Capítulo 7 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción de Begoña Núñez con el conocimiento de la autora
Capítulo 7 Narcisos Blancos y Tulipanes Rojos Todos los miembros del Hogar de Pony dieron una cálida bienvenida a Candy y Terrence cuando regresaron esa mañana. Apenas unos minutos después que se habían ido, la Hermana María había escuchado la alerta de ventisca en la radio. Al principio, las dos damas se habían preocupado un poco por la seguridad de la pareja, pero como la ventisca había empezado pasadas las 10:30, se imaginaron que para esa hora ya estarían a salvo en la cabaña. Después, cuando la Hermana María se dio cuenta que Candy tendría que pasar la noche entera con un hombre que no era su marido – aun -, tuvo que rezar dos rosarios esa tarde. Sin importar cuantas veces la Srita. Pony trató de tranquilizarla diciéndole que el Sr. Grandchester era un caballero, la buena monja no tuvo un momento de tranquilidad en toda la noche. Por supuesto, la Hermana María no dudaba de la buena educación de Terrence, pero al ser más aprehensiva que la Srita. Giddings, no podía olvidar que un caballero no es necesariamente un santo. A pesar de todas esas consideraciones alarmantes, cuando la pareja regresó a casa, la Hermana María se sintió aliviada tras mirar los ojos de Candy. Conociendo a la joven desde niña, la perspicaz monja hubiera podido adivinar si algo fuera de lugar había ocurrido únicamente observando su conducta. Terrence, consciente de la situación, se sintió aliviado y orgulloso de poder ver a los ojos a las maestras de Candy sin tener nada que ocultar. Felizmente ajeno a los temas y preocupaciones de los adultos, Alistair estaba absolutamente encantado de recuperar al mismo tiempo su juguete y su libro para colorear. Como el auto alquilado de Terrence se había quedado en el Monte MacIntyre, se le ocurrió que la “magia” simplemente se había revertido. Sin embargo no estaba desilusionado con el cambio, porque un pequeño auto para jugar era mucho más divertido que un coche grande que solo podían conducir los adultos. Como era domingo, se vieron obligados a dejar la conversación para más tarde para ir a la iglesia. El párroco del lugar llegaba normalmente a mediodía para un servicio especial para los residentes del Hogar de Pony. Esa era una experiencia extraña para Terrence, que no había ido a misa desde los días del Colegio San Pablo. Como miembro de una familia “Recusante” 1, Terrence había sido criado como católico romano. Sin embargo, desde que había abandonado el hogar de su padre, el joven había llevado su vida lejos de los convencionalismos de la religión. No era ni ateo ni agnóstico, pero las formas tradicionales de expresión espiritual no eran de su agrado. No importando su forma personal de ver la vida, sabía que sería necesaria cierta tolerancia si quería casarse con Candy. Para esta primera ocasión, considerando que había perdido la práctica, cumplió bastante bien con el rito. En la comida que siguió a la misa, Terrence y Candy informaron su compromiso a las buenas señoras. Por supuesto, las felicitaciones llegaron y la Srita. Pony estaba particularmente 1 La familia Grandchester fue una de las pocas casas nobles que se negó a obedecer a la Iglesia de Inglaterra, permaneciendo en la fe católica durante el Movimiento de Reforma. Históricamente, se les llama Recusantes a los descendientes de esas familias que decidieron seguir fieles a la Iglesia Católica.
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contenta, ya que por más de una razón se sentía orgullosa de haber sido pieza clave en el acuerdo. La Hermana María se unió a la celebración con un estilo más recatado, pero igualmente contenta por la pareja. También se necesitaron algunas explicaciones, ya que el pequeño Alistair no entendía muy bien lo que significaba una boda. Cuando Candy le dijo que Terrence sería parte de la familia tras el feliz acontecimiento, el niño miró a Terrence y luego a Candy por un par de minutos antes de preguntar: -¿Vas a sel mi helmano? – preguntó el niño viendo de nuevo a Terrence. -No, Stair, va a ser tu tío – explicó Candy. -¡Tío G! – dijo Stair espontáneamente con su característica sonrisa. - Después de lo que tú y tu bendito coche azul han hecho por nosotros, Pequeño Inventor, puedes llamarme como quieras – contestó Terrence tomando al niño para sentarlo en su rodilla. Candy los miró pensando como tomaría Archie ese curioso lazo que se estaba formando entre su hijo y Terrence. Sin tener ánimos para preocuparse demasiado, suspiró y decidió esperar lo mejor. Durante la tarde, Albert llamó de nuevo para confirmar que llegaría el día siguiente. A pesar de las condiciones del clima, los trenes aun operaban con normalidad y creía que podía llegar el día 22. Esta vez la Srita. Pony notó que el invitado no vaciló durante la llamada. Supuso que habiendo asegurado la promesa de matrimonio de Candy, el joven ahora estaba seguro de su amor por él. No obstante, la Srita. Giddings no se engañaba con la conducta serena de Terrence en ese momento. Siendo vieja y sabia sabía que la naturaleza celosa de un hombre no desaparece de la noche a la mañana. La buena mujer conocía también el carácter de Candy y se imaginó que la pareja tendría que luchar mucho en los años venideros para superar el choque entre la posesividad de Terrence y la independencia de Candy. Aun así, esperaba que su amor, que había superado la prueba del tiempo y la separación, podía también vencer esta debilidad. Fiel a su cita, Albert llegó al Hogar de Pony a las 11 AM del día siguiente. Estaba felizmente sorprendido de ver a Terrence ahí. Tras el primer momento de mutuo reconocimiento y los acostumbrados comentarios, los dos hombres iniciaron una conversación tan natural como en los viejos días. Candy estaba más que contenta de ver a los dos hombres que amaba llevándose tan bien. Pero la conversación entre adultos no podía durar mucho en el Hogar de Pony, por lo menos no mientras los niños estuvieran levantados y deseosos de aventuras nuevas. Albert era un gran consentido entre la pequeña tropa, así que prácticamente lo secuestraron toda la tarde y parte del atardecer. El resto de los adultos estaba agradecido con él por distraer a los niños y permitirles algo de tiempo para hacer sus cosas. Por esa razón, no fue sino hasta más tarde esa noche que Terrence tuvo algo de tiempo para hablar de temas más serios con su viejo amigo.
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El rubio disfrutaba algo de paz y una taza de café en el salón iluminado con luz tenue, cuando Terrence se sentó junto a él. -Vaya día que tuviste – comenzó Terrence. -¡Debes estar bromeando! Acabo de descubrir que ya no soy tan joven – Albert se rió tras su taza. -Te ves igual que antes. -Bueno, no puedo decir lo mismo de ti. La última vez que te vi, eras un chico de dieciséis años, con bastantes centímetros menos de altura y mucho más delgado. ¿Crees que eso me hace sentir más joven, amigo? - Entonces, lo que estoy a punto de decirte puede que no ayude mucho con eso – dijo Terrence alzando la ceja. Albert, que ya esperaba que tarde o temprano tendría lugar cierta conversación seria, dejo su taza en la mesa de té. -Te escucho con atención – dijo. - Esta mañana tuve la impresión de que no te sorprendía que estuviera aquí – dijo Terrence. La mirada significativa de Albert le hizo entender que estaba en lo correcto – No nos hemos visto en mucho tiempo, pero puedo ver que aun puedes leer en mi como un libro abierto. Así que supongo que no te extrañaría si te pidiera la mano de Candy en matrimonio. - ¿Es lo que de hecho me estás pidiendo? – respondió a Albert inclinando la cabeza. - Si. - Me imagino que la dama en cuestión ya ha aceptado. - Si, lo hizo – contestó Terrence incapaz de esconder su felicidad. -Entonces, si ambos lo han decidido, creo que ni yo ni el resto del mundo podría hacer algo por evitarlo. Puedes considerarte un hombre comprometido. - Pero lo apruebas, ¿no? – preguntó Terrence frunciendo el ceño. -¡Claro que si, tonto! – se rió Albert – De hecho, me alegra que seas tú y no otro hombre. De hecho creo que ningún otro tipo de hombre pudiera manejar los modos briosos de ella. Y para ser honesto, también estoy convencido que ella es la mujer correcta para lidiar contigo, amigo. ¡Felicitaciones! – añadió dándole a Terrence una cariñosa palmada en la espalda. -¿Y para cuando exactamente están planeando la ceremonia? – preguntó Albert mientras tomaba de nuevo su taza de café. -En dos o tres semanas – fue la simple respuesta de Terrence. Albert desvió la vista del café y le lanzó a Terrence una mirada profunda.
