Capítulo 10 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez
Capítulo 10 Sra. Graham – Sra. Grandchester
Los rumores de que algo serio estaba pasando con Terrence Graham habían llegado a la prensa. El amigo de un amigo había filtrado la información de que estaba comprometido con una rica heredera de Chicago. Si eso era verdad, sería un gran titular para la sección de espectáculos. Sin embargo, no se había sido visto al elusivo Sr. Graham ni en Nueva York ni en Chicago. Los tabloides locales habían mandado a algunos reporteros a esperar en la Gran Terminal Central en el horario en que el Twentieth Century Limited solía arribar. Conocían los hábitos del joven actor y esperaban que cualquier día lo pudieran ver caminando por la alfombra roja. Querían asegurarse de estar ahí para acosarlo con preguntas. Pero Terrence no había estado en el mundo del espectáculo por tanto tiempo para ser cazado tan fácilmente. Entendiendo que la prensa se enteraría eventualmente de su presencia en la fiesta de Año Nuevo de los Andley, había preparado uno de sus trucos para evitar a los reporteros. En lugar de terminar el viaje en la Gran Terminal Central, su esposa y él bajaron en la última estación en Nueva Jersey, donde Roberto Barbera, su chofer, los esperaba. La joven pareja hizo el resto del viaje en el Packard modelo 126 año 1923 de Terrence y llegaron a Village a la hora de la comida. El joven sabía que tarde o temprano debería encarar a la prensa, pero quería hacerlo en sus propios términos en una conferencia de prensa. No quería que su esposa se asustara con las preguntas agresivas que los reporteros lanzaban sin consideración a las celebridades cuando no eran controlados por el protocolo de una conferencia de prensa. Dichosamente ajena a los pensamientos de su esposo, Candy disfrutó el paseo con todas sus expectativas puestas en llegar finalmente a su nuevo hogar. Nunca había estado en Greenwich Village y lo encontró menos frío que otras partes de la gran ciudad. Terrence vivía en un edificio grande de departamentos en East 10th Street. Era una construcción de ladrillo café de 12 pisos, ubicada a unas cuantas cuadras del Parque Washington Square. Candy se emocionó al darse cuenta de que por lo menos tendría un pedazo pequeño de bosque cerca de casa. El lobby estaba decorado al estilo Isabelino y tenía un jardín en el patio que añadía algunos colores brillantes lo cual le pareció muy agradable a Candy. El departamento no era nada pequeño. Tenía tres recámaras, biblioteca, una sala espaciosa y un comedor confortable lleno de luz. Ventanas grandes permitían que los rayos de sol bañaran las habitaciones maximizando su efecto en las paredes blancas. Los muebles tenían líneas muy simples, en acentos marfil, azul marino y verde nilo que sobresalían en la atmósfera blanca. La combinación era elegante y limpia, justo como su dueño. Candy se enamoró del lugar a primera vista pensando que solo necesitaba unas cuantas plantas y flores por aquí y por allá, y tal vez unas cortinas finas en la habitación principal. Podía arreglar eso muy rápido. Una vez que el equipaje estuvo instalado en la habitación, Candy fue formalmente presentada con la Sra. O’Malley, el ama de llaves, una mujer robusta de mediana edad con pelo entrecano. La mujer tenía ascendencia irlandesa, y Candy pronto entabló conversación con ella al mencionar que una de sus mejores amigas era también de Irlanda. La Sra. O’Malley, que ya
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conocía a Candy de nombre, ya que había recibido la mayoría de sus cartas los meses anteriores, quedó gratamente sorprendida con la nueva Sra. Graham. Pensó que la joven tenía una conversación agradable y era evidente su buena crianza. El Sr. Graham había estado actuando de manera extraña antes de que la gira empezara y su ama de llaves, que tenía experiencia suficiente, supuso que esa actitud tenía relación con los sobres rosados perfumados que recibía cada semana desde junio. Temía que una nueva relación estuviera formándose. La experiencia de su patrón con la finada Srita. Marlowe había sido tan mala, que temía el día en que una nueva mujer fuera a vivir con el Sr. Graham. Las aprensiones del ama de llave crecieron cuando su patrón le pidió mandarle el anillo de compromiso que guardaba en la caja de seguridad. -¿Va a traer a casa a otra prometida?- se había preguntado la Sra. O’Malley, no muy segura de que el gusto de su jefe por las mujeres pudiera empatar con lo que ella consideraba ser una señora. Pero la sorpresa mayor había sido cuando el patrón llamó a la Sra. O’Malley para comunicarle que regresaba a casa con su nueva esposa. -Esto es algo totalmente diferente –juzgó el ama de llaves -Esta nueva mujer debe ser una dama para hacer que el Sr. Graham se comprometa a ese grado. No como esa jovencita que se hacía llamar su prometida. No es subestimar decir que a la Sra. O’Malley nunca le había agradado Susannah Marlowe. Aun así, no podía dejar de preguntarse como un hombre que había vivido con una mujer por años, sin hacerla nunca una mujer decente, había ofrecido su promesa de matrimonio a otra solo seis meses después de iniciar una relación por carta. La Sra. O’Malley no sería la única que se haría esa pregunta en los meses siguientes. No obstante, esta vez la Sra. O’Malley estaba agradecida con la aparente impulsividad de su patrón. La nueva Sra. Graham no solo era una belleza sencilla mucho más atractiva que la Srita. Marlowe, sino extremadamente amable y de buenos modales. Cuando Terrence le dio el resto de la semana libre, la Sra. O’Malley se fue a casa no solo satisfecha con su nueva señora, sino segura de que esta vez estaría sirviendo a una dama. Los recién casados pasaron el resto de ese jueves en completa dicha, gozando su comunión espiritual y física sin testigos. Siendo dos espíritus libres, intentaron todo lo que pudieron imaginar, disfrutaron el más delicioso baño, mucho más largo de lo necesario y picotearon cualquier cosa de la cocina, mientras hacían el amor una y otra vez. Terrence descubrió que su esposa era una aprendiz anhelante de las artes de Afrodita, y le complacía haber encontrado a una amante que cumpliera con sus expectativas en todas las formas que había imaginado. Él, que siempre había pensado que la suerte no estaba de su lado, encontró de pronto sus manos llenas de un amor apasionado, lo cual era inusual. Desafortunadamente, incluso los mejores momentos de la vida deben terminar, y al día siguiente tenía que despertar a la realidad de una reunión de negocios con la Compañía Stratford, que no podía posponerse. Antes de irse, le había recomendado a su esposa no
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aventurarse a salir sola fuera de la casa para evitar a los reporteros. A Candy no le gustaba mucho la idea, pero creyó que él tendría buenas razones para ser tan cuidadoso. Así que se contentó con familiarizarse con su nuevo hogar y limpiar el estropicio que habían hecho en el lugar horas antes. Terrence, que preveía que la reunión trataría de las obras nuevas que iban a preparar para la temporada siguiente, se encontró con la más desagradable de las sorpresas. Después de que todos los miembros de la compañía llegaron y se intercambiaron las felicitaciones de Año Nuevo, el Sr. Hathaway reveló la noticia más inesperada al anunciar que había decidido retirarse y vender la compañía. Como podría esperarse, la noticia de ese cambio había causado el nerviosismo de todos los actores. Sin embargo, el Sr. Hathaway anunció que estaba decidido a vender la compañía solo a alguien que le asegurara que seguiría trabajando en la misma línea de alto drama que siempre habían desarrollado. Otro de los requisitos para la venta, era conservar a los miembros en sus condiciones laborales actuales. De hecho, ya tenía un par de compradores potenciales y uno de ellos en particular era alguien del mejor linaje teatral. Esas palabras calmaron las aprensiones de los actores y la reunión pudo continuar para considerar las tres diferentes obras de la temporada. Tras acordar el calendario de las lecturas, un par de posibles vacantes y los futuros ensayos, la junta se dio por terminada. Cuando los actores estaban por irse, el Sr. Hathaway se acercó a Terrence y le pidió quedarse para charlar en privado. Nadie se sorprendió, ya que era normal que Hathaway se reuniera con su actor principal de vez en cuando. Los dos hombres entraron a la oficina de Hathaway y éste, sabiendo que su pupilo no bebía, le ofreció un cigarro. -No gracias, Robert, estoy tratando de dejarlo – dijo el joven sentándose en el sofá de la oficina mientras cruzaba la pierna. -¿Hablas en serio? – preguntó Hathaway, frunciendo el ceño con incredulidad mientras se sentaba frente a Terrence con un vaso de whisky en la mano. -Si. Alguien me dijo que podría ser bueno para mi voz. -¿Y desde cuándo le haces caso a los consejos de la gente? Ese no es tu estilo, Terrence – se río el Sr. Hathaway moviendo la cabeza. -Bueno, nunca es tarde para comenzar. ¿Cierto? – contestó el joven, poniendo las dos manos en la nuca mientras se reclinaba en el sofá. -Supongo – respondió Hathaway, mirando su whisky distraídamente – De cualquier forma, quería hablar contigo sobre este asunto de la venta. -No tienes nada que explicar, Robert – intervino Terrence – Entiendo perfectamente que la salud de tu esposa es lo primero. Yo haría lo mismo si estuviera en tu lugar. No debes
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preocuparte por nosotros, sino concentrarte en hacer un buen trato. Lo demás no tiene importancia. -Gracias, Terrence. Te aseguro que estoy haciendo esto tras considerar cuidadosamente lo mejor para todos. Sin embargo, me preocupas tú en especial. -¿Yo? ¿Por qué tendrías qué hacerlo? – preguntó el joven actor, sospechando que Robert tenía algo desagradable qué decir - ¿Estás pensando en vender a alguien que puede no gustarme? -Bueno, aun no conozco a nadie sobre quien pueda decir con honestidad que te agrade – se rió el hombre tras su vaso. Conocía los hábitos distantes de su pupilo. -Hablaba en términos generales. Sé que las Relaciones Públicas no están dentro de mis mejores habilidades, pero creo que puedo ser lo suficientemente profesional para trabajar con un director nuevo. -Tal vez no con quién probablemente maneje la compañía el próximo otoño. El tono sombrío de Hathaway hizo que el grado de alerta de Terrence aumentara. -Robert, ¿de quién estás hablando? – preguntó directamente. -La familia Barrymore me está haciendo una oferta mucha mayor al monto que esperaba – confesó el Sr. Hathaway, dejando a un lado su vaso medio vacío. -Así que la Familia Real quiere Stratford – concluyó Terrence cruzando los brazos. -Me temo que sí. -Me imagino que tienes miedo de lo que pueda pasar si descubren quién es mi madre. -Bueno, en parte sí. Pero también me preocupa que John Barrymore no quiera competencia en su propia compañía. Robert Hathaway sabía que John Barrymore estaba acostumbrado a los papeles protagónicos, y no dudaría en desplazar a cualquier otra estrella que pudiera opacar su figura. -Tal vez yo soy quien no quiera tratar con ellos – respondió Terrence con su indiferencia característica.- Sin ofender. Sé que los Barrymore son talentosos, pero su padre casi arruina la carrera de mi madre. No me veo trabajando con sus hijos. Especialmente si quieren tratarme con aires de superioridad, como normalmente lo hacen con todos en Broadway. Este último comentario hizo que se ensombreciera el rostro de Hathaway. Quería lograr una buena venta, pero no si eso significaba que su pupilo favorito fuera tratado injustamente. -Si lo pones de esa manera, descartaré la posibilidad. -No hagas una cosa tan tonta, Robert – dijo Terrence enfáticamente – Aprecio tu lealtad, pero en este asunto lo único que debieras considerar es lo mejor para Melanie y para ti. -No quisiera afectar tu futuro, hijo.
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Entonces, tal vez por primera vez en su vida, Terrence le dirigió a Hathaway una mirada que estaba cerca de ser un gesto afectuoso. -Has hecho suficiente por mí, Robert – contestó el joven dándole una palmada en el hombro a su mentor – Creo que puedo trabajar en otra compañía…Quien sabe, tal vez incluso pueda tratar como agente libre. Mi madre me sugirió algo así hace unos meses. -¿Estás seguro? – preguntó Hathaway aun dudoso. -Casi nada es seguro en este mundo, Robert. En cualquier caso, aun pienso que debes vender a los Barrymore si te están haciendo una oferta tan buena. Encontraré un puesto para mí tarde o temprano. -En verdad te lo agradezco, Terrence – dijo el hombre mayor, visiblemente conmovido por la sincera preocupación de su pupilo – Todo lo que puedo esperar ahora es tener la mejor de las temporadas como despedida de los escenarios. -Puede que tenga un par de ases bajo la manga para garantizarte un poco de publicidad extra este año – comentó Terrence con una media sonrisa. -¿En verdad? ¿En qué estás pensando, hijo? -Bueno, en primer lugar, tras el éxito de Macbeth, he estado pensando en hacer otro papel de villano. Esta vez quisiera hacer algo incluso más desafiante. ¿Qué opinas si hacemos Ricardo III como la obra principal de la temporada en lugar de la Tempestad como lo propusiste? -¿Quieres ser Ricardo III? Esta vez Robert se sorprendió agradablemente. Hacer Ricardo III como su obra de despedida era algo que cualquier director quisiera. La obra era tan compleja y fuerte que podría traerle el éxito más sonado de su carrera como director de escena, especialmente si podía contar con un actor protagónico de la altura de Terrence. -Entonces supongo que nuestro departamento de caracterización y vestuario trabajará horas extra contigo. Convertir a un tipo bien parecido como tú en Ricardo III será un trabajo difícil. -Siempre has dicho que la mejor caracterización está en la voz y actitud del actor. Creo que me irá genial con la obra. -¡Está bien! ¡Hagamos Ricardo III esta temporada! – finalizó Robert uniendo sus manos y frotándolas anticipando las buenas actuaciones que vendrían. -Hay algo más, Robert – Terrence añadió casualmente – Quisiera llamar a una conferencia de prensa para hacer un anuncio. -¿QUIERES llamar a una conferencia de prensa? – preguntó Robert abriendo la boca con incredulidad – Creo que ahora me puedo retirar en paz. ¡Puedo decir que lo he visto todo! Terrence Graham quiere hablar con los medios. ¿El mundo se va a acabar?
