Las Flores Amarillas

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Autor

Sebastián Estrada Vega

Corrección de Estilo

Ofelia López León

Ilustraciones

Mario Flores

Diseño Editorial

Lucía Azucena Estrada Hernández

Agradecemos la donación de Juan Estrada que contribuyó con la elaboración e impresión de este cuento.

©2023 , para la presente edición. Impreso en México en Ideeo 4.0 www.ideeo.mx

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, por cualquier medio o procedimiento, sin para ello contar con la autorización previa, expresa y por escrito del editor.

La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la Ley Federal del Derecho de Autor.

Es de mañana, me encuentro frente al espejo dándome con el cepillo las últimas pasadas, me siento en este momento muy ligero, no me duele nada, para mí no hay problemas.

Todo me parece extraordinario, la última peinada y salgo de la recámara, camino con mis piernas alegres que bajan 13 escalones, y que me posan hasta la planta baja.

Frente a mí se encuentra el pequeño comedor, mi hermano Jesús Froylán comodamente sentado en un extremo de la mesa, con sus manos hojea y observa un gran álbum de fotografías.

¡Buenos días! Lo saludo y le doy la bienvenida a mi casa como todos los días.

—¡Buenos días, hermano! Hoy tenía muchas ganas de verte —Él contesta a mi bienvenida.

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»Me encamino hacia el fondo de la cocina, allí mi suegra

Lucy está en medio de varias cazuelas que contienen múltiples y aromáticos manjares. Con sus diestras manos envuelve en hojas de maíz un poco de masa, y sobre ella deposita una porción de los ricos guisados. Destaca a la vista un gran bote de vapor, listo para cocinar una rica tamalada. Lucy, que es es una mujer forjada por los años pasados lleva puesto un mandil del que resaltan grandes y hermosas flores bordadas con brillantes colores.

—¡Buenos días suegra, gracias por estar aquí!

—La saludo y en seguida le estampo un beso en sus coloradas mejillas.

—¡Buenos días, mi querido yerno!

Hoy me han dado permiso de llegar aquí, y tus tamales, como siempre, no te van a faltar—.

Con sus palabras destila amor. La observo y noto que sobre su frente ruedan pequeñas gotas. Tomo un pañuelo y, con cuidado y cariño, seco el sudor de su piel.

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»En una pequeña repisa de la cocina, una radio narra el final de un episodio de Chucho, el Roto. Las noticias informan sobre un Movimiento Ferrocarrilero y de su líder llamado Demetrio Vallejo; se escucha también acerca de un profesor de nombre Othón Salazar y otras noticias sobre los médicos y todos los trabajadores en lucha en el D.F. por lograr mejores salarios y una justa vida laboral. Lucy escucha muy atenta esa información, pero de repente me dice:

—Cámbiale a ese radio, pon la estación del Fonógrafo; con buenas melodías me voy a relajar.

Se escucha un ring-ring-ring, es el timbre de la entrada que suena conocidamente tres veces, estoy seguro de que mi madre ha llegado. Así que me dirijo a la puerta de la entrada, la abro y frente a mí se presenta lo esperado: Felipita, mi madre, que se ve feliz; una bonita sonrisa la delata. Lleva una flor sobre el cabello que adorna su peinado, viste ropas sencillas pero muy arregladas; su calzado es bajo, de estilo campirano, y en sus manos destaca un gran ramo de ¡flores amarillas! Camina con paso ligero hasta el comedor.

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—¡Hola, Jesús!

¡Hola, comadre!

¡Buenos días a todos!

—Ella saluda amablemente al encuentro con todos.

En seguida, en un gran florero coloca sobre la mesa el esplendoroso ramo de flores amarillas.

Besa a Jesús y se encamina presurosa hasta la cocina.

»En un momento las dos amorosas comadres se funden en un gran abrazo.

»Tomo asiento frente a Jesús, quien observa entusiasmado las fotografías contenidas en el álbum familiar. En seguida comienza la charla en torno a esas fotografías:

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—Mira, esta es muy bonita.

—Nos muestra de pequeños bajo grandes árboles frutales y, al fondo, la casita donde nacimos en el barrio de Canta Ranas. Nos llaman la atención las fotos de las primeras comuniones que tienen como marco las paredes esculturales de la iglesia de Santa Prisca.

