Sopa de abuelo - Babulinka Books

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sopadeabuelo

Mario Satz

Una pequeña joya de amor y compasión, un modelo de relación nieto/abuelo que puede inspirar a mucha gente.

Catalina la convaleciente y su abuelo Ezra urden, sin saberlo, una historia tierna que roza el sentido clásico de las fábulas. Una adolescente que ha decidido morir bajo el peso incongruente de la anorexia es salvada in extremis por un abuelo jubilado que la cura con un “simple” plato de sopa. La curación de una enfermedad como la anorexia no es sencilla, pero no hay vis medica que supere al amor, que es lo que en definitiva acabará ayudando a Catalina, quien muy pronto deberá devolverle a su abuelo lo que éste le transmitió. En algunas culturas hay platos milagrosos o vinos especiados que levantan el ánimo. En esta fábula, una simple sopa contiene casi toda la sabiduría del mundo.

En esta fábula, una simple sopa contiene casi toda la sabiduría del mundo

Mario Satz

Babulinka Books no hace libros porque sí. Todos nacen de la sincera voluntad de contribuir a hacer un mundo más armónico. Con toda la humildad, tan sólo editando libros que inspiren, que ayuden a despertar la felicidad interior. Porque creemos con todas nuestras fuerzas que la suma de individuos felices hace un mundo mejor.

Sopa de abuelo

¿Puede el amor alimentar el alma?

Sopa de abuelo

Este libro pertenece a la colección Pequeñas Joyas para Grandes Lectores, una exquisita selección de obras que transmiten valiosas Enseñanzas a través de bellísimas historias.

Mario Satz, nacido en 1944, en Coronel Pringles, Buenos Aires. Filólogo, ensayista, poeta, novelista y traductor. Viajante incansable: Sudamérica, Estados Unidos y Europa. Vivió en Jerusalén (1970- 1973) estudiando Kábala, Biblia y Antropología e Historia del Oriente Medio. Nacionalizado español, reside en Barcelona desde 1978, donde se licenció en Filología Hispánica. Ha editado una docena de ensayos, entre los cuales se cuentan Música para los instrumentos del cuerpo (Miraguano, 2000) y Las vocales de la risa (Miraguano, 2001). Es autor, entre otras novelas, de la pentalogía Sol, Luna, Tierra (Noguer, 1976, 1977 y 1978; Marte (Seix & Barral, 1980 ), y Mercurio (Heptada, 1986). Sus últimos libros son: Amore ludum ( Madrid, 2008), y El criador de luciérnagas (Barcelona, 2010). Imparte regularmente cursos sobre Kábala y sobre mística comparada.

Albert Asensio,

Ilustraciones de Albert Asensio

Babulinka significa abuela en ruso. Seamos Sabios lo antes posible

(Horta de Sant Joan, 1974). Estudia diseño gráfico en EADT. Más tarde realiza un posgrado de ilustración en la escuela Eina Barcelona (2006-2007) y dos cursos de dibujo y pintura en Central Saint Martins College of Arte and Design, Londres (2009). En 2007 empieza a trabajar como ilustrador para editoriales de renombre. Ha recibido un Laus de Bronce por el cartel de “Fira Tàrrega 2010”, un premio por el libro Kim, de la editorial Juventud, premiado por el Banco del Libro de Venezuela y ha sido galardonado con tres premios Junceda.



Sopa de abuelo

Mario Satz

Ilustraciones de Albert Asensio



De todos los apetitos, el mĂĄs difĂ­cil de saciar es el hambre de milagros.



Cuando aparecieron las primeras golondrinas y el aire fue tibio más allá de los pinos, Catalina decidió dejar de hablar y comenzar a morir. La explicación que sobre la anorexia dieron en el colegio no amilanó a sus trece años. Se creía fea y sentía gorda, nada atractiva. Sus pechos eran botones desleídos y sus ojos ni verdes ni grises, ni tristes ni alegres. Ningún chico la miraba con interés y sus coquetos andares no llamaban la atención. Primero rechazó la carne, luego las legumbres y por fin las verduras y la pasta. Si tan simiesca la creían sólo se quedaría con el recuerdo del sabor de las frutas. No faltaba amor en la vida de Catalina, estaban sus padres y su hermano pequeño, una perrita lla-

