión, que constantemente estuviésemos pensando en ella. Pero es indiscutible que la vida del hombre es breve y no está en nuestras manos decidir cuándo vamos a morir. Creo que con dicho pensamiento, Epicteto nos quiere sacudir para que demos importancia a las pequeñas cosas de la vida, como el abrazar a nuestros seres queridos, decirles que los queremos… En definitiva que dediquemos tiempo a aquellas cosas que realmente se lo merecen, cosas a las cuales a veces no les damos el valor que se merecen porque estamos demasiado ajetreados con las cosas de la vida. Qué hay de más importante que tu familia y en particular tus hijos. Hemos de vivir sabiamente para ser más felices de lo que somos, y eso pasa por ser conscientes de la brevedad de nuestra existencia para disfrutar de aquellas cosas que valen la pena. Sería una lástima no saber aprovechar las oportunidades que nos proporciona la vida para disfrutar de aquellos que nos aman, y tener que arrepentirnos a posteriori por no haber sabido disfrutar de aquellos que dan sentido a nuestra vida. La vida es demasiado corta y frágil para perder el tiempo en aquellas cosas que no tienen ninguna importancia. De ahí, la necesidad de saber dar un sentido a nuestra vida. La fragilidad de la vida o la realidad de la muerte, independientemente de cómo lo queramos plantear, nos habría de hacer más generosos, menos egoístas, porque nuestra felicidad dependerá en buena medida de nuestra capacidad de dar, compartir y amar. Angustia y consuelo ante la muerte Como hemos manifestado desde el principio, la muerte nos angustia y la pérdida de aquellos que amamos deja un vacío en nuestra vida que no se puede llenar. En párrafos anteriores, planteábamos que la única respuesta posible ante la muerte es la religiosa. Pero hemos de ser conscientes en todo momento, que esta no necesariamente dará consuelo a aquellos que han perdido a un ser querido. Intentar dar consuelo ante la 14

MARCO AURELIO, Meditaciones, XI:34, Madrid: Alianza, 2007.

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muerte ha sido y sigue siendo un reto. Es un reto porque cómo dar consuelo cuando alguien ha perdido a un ser querido, qué decir. En este punto me gustaría transcribir la carta que dirigió una amiga a Francesc Torralba y que este recoge en su libro Planta cara a la mort. Esta carta refleja la angustia, el vacío y la dificultad de hallar consuelo, cuando uno ha perdido a un ser querido o a la persona que más amaba, en este caso su marido: «Amado Pol »No sé si podrás leer mi pensamiento desde allá donde estés. No sé si serás capaz de sentir los latidos de mi corazón. Desde que has marchado, me siento sola, infinitamente sola. Nunca como ahora había sentido el peso abrumador de la soledad. Ahora sé, realmente, que quiere decir estar sola. Te busco por todo los lados y no te encuentro; la casa se ha convertido en una gran fosa y no me adapto a la nueva situación. »Tengo tantas cosas por decirte. Añoro tanto tus besos, tus caricias, la ternura de tu tacto. Lloro mucho durante las noches y nuestra habitación se ha convertido en un lugar árido. Busco tu piel, pero la cama es una cueva fría y húmeda, busco tus pies para calentarme, pero no los encuentro. Busco tu voz, pero solo siento mis suspiros. »Me indigno cuando algunas personas me dicen, para consolarme, que era tu hora. ¡Qué caramba tu hora! Monto en cólera cuando siento esta expresión. ¿Quién decide la hora? ¿Quién lleva el macabro contador de las horas de vida que nos quedan? Eras un hombre lleno de vitalidad, de ilusiones, de energía, podías haber vivido tantas experiencias aún… ¿Qué demonios significa tu hora? ¿Quién decidió la hora de nuestro primer encuentro? ¿Quién decidió la hora de nuestro primer beso? ¡Maldito sea! »Creí en la ciencia y me falló. Hicimos todo lo que nos recomendaron los médicos: pruebas, intervenciones y más pruebas y más intervenciones; pero te moriste igualmente. ¡Aquel maldito tumor! Yo creía que aquella terapia podía dar buenos resultados, pero no fue así. Pusiste el cuello, no te tiraste atrás. Siempre fuiste un luchador, pero te fuiste y me dejaste sola en el mundo que, cada día que pasa, siento más inhóspito. »Busque el consuelo en los sabios. Creía que podían ayudarme a reencontrar las ganas de vivir. Dicen que hay palabras que curan.

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LA MUERTE En los últimos meses he leído y releído las máximas de Epicteto, de Marco Aurelio, de Séneca y de Boecio, pero nada de nada. También he leído el Evangelio, pero se me cae de las manos. He luchado contra el recuerdo, contra la nostalgia, contra el deseo de tenerte y de verte, pero nada de nada. Los recuerdos se borran, hacen surco en el alma. »Me faltas. Esta es la verdad. Esta es la única verdad. Esta falta me agujerea por dentro, no me deja vivir. Me faltas mucho y ninguna máxima, por sabia y sensata que sea, me da consuelo. He intentado distraerme, llenarme la agenda con muchas actividades: los hermanos vienen a verme, las amigas me llaman, tienen cura de mí; he querido dispersar la mente con muchas cosas y evitar de pensarte, pero, una y otra vez, como un círculo fatal, vuelve en forma de recuerdo y cada regreso es como una punzada de dolor. »No puedo olvidarte. Esta es la cruda realidad. En el fondo, tampoco quiero hacerlo. Ya no sé dónde buscar consuelo. Me siento impotente y no tengo ganas de vivir. Tuya Anna»15

Ante la muerte, solo es posible dar consuelo, acompañar desde el silencio. Probablemente, en ninguna otra situación, las palabras sobran o están demás. Las respuestas fáciles, en lugar de proporcionar consuelo, lo único que consiguen es profundizar el dolor que genera la pérdida de un ser querido. Solamente se puede consolar cuando se ha pasado por una experiencia similar, solo en esas circunstancias es posible entender plenamente todo lo que está sufriendo esa persona, y aun así cada persona afronta la muerte de forma diferente. La familia y los amigos son un elemento imprescindible en el proceso de consuelo, saberse acompañado y amado es fundamental. El dolor que provoca la pérdida de un ser querido es inevitable, de ahí la importancia de expresar nuestro sufrimiento; llorar, gritar… son procesos que nos pueden ayudar en el difícil proceso de superar la muerte de un ser querido. En este aspecto, el paso del tiempo, aunque no nos proporcionará consuelo, de alguna manera nos ayudará a aceptar y relativizar la muerte de aquellos que hemos amado y continuamos amando. Pero aún así, hemos de ser conscientes que para ciertas personas puede ser imposible 15

TORRALBA, Planta cara a la mort, op. cit., pp. 155, 156.

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hallar consuelo. Por ello, hemos de ser prudentes y sensibles ante aquellos que han perdido un ser querido. Una perdida siempre es irremplazable, y eso hace que ciertas personas no hallen las fuerzas necesarias para seguir adelante, o ese seguir adelante se haga muy difícil, porque han perdido aquello que daba sentido a su vida. La Biblia ante la muerte La Biblia desde sus primeras páginas se ve obligada a abordar el tema de la muerte. La muerte ocupa un papel central en la Biblia, porque la muerte es el gran problema a solucionar, y de una forma indirecta es precisamente la muerte la gran preocupación de Dios y del hombre. Además, la muerte es la manifestación más absoluta de las consecuencias del mal. Desde mi punto de vista, no hay la menor duda en cuanto a que la muerte es algo ajeno a la voluntad de Dios. Él desea que el hombre viva y no tenga que morir. Cuando Dios creó al hombre, lo creó perfecto y con el objetivo de que fuera feliz, y eso implica vivir y no morir. Por otro lado, también hay que destacar, que la muerte angustia al hombre, porque este desea vivir. La Biblia, que desde una perspectiva cristiana es la revelación de Dios a los hombres, intenta dar una explicación al porqué de la muerte, y lo que es más importante, al mismo tiempo nos habla de esperanza, de victoria. La Biblia plantea que la muerte no nos habría de angustiar si somos capaces de confiar en lo que ha hecho Jesucristo por cada uno de nosotros. A luz del mensaje de la Biblia, la muerte no tiene la importancia que el hombre actual le confiere y esta se ve relativizada, deja de tener la trascendencia que el hombre le confiere, porque a la luz de luz de las promesas del Señor, la muerte ha sido vencida. En la Biblia se plantean tres ideas fundamentales en torno a la muerte: 

La muerte es la consecuencia de la separación entre el hombre y Dios.

La muerte implica dejar de existir.

La muerte ha sido vencida gracias a lo que Cristo ha hecho por nosotros.

Una vez planteadas dichas premisas, me gustaría detenerme en cada una de ellas e intentar profundizar en estas ideas. 48


LA MUERTE

1. El porqué de la muerte Es verdad que la muerte no es justificable desde un punto de vista humano y probablemente tampoco desde la divinidad. Con ello quiero decir, que cualquier explicación no nos resultará totalmente satisfactoria, porque, en condiciones normales, nadie desea morir. Además, cualquier posible respuesta dejará dudas e incertidumbres, y cuestiones abiertas. Pero no por ello, hemos de caer en el error de no intentar dar una cierta explicación al porqué. Aunque esta explicación siempre se ha de hacer desde la humildad y desde el reconocimiento de las limitaciones que como humanos tenemos al abordar temas de semejante dificultad. Ya en los primeros pasajes de la Biblia y en toda ella se afirma que la muerte es la consecuencia última de la desobediencia del hombre. En los primeros capítulos del Génesis, se plantea como el hombre, a pesar de haber sido creado perfecto y de poseer todo aquello que necesita, decide ejercer su libertad y actuar al margen de Dios. Ese actuar al margen de Dios, implica, que el hombre habrá de esforzarse y sudar para obtener su sustento, tendrá que sufrir y en última instancia morirá. Y esa realidad va en contra de lo que Dios hubiese deseado para el hombre, porque Dios creó al hombre con el deseo de que viviese y fuese feliz, y no para que tuviera que sufrir y morir. Como decíamos unas líneas más arriba, según la Biblia, la muerte, el dejar de caminar sobre esta tierra, al igual que el sufrimiento es la consecuencia última del pecado, de nuestro alejamiento de la divinidad y de nuestro deseo de vivir al margen de Dios. De ese Dios que nos ama tanto que es capaz de dejarnos en libertad para que tomemos nuestras propias decisiones, aunque estas tengan unas consecuencias funestas para nuestra propia vida. Al actuar así, Dios sufre y se ve sometido a padecer un dolor que no podemos describir, porque el amor de Dios respecto al hombre no es cuantificable, se trata además de un amor incondicional, de un amor que no espera nada a cambio, tal vez únicamente el reconocimiento de ese amor. Dios sufre con y por cada uno de nosotros más de lo que nosotros podamos llegar a imaginar. Algunos cristianos, al reflexionar sobre la muerte, intentan dar alguna explicación adicional al porqué de la muerte. No se conforman con explicar la muerte como la consecuencia última del alejamiento del hombre de Dios. Estas explicaciones adicionales se realizan con la finalidad de intentar paliar el sufrimiento y la incertidumbre que provoca en el hombre 49


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la muerte, y en particular la muerte de aquellas personas que amamos. Pero, al mismo tiempo, tengo la impresión que estas explicaciones en cierta medida intentan justificar a Dios ante el hecho de la muerte. Intentan justificar a Dios como si Este tuviera necesidad de ser justificado, como si en cierta medida se hubiese de dar una explicación para exculpar a Dios de lo que sucede. Supongo que al hacerlo, el objetivo es hacer frente a las críticas que se vierten sobre la acción de Dios por el hecho innegable de que la muerte es una tragedia, que nos separa de la vida y de aquellos que dan sentido a nuestra vida. Una primera explicación complementaria para explicar el porqué de la muerte, es aquella que afirma que cuando llega la muerte lo hace en el momento oportuno. Esta llega porque Dios lo permite, pero no en el sentido de que las cosas suceden porque así es la vida. No en el sentido de que nacemos, y más temprano o más tarde hemos de morir como consecuencia del pecado, de la separación entre el hombre y Dios. Afirman que esta acontece en cierto sentido porque esa es la voluntad de Dios, y es la voluntad de Dios porque en ese momento esa persona está preparada para la salvación, y como Dios desea que todos se salven hace posible en cierta medida que esa persona muera. Esa idea es planteada de forma muy clara por cierto teólogo del cual prefiero omitir su nombre con las siguientes palabras: «No obstante, Dios, con su sabiduría y poder, [...], es capaz de librar de la muerte a quien no conviene que muera porque no es su mejor momento, permitiendo las de aquellos para quienes sí lo es.» Me parece una idea peligrosa, diría que hasta terrible, da la sensación de que Dios actúa en cierta medida de forma arbitraría, da la impresión de que la libertad humana no existe en realidad. La salvación de esa manera se convierte en inevitable prácticamente. En definitiva Dios procede así con el objetivo de que todo el mundo se salve. Y eso no es malo. ¡Es fantástico! Pero al actuar así no se respeta la libertad del hombre. Y parece como si el hombre no fuese más que una marioneta en manos de Dios. Además, es qué podemos afirmar que existe algún momento en que el hombre está preparado para la muerte. Olvidamos que la salvación del hombre es por gracia, y no porque este haya hecho algo para merecerla. Cómo decir a alguien que la voluntad de Dios ha sido que cierta persona muera porque así está preparado. Cómo comprender, por mucho que digamos que ese era el momento oportuno, que Dios haya intervenido para salvar a algunos de la muerte y a otros en cambio no. Cómo justificar dicha afirmación, observando las consecuencias terribles que se derivan 50


LA MUERTE

de ciertas pérdidas, como puede ser la de unos padres para un niño o la muerte de un hijo… Me pregunto, si no es más fácil aceptar que vivimos en un mundo de pecado, en el que el hombre decidió apartarse de voluntad de Dios, y que a raíz de esa situación se produce la muerte. Por otro lado, también habríamos de reconocer que cuando esta se produce es una desgracia a la que no se puede dar una explicación que pueda resultar totalmente satisfactoria para aquellos que se encuentran ante la pérdida de un ser querido. Además, no habríamos de olvidar nunca, que la Biblia nos habla de que la muerte ha sido vencida y que por lo tanto hay esperanza. Otra explicación que personalmente no comparto de entrada, es la idea lanzada por Leibniz de que vivimos en el mejor mundo posible de todos los mundos posibles. Esta idea habría de ser matizada, porque si este es el mejor mundo posible, entonces podríamos preguntarnos hasta que punto Dios es justo, teniendo presente todo el sufrimiento al que se ve sometido el hombre. Otra cosa distinta es tener presente que Dios creó un mundo perfecto y que después a raíz de las decisiones del hombre, la creación de Dios se vio alterada por la acción del hombre. En ese sentido, probablemente, el mundo sí que era el mejor mundo posible. Al observar el funcionamiento del universo, de los seres vivos aún nos maravillamos de su perfección. Otra cosa distinta es la situación de los seres vivos y del mundo después de la caída, y en ese sentido no nos encontramos en el mejor mundo posible. Nos encontramos en un mundo caído que sufre las consecuencias de la separación del hombre de Dios, pero a pesar de ello aún es posible observar la perfección de la creación de Dios en el ajuste fino del universo o en el funcionamiento de los seres vivos.

