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Casiodoro de Reina. Heterodoxo impenitente, amante de la libertad
POR ALFONSO ROPERO BERZOSA Autor de Filosofía y cristianismo; Introducción a la filosofía; La renovación de la fe en la unidad de la Iglesia; Mártires y perseguidores
La Biblia Reina-Valera revisión 1960 es la versión más amada de todos los protestantes de habla española. Naturalmente, hay otras versiones que poco a poco van ganando terreno en muchas iglesias, pero sin lograr desbancar el prestigio de la Reina-Valera 1960.
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Muchos de los lectores de esta Biblia, que conocen y aman tanto, desconocen, por contra, todo lo relativo a quienes fueron sus autores. Los más ilustrados tienen una ligera idea de que habían sido monjes católico-romanos que convertidos al evangelio fueron perseguidos por la Inquisición, de la cual consiguieron escapar, gracias a lo cual pudieron dedicarse a la traducción de la Biblia original en hebreo y griego al español de la época.
Sin embargo, ante la visión idílica que algunos presentan, me gustaría en este artículo tratar brevemente varios aspectos de la vida de Casiodoro de Reina (1520-1594), que me parecen reveladores del precio que tuvo que pagar por ser fiel al Evangelio y su conciencia. Me parece que es un personaje de la Reforma que tiene mucho que decirnos sobre aspectos que todavía inquietan y trastocan a nuestras iglesias con brotes inquisitoriales. Escribe un reciente biógrafo de Casiodoro, Constantino Bada Prendes, que derramó muchas lágrimas mientras investigaba en la vida de este hombre, al conocer las muchas contrariedades y procesos inquisitoriales que tuvo que soportar a lo largo de su ajetreada existencia.
Es bien sabido que Casiodoro de Reina fue un monje del monasterio de San Isidro del Campo (Sevilla), que pertenecía a la Orden de los Jerónimos, cuya lectura de la Biblia y de libros luteranos le llevó a abrazar las ideas reformistas que se estaban propagando en el norte de Europa. Alertada la Inquisición, Casiodoro y un buen número de frailes tuvieron que darse prisa para abandonar España. Los que no lograron hacerlo a tiempo terminaron en la hoguera, o bien disciplinados, según el grado de su implicación en la “herejía luterana”.
Huido a la Ginebra de Calvino, Casiodoro pronto advirtió que aquella tampoco era su tierra prometida. Espíritu libre y sensible tuvo que pasar por innumerables trances para sobrevivir en aquel mundo de sospecha constante, de desconfianza generalizada del otro por cuestiones doctrinales. Aun así, Ca-
Una vida digna de una superproducción de Hollywood, Casiodoro de Reina sufrió el exilio, la ignominia, falsas acusaciones, intentos de asesinato y el pesar de tener que arrastrar a su familia de un lado para otro. Así fue la vida del traductor de la Biblia al castellano, la más usada y amada por las diferentes confesiones protestantes de habla hispana en todo el mundo.
siodoro fue capaz, en solo diez años, y por su propia cuenta, en un ambiente hostil, de dar a luz una versión de Biblia que es todo un logro de la literatura religiosa. Por si fueran poco las penurias económicas, cuando ya estaba casi a punto de imprimir y sacar a la calle su edición de la Biblia, cayó gravemente enfermo teniendo que permanecer en cama durante cinco semanas, debatiéndose entre la vida y la muerte. “Me producía no poca tristeza — escribió posteriormente— el pensamiento de mi mujer y de mis hijos pequeños, a quienes parecía haber traído conmigo a Basilea únicamente para que empezaran un nuevo exilio lejos de nuestros amigos y conocidos, y sobre todo, privados de mí. Pero incluso esta tristeza la alejaba fácil y rápidamente encomendándolos a la Providencia de
Dios que, primero a mí y después a ellos conmigo, nos había hecho experimentar su cuidado paternal en medio de tantas dificultades y frecuentes trabajos”.
Casiodoro es ejemplo de unos de esos espíritus nobles del reformismo español. De ningún modo estaba de acuerdo con el castigo capital del “hereje” o disidente religioso. También en doctrina Casiodoro fue sospechoso ante las autoridades de la ciudad.
En 1559 decide dejar Ginebra y marcharse a Frankfort, uniéndose allí a una iglesia de habla francesa. Sin embargo, cuando Isabel I asciende al trono de Inglaterra, Casiodoro decide encaminarse a Londres (1558), encontrándose a otros que huían de la persecución en España. Solicitó a la reina Isabel que le concediera el uso de una iglesia para sus reuniones, petición que sería atendida,
permitiéndosele el uso de la iglesia de Santa María de Harás. Por un poco de tiempo habrá una congregación reformada española en Londres que se reunía tres veces por semana. En esos años, gozando de una relativa tranquilidad, pudo dedicarse a sus labores pastorales y hasta formar una familia (1562).
Pero su espíritu liberal y comprensivo levantaba sospechas. Pese a los años transcurridos desde su salida de España, la Inquisición le seguía los pasos mediante agentes que informaban de cada actividad que realizaba. Por otra parte, sus hermanos de fe no terminaban de fiarse de él. El grupo calvinista criticaba sus creencias, hasta el punto de ver en él un hereje potencial. Quizá no le podían perdonar sus simpatías hacia Servet y Sebastián Castellion (1515-1563) — opuesto a Calvino y los calvinistas—; su aprecio del luteranismo y de la corriente anabaptista.
