9 minute read

y 79

Next Article
Rincón del libro

Rincón del libro

Balcei 189 mayo 2020

# alcorisasaleunida

Advertisement

ALEJANDRO NAVARRO MATEU 26 de febrero de 1920

Alejandro Navarro Mateu.

He tenido tres hermanos: Ramón, Jesús y Emilia (le sacó de pila la Dolores) que falleció a los doce años más que nada por un descuido; tenía la regla y mi madre aún no se había dado cuenta. Tenía una edad un poco avanzada, pero estaba desarrolladica y no salió de allí. Era tiempo de trabajo y mi madre tenía que atender y llevar peones porque nosotros no valíamos.

EN LA PARTIDA DE LA VE GA

He nacido en Alcorisa, porque mi madre subió aquí a dar a luz, pero me he criado en una masía de Pilar y Concha Daudén, a unos cinco kilómetros de aquí, en la partida de La Vega, en la carretera hacia Alcañiz pas ando el río a la derecha. En realidad, era un grupo de ocho o diez masías juntas, como pueblecico que decíamos, en el que estábamos bastante gente y algunos tenían horno.

Allí estaba con mi madre, Dolores Mateu Tena, y mi padre, Ramón Navarro Expósito. Decía mi padre que fue sacado de un hospicio y que todos tenían el apellido Expósito, el único que exigían al entregar al niño.

Con los que jugaba eran de la familia que les llamaban «los Gatos» que no era apellido, Burriel de primero y el otro no me acuerdo. Con los vecinos de la calle sí que jugaba, pero con los que hice la comunión, como eran del pueblo no te llevabas bien y mayormente no tenía relación.

JUEGOS INFATILES Y TRAVESURAS

Jugábamos con los chicos que había de tres o cuatro masías, pero cuando podíamos porque también nos necesitaban los padres para ayudar. ¿A qué ayudábamos? Pues a lo que venía bien: a cavar, en el campo… había hortalizas, maíz, patatas y mucha hierba que quitar, a eso nos dedicábamos. También teníamos ganado, pero casi siempre lo llevaba un pastor pagado de Foz Calanda.

Jugábamos a «deldí», que decían, y yo era un poco tramposo. Al que le tocaba tenía que cerrar los ojos al revés de cómo se marchaban los demás y contar hasta tantas. Yo me ponía detrás de él y en el momento en que acababa de contar me ponía totalmente detrás de él y a la que se giraba, ¡pum!, yo le tocaba el dedo. También jugábamos al marro y había baraja, pero yo a las cartas no he tenido afición nunca y me alegro por ello.

No éramos malos, pero de niños se hacen algunas travesuras. Yo, con una honda, tiraba las piedras a casi un kilómetro, pero a un terraplén. Con una piedra habría matado a una persona si le hubiera dado.

Cuento otra travesura. Había un chopo muy alto que habían limpiado los brotes de arriba a abajo y por ganar a otros chicos subí más arriba que ninguno. Y pasó una señora que gritaba «¡baja, baja de ahí!», y yo le respondía «¿ahora que estoy?» (risas). Tendría pocos años porque si no tampoco habría subido por donde subía. Subir a los árboles también nos servía para ver si venían zorras a poner en peligro a nuestras gallinas sueltas por la casa.

POCO TIEMPO DE ESCUELA: SEÑOR PALOS

Fui muy poquico a la escuela, el tiempo justico para hacer la comunión. Mi madre, como pudo, nos enseñó lo más preciso que hacía falta para aprender las oraciones que exigían entonces. Comulgué en el mismo año con mi hermano Ramón y ya no hice más escuela. Lo que aprendí se puede decir que se lo debo a mi madre. Me compraba los libros en casa de Villarroya de la calle Mayor, allí tenían de todo, hasta muebles y ferretería.

Cuando nos enseñaba mi madre yo era un pillo. Lo que aprendíamos de memoria estaba en letras grandes, pero descubrí que éramos tontos porque valía con aprender las soluciones que estaban en la parte de abajo del libro (risas).

A escuela iba con un maestro que estaba impedido, andaba con las manos, con unas manoplas y en los pies lo mismo. Era el señor Palos, lo que no me acuerdo del nombre. Íbamos a su casa, pero la habitación donde daba clase no la recuerdo bien. No tenía muchos chicos y veníamos los que necesitábamos aprender algo más y mi madre le decía: «Sobre todo que han de comulgar, apriételes un poquico más porque han de comulgar». Antes era muy serio eso. Yo respeto también al que es creyente y esas cosas.

Era mejor ir a su casa porque nos enseñaba repartidos en tres grados, más aparte que ir al colegio del pueblo. ¡Hombre, había que pagarle, pero no mucho! Estaba impedido, pues encima… los de las masías solíamos ir más

con él porque nos venía mejor. Nosotros al menos teníamos casa en el pueblo para cuando veníamos andando desde la masía.

El señor Palos enseñaba lo que podía porque no tenía una carrera. Se lo toleraban, parece ser, porque el pueblo estaba con él, estaba impedido y no tenía una pensión por la invalidez.

