BALCEI 192

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86 Balcei 192 noviembre 2020

#alcorisasaleunida

aire azul

Leyendas del Real Zaragoza, Aire azul Nino Arrúa, el diez, siempre el diez El 28 de Octubre de 1973 debutó Nino Arrúa con el Real Zaragoza. Fue en un partido ante el Real Murcia que acabó con empate a cero. Hace algunos años ya escribí mi particular homenaje a quien fue mi ídolo de niñez y sigue siendo hoy un recuerdo de oro que me acompaña cada día. Hoy lo rescato por tratarse de un hecho capital en la Historia del Real Zaragoza. Nino Arrúa era bajo, moreno y audaz. Su nariz, capricho de dioses guaranís, se adelantaba al viento y golpeaba la red del contrario con la voracidad propia del hambre del que huyó. Su júbilo lo mostraba con sus dos brazos abiertos y los puños cerrados, como si su triunfo fuese a atrapar la gloria en sus dos manos pequeñas, y emprendía siempre una carrera que le alejaba de los amigos que le perseguían para abrazarle. Nunca lo conseguían. Aquella mañana de domingo cruzó, señorial, el umbral del Campo de La Camisera. Hacía frío, el cielo era gris y su abrigo Loden de paño marrón cubría su cuerpo, ya he dicho que moreno. Su pelo era negro y seco y brillaba casi tanto como los ojos de los niños que nos acurrucamos bajo su estampa. Firmó autógrafos, habló con todos y siguió con una mirada fija y recta las jugadas de los futbolistas del Oliver. No perdió detalle. Aquel día volví a casa y le dije a mi padre que había estado con Arrúa y le enseñé la mano que me estrechó y le mostré la firma con su nombre. Y quise ser el diez, como años antes soñé con el diez de Villa, el Magnífico. El diez, siempre el diez.

Lobo Diarte, la zancada selvática Hubo un tiempo en que las espaldas del mar recogían la espuma de muchachos hambrientos de gloria. Era el tiempo de océanos rugosos que tan sólo unos pocos valientes se atrevían a cruzar en busca de hombres metálicos como el futuro. Para que eso fuera así, para que hubiese un camino que andar a la caza de firmamentos azules tenían que existir magos que bajo los mantos de la nada hallasen tesoros de leyenda. Uno de esos hombres fue Avelino Chaves. Quien fuese secretario técnico del Real Zaragoza cuando no había intermediarios voraces ni prestamistas de

…. (De pie) Nieves, Rico, M. González, Violeta, Blanco y Planas. (Agachados) Rubial, García Castany, Ocampos, Arrúa y Soto. Esta es una alineación tipo en la Temporada 1973-74.

la mentira fue el responsable de varios de los fichajes más importantes de la historia del zaragocismo y uno de ellos fue Carlos “Lobo” Diarte. Aquel muchacho espigado como un surtidor de trueno llegó a la hermosa ciudad aragonesa con diecinueve años. Callado, tímido, silencioso como el Ebro al pasar por el Pilar, aquel diamante de zancada selvática encontró en Luis Cid, “Carriega”, el mejor entrenador posible. El gallego supo acunar al tímido paraguayo, cuidarle como a un hijo recién conocido y extraer de él lo mejor que guardaba en su interior inabarcable. Dueño de un físico poderoso y elegante, el Lobo llegó en enero de 1973 y jugó más de sesenta partidos con el león en su pecho. El apodo se lo puso su amigo Ribarola en el Olimpia de Asunción, donde lo encontró Chaves. Ya había debutado con la selección de Paraguay y en el Real Zaragoza jugó casi tres años. Entre sus goles muy recordados son el segundo al Real Madrid en aquel legendario 6 - 1 del 30 de Abril de 1975 y el que le había metido diez días antes al Elche y que supuso el gol número 1000 del Real Zaragoza en primera división. El gol fue el fruto de una magistral combinación entre García Castany y Rubial. Éste se internó por la banda derecha y centró, donde Arrúa controló para pasar a Diarte quien, de tiro raso a veinte centímetros del suelo, logró colocar el balón junto al poste derecho. De ensueño.

Lobo Diarte aportó vigor, verticalidad, regate y, sobre todo, un poderoso latigazo con la cabeza que le convirtió en el mejor delantero centro del momento. Su último partido con el Real Zaragoza fue la final de copa frente al Atlético de Madrid, que acabó en derrota con gol de Gárate y lamentable y perverso arbitraje de Segrelles (aún recuerdo la portada de Zaragoza Deportiva con una fotografía del árbitro “recogiendo” el trofeo) y fue el Valencia quien le fichó pagando 70 millones de pesetas, récord absoluto hasta el momento en la compra de un jugador. Lobo Diarte fue futbolista, pero la poesía fue su mejor amiga hasta el final de sus días. Los versos de Ángel González, Josefina Pla y Roa Bastos acompañaron a este corcel humano capaz de acercar el cielo a las llanuras habitadas pro los mortales. Su capacidad para romper las líneas verticales que construye el universo le hicieron valedor de un hueco en el cielo del zaragocismo, junto a Carlos Lapetra, Santos y Murillo. Allí, Lobo, esperamos encontrar la estela de tu carrera inalcanzable, la que sirvió para dibujar los senderos por los que perseguir la gloria que encontraste porque la soñaste en tu Asunción natal. Que la mañana eterna mantenga encendidas tus nueve llamas azules. J.A.P.B.


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