2. ¿Qué sucede después de la muerte? Estas preguntas han suscitado la reflexión del hombre, desde que el hombre existe y es consciente de su muerte. El hombre se siente angustiado ante la incertidumbre que le produce el desconocer lo que sucede tras la muerte, de ahí la necesidad de dar una respuesta, y además una respuesta que pueda de alguna manera paliar las injusticias que supone la vida tal como la conocemos. Las respuestas dadas a lo largo de la historia han sido múltiples y variadas. Pero a nosotros como cristianos, únicamente nos interesa la respuesta que da la Biblia y la que ha dado el cristianismo históricamente. 51


SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

La mayoría de los cristianos creen que cuando una persona muere, esta continua viviendo porque su alma es inmortal, y además en ese mismo momento recibe la salvación gracias a los méritos de Jesucristo. En un sentido estricto no existe la muerte, ya que la persona no deja de vivir en cierta medida. La única diferencia es que perdemos nuestro cuerpo material, que además desde una perspectiva tradicional era algo no positivo. Estas ideas tan extendidas entre los cristianos, son ajenas a la Biblia y únicamente responden a la influencia que tuvo la filosofía griega en la conformación del pensamiento cristiano. La Biblia, sin la menor duda, afirma que la muerte implica dejar de existir. No continuamos existiendo de una forma espiritual. En el libro de Eclesiastés, hablando de lo que sucede tras la muerte dice: «Después, de eso el polvo volverá a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio.»16 Para intentar dilucidar de la forma más clara posible dicho tema, es necesario que nos detengamos a reflexionar sobre cuál es la comprensión, según la Biblia, de la naturaleza del hombre. La Biblia afirma que el hombre llega a ser un ser vivo, una alma, en el momento que la materia es insuflada con el aliento de vida, que proviene de Dios. Es justo en el momento que se combinan esos dos elementos, cuando el hombre llega a la existencia como podemos leer en libro del Génesis: «Entonces Dios, el Señor, modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser viviente.»17 El hombre, únicamente se convierte en un ser vivo, en hombre en definitiva, cuando se combinan estos dos elementos. No existe en el hombre ningún elemento que tenga vida propia por el mismo. Además, en la tradición hebrea la materia es buena ya que es creación de Dios, visión que contrasta con la concepción platónica de la materia. La creación toda ella es buena en gran manera. La vida según la Biblia tan solo es una realidad cuando se unen la materia con el aliento de vida. En el momento de la muerte, el hombre deja de existir, deja de ser consciente de lo que sucede a su alrededor, en definitiva de vivir. Esa realidad no está en oposición a la esperanza en una nueva vida, sino que la esperanza de una nueva vida se encuentra en el futuro. La idea de la ausencia de vida después de la muerte viene sustentada por la misma Biblia cuando dice:

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16

Eclesiastés 12:7 (DHH).

17

Génesis 2:7 (BTI).


LA MUERTE «Porque los vivos saben que han de morir, pero los muertos no saben nada ni esperan nada, pues su memoria cae en el olvido. Sus amores, odios y pasiones llegan a su fin, y nunca más vuelven a tener parte en nada de lo que se hace en esta vida. [...] porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría.»18

Por otro lado, me parece muy importante señalar que Jesucristo para hacer referencia a la muerte, lo hará comparando el estado de los muertos con el dormir. En el caso de la hija de Jairo, Jesús dirá: «La muchacha no está muerta, sino que está dormida.»19 Posteriormente, en el caso de su amigo Lázaro volverá a reiterar dicha idea, afirmando que Lázaro está dormido (Juan 11:11). El mismo texto nos aclara que Jesús se está refiriendo a la muerte de Lázaro. Jesús, al comparar la muerte al estar dormido, nos quiere transmitir la idea de que la muerte implica dejar de existir. En definitiva implica dejar de experimentar todas las sensaciones que van asociadas al mero hecho de estar vivo. Después de todo lo dicho hasta el momento, creo que es importante que tengamos claro que la respuesta de la Biblia en este tema es que la muerte implica dejar de existir en espera del retorno de Jesús por segunda vez.

3. ¿Qué ha hecho Cristo por nosotros para vencer la muerte? Aquellos que nos declaramos cristianos tenemos el convencimiento de que la muerte ha sido vencida por Cristo. Tenemos la certeza de que la vida, la muerte y la posterior resurrección de Jesucristo son el vivo testimonio de que la muerte ya no tiene ningún poder sobre nosotros. No tiene ningún poder gracias a los méritos de Cristo, no por algo que podamos hacer nosotros mismos. En consecuencia podemos hacer nuestras las palabras del apóstol Pablo cuando dice: «Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús infundirá nueva vida a vuestros cuerpos mortales [...].»20

18

Eclesiastés 9:5,6,10 (NVI).

19

Mateo 9:24 (BTI).

20

Romanos 8:11 (BTI).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

Esta victoria sobre la muerte no se manifiesta en esta vida, sino cuando Cristo regrese por segunda vez en gloria y en majestad. La esperanza de los cristianos radica en que cuando Cristo venga por segunda vez resucitaremos y volveremos a la vida. El tema de la resurrección es tan importante desde mi punto de vista, que he preferido dedicarle todo un apartado para poder analizar el tema lo más detalladamente posible. La resurrección: La esperanza de los cristianos Aunque la muerte siempre es dolorosa y nunca es deseada en circunstancias normales, para aquel que cree la muerte no tiene el mismo valor que para aquel que no cree. Para aquellos que creemos en las promesas del Señor, esta vida no puede tener el mismo valor que para aquellos que no creen. No tiene el mismo valor en el sentido de que para aquellos que creen, esta vida es una etapa transitoria en su existencia en espera de una nueva vida. El que muere creyendo, muere en la esperanza del retorno glorioso de Jesús por segunda vez. Cree que en ese momento, se producirá la resurrección y que a partir de ese instante seremos restaurados a una nueva vida. Una vida donde ya no existirá nunca más la muerte, ni el sufrimiento. En cambio para aquellos que no creen esta vida lo es todo, porque no esperan otra vida. Pero antes de reflexionar sobre la resurrección y su significado, es preciso afirmar con total rotundidad de que la Biblia no habla en ningún momento de la inmortalidad del alma, para los primeros cristianos su esperanza se centraba en la resurrección. La idea de la inmortalidad del alma, de la dicotomía entre un cuerpo malo y un alma buena, es ajena al Nuevo Testamento. Dicha concepción arraigada en el pensamiento cristiano actual, responde a la influencia de la cultura griega en la posterior evolución del cristianismo primitivo, como dice Oscar Cullmann: «Preguntemos a un cristiano, protestante o católico, intelectual o no, la siguiente cuestión: ¿qué enseña el Nuevo Testamento sobre el futuro individual del hombre después de la muerte? Salvo rarísimas excepciones, obtendremos la misma respuesta: la inmortalidad del alma. Sin embargo, esta opinión por muy extendida que esté, significa uno de los más peligrosos malentendidos del cristianismo. Sería inútil querer silenciar este hecho e intentar tergiversarlo por medio de unas interpretaciones arbitrarias que hagan violencia incluso al mismo texto; se debería más bien, hablar con claridad. [...]

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LA MUERTE »Para los primeros cristianos el alma no es inmortal en sí, sino que ha llegado a serlo únicamente por la resurrección de Jesucristo, «primogénito de entre los muertos», y por la fe en él. [...] »La doctrina del gran Sócrates, del gran Platón, es incompatible con la enseñanza del Nuevo Testamento.»21

Una vez aclarado este punto, ya estamos en condiciones de hablar de la resurrección y de su significado para aquellos que nos declaramos cristianos. El tema de la resurrección era el tema central en torno al cual giraba la predicación de los primeros cristianos. Los primeros cristianos predicaban a Jesús resucitado, pero no únicamente a Jesús resucitado, sino que además ponían el énfasis en la resurrección de los muertos al final de los tiempos, cuando Jesús regrese por segunda vez. Esa era la esperanza por excelencia de los primeros cristianos. La importancia que tiene dicho tema, hace que no únicamente hable de ella la Biblia, sino que la declaración de fe por excelencia de los cristianos, que es el credo de Nicea-Constantinopla menciona dichos temas de una forma explícita. Hablando de Jesús dice: «…padeció y fue sepultado y resucitó al tercer día.» Y en cuanto a la esperanza cristiana dice: «Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.» Teniendo presente lo que dice la Biblia, y considerando la insistencia que ponían los primeros cristianos en el mensaje de la resurrección, podemos afirmar que esta habría de ser una de las creencias fundamentales de los cristianos, sino la más importante. Creo que no es posible entender el cristianismo si olvidamos el tema de la resurrección, este no tendría ningún sentido entonces, ni razón de ser. No habríamos de olvidar que la resurrección de Jesús fue el acontecimiento que posibilitó la expansión del cristianismo. De hecho, dicho acontecimiento, provocó un cambio radical en la vida de los primeros seguidores de Jesús y en particular en los apóstoles. Es a partir de ese momento, cuando estos comienzan a hablar de Jesús, y como decíamos anteriormente, lo hacen destacando el hecho de que Jesús ha resucitado y ha de volver por segunda vez a resucitar a los muertos. Este era el mensaje central de los primeros cristianos. No hay la menor duda de que la esperanza cristiana está fundada en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Jesús dirá de sí mismo:

21 CULLMANN, Oscar, El rescate anticipado del cuerpo y la inmortalidad del alma según el Nuevo Testamento, Zamora: Follas Novas-Monte Casino, 2000, pp. 29, 31, 63.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. »Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.»22

Precisamente, la idea de la victoria sobre la muerte era la idea central en torno a la cual giraba el mensaje cristiano, como decíamos anteriormente. De hecho, para muchos cristianos esa idea continua siendo central y significativa para sus vidas. Las palabras de Jesús, que se encuentran registradas en el evangelio, son un motivo de esperanza, y es por ello que muchos creyentes deciden grabarlas en sus lapidas, como manifestación de confianza en que Jesús regresará un día y en ese momento se producirá la resurrección de los muertos. Es importante señalar que la resurrección es una esperanza de futuro. Aquel que muere, muere en la confianza de que un día resucitará a una nueva vida, ese el mensaje del Nuevo Testamento. Es necesario volver a señalar que la muerte implica dejar de existir, no hay nada de nosotros que perdure, no hay una alma que permanezca con vida después de la muerte. Esas dos ideas que la resurrección se producirá al final de los tiempos y que no poseemos una alma inmortal son las ideas centrales de la Biblia en relación a la muerte. La preocupación sobre el momento de la resurrección y de cómo tendría lugar esta, ya se planteó en los mismos inicios del cristianismo. Los primeros cristianos pensaban que Cristo regresaría en su generación, pero el paso del tiempo y la muerte de algunos de ellos, hizo que la cuestión del cuándo y del cómo de la resurrección se convirtiera en un tema inquietante. Pablo tuvo que aclarar las ideas que circulaban en torno a la resurrección con las palabras siguientes: «No queremos, hermanos, que ignoréis lo que se refiere a los que han muerto, para que no os entristezcáis como esos otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera también Dios, por medio de Jesús, reunirá con Él a los que murieron. Así pues, como palabra del Señor, os transmitimos lo siguiente: nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la venida del Señor, no nos anticiparemos a los que hayan muerto; porque, cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del cielo, y resucitarán en primer 22

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Juan 11:25,26 (RV60).