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-Por favor, Robert. ¡No dramatices! – se rió Terrence – Sé que siempre te he dado malos ratos con el tema de la prensa. Pero esta vez tengo una noticia que debo anunciar oficialmente. Verás, Robert, me acabo de casar. El silencio más profundo siguió antes de que Robert pudiera recobrar la capacidad de hablar. -¿Escuché bien? ¿Acabas de decir que estás casado? – dijo cuando comenzó a recuperarse del primer impacto. -¡Eso dije! – dijo Terrence levantando las cejas como si hubiera dicho la cosa más normal. -Así que después de todo, todos esos rumores eran verdad. Los descarté en cuanto los escuché. Estaba convencido de que no eras del tipo de los que se casa. -Estabas equivocado, amigo. Soy un hombre apartado y uno muy feliz. Terrence sonrió abiertamente, como si ser un hombre verdaderamente feliz fuera ajeno en la cara del joven. -¿Quién eres? ¿Qué le hiciste a mi actor principal? – bromeó Hathaway, incapaz de reconocer a su sombrío actor protagónico en ese hombre que parecía verdaderamente contento. -¡Maldición, Robert! ¿Es tan difícil de creer? -¡Espera! ¿Tiene esto algo que ver con el Ángel de Pittsburgh? – fue la conclusión inmediata que sacó Hathaway. -¡Todo! Solo que el Ángel no es de Pittburgh, es de Indiana, pero ahora está en mi departamento y planeo seriamente tenerla como rehén el resto de mi vida. -¡Eres un hombre extraño, Terrence! ¿Estás seguro que no te importa que venda la compañía a los Barrymore y dejarte sin empleo ahora que te acabas de casar? -Claro que estoy preocupado, Robert – aceptó Terrence honestamente – Pero he pasado por peores, y mi Sra. Graham no es del tipo que flaquee ante los problemas. De eso estoy más que seguro – añadió seguro de la lealtad de su esposa en cualquier tiempo difícil que pudiera llegar. -Entonces debes presentarnos ya a tu Sra. Graham a Melanie y a mí. ¿Qué tal si cenamos este lunes? -Suena bien, pero creo que primero debo preguntarle a mi mujer. -Ahora empiezas a sonar como un hombre casado.
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Oxford, 30 de diciembre de 1924.
Queridísima Candy: ¡Estoy tan emocionada con tus noticias! Cuando leí tu carta, apenas podía creer lo bueno que Dios ha sido con todos nosotros. Saber que Terrence y tú han sido capaces de recuperar el maravilloso amor que los ha unido siempre a ambos, a pesar de las circunstancias, es por mucho, la mejor noticia que he recibido desde que nació el pequeño Alistair. A lo largo de los años, siempre pensé que estando ustedes dos vivos en este mundo, estar separados uno del otro, era la peor atrocidad. Ahora, debo confesar, querida amiga, que lo vi cuando vino a Inglaterra este año. Hizo el papel de Marco Antonio y estuvo tan majestuoso como siempre. Por supuesto, él no me vio. Fui solo una espectadora más apreciando su soberbia actuación. Sabes que soy tímida. Nunca me hubiera atrevido a hacerle saber de mi presencia. Sin embargo, lo vi a distancia cuando salía del teatro. Fuera de la piel de su personaje, se veía cansado y triste. Como luchando. Muy distinto al chico espléndido y feliz que vi en Escocia hace tanto tiempo. Sospeché que, sin importar todos esos años, él aun te extrañaba. Ahora sé que tenía razón. Por mucho que disfruté su trabajo, no lo mencioné a propósito cuando te vi en tu fiesta de cumpleaños el pasado mayo. Sabía que el “tema Terry” era tabú y no quería preocuparte con mis consideraciones sobre su conducta sombría. Pero ahora puedo contarte todo, sabiendo que debe de haber recuperado la sonrisa a tu lado.
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Estoy feliz por ambos. Por favor, envíale a Terrence mis más sinceros deseos por su futura vida juntos, y dile que creo que es un hombre muy afortunado. Solo siento no haber podido estar en su boda. Pero no te culpo. Sé que has esperado por mucho tiempo. Ahora solo puedo esperar verlos pronto. Sin embargo, creo que no podré viajar a Estados Unidos el verano que entra. Debo terminar mi disertación este próximo año. Me pregunto si serás tú la que venga a Inglaterra, ahora que estás casada con Terrence. ¿Quién sabe? Tal vez venga de gira de nuevo pronto. Me encantaría recibirlos en mi casa si eso sucediera. Hasta que volvamos a vernos, quedo de ti,
Tu leal amiga,
Patricia O’Brien
Candy suspiró mientras doblaba la carta de Patty y la ponía en su caja de madera, donde guardaba la correspondencia. Era la primera carta que recibía en su nueva dirección en Nueva York. Su corazón se había encogido al leer las líneas que hablaban de la tristeza de Terrence. En el fondo de su corazón, aun no podía perdonarse por dejarlo aquella noche fatídica en el hospital. Pero estaba haciendo su mejor esfuerzo para compensárselo. Tras el idílico primer fin de semana que habían pasado juntos, empezó a conocer a las personas que rodeaban a su marido. El lunes, había recibido a la Sra. O’Malley y al Sr. Barbera, las únicas dos personas que trabajaban para su esposo, para familiarizarse con sus deberes y explicar que su llegada a la casa no implicaría más trabajo para ellos. De hecho, la Sra. O’Malley se sorprendió al descubrir que la señora de la casa deseaba eximirla de sus responsabilidades culinarias, porque la mismísima Sra. Graham planeaba cocinar. Eso era un escándalo absoluto, pensó la Sra. O’Malley, pero por alguna razón desconocida, era prácticamente imposible para la mujer resistirse al encanto de su nueva señora y sus ideas extrañas de cómo manejar una casa. Así que la dejó ser.
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Roberto, a quien no le gustaba la comida irlandesa de la Sra. O’Malley, agradeció el cambio, en particular cuando descubrió que la nueva señora era de hecho una muy buena cocinera. Dicha apreciación, viniendo de un italiano, era en verdad un gran cumplido para las habilidades de Candy en la cocina. Incluso la Sra. O’Malley debió admitir que la señora la había superado. El ama de llaves estaba feliz de concentrar sus esfuerzos en la limpieza y la lavandería. No porque los ocupantes de la casa le dieran mucho trabajo. El Sr. Graham siempre había sido ordenado, una rareza entre los hombres, pensó la mujer. Su mujer era aun más escrupulosa con el orden y la limpieza. Algunas veces la Sra. O’Malley pensaba que su patrona quería convertir el departamento en un hospital, pero cumplía con sus demandas, porque la Sra. Graham tenía una manera de pedir las cosas tan alegre y amable, que no representaba una carga. Esa misma semana, Candy había conocido a los Hathaway y le había tomado solo una noche ganarse sus favores. Melanie Hathaway había sido menos propensa a ser seducida por el encanto de la Sra. Graham. Había sido amiga íntima de Susannah Marlowe, y por esa razón, estaba un poco a la defensiva cuando su esposo le dio la noticia de la reciente boda de Terrence. La Sra. Hathaway sabía que Terrence había guardado un apropiado luto tras la muerte de Susannah, pero aun resentía el hecho de que se hubiera casado con esta nueva mujer tan de repente. Parecía demasiado para soportar, sabiendo que su amiga Susannah había esperado por años sin llegar nunca al altar. No obstante, Melanie sabía que posponer la boda había sido, en más de una ocasión, culpa de la madre de Susannah. Seguramente la nueva Sra. Graham había sido más lista y había aprovechado la oportunidad cuando llegó. ¿La convertía eso en una oportunista? Los Hathaway ignoraban la existencia previa de Candy en la vida de Terrence. El joven había mantenido siempre la relación solo para él y Susannah nunca le había confiado a Melanie los dramáticos detalles de su historia con Candice White Andley. Por tanto, cuando Candy fue presentada al director y a su esposa, no tenían la mente predispuesta, más allá del hecho que esa era la mujer que había alcanzado lo aparentemente inalcanzable. A pesar de las reservas de Melanie, solo le tomó unos cuantos minutos para entender que esa joven, absolutamente opuesta a los modos reservados de Susannah, mandaba en el corazón de Terrence como nadie. Melanie estaba completamente estupefacta. Influenciada por su simpatía hacia Susannah, había pensado previamente que Terrence era incapaz de mostrar afecto en público. La finada actriz presumía constante y decididamente sobre la devoción de su prometido, así que Melanie había terminado creyendo que Terrence estaba verdaderamente enamorado de Susannah, a pesar de su conducta distante. Pero el joven que le presentó a su esposa esa noche era un Terrence Graham completamente distinto. Las manos del hombre estaban sobre su mujer a la primera excusa disponible y su cara se iluminaba involuntariamente cada vez que la veía. Sin lugar a dudas, era un hombre perdidamente enamorado. Robert Hathaway, que nunca había sido partidario de Susannah, no se había dejado engañar. Estaba convencido que la relación entre sus dos actores solo había sido un montaje, por lo menos del lado de Terrence. Con esta nueva chica había sido distinto desde el inicio. Lo que
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había pasado en Pittsburgh era tan ajeno a la personalidad de Terrence, que debía tratarse de un caso severo de amor verdadero. La interacción entre el joven actor y su esposa durante la cena, se lo confirmó. Robert estaba feliz de ver a su actor principal actuando como un simple humano, después de todo. Eventualmente, incluso la Sra. Hathaway fue conquistada por esta joven que no era pretenciosa y si de buen carácter. Hay algo con el amor verdadero que hace que la gente brille con cierta luz irresistible. Era evidente que la Sra. Graham estaba bañada con esa luz. A pesar de la lealtad de Melanie hacia Susannah, no pudo resistirse a los encantos de Candy, y al finalizar la velada, confesó a su esposo que buscaría estrechar la relación. Así, todo en su nueva vida parecía marchar suavemente, pensaba Candy, dejando su correspondencia a un lado y caminando hacia la ventana. Revisó los bulbos de narciso que había traído de Indiana. Ya que la temperatura era baja, los mantenía dentro de la recámara y los regaba regularmente. Cerró los ojos y deseó que fuera primavera. Sin embargo, en su corazón, parecía que ese año el sol había salido antes de tiempo.
Finalmente, después de una espera que había sido especialmente difícil para Candice, llegó el día de la temida conferencia de prensa. No estaba acostumbrada a hablar en público, ni a estar sola frente a las cámaras y bajo la presión de los medios, por lo que la joven difícilmente pudo dormir la noche anterior al evento. De hecho, no estaba planeado permitir una gran cantidad de preguntas acerca de su reciente boda ya que el objetivo principal de la conferencia no era la vida privada de Terrence, sino la presentación de la nueva obra. No obstante, los Graham habían estudiado cuidadosamente cómo iban a enfrentarse a los reporteros y cuánto revelarían. A pesar de todos esos preparativos, Candy temía que la novedad de la situación y su desarticulación acostumbrada acabarían arruinando los planes. Fue con gran inquietud que esperó en la habitación adyacente, mientras su esposo y los otros actores, junto con Robert Hathaway, entraban en el salón donde se celebraría la conferencia. Mientras caminaba nerviosamente a través de la habitación, Candy podía escuchar al moderador abrir la conferencia. -Damas y caballeros, la compañía Stratford les da la bienvenida a esta conferencia. Agradecemos su presencia e interés en nuestro trabajo. Estamos complacidos de presentarles las obras que actuaremos esta próxima temporada, así como a los actores que estarán en los papeles protagónicos. También haremos un anuncio de gran importancia, relacionado con el futuro de nuestra compañía y permitiremos una ronda de preguntas sobre este tema. Finalmente, estamos conscientes que todos ustedes están interesados en hacer a nuestro actor principal, el Sr. Graham, algunas preguntas relacionadas con ciertos rumores acerca de su vida personal. El Sr. Graham contestará unas cuantas preguntas sobre este tema, pero solamente al final de la conferencia. Ahora, para presentar nuestras obras y hablar sobre nuestro elenco para la temporada, les presento a nuestro director y empresario, Robert Hathaway.
