Autor Sebastián Estrada Vega Corrección de Estilo Ofelia López León Ilustraciones Mario Flores Diseño Editorial Lucía Azucena Estrada Hernández Agradecemos la donación de Juan Estrada que contribuyó con la elaboración e impresión de este cuento. ©2023, para la presente edición. Impreso en México en Ideeo 4.0 www.ideeo.mx Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, por cualquier medio o procedimiento, sin para ello contar con la autorización previa, expresa y por escrito del editor. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la Ley Federal del Derecho de Autor.
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El Sol penetra entre el follaje
de la frondosa arboleda que protege mi camino, mis pasos avanzan cuesta abajo en compañía de mis seis hijos. Caminamos por una vereda que serpentea en dirección a las viviendas que se encuentran en el valle. Salimos desde muy temprano cuando el Sol aún no se asomaba con un propósito: pedirles a mis amigos árboles unas cuantas ramas prestadas.
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Fue entonces que con ojos de buenos observadores, mis hijos seleccionaron de los tejocotes las más derechas y templadas varas; dos para cada uno. Las tomaron según su edad y fortaleza, es decir, las que podían y las que estaban a su alcance; por tanto, las de los pequeños resultaron frágiles y un poco más pequeñas, mientras que las de los grandes fueron más resistentes. Una vez terminada aquella selección, quitamos espinas y hojas; más tarde sobre seis juveniles hombros, dos bonitas ramas son transportadas camino de regreso.
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Es una buena caminata en una fresca y bonita mañana, a poco notamos que algunos árboles tienen fruta ya madura, así que cortamos unas cuantas para saborear algo de ese regalo mientras seguimos avanzando alegremente en nuestro andar. Los hijos, aún extrañados por la misión de la mañana, me preguntan y exclaman contentos: ¿Hoy en la noche tenemos fogata? ¿Un bastón para la abuela? ¿¡Un juego nuevo?!
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Las preguntas transcurren y, por fin, exhaustos llegamos a casita. Un poco de agua, jugo y fruta y todos nos sentimos mejor; listos para continuar con mi cometido.
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Otra vez nos encontramos de pie ahora formando un círculo, los hijos con sus respectivas varas en las manos esperan atentos el inicio del juego.
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Entonces, menciono las instrucciones —De las dos varas, dejen una en el piso; la restante tómenla al frente con las dos manos y rómpanla en dos partes. —Se inicia el juego, todos están listos y a todos intento ayudar por igual —Tú que eres la mayor, aplica toda tu fuerza y pártela por la mitad… Bien ¡Lo lograste! —Luego le digo a mi hija segunda
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—Imita a tu hermana y trata de romper la vara de tus manos… ¡Duro! ¡Sí! Bien ¡Lo lograste!
—Es el turno de mi hijo, mi primer varón, así que le recuerdo —Eres muy fuerte y creo que lo harás con facilidad. —Sólo pasaron algunos segundos cuando escuché un ¡crash!, y la vara (una de las más grandes) ya está partida en dos.
»El juego continúa, mi cuarto hijo y segundo varón, con la lección aprendida, toma la vara y tensa sus brazos… En su primer intento no lo logra; entonces, se reacomoda, presiona fuertemente y… ¡Crash! La vara queda partida a la mitad.
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»No hay quinto malo, llega el turno de mi tercer varón, su edad es menor y la dificultad aumenta. —¡Uno, dos, tres! —Se escucha una porra, se oye otra más. Mi hijo respira profundo y… ¡Crash! ¡La vara está rota!
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»Mi hija, la más pequeña, la más hermosa, la niña que es ¡luz y flor!, con los ojos muy abiertos y con un poco de temor, se para en el centro del círculo con la vara entre sus manos; sus plantas se afianzan firmes sobre el piso, su piel se pone roja, respira profundo y presiona la rama, ésta sólo se dobla un poco, pero ella insiste. ¡Insiste decidida!
»Parece que no es posible su objetivo, entonces su hermana mayor se acerca, la ayuda presionando un poco y ¡crash! ¡La vara está rota!
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»Pido continuar con la segunda parte del juego, y les digo a mis hijos
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—Cada quien ponga la vara restante en el centro, hagan un atado con este cordel. Bien, así apretadito está muy bien.
»Ahora cada uno y por su cuenta trate de romper por la mitad el atado de ramas que acaban de formar.
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—La más pequeña se anima y lo toma, pero apenas y lo puede levantar; el resto lo agarra uno a uno. ¡Una y otra vez lo intentan quebrar!
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»¡Imposible de romper el atado que seis almas acaban de integrar!
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»Fue así que en el centro de aquel círculo
se formó en cada uno de nuestros corazones, para siempre, un hermoso y fortalecido ¡atado de amor y de amistad! 20
»Por la mente de un padre satisfecho atraviesan aquellas palabras junto con el recuerdo de sus seis hijos fuertes y unidos, mientras observa en el calendario fijo a la pared que destaca la fecha: 14 de febrero… 21
HACE MUCHOS AÑOS, PERO MUCHOS, UN SUEÑO DEL PROFE.
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