Él no podía ir de pie. A lo primero iba con las muletas y después le compraron un carro. Iba sentado y con una rueda bajaba la cadena por el tubo para poder ir por la carretera. El hombre no tenía carrera de maestro, pero enseñaba bastante y los chicos le respetábamos. Con él podíamos haber tenido una escuela para las masías, sobre todo en la temporada que había más faena en el campo, pero no se podía dar vida con aquello.

CONSECUENCIAS DE LA GUERRA

Yo viví en la masada también durante la guerra, pero fui a un batallón disciplinario por malo, se tiene que decir. Cuando estalló la guerra hubo algunos que se pusieron el pañuelo rojo cuando entraron las Brigadas Internacionales rojas; pero después vino la victoria de Franco y entonces llegaban con las flechas y la camisa azul. Bueno, pues esos no fueron a ningún lado, mientras que yo y

El libro ECOS DE INFANCIA. Alcorisa en la memoria, editado por la asociación Amigos del Museo de la Escuela, coordinado por Salvador Berlanga y presentado en Alcorisa el 20 de enero de 2014, es un homenaje a nuestros mayores. Pero también es memoria oral y local. Como escribe Antonio Bernat en el prólogo, cuando los entrevistados recuerdan su infancia no solo aportan elementos del pasado, sino que contribuyen a la redacción de la Historia de Alcorisa y sus testimonios nos ayudan a saber quiénes somos.

Precisamente aquellos «niños y niñas» que apenas tuvieron una infancia tal y como ahora la entendemos, aquellos «niños y niñas» que vivieron las etapas más convulsas y duras del pasado siglo XX, que contribuyeron a sostener a las familias en la pasada crisis económica, que no piden nada a cambio por cuidar de los nietos para facilitar que otros trabajen, sufren ahora con especial virulencia los efectos del maldito virus al que seguro que vamos a vencer, pero que a tantos y tantos de nuestros mayores —y no mayores— ha afectado. En todo momento debemos mimar a quienes nos han dado todo y nos dan siempre. Nuestros mayores son el principal grupo de riesgo del coronavirus y por eso su confinamiento es más severo. Y será más duradero. De ahí que sea nuestra obligación aliviar su aislamiento con soluciones más de contacto humano porque no están hiperconectados. Es esencial compartir.

Balcei 189 mayo 2020

# alcorisasaleunida

El Segundo manuscrito era un método de lectura editado por Dalmáu Carles.

ECOS DE INFANCIA

otros como yo que no nos habíamos metido ni con unos ni con otros, acabada la guerra nos obligaron a ir a Teruel castigados a trabajar, cerca de tres años, en una cantera. Allí a picar lo que mandaban y con una disciplina un poco regular.

No era una cárcel, tanto como eso no, pero estábamos a expensas de los jefes que había de cocina. Unos jefes te llevaban muy bien la comida y otros un poco peor. Primero estuvimos en un cuartel de Guardia Civil que estaba en un hondo y me sentía triste cuando la gente que pasaba nos decía: «Tantas bombas que se han desperdiciao. Mal empleadas bombas que se han gastao en la guerra». Fui a este batallón con Ángel Sancho Espallargas, con José María Ariño y otros que no me acuerdo del nombre.

CON TERESA LAMATA

En 1943 regresé a Alcorisa. Tenía sobre 23 años, y volví a la masía de las mismas dueñas, a lo mismo que antes, a la misma faena del campo. Unos años después conocí a Mª Teresa Lamata Félez. Y hay algo más, se equivocaron en su apellido porque donde pone «Félez» debería poner «Callando», así se llamaría Mª Teresa Lamata Callando (risas). Nos casamos en 1963, no hemos tenido hijos.

No es suficiente hacer videollamadas o enviar fotos de los nietos por wasap. Por eso ahora es más necesario que nunca «estar a su lado», que sepan que estamos pendientes de ellos, que nos preocupan, que los queremos y que, por encima de todo, deseamos su bienestar en su día a día. De alguna manera, esta crisis sanitaria nos va a obligar a reinventarnos para intentar que los valores, los buenos valores de siempre, permanezcan como esos viejos árboles. Nuestros mayores, como los olivos centenarios, son más duros que el roquedal, con una capacidad de aguante y paciencia de la que carecemos muchos, y únicamente tenemos que aprender de ellos charlando, compartiendo nuestro tiempo y disfrutando como ellos lo hacen con nuestra compañía. El corona virus es peligroso, pero aún lo es más la soledad y ambos escenarios pueden ser invisibles e igualmente temibles. A este enemigo solo lo podemos vencer con ciencia y una gran dosis de solidaridad de la que nuestro medio rural es un ejemplo para otros mundos que se dicen avanzados y desarrollados.

Todo esto pasará. Por supuesto que pasará. Y el «después» espero que sea mejor que el «antes», que salgamos más humanos y solidarios, que recuperemos muchas de las enseñanzas de nuestros padres y abuelos, porque solo podemos avanzar hacia el futuro si consideramos la memoria, la historia, las palabras, miradas y voces que nos acompañan desde la infancia.

Portada del libro Ecos de Infancia.

Desde esta sección y, desde nuestra asociación Amigos del Museo de la Escuela, hacemos un continuado homenaje a quienes con su amor y esfuerzo abrieron la puerta a que nuestras vidas tengan hoy un color esperanza. Por eso estamos convencidos que a los lectores y lectoras de BALCEI les cautivarán y conmoverán los recuerdos de…

This article is from: