Hoy es domingo

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Autor

Sebastián Estrada Vega

Corrección de Estilo

Ofelia López León

Ilustraciones

Mario Flores

Diseño Editorial

Lucía Azucena Estrada Hernández

Agradecemos la donación de Juan Estrada que contribuyó con la elaboración e impresión de este cuento.

©2023 , para la presente edición. Impreso en México en Ideeo 4.0 www.ideeo.mx

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación, por cualquier medio o procedimiento, sin para ello contar con la autorización previa, expresa y por escrito del editor.

La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la Ley Federal del Derecho de Autor.

Me despierto y doy gracias por un día más de vida en este bonito domingo de verano; a mi lado, mi compañera duerme tranquila y plácidamente.

Me pongo de pie, camino hacia la ventana y la abro, inmediatamente llegan a mí el olor a eucalipto y a tierra mojada;

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observo que de las hojas de los grandes árboles, se desprenden pequeñas gotas de rocío, las que al caer sobre la hierba siembran frescura en el ambiente de esta temporada. Los grandes eucaliptos con sus hojas brillosas y lavadas desprenden un aroma peculiar y agradable;

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una parvada de grandes pájaros levanta el vuelo desde aquellas ramas y se desplaza por todo el valle; a unos metros, una carretera turística que lleva a las Pirámides de Teotihuacan se interpone entre mi casa y los grandes sembradíos de matas de maíz, que orgullosas lanzan sus espigas hacia el Sol, tomando un poco de calor de sus brillantes rayos.

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A través de los surcos de la tierra, se forma una alfombra verde donde brotan pequeñas matas de quelites, quintoniles y verdolagas; de las guías de calabazas se empiezan a asomar sus flores amarillas, no faltan por doquier las ramitas de epazotes que brotan por la noche de pequeños montecillos de tierra suelta entre cada surco. También hay algunos bigotes de cachetonas tuzas, las que desaparecen entre los túneles rumbo a sus madrigueras, donde se guardan después de haber devorado ricas remolachas y raíces.

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Doy la media vuelta y me dirijo hacia las recamaras donde aún

duermen mis pequeños hijos: en una de ellas mis dos niñas; en la otra dos traviesos niños.

—¡Arriba!

Es hora de despertar: hoy es domingo y es día de fiesta.

Digo con delicada firmeza.

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Poco a poco los pequeños dormilones empiezan a incorporarse.

A mis espaldas se escucha una tonada musical: “A la orilla del mar”. Es mi esposa quien tararea debajo de la regadera.

Ya de pie, los hijos por parejas hacen turno para entrar a la bañera; la madre llama primero a las niñas; yo espero mi lugar para bañarme a la vez que auxilio a mi par de varoncitos con su limpieza. La vestimenta de hoy es libre, en el ropero queda guardado el uniforme escolar. Hoy sobresale lo colorido, los olanes y los cuadritos, hoy es diferente y muy bonito.

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¡Todos desayunan con gran apetito!

Sobre la mesa que se encuentra en la cocina (que también funge como comedor) mi esposa ha colocado seis platos, seis tazas y varios tenedores; al centro ha dispuesto una cazuela rebosante de ricos y aromáticos frijoles refritos, junto a ella un platón de huevos a la mexicana con jitomate y cilantro; un queso ranchero partido en pequeños trocitos –que tanto nos gusta–; un poco de leche; café de grano en una olla; y dos canastitos, en uno de ellos hay piezas de pan, en el otro las tortillas calientitas: un delicioso desayuno para la familia en este día domingo.

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Satisfechos y con la barriga llena, salimos de la casa con un poco de premura. Nos dirigimos a pie porque el templo se encuentra muy cerca, ya se oye la última campanada de la tercera llamada y la misa está a tiempo de iniciar.

En nuestro camino nos acompañamos con otros niños y niñas, jóvenes y jovencitas, quienes van acompañados por sonrientes padres de familia; todos se ven relucientes vestidos con ropa de fiesta bien planchada y calzado brilloso y boleado. Algunas damas se defienden del Sol con una sombrilla. El aroma de lociones y aguas de colonia se percibe en el ambiente. Somos un grupo de familias que avanza con alegría y fe para asistir a la misa de domingo.