LA MUERTE lugar los que murieron en Cristo; después, nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados a las nubes junto con ellos al encuentro del Señor en los aires, de modo que, en adelante estemos siempre con el Señor.»23

Pablo hablando sobre la resurrección en la primera epístola a los corintios insistirá en el tema de que la resurrección y la vuelta a la vida acontecerá al final de los tiempos: «…en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene el último toque de trompeta. Porque sonará la trompeta, y los muertos serán resucitados para no volver a morir. Y nosotros seremos transformados.»24 Para finalizar la cuestión del cuándo de la resurrección, quiero hacer mías las palabras de Oscar Cullmann que resumen de forma magistral la esperanza cristiana en la resurrección al final de los tiempos con las siguientes palabras: «Nuestros cuerpos no resucitarán inmediatamente después de la muerte individual de cada uno, sino solamente al fin de los tiempos. Tal es la esperanza general del Nuevo Testamento que, en este aspecto se opone no solamente a la creencia griega en la inmortalidad del alma, sino también a la opinión según la cual los muertos vivirán antes de la parusía fuera del tiempo y se beneficiarán también del cumplimiento final. Ni la frase de Jesús (Lc 23,43): “en verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”, ni la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro que, después de su muerte, fue llevado por los ángeles “al seno de Abraham” (Lc 16,22), ni la expresión del apóstol Pablo (Flp 1,23): “yo deseo morir y estar con Cristo”, ni su exposición en 2 Cor 5,1 s. sobre el estado de “desnudez”, atestiguan la idea de aquellos que mueren en Cristo antes de la parusía sean inmediatamente revestidos de un cuerpo de resurrección.»25

La resurrección implica la victoria sobre la muerte, implica el nacimiento a una nueva vida, implica que la muerte, aquí y ahora, tiene una importancia relativa. Aquellos que mueren creyendo en lo que Cristo ha hecho por ellos y por toda la humanidad, pueden exclamar con el apóstol

23

1 Tesalonicenses 4:13-17 (BN).

24

1 Corintios 15:52 (DHH).

25

CULLMANN, El rescate anticipado del cuerpo…, op. cit., p. 13.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

Pablo: «La muerte ha sido aniquilada definitivamente. ¿Dónde queda, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde queda, oh muerte, tu aguijón.»26 Por último, me gustaría volver a señalar, que el mensaje cristiano no tiene ningún sentido sin la resurrección de Jesús. Es precisamente la resurrección lo que da sentido al cristianismo, y lo que lo convierte en un mensaje de esperanza. Precisamente, la buena nueva del evangelio; es que Jesús ha resucitado y que vendrá a resucitar a los que han muerto en Él. Pablo consciente de la importancia de la resurrección, expresará la absurdidad del mensaje cristiano en ausencia de resurrección con las siguientes palabras: «Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no sirve para nada, ni tampoco sirve para nada la fe que tenéis. [...] Si nuestra esperanza en Cristo solamente se refiere a esta vida, somos los más desdichados de todos los seres humanos.»27

De todo lo dicho hasta aquí en relación con la muerte, me gustaría destacar que para aquellos que creemos, la muerte a la luz de lo que Cristo ha hecho por nosotros, tiene una importancia más que relativa. No quiere decir que la muerte nos resulte indiferente, ni fácil de llevar. No quiere decir que no nos angustie, no quiere decir que en ciertos momentos y en ciertas situaciones no nos sublevemos y gritemos ¡por qué a mi Señor! Lo que quiero decir, es que a pesar de todo lo que representa la muerte, tenemos la confianza en que un día volveremos a la vida. En ese momento, nos volveremos a encontrar con aquellos seres que hemos amado, y en esa nueva vida seremos felices eternamente. Porque la muerte y el sufrimiento ya no tendrán ningún poder sobre nosotros. Esa es la esperanza de los cristianos y esa esperanza es lo que convierte el mensaje cristiano en algo fabuloso.

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26

1 Corintios 15:54,55 (BP).

27

1 Corintios 15:12,13,19 (DHH).


La felicidad «Todos los hombres buscan la felicidad, que no se encuentra en los bienes particulares, sino en Dios, bien universal y supremo.»1

¿Es posible hablar de felicidad en un mundo como el nuestro? Quiero comenzar estas líneas afirmando que no creo en la felicidad, creo que esta no existe o bien no es posible alcanzarla. Ahora bien estas afirmaciones me gustaría matizarlas porque de entrada pueden sorprender y pueden llegar a ser mal entendidas si no se aclaran. Lo primero que necesitaríamos aclarar es que entendemos por felicidad, y una vez definido el concepto podemos intentar dialogar y matizar las afirmaciones realizadas previamente. La mayoría de los diccionarios se refieren a la felicidad como un estado de ánimo. Además, utilizan los términos de satisfacción, alegría, etc. El diccionario de María Moliner define la felicidad en los siguientes términos: «Situación del ser para quien las circunstancias de su vida son tales como las desea. »Falta de sucesos desagradables en alguna acción o suceso.»2 Podríamos decir entonces, que cuando hablamos de felicidad generalmente nos estamos refiriendo a una situación en la cual no tenemos problemas, ni dificultades. En definitiva la felicidad implica que todo sucede de la forma que deseamos, en definitiva todo nos va bien. En ese sentido, la felicidad es una utopía en esta vida tal como la conocemos. Por otro lado, no hay la menor duda de que la felicidad es un objetivo deseado por todos desde el mismo momento que tenemos la capacidad de entender y saber que implica vivir. Quién no desea ser feliz, quién no desea no tener problemas y que todo le vaya de forma satisfactoria. Creo que todos estamos de acuerdo en ese deseo, pero al mismo tiempo creo que todos somos conscientes de que se trata de un ideal, como decía antes de una utopía. Cuando digo que la felicidad no existe, me refiero a una realidad que todos podemos constatar de forma bastante fácil. Porque nos guste o no, 1 2

BOECIO, La consolación de la filosofía, III, Madrid: Alianza, 1999. Diccionario de María Moliner, Madrid: Gredos, 2000.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

desgraciadamente, en numerosas ocasiones las cosas no se desarrollan como nosotros desearíamos. ¿Existe alguien que pueda afirmar que es feliz en el sentido pleno del término? ¿Es qué existe alguien que pueda estar en condiciones de decir que ha alcanzado la felicidad con todo lo que esto representa? Si alguien pudiese llegar a realizar dicha afirmación sería tanto como decir que no existe nada en su vida que deseara cambiar, que fuese diferente, implicaría que todo es ideal. ¿Es que existe alguien que haya alcanzado ese punto en el que no tenga problemas o dificultades en la vida? Creo que la respuesta es obvia. Esta es la primera dificultad, pero a pesar de ello si aún fuese posible no tener dificultades y todo en nuestra vida fuese satisfactorio ¿podríamos entonces ser felices? La respuesta continua siendo negativa. Y lo es, porque no somos islas, no vivimos aislados o apartados del mundo. Y esa realidad me lleva a pensar que no se puede ser feliz en un mundo lleno de dolor y sufrimiento. Creo que es imposible ser feliz viendo las penalidades y sufrimientos a que se encuentran sometidos millones de personas a menos que seamos insensibles a esa realidad. Por muy bien que nos fuese a nivel personal, cómo podríamos ser indiferentes a lo que sucede a nuestro alrededor. Por lo tanto, considerando todo lo dicho hasta el momento, en qué situación nos encontramos, sino no es posible la felicidad. ¿Existe una alternativa ante dicha realidad? En este caso, creo que la respuesta es afirmativa, porque aunque la felicidad con mayúsculas no es posible sí que es posible la felicidad con minúsculas. Aunque no es posible evitar el sufrimiento y las dificultades que se suceden en nuestras vidas y a nuestro alrededor, sí que es posible sobrellevarlas e intentar disfrutar de los buenos momentos que se producen en nuestras vidas. En definitiva podemos intentar vivir de forma diferente y al hacerlo alcanzar cierto grado de felicidad. En este sentido, me impresionan las palabras de Hirotada Ototake, que a pesar de haber nacido sin manos ni pies, con unas limitaciones que difícilmente podemos comprender y que posiblemente nos harían estar asqueados de la vida, manifiesta su deseo de vivir y no tan solo eso, sino que además manifiesta ser feliz con las palabras siguientes: «En cierto sentido estoy insatisfecho y satisfecho a la vez. Insatisfecho, porque me falta algo por todos lados. Pero estoy también satisfecho, es decir, soy feliz dentro de mi insatisfacción; porque no es lo mismo 60


LA FELICIDAD

estar insatisfecho que no ser feliz. Se puede ser feliz y yo lo soy, estando al mismo tiempo insatisfecho.»3 «No tengo manos ni pies como vosotros, no tengo muchas posibilidades que vosotros tenéis; quisiera compartir, como otros chicos de mi edad, mi vida con una novia. Pero os digo que se puede ser feliz en una situación como la mía. En cambio, me pregunto si los que estáis satisfechos por los cuatro costados y tenéis cuatro extremidades sois felices o no.»4 Personalmente, la actitud de Hirotada Ototake me sorprende y no puedo de dejar de admirarlo. La actitud de Hirotada Ototake y otras muchas personas que padecen limitaciones de todo tipo, -físicas, económicas, afectivas- pone de manifiesto que la felicidad no depende tanto de nuestra condición sino de nuestra de forma de vivir, en definitiva de nuestra actitud ante la vida. Tal vez no somos felices porque no sabemos buscarla, tal vez no somos felices porque existen demasiadas cosas en nuestras vidas que nos lo impiden. Quizás hayamos perdido el rumbo, la perspectiva que nos permita ser felices con minúsculas. Llegados hasta este punto, tal vez ha llegado el momento de intentar descubrir y reflexionar sobre aquello que nos puede impedir ser felices y al hacerlo quizás podamos llegar a serlo. Pero me gustaría señalar antes de nada, que para aquellos que se declaran creyentes, la felicidad con mayúscula, la felicidad plena es posible en una perspectiva de esperanza en las promesas del Señor. ¿Qué nos impide ser felices? Antes de nada, habría de quedar claro que no tengo todas las respuestas, pretender lo contrario sería un absurdo. Tampoco estoy en condiciones y creo que no existe nadie que lo esté de ser exhaustivo y analizar todos los factores que condicionan nuestra felicidad. Pero a pesar de ello, creo que sí que existen algunos elementos que condicionan nuestra felicidad de forma evidente. El hombre busca y desea ser feliz en todo momento, pero aunque es un deseo compartido por todos, este se encuentra lejos de ser alcanzado en la mayoría de los casos, qué sucede en nuestras vidas para que ese 3

Hirotada Ototake, cit. en MASIÁ CLAVEL, Juan, Tertulias de Bioética, Madrid: Trotta, 2006,

p. 139. 4

Ídem.

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deseo se nos escape, qué hace que ciertas personas en situaciones muy precarias puedan afirmar que son felices cuando otros afirman todo lo contrario cuando aparentemente su situación es mucho más favorable. Creo que el hombre, en buena medida, es responsable de cómo vive y en cierta medida de si es feliz o no. Ya hemos dicho anteriormente que la felicidad absoluta es imposible de alcanzar dadas las circunstancias de la vida, pero a pesar de las circunstancias adversas hay personas que dicen ser felices. En este sentido, como ejemplo adicional me viene a la memoria el caso de un joven entrevistado en la televisión que comentaba que a los catorce años le diagnosticaron un cáncer de huesos, si no recuerdo mal, a raíz del cual perdió parte de una pierna. Posteriormente, el cáncer le afectó el hígado, por lo cual le tuvieron que extraer una parte de este. Este joven a pesar de sus numerosos percances, afirmaba con total rotundidad ser feliz. Él no tenía la menor duda de que valía la pena vivir y que a pesar de todas las adversidades y problemas que pudiera tener, deseaba aprovechar todos los momentos que la vida le regalase. Decía, cosa que de entrada nos puede sorprender, que estaba contento de la experiencia que le había tocado vivir y padecer, porque esta le había enseñado a valorar la vida y a vivirla plenamente. Cuántos de nosotros podríamos tener la misma actitud ante las adversidades de la vida. Cuántos de nosotros no nos quejamos cuando nuestra situación es mucho más favorable que la de otros que nos rodean. Creo que en buena medida, la infelicidad se encuentra en cómo vivimos y como entendemos la vida. Somos infelices porque no sabemos cómo vivir. Creo que somos infelices porque no estamos dispuestos a aceptar la realidad con todo lo que esta implica. Somos infelices, porque nos hayamos sometidos a las rutinas que nos impone nuestra sociedad sin saber criticarlas y al mismo tiempo independizarnos de estas. Desde mi punto de vista, existen numerosos aspectos que pueden dificultar nuestra felicidad. Pero entre todos ellos, existen algunos que afectan a nuestra sociedad de una forma generalizada, y que nos pueden afectar a nosotros de forma particular. Estos serían:

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Buscar la felicidad donde no se encuentra: dar más importancia al tener que al ser.

El autoengañarse: la creación de falsas expectativas.

El egocentrismo: uno mismo como centro de todo.

La preocupación u obsesión por el estatus.


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No saber administrar nuestro tiempo: ¿cuáles son nuestras prioridades?

Antes de abordar las cuestiones planteadas, me gustaría volver a reiterar que la felicidad en buena medida depende de nosotros, como dice Zygmunt Bauman: «La sensación de felicidad o su ausencia dependen de las esperanzas y las expectativas, así como de los hábitos aprendidos.»5 Me gusta esta cita porque hace hincapié en el tema de la educación, en definitiva la felicidad depende en buena medida de cómo nos hayan educado, de los hábitos que nos hayan inculcado.