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-¿Por qué la prisa? - ¡Tranquilo, hombre! No ha pasado nada fuera de lugar. Te doy mi palabra – contestó Terrence entendiendo las sospechas de Albert – Es solo que la distancia entre Nueva York y este lugar es muy grande para un compromiso largo. Lo hemos hecho antes y no queremos repetirlo. Soy un hombre libre con medios de subsistencia, ella es mayor de edad y tenemos tu permiso. ¿Por qué esperar? Los hombros de Albert se relajaron. -Asumo que entienden que con tan poca anticipación, no habrá mucho tiempo para avisar a la gente y hacer preparativos para una ceremonia elegante- advirtió Albert. -Bueno, lo que pasa es que ambos preferimos algo íntimo y tranquilo. Por lo que hace a los requisitos esenciales, ya he llamado a mi madre y acordó traer ella misma mi acta de nacimiento, en lugar de enviarla por correo. Ella es la única persona que me importa que esté conmigo en esta ocasión. Candy dijo que solo te necesitaba a ti, los Cornwell y el Dr. Martin. Sabe que el resto de sus amigos no llegarían a tiempo. Pensamos celebrar la ceremonia aquí, en la capilla, sin muchos preparativos. -Así que, como se esperaba, los dos se han propuesto impactar al mundo – declaró Albert con un malicioso brillo centelleando en sus ojos azules – Entonces, la gente hablará, mis primos estarán consternados, la prensa especulará salvajemente…ya puedo ver la cara de mi tía cuando se entere… ¡me encanta! Ambos se rieron ante la idea. Los hombres continuaron hablando por un buen rato. Arreglaron rescatar el auto alquilado de Terrence del Monte MacIntyre y regresarlo a su dueño en Chicago. También acordaron que, antes de la boda, la pareja recién comprometida viajaría en tren a Chicago para arreglar algunas cuestiones prácticas. Albert propuso que pasar la noche de Año Nuevo con la familia sería una buena manera de presentar a Terrence con los miembros más ancianos del clan. Terrence no estaba emocionado ante esa perspectiva, pero supuso que no podía escapar de la familia de Candy por siempre. Acordaron que le propondrían el plan a Candy antes de que Albert partiera a Chicago. Unos minutos antes de la medianoche, Albert reconoció que necesitaba descansar. Al día siguiente regresaría a casa, llevándose a Alistair. Así que necesitaría todas sus fuerzas para mantener la plática eterna del niño. -Albert – llamó Terrence a su amigo, que ya se estaba dirigiendo a la habitación que le habían asignado. -¿Si? -¿Te puedo decir Papá ahora? – preguntó el joven con una media sonrisa curvando sus labios. -Hazlo y te moleré a palos, amigo – bromeó el hombre en respuesta, pero al sentir de nuevo el dolor de espalda, añadió – pero creo que mi espalda no lo agradecería.
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-Está bien, me quedo con Albert entonces – finalizó Terrence riéndose.
Terrence recordaba la mayoría de las celebraciones navideñas como algo sombrío. Durante su infancia, recordaba vagamente que su padre solía ofrecer grandes cenas para sus nexos aristocráticos. Los niños no podían participar en esas celebraciones, así que solo tenía algunos recuerdos borrosos de él mismo escapándose de su habitación, en la noche, para ver a los elegantes invitados desde lo más alto de las escaleras. Después, regresaba a su recámara y permanecía despierto el resto de la noche, en parte anticipando los regalos, pero principalmente deseando el tiempo que su padre pasaría jugando con él. Recordaba esas primeras mañanas de Navidad, como ejemplo de las pocas veces en que su padre le prestaba atención. Desafortunadamente, cuando los años pasaron y la Duquesa tuvo sus propios hijos, hizo lo que pudo para prácticamente vetar a Terrence del círculo familiar. Por tanto, el joven Terrence pasó un buen número de Nochebuenas en su dormitorio en el San Pablo. Después y desde que se había convertido en actor, la Navidad siempre había significado trabajo. Incluso en los años que vivió con las Marlowe, nunca se sintió como se supone que alguien debe sentirse en esas ocasiones. Los tres vivían en la misma casa, pero la casa no era su hogar. Así que, sin hogar, ¿qué hombre puede enorgullecerse de tener una fiesta verdadera? Por lo que hacía a su madre, siempre trabajaba durante la temporada invernal, como su hijo. Así que la Navidad nunca era lo que debía ser. Ahora, por primera vez en su vida, Terrence atestiguaba una celebración navideña de una forma en la que solo lo había leído en las novelas. No era el relleno del pavo – a pesar de estar delicioso – o la cantidad de botas colgando por todo el salón, o la guirnalda de palomitas de maíz, como en los buenos viejos tiempos. Estaban ahí los adornos, la comida y los regalos, pero la estrella principal de la ocasión era el profundo y sincero amor que flotaba en el aire de un hogar verdadero. Observando el trato afectuoso que recibían todos los niños en la casa, Terrence comprendió mejor la clase de crianza que había cultivado el bondadoso corazón de Candy. No era de sorprender que su corazón solitario se hubiera sentido atraído al suyo como abeja a la miel. Considerando esto, estaba emocionado que ese calor entrara ahora en su vida, abriendo nuevas perspectivas para las Navidades por venir. Tras la cena tradicional, todos se reunieron alrededor del árbol para escuchar una o dos historias, y después se retiraron. Era una costumbre en la casa irse a dormir temprano en Nochebuena para tener energías para abrir los regalos de Navidad la mañana siguiente. Cuando los niños se fueron a sus dormitorios, Terrence lanzó una mirada a su prometida y ella le contestó de igual forma en silencio. Un par de horas más tarde, cuando todos estaban ya acostados, ambos se encontraron de nuevo en el salón para pasar más tiempo junto antes de retirarse a la cama. Cuando Candy entró a la habitación, vio a Terrence inclinado en el quicio de la chimenea, observando las fotos que lo decoraban. Caras de niños, adolescentes e incluso adultos, todos ellos habitantes del Hogar de Pony, de todos los tamaños y formas, adornaban la chimenea
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con sus rostros sonrientes. Entre todas ellas, la cara de una jovencita, con largo pelo rubio y brillantes ojos verdes hizo que su corazón saltara. -¿Te tomaste esta foto en el San Pablo, cierto? – preguntó él sintiendo su presencia a sus espaldas. -Fácil de adivinar. Lo dicen los uniformes. – dijo, mirando tiernamente la fotografía de Annie Cornwell – de soltera Britter -, Patricia O’Brien y ella misma, tomada casi 12 años antes. -¿Qué fue de la chica cuatro ojos? -¿Quieres decir Patty? – lo corrigió ella, poniendo los ojos en blanco ante el hábito de Terrence de poner apodos a todo mundo. –Vivió en Chicago por algunos años, durante la guerra, y estudió ahí para ser maestra. Tras graduarse, trabajó por algún tiempo en una ciudad del interior y después, hace tres años, decidió que quería retomar sus estudios. Solicitó una plaza en Oxford y la aceptaron. Está ahí ahora estudiando un doctorado en Literatura. - Siempre fue del tipo que le gustan los libros. ¿No tiene novio aun? – preguntó curioso. - No…-respondió Candy con melancolía – Me temo que su corazón continúa en duelo. -Hay amores que se resisten a morir, aun cuando toda la esperanza se ha perdido – le dijo a ella, besando su mano – lo que me recuerda… - añadió, mientras la conducía a la mecedora de la Srita. Pony, cerca del árbol – Creo que mejor te doy mi regalo de Navidad ahora. -Pero aun no es Navidad – protestó débilmente. Cuando él la vio con su sonrisa juguetona, que parecía aparecer en su rostro solo para ella, Candy supo que no iba a poder contradecir a Terrence. -Lo será en solo unos minutos – contestó el hombre señalando al reloj. Él se sentó en el piso, a sus pies. -Está bien, como quieras – la joven terminó complaciéndolo. Ella se inclinó para recoger un paquete rectangular, que le tendió diciendo – Feliz Navidad entonces, Terry. El joven tomó el paquete un poco sorprendido de que tuviera algo para él. -¿No lo vas a abrir? – preguntó ella con los ojos centelleando. -¿Estás segura que esto no explotará cuando lo abra? – se burló él, pretendiendo mirar la caja sospechosamente. -Nunca lo sabrás si no te arriesgas, cobarde. Pinchado por sus palabras rasgó finalmente la envoltura. Cuando abrió el regalo, se le quedó viendo fijamente por un momento. Era un pesado libro encuadernado en cuero que parecía ser una verdadera antigüedad. -¡La edición de Thomas Hanmer de las obras históricas de Shakespeare! – leyó asombrado.
