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NI TOLERANCIA NI ACEPTACIÓN: HACIA UNA PEDAGOGÍA DE CELEBRACIÓN,INTEGRACIÓN E INCLUSIÓN

NI TOLERANCIA NI ACEPTACIÓN: HACIA UNA PEDAGOGÍA DE CELEBRACIÓN,INTEGRACIÓN E INCLUSIÓN

Richard D. Reitsma, PhD (he/him/his) Faculty Associate Dean—Inclusion and Engagement Associate Professor Department of Modern Languages, Literatures & Cultures

Cuando era estudiante graduado en el doctorado, me aconsejaron no hacer investigaciones de tema homosexual porque me perjudicaría en el ámbito laboral. Hasta cierto punto tenían razón. Pero, les ignoré y persistí.

Muchas veces, sin importar mis cualidades profesionales o experiencia, perdí oportunidades de empleo como profesor de tiempo completo por ser gay o, para decirlo con claridad, por no ocultar mi orientación en el ambiente profesional.

En cierto punto consideré mantener una doble vida profesional, es decir, mostrar un currículo profesional de clóset, con todas mis publicaciones, clases, talleres, conferencias y actividades, pero que mostrara un historial académico pedagógico heteronormativo, pero falso. Por otro lado, tener un currículo auténtico, en donde se enriqueciera lo académico con la temática de mis investigaciones, sin ocultar mi autenticidad, con una clara evidencia de mi sexualidad.

Sé que hay muchos que mantienen un historial de clóset (y quizás les sea más fácil porque no hacen investigaciones de temática cuir, ni publican sobre lo cuir), y entiendo los motivos para tomar esas decisiones, porque viví en carne propia las consecuencias económicas de no ocultar, cubrir o disfrazar mi realidad. Pero mi campo es la literatura y el cine desde la perspectiva de representaciones de género y orientación, lo cual imposibilitaba que ocultara mis identidades.

En este contexto resultó sorpresivo el que me contrataran en una universidad católica jesuita en Buffalo. Incluso cuando me ofrecieron el trabajo, tan atónito estaba, que insistí en que iba a seguir publicando y enseñando sobre el tema de la sexualidad, y que tenían que estar de acuerdo con esa decisión. Asombrosamente, me dijeron que sí, que precisamente por eso, por la visibilidad cuir en mi trabajo, querían contratarme para llevar la universidad a la modernidad.

El decano de aquel entonces me dijo que me apoyaría, porque él quería ser “el Branch Rickey a tu gay Jackie Robinson”, quizás un pronunciamiento algo problemático, pero él decidió apoyarme en la integración de la diversidad sexual al campus. Sabía que no era el primer profesor gay en esta institución, pero su vida privada no tenía nada que ver con lo que enseñaban ni con lo que investigaban (y había algunos totalmente del clóset también). Y yo, pues, me metí al full en el trabajo.

Pero no todo fue miel sobre hojuelas. Había bastante resistencia y/o ignorancia en lo que era mi trabajo. Tenía que dejar que la administración aprobara todas mis publicaciones y presentaciones para que no tuviera un contenido “ofensivo”. Me bloquearon para postear información de temática cuir en las redes porque “no permitimos publicaciones de eventos, actividades ni asociaciones de interés limitado” cosa que era incierta, ya que otros grupos de “intereses limitados” sí podían publicar sus eventos. Recibía correos preguntándome qué quería decir LGBTQIA+, y a veces me prohibieron incluir imágenes que consideraban sexualmente ofensivas (aunque fueron imágenes tomadas, por ejemplo, de un performance de Carmen en el Teatro Nacional de la Habana).

Aguanté por un tiempo, siendo profesor, pero aún sin tenure, vulnerable, y necesitado de trabajo. Hasta que un día me harté y simplemente dejé de hacerlo. Les dije a mis administradores y colegas: ¿y si el tema fuera el feminismo? ¿O de temática racial? Entonces, ¿cómo es que insisten en hacerlo conmigo? Fue todo un proceso de enseñarles e informarles.