1. La búsqueda de la felicidad: El tener como prioridad Creo que uno de los mayores errores del hombre se encuentra en que buscamos la felicidad allí donde no se encuentra. En particular damos demasiada importancia al tener, como si en ello se hallase la felicidad. Olvidamos que es más importante el ser que el tener. Vivimos en una sociedad que vive angustiada, una sociedad que valora más lo que tenemos que no lo que somos. Vivimos en una sociedad consumista por excelencia que potencia el consumo creándonos necesidades ficticias, parece ser que si no tenemos lo último de lo último no podemos ser felices. Nuestra sociedad hace posible que la televisión llegue a cualquier punto del planeta fomentando el consumismo por encima de todo. Pero al mismo tiempo que la televisión llega a cualquier rincón del planeta, los productos de primera necesidad como alimentos y medicinas no están al alcance de millones de personas. La felicidad no se encuentra en la posesión de cosas, pero desgraciadamente hay muchas personas que piensan lo contrario. Piensan que su infelicidad se debe a que no tienen todo aquello que desearían poder tener. Piensan que en caso de poder tener aquello que desean, serian felices. Están convencidos de que su felicidad depende de la posesión de esas cosas. Ese convencimiento, los lleva a trabajar sin cesar en el mejor de los casos viviendo desesperadamente con la única finalidad de adquirir más cosas. En algunos casos ese deseo de poseer, de tener, los lleva a endeudarse hasta las cejas, de tal forma que se convierten en esclavos de sus deudas. Lo más triste de todo, es que la adquisición de esos objetos tan deseados solo les proporciona una felicidad pasajera: La felicidad de 5

BAUMAN, Zygmunt, Vida de consumo, Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2007, p. 66.

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la novedad, después de la cual necesitan plantearse la adquisición de algo nuevo porque una vez obtenido lo deseado, este pierde todo el interés que tenía. Esa espiral de consumo a la búsqueda de la felicidad deseada, convierte a muchas personas en unos esclavos del consumo. Creo que es evidente que no es más feliz aquel que supuestamente lo tiene todo, sino aquel que sabe disfrutar de lo que tiene. Creo que esta es una de las claves de la felicidad. El error no se encuentra en el deseo de querer tener, sino que el querer se convierta en una prioridad de nuestra vida, en lo más importante. El tener no es malo en sí mismo, más bien todo lo contrario, de hecho es una necesidad. Todos necesitamos tener. El problema es cuando olvidamos que lo importante no es lo que tenemos o lo que podamos llegar a tener, sino como somos. Porque el cómo somos marcará nuestra forma de vivir, en definitiva marcará si somos felices o no. Tal vez buscar la felicidad allí donde no es posible encontrarla se ha convertido en uno de los mayores problemas de nuestra sociedad. Hemos hablado del consumismo, pero podríamos hablar de otras muchas cosas. Voy a evitar hacer una relación de posibles “males”, porque la lista podría ser interminable y lo importante no es elaborar una lista sino que cada uno de nosotros reflexione sobre cuáles pueden ser los suyos. He utilizado la expresión males porque pueden convertirse en un grave problema, pero al mismo tiempo lo he puesto entre comillas porque son cosas que en sí mismas no son malas. El problema se encuentra en el valor que el hombre le da a las cosas como finalidad prioritaria de su vida. Como si en ellas el hombre fuese a encontrar la plenitud que busca. En este sentido hay una frase de Confucio que ilustra y resume perfectamente el problema planteado más arriba: «Es difícil encontrar un gato negro en una habitación oscura, sobre todo si el gato no está allí.»6 Aunque no sé si Confucio se estaba refiriendo al problema planteado con anterioridad, lo seguro es que sí que ilustra perfectamente el desconcierto del hombre en muchas ocasiones. Así como lo absurdo de sus búsquedas. Es interesante señalar en este punto que la mayoría de los análisis realizados, nos indican que el ser ricos, el poseer la capacidad de adquirir cosas, no nos hace más felices a partir de un cierto nivel. Si la felicidad 6 CONFUCIO, cit. por PRADERVAND, Pierre, Vivir el tiempo de otra manera, Santander: Sal Térrea, 2006, p. 37.

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dependiese de la riqueza, las sociedades avanzadas habrían de ser las más felices del mundo porque disponen del mayor bienestar que ha existido a lo largo de la historia de la humanidad. Pero la realidad nos indica lo contrario. Vivimos en sociedades llenas de problemas, donde la infelicidad, la insatisfacción permanente es una realidad. Epicuro ya había dicho: «Muchos, después de conseguir la riqueza, no encuentran la liberación de sus males, sino su sustitución por otras mayores.»7 Otro aspecto importante es que el consumo ha hecho que nuestra sociedad se haya convertido en mucho más individualista y menos sensible a las necesidades de nuestro prójimo, con todos los problemas que lleva asociado dicha insensibilidad para aquel que nos rodea. Un último aspecto a señalar en relación a nuestra sociedad de consumo es que nuestros hijos de bien pequeños ya se ven obligados a participar de esa necesidad de consumir por consumir, como dice Zygmunt Bauman: «Ni bien aprenden a leer, o quizás incluso desde antes, se pone en marcha la “adicción a las compras”.»8 Resumiendo, podríamos decir que vivimos en una sociedad que fomenta el falso concepto de que la felicidad se encuentra en la posibilidad de tener, que poder adquirir cosas nos hará felices. Es por ello, que habríamos de intentar ser críticos de esta realidad y saber salir de esa vorágine de consumismo, porque la felicidad no se haya en lo que podamos tener, sino en saber disfrutar de las pequeñas cosas que nos proporciona la vida. Hemos de intentar ser en lugar de tener, en definitiva hemos de intentar vivir, sin obsesionarnos con la falsa felicidad que nos puede proporcionar el tener.

2. La creación de falsas expectativas: Autoengaño El segundo aspecto que dificulta nuestra felicidad y que no deja de estar relacionado de forma estrecha con el anterior, sería el de crearnos falsas expectativas en relación con nosotros mismos o con la realidad que nos rodea. Demasiado a menudo, las personas nos engañamos creándonos falsas expectativas, con ello me refiero a no aceptar la realidad como es. Desgraciadamente, reconocer ciertas realidades no es agradable y a veces 7

EPICURO, Obras completas, Fragmentos cuyo propio lugar se ignora, cuestiones éticas 72, Barcelona: RBA Coleccionables, 2003, p. 72. 8

BAUMAN, Vida de consumo, op. cit., p. 80.

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preferimos engañarnos poniéndonos una venda en los ojos. No digo que no sea bueno en determinadas ocasiones evadirse de la realidad, no digo que no seamos optimistas e intentemos buscar el lado positivo ante la adversidad o tengamos esperanza. Me refiero a que seamos conscientes de que la realidad nos puede desbordar y que en numerosas ocasiones las cosas no se desarrollarán o sucederán como nosotros desearíamos. Hemos de estar preparados para la adversidad. Hemos de ser conscientes y asumir que las cosas se pueden desarrollar o producir de la forma que nosotros no deseamos. Hemos de asumir que los imprevistos están asociados a nuestra vida. Séneca reflexionando sobre la frustración que producen las adversidades había comentado: «Nada no nos habría de coger de improvisto. Habríamos de tener nuestra mente dispuesta a cualquier problema, y habríamos de tener en cuenta no aquello que deseamos que pase, sino lo que puede pasar.»9 Alguno puede pensar, que nos podemos convertir en unos paranoicos si hemos de considerar en todo momento que las cosas se pueden desarrollar de una forma que nosotros no deseamos. Cuando digo que hemos de ser conscientes de que las cosas pueden desarrollarse como no deseamos, es para evitar el desaliento que produce una situación no deseada, no para que nos obsesionemos y estemos pensando constantemente en que las cosas nos pueden ir mal. Creo que si aceptamos de entrada que en nuestras vidas se pueden producir imprevistos o que las cosas se pueden torcer o desviar de aquello que habíamos planificado inicialmente, nos hallaremos en mejores condiciones para solventar esas dificultades de una forma más satisfactoria, y al mismo tiempo evitaremos la frustración, airarnos y porque no, ponernos “de mala sangre”. Hemos de ser conscientes de que enojarnos no nos sirve de nada. De hecho cuando nos airamos, no solucionamos las dificultades asociadas a un imprevisto, más bien todo lo contrario nos complicamos la vida ya que acabamos descargando nuestro enojo en otros. Cuando uno asume que esta vida está plagada de situaciones indeseadas y que además estas se suelen producir en el momento menos oportuno, se encuentra en condiciones de sobreponerse a ellas y continuar viviendo. Vivir implica estar dispuesto a sobreponernos a las dificultades e imprevistos de la vida. Es mejor no engañarse pensando que las cosas 9

138.

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SÉNECA, cit. por DE BOTTON, Alain, El consol de la filosofia, Barcelona: RBA, 2002, p.


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siempre se desarrollarán de forma satisfactoria. Siempre es mejor evaluar la realidad fríamente y prepararse para cualquier imprevisto. En este aspecto, hay que señalar que también es muy importante ser conscientes de nuestras propias capacidades y de las de aquellos que nos rodean. En demasiadas ocasiones, nos autoengañamos negando nuestra propia realidad, de ahí la necesidad de evaluar de forma objetiva la realidad para minimizar el riesgo de equivocarnos, a la vez que utilizamos el sentido común para no esperar más de lo que la lógica nos dice. Es muy importante conocerse a sí mismo, como dice Sherwin B. Nuland: «Conocerse a uno mismo es reconocer y admitir nuestras inseguridades, miedos, inclinaciones, ambiciones, competitividad, y también nuestras esperanzas. Porque ellas constituyen las influencias que tienen el potencial de distorsionar la claridad de mente, propósito y motivación tan perentoriamente necesaria cuando se trata de discernir de forma correcta.»10

3. Uno mismo como centro de todo: Egocentrismo El tercer aspecto que dificulta nuestra felicidad y que no deja de estar relacionado con el anterior, porque implica un elevado grado de autoengaño se encuentra en nosotros mismos. Hay una expresión que plasma de forma totalmente satisfactoria este problema: egocentrismo. Creo que una de las mayores dificultades que tiene el hombre actual para alcanzar la felicidad se encuentra en su propio egoísmo. Probablemente, cuando uno piensa solamente en sí mismo, y no considera o no da la importancia que se merecen a aquellos que se encuentran a su alrededor, se convertirá en un ser amargado y desconfiado. Por mucho que lo neguemos, el hombre tiene necesidad de los otros. Esa necesidad no implica una pérdida de autonomía o de libertad, solamente es un reconocimiento del que el hombre es un ser social. El hombre no vive aislado, sino que vive en sociedad y por eso mismo tiene necesidad de vivir en armonía con su prójimo. Y es indudable que pensar solamente en uno mismo puede ser un grave problema. Muy a menudo el hombre como ser individual tiene un alto concepto de sí mismo. Un concepto más elevado del que debería tener, en demasiadas ocasiones nos consideramos poseedores de la verdad y criterio 10

NULAND, Sherwin B., El arte de envejecer, Madrid: Taurus, 2007, p. 254.

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último en todas las cosas. Esa confianza absoluta en nosotros mismos y en nuestro propio criterio, nos puede llevar al conflicto con nuestro prójimo. En la mayoría de las ocasiones, el conflicto se produce porque no estamos dispuestos a ser sensibles a las necesidades de los demás, ni tan siquiera a reflexionar sobre aquello que nos está planteando nuestro prójimo. Pensamos que nuestro criterio es el mejor de todos porque pensamos que somos mejores que quien nos interpela. Lo más triste de todo es que los conflictos, las discusiones que lleguemos a tener no nos benefician en nada por muy convencidos que estemos de tener la razón. Aunque uno tenga toda la razón en una discusión, cosa difícil por cierto, esa razón no le dará la paz, ni tan siquiera la felicidad deseada. Cada día que pasa, más convencido estoy que cada vez que nos discutimos con alguien los más perjudicados somos nosotros mismos. Las discusiones que podamos tener a lo largo de nuestra vida son fuentes de infelicidad. Creo que el secreto para una mejor calidad de vida radica en evitar las discusiones en la medida de lo posible, y en el caso de que estas lleguen a producirse que seamos lo suficientemente inteligentes para hallar aquellos mecanismos que hagan posible el restablecimiento del diálogo con aquellos con los que nos hemos discutido, y que ese diálogo nos traiga la paz. Porque no nos engañemos, en un mundo como el nuestro y con todas las debilidades que nos acompañan no es posible evitar entrar en conflicto en algunas ocasiones con nuestro prójimo por mucho que no lo deseemos. En este sentido, es muy importante que seamos capaces de perdonar. Cuando uno perdona el mayor beneficiado no es la persona perdonada, sino uno mismo. Cuando uno perdona, se libera de aquello que a uno lo airaba y no lo dejaba descansar. Perdonar nos libera del sentimiento de venganza, del deseo de devolver aquello que nos han hecho multiplicado por diez, por decir algo. Cuando hablo de perdonar, hablo de comenzar de nuevo, de hacer borrón y cuenta nueva. Cuando no perdonamos, el deseo de venganza en el fondo no nos permite vivir y ser felices. Todos hemos oído alguna vez la expresión: «te perdono pero no olvido». Realmente cuando nos expresamos así, estamos perdonando o por el contrario le estamos salvando la vida al otro. Cuando actuamos así, en el fondo no estamos perdonando a nuestro prójimo por mucho que lo neguemos. Al expresarnos así, lo que queremos decir es que hacemos un esfuerzo de misericordia por nuestra parte, un favor que no se merece. En el fondo nos consideramos tan superiores y tan cargados de razón que lo 68


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que nos han hecho supuestamente es tan grave que no merece nuestro perdón. Aún nos tendría que dar las gracias. Es como si le estuviéramos salvando la vida. Cuando actuamos así, me pregunto si nos hemos detenido a mirarnos a nosotros mismos de una forma equilibrada. Quizás si lo hiciésemos, estaríamos más dispuestos a percibir al otro de otra manera. Quizás estaríamos más dispuestos a perdonar y a vigilar como actuamos. Tal vez, nos daríamos cuenta que nosotros también estamos necesitados del perdón, porque no dejamos de equivocarnos, de errar, de ofender a nuestro prójimo, de ser causa de dolor a aquel que nos rodea. Evitar los conflictos, valorarse en la justa medida a uno mismo y vigilar aquello que hacemos y cómo lo hacemos es un reto para cada uno de nosotros. Pero un reto que nos puede hacer más felices. Para hacerlo posible, es muy importante reconocer las limitaciones de uno mismo y que nos equivocamos. Como dijo Marco Aurelio: «En cada acto pregúntate a ti mismo ¿Qué tal me va este acto a mí? ¿No me arrepentiré después de él?»11

4. La obsesión por el estatus Vivimos en una sociedad que vive obsesionada por el estatus, por la posición que ocupamos en nuestro entorno, en nuestro círculo de amistades o de conocidos. Vivimos en una sociedad que valora por encima de todo la imagen, donde en muchas ocasiones lo que más nos preocupa es lo que puedan llegar a pensar de nosotros. Vivimos en una sociedad que valora por encima de todo la impresión que demos sin pensar en cómo somos en realidad. De ahí la necesidad de aparentar y de parecer. No importa tanto lo que somos sino lo que lleguen a pensar de nosotros, en definitiva lo que aparentemos ser. Esa necesidad de aparentar, de dar la sensación de que tenemos, de que ocupamos una determinada posición, o de que somos de una determinada manera, lleva asociado el consumir por consumir. Se convierte en una necesidad el disponer de lo último, o como mínimo de lo mismo que tienen aquellos que consideramos como referencia para nuestras vidas, para que no puedan pensar de nosotros que somos inferiores. Ser diferentes, actuar de forma distinta o no tener determinadas cosas puede convertirse en un grave problema, siempre que esa forma de hacer signifique desmarcarse de lo que se considera como razonable en nuestro entorno. 11

MARCO AURELIO, Meditaciones, VIII:2, Madrid: Alianza, 2007.