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Tratando de controlar su inquietud, Candy se frotó las manos mientras Robert Hathaway anunciaba las obras. La elección de Ricardo III fue el tema que más atrajo la atención en ese punto de la conferencia, porque habían pasado muchos años desde que la compañía había representado esa obra. El hecho de que Terrence Graham tuviera el papel protagónico de esa obra en particular llevó también a una ronda de preguntas sobre el tema, que Terrence contestó en su tono sobrio acostumbrado. Escuchando su voz tranquila y serena, la joven se maravilló de nuevo de que ella fuera ahora parte de su vida. Candy sabía que era la única con derecho a escuchar como esa misma voz fría se volvía tierna y dulce en sus brazos. Miró los anillos en su mano izquierda una vez más, como para confirmar que no estaba soñando. Al terminar de presentar las obras y al elenco para la temporada, Robert Hathaway hizo el anuncio formal de su retiro inminente. Como se esperaba, esta información fue materia de muchas preguntas sobre las razones de su retiro anticipado y el futuro de la compañía. Candy pensó que el Sr. Hathaway estaba manejando las preguntas de los reporteros con cortesía. Por una parte, el modo en que había explicado que su principal interés era la salud de su esposa, había sido particularmente conmovedor para la joven. Por otra parte, como astuto hombre de negocios, Hathaway reveló solo algunos detalles de sus planes para vender la compañía, pero no reveló los nombres de los compradores potenciales. Aun así, prometió a los medios que en cuanto tuviera información más sólida sobre la materia, el nuevo dueño y él ofrecerían otra conferencia de prensa. Finalmente, llegó el momento de cerrar la conferencia con la ronda final de preguntas. Candy se llevó las manos al corazón, para tocar su viejo crucifijo y darse valor. -Ahora, damas y caballeros, para cerrar nuestra conferencia, el Sr. Graham se dirigirá a ustedes sobre los rumores que todos conocemos. Les recuerdo que solo se permitirán unas pocas preguntas y no se darán entrevistas posteriores. Agradeceremos que respeten esos términos. Sr. Graham, por favor. -Desde luego. Hay muy poco qué decir sobre este tema, así que seré breve – empezó Terrence tan serio y sereno como en la ronda previa de preguntas – Sobre el rumor de si contraje matrimonio en fechas recientes, me alegra informarles que la información es correcta. La dama que ahora es mi esposa y yo nos casamos hace un par de semanas. La declaración levantó el revuelo general. Olvidándose del protocolo normal, algunos reporteros lanzaron preguntas al aire y el moderador tuvo que restaurar el orden. -Damas, caballeros, por favor. Les recuerdo que deben levantar la mano para hacer preguntas – señaló el hombre y después, dirigiéndose a uno de los reporteros dijo: -El Sr. Callaway, del Daily News. -¿Cuándo nos presentará a su esposa, señor? – preguntó el reportero siguiendo la señal del moderador. -¿Qué le parece si le dijera que en este momento, Sr. Callaway? – contestó Terrence levantándose y yendo hacia la puerta de la habitación adyacente.
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La puerta se abrió y una joven rubia en un vestido negro Jean Patou con collar de encaje entró a la sala. Los flashes de las cámaras llovieron sobre la mujer, mientras su esposo la conducía al asiento vacío junto a él. Una vez sentada, el joven se dirigió a la audiencia una vez más. -Damas y caballeros, difícilmente exagero al decir que estoy orgulloso y complacido de presentarles a mi esposa, la Sra. de Terrence Graham. -El nombre de la dama – gritó una voz anónima. -Supongo que ella puede darles esa información por sí misma – dijo Terrence pasándole el micrófono. -Bueno, antes que nada, buenas tardes a todos – inició la joven con una sonrisa nerviosa – Mi nombre es Candice White y antes de casarme con el Sr. Graham, mi apellido de soltera era Andley. Los reporteros levantaron de nuevo las manos. -El Sr. Rodgers del New York Post – señaló el moderador. -Sra. Graham, ¿puede hablarnos un poco más sobre usted? Por ejemplo, ¿está usted emparentada con los Andley de Chicago? -Con gusto, Sr… - comenzó dudosa. -Samuel Rodgers - contestó el reportero. -Gracias, Sr. Rodgers, muy amable – respondió con una sonrisa – La respuesta es sí, soy parte de la familia Andley; sin embargo, mi asociación es solo por adopción. El Sr. William Albert Andley es mi padre adoptivo. Entré a la familia cuando tenía catorce años. Antes de eso, me crié en un orfanato en Indiana. Nunca he sabido quiénes eran mis padres. La revelación de esa noticia con la voz más sincera y poco pretenciosa, se ganó la simpatía de la audiencia. Otro reportero levantó la mano. -Sr. Norton, del Chicago Tribune – llamó el moderador y Candy tomó nota mental para recordar el nombre del reportero esta vez. -Sra. Graham, vengo desde Chicago porque allí había rumores de que ustedes estaban ahí. Todos mis lectores conocen a su prominente familia y seguramente estarán interesados en saber cómo tomaron los Andley la noticia de que se casaba con un actor. -Gracias por su interés, Sr. Norton – respondió Candice y Terrence observó que ganaba confianza segundo a segundo – Tengo la fortuna de tener una muy buena relación con mi padre adoptivo. Siendo originario de Chicago seguramente sabrá que es un hombre más bien joven para ser el padre de una mujer de mi edad. Por esa razón, siempre lo he considerado como un hermano mayor, y como buen hermano siempre me ha apoyado en todas mis decisiones. Él y las personas mayores de nuestra familia conocen a mi esposo y han aprobado nuestro matrimonio. No podrían hacerlo de otra manera, ¿sabe?, porque tengo suerte de estar
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casada con el mejor de los hombres. Bueno, me temo que esa es mi sesgada opinión. – concluyó dirigiendo una mirada de afecto a su marido. El último comentario hizo reír a la audiencia y se llamó a otro reportero para plantear una pregunta. -¿Cómo se conocieron usted y el Sr. Graham, señora? -Nos conocimos hace mucho tiempo, señor. Fuimos a la misma secundaria, pero perdimos el contacto a través de los años, como frecuentemente sucede con los compañeros de colegio. Nos encontramos de nuevo durante uno de mis viajes el pasado noviembre – hizo una pausa para sonreírle brevemente y continuó – El Sr. Graham estaba en una de sus giras y yo estaba en mi propio viaje de recaudación de fondos. He trabajado recolectando fondos de caridad para los niños huérfanos de Indiana por los últimos cinco años. Puede decir que coincidimos. -¿El Sr. Graham y usted eran novios en la secundaria? – preguntó una dama entre la multitud a quien no se le había dado la palabra. -No, señora. Solo éramos buenos amigos pero no habíamos estado en contacto por mucho tiempo – contestó Candy con una sonrisa enigmática. -Damas, caballeros – interrumpió el moderador- Solo una pregunta más. Está bien, Srita. Steel del New York Times. -Esta pregunta es para el Sr. Graham. – dijo la mujer aludida y Terrence asintió – Señor, su súbito matrimonio ha hecho que todos nos preguntemos como un hombre puede proponer matrimonio y casarse con una mujer en solo un par de meses, tras haber estado comprometido por seis años con otra sin casarse nunca. ¿Puedo preguntar la razón? Terrence sabía que tarde o temprano le harían esa pregunta. Sin embargo, la intención maliciosa lo hizo enojar, no importando cuanto la anticipaba. -Bueno, Srita. Steel – comenzó poniéndose más serio incluso que antes, pero sin perder su vivaz despreocupación – como un hombre que vive sobre el escenario, tiendo a creer en el destino. Quiero decir, creo que más allá de nuestros poderes e intenciones más sinceras, a veces las circunstancias trabajan en direcciones inesperadas, guiándonos hacia los finales más sorprendentes. Mi relación con la Srita. Marlowe estuvo marcada por giros imprevistos del destino. Su accidente, las altas y bajas en mi propia carrera – que todos ustedes conocen muy bien – y la fatal enfermedad que sufrió, se interpusieron una y otra vez durante nuestro compromiso, haciendo que nuestro matrimonio fuera imposible. No tuvo nada que ver con el grado de mi compromiso hacia ella o la fuerza de mi palabra de honor. Me temo que simplemente no estaba destinado a ser. Tras esa prueba, me encontré de nuevo con Candice, y la realidad me golpeó con una verdad: sabio es el hombre que aprovecha la oportunidad cuando el destino le abre las puertas de la felicidad. Además de eso, puedo añadir lo que fue mejor dicho por El Bardo: “Ya el invierno de “mi” desventura se ha transformado en un
Capítulo 10 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez
glorioso estío por este sol de York, y todas las nubes que pesaban sobre “mi” casa yacen sepultas en las hondas entrañas del Océano.” 1 Y tras esta última declaración, Terrence se puso de pie ayudando a su esposa a salir de la habitación. El moderador cerró la conferencia y, como estaba establecido previamente, no se permitieron más preguntas ni entrevistas.
Más tarde esa noche, los Graham estaban de vuelta en su casa, acabando de cenar. La Sra. O’Malley y el Sr. Barbera ya se habían retirado, así que la pareja estaba disfrutando su presencia mutua mientras limpiaban la mesa. -Sé sincero, Terry. ¿Cómo lo hice? – preguntó Candy mientras se ponía un delantal para lavar los platos. -Muy bien, diría; especialmente tomando en cuenta que hiciste tal escándalo acerca de tu incapacidad de hablar en público – contestó él con naturalidad mientras dejaba los platos en el fregadero. -¿En verdad? Cuando estaba ahí, pensaba que estaba echando todo a perder. Ahora solo me alegro de que haya acabado. -No te preocupes más. Después de esto insistirán un poco para obtener una entrevista, pero si no consiguen lo que quieren, pronto encontrarán algo más para mantener entretenidos a sus lectores y se olvidarán de nosotros. Te prometo que no tendrás que pasar por esto de nuevo, Pecas – finalizó rozando brevemente la punta de su respingada naricita con un dedo. -En verdad lo espero. Es realmente extraño ser cuestionada sobre tu vida privada por un completo extraño. Pero ahora que terminó me puedo olvidar de todo ¿Verdad? Terrence miró a su esposa y en un gesto reflejo levantó la ceja izquierda. Ella supo inmediatamente que él no iba a dejar el tema aun. -De hecho, antes de que cerremos el tema, tengo solo una queja – dijo cruzando los brazos sobre el pecho mientras se recargaba en la mesada de la cocina. -¿La tienes? – preguntó con un tono que lo invitaba a explicarse. -Sí. Mentiste dos veces cuando contestabas a las preguntas y habíamos acordado apegarnos a la verdad sin revelar información muy personal – le reprochó burlón. Candy se preguntó internamente cómo hacía para verse tan guapo y ser tan molesto al mismo tiempo. -¿Qué quieres decir? ¡No mentí! – reaccionó ella a la defensiva. 1 Terrence usa aquí las primeras líneas del monólogo de apertura de Ricardo III pero hace pequeños cambios en los versos.
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-Oh si, si lo hiciste – la contradijo más enfáticamente. -¡Pruébamelo! – lo retó dejando los platos a un lado y volteando a verlo. -Primero dijiste que soy el mejor de los hombres y ambos sabemos muy bien que eso no es verdad. -Por Dios, Terry. ¡Eres insufrible! – respondió con una media sonrisa en sus labios – ¡Pero aun así insisto que eres el mejor de los hombres para mí! Lo dejé claro y no es una mentira. El joven no hizo ningún intento por esconder una sonrisa pícara ante su respuesta. -De hecho si- remarcó tras un segundo de silencio con un asentimiento de su cabeza – No puedo negar que me halagas, pero tu segunda mentira aun se mantiene y me hiere. Así que no te perdonaré tan fácilmente – concluyó haciendo un puchero. -¿Puedo preguntar cuál es la segunda mentira de la que me acusas? -Dijiste que no fuiste mi novia de la secundaria. ¿Lo niegas? – preguntó acusadoramente. Candy se sorprendió ante esta segunda acusación. -¡Claro que no lo niego! – respondió fanfarronamente – Lo dije porque es la verdad, no éramos novios en el San Pablo- dijo dándolo por un hecho. -¿Cómo puede decir eso Sra. Graham? ¡Eras mi chica en el colegio! – insistió él decididamente. -¡Claro que no! Nunca me lo pediste – contestó con las manos en la cadera. -Las palabras no eran necesarias. Los hechos hablaban por ellas. Nos veíamos muy seguido, salíamos en privado juntos, bailamos en el Festival de Mayo, y si debo recordártelo, fui el primer hombre que te besó…-enlistó en un tono juguetón. -¡Pero eso no lo hacía oficial! – insistió ella no dispuesta a rendirse. Regresó a lavar los platos, como dejando la conversación en ese momento, pero él no estaba dispuesto a dejarlo aun. -Bueno, tal vez no para ti, pero era claro como el cristal para el resto del mundo. Todos en la escuela sabían que eras mi chica. Incluso el Elegante terminó por aceptarlo – presumió. -¡Está bien! Acepto que nuestros amigos de alguna manera sabían que estábamos…algo así como … involucrados. Pero cuatro personas no significan todos en el colegio – respondió ella, resistiéndose al argumento, aun cuando debía admitir cierta verdad en las palabras de Terrence. -¿Y crees que me refiero únicamente a tus primos y a tus dos amigas? -¿Y no? -Para nada. Cuando dije todos, quería decir todos – dijo enérgicamente y después, dirigiéndole la mirada más traviesa, añadió – Por lo menos, era un hecho bien conocido en los dormitorios
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de los hombres que tú eras mi novia. ¿Nunca te has preguntado porque otros chicos no probaron su suerte contigo? Los ojos de Candy se abrieron por la sorpresa cuando se dio cuenta de lo que trataba de implicar. -¿Y puedo preguntarte quién difundió esos rumores falsos? – demandó enojada dejando los platos abandonados y volteándolo a ver con ojos amenazadores. -¿Cómo lo voy a saber? La información siempre se filtra. Me imagino que de boca en boca – contestó levantando las manos con fingida inocencia. -¡De boca en boca! Una boca muy sucia y embustera, creo. – se burló - ¡Tú lo hiciste Terrence Graham Grandchester! ¡No puedo creer que le hayas dicho a los otros chicos que yo era tu novia! ¿Cómo te atreviste? – Candy lo acusó con un dedo amenazador, empezando a enojarse de verdad. -Yo no dije algo así. Solo era un niño, pero criado como un caballero, nunca me hubiera atrevido a decir tanto. Puede que … tal vez… haya actuado un poco protector una…o dos veces – añadió viéndose las uñas despreocupadamente. -¿Qué quieres decir con protector? -Quiero decir que los chicos normalmente hablan sobre las chicas. Puede que haya escuchado alguna conversación en que se haya mencionado tu nombre, como una chica bonita a la que otros chicos querían enamorar, y… -¿Y? – preguntó echando humo. -No lo recuerdo claramente… todo está borroso ahora … - dijo poniendo los ojos en blanco – tal vez alguna vez …o un par de veces, me uní a la conversación y…advertí a los presentes acerca de los peligros que pudieran caer sobre el joven que se atreviera a acercarse a ti. Solo como un consejo que daría un buen amigo. Lo entendieron bien, creo – concluyó con una sonrisa petulante. -¡Los amenazaste! ¡Eres un acosador! ¿Cómo pudiste? -¿Cómo? ¡De esta manera, madame! Y diciendo esto último, se movió rápido para abrazarla y plantarle un beso en la boca, pero ella volteó la cara y sus labios aterrizaron en la mejilla. -¡Quítame las manos de encima! ¡Estoy furiosa contigo! -¡Lo sé y eso lo hace todo más provocativo! –susurró él moviendo su cara suavemente hasta que sus labios encontraron los de ella, dándole un profundo beso que no pudo resistir. -¡Terry…! – dijo ella, pero tan débilmente que él supo que estaba por ceder. -Calla, novia- dijo antes de que los dos se olvidaran de los platos por el resto de la noche.