El odium theologicum, que es un fuerte sentimiento que no repara ante nada, ideó la mejor manera de desacreditar a Casidoro y meterlo en un serio aprieto. En 1563 fue acusado del delito de sodomía. Los acusadores hicieron correr la versión de que Reina antes de su matrimonio había mantenido relaciones homosexuales con un mozo llamado Jean de Bayonne. Fue acusado formalmente por los pastores calvinistas de las iglesias francesa y holandesa en Londres. Reina negó la acusación como totalmente falsa. De nada le valió, bien pronto se inició el juicio, primero por cuestiones doctrinales, después por el susodicho cargo de sodomía.
Sospechando que la decisión ya estaba tomada en su contra, Casiodoro huyó Inglaterra, iniciando así un peregrinaje que le llevaría a varios países, entre ellos, Holanda, Alemania, Francia y Suiza. En Amberes descubrió que las autoridades españolas habían puesto precio a su cabeza. En Estrasburgo el consistorio reformado le ofreció el cargo de pastor (1565).
Antes de tomar el cargo, Reina debía reparar el escándalo que quince años antes había provocado su huida de Londres: el cargo de sodomita, que pendía sobre él como espada de Damocles. Confiado en su inocencia y deseando cumplir el requisito de honradez para ocupar su cargo pastoral marchó a Londres para someterse a un nuevo juicio. El arzobispo anglicano Edmund Grindal solicitó la revisión de las actas del caso, y en los antecedentes de sus acusadores se evidenció que los testigos que señalaron a Reina de sodomía, los españoles Francisco de Ábrego y Gaspar Zapata, habían actuado como agentes encubiertos al servicio de la Inquisición española e incluso salieron a la luz los pagos recibidos por ser parte del complot contra Casiodoro. Pero sus correligionarios, llevados por el odio teológico habían preferido creer antes a aquellos provocadores inquisitoriales que al propio Casiodoro. También se examinó su confesión de fe respecto a la interpretación de la Cena del Señor, que algunos consideraban excesivamente luterana. Como resultado de todos estos actos e investigaciones, el tribunal exoneró a Casiodoro de todos los cargos de herejía y conducta inmoral (1579).
La injusta persecución de que fue objeto, la humillación de repetir una y otra vez su confesión de fe para contentar la ortodoxia de los guardianes de verdad, no lo detuvo para entregarse sacrificadamente a la traducción de la Biblia en castellano, que con mucho esfuerzo y dificultades fue publicada en 1569, destinada a convertirse en el símbolo del protestantismo hispano y memoria eterna de este singular personaje.
Aparte de la Biblia, nos dejó otro legado importante, su espíritu pacificador y comprensivo. Como alguien ha dicho “supo ser tolerante en una sociedad intolerante y dogmática”. Casiodoro es sin duda un ejemplo
de lo mejor de ese espíritu cristiano abierto y tolerante, que ejerce con una caballerosidad ejemplar. De haber conseguido la formación de una Iglesia Reformada Española creo que la cristiandad habría sido testigo de una nueva manera de Reforma inclusiva, pacífica y netamente evangélica. Casiodoro expresó con valentía su opinión que “también a los anabautistas se les debía considerar como hermanos”. Y esto lo dijo en una época que tanto católicos como protestantes competían en dar caza y muerte a estos creyentes que se negaban a bautizar niños y defendían el bautismo de adultos en base a la profesión de fe en Cristo —la tesis de un Casiodoro anabautista es sostenida por Manuel Díaz Pineda en su estudio histórico-doctrinal de la Reforma española, y también por Perez Zagorin.
Por si fuera poco, Casiodoro propagó entre los refugiados españoles el libro de Castellion donde defiende que no se deben quemar los herejes, y afirma que Miguel Servet había sido quemado injustamente. El argumento de Castellion era irrebatible:
[...] Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un ser humano; no se hace profesión de fe quemando a un hombre, sino haciéndose quemar por ella. Buscar y decir la verdad, tal y como se piensa, no puede ser nunca un delito. A nadie se le debe obligar a creer. La conciencia es libre… que los judíos o los turcos no condenen a los cristianos, y que tampoco los cristianos condenen a los judíos o a los turcos… y nosotros, los que nos llamamos cristianos, no nos condenemos tampoco los unos a los otros…
Una cosa es cierta: que cuanto mejor conoce un humano la verdad, menos inclinado está a condenar.
Sébastien Castellion (Saint-Martin-duFrêne, Ain, 1515-Basilea, 1563) fue un humanista, biblista y teólogo cristiano reformado francés. En 1554, con el seudónimo de Martinus Bellius, publicó “De haerectis an sint persequendi”, un ataque frontal a la tesis según la cual los herejes deben ser ejecutados, obra que lo enfrentó definitivamente con Calvino y que fue traducida al castellano por Casiodoro de Reina. Castellion reaccionaba con este libro a la ejecución de Miguel Servet por los calvinistas en Ginebra el 27 de octubre de 1553.