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Cuando nos fijamos en aquellos que nos rodean, idealizando su vida, pensando que el ideal es llegar a ser como ellos, olvidamos que en el fondo son como nosotros. Olvidamos que nadie es perfecto, que no hay nadie que no se equivoque o que no tenga defectos. Olvidamos que probablemente, también tienen sus problemas y que en numerosas ocasiones se sienten insatisfechos con algunas situaciones de su vida. Seguramente, sus expectativas y deseos no siempre están en sintonía con su realidad. Por qué no pensar que ellos también caen en el error de idealizar a otras personas o tal vez a nosotros mismos. De hecho nadie conoce en profundidad la vida de aquellas personas que conviven con nosotros, a veces ni tan siquiera nos conocemos a nosotros mismos, y eso hace que caigamos en el error de idealizar su vida cuando olvidamos dicha premisa. Es curioso que cuando permitimos que el tiempo trascurra, nos damos cuenta de que la realidad era muy diferente de la que aparentemente imaginábamos. El fijarnos en aquellos que nos rodean, nos puede convertir en sumamente infelices, cuando su vida se convierte en nuestra referencia. Fijarnos constantemente en aquellos que conviven con nosotros nos impide disfrutar de la vida, de las cosas que valen la pena. La felicidad, como ya he mencionado anteriormente, se encuentra en saber valorar y disfrutar de los que amamos, de lo que somos y de lo que tenemos. Hemos de ser capaces de abstraernos, de salir de los parámetros o límites que marca nuestra sociedad. Preocuparse por lo que puedan pensar de nosotros, no nos conduce a nada, únicamente a la frustración. Además, aquellos que no son capaces de valorarnos tal como somos, no merecen nuestra inquietud. Aquellos que nos aman, nos amarán a pesar de nuestros defectos, no les importará nuestro estatus, porque para ellos nuestra posición no tiene ninguna importancia. Quiero reiterar la idea de que hemos de ser felices allí donde estemos. Además, eso no está en contracción con el deseo de superación, porque es indudable que la felicidad en buena medida depende de que tengamos unos objetivos para nuestra vida.

5. La administración del tiempo: ¿Cuáles son nuestras prioridades? Este es el último aspecto sobre el cual me gustaría detenerme. De hecho la administración de nuestro tiempo supone un grave problema para nuestra felicidad. Creo que saber administrar nuestro tiempo, y saber establecer cuáles son nuestras prioridades en la vida se ha convertido en una 70


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necesidad imperiosa para cada uno de nosotros, teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad que exige cada vez más de nosotros. El hombre actual vive una vida acelerada, hacemos o nos vemos obligados a hacer supuestamente tantas cosas que vamos a toda velocidad como si en ello nos fuese la vida. El hombre actual no tiene tiempo para detenerse a reflexionar sobre aquello que es importante, sobre lo que quiere para su vida. En numerosas ocasiones vivimos sin saber lo que hacemos. La sociedad nos exige tanto que detenerse a reflexionar sobre lo que hacemos se ha convertido en un lujo, un lujo que parece que no nos podemos permitir. Me gustan en este sentido de forma especial las palabras de Susana Herrera que después de perder a su hijo de forma trágica en un accidente de tránsito tuvo la valentía de reflexionar acerca de la vida y compartir esas reflexiones con los otros. Ella hablando de la vida y el tiempo dirá: «Tal vez por falta de tiempo, tal vez porque estamos tan metidos en las cosas de todos los días, nunca prestamos atención a lo que va más allá de nuestro trabajo, de las cosas de casa o de nuestro círculo de amigos y conocidos. Acabamos el día y siempre nos queda la sensación de no haber hecho mil cosas. La lista de “cosas pendientes” crece y crece sin descanso, pero no ponemos nunca una lista de las “cosas que nos engrandecen”, como el pararse a pensar en la alegría de haber encontrado a un amigo que hacía mucho que no veíamos, o esa llamada inesperada, o una carta que no sea de recibos por pagar... Miles de detalles que nos hacen sentir alegría y a los que no damos la más mínima importancia. Sin embargo, esos pequeños detalles, en apariencia insignificantes, son verdaderamente importantes. »[...] Es muy sencillo. Se trata de dar valor a las cosas que lo tienen y no aferrarnos a lo que nos hace daño; dar prioridad a lo que nos hace sentir bien interiormente. Claro que para eso hay que saber cuáles son esas cosas.»12

Creo que estas palabras, son una llamada a hacer un replanteamiento de nuestras vidas, a saber valorar lo que realmente es importante y a dedicar tiempo a esas cosas que realmente nos pueden llenar. Aunque la falta de tiempo se ha convertido en el argumento que justifica nuestra 12

HERRERA, Susana, Lágrimas de vida, Salamanca: Sígueme, 2006, p. 22.

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vida acelerada, el problema realmente no se encuentra en la falta de tiempo, sino en que no sabemos llenar nuestra vida con aquellas cosas que son importantes como ya dijo Jean-Jacques Rousseau: «La vida es corta, pero no tanto por el poco tiempo que dura, sino porque en ese poco tiempo casi no tenemos un momento para saborearla. Por muy distantes que estén entre sí el momento del nacimiento y el de la muerte, la vida siempre es corta cuando ese espacio no se sabe llenar.»13

¿Qué puede contribuir a nuestra felicidad? Hasta aquí hemos reflexionado sobre diferentes aspectos que de alguna manera pueden contribuir a nuestra infelicidad, no hemos sido exhaustivos en el sentido que pueden existir otras actitudes que dificulten nuestra felicidad. Pero, llegados a este punto también sería razonable preguntarse si existe algo que pueda contribuir a nuestra felicidad o pueda dar un sentido más amplio a nuestra vida. En ese sentido la respuesta es afirmativa, todo hace indicar que aquellos que tienen un objetivo en la vida, algo que los motiva, que los entusiasma son más felices. Cuando nuestras vidas tienen un sentido es más fácil ser feliz, porque luchamos por alcanzar aquellos objetivos que nos hemos propuesto, nuestra vida tiene un sentido. También es verdad que puede haber finalidades que dificulten nuestra felicidad, pero esto sería una distorsión de un fin loable. Cuando nuestra vida tiene un sentido para nosotros y para aquellos que nos rodean es más fácil vivir una vida plena. A veces, cuando no tenemos nada que nos motive y nuestra vida aparentemente no tiene ningún sentido para nosotros o para aquellos que nos rodean, es más fácil caer en un estado de infelicidad. Por todo ello, habríamos de ser capaces de dar un sentido a nuestra vida, ya que nuestra felicidad depende en buena medida de ello. Además, quien tiene algo por lo que vivir, está en mejores condiciones para afrontar las adversidades de la vida, como dijo Nietzsche: «Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo.»14 Reiterando dicha idea Víktor Frankl dijo: «Lo que el hombre necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que me13 JEAN-JACQUES ROUSSEAU, cit. por PRADERVAND, Pierre: Vivir el tiempo de otra manera, Santander: Sal Terrae, 2006, p 22. 14 NIETZSCHE, cit. por FRANK, Víktor E., El hombre en busca de sentido, Barcelona: Herder, 1993, p. 104.

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rezca la pena. Lo que precisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino sentir la llamada de un sentido potencial que está esperando a que él lo cumpla.»15 A parte de dar un sentido a nuestra vida, creo que existen dos aspectos relacionados con la forma de encarar los problemas de la vida que de alguna manera pueden contribuir a nuestra felicidad. El primero de ellos estaría relacionado con el tiempo y más que con el tiempo con la perspectiva que el tiempo nos puede proporcionar. La felicidad en numerosas ocasiones pasa por relativizar aquello que nos angustia en un momento determinado. En demasiadas ocasiones nos angustiamos ante un problema y olvidamos que el tiempo puede acabar relativizando aquello que nos hacía infelices. Cuando uno observa los acontecimientos, aquello que le angustiaba con la perspectiva que proporciona el tiempo, nos damos cuenta que muchas de nuestras preocupaciones han sido en vano. Suele suceder que con el tiempo, muchas de las cosas que nos angustiaron ahora ya no suponen ningún problema, bien porque se han solucionado, o bien porque nos hemos dado cuenta que aquello que nos angustió en el pasado no tenía ninguna importancia en realidad. En algunas ocasiones, puede llegar a producirse la paradoja de que aquello que en primer momento fue una dificultad o un problema en el fondo ha sido un bien, porque las consecuencias que se han derivado en lugar de perjudicarnos nos han beneficiado. Por todo ello, habríamos de intentar evaluar los acontecimientos de la vida con la perspectiva del tiempo y no angustiarnos con el momento. El segundo aspecto, que puede contribuir a nuestra felicidad, y que no deja de estar relacionado con el anterior, es tener siempre presente que aquello que tiene solución se solucionará, y que aquello que no tiene solución, porque no está en nuestras manos, no vale la pena angustiarse porque no lo solucionaremos por mucho que lo deseemos. Por lo tanto, lo mejor que podemos hacer es aceptar esa realidad y continuar adelante. No se trata de una actitud pasiva, sino que se trata de asumir la realidad. Cuanto antes uno asume la realidad en mejor condición se encuentra para poder seguir adelante. Otro aspecto fundamental para poder llegar a ser felices en esta tierra, se encuentra en tener con quien compartir tanto los problemas así como los buenos momentos que la vida nos da, tal vez, no exista nada más im15

FRANK, Víktor E., El hombre en busca de sentido, Barcelona: Herder, 1993, pp. 104, 105.

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portante. Una vida llena de sentido solo es posible si existe la posibilidad de amar y compartir. El sentirse amado nos da las fuerzas necesarias para superar las adversidades de la vida, nos hace más felices y nos permite sacar lo mejor de nosotros mismos y de aquellos que amamos. Hablando del sentido del amor Víctor Frankl dijo: «El amor constituye la única manera de aprehender a otro ser humano en lo más profundo de su personalidad. Nadie puede ser totalmente conocedor de la esencia de otro ser humano si no le ama. Por el acto espiritual del amor se es capaz de ver los trazos y los rasgos esenciales de la persona amada; y lo que es más, ver también sus potencias: lo que todavía no se ha revelado, lo que ha de mostrarse. Todavía más, mediante su amor, la persona que ama posibilita al amado a que manifieste sus potencias. Al hacerle consciente de lo que puede ser y de lo que puede llegar a ser, logra que esas potencias se conviertan en realidad.»16

Me gusta en particular la última frase porque de alguna manera nos señala que el amor puede lograr que nuestros potenciales se conviertan en una realidad, y eso nos hará mucho más felices. La respuesta de la Biblia Cuando uno lee la Biblia, se da cuenta que independiente del mensaje de salvación y esperanza que contiene, esta no se limita únicamente a hablar de la esperanza, sino que además intenta darnos indicaciones para que nuestra vida se pueda vivir de una forma más plena, en definitiva para que seamos más felices en este mundo a pesar de todas las adversidades. Entendiendo que la felicidad absoluta no es posible dadas las circunstancias que rodean nuestra existencia. Es curioso que cuando mencionábamos algunos de los elementos que dificultan nuestra felicidad, no estábamos descubriendo nada nuevo, únicamente estábamos repitiendo algunos de los aspectos que el evangelio nos intenta transmitir. Desde los Evangelios, Jesús nos habla, nos enseña a buscar la felicidad allí donde se encuentra, nos da orientaciones para que sepamos administrar nuestro tiempo y da respuesta a nuestras inquietudes. Desgraciadamente, aquellos que nos denominamos creyentes no siempre somos 16

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Ibídem, pp. 110.