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A finales de enero, Candy estaba ocupada en un solo objetivo: decidir el regalo que le daría a su esposo por su cumpleaños número 28. La tarea – por sencilla que pudiera parecer – era absolutamente difícil, porque pensaba en muchas cosas y en nada en particular. Esa tarde, la joven había pasado tres horas viendo escaparates en Lower Manhattan sin decidirse por nada. Desilusionada, regresó a su departamento rápidamente, porque aun debía acabar de cocinar. Inesperadamente, cuando su auto giró en la esquina de su calle, vio a la distancia a un par de hombres. Los extraños estaban parados en la banqueta justo frente a su edificio, mirándolo con interés. Cuando el Sr. Barbera detuvo el auto frente a la escalera del edificio, y Candy se bajó del vehículo, reparó en el impresionante Bentley gris que estaba estacionado cerca del lugar donde estaban los hombres de pie. El coche costoso y el atuendo elegante de los hombres la hicieron fijar la vista para inspeccionarlos. Fue cuando se detuvo su corazón al reconocer el comportamiento distinguido de un hombre al que no había visto en muchos años. 2 -¡Su Gracia! ¿Es en verdad usted, señor? – la joven se dirigió al hombre respetuosamente, a pesar de su sorpresa. El hombre alto volteó con un gesto altivo que le resultó familiar. Un poco confundido, vio a la joven rubia con una boina francesa y abrigo negro que estaba hablando con él. Había algo en esos grandes ojos verdes que le traían un recuerdo vago, aunque no podía especificar su origen. -Estoy tan sorprendida de verlo en Nueva York, mi señor.- continuó la rubia mientras aparecía una sonrisa alegre en su cara tras haber pasado el impacto inicial. Como el hombre solo la miraba fijamente bajo el ala de su sombrero homburg, Candy entendió que aun no la había reconocido. -¿Me recuerda, señor? Soy Candy … Del colegio San Pablo – explicó la joven haciendo una breve reverencia. Justo cuando el Duque identificó el rincón de su mente donde se encontraba el recuerdo de esos ojos, el hombre junto a él le susurró algo al oído. -Creo que es la Marquesa, señor – dijo el hombre pero Candy no pudo escuchar sus palabras. Ante este último comentario, el hombre levantó una ceja. De repente, todas las piezas del rompecabezas encajaron al comprender no solo con quién estaba hablando, sino lo que había pasado en los últimos doce años. -La recuerdo, jovencita – reconoció finalmente el Duque, inclinando levemente la cabeza. -Estoy muy feliz de volver a verlo, señor. ¡Qué sorpresa! Terry no me dijo que venía. 2 Esta escena es una de las pocas inspiradas en el ánime.
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-Porque mi hijo no lo sabe. De hecho, aun no he decidido si debo verlo – respondió el hombre inexpresivo, pero Candy pudo ver un destello fugaz de tristeza en sus ojos. -Oh…ya veo- dijo Candy aun más contrariada que antes. Conociendo la naturaleza rencorosa de Terrence, se imaginó de inmediato que el joven no aceptaría una visita inesperada de su padre. -Tal vez deje la visita para otro día – comentó Richard Grandchester en su tono flemático acostumbrado. -Bueno, señor, si me lo permite – dijo Candy tratando de tomar valor – Terrence no llegará pronto, pero estaré honrada si acepta tomar una taza de té conmigo. Quiero decir, si le complace. El Duque observó a la joven y tuvo la corazonada de que ella podía ser instrumental para conseguir su objetivo. -Eso me complacerá mucho – respondió él. Candy y el Duque entraron al edificio, y el otro hombre permaneció en el auto con el chofer. Cuando la joven abrió la puerta, pudo captar la mirada subrepticia que el hombre le dio al hogar de su hijo. Sin embargo, hizo como si no se hubiera dado cuenta, invitándolo a tomar asiento mientras ella se dirigía a la cocina a dar instrucciones a la Sra. O’Malley. Una vez servido el té, la rubia se sentó frente a su suegro, haciendo su mejor esfuerzo por ser educada. Observó que Richard Grandcheter lucía casi igual de cómo lo recordaba. Solo su cabello, que ahora era completamente cano y algunas arrugas en la cara que estaban más acentuadas, hacían la diferencia. Interiormente, el hombre también miró cuidadosamente la apariencia de Candy, evaluando como el tiempo la había convertido en una belleza con una rara combinación de dulzura y firmeza. -Por lo menos Terrence no tiene mal gusto – pensó. - No le quitaré mucho tiempo, Su Gracia – comenzó Candy una vez que la Sra. O’Malley dejó la habitación para continuar sus tareas – Debe recordar la única ocasión en que nos vimos antes de ahora y lo que se mencionó sobre el futuro de Terry. -De hecho así es - contestó el hombre intrigado por la dirección que la joven había dado a la conversación. -Siento que debo agradecerle por tomar en consideración mis palabras esa vez. No ha sido fácil para su hijo encontrar su propio camino, pero creo que la libertad que le permitió usted ha sido benéfica para su carácter. -Veo que le ha ido muy bien para alguien que se fue de casa prácticamente sin un centavo – admitió el Duque un poco renuente. -Sí, pero hay un límite para la libertad y el desapego, señor. Por mucho que Terry necesitara distancia de sus dos padres para convertirse en un hombre, el distanciamiento de un padre no
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es algo deseable, incluso para el ser más independiente – se atrevió a decir y tal vez el reproche implícito en sus palabras solo se suavizó por la dulzura de su tono. -Terrence no ha mostrado ningún interés por tener un padre en casi doce años – argumentó el Duque con un brillo en sus ojos que era de la misma intensidad que cuando su hijo se ponía a la defensiva. -Como su padre, debiera saber que puede ser especialmente orgulloso y necio – dijo y su comentario hizo que el Duque soltara una carcajada. -Es un Grandchester, aun cuando haya cambiado su apellido para negar cualquier conexión. -En realidad no, señor – intervino ella – Usa su segundo nombre como apellido solo como fachada pública. En todos estos años no ha hecho trámites para cambiarlo legalmente. ¿Sabía eso? El Duque guardó silencio un momento. -¿Y eso qué significa exactamente? – preguntó él. -No lo sé, señor. No he tocado el punto con él porque hemos estado casados por menos de un mes. Pero tiendo a creer que, por lo menos inconscientemente, no quiere romper totalmente la conexión. -¿Lo cree? – preguntó con un poco de escepticismo, golpeando la sien con su dedo índice. -Digamos que es el presentimiento de una esposa, señor. Creo que Terry necesita a su padre tanto como necesitaba a su madre. Recuerdo que solía decir que ella no le importaba, pero el tiempo ha mostrado que se estaba engañando a sí mismo. Es muy probable que también esté negando que lo extraña a usted. Tal vez, si se da la oportunidad, ustedes dos puedan hacer que las cosas funcionen, aun cuando el orgullo excesivo corra en las venas de la familia. El Duque se río interiormente de esta joven que le hablaba con una franqueza que muy pocos se habían atrevido a usar con él. -Puede ser más difícil de lo que usted piensa, jovencita – respondió el hombre tras una pausa – A juzgar por su sorpresa hace un momento, supongo que Terry nunca le mencionó que le escribí a su madre hace unos meses. -No, no lo hizo – contestó Candy levantando ambas cejas – pero si fuera tan amable, le agradecería iluminarme sobre el tema. -Le escribí a Eleanor diciéndole que buscaba reconciliarme con mi hijo. En esa carta, le pedí que le preguntara a Terry si al menos estaría dispuesto a hablar conmigo. Él estaba de gira, pero Eleanor le escribió contándole mis intenciones. Después, ella me informó que él nunca contestó ni tocó el tema con ella.
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Candy estaba asombrada por esta nueva información. Entendió que al orgulloso Richard Grandchester debió haber necesitado mucho valor para recurrir a Eleanor para que lo ayudara. Estaba conmovida por esta muestra de tiernos sentimientos hacia su hijo. -Tal vez nunca contestó porque tenía la mente ocupada en otros asuntos, señor. Debo confesar que puedo haber sido una distracción durante ese tiempo, porque fue justo después de su gira que viajó a mi casa a proponerme matrimonio. Nos casamos tres semanas después de eso. Me temo que he monopolizado su atención hasta ahora. Pero, eso no significa que en verdad no le preocupe usted. -Oh, no lo sabía … ¿Piensa que debo quedarme hoy y encontrarme con él? Candy ladeó la cabeza como evaluando su respuesta. -Bueno, creo que las cosas podrían no ir tan bien si se le toma por sorpresa – concluyó - ¿Por qué no me permite hablar con él primero?... Puede que incluso tome algunos días convencerlo, y al final puede que incluso no funcione. ¿Está dispuesto a esperar para ver si se le puede persuadir? -¿Cuánto llevará eso? -Deme una semana – propuso ella con seguridad. -Que sean dos semanas. Me quedaré en Nueva York por dos semanas esperando que me contacte si así lo desea. Si no lo va a hacer, le agradeceré que me llame usted. -Es un trato, señor – concluyó ofreciendo la mano a su suegro. -¡Hecho! – contestó el hombre estrechando la pequeña mano de Candy.
Terrence y Candy eran diferentes de muchas maneras, pero tenían algunos rasgos en común. Ser necios era una de las características que compartían. Coloquen a dos personas de carácter fuerte y obstinado bajo el mismo techo y habrá problemas, no importando cuánto amor haya entre ellos. Por esa razón, aun cuando Candy tenía las mejores intenciones de promover la reconciliación entre su esposo y el Duque, estaba tomando grandes riesgos. Esa noche, cuando su esposo regresó del trabajo, estaba decidida a tocar el punto y hacer lo posible por convencerlo. Pero al ser una esposa inexperta, le faltó sondear el humor de su marido antes de hablar del asunto. Los ensayos de Ricardo III habían empezado ese día y Terrence estaba absorto en el difícil proceso de estudiar la psique de su personaje. Le había dicho a su esposa que durante las siguientes semanas su rutina se vería seriamente afectada, lo que quería decir que pasaría largas horas estudiando solo sin que se le interrumpiera. Por tanto, temiendo que pronto desapareciera en su biblioteca para un par de horas de estudio intenso, Candy decidió abordar el tema justo después de la cena.
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-Terry, ¿alguna vez piensas en tu padre? – se atrevió a preguntar mientras tomaban el té y la Sra. O’Malley ya se había retirado. -No. Nunca – fue la filosa respuesta de Terrence. De todos los temas que hubiera deseado tocar esa noche, su padre era el último, especialmente cuando su ánimo estaba caldeado tras los tropiezos normales de un primer ensayo. Candy percibió su tensión, pero aun contra una voz interna que le decía que esperara a otro momento, decidió seguir con su plan y continuó: -¿De verdad? ¿No crees que han pasado muchos años desde la última vez que se vieron? – insistió ella, tomando ociosamente dos terrones de azúcar para su té. -Precisamente, hemos vivido lejos y distanciados demasiado tiempo para preocuparnos el uno del otro. El joven se concentró en su té al responder. Inconscientemente comenzó a golpear la mesa con sus dedos. -¿Cuánto tiempo? – preguntó ella sin cesar. -Desde que dejé el San Pablo, por supuesto. Hace más de once años – contestó él, esta vez sintiendo realmente que su temperamento se elevaba ante la insistencia de Candy sobre el tema. -Así que es prácticamente el mismo tiempo que tú y yo estuvimos separados. Si pudimos hacer que las cosas funcionaran después de tanto tiempo, no veo porque no tu padre y tú… -¡No hay punto de comparación! – la cortó a la mitad, con evidente indignación en su voz – Las cosas pasaron entre mi padre y yo y no puedo olvidar ni perdonar. ¡Me llevó con él solo para abandonarme cuando era un niño! ¡Ningún padre decente hubiera hecho eso! -Tú me dejaste en Inglaterra sin muchas explicaciones y yo te dejé aquí en Nueva York después. Aun así, funcionó – argumentó de regreso con igual vehemencia en su voz. -¡Demonios, Candy! – comenzó a elevar la voz mientras lanzaba la servilleta a la mesa – ¡La sola idea de comparar nuestra relación con la de mi padre y yo es ridículo! Cuando tú y yo nos dejamos fue porque siempre pensamos que era lo mejor que uno podía hacer por el otro. Por más equivocados que estuviéramos en nuestra apreciación, lo hicimos por generosidad. Mientras que mi padre nunca ha tenido excusa para abandonar a su hijo, salvo por que yo era hijo de la mujer que él odiaba. -¿Cómo sabes que esa era la verdadera razón? Si te dieras la oportunidad de hablar… -¡Basta, Pecas! – intervino él de muy mal humor- Sé a dónde vas. ¿Has estado hablando con mi madre, verdad? – le preguntó acusativo. -No, tu madre y yo no hemos discutido este tema – respondió sintiendo que su temperamento había soportado bastantes golpes para permanecer calmada.
