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1.5. Gestión social del conocimiento
PARA TENER EN CUENTA
¿Cómo se asume la gestión del conocimiento en las fundaciones relacionadas con Promigas?
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La gestión del conocimiento y la innovación son nuestros motores de acción, por cuanto garantizan nuestro crecimiento, desarrollo y sostenibilidad como actores sociales relevantes para la transformación social de las poblaciones y los territorios. Tanto la gestión del conocimiento como la innovación forman parte de nuestra cultura organizacional.
Concebimos dicha gestión como la capacidad institucional de apropiar y documentar nuestro saber y nuestro hacer, de convertir el saber y el hacer en conocimiento apropiado, construido colectivamente mediante el diálogo y la reflexión conjunta, y de movilizar, potenciar y capitalizar ese conocimiento construido colectivamente en favor de propósitos sociales, lo que implica compartirlo con otros.
El conocimiento construido colectivamente es el insumo principal para definir los marcos de acción de los proyectos, establecer metas y propósitos comunes con otros actores, y fortalecer las capacidades individuales y colectivas.
Documento institucional. Marco de actuación común de las fundaciones relacionadas con Promigas. Fundación Gases de Occidente, Fundación Surtigas y Fundación Promigas, 2017.
1.5 Gestión social del conocimiento
Atendiendo al abordaje del conocimiento como un bien social y a su gestión como un proceso que implica la confluencia de saberes y experiencias de los actores involucrados en las acciones de cambio social, resulta necesario referirse a la gestión social de aquel. Esta expresión hace referencia a la necesidad de construir conocimiento con la participación de los miembros de las comunidades, con el fin de que contribuyan a consolidar entramados de conocimiento, a desarrollar prácticas contextualizadas y a potenciar capacidades colectivas que
LA GESTIÓN SOCIAL DEL CONOCIMIENTO: TEORÍA, PRÁCTICAS Y APRENDIZAJES
propendan hacia cambios sostenibles. Se alude, por tanto, a un concepto que asume al individuo y a su comunidad como gestores del conocimiento, en lugar de percibirlos como receptores de aquel producido por el Estado, la academia o las organizaciones empresariales.
La gestión social del conocimiento cobra sentido en un escenario coyuntural donde ha empezado a reconocerse el valor de las vivencias y del abordaje sistemático del contexto para la generación de transformaciones. Todo esto en el marco de una sociedad cuyas dinámicas globalizadas y complejas repercuten en los procesos de producción, apropiación y uso del conocimiento, asumido como un recurso decisivo para controlar la incertidumbre y generar estrategias que lleven a la transformación social. En este marco, el rol de los actores corporativos y académicos, tanto del ámbito público como del privado, es trascendental, en la medida en que promueven la producción del conocimiento y su uso tanto en el debate político sobre los grandes temas del desarrollo, como en el diálogo sobre estos asuntos y la participación social (Carrizo, 2006). No obstante, la gestión del conocimiento ha sido objeto de acciones, cada una desde un sector diferente (Estado, empresa y academia), sin sinergia y desconociendo el papel de los individuos como actores que aportan sus saberes y experiencias.
En cada uno de los escenarios donde han tenido auge y divulgación las prácticas sistemáticas para la gestión del conocimiento se han creado relaciones (usualmente gremiales) y se han establecido insumos que apuntan a los intereses particulares de cada uno. El Estado ha configurado todo un Sistema de Gestión del Conocimiento que incluye agencias orientadas a la construcción, financiación y divulgación de saberes científicos que, si bien atienden temáticas refrendadas en la agenda pública, se estructuran según el quehacer, la experiencia y el bagaje teórico de la academia.
Desde esta última, principalmente en las universidades, la gestión del conocimiento se ha consolidado en función de las actividades de investigación e intervención en distintos escenarios de la sociedad. Los conocimientos que surgen de la academia son fruto de la sistematicidad y rigurosidad de la ciencia, aunque suelen responder a intereses disciplinares y en ocasiones acuden a las comunidades como fuentes de información o como receptores de prácticas científicas que, aunque pueden propender al bienestar de los beneficiarios, no siempre los tienen en cuenta en todos los momentos del ciclo (construcción, uso y divulgación).