Más de una vez me acusaron de publicar y de enseñar “pornografía”, una acusación que me hace pensar en la histeria que se manifestó recientemente en la Florida alrededor de imágenes “dizque pornográficas” de la estatua del David de Miguel Ángel. Por enseñar la obra importantísima del cineasta español Pedro Almodóvar, tuve que aclarar que no es pornografía. Por enseñar el cubano Reinaldo Arenas, a la dominicana Rita Indiana o al boricua Luis Negrón, también.

Y sí, también recibí quejas de los estudiantes. Mi universidad ha tenido una población de estudiantes mayormente de clase media y alta, blanca, heteronormativa, provincial. Me resulta curioso que, por incluir un texto cuir en una clase, de pronto algunos estudiantes se quejaban de que “toda la clase era de temática cuir”, y me pregunto si dirían lo mismo si metiera una lectura afroamericana o feminista. Lamentablemente, en los primeros años de mi carrera, la respuesta habría sido lo mismo.

Pero, las cosas cambian. De a poco, y con mucho esfuerzo.

Varios colegas me dicen que quieren incluir más diversidad en sus cursos, pero no saben cómo, o les da miedo hablar de algo sobre lo cual no saben o no tienen la experiencia vivida. Pero esta postura siempre me resulta un argumento falso y débil. Se enseña a Shakespeare sin ser sujetos británicos bajo el reinado de Isabel I y nadie cuestiona eso. Los profesores enseñan sobre los árboles, o los animales, sin ser ni un árbol, ni un animal salvaje. Y nadie lo cuestiona. Entonces, si te da miedo enseñar con una perspectiva inclusiva de género, de identidad u orientación sexual, o de raza/etnicidad, vale la pena examinar por qué. Y hay aquí una oportunidad muy jesuita de explorar una pedagogía de inclusión: el proceso de discernir, reflejar, evaluar y tomar acción.

En este contexto hay que reconocer la necesidad de la intencionalidad con que armamos las clases, y así, educarnos.

Las Preferencias Apostólicas Universales nos obligan a la inclusión plena de las experiencias humanas, de la realidad, y esas incluyen las realidades en particular las de los márgenes, del colectivo LGBTQIA+.

Es importante reconocer, valorar, y recompensar esta labor, que también es una labor emocional de parte de quienes forman estas comunidades en el ámbito de promover estudios feministas, estudios indigenistas, estudios Africanistas, al igual que estudios cuires.

En mi caso, había mucho miedo de que mis actividades fueran a resultar una catástrofe, ya que, si era yo demasiado obvio con mis eventos cuires con ponentes, o eventos con los estudiantes, perderíamos alumnos, o dinero de los donantes. Pero lo que argumenté a través de los años ha llegado a ser la verdad: que muchas veces los que protestan son una minoría demasiado ruidosa; y que cualquier estudiante que no viniera porque la universidad es demasiado “woke” o “liberal” o no “católica”, como gusten, será reemplazado por dos, tres, cuatro estudiantes que antes ni habrían considerado atender una escuela católica y jesuita. Por cada dólar no donado por un donante conservador ofendido, entran diez “dólares rosados / pink dollars” de los alumni (exalumnos) y miembros de la comunidad cuir que antes se sentían discriminados y excluidos de la comunidad universitaria.

La verdad os hará libres, como dice el lema de las universidades jesuitas mexicanas. Muy bien y muy cierto. Pero también tenemos que librarnos del miedo: de lo económico, del “¿qué dirán?”, de lo desconocido. Si la educación, y en particular la educación Jesuita tiene como reto la libertad del ser humano, pues, como líderes, educadores, y miembros de nuestras comunidades debemos actuar sin miedo. Si no, no podremos entrar en la tierra prometida de la libertad.

Entonces, ¿cómo se hace una educación inclusiva con la visión de innovar en los quehaceres universitarios? Si hablamos en términos pedagógicos, ¿cómo hacemos para que haya más inclusión desde la perspectiva cuir? Además de hacer el esfuerzo de intencionalidad y de informarse y educarse, les incluyo ejemplos de mi propia experiencia vivida.