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-Fue todo lo que pude conseguir – dijo encogiendo los hombros, como si el libro no fuera exactamente lo que tenía en mente. -¿Todo lo que pudiste conseguir? ¡Este libro debe tener más de 170 años de antigüedad! -180 para ser exactos – corrigió Candy, abriendo el libro y señalando la inscripción en la primera página, fechada en 1744 – pero el señor de la tienda en Chicago me dijo que las compañías profesionales como la tuya, solo usan el texto como en el Primer Folio 2. Este está editado y tal vez solo sirva para adornar tu biblioteca. Hubiera querido conseguir un original del Primer Folio para ti – dijo y su voz sonó levemente decepcionada. Terrence se divirtió por su inocente comentario. -Si estás planeando robar la Biblioteca Británica, avísame con anticipación, para que pueda averiguar el modo de sacarte de la cárcel, en caso de que te pesquen, claro – se rió él. -Entonces, ¿no te gusta? – dijo ella con un puchero. -¿Estás bromeando? ¡Me encanta!- dijo él sinceramente, con los ojos aun fijos en el antiguo libro – Siempre he querido iniciar una colección con ediciones antiguas como ésta, pero nunca he tenido tiempo para buscar algo tan raro. Además, puede que no se trate del Primer Folio, pero debe haberte costado una pequeña fortuna. ¡Este libro es una verdadera joya! No debiste haber ido tan lejos. -Soy una heredera que rara vez va de compras, así que una pequeña extravagancia de vez en cuando no puede dañar a nadie… ¡Me alegra que te guste! – sonrió Candy al darse cuenta que él estaba contento con el regalo. -Gracias, amor – contestó él. Candy, que aun no se acostumbraba a esta nueva forma afectuosa de llamarla, se puso roja. Sus mejillas contrastaban con el rosa pálido de su vestido. -Si quieres, después podemos conseguir otros libros de la misma colección. – sugirió ella tratando de superar la emoción de su mano acariciando la suya suavemente. -¡Eso me gustaría! Pero… - se detuvo por un segundo mientras le empezaba a rondar una pregunta en la cabeza – Esta no es una compra navideña de último minuto. ¿Cómo fue que lo conseguiste si no sabías que íbamos a pasar juntos la Navidad? – preguntó intrigado. -Cuando fui a Chicago el mes pasado, decidí comprar algo especial para ti. No sabía si iba a poder verte durante las fiestas, pero me imaginé que tarde o temprano nos volveríamos a ver. Terrence se quedó callado por un momento. Su corazón se derritió al darse cuenta que él había estado presente en sus pensamientos todo el tiempo, tanto como ella había estado en los de él. No siendo alguien que pudiera expresar con palabras sus emociones más profundas; simplemente siguió sosteniendo su mano, esperando que ella pudiera entender sus sentimientos bajo su toque. 2 Es la colección más antigua publicada de las 36 obras de Shakespeare. Publicado en 1623. El Primer Folio contiene las obras de Shakespeare íntegras y sin editar.
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En ese momento, el reloj marcó la medianoche. -¿Quieres abrir ahora tus regalos? – ofreció Terrence. -¿Estás hablando en plural? -Juzga por ti misma si mi gramática es correcta – le dijo el joven, dándole un modesto paquete envuelto en papel rojo, que estaba escondido entre los muchos regalos en el árbol. Candy sonrió, adivinando por el tamaño y la forma del objeto que también se trataba de un libro. La joven pensó que en realidad era la primera vez que recibiría un regalo de su parte, claro que sin contar las flores que le había enviado en Pittsburgh. Con emoción rasgó la envoltura para descubrir un libro color borgoña de tapa dura. El título, grabado con letras doradas, leía: Poemas en dos volúmenes de William Wordsworth. Notó que había una marca dentro y sospechando que la había dejado a propósito, lo abrió en la página señalada y leyó en voz alta: Iba solitario como una nube que flota sobre valles y colinas, Mientras ella comenzaba a leer, el se unió en la tercera línea, recitando de corazón. Ambos continuaron hasta el final. cuando de pronto vi una muchedumbre de dorados narcisos: se extendían junto al lago, a la sombra de los árboles, en danza con la brisa de la tarde. Reunidos como estrellas que brillaran en el cielo lechoso del verano, Poblaban una orilla junto al agua dibujando un sendero ilimitado. Miles se me ofrecían a la vista, moviendo sus cabezas danzarinas. El agua se ondeaba, pero ellas mostraban una más viva alegría. ¿Cómo, si no feliz, será un poeta en tan clara y gozosa compañía? Mis ojos se embebían, ignorando que aquel prodigio suponía un bálsamo. Porque a menudo, tendido en mi cama, pensativo o con ánimo cansado, los veo en el ojo interior del alma
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que es la gloria del hombre solitario. y mi pecho recobra su hondo ritmo y baila una vez más con los narcisos. Cuando terminaron el último verso, siguió un místico silencio, las palabras del poema aun sonaban en los oídos de Candy. -¿Te acuerdas, Candy? – le preguntó, su voz en un susurro aterciopelado – esa mañana de marzo, corrías tempestuosa a través del bosque del colegio, ignorando mi presencia, hasta que chocaste conmigo. -¡Oh! – exclamó ella, identificando el momento al que él se refería – No pude verte acostado en el piso, escondido entre el lecho de narcisos. Recuerdo que me caí con muy poca gracia – Candy se rió de sí misma. -Yo estaba absorto con el aroma de las flores, y tampoco te vi venir … estaba… estaba pensando en ti… -confesó él, atreviéndose a revelar sus verdaderos sentimientos en ese momento – y de pronto apareciste como conjurada por mis pensamientos. Me sentí feliz de verte… especialmente cuando aterrizaste justo en mis brazos. -¿Cómo podía haberme imaginado que estabas contento de verme? Lo primero que hiciste fue reírte de mi torpeza, bastante insolentemente, debo decir. Para empeorar las cosas, no te había visto en casi un mes, desde que irrumpiste en mi cuarto en la noche, y cuando lo mencioné, me hiciste a un lado – dijo enfurruñada. - Y tú te vengaste llamándome con algunos coloridos calificativos… -¿Lo hice? - Si, puedo citar: “Eres un grosero malagradecido, insoportable y engreído, Terry”, dijiste. -¿Te hice enojar? - Todo lo contrario, Candy. Hiciste que el sol brillara para mí esa mañana. Fue la primera vez que me dijiste Terry y no Terrence. Estaba extasiado. Desde entonces, cada vez que veo un narciso, pienso en ese día y como al llamarme así, haces que mi corazón lata más rápido. Candy vio que los ojos de Terrence se habían vuelto de un azul profundo, como las olas del mar en una mañana soleada. Quedó hipnotizada por algunos segundos, con la garganta seca por la emoción. Pensar que él no la estaba tocando en ese momento pero tenía el poder de alterarla con sus palabras … ¡era alarmante! -Dicen que los narcisos son las flores de la resurrección – dijo ella con voz ronca, cerrando el libro – porque florecen cada año en Pascua. Cuando me enviaste ese hermoso arreglo de narcisos en Pittsburgh, pensé que…tal vez…era una señal de que nuestro amor pudiera florecer de nuevo.
