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Carta de Casiodoro de Reina

No es fácil encontrar documentos bibliográficos originales de los reformadores españoles, sin embargo, existe una serie de cartas que el mismo Casiodoro escribió de su puño y letra y se conservan en diferentes archivos universitarios por todo el mundo, algunas de ellas recopiladas por el hispanista británico Arthur G. Kinder.. Ésta en concreto fue traducida por el catedrático de latín y miembro correspondiente de la Real Academia de Extremadura y un reputado estudioso del Humanismo, el jesuita Andrés Oyola Fabián (1946 - 2020).

FUENTE: “Cartas de Casiodoro de Reina traducidas del latín, más un prefacio del alemán”. CIMPE, 2019 Este texto es una parte de la carta de Casiodoro de Reina a dos de sus amigos y compañeros de lucha por la libertad de conciencia para vivir la fe, en la que les presenta tamente indigno de cualquier beneficio si, cuando salí de Basilea colmado y abrumado por vuestro favores, hubiera jamás dejado de recordar vuestra caridad y generosidad verdaderamente paternales para conmigo. En efecto, cuando llegué solo a Basiela con su tratado: Exposición de la primera parte la intención de ver el modo de imprimir del capítulo cuatro de san Mateo sobre las nuestra Biblia española, al enteraros de la tentaciones de Cristo. causa de mi llegada -dignísima de ser proEsa obra fue publicada por primera vez movida por los votos y esfuerzos de todos en Francfort en 1573 en la imprenta de Ni- los hombres piadosos- os mostrásteis como colás Baseus. El Pérez mencionado es Mar- tales promoviendo mi proyecto por todos cos Pérez rico comerciante español protes- los medios. Averiguasteis primero con dilitante exiliado a causa de su fe. gencia qué era lo que yo me proponía conLeamos la misiva de Casiodoro de Reina fiar a la imprenta. Acudisteis después al Sea sus amigos ya que en ella tenemos una rica nado y solicitasteis del mismo que, después información de primera mano. de hacer revisar e inspeccionar hasta donde Casiodoro de Reina a Simón Sultzer y Ulrico Coctius, varones tan piadosos como doctos. Doctores en Sagradas Teología, piadosísimos y vugilantísimos pastores de la Iglesia de Basilea y Profesores de Sagrada Teología en su Academia, sus amigos y padres, a quienes debe especial veneración, Salud. fuera posible mi manuscrito por quienes pudieran dar auténtico testimonio de una obra escrita en español, autorizara su impresión en esta ciudad. En lo concerniente a la función propia de un pastor cristiano no habría sido posible echar nada de menos en vuestra actuación, y sí por el contrario ver en ella muchas muestras de vuestra solicitud, diligencia y devoción. Mirando además por mi situación privada y domestica, entonces muy apurada, me hicisteis alumno de Merecería con razón ser tenido por el la Academia para que, sin gasto alguno de más ingrato de los hombres y por comple- mi parte, pudiera disfrutar plenamente del

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derecho de ciudadanía y os fuera posible, mientras yo acudía a la imprenta, proveer más fácilmente a nuestro sustento con el trabajo honesto de mi esposa. Poco después, ¡con qué gran vínculo de gratitud me obligasteis para siempre cuando, recién llegado a Basilea con mi mujer y mi pequeña familia, me atacó una gravísima enfermedad casi mortal! ¡Con qué asiduidad, abandonando o interrumpiendo vuestros estudios, me asististeis con vuestras exhortaciones, consuelo, y oraciones, procurando obtener una confiada confesión de fe en Cristo del moribundo! Pues ni los médicos, ni vosotros, mis amigos, ni yo mismo pensábamos otra cosa. Confieso sinceramente, como es la verdad, que, seguro entonces en su inminencia, mientras estuve en mi sano juicio no me aterraba la contemplación de la muerte. Al experimentar la maldad de este injustísimo siglo la había deseado cuando estaba lejos y cuando, a mi juicio, prolongaba demasiado su tardanza; ahora que por fin la tenía ante mí la abrazaba con la mayor alegría. El recuerdo de mis pecados, que tenía presentísimo, agudizaba en mí el deseo de desnudarme del todo de los viejos despojos del pecado y estar con Cristo más que infundir miedo a mi conciencia o turbar en modo alguno su paz, sellada en ella por la sangre de Cristo mediante el Espíritu de Dios, teniendo yo por indudable que no quedaba ninguna condenación para el creyente en Cristo, que al morir pasaba de la muerte a la vida.

