La Ofrenda De Los Abuelos

Autor

Sebastián Estrada Vega

Corrección de Estilo

Ofelia López León

Ilustraciones

Mario Flores

Diseño Editorial

Lucía Azucena Estrada Hernández

Agradecemos la donación de Juan Estrada que contribuyó con la elaboración e impresión de este cuento.

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, por cualquier medio o procedimiento, sin para ello contar con la autorización previa, expresa y por escrito del editor.

La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la Ley Federal del Derecho de Autor.

Transcurría la tarde por el día primero de noviembre, cuando de repente se escucharon unos fúnebres murmullos que salían desde el fondo del ataúd donde yacían reposando los restos del abuelo y la abuela.

4

—Manuela, mañana será dos de noviembre y, como cada año, tendremos fiesta.

—Sí, Manuel, así que arréglate un poco: sacude tu vestuario, no olvides tu pañuelo rojo sobre el cuello y para tu calvita, lleva tu sombrero.

—Y tú, mi huesudita, vístete como aquella señorita

Catrina, esa calaca bonita y bien vestidita, la hija de Guadalupe Posada. ¡Ésa de andar presuntuoso y que camina por estos rumbos siempre bellamente arreglada!

—No, Manuel, déjame vestir a mi manera. Me gustaría portar aquel vestido que lucí durante el último baile al que asistimos en la plazuela.

Mientras los abuelitos continuaban su plática, el manto oscuro de la noche se desvanecía, de pronto, ya era muy temprano del día dos de noviembre, fecha en que los muertitos abandonan el descanso eterno.

6

¡Las lápidas de las tumbas, por miles, se levantan!

Se observan por doquier a muchos muertos y a muchas calaveras que van hacia alguna parte.

¡Todos tratando de salir del panteón con un poco de atropello!

Una que otra calavera se agacha y cae, pero se recupera y coloca en su lugar uno que otro hueso que se le fue al suelo.

Los muertitos y las calaveritas que fueron niños ya van de regreso al panteón; saltan, juegan, bailan: se les puede mirar muy contentos. Ellos ya asistieron a su fiesta del día primero.

8

—Vamos, Manuel, de prisa. Pero te pido, por favor, que no conduzcas por la libre. ¡Vete por la autopista!

Te recuerdo que hace mucho tiempo al regresar de la última fiesta, en ese lugar nos cargó la Huesuda. —

¡No, Manuela, no es esa mi intensión! Hoy abordaremos una alfombra mágica, o volaremos sobre las alas de una gran águila, o caminaremos entre blancas nubes...

¡Hoy nos llevarán nuestro amor y nuestra imaginación a todas partes!... ¡Ah!

Por favor, no olvides el acta de defunción; ya ves que actualmente

¡para todo piden esa identificación!

10

—Aquí estamos, Manuel, frente a esta ofrenda bendita. Mira: sobre una mesa de varios niveles y cubierta de papel picado negro y morado, lucen esplendorosas flores de cempasúchil; y muy arriba de ella está colocada una fotografía de nuestro casamiento, me veo vestida de blanco y tú de tra je.

¡Está mu y bonita! ¿Escuchas? Es la música que tanto nos gusta, y se oye en la radio, es la XEB que toca: “A la orilla del mar”. ¡Qué bello! Ahora suena: “Dios nunca muere”. Manuel, los pies me hacen cosquillas; me dan ganas de bailar, como siempre, muy pegadita a ti.

Colocadas en forma de cruz, lucen encendidas varias veladoras que son llamitas que dan luz a las almas en su largo recorrido; nubla un poco el ambiente el humo del copal y del incienso. Todo ello se coloca en la ofrenda para limpiar el lugar y los sagrados alimentos.

Para calmar el hambre de muertos y vivos, hay panes con olor a miel y mantequilla, de varias figuras y tamaños; también aparecen una olla con atole y otra con rico chocolate, a un lado se ven ricos y

apetecibles tamales de dulce con pasitas, rajas, verdes, de mole y de otros sabores; no faltan las frutas frescas y el mole rojo y verde -que tanto gustan -, así como calaveritas de chocolate, azúcar y amaranto que lucen esparcidas por todas partes.

Tampoco pueden faltar los dulces mexicanos de cajeta, ate de membrillo, tejocote y guayaba; cocadas, camote, calabaza y uno que otro caramelo.

En forma de cascada están colocadas palanquetas, trompadas, rompe muelas, merengues, obleas y gaznates. Todo se ve muy rico, los visitantes se han de preguntar: ¿por dónde empezar? Para que la comida no se atore en el gañote, están presentes las aguas de flor de jamaica, tamarindo, guanábana y chía con limón. Y para darse un gustito: el pulque, el tequila y el mezcal.

14

Pero si todo lo anterior no es suficiente, no pueden fallar los chiles en nogada adornados con sus granitos de granada y su toque de perejil.

—Manuelita, calaverita hermosa, antes de probar y degustar esta rica ofrenda, como lo hacíamos en vida, demos la bendición. Y te recuerdo que donde estamos ya no hay malestar e indigestión.

—Claro que sí, bendecimos esta hermosa y abundante ofrenda.

—Ándale, Manuela, ¡después de probar de todo este manjar, mis huesos están más pesaditos; caminemos un poco para aligerarlos!

15

Al poco rato de andar caminando, el abuelito Manuel le comenta a su querida calaverita: —Antes y hoy ya como muertitos, nuestros vivos nos muestran su gran cariño; a todos los veo muy contentos conservando la tradición, además tienen en orden y limpia lo que fue nuestra morada. En tu recamara se ve tendida tu cama, también están presentes: tu mecedora, tu chal, tus pantuflas y tu bordón.

—Manuelito mío, también veo que están puestos tu gabán y tu sillón. Las fotografías se ven limpias y relucientes, todas colgadas en su lugar. Qué jóvenes y bellos nos vemos en la foto de nuestra boda; en el resto de ellas se ven muy sonrientes las caritas de los niños; mira: los bautizos, las primeras comuniones y una fotografía muy pícara que nos tomamos en Zipolite. Sabes, nada se ha ido y estamos con ellos una vez más.

17

—Vamos, mi calaverita linda, es hora de partir; te sugiero llevar un poco de agua para calmar nuestra sed en el camino, ah, y no te olvides, como cada año hacemos, de llevar un itacate para regalar a los muertitos que nadie espera y quienes no saben a dónde ir.

¡Se me olvidaba!

Hay que llevar otro poco para ofrecerles a Germán Dehesa, a Carlos Monsiváis -con todo y sus gatos-, sin olvidar al gran amigo: Miguel Ángel Granados Chapa, quien acaba de llegar.

19

—Manuelito, hemos llegado a nuestra tumba y ya es hora de descansar; con un abrazo de alma con alma, hueso con hueso, entremos a la eternidad. Nuestra noche dura un año y al cabo de este volveremos a despertar.

(LYS) Lucy y Sebastián, noviembre del 2011

20