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mada Agua y la tía María José, que tras la frustrante consulta con los médicos fue la primera en darse cuenta del carácter psíquico del dolor de su sobrina y de la vertiginosa carcoma que postraba su voluntad. —Probaremos con las flores —dijo la tía María José, una mujer rubia de mediana edad que repartía sonrisas con la misma facilidad con que recomendaba esencias de clemátide, amapola o espino albar. Pero los días pasaban entre el filo de las preguntas y la ausencia de respuestas. Catalina se esfumaba, sus huesos comenzaron a notarse bajo la piel triste, sus amigas no podían evitar lagrimear junto a su lecho y el agua cargada de vitaminas apenas si mantenía vivo el brillo de sus ojos. —¿Quieres irte, verdad? —le preguntó su madre. —Ni siquiera eso —respondió Catalina—, no tengo nombres para este absurdo, palabras para esta nada. Lo extraño era que cuanto más delgada estaba y más cercano a una pálida máscara parecía su rostro, más brillantes eran sus sueños. Imágenes fantásticas y retazos de otras vidas succionaban la suya y



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agua con agua, del mismo modo que no es difícil de hallar el amor llevándolo en tus manos. —Muy hermosa tu frase, abuelo, pero un poco irreal. —La realidad es todo, pequeña. Tu sueño, tu dolor, tu fantasía, tu falta de ganas de vivir, tu pasión, tu miedo, tus pérdidas y tus encuentros. —Eres único —dijo Catalina abrazándolo por detrás. Pintaron dos vasos de agua, uno grande y otro pequeño, y también un puñado de sal gruesa que Ezra depositó, para que se viera, sobre un platito de madera. Pero no todo iba a ser tan fácil para la joven anoréxica: tuvo una recaída, es decir, una peligrosa indigestión y un poco de fiebre, cosa que la devolvió al lecho y al sueño. Fue entonces cuando Ezra aprovechó para ponerse manos a la obra y cocinar la sopa. Pidió estar solo en la cocina, puso un poco de música agradable, el concierto para arpa y flauta de Mozart, dispuso cada uno de los ingredientes con gracia, sonriendo al evocar a su pequeña abuela.


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Al llegar el hervor un aroma familiar y tierno llamó la atención de su hija, que también reconoció en ese perfume los días de su infancia y juventud. —Has hecho mucho, papá, pero ya ves, sigue débil. —Hay que dosificarle el entusiasmo, eso es todo. Mientras su sopa seguía el gradual camino de la cocción, Ezra buscó la carpeta con las acuarelas y las ordenó tras repasar aquí y allá sus detalles. Serían para Catalina, su receta visual, su tabla de cromática salvación. No sabía bien por qué había procedido así. Se le ocurrió que podía resultar y eso era todo. Cuando Catalina despertó vio al cocinero y acuarelista a su lado con un tazón humeante. Él le tendió la carpeta y ella se incorporó para mirar otra vez las imágenes que había contribuido a pintar, poniendo un marrón aquí y un suavísimo verde allí. —Bebe, preciosa —dijo Ezra. —Eres un brujo, abuelo —comentó la convaleciente. —Tal vez —rió él. —Hmm,hmmm—exclamó la muchacha—¡deliciosa! —Es algo simple y al mismo tiempo complejo.


—¿Por qué? —Simple porque los ingredientes son comunes, y complejo porque las manos, el tiempo, la escasa sal, los toques de albahaca y perejil y el chorro de aceite de oliva tienen que amalgamarse y fluir, tiene que haber acuerdo en el hervor y el asentamiento posterior. Es sabido que dos personas que cocinan el mismo plato producen sabores diferentes. —Tendré que tomar un curso intensivo de cocina y de acuarela contigo, abuelo. —Cuando quieras. Ese fue el ecuador de su curación, ya que a partir de aquella sopa los días le musitaron al oído canciones y promesas, la luz le ofreció a sus ojos tantos matices que Catalina no daba abasto para registrarlos todos. —Vivir es el milagro —dijo el abuelo—, lo demás torpes y vanos comentarios que hacemos por el mero gusto de incordiarnos a nosotros mismos. Regresó el apetito, reapareció el buen humor, retomó sus estudios con tanto ahínco que recuperó

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el tiempo perdido ante la mirada de asombro y admiración de sus compañeros. Incluso le pareció que los chicos la observaban con un interés no exento de sensualidad, pero ni le habían crecido los senos ni su manera de andar había cambiado. Eso sí: llevaba puesta la sonrisa a todas partes. Y cuando le preguntaban cómo se había curado Catalina respondía: —Pura sopa de abuelo.

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