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LA NO SOSTENIBILIDAD POR PALOMA BLANCO. Hubo un tiempo en que la palabra “sostenibilidad” (casi) no existía. Corrían años desprovistos de esta preocupación. Su “sin valor” dirigía a actuaciones livianas y poco reflexivas. Pero, hagamos un poco de historia. Aunque no se hablaba sobre la misma como tal, el jurista alemán Hans Carlowitz (16451714), desarrolló en mil setecientos trece una teoría sobre la utilización óptima de los bosques como fuente de energía para los inicios industriales de la época, llegando a la conclusión de que el volumen de la producción de esta industria no podía ser superior a la velocidad de reproducción de éstos. Este pensamiento fue muy común durante la época medieval. Corría el tiempo y en mil setecientos noventa y ocho Thomas Malthus publicaba su “Ensayo sobre el principio de la población”, donde se trata su “teoría poblacional”, que resumía de la siguiente manera: la población crece más rápido que los recursos y el planeta no tiene tiempo de regenerarse. Siglos adelante, ya en mil novecientos sesenta y nueve, se usa el término “desarrollo sostenible” en un documento firmado por treinta y tres países africanos. El mismo año nace la Agencia de Protección Ambiental (Environmental Protection Agency) en América. En la Ley Nacional de Política Ambiental (National Environmental Policy Act / NEPA) desarrollada en ese periodo de tiempo por Estados Unidos, se definía el “desarrollo sostenible” como “un desarrollo económico que pueda llevar beneficios para las generaciones actuales y futuras sin dañar a los recursos o los organismos biológicos en el planeta”. Esta definición ha venido planteando controversias en una doble vertiente para las industrias que velan por la estabilidad de sus cifras al tiempo que adoptan principios conservacionistas. Equilibrar el crecimiento económico, el respeto ambiental y el bienestar social no es tarea fácil y conlleva ciertos riesgos. Tal como confirmó una encuesta realizada por Havas Group Worldwide, dos de cada tres consumidores creen que, a la hora de impulsar un cambio social positivo, las marcas tienen tanta responsabilidad como los gobiernos. Esas marcas, lógicamente, forman parte de las industrias que prestan sus servicios a la población. Entre ellas está la cosmética que viene observando y desarrollando desde hace años las reglas de cuidado medioambiental con un puntual rigor profesional, ya que el consumidor, hoy más que nunca, demanda de esta industria marcas con productos más sostenibles, respetuosos con el medio ambiente tanto en su producción como en su distribución, y por supuesto, tratándose de productos cosméticos, de extremada atención en el cuidado y respeto por la salud. Pero el tema es más complejo de lo que se cree. El cambio de paradigma donde los consumidores ponen el foco en la sostenibilidad esboza un nuevo escenario donde la fabricación de productos respetuosos con el medio ambiente es una prioridad. En ese camino de construir el presente y a su vez el futuro, las empresas relacionadas con el mundo del cuidado personal y de la belleza en general, conscientes de este reto, vienen tratando de adecuar su actividad a estos principios sostenibles. Y en este quehacer surge la oposición, a veces no controlada por las mismas, a las medidas adoptadas. Todo el mundo habla de sostenibilidad, palabra que se ha incorporado a
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