Mi primer acto en Canisius fue fundar una serie de ponencias con autores, activistas, cineastas, y tal del colectivo cuir. Los primeros años me tocó describirlos como eventos no cuires, pero eran todo un éxito. Y ya tenemos una reputación y hasta entra dinero por parte de fundaciones, organizaciones y donantes para apoyar esta iniciativa al igual que otras que fundé.

También estuve a cargo de un grupo estudiantil del colectivo. Cuando empecé, la organización tenía un espacio reducido. Literalmente estaban relegados a un armario en el tercer piso del edificio de estudiantes. Hoy en día tienen una oficina propia, al lado de las demás organizaciones de importancia en la vida social de los estudiantes. Y aunque se ha demorado décadas, por fin tuvimos el primer espectáculo de transformistas, y el cielo no se nos cayó encima, de hecho, fue todo un éxito. Muchas veces es el miedo que nos impide progresar como personas, como instituciones. Nuestra responsabilidad jesuita es ayudarnos mutuamente a sobrepasar el miedo.

Cuando me tocó enseñar un curso de la literatura moderna, hice cuatro categorías: los Beats, literatura Afroamericana, literatura cuir y realismo mágico, y dentro de estas categorías, también incluí un balance de voces no blancas, no heteros, no masculinas. Esa intencionalidad cuesta trabajo, pero hay que hacerlo porque hay que atreverse para ganar. Nuestra meta pedagógica jesuita debe de ser atrevida.

Cuando me tocó enseñar un curso de literatura americana enseñé los “clásicos”, pero siempre con un ojo en la diversidad de género, sexualidad, y raza, y, es cuestión de ver lo que estamos condicionados a no ver. Hay que aprender a ser un buen entendedor, porque al buen entendedor pocas palabras (en la jerga de mi generación, “entendido” era código por referirse a alguien que era parte del colectivo, por saber “descifrar” los señales).

Al enseñar cursos básicos de lengua, cuando llega la hora de hablar de uno, pongo mi caso y hablo de mi vida. Cuando les toca aprender hablar sobre la familia, incluyo todas las formas diversas que existen (que por regla general esos tipos de familias no aparecen en los textos). Y eso no es por “promover una agenda” o por “reclutar”, sino que el propósito es afirmar las realidades que hay en el mundo, de no privilegiar una sola que, para muchos, es inexistente, falsa, o mítica. Nosotros no conocemos las realidades que puedan vivir nuestros estudiantes, algo que fue bastante evidente durante la pandemia, cuando entramos en sus vidas caseras a través del zoom.

En el contexto de incidencia social dentro de una pedagogía incluyente se puede y se deben incluir oportunidades de trabajar con los marginados, y eso incluye a las personas LGBTQ.

Igualmente, en el contexto de la inmersión dual virtual, una colaboración entre universidades del AUSJAL y AJCU, existe el espacio para hablar del tema cuir y la diversidad sexual. A través de esa colaboración, también hay oportunidades de participar en talleres con activistas, líderes del cambio social hacia la inclusión, poetas, autores, investigadores (tanto de lengua española como de lengua inglesa). A la fecha, mis estudiantes tienen que llevar a cabo entrevistas a gente del colectivo.

Y la verdad es que nosotros los cuires existimos en todas partes de la vida, en cada país, en cada contexto. La diversidad de género y de orientación sexual también forman parte de las otras diversidades, como las socioeconómicas, profesionales, de estatus migratorio, de todo.

No hay país que no tenga producción cultural del colectivo cuir, aunque parezca invisible, y esa producción cultural siempre tiene un impacto en la cultura dominante, aunque no se reconoce.

Al hablar de arte, se puede hablar de Frida Kahlo, no solo por ser esposa de Diego o por ser gran artista, sino por ser discapacitada, por ser hija de inmigrante y nieta de indígena, por ser bisexual, por jugar con el género y la representación del cuerpo de mujer. Y al hablar de Frida se puede hablar de Tamara Lempicka, la artista polaca que muere en México y cuyas obras son importantes en los videos musicales de Madonna. Del chileno Juan Dávila (en particular sus obras donde explora la imagen de Simón Bolívar desde una perspectiva de raza y de género), y al hablar de eso, pues hay que mencionar al artista mexicano Fabían Cháirez y su Zapata Gay y la polémica que eso provocó.