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Al llegar al templo, buscamos algún lugar en una banca comunal, lo logramos y nos acomodamos de la siguiente manera: al centro los padres, los niños del lado de mamá y las niñas junto a papá. Orgulloso respiro profundamente, me gusta estar junto a mis seres amados.

En el lugar observo las imágenes, al frente una gran cruz y sobre ella un manto donde se lee:

“AMA A TU PROJIMO COMO A TI MISMO” .

Al costado izquierdo se halla el indispensable San Judas Tadeo, un poco más a la derecha se destaca, rodeada de ramos de flores, la imagen de Guadalupe.

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El templo se encuentra lleno de fieles que en seguida se ponen de pie, pues por la puerta principal aparece el sacerdote seguido de sus acólitos en camino hacia el altar. Entre cantos, alabanzas, rezos, saludos de paz y bendiciones transcurre la ceremonia. La homilía destaca en su mensaje la caridad, la bondad, el amor y el perdón; se invita a la práctica de estos valores como un camino para lograr la paz y felicidad. La comunión y la bendición dan por terminada esta agradable reunión dominical. Nos ponemos de pie y en orden abandonamos el santo lugar, invadidos de un sentimiento de gusto y satisfacción.

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En el exterior, el aire fresco llena nuestros pulmones, además se puede observar que por todo el lugar hay una gran cantidad de vendedores que exponen a la venta antojitos dominicales: carnitas, barbacoa, pollos asados, tlacoyos, tortillas hechas a mano; no faltan el cilantro, rábanos, pápalo y otras hiervas para acompañar el taco. Un vendedor lleva sobre sus hombros una tabla donde van muy bien colocados muéganos, gaznates, pepitorias, alegrías y ricos algodones. Nuestro presupuesto es muy corto y las compras resultan menores. Regresamos a casa.

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Tomamos un poco de descanso, pero llega la hora de la comida y todos nos dirigimos al comedor. En este momento del día, sobre la mesa se encuentra un platón con sopita de fideo; otro con trozos de carne guisada; en una olla frijoles calientitos; un molcajete con salsa machacada; en una servilleta, envueltas, las tortillas; y una jarra colorada llena con agua de jamaica.

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Las niñas ayudan a poner la mesa colocando manteles y utensilios, una vez terminada esa tarea, todos nos sentamos manifestando un buen apetito. Con un gran cucharon, mi esposa vierte la comida sobre los platos, mientras los niños llenan sus vasos con la fresca agua de jamaica. Es un bonito convivio familiar donde comentamos sobre el sabor de la comida, problemitas y soluciones de acontecimientos infantiles, y uno que otro proyecto de familia. La hora de la comida llega a su final con un rico postre de ate de guayaba.

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Se retiran los trastos y cubiertos usados con dirección al fregadero, se limpia y ordena el comedor.

Al culminar dichas tareas, todos ocupamos un sitio en la pequeña sala que se ubica frente a un televisor en blanco y negro marca Silverton, donde se proyecta una película mexicana.

En aquel filme aparecen cantando Agustín Lara, Toña la Negra y Pedro Vagas. Se observa un escenario donde varios bailarines (hombres y mujeres) se desplazan con gracia a todo compás.

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¡De pronto alguien interrumpe!

Es mi hijo, el más pequeño, el de cuatro años, que abandona la seguridad de los brazos maternos para ponerse de pie mientras

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llora con espanto; muestra a su madre que entre sus piernas y debajo del pantalón algo se ha presentado: ¡su primera erección! Sonreímos discretamente todos los presentes;

Los demás, sin quitar la vista de la función televisiva, escuchamos que en la regadera a mi hijo le dan un fresco chapuzón.

dirigen al baño.

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su mamá en seguida le quita el pantalón y se
¡Pronto llega la calma! Todos podemos seguir atentos con la película.

Mientras transcurre la tarde, mis hijos se acomodan, se acurrucan y, poco a poco, se van quedando dormidos; ante dicha escena mi esposa y yo sonreímos y nos damos con la vista un beso complacidos.

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En la Silverton se escucha una pieza de música tropical, en la pantalla aparecen varias bailarinas, al centro Tongolele que mueve alegremente las caderas.

UN CUENTO DEL PROFE PARA SU HIJO “MAURY”, Y PARA TODAS LAS FAMILIAS FELICES.

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