Frente a esta dinámica y dadas las condiciones socioculturales, económicas y políticas actuales, la academia se ha enfrentado a nuevos retos; entre estos, el hecho de apropiar la gestión social del conocimiento, asumiéndola como una “dinámica transdisciplinaria de generación, transferencia y
difusión del conocimiento disponible en las universidades, a partir de la interacción con el otro para su aplicación en experiencias prácticas orientadas a solucionar situaciones problemas locales” (Oberto y Oberto, 2016, p. 377). De esta manera, se plantea la necesidad de trascender los intereses netamente disciplinares, que son importantes, pero muchas veces insuficientes, para abordar la realidad teniendo en cuenta su complejidad inherente a partir de la confluencia de saberes que se complementan desde la transdisciplinariedad para comprender y explicar fenómenos. Este abordaje transdisciplinar implica un trabajo cooperativo que no se agota en el aporte de cada disciplina, sino que exige una responsabilidad compartida a lo largo de todo el proceso de gestión del conocimiento (formulación, ejecución y evaluación de las acciones dirigidas a este fin), que se soporta en la participación, la confianza mutua y el manejo de conflictos en favor de un esfuerzo dirigido a un objetivo común, esfuerzo en el que cada uno retroalimenta a los demás miembros del equipo (Carrizo, 2006).
Además de lo anterior, en la academia ha empezado a instaurarse el interés por consolidar procesos de generación del conocimiento enmarcados en la democracia cognitiva. Con esto pretende disminuir las brechas entre la ciencia/ técnica y el saber popular promoviendo la participación de la comunidad en la construcción misma del conocimiento sobre su realidad, para lo cual la academia ha recurrido a alianzas con organizaciones empresariales, educativas y sociales, con miras a alcanzar una mayor comprensión y un abordaje integral. En función de esto, se han generado dinámicas que se constituyen en desafíos para lograr una sinergia entre estos actores que han empezado a interactuar con un fin determinado (Carrizo, 2006).
Las organizaciones son uno de los escenarios donde se ha planteado en mayor medida la gestión del conocimiento; sin embargo, lo han reducido principalmente a las estrategias dirigidas hacia el cumplimiento de sus objetivos, promoviendo así la efectividad en sus procesos, el aumento en la producción y la reestructuración de sus prácticas según sus intereses particulares. Así que les han dado poco espacio a los habitantes de sus comunidades de influencia y, en ocasiones, al capital humano que conforma su equipo. Los primeros suelen asumirse como beneficiarios, mientras que los segundos se conciben como ejecutores de las prácticas delimitadas o como fuentes de información para lograr dicha delimitación. De aquí que al empezar a replantear su praxis desde la gestión social del conocimiento se den virajes en torno a la comprensión de la realidad, a los objetivos, al rol de los actores involucrados e, incluso, a los intereses con respecto a la gestión del conocimiento que movilizan su quehacer. En el marco de este replanteamiento academia y organizaciones han empezado a encontrar puntos en común para
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generar conocimientos útiles, pertinentes y contextualizados, que respondan a sus intereses sin desconocer la realidad en la que se hallan inmersos (Rodríguez, Oberto y Salas, 2014; Colina, Petit y Gutiérrez, 2006).
En las comunidades, por su parte, el conocimiento se ha estructurado y validado en torno a la construcción de acervos y saberes que responden a sus características, a las dinámicas que han configurado y a los intereses, demandas y retos que tienen lugar en su contexto. De esta manera, los actores de la comunidad también se constituyen como gestores del conocimiento, aun cuando se han visto como receptores de los referentes científico-técnicos planteados por la academia, el Estado y las organizaciones. De aquí que la gestión social del conocimiento se haya propuesto el reto de resignificar el papel de la comunidad y de tomar como punto de partida los significados que sus miembros construyen para así promover la apropiación de saberes que resulten útiles para el quehacer de las instituciones y de la comunidad misma.
Se apunta, de esta manera, a la democratización de la participación de los distintos actores de la sociedad en la dirección, construcción y uso del conocimiento como bien social, así como al desarrollo de la investigación como medio para el mejoramiento de la calidad de vida. Todo esto en el marco de un trabajo cooperativo (y de un contrato social) que busca la reflexión y el análisis de la realidad para orientar la producción intelectual, cultural y material, así como la consolidación de condiciones para la transformación social (Carrizo, 2006; Musitu, Herrero, Cantera y Montenegro, 2004).
La gestión social del conocimiento parte y se retroalimenta desde la vida misma, la tradición oral, la transmisión y las pautas culturales que permean el abordaje de la ciencia y de los distintos fenómenos, enmarcados en una relación multidireccional donde distintos actores interactúan para configurar conjuntamente ¿qué es el conocimiento?, ¿cómo construirlo?, ¿para qué hacerlo? y ¿de qué manera aprovecharlo?
Desde esta perspectiva, la gestión social del conocimiento implica un cambio cultural relacionado con cómo se concibe, se implementa y se despliega aquel; no como un saber exclusivamente científico cuya validez se ajuste a un método, sino como una concepción fundamentada en el quehacer contextualizado y en el diálogo de la teoría, la realidad, la experiencia y en todos los insumos que resulten pertinentes. En este sentido, también implica hacer énfasis en las relaciones que emergen entre lo organizacional y lo social, en la medida en que los actores orientan la gestión del conocimiento a partir de su uso en asuntos de interés común para la producción y el desarrollo social, en