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-¡Lo era! – le dijo y ella se dio cuenta que él había llevado la mano a su bolsillo para sacar un pequeño paquete – Esto es tuyo – dijo poniéndolo en sus manos. Candy sospechó el contenido al reconocer la característica caja color azul claro, sujeta con un listón; pero estaba un poco intrigada, al darse cuenta que la caja estaba un poco desgastada en las orillas. Deshizo el listón para abrir la caja, con las manos un poco temblorosas. Un perfecto diamante redondo de un quilate, en la clásica montura de Tiffany, la saludó con sus brillantes chispas. -Si no hubiera estado tan corto de dinero, te hubiera comprado algo más lujoso, pero mi carrera apenas comenzaba en ese entonces – confesó con la voz llena de emoción. -Tu carrera… ¿apenas comenzaba? – repitió Candy, tratando de comprender lo que quería decir. Después, mirando de nuevo la caja, vio que el listón no estaba tan blanco como se hubiera esperado e incluso el azul turquesa de la caja estaba un poco desteñido - ¿Quieres decir que compraste este anillo… -… antes de que fueras a Nueva York al estreno de Romeo y Julieta – explicó él – Había planeado pedirte matrimonio esa noche, pero todo salió mal … después, nunca tuve el valor de regresar el anillo. Incluso en el tiempo que estuve desempleado y necesitaba dinero para comprar whisky, no me atreví a venderlo. Lo he conservado desde entonces… Sin embargo, dudaba si debía dártelo ahora o comprar otro, tal vez con piedras a los lados o una banda de diamantes. Algo más apropiado para la dama de mi corazón. Este es muy simple… -¡Es perfecto, Terry! – intervino ella, con los ojos llenos de lágrimas – No podría desear algo distinto. La joven sacó el anillo de la caja con la intención de ponérselo, pero algo la hizo detenerse. Sus ojos vieron una inscripción dentro del anillo, cerca de la marca de Tiffany, que simplemente decía: “un faro eternamente fijo” Candy reconoció la cita y sonrió entre lágrimas. Viendo que estaba paralizada, la ayudó a deslizar el anillo en su dedo. -Cuando te vi en noviembre … y bailamos juntos … entendí que, aun cuando quisiera cortejarte lentamente, iba más allá de mi capacidad esperar tanto. Por tanto, le di instrucciones a mi ama de llaves para buscar esta caja y mandármela. Me había fijado pedirte ser mi esposa lo antes posible. Es por lo que vine…Feliz Navidad, Candy. - No podía ser más feliz – dijo ella, hincándose, justo done él estaba sentado en el piso, para besarlo profundamente en los labios.
Déjame que el enlace de dos almas fieles No admita impedimentos.
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No es amor el amor Que cambia cuando un cambio encuentra, O que se adapta con el distanciamiento a distanciarse. ¡Oh, no!, es un faro eternamente fijo que desafía a las tempestades sin nunca estremecerse; es la estrella para todo barco sin rumbo, cuya valía se desconoce, aun tomando su altura. No es amor bufón del Tiempo, aunque los rosados labios Y mejillas corva guadaña sigan: El amor no varía con sus breves horas y semanas, Sino que se afianza incluso hasta en el borde del abismo. Si esto es erróneo y se me puede probar, Yo nunca nada escribí, ni nadie nunca amó. -
William Shakespeare
Annie Cornwell estaba fuera de sí cuando Albert le dio la noticia de la inminente boda de Candy. Por años, Annie había soñado con la alucinante cena y el baile que prepararía para una ocasión tan maravillosa. Había planeado que fuera tan grande como para humillar a todos aquellos que alguna vez habían hecho a Candy objeto de su escarnio por el simple pecado de ser huérfana. Ahora, debía abortar esos planes. Era propio de Candy llegar con la idea inimaginable de casarse en la capilla del Hogar de Pony, con solo unos cuantos invitados, sin flores, sin tiempo para conseguir un vestido deslumbrante hecho a medida y ni hablar de una recepción decente. Eso había sido suficiente para contrarias a Annie, pero encima de todo, Albert había evadido la tarea de decirle a Archie, pidiéndole a ella que lo hiciera en su lugar. -Tengo las manos llenas con la Tía Elroy… además, tú eres su esposa. Estoy seguro que nadie podía cumplir la encomienda mejor que tú – habían sido las palabras de Albert. Decir que Archie no iba a recibir bien las noticias era – por mucho – subestimar las cosas. Annie temía el momento en que tuviera que revelarle la noticia, pero sabiendo que no había manera de evitar la amarga escena, decidió hacerlo justo después de Navidad. Esa noche, después de acostar al pequeño Stair, Annie le propuso a su marido pasar algo de tiempo en el salón de música. A Archie, que siempre disfrutaba escuchar a su mujer tocar el piano, le gustó la idea. La joven tocó un par de movimientos mientras Archibald leía un libro sentado cómodamente cerca de la chimenea. Internamente, ella repasó su estrategia, haciendo lo posible por pulirla. Estaba convencida que si usaba el acercamiento correcto, el golpe iba a ser un poco menos impactante. Cuando terminó la última nota del movimiento del concierto que estaba tocando, la joven dejó el piano para sentarse en el canapé, al lado de su esposo. Tomó una caja grande de madera y un libro decorado hermosamente que había dejado en una mesa cercana. Después, abrió la caja sacando un buen número de fotografías viejas, con la clara intención de ordenarlas. Puso el libro, que era un álbum fotográfico, sobre el canapé y empezó a poner un par de fotos de la caja en una página en blanco.