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»Nos inundan los recuerdos al ver la que nos tomaron un 9 de agosto, donde aparecemos vestidos de traje militar frente al monumento a Vicente Guerrero como alumnos del internado de Tixtla, Guerrero. Son muchas fotografías y muchos recuerdos que hablan sobre la historia de una familia provinciana que vino a luchar a la gran capital.

Me pongo de pie, me estiro un poco y sin querer una lagrima se asoma en mis ojos; vuelvo a la realidad,

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»a mis oídos llega una melodía alegre y un poco fuerte: en la cocina, danzan alrededor de un bote de tamales dos hacendosas comadres con el propósito de que no se enojen los tamales y su cocimiento sea parejo y bueno.

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»Sobre la mesa se colocan cuatro platos, vasos, tenedores y servilletas limpia-boca; al centro de la mesa está el platón con los tamales que vamos a disfrutar. Doña Lucy les ha colocado un moñito distintivo para identificar los distintos sabores pues hay de rajas con queso y epazote; de mole rojo con pollo; de mole

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»verde con carne de puerco; los especiales que van con todo; los coloraditos de dulce con sus pasitas muy sabrositas; de ciruela; rellenos de fresa y guayaba; y unos aciditos de capulín. Los vasos se llenan con atole y refrescos de sabores: Lulú, Barrilitos, Sidral, Orange Crush... y no puede faltar, para el final del atracón, la Sal de Uvas Picot.

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»Es una tamalada extraña, pero ¡muy sabrosa! Al término de ella, se levantan los platos que van directo al fregadero; las hojas que envolvían a los tamales y que ya están vacías, van al basurero. Lucy y Felipita siguen andando afanosas, limpian y acomodan cada cosa en su lugar. Una de ellas ha colocado el florero con las esplendorosas flores amarillas sobre la mesa, el cual se sobresale al centro de ella. Parece que el convivio ha terminado. Lucy dobla su mandil y lo acomoda en una bolsa; Felipita recompone su vestuario y limpia su calzado; Jesús cierra el álbum y se soba la pancita. Mis visitas están listas para marcharse. No quiero que se vayan, le pido a mi suegra que se quede un ratito más, pero ella me contesta

retornar... mi tiempo se ha terminado, pero te dejo mi bendición. Otro permisito me traerá otra ocasión a tu lado.

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—Debo

Mi madre me toma la mejilla, me da un beso y con su mano forma una cruz me dice:

—En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

—En seguida beso su mano. —Nos vemos otro día, hijo mío. Recuerda que donde estés, siempre estoy a tu lado.

—Jesús me abraza por la cintura, me levanta del piso con mucho cariño, se despide y me recuerda:

—No dejes de ir a fin de mes a la empresa ColgatePalmolive, tengo para ti, como siempre, la despensa: jabones, detergentes y lociones.

—Mis invitados abandonan la estancia. Lucy avanza con paso presuroso y abre la reja, Jesús levantando el brazo me da el último adiós y camina a la salida, mi madre con una lágrima entre los ojos, cierra la puerta y a manera de despedida, como siempre, toca tres veces el timbre:

rinnng- rinnng.

»¡Apresurado abro los ojos de golpe, estoy en mi cama, ya ha sonado el despertador!
rinnng-

La luz del sol es intensa y se cuela a través de la ventana, miro el calendario y recuerdo que hoy es un bonito domingo, día para visitar y llevar flores a mis muertos al panteón Jardines del Recuerdo.

En el baño, me alisto frente al espejo; antes de bajar, me doy la última peinada. Al fin bajo los trece escalones, estoy en la planta baja, observo la cocina y el comedor. Todo luce en orden, pero…

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»PERCIBO UN OLOR A TAMALADA QUE INUNDA TODO.

»AL CENTRO DEL COMEDOR, SE ENCUENTRA CERRADO UN ALBUM DE FOTOGRAFÍAS.

»TODO ME PARECE MUY EXTRAÑO.

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ME SORPRENDE QUE SOBRE

LA MESA ME SALUDA UN LINDO RAMO DE FLORES AMARILLAS.

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A
A MI HERMANO JESÚS, Y A MI SUEGRA LUCY 26 de mayo de
MI MADRE FELIPA,
2012

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