Volviendo al tema de Frida, pues, habrá que hablar de una de sus amantes la tica-mexicana Chavela Vargas y la perspectiva de género presente en su obra (y su impacto en Pedro Almodóvar). Y hablando de cine, pues hay una riqueza cuir tanto en el cine como en la literatura cuir. Hablando de la música y las voces cuires, llegamos hasta Residente/Calle 13 y Bad Bunny y sus obras, al perreo tanto de la revolución boricua como de las protestas aquí en Colombia y las de Chile.

A veces juzgamos algo (el perreo, por ejemplo), desde una perspectiva dogmática, ya sea cultural, religiosa o clasista, sin entender a fondo el contexto socioeconómico, cultural, político o religioso que lo produce, como fue evidente en la revolución boricua o las protestas del vogueing en Colombia. Pero como líderes en la educación libertadora, nos corresponde no juzgar, sino liderar desde el amor al prójimo, a todos los prójimos.

El mundo en que vivimos, en que enseñamos, en donde ejercemos la divina misión pedagógica de enseñar con el fin de liberarnos, esa libertad se aplica a todos, en igual medida. Pero esa perspectiva libertadora tiene que transformarnos, es decir, no podemos simplemente tolerar. Tolerar no es celebrar y hay que celebrar la diversidad. Aceptar tampoco es suficiente, porque aceptar no es lo mismo que incluir. Tolerar y aceptar aún implican cierto prejuicio y perspectiva de poder y de no pertenecer. Nosotros, educadores en el sistema jesuita, estamos llamados a celebrar y a incluir. La inclusión no es la tolerancia. No es aceptación tampoco, sino es la inclusión plena sin prejuicios sin asumir sin cuestionar.

Mencioné al comienzo la cuestión de un historial profesional de clóset. Como líderes académicos debemos de eliminar todas las barreras a la verdadera liberación y eso incluye eliminar, erradicar que la gente sienta la necesidad de andar con máscaras para pertenecer. La libertad que nos hará libres tiene que ser una libertad total e incluyente, de otra forma no es libertad.

La inclusión de las diversidades sexuales y de género debe ocurrir de manera imperceptible, como quien anda en alpargatas. Debe de ser simplemente normal. Porque es normal y es una parte normal de la vida. Señalarla, notarla, no debería incomodarnos. Está bien que uno se sienta incómodo por lo que no le es familiar, pero esa incomodidad debe de convertirse en curiosidad, reflexión y acción, porque somos educadores con una perspectiva jesuita. Debemos entonces empezar por educarnos a nosotros mismos. Conocer a quienes no son como nosotros. Leer libros fuera de lo heteronormativamente canónico. Asistir a eventos. Hablar con la gente. Transformarnos para librarnos para poder liberar a los demás.

También tenemos que crear otra realidad, con un contexto libre de prejuicios, en donde nuestros colegas, o futuros colegas, se sientan en casa. Crear procesos de reclutamiento a nuestra facultad y demás para que se entienda que nuestras universidades son inclusives, ya que a veces las personas ni siquiera consideran solicitar trabajo en una universidad católica y jesuita, por miedo o por asumir que les vamos a rechazar, juzgar, o a hacerles la vida difícil. Al contrario, debemos abrirnos a la diversidad en la pedagogía, en reclutar profesores y trabajadores de todo tipo. Porque, aunque

creamos que no, aunque no lo sepamos, sí tenemos estudiantes del colectivo cuir, o tal vez familiares, amistades o vecinos. Más nos vale ser líderes, invitándoles a ser parte de nuestra conversación, celebrándoles, involucrándoles en todo lo que hacemos, como un motivo más que enriquece nuestro camino a la sabiduría y conocimiento, y que, por lo tanto, nos conllevará a la libertad. Debemos crear universidades donde nadie tenga que oír lo que oí yo: no estudies lo Cuir no seas Cuir.

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