Cabanillas nos quiere vivas
Una manera infalible de alterar el destino Merce Losán y Pilar Imbert
La visita interrumpió sus pensamientos que a su vez habían interrumpido su tarea. Estaba trabajando en un caso curioso de violencia machista. Machista era como a ella le gustaba denominar a esa clase de violencia, y no «de género», para evitar malos entendidos. Con el lenguaje había que andarse con pies de plomo, tan fácil resultaba de manipular las palabras sacándolas de su contexto, tergiversando el sentido que las dio origen en una determinada época, en unas determinadas circunstancias y no en otras. Mucho del progreso, entendido por la igualdad en derechos de todos los seres humanos sin exclusión alguna, se debía a la lucha de tantos y tantos colectivos en situación de sometimiento, servidumbre, explotación… Desde luego no todos estos colectivos eran conscientes de su situación de sometimiento incluso de su disposición a él por la costumbre adquirida, causa y efecto itinerante del modo en que se organiza y ordena una sociedad. Aquella visita estaba relacionaba con el caso, era una chica muy joven y se había presentado para aclarar algunas cosas sobre su tía, a quien había juzgado mal y estaba muy arrepentida. No le preguntó cuántos años tenía, ¿para qué? Intuyó que al hacerlo, se habría sentido insegura creyendo que su edad podría restar verosimilitud a sus palabras. En ocasiones había que actuar con cautela, evitando estereotipos. – Su marido, no pienso llamarlo nunca más tío…– le temblaban las manos pero no vacilaba con su relato. Tan solo le pidió que hablara un poco más despacio; era muy interesante lo que decía, explicaba muchas cosas del caso que llevaba. La joven prosiguió tomándoselo con más calma tras respirar profundamente, aunque en más de una ocasión tuvo que volver a pedirle que se tranquilizara. El motivo de su imprevisible presencia en el despacho había sido una especie de revelación que tuvo lugar aquella misma mañana al salir del instituto. Una de las amigas, que formaban su reducido círculo, acababa de bloquear al chico con el que había estado saliendo porque no paraba de llamar y enviarle mensajes. Llevaba varios días quejándose de ello y, cuando ya por fin tomó la decisión de dejarlo, lamentaba haberlo hecho. La que se quejó entonces fue ella que no entendía por qué le daba pena. La otra amiga la miró sorprendida y, cogiendo a la compungida chica por el hombro, dijo que no le hiciera caso, que ya sabía cómo era. De repente se dio cuenta de lo desagradable que resultaba esa frase tan manida que tanto dice y tanto calla cuando se refería a una misma. Además, en el mismo tono condescendiente que había empleado siempre el marido de su tía refiriéndose a esta. A pesar de que le había 99