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receptivos a las palabras de Jesús, desgraciadamente en numerosas ocasiones no estamos a la altura de las circunstancias y al no ser receptivos perdemos la oportunidad única de vivir una vida en plenitud. Como cristianos que nos declaramos, tenemos la obligación moral de vivir de acuerdo a los parámetros que el evangelio nos señala y poner en práctica el mensaje de Jesús. Jesús no solo se preocupa por la esperanza de un mundo mejor, sino que intenta proporcionar consuelo aquí y ahora. El mensaje cristiano no es un mensaje alejado de las necesidades presentes, pero al mismo tiempo no olvida que la felicidad plena tan solo se puede conseguir en un mundo transformado, donde la paz y la harmonía sean la norma y no la excepción como sucede en la actualidad. Cuántas veces buscamos la felicidad allí donde no se encuentra, cuántas veces podemos cometer el error de ser arrastrados por los parámetros consumistas de nuestra sociedad. Jesús nos invita a no ser arrastrados por esa vorágine que es el consumismo y nos indica donde se encuentra lo que realmente nos puede hacer felices. Aunque Jesús vivió hace unos dos mil años, su mensaje sigue estando de actualidad como si sus palabras fueran pronunciadas en este mismo momento. La misma obsesión consumista que pensamos que es propia de nuestra época ya existía en el pasado, y Jesús se hace eco de esa realidad y advierte a sus seguidores sobre el peligro que se encuentra de perder de vista lo que realmente es importante. Yo diría que existen en ese sentido unos pasajes fundamentales que no podemos olvidar. Jesús dirá: «Nos os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.»17 Jesús nos invita a no poner nuestros objetivos en las posesiones materiales. Y la razón es muy sencilla, estas serán dejadas atrás por nuestra propia existencia, y lo serán porque nuestra vida está limitada en el tiempo y la acumulación de riquezas en este mundo no conduce a nada. Un ejemplo fantástico en ese mismo sentido es la parábola del rico insensato recogida en Lucas 12:13-21. Si la recordamos brevemente, nos habla de alguien que probablemente era inmensamente rico, de alguien que no tenía necesidad de preocuparse por satisfacer sus necesidades básicas, porque estas estaban total17

Mateo 6: 19-21 (RV60).

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mente cubiertas, tenía probablemente más de lo que nunca pudiese utilizar. Pero a pesar de ello, estaba planificando como aumentar su riqueza, de cómo convertirse en más rico si aún era posible. Al hacerlo, obviaba que su vida, así como la nuestra, no está en nuestras manos y que el vivir no depende de nosotros mismos. En su insensatez pensaba que su existencia podía prolongarse indefinidamente. Pero el texto, nos dice que su vida estaba a punto de llegar a su fin y que todo lo que había almacenado no le serviría de nada. De hecho todas sus riquezas se quedarían en esta tierra. Todos sus afanes y deseos le habían impedido disfrutar de la vida, y ahora que teóricamente se disponía a disfrutar de todo lo que tenía, su vida finalizaba. Es triste decirlo pero había perdido el tiempo obsesionado por hacerse rico, olvidando lo que era realmente importante; buscar a Dios y gozar de las pequeñas cosas. El problema no está en las riquezas, ni en las posesiones. No defiendo la pobreza como un bien en sí mismo, y no la deseo para mí, ni para nadie. La pobreza con mayúsculas es uno de los grandes males de nuestra sociedad, el no tener recursos es un problema que lleva a miles de personas a dejar sus lugares de origen para realizar un largo viaje que los llevara a un nuevo lugar, de donde se desconoce todo con la esperanza de poder satisfacer las necesidades básicas, a la vez que conseguir una mejor calidad de vida. No creo que Jesús este en contra de las riquezas en sí mismas. Pero el problema y desgraciadamente en numerosas ocasiones es lo que sucede, es que el rico olvida la necesidad que tiene de Dios, piensa que al tenerlo todo, y cuando todo me refiero a nivel material, no necesita de nada más. El problema se encuentra en determinar, en decidir qué es lo realmente importante en nuestras vidas. Lo que sea más importante para nosotros marcará nuestras decisiones. Un ejemplo de esa realidad, se encuentra en el encuentro de Jesús con el joven rico (Mateo 19:16-30, Marcos 10:17-31, Lucas 18:18-30). El joven rico poseía tantas cosas y estaba tan aferrado a ellas que no fue capaz de renunciar a ellas por seguir a Jesús. Sus intenciones eran buenas, porque buscó a Jesús con la intención de acercarse más a Dios. Pero Jesús leyó en su corazón y lo que demandó de él, implicaba un cambio tan radical que no pudo aceptar la oferta de Jesús. Al rechazar dicha oferta, perdió una oportunidad única, la de obtener la felicidad plena y absoluta. Además, el joven rico estaba tan convencido de su bondad, de que su escrupulosidad en la observación de la ley de Dios le garantizaba la salvación, que no se dio o no quiso darse cuenta de la necesidad que 76


LA FELICIDAD

tenía de cambiar. No se dio cuenta probablemente de lo alejado que estaba del Reino de Dios. El problema no estaba en las posesiones, ni en las riquezas, estaba en que no era capaz de apreciar lo que realmente era importante. Aunque creyente, aunque fiel seguidor de Dios de palabra, lo importante para él no era la relación con Dios. Su corazón se encontraba atado a sus riquezas, por lo tanto sus prioridades eran otras. Como dijo Jesús: «Donde tengas tus riquezas, allí tendrás también el corazón.»18 El problema como ya apuntábamos anteriormente no está en las riquezas sino en las prioridades de nuestra vida. Todos necesitamos cosas y el poseerlas no es malo siempre y cuando estas no nos alejen de Dios. Siempre y cuando estas no se conviertan en una prioridad en nuestras vidas. Siempre y cuando no pensemos que la felicidad la hallaremos en la posesión de cosas. El joven rico se aleja de Dios no por ser rico, sino porque sus prioridades se encuentran en las riquezas, en las posesiones materiales, no en buscar el Reino de Dios. Pero no nos confundamos y no pensemos que este peligro afecta tan solo a aquellos que son ricos. Este problema también afecta a los pobres, cuando la obsesión por el enriquecimiento se convierte en una prioridad en sus vidas. Estos aunque carentes de riquezas pueden envidiar lo que poseen los otros y obsesionarse por su condición. El peligro se encuentra en pensar que el poseer, el adquirir, el tener nos va proporcionar la felicidad. Cuando pensamos así, nuestra vida en lugar de mejorar se va convertir en un infierno, porque es imposible ser feliz, si uno vive obsesionado por el tener. Es imposible, porque una vida llena no depende de lo que se tenga, depende de lo que uno sea. Jesús, nos invita en el evangelio a no caer en el error del consumismo, a pensar que las riquezas nos puedan proporcionar la felicidad. En definitiva a no angustiarnos por las cosas de la vida, sino que nos invita a confiar en él, Jesús dirá: «Así pues, no andéis preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? »Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán.»19

18

Mateo 6:21 (BTI).

19

Mateo 6:31,32 (BN).

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Por otro lado, cuando hablamos de crearnos falsas expectativas, estamos hablando de que no querer asumir la realidad como es o no querer aceptar que las adversidades van asociadas al mismo hecho de vivir. Al negar dicha realidad nos equivocamos, porque lo único que conseguimos es frustrarnos. El libro del Eclesiastés nos recuerda que «todo es vanidad»,20 que nuestros deseos, nuestras obsesiones, nuestras aspiraciones, en definitiva nuestra propia vida no está bajo nuestro control. Además, nos recuerda que todas estas cosas, no tienen ninguna importancia si no sabemos vivir sabiamente, por eso dirá: «Cuando te vaya bien, disfruta ese bienestar; pero cuando te vaya mal, ponte a pensar que lo uno y lo otro son cosa de Dios, y que el hombre nunca sabe lo que ha de traerle el futuro.»21 El texto nos invita a saber disfrutar de los buenos momentos de la vida, pero al mismo tiempo a no angustiarnos ante la adversidad. Como dice el texto nadie es consciente de lo que le puede deparar el futuro, de ahí la importancia de saber disfrutar de los buenos momentos de la vida. Quiero señalar que habríamos de evitar caer en el error de interpretar la afirmación de que «lo uno y lo otro son cosa de Dios», en el sentido de que Dios sea el responsable de que las cosas nos puedan ir mal. Dios permite, pero no desea que las cosas nos vayan mal, como ya he comentado anteriormente cuando hablábamos del sufrimiento. El mismo libro del Eclesiastés nos recuerda que el hombre no conoce el devenir de las cosas y que ha de estar preparado para las desgracias porque estas se producen de forma imprevista: «Vi además que nadie sabe cuándo le llegará su hora. Así como los peces caen en la red maligna y las aves caen en la trampa, también los hombres se ven atrapados por una desgracia que de pronto le sobreviene.»22 Pero a pesar de las adversidades, de las dificultades de la vida, el libro del Eclesiastés nos anima a actuar y a confiar. «Y todo lo que esté en tu mano hacer, hazlo con todo empeño […].»23 «Porque el que teme a Dios de todo sale bien parado.»24

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20

Eclesiastés 1:2 (RV60).

21

Eclesiastés 7:14 (DHH).

22

Eclesiastés 9:12 (NVI).

23

Eclesiastés 9:10 (DHH).


LA FELICIDAD

En relación al egoísmo y a nuestra falta de autocrítica con nosotros mismos, la Biblia nos amonesta a ser equilibrados, a conocernos a nosotros mismos cuando dice: «Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación […].»25 Cuan a menudo olvidamos nuestras propias limitaciones, como dijo Jesús: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. »Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. »¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?»26

Si tuviésemos la capacidad de no juzgar, de reconocer nuestras propias limitaciones, de asumir que en muchas ocasiones, por no decir siempre, no estamos en condiciones de saber por qué nuestro prójimo actúa de la forma que actúa, probablemente, evitaríamos muchos de los conflictos que se producen en nuestra vida. Es muy fácil juzgar la acción de nuestro prójimo cuando se desconoce el porqué, como dijo Víktor Frankl: «Nadie puede juzgar, nadie, a menos que con toda honestidad pueda contestar que en una situación similar no hubiera hecho lo mismo.»27 Además, si nos comportáramos con nuestro prójimo como Jesucristo nos recomendó, teniendo en consideración cuáles son nuestras obligaciones para con aquellos que nos rodean, nuestros problemas disminuirían aún de forma más espectacular. «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»28

¡Cuán difícil es hacer nuestra esta recomendación y ponerla en práctica! ¡Cuán difícil es amar a aquellos que nos rodean como nos amamos a nosotros mismos! Además, por si todo ello fuese poco: el no juzgar a nuestro prójimo, el tener un concepto equilibrado de nosotros mismos o el amar a nuestro semejante como a nosotros mismos, Jesús nos invita a 24

Eclesiastés 7:18 (NBE).

25

Romanos 12:3 (NVI).

26

Mateo 7:1-3 (RV60).

27

FRANKL, El hombre en busca de sentido, op. cit., p. 54.

28

Mateo 19:19 (RV60).

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perdonar de forma incondicional a nuestro prójimo. En cierta ocasión, Pedro se acercó a Jesús para preguntarle cuál era límite al perdón, proponiéndole perdonar a aquel que te ofende hasta siete veces. Probablemente, Pedro al actuar así, esperaba que Jesús lo felicitara por su generosidad. Pero Jesús, como en otras ocasiones, nos vuelve a sorprender y ante la pregunta planteada por Pedro, responde de forma contundente: «No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.»29 Jesús, con esta respuesta supera la imaginación de sus seguidores, y cuando utiliza la expresión “hasta setenta veces siete”, nos está proponiendo perdonar sin ningún tipo de límite a aquel que nos ofende. Hemos de estar siempre dispuestos a perdonar. Nuevamente, Jesús va más allá de los convencionalismos y nos propone el reto de perdonar incondicionalmente. Jesús al actuar así desea que el Reino de Dios sea una realidad en nuestras vidas, desea que nos convirtamos en verdaderos seguidores de Él, y eso implica perdonar a aquellos que nos ofenden de la misma manera que Él está dispuesto a perdonarnos en todo momento y circunstancia. Además, Jesús no solo nos propone perdonar toda ofensa, sino que también nos propone como actuar para superar todo conflicto con nuestro prójimo: «Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas entre los dos. Si te hace caso has ganado a tu hermano.»30 Jesús nos está diciendo que para solucionar un conflicto no existe mejor opción que la de hablar con aquel que nos ha ofendido en privado, intentando hacerle ver aquello que nos ha molestado y porque. Jesús, nos invita al diálogo con aquellos que nos han ofendido, nos invita a tender puentes y a superar las barreras que crean las enemistades, porque nuestra felicidad depende en buena medida de que estemos en paz con nosotros mismos y con aquellos que nos rodean. Perdonar es fundamental, pero hacerlo cuanto antes es una necesidad. Una buena relación solamente es posible construirla evitando todo enojo, como dijo Pablo: «Si alguna vez os enojáis, que vuestro enojo no llegue hasta el punto de pecar, ni que os dure más allá de la puesta de sol.»31 Es una necesidad superar el enojo, la ira cuanto antes. Los problemas que no se solucionan nos corroen y nos impiden descansar. Cuando el texto nos habla de que no lleguemos hasta el punto de pecar, creo que

80

29

Mateo 18:22 (RV60).

30

Mateo 18:15 (NBE).

31

Efesios 4:26 (BTI).