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-Entonces, ¿qué sucede contigo? Nunca hemos discutido antes sobre mi padre y no veo la razón para empezar a hacerlo ahora. El tema está cerrado – concluyó levantándose de la silla, listo para escaparse a la soledad de la biblioteca. Sabía que estaba a punto de explotar. En esos casos era preferible estar solo y esperar a que su humor cediera. Pero Candy tenía otros planes. -Terry, ¿qué pensarías si te dijera que tu padre está aquí en Nueva York y quiere verte? ¿Aun así lo considerarías un tema cerrado? – sugirió ella como último recurso para mantenerlo enfocado en el asunto. -¡Así que ese el objetivo de esta conversación! –explotó él finalmente – Mi padre vino durante mi ausencia y convenció a mi esposa para interceder por él. ¡Quiere usarte para chantajearme! Ese es el tipo de arma traicionera que Richard Grandchester haría. ¡No ha cambiado nada! Te prohíbo que vuelvas a hablar con él, Candice. -¿Por qué tienes que cambiar todo y hacer ver las cosas tan retorcidas y perversas? – respondió levantándose también de la silla, con un rubor que era la evidencia física de su furia – El hombre cruzó el Atlántico solo para verte y está dispuesto a tragarse su orgullo y ¿tú solo ves que quiere chantajearte?...¡y no me puedes prohibir nada! -Aun eres la misma chica entrometida que conocí. No tienes la más remota idea de lo que ese hombre nos hizo a mi madre y a mí…y lo que nos hubiera hecho a ti y a mí, a nosotros, si yo lo hubiera permitido. No hay manera de que lo deje entrar en mi vida de nuevo. ¡Nunca más te entrometas en cosas que no entiendes, Candice! -¿Crees que soy tan torpe que no puedo entender que él te hirió con su ausencia y su abandono emocional? ¿Crees que ignoro que fue un verdadero patán con tu madre? -¡Aha! – gritó señalándola con un dedo acusatorio – ¡Has estado hablando con mi madre y lo negaste! -Está bien, ella me contó sobre su relación con tu padre, cómo fue que naciste y cómo te llevaron a vivir con tu padre como el heredero de la familia Grandchester, pero nunca mencionó que tu padre había enviado una carta. -Pero seguro Su Gracia te informó, ¿o no, Pecas? – escupió el hombre flexionando el cuerpo como dirigiendo su golpe verbal para darle más fuerte. -No sé porqué me cuestionas como si te hubiera sido infiel, Terry – le reprochó ácidamente – Te estás comportando de lo más irracional. No es como si tu padre fuera a tomar control de tu vida de nuevo. ¡Dios! ¿A qué le tienes miedo? Solo quiere entrevistarse contigo. ¿Podrías por lo menos considerar el escuchar lo que tiene que decir? -La que está siendo irracional aquí eres tú, Candy. Ya que sabes tanto acerca de este asunto, debo decirte que le he dado muchas vueltas a la idea y desde noviembre decidí en contra de ella. Sabía que intentarías mediar como es tu costumbre, pero desiste Pecas. No lo permitiré. No esta vez. No sobre esto. ¡Está prohibido!
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-¿Prohibido? -¡Sí! -Bueno, considere mi cama prohibida para usted también, señor. -No puedes hacerlo, Candy. ¡Eres mi esposa! – gritó él, herido y enfurecido. -¡Pero eso no significa que tengo que estar a tu disposición si estoy enojada contigo! – respondió ella agriamente. -¿Así que esa es tu última palabra? –preguntó él como dándole un ultimátum- Bien, Sra. Graham, dos pueden jugar. Dormiré en mi camerino del teatro esta noche. ¡Créeme, no será la primera vez que lo hago! -Muy bien, adelante, señor, pero si vas a esperarme ahí para que te ruegue a que regreses, estás muy equivocado. -Ya veremos, madame, ya veremos. Tras este último comentario, Terrence volteó y tomando su abrigo salió del departamento. Su esposa se quedó en la casa para enfrentar el amargo momento después de su primera pelea marital.
Cuando la rabia se enciende, no hay lugar para la razón. El disgusto nubla nuestro juicio y el sentimiento de haber sido tratados injustamente controla nuestra mente. En casos como ese, el sabor amargo de la autodefensa corrompe la generosidad que el amor inspira en el corazón de las personas. Tras su discusión, Terrence y Candice se abandonaron a su indignación y orgullo herido. Por una noche entera, ambos pensaron una y otra vez en lo que se había dicho, e igualmente concluyeron que el otro estaba equivocado y, como parte ofendida, cada uno decidió que era deber del otro pedir perdón. Nada puede herir más a un hombre que ser expulsado del lecho conyugal y, de igual manera; nada puede ofender más a una mujer que se espere de ella que permita la intimidad aun cuando hay ofensas pendientes que no han sido resueltas. De cierta manera, ambos estaban en lo correcto al sentirse ofendidos, pero su juventud e inexperiencia no les permitían reconocer que habían fallado al hacer daño al otro. Así, todo el fin de semana, Candy resistió en su trinchera en casa, sin saber una palabra de su marido. Al principio, solo estaba enojada con su obstinación, que evitaba que él aceptara que ella tenía la razón. Después, resintió la manera en que la había tratado. No podía creer que le estaba prohibiendo involucrarse en un aspecto de su vida, y aun así esperaba compartir la cama. Después se enojó aun más ante su silencio y ausencia, solo para empezar a preocuparse por él unas horas después, y finalmente, lo extrañó. Cuando llegó a ese punto, empezó a repasar lo sucedido durante su discusión, y con gran horror reconoció los puntos en los que había actuado imprudentemente. Darse cuenta de eso era aun más virulento que la rabia.
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Él siguió el mismo camino. No pudo reconocerse a sí mismo durante todo el fin de semana. En los últimos dos años con frecuencia había pasado la noche e incluso un fin de semana completo en el teatro, simplemente absorto en el trabajo, estudiando su personaje. Pero esta vez, su inquietud no le dio la paz mental necesaria para concentrarse en el estudio. Pasó largas horas como león enjaulado dentro de su camerino, exasperado por su propia indignación y el efecto que la falta de nicotina ocasionaba en su cerebro. En su furia, no podía distinguir la naturaleza real de su rabia. Solo podía pensar en círculos, siempre regresando al mismo punto en el que ella se había rehusado a dormir con él. Su orgullo masculino estaba tan profundamente herido, que por tres días estuvo ciego ante el motivo verdadero de su furia: su resentimiento contra su padre. No obstante, cuando llegó la mañana del 28 de enero, Terrence se despertó sintiéndose tan miserable como en todos sus cumpleaños anteriores; incluso aun más, tomando en cuenta que había dormido cuatro noches en el sofá de su camerino. Como era miércoles, malhumorado e inconforme, había ido al club campestre para montar y tomar una ducha antes del ensayo. Sin embargo, ni siquiera el ejercicio lo hizo sentir mejor, especialmente cuando algunos conocidos lo habían encontrado en los casilleros y lo felicitaron por su reciente matrimonio. A donde fuera que fuese, no se podía sacar a Candy de la cabeza. Repasó mentalmente los acontecimientos mientras picoteaba el desayuno y por primera vez en días, tal vez conmovido por su creciente necesidad de ella, comenzó a ver su falta. No obstante, las presiones de su trabajo no le permitieron concentrarse en sus consideraciones la mayor parte del día. No fue sino hasta que el joven regresó al teatro vacío tras la cena, que el peso completo de su culpa cayó sobre sus hombros. De repente, recordó el momento en que le había gritado a Candy diciendo que consideraba el tema de su padre “prohibido” para ella. Como en una pesadilla, recordó la indignación y el daño en su rostro. Ella lo miró como si la hubiera abofeteado fuerte. Como pinchado por ese recuerdo, Terrence se levantó de su asiento, tomando su saco y abrigo, y dejó el camerino con dirección a su departamento. Estaba listo para reconocer que había estado equivocado. Desafortunadamente, cuando llegó a casa, solo encontró a la Sra. O’Malley que estaba por retirarse ya que había terminado sus labores del día. La buena mujer le informó a su patrón que la señora de la casa estaba fuera y que hacía solo unos minutos había llamado para decir que no llegaría a cenar, porque había decidido encontrarse con su esposo en el teatro. Como era de esperarse, esta noticia significó todo para Terrence. Decir que por poco estrangula al chofer del taxi para obligarlo a ir más rápido de regreso al teatro, es quedarse corto. Cuando finalmente llegó, encontró su propio automóvil estacionado frente al lugar, y a Roberto leyendo el periódico en silencio dentro de él. Sospechando que su esposa y él necesitarían una larga plática antes de regresar a casa, Terrence le pidió al chofer que se retirara por el resto del día. Segundos después, se encaminó al camerino con el corazón latiendo tan fuerte que podía sentirlo en las sienes. Cuando abrió la puerta, sus ojos se inflamaron al ver la ligera figura de Candy envuelta en un vestido verde. Estaba parada a la mitad de la habitación, con el abrigo aun colgando en su
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brazo y sus ojos rodeados por ojeras, evidenciando su falta de sueño. Sin embargo, cuando el entró a la habitación, su cara se iluminó de nuevo. -¡Perdóname!- dijeron al unísono, justo antes de que él la tomara en brazos en un beso apasionado que supo a anhelo y arrepentimiento. Con labios hambrientos, su boca tomó posesión de la de ella una y otra vez, mientras se mezclaba el sabor de las saladas lágrimas. Candy, que había planeado durante todo el día lo que le diría a Terrence, se olvidó por completo de cada palabra, mientras sus labios rozaban los de ella repetidamente con agresiva intensidad. Apenas esa mañana, se había despertado de un sueño en el que él la besaba con igual ardor, pero en el sueño, no había temblado como lo estaba haciendo ahora. Era como si la punzada de los largos años de separación hubiera crecido diez veces y necesitara ser mitigada con el choque poderoso de sus cuerpos. Ambos actuaron impulsados por una compulsión nunca antes experimentada, consintiendo en silencio y moviéndose inconfundiblemente hacia el mismo objetico. Ahí, de pie uno frente al otro, con el cuerpo de ella atrapado entre la pared y la alta figura de él, con la ropa puesta y sus piernas temblorosas abriéndose para darle acceso, hicieron el amor de nuevo, ardiente e inesperadamente. En cada uno de sus movimientos, vaciaban sus sentimientos de angustia y exorcizaban sus demonios una vez más; la carne consolando y curando al alma. Entendieron que estaban cruzando una línea en ese momento. Era mucho más que una entrega física. Era un entendimiento mutuo de que sus voluntades habían sido conscientemente rotas por el bienestar de su unión. Finalmente, cuando la pasión cedió, dio lugar a la ternura, mientras ambos permanecían acostados en el sofá, permitiendo que sus pulsos se regularizaran. -Fui a casa a suplicar tu perdón – fue lo primero que pudo decir él aun inmerso en las deliciosas nubes de los momentos posteriores a su encuentro. -Vine aquí a hacer lo mismo – admitió sonriendo, mientras delineaba suavemente el contorno de su barbilla con su dedo índice. -Pero, no fue tu culpa… sé que eras bienintencionada. -La intención era la mejor, mi amor, pero mis métodos de persuasión fueron más bien defectuosos – aceptó Candy con una sonrisa triste. -Si solo no hubiera actuado tan a la defensiva, podría haber visto razón en tus palabras. Candy lo miró atentamente, tratando de procesar lo que acababa de decir. Su único objetivo esa noche había sido recuperar a su marido. Apenas podía creer que él estaba concediendo que ella había estado en lo correcto. Sin embargo, en la soledad de las noches previas, Candy había aprendido que estar en lo correcto no era tan importante como ser amada. -Creo que prefiero dejar descansar este asunto de tu padre por ahora. Es mejor que lo resuelvas a tu manera.