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Distraídamente, Annie aclaró su garganta, para distraer la atención de Archibald del libro. El joven levantó la vista de la página que estaba leyendo, y observó a su esposa, aparentemente absorta en la tarea. -Mira esta fotografía, Archie – lo invitó cuando vio que había captado su atención - ¿Te acuerdas cuando la tomamos? Archie miró la fotografía, inclinando la cabeza para verla mejor. Sus ojos sonrieron ante el recuerdo. -Claro, querida; estábamos en el zoológico en Londres. El Tío Albert trabajaba ahí y Candy nos llevó en un domingo libre, cuando nos dejaban salir de la cárcel – dijo riéndose. -¡Claro! Ya me acordé – se unió ella, actuando su papel lo mejor que podía - Había un hombre con una cámara tomando fotografías en el parque. ¿No fui yo la que propuso tomar una foto en grupo? -Si Annie, creo que fue tu idea – acordó él. -Y entonces, ¿Por qué no sale Candy en la foto? – preguntó fingiendo ignorancia. Archie puso los ojos en blanco y frunció los labios, disgustado. -Debió de haber estado con ese molesto inglés, en alguna parte del parque – comentó secamente. Annie levantó las cejas. Dijo una plegaria en su interior. -¿Alguna vez dejarás de odiarlo, Archie? Han pasado años y, de hecho, si evalúas los hechos objetivamente, Terry nunca hizo nada tan malo como para merecer tu odio. Archie miró a Annie estupefacto al sacar ella ese tema. -Quiero decir – continuó Annie, viendo que Archie se quedaba callado – todas tus peleas con él en la escuela fueron provocadas siempre por las cosas más infantiles. Eres un adulto ahora, ¿no? ¿Por qué guardar rencor por tanto tiempo? -¡Annie me asombras, cariño! – respondió Archie visiblemente molesto – Sabes perfectamente que hice las paces con él en el colegio, por lo menos por el bien de Candy y Stair. Lo que no puedo perdonarle es haber lastimado después a Candy. Por Dios, Annie ¿ya olvidaste que la botó? -Eso no es verdad, Archie. Ya te he dicho como sucedieron las cosas. Terrence nunca botó a Candy. Su rompimiento fue de mutuo acuerdo. Nunca he aprobado su decisión, pero no lo puedes culpar solo a él. Estoy segura que estaba tan lastimado como ella. - Creo que hemos hablado de esto en el pasado, Annie – contestó el hombre de mala manera, dándose cuenta que su mujer no comprendía su punto de vista – Cuando un chico rompe con una chica, porque pretende darle su palabra de matrimonio a otra mujer, para mí, eso es botarla. Conozco muy bien la historia del accidente, la Srita. Marlowe salvándolo, perdiendo la
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pierna y todo ese embrollo y, créeme, no estoy impresionado. Él debió de haber encontrado otra salida. ¡Dios sabe que yo la hubiera encontrado si hubiera estado en su lugar! ¡Tenía a una joya de mujer en sus manos y fue lo bastante estúpido para dejarla ir y herirla! Cada vez que recuerdo el día en que los hombres de la estación de trenes trajeron a Candy a esta casa, desmayada y pálida por la fiebre, quiero golpear su cara de niño bonito hasta que ni siquiera su madre pueda reconocerlo. ¿Ya olvidaste lo difícil que fue para Candy después de todo eso? ¿Cómo perdió peso y su sonrisa por años? - Pero Archie, cariño – dijo Annie usando su tono más dulce y poniendo una mano en su hombro, tratando de apaciguar su furia – Candy ciertamente se recuperó después de eso, y estoy segura que no le guarda rencor a Terrence. ¿Por qué tú si? - ¡Candy es una santa pero yo no! Además, no necesito perdonarlo. Felizmente, el canalla está fuera de nuestras vidas para siempre. Como te dije el otro día, Candy se libró por poco y me alegro por ella – dijo a modo de conclusión, y haciéndolo, tomó de nuevo su libro con toda la intención de reanudar la lectura y olvidarse del exasperante tema de Grandchester. -¿Y si de pronto…él estuviera de vuelta en nuestras vidas, Archie? ¿Qué harías? – dejó caer Annie tímidamente. -Por Dios, Annie, no quiero responder esa clase de pregunta hipotética. El hombre nunca regresará a nuestras vidas, punto. ¡De hecho ni siquiera le importa! Es libre y está vivo en este mundo y está tonteando con otras mujeres. ¿No te acuerdas de la foto de los periódicos el otro día? No, diría que nuestra Candy y toda la familia estamos seguros que nunca tendremos que lidiar de nuevo con su desagradable presencia. -Archie… ¿y si la mujer en el periódico hubiera sido Candy? – escupió Annie, sabiendo que lo peor estaba por venir. Esta vez Archibald miró a su mujer como si le hubiera crecido una segunda cabeza. Los engranajes de su cabeza comenzaron a girar dándose cuenta hacia donde se dirigía la conversación desde el principio. Se levantó de su asiento, caminó hacia el piano, después hacia la chimenea mientras frotaba su frente, y de regreso hacia su esposa. Abrió la boca, pero no salió ni una sola palabra por un rato. Annie estaba ahí, con los ojos fijos en la alfombra y las manos juntas en las rodillas; esperando el inevitable arranque de ira que se avecinaba. -Seguramente estás bromeando, ¿Verdad, Annie? – preguntó Archie incapaz de darle crédito a las implicaciones de su esposa, pero el silencio de Annie dijo más que sus palabras. -¡Dios Santo! ¡¡¡En verdad era Candy … con …ÉL!!! – gritó finalmente, completamente fuera de sí- ¡Eso no puede ser cierto! ¡Se ha vuelto loca! ¿Cómo ocurrió esto? -Él fue el que la contactó de nuevo, cuando había terminado su tiempo de luto – empezó Annie sin ver a su marido – después provocó un encuentro, durante su gira este otoño…y parece que sus sentimientos no han cambiado.
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-¡Eso es imposible! ¿Por qué no me dijiste esto antes, Annie? ¿Por qué me lo escondiste? Si lo hubiera sabido lo habría evitado…-escupió él, y cada segundo levantaba más la voz y su furia crecía. -¿Lo hubieras hecho, Archie? – lo interrumpió Annie, reuniendo el valor para contradecir a su marido - ¿Honestamente piensas que podrías haber evitado que el corazón de Candy amara a Terrence? ¿Pudiste hacerlo en Londres? Archie estaba sin palabras. Sus labios estaban presionados con frustración y rabia. Odiaba admitir que Annie tenía razón. Nadie podía detener a Candy cuando fijaba la mente –o el corazón – en algo. -Se han amado todos estos años a pesar de las circunstancias – continuó Annie – Cuando todos nosotros pensamos que su amor estaba muerto y olvidado, aun se continuaban amando a distancia. ¿No puedes sentirte conmovido ante un amor tan duradero y leal, Archie? Por favor, trata de ser razonable. -¡Tonterías! – se resistió Archie - ¡Es un maldito oportunista! No le permitiré ir más lejos con ella. -Archie, no hay nada que puedas hacer respecto a eso. Albert ya aceptó la petición de Terrence de la mano de Candy en matrimonio. -¿Todos se han vuelto locos? ¿Y desde cuándo conspiran a mis espaldas para proteger a ese canalla bueno para nada? – gritó él. -¡Desde que elegiste ser tan irracional! –explotó Annie, levantándose abruptamente – Te hubiera dicho desde el principio, pero siempre te mostrabas tan cortante respecto a Terrence cada vez que se tocaba el tema, que estaba segura que acabarías haciendo un berrinche como este cuando te enteraras. Entonces habrías discutido con Candy y ella te hubiera dicho que te alejaras …y …yo me hubiera sentido terriblemente mal de verlos a los dos peleados. ¡Sabes cuánto odio el conflicto! O aun peor, podrías haber llegado a confrontarlo a él, y ¡no es un hombre para meterse con él! ¡Tenía miedo por ti! Archie estaba sorprendido por la reacción y las palabras de Annie. No era del tipo de persona que levantara la voz y ahora le estaba prácticamente gritando. -¡Pero ahora me doy por vencida! – continuó ella – Si quieres seguir jugando al tonto, allá tú. Terrence y Candy llegarán en dos días y se quedarán aquí para la noche de Año Nuevo. Se casarán en enero. ¡Así que mejor te acostumbras a la idea y tratas de comportarte civilizadamente por una vez, o armas una escena y tendrás a todos, incluyéndome, en contra tuya! Antes de que Archie pudiera objetar las palabras de Annie, la joven salió llorando. Dejó a Archibald solo en el salón de música, enfurruñado y maldiciendo a todo el árbol genealógico de Terrence.