Cartas de CASIODORO DE REINA (CIMPE), 2019

Me producía no poca tristeza el pensamiento de mi mujer y de mis hijos pequeños, a quienes parecía haber traído conmigo a Basilea unicamente para que comenzaran un nuevo exilio lejos de nuestros amigos y conocidos, y sobre todo privados de mí. Pero incluso esta tristeza la alejaba fácil y rápidamente encomendándolos a la providencia de Dios que, primero a mí y después a ellos conmigo, nos había hecho experimentar su cuidado paternal en medio de tantas dificultades y frecuentes trabajos; esto me era garantía segura de que ÉL jamás abandonaría en su Providencia a los que yo dejaba atrás. Mi entrañable amigo Pérez que siempre ha sido generosísimo conmigo, también entonces, con caridad y piedad extraordinaria que, ni yo ni ningún otro que haya experimentado alguna vez su ayuda podremos alabar bastante, nos trasladó a su casa, a mí gravemente enfermo y a mi pequeña familia, y cuidó con la mayor humanidad tanto de enfermos como de los sanos.

Solo una cosa me producía el mayor dolor: que, después de haber trabajado durante diez años enteros en traducir la Sagrada Biblia al español, sufriendo en esta ocupación mucha envidia y muchas vejaciones por parte de aquellos a quienes esa empresa no les era tan grata como a mí, -hasta el punto de que, comparado con ese desasosiego, me parecía levísimo el trabajo de la traducción-, cuando ya estaba a la puerta de la imprenta, la mies madura para la cosecha y el fruto de tan gran trabajo a punto para la recolección, me viera obligado a dejar mis labores a otros sin saber con qué cuidado y solicitud la llevarían a cabo. Y aún en el caso de que fueran personas de la mayor fidelidad y diligencia -como yo no lo dudaba si se tratara de Pérez- no sería yo quien diera cima a la obra. Esta tristeza, aún en tan gran debilidad de cuerpo y de ánimo, me incitaba a dirigir ardientes preces a Dios para que me concediera todavía el tiempo suficiente a fin de concluir aquella obra sagrada para gloria

de su nombre, después de lo cual dejaría yo la vida con entera alegría. Pero habiéndoos yo comunicado esta inquietud mía, se incrementaron las preces de la iglesia a mi favor, tanto públicas como privadas, y con tanta porfía interpelasteis a Dios que me concedió al fin a vosotros, librándome a los pocos días de toda sospecha de peligro, si bien no me devolvió la salud completa hasta pasados tres meses. Y así tuve entonces por cosa certísima, y lo tengo todavía, que se me había concedido la vida y la salud arrancándome de las fauces de la muerte para que terminara la edición de la Sagrada Biblia, vida y salud que yo debía, después de a Dios, en primer lugar a vuestras oraciones, y después a la gran diligencia conque me cuidó Pérez y al gran interés que pusieron en mi curación los mejores médicos, quienes, como además eran amigos míos, no se escatimaron en nada ni a sí mismos ni a su arte para curarme. Con el mismo cuidado y solicitud con que lo habíais hecho durante mi enfermedad seguisteis cuidando de mí y de mis asuntos con vuestros consejos y con vuestra ayuda siempre que fue necesaria durante los tres años que pasé después en Basilea, para no mencionar -por ser un beneficio público y de todos conocido- vuestras lecciones de teología, llenas de las más alta erudición y piedad, a las que asistí con la frecuencia que me lo permitieron mis ocupaciones, tanto tipográficas como domesticas y que (los reconozco sinceramente) me fueron utilísimas. [...]

Por lo que hace al escrito que sigue, ésta es su historia. Hace cuatro años decidí publicar por separado la eruditísima y esmeradísima traducción latina que del Nuevo Testamento siríaco hizo el doctor Tremellius, en beneficio de los estudiosos de las sagradas letras a fin de que no se vieran privados, por falta de recursos, de ayuda tan importante para acceder con más facilidad al Nuevo Testamento, y añadir algunas reflexiones mías a unos cuantos pasajes escogidos. Cuando llegué al capítulo cuatro de Mateo repasé en mi memoria lo que yo mismo había meditado, o había leído en las meditaciones de otros, sobre aquella preñadísima exposición de las tentaciones de Cristo, y me sentí profundamente conmovido tanto por la meditación de la doctrina, a la vez recóndita y grandemente necesaria con la que Cristo parece amonestar a su Iglesia en esa como pintura de su lucha con el diablo, como por el dolor que me producía la indolencia y desidia vergonzosísima de quienes hasta hora habían estado al frente de la iglesia [...]. En efecto, no me contenté con explicar, atendiéndome a los límites que me había propuesto, los términos y las ideas del texto, sino que quise además mostrar como con el dedo a las realidades mismas que apuntaban [...] para así avisar más eficazmente a la iglesia de nuestro tiempo de los peligros que la ha sucedido de manera tan importante...

Me pareció, pues, conveniente publicar este opúsculo por separado... y dedicarlo a vuestro nombre en memoria de vuestra caridad y beneficencia para conmigo, y recíprocamente de mi perpetua gratitud y gran consideración hacia vosotros, conociendo vuestra piedad y ardentísmo celo por la gloria de Dios, y sabiendo que, si bien tenéis poca necesidad de amonestaciones de esta clase, no pueden tampoco desagradaros...

Pictograma con el que firmaba Casiodoro de Reina

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