Capítulo 10 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez
-¿Y si te dijera que no quiero mantenerte al margen en este tema? ¿Qué necesito tu ayuda porque difícilmente sé cómo abordarlo? -Entonces, te diría que con gusto estaría ahí para ti. Pero si alguna otra ocasión no requieres de mi ayuda, por favor hazme saber que necesitas manejar las cosas por ti mismo. -Lo haré. ¿Crees que puedas aceptarlo? -Si lo dices de una manera en que no me hagas sentir temerariamente fuera de tu vida, creo que puedo hacerlo. – indicó ella. -Te herí cuando te dije que el tema estaba “prohibido”, ¿verdad? – adivinó él. Ella asintió en silencio, con la cara acurrucada en su hombro. -Sí, pero no te sientas tan mal por eso, Terry. Me vengué de la peor manera posible. Yo también te herí ¿no? -Sabes que te necesito junto a mí … a mi lado… en mi cama…en mi cuerpo, cada noche. Estos últimos días he sido un completo miserable sin ti. El corazón de Candy se encogió ante su confesión. De pronto, una punzada de arrepentimiento le llegó de nuevo. -Y hoy era tu cumpleaños …-dijo desilusionada – Quería que fuera diferente… que fuera un día para celebrar y estar felices juntos. Si únicamente no hubiera sido tan estúpida diciendo que… -Olvida lo que se dijo, amor – la interrumpió, besando su frente – Recordemos solo lo que podemos aprender de esta pelea sin sentido. Viéndola aun abrumada, tras un segundo de duda, decidió añadir: - Además, este cumpleaños no fue tan malo después de todo. -¿Cómo puedes decir eso? ¡Todo fue un desastre! Como la Noche de Año Nuevo – dijo ella con un puchero. -Por el contrario, querida, la pasada Noche de Año Nuevo siempre estará grabada en mi mente como la más gloriosa noche de mi vida, por ser la noche en que te hice mía. Y esta noche, precisamente, me regalaste hacer realidad uno de mis sueños más antiguos. Ella frunció el ceño, pidiendo una explicación. Él vaciló por un instante, preguntándose si había iniciado una conversación que ella no estuviera preparada para enfrentar ya. Pero entonces, decidiendo que ya habían avanzado suficiente en su sensualidad, habló libremente. -Por muchos años, acaricié la fantasía de hacerte el amor en esta habitación que es mi santuario. Te dije que había dormido en mi camerino antes y no estaba mintiendo. Cada vez que pensaba que no podía tolerar más mi vida, venía aquí a pasar la noche y, en este completo silencio, evocaba tu recuerdo y fantaseaba con tomarte, cuerpo y alma, en ese momento. Algunas veces era dulce y profundo, otras intenso y ardiente como lo fue esta noche.
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-Ciertamente tienes una imaginación muy peculiar, Terry – dijo incapaz de contener su sonrojo ante su descarada confesión. -Ni más ni menos que cualquier tipo allá afuera, querida – rió ante su comentario – Desde nuestra temprana juventud, la mayoría de nosotros los hombres pensamos en las chicas de esa manera. Candy parpadeó atónita. -¿Desde la juventud? ¿Pensaste en mí de esa manera…en el colegio? – preguntó ella impactada. -¡Oh si! ¡Todo el tiempo, querida Pecas! – contestó él con la sonrisa más traviesa dibujada en su cara – Créeme, Candy, mi amor por ti nunca fue platónico. Ella se quedó callada un momento, en parte consternada y en parte halagada. Este inesperado vistazo a la psique masculina representaba un parte aguas en su entendimiento sobre los hombres. De repente, considerando sus experiencias previas en el amor físico, una pregunta impensable atravesó por su mente. Para su gran sorpresa, reunió el coraje para hacerla. -¿Qué otras fantasías de ese tipo has tenido? Él difícilmente podía creer que ella estaba mostrando interés en el tema, pero agradeció la oportunidad de abrir otra puerta en su intimidad. -Podría escribir un libro sobre eso. ¿Honestamente quieres saber más? - preguntó con una decidida voz coqueta. -Oh bueno…tengo…curiosidad – admitió ella mordiéndose los labios. -¡Eso! Eso es algo que haces tan descuidadamente – comentó señalando su boca. -¿Qué? -Morderte los labios de esa manera. ¡No tienes idea lo que eso provoca en la mente de un hombre! – declaró insolentemente, mientras sus dedos trazaban sus labios – Tal vez pudiéramos empezar con eso en mi exhaustivo recuento de mis divagaciones mentales sobre ti. Pero debes prometerme algo antes de que empecemos. -¿Por qué presiento que quieres algo a cambio de lo que me vas a revelar? – preguntó ella con una impertinencia que igualó el tono directo que él estaba usando. -Claro, todo en esta vida tiene un precio, mi señora. -Está bien, di tu precio por un vistazo a tus fantasías – lo retó ácidamente. -Que me permitirás hacerlas realidad.
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Alrededor de una semana después, Richard Grandchester visitó finalmente a su hijo, como había sido acordado días antes. Los Grandchester habían acordado reunirse en la casa de Terrence después de la cena. Para asegurarles privacidad, la servidumbre había sido excusada cuando el Duque llegó. La misma Sra. Graham abrió la puerta para recibir a su suegro y tras las cortesías habituales, lo condujo a la biblioteca de Terrence, donde lo esperaba. Una vez que dejó solos a los dos hombres, Candice corrió a la ventana del comedor y la abrió para ver la calle. Como lo había sospechado, el chofer y el secretario del Duque se habían quedado en el auto como en la ocasión anterior. Esta vez sin embargo, la temperatura estaba descendiendo y el sol ya había caído en el horizonte. Siguiendo a su buen corazón, la joven bajó las escaleras, cruzó la calle e invitó una taza de té a los hombres. Al principio, ambos se desconcertaron ante la invitación. Se miraron uno al otro con incredulidad durante unos segundos, antes de que el secretario pudiera contestar. - No creo que sea apropiado, su Señoría. -Bueno, tal vez si nos presentamos primero las cosas fueran menos extrañas. ¿Podrían salir del auto, caballeros? Aun inseguros e impactados de que los llamara “caballeros”, los dos hombres obedecieron a la joven. -Bueno – Candy empezó tendiendo su mano, una vez que los tres estaban cara a cara – la mayoría de la gente cree que mi nombre es Candice Graham, pero para ustedes, supongo que puedo presentarme con seguridad con mi nombre real, Candice White Grandchester. -Edward Perkins, su Señoría – dijo el secretario aun sorprendido por el cálido apretón de manos de la joven. -John Samuels, su Señoría – dijo el chofer igualmente confundido por la situación. Candy, un poco divertida con la formalidad de los dos hombres, decidió ignorar el modo en el que se estaban dirigiendo a ella. Tras el primer apretón de manos, simplemente los guió hacia su departamento. Una vez ahí, los invitó al comedor y les sirvió el té que les había prometido. Ser invitado por un miembro de la familia Grandchester a tomar té en un lugar distinto a las habitaciones de los empleados, era extraño para los dos hombres. Pero que dicho miembro de la familia se sentara con ellos para disfrutar juntos el té, era casi el fin del mundo. -Sr. Perkins, ¿cuánto tiempo lleva usted trabajando con Su Gracia? – preguntó Candy con naturalidad una vez sentada frente a ambos hombres como una forma de empezar la conversación. Perkins, que era un hombre de alrededor de cincuenta años, constitución fuerte y casi calvo, la miró con incredulidad. Los miembros de la familia nunca lo trataban de “Señor”, apenas dirigiéndose a él con su simple apellido.
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-Veinte años, señora – contestó él tímidamente, pensando que tal vez en Estados Unidos, era normal que se tratara así a los miembros del servicio – Los americanos son una raza extraña – pensó. - Eso es mucho tiempo, Sr. Perkins. Y usted, Sr. Samuels, ¿cuánto tiempo ha estado en el trabajo? – continuó la charla Candy. -Veinticinco años, señora – dijo Samuels, quien debiera estar por cumplir los cincuenta años y tenía unos expresivos ojos oscuros. -Así que supongo que ambos conocieron a mi marido cuando era niño. ¿Era travieso? -¿El Marqués? – preguntó Perkins sintiéndose menos incómodo a medida que el té calentaba su cuerpo que había estado prácticamente congelándose escaleras abajo – Bueno, señora, no lo veía muy seguido, porque él estaba ya en el Colegio cuando entré al servicio de Su Majestad. Pero las pocas veces que pude convivir con él, lo recuerdo como un niño muy callado. Candy estaba sorprendida por el título dado a Terrence, pero lo hizo a un lado, recordándose comentarlo después con su marido. -Seguramente usted recuerda más sobre él, Sr. Samuels – preguntó al chofer. -Oh, sí. Su Alteza me contrató el año en que regresó a Inglaterra tras la muerte de su padre. Recuerdo que Su Señoría era como cualquier niño cuando era pequeño, señora. Después se volvió taciturno, si se puede decir. Debe de haber sido el efecto de la estricta escuela en la que estudiaba, supongo. -Interesante – contestó Candy guiando la conversación mientras el Duque y su hijo hablaban en la biblioteca.
Cuando el Duque de N**** entró a la habitación donde Terrence lo recibió, tuvo un fuerte deseo de abrazar a su hijo. Sin embargo, al ser un Grandchester, mantuvo sus impulsos bajo control y su orgullo en lo más alto. Pensó que las confesiones que iba a hacer esa noche eran lo bastante humillantes para añadir sentimentalismos innecesarios a la entrevista. Además, muy probablemente Terrence no permitiría un despliegue inesperado de afecto. Así, que solamente asintió con la cabeza como una manera de saludar. -Ha pasado mucho tiempo, su Gracia– dijo Terrence, volteando a verlo desde la ventana frente a la cual estaba parado. -Así es, Terrence – dijo Su Alteza con una voz que era solo una vibraciones menores que la de su hijo, pero muy similar en color y textura. -¿Gusta sentarse? – ofreció Terrence caminando hacia la estancia de la biblioteca. Los hombres se sentaron uno frente a otro, y aun cuando Terrence le ofreció té a su padre, el Duque declinó diciendo que acababa de cenar.
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-Antes de decir cualquier otra cosa, Terrence, quiero agradecerte tu disposición para tener esta conversación. El joven, con el codo recargado en el reposabrazos del sillón y dos dedos en su sien derecha, observó a su padre con reserva. -No soy yo quién debe recibir su agradecimiento – dijo fríamente el joven – Debe agradecerle a mi esposa, ya que hizo todo lo que estaba en su poder para que tuviéramos esta plática. -Tu elección de esposa parece afortunada – admitió el Duque, y su cara tenía la misma expresión ilegible que la de su hijo. -Lo es, señor. Pero seguramente no ha venido hasta Estados Unidos solo para felicitarme por mi boda. -Estás en lo cierto. Mis motivos son más serios. -¿Puedo preguntar sobre ellos? – invitó Terrence con un ligero movimiento de su ceja izquierda. -Ha pasado algún tiempo ya desde que me di la oportunidad de repasar algunas de las decisiones más importantes que he tomado en la vida- comenzó el Duque e hizo una breve pausa, tal vez buscando las palabras más apropiadas – Como resultado de esta … valoración, encontré algunas cosas que lamento decididamente. -Como … - pregunto Terrence y su padre notó un desafío discreto en su tono. -Como aquellas relacionadas con tu madre, mi esposa y tú, Terrence. Esta vez, Terrence no pudo reprimir que se le escapara un indicio de risa burlona mientras cambiaba de posición en la silla. -Una historia más bien vulgar, puedo decir. Un hombre, dos mujeres y un hijo bastardo – fue el comentario ácido de Terrence. En otros tiempos, Richard Grandchester se hubiera ofendido por las palabras impertinentes de Terrence. Pero ahora, sabía que la voluntad de su hijo para hablar no implicaba que fuera a ser receptivo. Así que estaba preparado para una conversación que por momentos iba a ser desagradable. -Tristemente, tienes razón – aceptó el Duque – Un gran número de hombres comparte conmigo el mismo deshonor. Ante esta última frase, los ojos de Terrence se encendieron en fuego azul. -Honestamente señor, si cruzó el Atlántico solo para decirme cuánto deshonor trajo mi existencia a su vida… -Hijo, por lo menos hazme el favor de escuchar lo que tengo que decir antes de que empieces a cambiar el sentido de mis palabras – lo interrumpió Su Majestad tratando de calmar la
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reticencia de su hijo – No quise decir que te considerara una causa de vergüenza. Es más bien lo contrario. Terrence recordó algo que Candy le dijo sobre su tendencia a interpretar las palabras de las otras personas del peor modo posible. Con este recuerdo en mente, los hombros del joven se relajaron. -Está bien… - dijo el joven en un tono más calmado, siendo su forma de invitar a su padre a continuar hablando. -Terrence, quiero ser honesto contigo acerca de mis sentimientos en todo este asunto personal. Así que, primero que nada, debo admitir que no me siento orgulloso de la manera en que manejé mi relación con tu madre. Por largos años decidí estar enojado con ella, cuando la verdadera ofensa había venido de mi parte. -Culpar a otros es ciertamente más fácil – fue la respuesta de Terrence, pero esta vez su voz no era afilada ni acusatoria. De hecho, había algo de melancolía en su tono. Los detalles de su pelea reciente con su esposa aun estaban frescos en su memoria. -Tienes razón, hijo. Es más fácil, pero al final solo lleva a mayor decepción y dolor. Enfrentar la verdad hubiera sido mucho más fácil y menos doloroso. -¿Sobre qué verdad habla, señor? -Hablo sobre mis sentimientos por Eleanor – explicó Richard Grandchester, su voz cambiando ligeramente al mencionar a la madre de Terrence - …esos sentimientos que equivocadamente consideré como un enamoramiento pasajero cuando la conocí por primera vez. Fallé al tratar de entender mi propio corazón y como el joven fanfarrón e imprudente que era, siempre pensé que podía terminar la relación cuando fuera necesario. Pero no tomé en cuenta enamorarme de ella y que se quedara embarazada. Cuando me enteré que estaba esperando un hijo … mi hijo … mi alegría fue inmensa, pero también mi angustia. -¿Dijo alegría? – pensó Terrence, impactado por la elección de palabras de su padre. Incapaz de leer la reacción de su hijo bajo la máscara que Terrence estaba usando, el Duque continuó su relato: -De repente, me sorprendí deseando que ambos, Eleanor y el niño, pudieran estar bajo mi protección, ligados a mí por el resto de mi vida, pero estaba cegado por mi rango y crianza. El matrimonio era impensable. Cuando mi padre me propuso hacer un trato con Beatriz para que ese niño pudiera ser mi heredero legítimo si era un niño, agradecí la posibilidad. Claro que eso sacaba a Eleanor del cuadro, pero estúpido y joven como era, quise creer que se podía encontrar una solución, con la que pudiera ganar todo y no perder nada. -Eso es difícil que suceda cuando grandes cosas están en juego, señor – intervino Terrence, aun capaz de seguir la conversación a pesar de los sentimientos violentos que las palabras de su padre estaban despertando en él.