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Annie estaba sentada en su habitación, aun sollozando en silencio, tras la pelea con su esposo. Sabía que podía haber sido peor. Por ejemplo, si el mismo incidente hubiera ocurrido siete años antes, cuando aun no estaban casados, la reacción sobreprotectora de Archie hacia Candy la hubiera herido profundamente. ¡Se hubiera vuelto loca de celos! Y vaya si hubiera tenido razones para estarlo. Afortunadamente, las cosas habían cambiado mucho para ella los últimos diez años. Annie no estaba ciega. Sabía que la personalidad boyante y belleza de Candy habían despertado al hombre en Archie cuando aún era un niño. Más aun, Annie estaba convencida que los sentimientos de Archie habían pasado de ser una ilusión pasajera a una pasión más complicada cuando su primo e incluso su propio hermano habían participado; todos ellos igualmente encantados por la misma chica. Para empeorar las cosas, la fuerza de esa temprana atracción había crecido, gracias a la interacción diaria a la que estaban obligados desde la adopción de Candy. Con ojos más maduros, Annie podía darse cuenta como había sido verdaderamente imprudente poner a tres chicos, que estaban despertando a la masculinidad, bajo el mismo techo con una chica a la cual se sentían fuertemente atraídos. Si no hubiera sido por la buena naturaleza de los chicos y el afecto leal que se tenían entre ellos, las cosas pudieron haber salido muy mal. Annie admiraba a Archie y a Stair por su actitud caballerosa a tan temprana edad. Habían aceptado estoicamente la decisión de Candy. Para bien de Anthony y ella, se habían retirado con una madurez que envidiarían muchos hombres adultos. No obstante, sus corazones no habían resultado ilesos en el proceso. Lo que había sido una atracción adolescente, se convirtió en una pasión melancólica y reprimida. Siendo mayor y siempre más sereno que su hermano, Alistair había aceptado la situación más cortésmente. Archie la sufrió con mayor profundidad, especialmente cuando Candy continuó ignorando sus sentimientos tras la muerte de Anthony. En medio de todo esto, Terrence y la misma Annie habían entrado en escena, enredando inconscientemente más el problema. La atracción entre Terrence y Candice había sido inusitadamente fuerte desde el inicio y evidente para todo el mundo. Habría sido imposible evitarlo. Esa clase de sentimientos es incontrolable y dura toda la vida; una vez que se ha encendido, nadie puede hacer algo por apagarlo. Annie lo había visto, Archie no. Su corazón se había resistido, luchando con todas sus fuerzas para conservar su amor no correspondido. De cierta manera, el nexo de Annie hacia Archie había sido de una fuerza similar. No obstante, a los veintiséis años, Annie podía ver sus sentimientos hacia Archie a los quince años como inmaduros y egoístas, pero ciertamente no menos fuertes. Fue su fuerza interior lo que le permitió esperar un cambio en el corazón de Archie, sin importar los años y las circunstancias. Con el paso del tiempo, Annie se había preguntado cómo habría reaccionado si Candy hubiera correspondido a los sentimientos de Archie. ¿Hubiera tenido ella el valor de hacerse a un lado como lo había hecho Archie por Anthony? ¿Su amor por Candy y Archie habría alcanzado ese
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grado de generosidad? Annie se conocía bien, y tenía buenas razones para creer que no lo habría hecho. No se sentía orgullosa de esa debilidad. No obstante, sus defectos no evitaron que comprendiera que esa falta de generosidad era perversa, especialmente cuando se llevaba al extremo de separar dos almas que se amaban. Por tanto, claramente había considerado diabólica e ilegítima la intervención de Susannah en las vidas de Terrence y Candy. Annie estaba agradecida de no haberse encontrado nunca en una situación similar entre Candy y Archie. Visto en perspectiva, su historia con Archie había sido mucho más afortunada. Habían tenido una relación por seis años cuando finalmente se casaron, en 1919. En todo ese tiempo, los sentimientos de Archie por Candy habían cedido. Había sido una transformación lenta, difícil de percibir, incluso para los ojos vigilantes de Annie. Archie no recibió una señal por parte de Candy, nunca sintió ser el único dueño de esa particular sonrisa de ella. Así que, casi imperceptiblemente, sus tiernos sentimientos por ella cambiaron. Después, cuando formalmente anunció su compromiso con Annie, tuvo que enfrentar una gran oposición para llevarla finalmente al altar. Las objeciones habían sido tan fuertes, que, de no haber sido por el decidido respaldo de Albert, Annie y Archie hubieran tenido que fugarse. En ese tiempo, Archie estaba estudiando Administración en Harvard. Habían estado separados por más de seis meses y Archie había descubierto que la distancia alteraba y profundizaba su corazón. Sin querer esperar por más tiempo, le había propuesto matrimonio un año antes de terminar la carrera. La noticia no fue bien recibida por los Andley. Como suele suceder en esos casos, la oposición de la familia había terminado por crear un lazo más fuerte e íntimo entre los dos y Annie estaba agradecida por eso. En su mente y corazón, esos tiempos difíciles se habían convertido en los recuerdos más entrañables de su propia historia de amor. Habían tratado primero de anunciar su intención de casarse cuando Albert estaba fuera en uno de sus viajes de negocios, pero la familia no lo había aceptado. Ella recordaba que la Tía Elroy había prohibido a Archie visitar a su prometida, y los Britter, ofendidos por tal humillación pública, fueron inflexibles en no promover la relación entre Cornwell y su hija. Aun así, Archie la continuó viendo en secreto, viajando desde Cambridge casi todos los fines de semana, reafirmándole que nada podría detenerlo para convertirla en su esposa. Annie recordó que en una de esas ocasiones, Archie le dijo por primera vez que la amaba y sus palabras habían sido sinceras. Albert regresó de su viaje y arregló todo para que pudieran casarse como lo deseaban. Una vez casados, Annie y Archie habían descubierto los misterios del amor físico. Esta nueva intimidad eventualmente los había unido llevándolos a un nivel más alto. Finalmente, su incursión en la paternidad los había acercado tanto como debe ser entre marido y mujer. El amor paciente de Annie, que había crecido en profundidad y perdido egoísmo, había ganado finalmente el corazón de Archie. A pesar de esas grandes victorias, Annie sabía que para Archie, Candy siempre sería un punto débil. Ella había sido su primer amor y ambos compartían recuerdos de los idílicos días en los que vivieron juntos como familia, aunque hubiera sido por poco tiempo. También habían
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llorado juntos la pérdida de sus seres amados y normalmente ese tipo de cosas crean lazos tan fuertes como los de la sangre. Nadie podía borrar eso, aun intentándolo. Para resumir, el afecto de Archie hacia Candy se había transformado, cambiando en el tipo de amor pero sin perder profundidad. De cierta manera, los sentimientos actuales de Archie por ella parecían los de un hermano posesivo, sobreprotector y exageradamente pendiente de su bienestar. Annie recordó que él siempre se había opuesto a sus planes de encontrarle pareja a Candy. A los ojos de Archie, ningún pretendiente parecía lo suficientemente bueno para su queridísima Candy. A todos les faltaba algo, ya fuera dinero, linaje, carácter, buena educación o temperamento. Pero en opinión de Archie, cualquiera de esos candidatos imperfectos hubiera sido mil millones de veces preferible que el indignante Terrence Graham Grandchester. Creía firmemente que Terrence había sido el único responsable de los sufrimientos de Candy en el pasado. Desafortunadamente, ese era el hombre que Candy había elegido. Este hecho colocaba a Annie a mitad de una situación que siempre había temido; el conflicto abierto entre los sentimientos de sus seres más queridos. Sin embargo, por primera vez en su vida, estaba decidida. Apoyaría a Candy en esto, incluso contra su queridísimo esposo. Esta vez, no le iba a fallar a Candy. Le debía por lo menos esta prueba de lealtad. Annie suspiró de nuevo, secando la última lágrima con su pañuelo húmedo, cuando se abrió la puerta de su recámara. Su esposo entró y encendiendo las luces, se acercó a ella. Annie sintió su presencia, pero no levantó la vista para verlo. Sus pasos sonaban pesados y cansados. El joven se paró frente a ella, viendo a su esposa con expresión vacía por un momento. Después, se arrodilló a sus pies, colocando cada mano en los descansabrazos de la silla de Annie. -Perdóname, cariño. Te acusé injustamente- dijo él ansiosamente los de ella.