LA FELICIDAD

habríamos de entenderlo en el sentido de evitar el resentimiento que genera cualquier conflicto no solucionado. Cuando somos capaces de solucionar las situaciones que nos incomodan, hallamos paz, pero si estas no se solucionan y perduran en el tiempo, lo único que sucede es que crecen y se enquistan complicándonos la vida. En definitiva nos hacen más infelices. Estoy convencido de que si fuésemos capaces de poner en práctica las recomendaciones del evangelio en relación con nosotros mismos y en relación con aquellos que nos rodean, seríamos mucho más felices, y podríamos vivir una vida más plena. Pienso que es fundamental conocerse a uno mismo y sus propias limitaciones, pero aún más importante es saber perdonar a aquellos que nos rodean, porque de ello también dependerá en buena medida que sepamos perdonarnos a nosotros mismos. No hemos de olvidar, y a veces lo olvidamos, que Dios está dispuesto a perdonarnos en todo momento y circunstancia, independientemente de lo que hayamos hecho, como dice Juan: «Si reconocemos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, perdona nuestros pecados y, además, nos limpia de toda injusticia.»32 Esto no quiere decir, que dé lo mismo lo que hagamos. Quiere decir, que Dios es consciente de nuestras limitaciones, y que por ello está dispuesto a perdonarnos en todo momento, siempre y cuando exista en nosotros la intención de hacer las cosas lo mejor posible, y eso dependerá en buena medida de nuestra relación con Él. Esa disponibilidad por parte de Dios nos habría de hacer más felices. Hay un aspecto que en ningún caso habríamos de olvidar relacionado con el enojo, con el saber perdonar, con la necesidad de conocerse a uno mismo para evitar conflictos innecesarios que es como nos expresamos, como recordará el apóstol Santiago: «Si alguno no cae al hablar, ese es un hombre perfecto, capaz de refrenar su propio cuerpo.»33 Después de hablar de cómo controlamos a los caballos y de cómo dirigimos una embarcación con un pequeño elemento como es el timón, continua hablando de la lengua con las siguientes palabras: «La lengua: es una parte muy pequeña del cuerpo, pero se cree capaz de hacer grandes cosas. […] la lengua es un fuego. Es un mun32

1 Juan 1:9 (NBE).

33

Santiago 3:2 (BJ).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD do de maldad que contamina a toda la persona. […] nadie ha podido dominar la lengua. […] Con la lengua, lo mismo bendecimos al Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. Hermanos míos esto no debe ser así.»34

En este texto, se nos recuerda la gravedad de las palabras que salen de nuestra boca, nos recuerda de como al hablar podemos hacer un gran daño a aquellos que nos rodean y a nosotros mismos de forma indirecta. Uno de los mayores problemas a nuestra felicidad se encuentra en la facilidad que tenemos para hablar. La capacidad de hablar es un don de Dios, ya que nos permite relacionarnos con nuestro prójimo de una manera única. Pero cuan a menudo hacemos mal uso de esa capacidad. Creo que nunca nos arrepentiremos por haber callado en determinadas circunstancias, pero estoy seguro de que en más de una ocasión nos hemos arrepentido por haber hablado. Las palabras en muchas ocasiones nos traicionan, por eso es necesario sopesar en cada momento lo que decimos. Si fuésemos capaces de controlar nuestra lengua, nuestro hablar, seríamos perfectos, y así evitaríamos ciertas situaciones que nos incomodan y nos hacen infelices. Nuestra felicidad pasa en buena medida por la capacidad de saber decir las cosas. Por otro lado, cuando hablamos del tiempo, de cómo lo administramos, no podemos dejar de mencionar un pasaje de libro del Eclesiastés que me parece maravilloso: «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: »Un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; »un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; »un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; »un tiempo para destruir, y un tiempo para construir; »un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; »un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto; »un tiempo para esparcir piedras, y un tiempo para recogerlas; »un tiempo para abrazarse, y un tiempo para despedirse;

34

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Santiago 3:5-10 (DHH).


LA FELICIDAD »un tiempo para intentar, y un tiempo para desistir; »un tiempo para guardar, y un tiempo para desechar; »un tiempo para rasgar, y un tiempo para coser; »un tiempo para callar, y un tiempo para hablar; »un tiempo para amar, y un tiempo para odiar; »un tiempo para la guerra, y un tiempo para la paz.»35

¡Cuán a menudo olvidamos que todo tiene su tiempo! ¡Cuán a menudo nos obsesionamos en cosas que no tienen la menor importancia y no somos capaces de dedicar tiempo a aquellas que lo tienen! Como dice el pasaje todo tiene su tiempo. A veces nos obsesionamos con el futuro, con lo que ha de acontecer, a veces sufrimos por el mañana, pero como dice Jesús: «No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»36 Es importante que tengamos la capacidad de concentrarnos en el día a día, y saber disfrutar de esos momentos inolvidables que el día a día nos puede regalar. Obsesionarse con el mañana no tiene demasiado sentido, porque el mañana aún está por llegar, y no tenemos en ningún caso la certeza de que ese se va producir en nuestras vidas. Pensar en el mañana es necesario, no planificar, no plantearse objetivos en la vida sería un absurdo. Pero, al hacerlo, habríamos de tener presente que el futuro está más allá de nuestro control, y que los imprevistos se pueden producir en el momento que menos lo pensemos. Teniendo presente todo lo dicho, hemos de intentar disfrutar de cada momento que la vida nos regala, evitando caer en el error de focalizar nuestra vida en el mañana. Hemos de saber buscar el equilibrio entre lo necesario y lo accesorio, y no hay la menor duda que para ello necesitamos de la sabiduría que podemos encontrar en el Señor. Para finalizar y a modo de conclusión, no hemos de olvidar nunca que la felicidad es posible aquí y ahora en una perspectiva de esperanza. Y esa perspectiva es la que habría de estar presente en nuestra mente en todo momento y circunstancia, y en particular cuando las adversidades se manifiesten como una realidad en nuestras vidas.

35

Eclesiastés 3:1-8 (NVI).

36

Mateo 6:34 (NBE).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

El secreto de la felicidad Hasta aquí, hemos intentado reflexionar sobre aquellos aspectos de nuestra vida que pueden dificultar nuestra felicidad, así como aquellos que en cambio pueden contribuir a hacernos más felices. También, hemos intentado analizar lo que la Biblia nos intenta transmitir. Pero en todo momento hemos procurado ser conscientes de que la felicidad plena y absoluta no está a nuestro alcance en esta vida. Nos guste o no, la vida está llena de situaciones que nos pueden hacer infelices. Además, estas están más allá de nuestro control. Es un absurdo esperar que todas las cosas sucedan de la forma que a nosotros nos gustaría. También hemos afirmado, que en numerosas ocasiones la felicidad se nos escapa de las manos por nuestra forma de vivir. En demasiadas ocasiones, no sabemos diferenciar entre lo realmente importante y aquello que es meramente accesorio, y que por lo tanto no tiene ninguna importancia. A pesar de que la felicidad total en esta vida no es posible, aquellos que nos declaramos creyentes, sí que estamos convencidos de que la felicidad con mayúsculas es posible. Es posible en una perspectiva de confianza en las promesas del Señor. Confiamos en la restauración del hombre a una nueva condición donde ya no habrá más dolor, y en esa nueva realidad la felicidad será absoluta. Aunque se trata de una esperanza de futuro, en esta vida ya podemos disfrutar de forma parcial de esa felicidad. El libro de Eclesiastés nos da la clave para la felicidad con mayúsculas: «Pero yo sé que la dicha es para los que temen a Dios […].»37 La Biblia Evangélica Catalana traduce el pasaje de la siguiente forma: «Jo sé també que la felicitat és per a aquells qui reverencien Déu, que temen en la seva presència.»38 (Yo sé también que la felicidad es para aquellos que reverencian a Dios, que temen en su presencia). El texto afirma que la felicidad se encuentra en reverenciar a Dios. La felicidad no se encuentra en un lugar ni en las posesiones materiales, sino en una relación. La felicidad únicamente es posible en contacto con Dios. Cuando el pasaje habla de que la felicidad es para aquellos que temen en su presencia, no hemos de pensar en un temor de miedo, sino en el res37 38

Eclesiastés 8:12 (BH)

SAIS, Pau y SAIS, Samuel, Bíblia Evangèlica Catalana «La Bíblia del 2000», Barcelona: Institució Bíblica Evangèlica de Catalunya, 2000.

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LA FELICIDAD

pecto que te merece aquel que te ama, aquel que ha hecho todo lo que está en su mano para que seas feliz. Dios se ha dado por nosotros de una forma incondicional y ha manifestado en todo momento el amor que siente por el hombre, un amor que está más allá de nuestra comprensión, aunque a veces la imagen de Dios se ha visto dañada por su aparente ausencia. Dios ha prometido que regresará para restaurar al hombre a la condición que nunca habría de haber perdido si se hubiese mantenido en sintonía con Él. En ese momento, la felicidad del hombre en sentido total y absoluto será una realidad. A veces, como hombres que somos, nos obsesionamos con las dificultades de la vida y olvidamos de que la felicidad puede ser una realidad a nuestro alcance, como dice Pablo: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien […].»39 Pablo afirma que todas las cosas suceden en nuestro beneficio. Es una afirmación arriesgada, que de entrada puede ser chocante, y hasta ofensiva según como se plantee. De ahí la necesidad de interpretar de forma correcta el pasaje que acabamos de mencionar. El pasaje se habría de interpretar en una perspectiva de esperanza. Aquel que cree en Dios y confía en sus promesas, entiende que los acontecimientos que nos suceden en nuestra vida diaria, tienen una importancia relativa. Tienen una importancia relativa en el sentido de que entendemos que estamos de paso por esta vida a la espera de una nueva vida. Eso no quiere decir, y vuelvo a reiterar una idea manifestada ya anteriormente, que los percances de la vida nos resulten indiferentes. Quiere decir que seremos capaces de sobreponernos aceptándolos, y al mismo tiempo, continuaremos nuestro caminar en esta vida intentando disfrutar de cada momento que la vida nos regala. Entenderemos que vivimos en un mundo donde la desdicha y la adversidad es una constante. Pero al mismo tiempo nos pondremos en las manos del Señor, confiando en sus promesas, entendiendo que a veces no entendemos nada. Tristemente, y este es un motivo reflexión, los creyentes en numerosas ocasiones no están a la altura de las circunstancias de la vida. Su fe flaquea y en lugar de tener una actitud diferente ante la adversidad nos comportamos como aquellos que no tienen esperanza. La felicidad, que nos habría de proporcionar las promesas del Señor, brilla por su ausencia. La vida en demasiadas ocasiones es cruel, pero el creyente habría de in39

Romanos 8:28 (RV60).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

tentar ponerse en las manos de Jesús y confiar que por muy mal que le vayan las cosas aparentemente, todas las cosas le ayudan bien. Por otro lado, Dios siendo consciente de las necesidades del hombre, en el mismo momento de la Creación, Dios descansó e instituyó el sábado. El sábado a parte de ser un memorial de la Creación, tenía como finalidad proporcionar al hombre un momento en el cual pudiese detenerse y descansar. El sábado fue creado por Dios para que el hombre pudiese dejar de lado sus ocupaciones diarias. El objetivo era que el hombre pudiese reposar, pero no en el sentido de cesación de toda actividad, sino en el sentido de poder encontrar el tiempo necesario para realizar aquello que durante la semana no nos era posible hacer, debido a los avatares de la vida. El sábado había de ser un anticipo de lo que Dios ha preparado para nosotros, había de ser un día de felicidad. El sábado había de facilitar nuestra relación con Dios y con aquellos que dan sentido a nuestra vida. El sábado es un palacio en el tiempo, ya que no depende de un espacio físico, sino de nuestra voluntad de detenernos para encontrarnos con Dios, con aquel que nos puede proporcionar la felicidad absoluta, como manifestó de forma muy acertada Abraham Joshua Heschel, guardar o reposar en sábado es: «Reservar un día a la semana para la libertad, un día en el que no se usan los instrumentos que con tanta facilidad hemos convertido en armas de destrucción, un día para estar con nosotros mismos, un día de separación de lo vulgar, de independencia de las obligaciones externas, un día en el cual cesamos de adorar a los ídolos de la civilización técnica, un día en el que no se utiliza el dinero, un día de armisticio en la batalla económica con nuestros semejantes y con las fuerzas de la naturaleza; […]. »El séptimo día es una tregua en la cruel lucha del hombre por la existencia, en todos los conflictos personales y sociales, es paz entre los hombres y entre el hombre y la naturaleza, es paz interior; un día en el que manejar dinero se considera una profanación, en el que el hombre reafirma su independencia del principal ídolo del mundo. El séptimo día es un éxodo de la tensión […].»40

40 HESCHEL, Abraham Joshua, El Shabbat. Su significado para el hombre de hoy, Bilbao: Desclée de Brouwer, 1989, pp. 41, 42.

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LA FELICIDAD

Dios al instituir el sábado, pensó en la felicidad del hombre aquí y ahora. Si fuésemos capaces de hacer un paréntesis en nuestras vidas, para vivir plenamente el sábado, seríamos mucho más felices. Entonces podríamos disfrutar anticipadamente de la felicidad que nos espera cuando estemos con Dios. Para finalizar esta sección, me gustaría hacerlo con las bienaventuranzas. Me gustaría traer a nuestro recuerdo esas primeras palabras que dirigió Jesús a aquellos que le escuchaban en el Sermón de la Montaña. Estas suponen todo un canto de esperanza a todos aquellos que sufren, a todos aquellos que tienen problemas. No creo que exista nadie en absoluto que no pueda verse reflejado en estas palabras de Jesús. Estas son todo un mensaje de esperanza para la humanidad. Jesús nos promete la felicidad, aquí y ahora. «Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de los cielos. »Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará. »Felices los humildes, porque Dios le dará en herencia la tierra. »Felices los que desean de todo corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo. »Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. »Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios. »Felices los que trabajan a favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. »Felices los que sufren persecuciones por cumplir la voluntad de Dios, porque suyo es el reino de los cielos. »Felices vosotros cuando os insulten y os persigan, y cuando digan falsamente de vosotros toda clase de infamias por ser mis discípulos. »¡Alegraos y estad contentos, porque en el cielo tenéis una gran recompensa!»41

41

Mateo 5:3-12 (BTI).