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-Lo sé ahora Terrence, pero en ese entonces pensé que podía convencer a Eleanor para cumplir con el trato y seguir siendo mi amante al mismo tiempo. -¿Y a eso lo llama honor? – retó Terrence a su padre, enfurecido ante la mención de su madre en esos términos. -Parece que la única que sabía que significaba la palabra honor en toda esta historia era tu madre, Terrence. Te entregó convencida de que era lo mejor para ti, pero no consintió estar bajo la sombra de Beatrix por el resto de su vida. Ahora, al ser mayor, comprendo la grandeza de su decisión, pero en ese tiempo estaba furioso con ella. Cuando me expulsó de su cama y de su vida porque no acepté divorciarme de Beatrix, creí que moriría. Pero no lo hice, en su lugar, me volví más amargo y resentido con ella. Ahora sé que era mi reacción defensiva ante el dolor que sentí por perderla. Pensé que mi amor se había convertido en odio. Aun así, la verdad es que continuaba amándola, claro que con un amor egoísta y destructivo. Terrence estaba estupefacto ante la franqueza de su padre. Aun así, difícilmente entendía porque lo había escogido a él para revelar estas cosas. -¿No cree que yo no soy la persona correcta para hacer todas esas confesiones, señor? – preguntó el joven. -Me ha costado mucho valor y voluntad decirte todo esto, Terrence. Es embarazoso para un padre confesar este tipo de cosas a su hijo, pero ahora estoy convencido de que es la única manera en que puedo explicar claramente como actué contigo. Quiero que sepas que… que deseé al hijo de Eleanor con todo mi corazón. Incluso si hubiera sido una niña, hubiera hecho mi mejor esfuerzo por protegerla. Pero cuando naciste tú, y me di cuenta que podía mantenerte a mi lado como mi heredero legítimo, fue, sin duda, el momento más feliz de mi vida. Terrence necesitó todas sus habilidades histriónicas para permanecer calmado ante esta última confesión. El joven apenas podía creer que en verdad estaba escuchando a su padre decir que su nacimiento era su recuerdo más querido. Una vez más, el Duque no podía adivinar el tremendo efecto que sus palabras tenían en el corazón de su hijo. Así que simplemente continuó hablando: -Desafortunadamente, por mucho que mi corazón se disparara con tan solo verte, cuando finalmente regresé a Inglaterra para convertirme en el Duque de N****, el recuerdo de Eleanor era como un clavo ardiente en mi pecho. Cada vez que te veía, el dolor del rechazo de Eleanor me punzaba una vez más. Lo que era peor, al crecer, te parecías más a ella. Cada vez que veía tus ojos, eran los ojos de Eleanor los que veía. Algunas veces pensaba que no podía soportarlo más y, en mi debilidad, temí que terminaría tomando el primer barco a Estados Unidos y arrojarme a los pies de Eleanor. Sin embargo, en nuestro último intento por reconciliarnos, me había dejado claro que nada la haría sentirse satisfecha salvo mi divorcio de Beatrix. A cambio, ella estaba dispuesta a retirarse de la actuación y dedicarse por completo a ti y a mí. Era muy tentador. Temí que si nos reconciliábamos, finalmente cumpliría con sus
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exigencias. Eso hubiera sido el escándalo definitivo para la casa de N****. Pero soy un Grandchester y mi estúpido sentido del honor nunca me permitió cumplir mis deseos. -¿Cuántas veces sentí lo mismo durante los interminables años en los que viví con Susannah? – se preguntó Terrence. -Por esa razón – continuó el Duque - cuando Beatrix sugirió enviarte a un internado, creí que era la mejor solución posible. Con su embarazo, me di cuenta que cada vez se volvía más hostil hacia ti y yo tenía mucho miedo de que tu presencia erosionara finalmente mi resolución de resistirme a mis sentimientos por Eleanor. Así que en mi estupidez, pensé que esa solución era la única que podía salvar del desastre mi nombre y tus prospectos futuros. -¿Alguna vez pensó que hubiera preferido tener a mis dos padres a mi lado que un asiento en la Cámara de los Lores3? – le reprochó Terrence incapaz de mantenerse imperturbable. -No en ese entonces, Terrence. Estaba cegado por mis prejuicios y les permití amargar mi alma durante muchos años. Cuando recurriste a mí, pidiéndome que salvara a tu amiga de que la expulsaran del San Pablo, vi en tus ojos que estabas embrujado por ella. Tras todo el dolor que había pasado por mantener tu nombre limpio, creí equivocadamente que era mí deber salvarte de hundirte en el escándalo. Si la salvaba a ella, continuaría en el Colegio contigo y su lazo solo se volvería más fuerte. -Pero si lo hubiera hecho, su Gracia, yo le hubiera perdonado todo lo que había sucedido antes. Me hubiera regalado un año más para estar con ella. No sabe lo que hubiera significado para mí. Al escuchar a Terrence hablar con apertura por primera vez en la conversación, ante la mención de su esposa, el Duque entendió aun más la profundidad del lazo en el corazón de su hijo. -Créeme hijo, cuando vi a tu esposa la semana pasada y me di cuenta que ella era la misma chica, comprendí la importancia de tu petición ese día. Desafortunadamente, mi entendimiento llega doce años después. Ambos hombres hicieron una pausa. El tremendo peso de las cosas dichas flotaba en el aire. -Candice me dijo que no era la primera vez que se conocían – continuó la conversación Terrence tras algunos segundos de pesado silencio. -Es correcto. Estás en deuda con esa chica por la libertad que disfrutaste para iniciar tu carrera. Debes recordar que aun eras menor de edad. -Estoy en deuda con ella de más de una manera, señor. -Yo también – contestó el Duque. Esa era la primera vez que coincidían en algo durante su difícil conversación. 3 La Cámara de los Lores o simplemente Los Lores es la cámara alta del Parlamento de Reino Unido. Está compuesta por los Pares de Inglaterra y las Autoridades Ecleciásticas.
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-Terrence te he dicho todo esto porque finalmente he entendido que mi error más grande fue mi incapacidad de separar mis sentimientos por tu madre de mi relación contigo. Dejé que mi orgullo herido me controlara y olvidé cómo ser un padre contigo. Cierto evento ocurrido el año pasado me hizo comprenderlo. -¿Se puede explicar mejor? – preguntó Terrence genuinamente intrigado. -Fui a verte actuar en Londres la primavera pasada. Esta vez, tomó a Terrence por sorpresa. Nunca en su vida hubiera soñado que su padre se hubiera rebajado al punto de asistir a una de sus actuaciones. Tan seguro estaba que su elección de profesión era como un injuria para el orgullo aristocrático de su padre. -Me sorprende, señor – comentó el joven con una expresión vacía en su cara. -Cuando actuaste por primera vez en Inglaterra hace varios años, me negué totalmente a verte- admitió su padre bajando la vista, como avergonzado – Pero, esta segunda vez, la edad me había suavizado, creo. Reconocí que quería ver a mi hijo, aunque fuera solo sobre el escenario. Cuando apareciste en escena, de repente me di cuenta que lejos de sentirme avergonzado por tu carrera, me sentía orgulloso de tu evidente talento. Debes saber que tu trabajo supera incluso al de tu madre. Inconscientemente, Terrence aumentó el agarre de su mano en el descansabrazos del sillón. Escuchar una palabra de reconocimiento de la boca de su padre era un placer tan ajeno a su corazón, que – por un segundo – dudo de su capacidad para continuar con la conversación. -Lo que viví esa noche – dijo el Duque, aun en la profundidad de sus recuerdos – hizo que mis creencias anteriores se derrumbaran en los días siguientes. Me di cuenta que había sacrificado mi propia felicidad por el bien de un nombre que ahora tú escondes como si ser un Grandchester fuera una vergüenza. Fue un duro golpe. Terrence, incapaz de sostener la mirada de su padre, bajó la vista. Cuando era más joven, se había sentido aliviado al decidir salir al mundo como Terrence Graham. Había creído que su cambio de nombre borraría las conexiones con su padre y los recuerdos dolorosos asociados con él. Ahora, lo entendía mejor. Su padre, su pasado, su nombre real y todo lo que implicaban no podían simplemente borrarse a voluntad. -Ese golpe, sin embargo, no fue el peor – continuó el Duque – Lo que me golpeó más duramente fue verte, ya no como un niño sino como un hombre, respetado y aclamado por otros. Hizo mi pérdida más dolorosa. Había perdido mi única oportunidad de ser tu padre y verte crecer, estar ahí por ti. -Tiene otros hijos, señor – intervino Terrence pero su voz sonaba casi triste. -¡Sabes perfectamente que los hijos de Beatrix no son míos! – escupió Richard Grandchester con sincero disgusto. -Así que cree en los rumores – respondió Terrence recobrando su tono frío.
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-No hablo de los rumores, sé que es un hecho. Sin embargo, no culpo a Beatrix. Ambos sabíamos que era lo que estábamos firmando cuando nos casamos. Ella sabía que yo iba a llevarte a casa como mi heredero y ella no iba a renunciar a su romance con su primo. Escuchar a su padre desconociendo abiertamente a los hijos de Beatrix fue otra sorpresa para Terrence. Los resentimientos del joven hacia su madrastra se avivaron. -Y aun así siempre me odió por tomar el lugar que ella decía le pertenecía a su hijo – Dijo Terrence burlándose. -Beatrix ha jugado con fuego, pero la culpa ha sido mía por dejarla hacer lo que quería. He vivido lo suficiente para arrepentirme de nuestro vergonzoso acuerdo, pero está hecho. Tú eres mi único hijo y Heredero, eso es lo que aquí importa. -¿Su heredero? ¿Es eso lo que está buscando? ¿Un heredero? – fue la pregunta interior de Terrence. Esa posibilidad hizo que se pusiera de nuevo a la defensiva. Incapaz de permanecer sentado, el joven se puso de pie. -¡Su hijo!...¡Su Heredero! – dijo Terrence paseando por la habitación y subrayando sus palabras con un aire lleno de ironía burlona – Hace tiempo dijo que me iba a desheredar si me atrevía a desobedecerlo. ¿O no? -Eres lo bastante mayor para entender que solo estaba tratando de intimidarte. Como Heredero Aparente del Ducado no puedes perder tus derechos por los caprichos de tu padre. -¿Mi padre? – preguntó Terrence burlón - ¿y dónde estaba usted padre cuando lo necesitaba cada verano y cada fiesta? ¿Dónde estaba cuándo necesitaba saber cómo acercarme a una chica en lugar de hacer el tonto por mis malditas inseguridades? ¿Dónde estaba cuándo cometí las más estúpidas decisiones de mi vida? ¿Y cuándo por poco me ahogué en el alcohol? ¿Estaba muy ocupado con los Lores para hacer algo por su hijo alcohólico? Los reproches lanzados por Terrence dieron en la diana del corazón de su padre. El Duque ignoraba el problema de su hijo con la bebida y conocerlo en dichos términos fue algo duro de aceptar. -Solo puedo decir que lo siento, Terrence – respondió el Dique con voz ronca – No puedo cambiar el pasado, pero lo siento profundamente. El hombre bajó la cabeza terriblemente avergonzado de su pobre desempeño como padre. No sabía qué más hacer o decir. Estaba clavado a su asiento, deseando que su hijo encontrara la manera de comprender su culpa. Pero, a juzgar por el tono de Terrence, temía más y más que al final, la entrevista no los llevara a ningún lado. Se encogieron sus esperanzas de una reconciliación. La mente de Terrence estaba ocupada con otros pensamientos. Apenas podía reconocer a su padre en ese hombre, sentado en su biblioteca, con aire derrotado y sin más palabras qué decir. Una parte del joven aun despreciaba a Richard Grandchester y todo lo que representaba. Aun así, aun no podía negar que las cosas que el Duque acababa de decir habían
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descolocado su entendimiento sobre su padre y su relación con él. Más aun, Terrence sabía que no podía lanzar la primera piedra aquí. No era ya el chico de dieciséis años que había sido. -Su Gracia – rompió Terrence el silencio, sentándose de nuevo frente a su padre – He hablado duramente porque siento que ha estado equivocado respecto a mí de muchas maneras. Sin embargo, ha sido honesto conmigo y quiero corresponderle de la misma forma. Si hubiera venido ante mí hace diez años, le hubiera dicho que decir lo siento no es suficiente cuando se ha hecho tanto daño. Aun más, muy seguramente no le hubiera dado la oportunidad de tener esta conversación … Sin embargo, ha venido ahora, cuando soy un hombre con su propia dosis de errores y vergüenza. Verá, señor, también me he puesto de rodillas y he dicho lo siento, frente a una persona a la que una vez traté incorrectamente. Y en mi caso, tuve la fortuna de encontrar un corazón generoso para quien decir simplemente lo siento fue suficiente. Ahora, siendo justo, no puedo mandarlo de regreso a Inglaterra sin aceptar su oferta de paz. Pero eso no significa que esté listo para ser su hijo. Eso, me temo, necesitará más tiempo. El Duque, que había levantado la cabeza gradualmente mientras su hijo hablaba, sintió el corazón aliviado y su esperanza resurgió. -Creo que será suficiente – respondió Su Alteza en su tono acostumbrado – Tal vez debamos intentar ser amigos, antes que nada. -Eso sería aceptable, señor. El padre y el hijo entendieron que el final de la conversación representaba la apertura de un nuevo comienzo en su otrora deteriorada relación. Lo que trajera el futuro estaba en sus manos.