arrepentido, sus ojos buscando
Annie finalmente lo miró. Sus ojos castaños estaban tan hinchados y rojos como los de ella. Ella pensó que no lo había visto tan descompuesto en un largo tiempo. Su corazón se encogió y sus manos fueron inmediatamente a sus mejillas. -Está bien, Archie, entiendo cómo te sentiste…amo a Candy tanto como tú…-susurró ella. Aun dudosa, añadió: - pero créeme, no hay razón para temer. Candy estará bien con Terrence. El rostro de Archie se nubló. Podía haberse arrepentido de su reacción explosiva; pero su opinión sobre Terrence se mantenía intacta. -Desearía sentir lo mismo que tú. Es solo que no confío en él – respondió. Annie entendió que las guerras no se ganan en una sola batalla. Sonrió tímidamente, mientras acariciaba tiernamente el guapo rostro de su esposo.
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-Lo sé Archie, pero Candy es una mujer adulta, y una especialmente independiente en esas cuestiones. ¿Crees que se molestaría en complacernos al elegir esposo? Archie negó con la cabeza y suspiró profundamente. -Entonces, ¿por lo menos podemos tratar de dar la bienvenida a Terrence apropiadamente, como corresponde al futuro marido de Candy? – se atrevió a preguntar, sabiendo que tal vez había llegado muy lejos. -Annie. - Le advirtió con los ojos brillando con necia determinación – Solo puedo prometer que seré educado. Tienes mi palabra… Pero no puedo fingir que me emociona que se lleve a mi prima con él, como si la mereciera. Además, si da un paso en falso que pueda herir a Candy, uno solo, lo pagará caro. -Eso no sucederá, Archie. Ya lo verás – contestó Annie levantándose y guiando a Archie para que hiciera lo mismo – Todo estará bien – finalizó, recargando la cabeza en el pecho de su esposo. En su interior, rezó para que los dos jóvenes de cabeza caliente pudieran aparentar civilidad, solo por el bien de Candy. Los novios llegaron a Chicago la mañana del 28 de diciembre. Como siempre, George Johnson los recibió en la estación con su característica amabilidad silenciosa. Albert le había contado la versión resumida de la historia, pero ahora, al ver a la joven, George podía llenar los vacíos que su patrón había dejado en blanco. Desde que Candy bajó del tren, Johnson observó la extraordinaria transformación en la conducta de la joven. Si normalmente era alegre, ahora estaba radiante; si siempre había sido una chica bonita, ahora se veía deslumbrante; si había sido una tormenta, ahora era un torbellino. Y el responsable de esos cambios era este joven más bien duro, que caminaba a su lado. George tuvo un extraño sentimiento de deja vú. El viaje a la mansión Andley no había sido aburrido. George siempre había sido del tipo callado y Terrence nunca había sido locuaz con extraños, pero Candy habló la mayor parte del tiempo, convirtiéndose en el puente entre sus dos acompañantes. Al final, había sido posible entablar conversación y en cierto momento incluso una breve sonrisa había aparecido en el rostro de su prometido. Cuando finalmente llegaron a la casa, Albert ya los estaba esperando junto a los Cornwell en el vestíbulo. Curiosamente, antes de que pudieran intercambiar saludos, el pequeño Alistair se lanzó a los brazos de Terrence, antes incluso de notar a Candy. -¡Tío G! ¡Estás aquí! - chilló el niño alegremente - ¡Viniste a jugal conmigo! Candy y Albert rieron abiertamente, y algo en sus caras sonrientes les hizo parecer más que nunca hermanos; Annie sonrió tenuemente como acostumbraba y los ojos de Archie se salieron de sus órbitas. A continuación, miró interrogante a su esposa. -Stair lo conoció en el Hogar de Pony – murmuró ella.
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Archie no contestó pero no pudo reprimir su disgusto. Una cosa era que su prima predilecta estuviera involucrada románticamente con un hombre que no le gustaba, pero que su propio hijo interactuara con dicho hombre sin su conocimiento era demasiado para soportar. Afortunadamente, los demás no notaron nada fuera de lugar, ya que Albert estaba ocupado abrazando a su viejo amigo, feliz en su interior de recibirlo en su hogar. Enseguida, Terrence volteó a ver a Annie. -Es un placer volver a verla, Sra. Cornwell – saludó besando la mano de Annie con un ligero toque, sus ojos mirándola con mudo agradecimiento. -El placer es mío. Y el nombre es Annie – contestó ella. Reconociendo con una inclinación la apertura de Annie para dirigirse a ella en un tono más informal, Terrence se movió ligeramente para saludar a su esposo. Sabía perfectamente que no podía esperar la misma amabilidad del padre como la había recibido del hijo. -Ha pasado mucho tiempo, Cornwell – dijo el invitado tendiéndole la mano a Archibald – Me alegra encontrarte tan bien. -Gracias. Espero que hayan tenido un buen viaje, Grandchester – contestó Archie fríamente, dirigiéndose a Terrence con reservas. - Oh, si lo tuvimos – intervino Candy abrazando brevemente a su primo – De hecho un viaje maravilloso, considerando especialmente la ventisca de la semana pasada. Ahora, por amor de Dios chicos, ¿podrían alimentar a este par de viajeros muertos de hambre? -Está bien, pero debes prometer que no te comerás el postre antes de que terminemos el primer platillo – intervino Albert con afecto colocando su mano en el hombro de Candy. -¿Vas a empezar ahora, Bert? Ciertamente estás malinterpretando los acontecimientos de nuestra última cena. ¿Qué pensará Terry de mi? – dijo en broma. - Solo que mi dama es una golosa, pero eso lo sé desde hace mucho tiempo – dijo el hombre en cuestión, guiñándole el ojo. Candy hizo un puchero y le lanzó un beso a su prometido, y después enganchando una mano al brazo de Albert y la otra en el de Terrence, dirigió a la comitiva hacia el comedor. Detrás, Archie los siguió, cargando posesivamente a Alistair. En su interior, se encogía cada vez que Candy lanzaba una cariñosa mirada hacia Terrence y se preguntaba cuánto podría soportar en una sola tarde.
A pesar de las pobres expectativas de Archie, la comida había transcurrido bastante bien. El tiempo había pasado sin eventos desagradables y la conversación había fluido maravillosamente, en parte porque Candy no se quedaba sin palabras y parte porque Albert y Terrence se conectaban tan bien que podían hablar horas acerca de todo y nada en especial.