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Conclusiones Hemos llegado al final de nuestro recorrido y es el momento de intentar recopilar. Hasta aquí hemos intentado reflexionar acerca de tres cuestiones tan trascendentales para la vida del hombre como son; el sufrimiento, la muerte y la felicidad. Son cuestiones que nos afectan a todos los hombres y que por lo tanto no nos resultan indiferentes. Mi pretensión es que estas líneas hayan podido servir para la reflexión o el debate en torno a algunos de los aspectos más importantes de nuestras vidas, sino los más importantes. Mi objetivo ha sido que nos acerquemos a estos temas y los hagamos nuestros. No ha estado mi intención en ningún momento dogmatizar o afirmar que mis opiniones sean las únicas válidas. Es evidente que son las mías, y en consecuencia yo creo en ellas, pero al mismo tiempo estoy convencido de que otros pueden llegar a tener opiniones diferentes. Es en ese diálogo entre opiniones diversas donde todos nos podemos enriquecer y hacer nuestra vida más útil. Me gustaría intentar en este momento, resumir algunas de las ideas que considero fundamentales del presente libro: 1. El sufrimiento y la muerte son inseparables de la vida. Vivir implica sufrir y morir. Negar dicha realidad nos hace más infelices. 2. Dios cuando creó al hombre, lo creó perfecto. En ningún momento Dios deseaba que el hombre tuviese que sufrir y mucho menos morir. 3. Todos los hombres desde el mismo momento de su gestación estamos condicionados por el sufrimiento y la muerte como consecuencia del alejamiento del hombre de Dios. 4. Dios, desde antes de la fundación del mundo, siendo consciente de la acción del hombre, ideó un plan con la finalidad de rescatar al hombre de las funestas consecuencias de sus propias decisiones. 5. Dios no puede hacer que el hombre actúe de acuerdo a su voluntad. Dios respeta la libertad del hombre a pesar de las consecuencias negativas que se puedan derivar de esa libertad. Dios en ese sentido se ha autolimitado.

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

6. Todos los hombres sin excepción, independientemente de su condición u origen, pueden obtener una nueva vida gracias a lo que Jesucristo ha hecho por cada uno de nosotros. 7. Cuando Jesucristo venga por segunda vez, los muertos en Cristo resucitarán a una nueva vida, donde el sufrimiento y la muerte ya nunca más existirán. 8. El hombre no puede ser totalmente feliz en esta vida, pensar lo contrario es una absurdidad. Pero, a la luz de la esperanza, el hombre puede llegar alcanzar la felicidad plena. 9. La felicidad, aquí y ahora, depende de nuestra actitud ante la vida, de saber disfrutar de los buenos momentos que esta nos regala en compañía de aquellos que nos aman y amamos, y de evitar obsesionarnos con aquellas cosas que no dependen de nosotros como pueden ser el tener, lo que ha de acontecer… Para finalizar, me gustaría hacerlo con unos versos del poema Cant Espiritual del poeta catalán Joan Maragall, que manifiestan una confianza total en las promesas del Señor de una nueva vida después de la muerte, en una vida donde la felicidad será total y absoluta. «I quan vinga aquella hora de temença en què s’acluquin aquests ulls humans, obriu-me’n, Senyor, uns altres de més grans per contemplar la vostra faç immensa. Sia’m la mort una major naixença!»1

.

1

«Y cuando llegue la hora temerosa en que se cierren estos mis ojos humanos, ábreme tú, Señor, otros mayores para tu inmensa faz poder mirar. ¡Nacimiento mayor sea mi muerte!»

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Apéndice

El problema del bien Es indiscutible que muy a menudo se habla del problema del mal. Además, la existencia del mal con todas las consecuencias que se derivan de este se ha utilizado y se continúa utilizando como un poderoso argumento para negar la existencia de Dios o como mínimo para plantear la aparente contradicción con la existencia de un Dios bueno y amoroso. Ante la realidad que tenemos que afrontar como hombres, surgen toda una serie de cuestiones de difícil respuesta: ¿Cómo es posible explicar el sufrimiento y la muerte, si Dios es bueno en gran manera? ¿Cómo dar una explicación satisfactoria a todo el dolor y sufrimiento al que se ve sometida la humanidad? ¿Por qué guarda aparentemente silencio Dios y no actúa para remediar el mal, si es todopoderoso? ¿Dónde está Dios en definitiva? Estas preguntas han despertado la inquietud del hombre desde que el mal es una realidad en la vida del hombre. Pero, una de las preguntas que quizás en muy pocas ocasiones se plantea nadie es: cómo dar una explicación al bien. Mientras todos nos inquietamos o escandalizamos ante el mal, muy pocos nos detenemos a reflexionar sobre cómo es posible el bien. Es evidente que el bien es una realidad totalmente opuesta al mal. Además, no deja de ser sorprendente que el bien exista en un mundo como el nuestro. Pero, a pesar de que «el hombre, es un lobo para el hombre», como dijo Hobbes, reconociendo así la tendencia natural del hombre a hacer el mal, es indudable que la mayoría de las personas o como mínimo una parte importante de estas se esfuerzan en hacer el bien o intentan actuar de forma correcta, de acuerdo a unos principios. ¿Cómo explicar entonces el bien? ¿Cómo explicar que el hombre adopte unas pautas de comportamiento que lo impulsen a hacer el bien? ¿Por qué nos preocupamos como hombres del bienestar de nuestro prójimo? ¿Qué nos impulsa en definitiva a hacer el bien en ciertos momentos, a solidarizarnos con aquellos que están a nuestro lado? ¿Por qué somos sensibles al sufrimiento y a las pérdidas de aquellos que nos rodean? Como plantea Hygen: «Se habla del problema del mal. Quizás se debería, por lo menos al principio, hablar del problema o misterio del bien. Porque es un mi-

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD lagro que en esta minúscula concentración de materia, dentro del espacio, haya surgido y se desarrolle tal plenitud de vida, belleza, espíritu, conocimiento, fantasía y fuerzas creadoras, bondad y amor.»1

Me gusta la expresión el misterio del bien, porque la existencia del bien es realmente un misterio. Una respuesta fácil a la existencia del bien, sería decir que actuamos así porque nosotros también estamos sometidos a unas circunstancias parecidas a las de nuestro prójimo, y esa realidad nos impulsa a hacer el bien. Otra posible explicación sería decir que actuamos de acuerdo a unos principios o convencionalismos por comodidad, o por temor a las consecuencias que se podrían derivar si actuáramos de una forma diferente. Es verdad que se trata de posibles explicaciones a las preguntas planteadas más arriba. Probablemente, podríamos dar otras posibles explicaciones, pero me pregunto si dichas explicaciones son del todo satisfactorias. Además, la actitud altruista del hombre en determinados momentos, si prescindimos de la existencia de Dios y de que este ha sido creado «a imagen y semejanza»2 de Dios, entra en contradicción con lo que habríamos de esperar con un proceso evolutivo de selección natural, que preconiza la supervivencia de los más aptos, o con cualquier otra situación para explicar la vida. Por lo tanto, ¿qué condicionantes se producen para que el hombre actúe en contra de sus “impulsos naturales” e intente hacer el bien, y en muchas ocasiones llegue a conseguirlo? Hay que reconocer que en principio ese intento de hacer el bien no es fácilmente compatible con los criterios que plantea una existencia sin Dios. ¿Qué nos impulsa a hacer el bien? ¿Qué nos mueve a actuar de forma altruista con nuestro prójimo sin obtener a cambio ningún beneficio? Aunque hay que reconocer que dicha reflexión u opinión no es compartida por la mayoría de los científicos y no tan solo científicos, ya que estos consideran que es imposible compaginar la vida tal como la conocemos con un Dios creador. En este sentido, el prestigioso evolucionista Francisco J. Ayala en una entrevista afirmaba con total rotundidad: «El creacionismo no es compatible

1 HYGEN, J. H., cit. por ARMENDÁRIZ, Luís M., ¿Pueden coexistir Dios y el mal? Una respuesta cristiana, Bilbao: Cuadernos de Teología Deusto, 1999, p. 19. 2

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Génesis 1:27.


APÉNDICE: EL PROBLEMA DEL BIEN

con la existencia cristiana en un Dios omnipotente y benévolo, la teoría de la evolución sí.»3 Muy frecuentemente, y aquí retomamos lo que decíamos inicialmente, se ha planteado la negación de Dios desde la constatación del mal como una realidad. Pero, quizás ya es hora de que nos planteemos la existencia de Dios desde la constatación de que el bien existe. ¿Es qué podría existir otra posible explicación al bien que no pase por la existencia de Dios? ¿Es que se puede dar una explicación satisfactoria a la realidad desechando la existencia de Dios? Además, es indiscutible, por mucho que intentemos negarlo, que es más fácil hacer el mal que hacer el bien. Por lo tanto, ante tal hecho, creo que la mejor respuesta posible es reconocer que Dios existe. Únicamente la existencia de Dios puede dar satisfacción al bien, al actuar de forma correcta y desinteresada, en definitiva al actuar en contra de la supervivencia del más apto. Únicamente la existencia de un Dios creador puede dar una razón de ser al bien. Explicar el bien en ausencia de Dios es posible, pero de lo que no estoy tan seguro es que dicha respuesta pueda llegar a ser totalmente satisfactoria. Estas posibles explicaciones irían en contra de cualquier “lógica” aparente. En cambio, sí aceptamos que Dios existe y que nos creó a su imagen y semejanza como decíamos anteriormente. Eso implicaría que Dios nos habría dotado de unas características que llevarían asociado el hacer el bien. El libro del Génesis manifiesta de forma rotunda que todo lo creado era bueno con las palabras siguientes: «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.»4 En el Nuevo Testamento se vuelve a reiterar la idea de que todo lo creado era bueno en gran manera, y eso implica que el hombre también era bueno. El apóstol Pablo, hablando acerca de la actitud de algunos durante los últimos tiempos, insistirá en la bondad de la Creación con las siguientes palabras: «Porque todo lo que Dios ha creado es bueno […].»5 Desgraciadamente esa realidad cambió de forma radical en el momento de la caída, en el momento en que el hombre decide actuar al margen de Dios. Y es en ese momento, y como consecuencia de la separación del hombre de Dios que el mal se convierte en una realidad en este mundo. El mal aparece no por deseo de Dios, sino como consecuencia de la 3

AYALA, Francisco J., Entrevista, El País Semanal [Madrid], nº 1708 (21 junio 2009), p. 32.

4

Génesis 1:31 (RV60).

5

1 Timoteo 4:4 (NBE).

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SOBRE EL SUFRIMIENTO, LA MUERTE Y LA FELICIDAD

libre elección por parte del hombre. Realidad que no deja de ser incomprensible desde una perspectiva humana. Pero, aun así, el hombre no deja de intentar hacer el bien. El alejamiento del hombre de Dios, dificulta el hacer el bien, pero no lo hace imposible. Pablo reflexionando acerca de su condición, manifestará de forma magistral esa lucha interior entre el bien y el mal que se da en todo hombre: «Porque no logro entender lo que hago; pues lo que quiero no lo hago; y en cambio lo que detesto hago. »Porque no hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero. »Así pues, al querer hacer el bien encuentro esta ley: que el mal está en mí.»6

Este último versículo, la Biblia del Peregrino lo traduce así: «Y me encuentro con esta fatalidad: que deseando hacer el bien, se me pone al alcance el mal.»7 Como decíamos anteriormente, el alejamiento por parte del hombre de Dios ha dificultado el hacer el bien, pero no lo ha imposibilitado. Y la razón desde mi modesta opinión se encuentra en que el hombre ha sido creado por Dios y aunque la imagen de Dios en el hombre se ha visto deteriorada por la caída, este aún conserva ciertas características de esa creación y entre ellas se encuentra la capacidad de actuar de forma altruista y la capacidad de hacer el bien por sorprendente que pueda resultar en ciertas ocasiones. La caída ha introducido el mal en un mundo creado perfecto, pero no ha acabado con el bien. Pienso que si somos honestos con nosotros mismos, la única explicación satisfactoria que podemos dar a la existencia del bien es que Dios existe; pero señalando que no se trata de un Dios que meramente existe, sino que además nos ha creado y que se preocupó y se sigue preocupando por nosotros a pesar de nuestras decisiones. Y que ha tenido y tiene el propósito de acabar con el mal, para que el bien sea la única realidad. Mientras esa esperanza no se convierte en una realidad y a modo de conclusión, quiero apropiarme de las palabras que el apóstol Pablo dirigió a los tesalonicenses para que se conviertan en una realidad en nuestra forma de actuar día a día: «Mirad que na-

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6

Romanos 7:15,19,21 (BN).

7

Romanos 7:21 (BP).


APÉNDICE: EL PROBLEMA DEL BIEN

die devuelva a otro mal por mal, esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos.Âť8 Estas palabras son un reto, pero un reto que no podemos obviar si creemos en Dios, y en lo que ha hecho y sigue haciendo por nosotros. Hacer el bien y velar para que este sea una realidad ha de ser nuestro objetivo, para que nuestro mundo sea un poco mejor.

8

1 Tesalonicenses 5:15 (NBE).

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«...vivimos en mundo que sufre y esa realidad, que en muchas ocasiones supera todo aquello que podamos imaginar, hace que el hombre necesite encontrar a Dios. Porque en Él el hombre puede hallar consuelo y felicidad. Es únicamente en Dios donde el hombre puede satisfacer sus necesidades y hallar esperanza.» Josep Antoni Álvarez


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