La ciudad ya estaba a oscuras cuando el Duque y sus sirvientes dejaron Greenwich Village. Después de la entrevista, solo su Alteza había salido de la biblioteca. Terrence se había despedido ahí, y se había quedado en la habitación para digerir solo lo que acababa de ocurrir. Por tanto, fue Candy quien intercambió las despedidas y vio a su suegro subirse a su Bentley gris. Cuando Richard Grandchester le dijo adiós con la mano desde el asiento del pasajero, ligerísimos copos de nieve comenzaron a caer sobre la ciudad. Una vez que el auto dobló la primera esquina, la joven corrió hacia su casa. Pero una vez dentro, esperó un rato en la sala en lugar de irrumpir en la biblioteca. Dudando si Terrence preferiría quedarse solo o quisiera su presencia, mató el tiempo hojeando una revista. Finalmente, más y más preocupada por el silencio, tocó suavemente la puerta de la biblioteca, pero no le respondió nadie. Decidió entrar casi de puntitas. La habitación estaba en la penumbra. Sintiendo el ambiente caldeado por los sentimientos más desgarradores, no encendió las lámparas. En su lugar, caminó silenciosamente hacia el lugar donde estaba sentado su esposo. Solo el distante horizonte visible desde la ventana proporcionaba la más tenue de las luces, iluminando la cara de Terrence. Cuando Candy se
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sentó en la alfombra, justo a sus pies, pudo notar las lágrimas aun frescas que marcaban sus mejillas. La joven recargó la cabeza en su rodilla, mientras que suavemente acariciaba su otro muslo con la mano. Por un instante permanecieron callados. La mano de Terrence se movió lentamente para cubrir la de Candy en su regazo, y como si su calidez le diera valor, finalmente susurró: -Dijo que deseaba mi nacimiento – le dijo el joven con voz ronca, casi sollozando – Dijo que mi nacimiento había sido el momento más feliz de su vida – repitió como para sí mismo. Ella respondió besando su mano, palma y dorso y cada dedo con los besos más ligeros. Inmóvil y abrumado por las emociones, la dejó acariciarlo, como si estuviera muy cansado para responder. Después, bajando su cabeza para verla, su corazón comenzó a recuperar el ritmo al ver la cara de ella transformada por la ternura. -¿Puedes tocarme la Canción de Cuna que estuvimos practicando ayer? – le preguntó él en un impulso. Ella solo asintió, levantándose de su lugar para ir a la sala. Dejó la puerta de la biblioteca abierta para que él escuchara la música de la habitación contigua. Candy no estaba dotada con talento musical, pero amaba la música y amaba más a su esposo. Así que a pesar de algunos contratiempos durante su ejecución, tocó un par de veces la Canción de Cuna que él le había pedido. Mientras tanto, Terrence se quedó en la Biblioteca, dejando que su corazón abriera la jaula en la cual los resentimientos contra su padre habían morado por largos años. Cuando el último de ellos desplegó sus alas y le dio un beso de despedida, el joven sintió la necesidad de estar cerca de su esposa una vez más. Se puso de pie y se unió a ella en la sala, sentándose a horcajadas en un extremo del banco del piano, junto a ella. -Repitámosla una vez más. Tú usas la mano derecha y yo la izquierda como solíamos hacerlo en el colegio – sugirió él, mientras la sostenía por la cintura. Ambos iniciaron “da capo”4 y tocaron la corta pieza coordinando sus manos, haciendo juntos la más dulce música. Cuando la última nota murió en el aire, incapaz de resistirlo más, ella se volteó para tomar su cara con ambas manos y tras besarlo profundamente en los labios, le dijo: -Esta noche, yo seré la que te haga el amor, Terry. Y fiel a su palabra, comenzó a desabrochar su corbata. Él simplemente cerró los ojos, sorprendido y seducido por una oferta tan inesperada. Emocionalmente inundado por su agitación interna, el joven dejó que su esposa lo tratara con las caricias más largas y deliciosas de su boca y manos sobre cada centímetro de su cuerpo. Mientras ella avanzaba, la energía 4 "Da capo", a menudo abreviado como D. C. o DC, es un término musical en italiano que significa literalmente ‘desde la cabeza’, queriendo decir ‘desde el principio’
Capítulo 10 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez
que ella emanaba comenzó a impregnar la recámara, hasta que su pulso primero recobró su ritmo normal y después se aceleró respondiendo a sus atenciones. Más pronto de lo que esperaba, tuvo que mantener a raya sus impulsos naturales para tomar el control del intercambio pasional. Aun así, no había soñado con una noche de amor como esa por tanto tiempo como para romper su magia debido a su impaciencia. Así que la dejó malcriarlo con la más dulce de las torturas. Cuando ella finalmente abrió el umbral de sí misma, ambos se adoraron el uno al otro con sus cuerpos hasta que la última sombra en el corazón de él se había desvanecido completamente. Fuera, el frío amargo de febrero no podía hacer nada para perturbar su calidez mutua.
La pareja continuaba despierta en las primeras horas del día siguiente. En la habitación silenciosa, Candy estaba recostada a su lado, mientras escuchaba a su esposo terminar de contarle lo que habían hablado su padre y él. -¿Lo verás de nuevo antes de que regrese a Inglaterra? – preguntó ella. -Acordamos reunirnos de nuevo antes de que se vaya, pero después de eso, solo Dios sabe cuándo podremos vernos otra vez – respondió él con un dejo de melancolía en su voz. -Suena como si quisieras verlo más seguido. -¡Es extraño! – dijo Terrence frunciendo el ceño, incapaz de entender sus confusos sentimientos sobre su padre – Por muchos años no pensé en él …traté de no pensar en él …y ahora, siento que quiero conocerlo mejor. -¡No es extraño para nada, mi amor! – contestó Candy sacudiendo la cabeza – Solo es natural que un hijo desee la compañía de su padre. Supongo que ustedes dos tienen mucho que recuperar. El joven acercó su mano para entrelazar los dedos con los de ella y continuó. -Nunca lo había pensado… quiero decir…nunca pensé sentirme de esta manera – se tropezó con sus palabras – Siempre pensé que me odiaba. -Ese es un sentimiento ajeno al corazón de un padre, Terry. Tu padre es un hombre con un montón de defectos, puede que haya sido cruel y embustero con tu madre, pero a pesar de sus fallas, aun es tu padre y ahora sabes que te ama. -No hubiera descubierto eso si tú no hubieras insistido … tal como lo hiciste la primera vez con mi madre – le dijo solo con un hilo de su normalmente rica voz de barítono. -Nada me complace más que poder ayudarte. El joven le dirigió una mirada de afecto a su esposa, acariciando su cara y quitando sus rizos dorados de su frente. -Siempre has sido mi ángel guardián ¿o no?
Capítulo 10 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez
-Ángel guardián suena mucho mejor que Tarzán Pecosa. Picado por su comentario, una expresión traviesa apareció en su cara. -¿Ángel Pecoso entonces? – preguntó él con una media sonrisa. -¡No debí haber abierto la boca! – dijo regañándose a sí misma y haciendo un puchero que hizo que él no pudiera evitar besarla. Cuando sus labios se separaron, Candy se acordó de algo que quería preguntarle. -Terry, hay algo que quiero decirte. Debes saber que mientras estabas hablando con tu padre en la biblioteca, invité al secretario y al chofer de tu padre a tomar una taza de té conmigo. -¿Invitaste a los empleados de mi padre? – preguntó sorprendido. -Si… estaba helando allá afuera para que estuvieran esperando en el auto. ¡Pobres hombres! -Le debió de haber dado un ataque al corazón al viejo cuando te vio hablando con los sirvientes – se rió Terrence por primera vez en muchas horas. Incluso en la situación más dura, Candy se las arreglaba para hacer algo que lo hiciera reír. -Bueno, debo admitir que estaba un poco sorprendido pero no dijo nada. -Más le vale. Esta es mi casa, no el palacio de Buckingham – contestó poniéndose serio nuevamente - ¿Eso es lo que querías decirme? -No en realidad. Quería comentarte algo que me vino a la mente mientras hablaba con los empleados de tu padre. Me di cuenta de algo. -¿Qué es? - ¿Sabes que cuando los empleados de tu padre se refieren a ti te llaman el Marqués? ¿Qué significa eso? -Solo es un título de cortesía – dijo él con indiferencia. -¿Cómo es eso? - Mi padre tiene ciertos títulos además del de Duque de N****. También es Marqués, Conde y Barón. Candy escuchó un poco abrumada. Nunca había considerado la posición altamente privilegiada del padre de Terrence. -¡Impresionante! ¿Pero qué tiene que ver contigo? – preguntó ella confundida. -Al primogénito de un Duque se le trata usando el segundo título más alto de su padre, solo como cortesía. No significa que en verdad sea el Marqués de A***. Es solo una formalidad. El primogénito de un Duque continúa siendo un plebeyo hasta que su padre muere y hereda el
Capítulo 10 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez
Ducado – explicó él, sintiéndose un poco extraño al hablar de temas que había tratado de olvidar desde hacía tanto tiempo. -¿Pero el Ducado no pertenece ahora a tu hermano menor? Quiero decir, después de que dejaste la familia Grandchester y te convertiste en actor, ¿no perdiste tu posición como primogénito? Terrence sabía que Candy estaba haciendo esas preguntas de forma ingenua, pero era muy de su estilo tocar los temas con los que él se sentía más incómodo. -Bueno, estrictamente hablando, no – suspiró él profundamente – Seguramente a Beatrix le hubiera encantado, pero las leyes de los pares sobre la sucesión son complejas. Solo si ella pudiera probar que soy un bastardo, las cosas podrían cambiar. Aun en ese caso, el proceso legal sería largo, difícil y al final de cualquier forma ella acabaría perdiendo. Recuerda que también está involucrada en la mentira y me reconoció legalmente como mi madre. Además, mi padre podría vengarse revelando que sus hijos no son de él. Entonces sería una vergüenza pública para toda la familia. Creo que ella nunca correría el riesgo de exponer a sus hijos como bastardos también. Así que está acorralada. Y a juzgar por las palabras de mi padre, parece que él espera que yo lo suceda algún día. Candy se dio cuenta que mientras hablaba, un amplio rango de emociones parecía agitarse en el fondo de sus ojos. -¿Te interesaría algo así? – preguntó ella, sintiendo que esa era la cuestión principal en juego. -Nunca me he visto en ese papel…-reconoció él. – Por años pensé que estaba muerto antes los ojos de Su Gracia. Ahora que mi padre quiere acercarse a mí…en verdad no lo sé…Es muy confuso ahora. La joven se dio cuenta de que el tema estaba levantando emociones que amenazaban con alterar el precario balance que se había logrado después de que hicieran el amor. Así que decidió aligerar el asunto. -Oh, bueno. ¿Cuántos años tiene tu padre? – preguntó ella. -Debe de estar cerca de los cincuenta – contestó él un poco intrigado por lo que parecía una pregunta no relacionada al tema. -Me parece un hombre muy sano – comentó ella sonriendo – Así que de acuerdo a mis cálculos, tienes todavía unos veinte años para pensar si quieres convertirte o no en Duque. Reconociendo la sabia practicidad de las palabras de Candy, el joven se relajó y tomando su sugerencia dijo: -Por el momento solo me importa ser el Duque de Gloucester. 5
5 El Duque de Gloucester era el Título que detentaba Richard Plantagenet antes de su ascensión al Trono de Inglaterra como Ricardo III. Terrence alude a su papel protagónico en la obra Ricardo III.
Capítulo 10 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez
-¡Eso es aterrador! – dijo ella fingiendo miedo mientras se cubría con las mantas – ¡Pensar que pudieras estar tramando mi propia muerte en tu mente criminal! -Las criaturas deformes y retorcidas como yo, tienen otros planes inconcebibles para jóvenes damas como tú – continuó él en broma – tal vez peores que la muerte … - Iba a agregar algo más pero un bostezo no le permitió acabar la frase. -Considerando tus bostezos, diría que el mejor plan que Ricardo III puede tener ahora sería dormir por lo menos unas horas antes del próximo ensayo. -Tal vez tenga razón, Milady – reconoció él mientras se acurrucaba a su espalda, como normalmente lo hacía antes de quedarse dormido. Enseguida, ella notó que su respiración se volvía regular y rítmica revelando que había caído en un profundo sueño.