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Annie, por supuesto, apenas hizo algún comentario, pero no era nada ajeno al carácter de la joven; su esposo también permaneció la mayor parte del tiempo en silencio, pero nadie de los presentes esperaba que estuviera en su mejor momento en la primera reunión con su antiguo compañero de clases. Tras la comida, los huéspedes se retiraron a sus respectivas habitaciones para cambiar su ropa de viaje. Más tarde, se enfrentarían a la formidable Tía Elroy, que había preferido permanecer en sus habitaciones durante la comida y conocer a Terrence Graham en su salón privado, a la hora del té. Como se esperaba, la anciana había estado reacia a la idea de que Candy se casara tan pronto. A pesar de la renuencia manifestada por mucho tiempo para recibir a Candy como una verdadera Andley, durante los últimos años, la viuda había desarrollado cierto grado de aceptación hacia su sobrina adoptiva, y ahora no estaba tan contenta de dejarla ir. De hecho, cuando Albert le dio la noticia, sus alarmas se habían encendido inmediatamente. El hombre en cuestión podía ser un cazafortunas sin educación o conexiones, que podía representar un problema para toda la familia, Podría ser desastroso aprobar ese matrimonio sin un análisis cuidadoso. Por tanto, la Tía Elroy había hecho todas las preguntas posibles que una matrona pudiera plantear en un caso como ese. Albert la complació con tantos detalles como creyó que pudiera digerir. Saber que Candy había conocido a Terrence en el Colegio San Pablo fue un buen inicio. Solo el hijo de una familia acomodada habría asistido a ese colegio. Por otra parte, el argumento más espinoso contra su idoneidad era que se dedicara al mundo del espectáculo. La Tía Elroy era una dama de la vieja escuela, que aun creía que los actores y actrices eran meramente unos liberales inmorales, con quienes las familias republicanas decentes como la de ella, no tenían nada que ver. No obstante, considerando que él era un actor de obras de Shakespeare con un gran nombre y una situación cómoda, estuvo más inclinada a consentir, especialmente recordando su origen noble. Después de todo, un aristócrata inglés, sin importar que estuviera alejado de su padre, era una ganancia para la familia por lo que se refería a conexiones. De cierta manera, la Tía Elroy no hubiera esperado que Candy lo hiciera tan bien. Ya que había rechazado el matrimonio con Neil Leagan, la anciana temía que un día la rubia terminara casándose con un vulgar patán campirano. Además, el hombre nunca se había casado, no tenía hijos y tenía una edad aceptable. Así que la Tía Elroy se sintió más o menos satisfecha cuando Albert terminó su relato. Claro que había hecho prometer a su sobrino que se prepararía un acuerdo prenupcial aceptable para proteger los mejores intereses de la familia y hacer los arreglos correspondientes respecto del fideicomiso de Candy. Por lo que concernía a la fecha de la boda, se opuso firmemente a la idea. Una Andley debía casarse con todos los honores que correspondían a su estatus, en el tiempo adecuado. Por supuesto, la anciana también tuvo sospechas sobre la urgencia de la boda. Pero Albert alegó que Candy y su prometido simplemente estaban muy enamorados y se negaban a estar separados. Albert también le recordó intencionadamente a su tía que ya que Candy había sido siempre tan voluntariosa, podía fugarse si se contradecían sus deseos de casarse pronto. Esta
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última sugerencia trajo a la Tía Elroy el recuerdo del escándalo de la fuga de Rosemary con el Capitán Brown treinta años antes. No queriendo que se repitiera el embarazoso evento, aceptó con la condición de que primero debía conocer al novio. Tras la entrevista, Albert estaba feliz con su éxito. La verdad era que ni a Terrence ni a Candy les importaba un comino tener la aprobación de la Tía Elroy, pero el bueno de Albert, a pesar de su deseo inicial de impactar a su tía, como en los viejos tiempos, había decidido que era mejor si ella estaba de acuerdo con todo el plan. No quería arriesgar su salud con un disgusto. Así que cuando llegó la hora de que Candy le presentara a su prometido, el camino ya estaba bien preparado por el astuto Albert. Cuando lo presentaron a la anciana y porque de cierta manera sentía que esa entrevista podía ser importante para mantener la paz entre los miembros de la casa de Albert, Terrence desplegó sus buenos modales. Aceptó explicar, aunque brevemente, el estado de sus asuntos laborales y financieros. Cuando se le preguntó acerca de la relación con su padre, fue menos accesible, diciendo simplemente que no habían estado en contacto por los últimos once años. Sin embargo, no ahorró palabras para explicarle a la anciana viuda que sus sentimientos por su sobrina databan de hace mucho tiempo y que era un hombre de recursos suficientes para proveerle lo necesario. En el momento que la Tía Elroy mencionó el fideicomiso de Candy, el joven aclaró que no necesitaba el dinero y que haría arreglos con Albert para que solo Candy dispusiera del dinero como mejor lo considerara, sin su intervención o beneficio. Este último gesto acabó por ganar la voluntad de la anciana, al punto de que incluso consintió en la acelerada boda. Sin embargo, cuando le informaron que el evento se llevaría a cabo en la capilla del Hogar de Pony, casi se desmayó. Candy señaló ingeniosamente que ya que la boda sería un asunto privado, los miembros de la sociedad de Chicago nunca se enterarían de los detalles del lugar donde se celebraría. Solo el círculo más cercano – incluyéndola a ella, por supuesto – estarían invitados. La Tía Elroy agradeció que la incluyeran, pero teniendo ciertos reparos de viajar a un lugar desconocido que no contaba con todas las comodidades disponibles, dijo que tal vez la boda debiera tener lugar sin su presencia. No obstante sus reservas, la dama concluyó que aprobaba el enlace, aun cuando hubiera preferido una gran boda en Chicago. Sin embargo, ya que la pareja no iba a cambiar sus planes, les deseó lo mejor.
En los siguientes días, Terrence estuvo observando de cerca a Archibald Cornwell y sabía que Cornwell estaba haciendo lo mismo. Al principio, el actor temía que, a pesar de los años, Archibald todavía estuviera encaprichado con Candy aun casado con otra mujer. No obstante, tras una cuidadosa inspección de las interacciones de Archibald con su esposa, Terrence desechó esa hipótesis. Era evidente que las maneras serenas de la refinada Anne Cornwell habían ganado su corazón. Terrence se sintió aliviado. Aun así, como lo había sospechado por mucho tiempo, Cornwell no estaba contento con la reaparición de Terrence en la vida de su prima. De cierta manera, Terrence entendía los sentimientos de Cornwell. El actor creía que su prometida aun no le había contado la historia
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completa de sus experiencias durante su larga separación. También creía que Cornwell, habiendo presenciado su angustia, como miembro de su círculo íntimo de amigos, no apreciaba el papel de Terrence en la historia. En ese punto, por lo menos, Terrence pensaba que no podía estar más de acuerdo con su antiguo compañero de colegio. La pregunta era cuanto podía aguantar el fuerte temperamento de Terrence el celo fraternal de Cornwell, que para su gusto, estaba un poco fuera de lugar. Pero Archibald Cornwell no era la peor parte del paquete que venía al casarse con Candy. Terrence sabía que la Noche de Año Nuevo traería el reto de enfrentar a los Leagan y a otros parientes desconocidos que asistirían al baile que se había preparado para la ocasión. Si Terrence hubiera estado solo, no le hubiera importado como tratar a esas personas. Pero ahora entendía que eran la familia de Candy y Albert y por su bien, debía hacer su mejor esfuerzo para sobrevivir a la velada sin ofender a nadie y ciertamente sin dejar alguna nariz sangrando. El joven estaba perdido en esos pensamientos mientras esperaba a Albert en su oficina. Tenían una cita programada para discutir los aspectos financieros del acuerdo prenupcial. Mientras esperaba, sus ojos inspeccionaron la habitación tratando de familiarizarse con lo que lo rodeaba. A diferencia de la oficina de su padre, que recordaba solemne y oscuro, esta estaba pintada con colores más cálidos, y los muebles eran menos pretenciosos, pero refinados y lujosos. Terrence caminó hacia la chimenea de mármol para inspeccionar de cerca el retrato de Rosemary Brown que colgaba encima. Hasta ese momento, no había tiempo de evaluar el tan comentado extraordinario parecido entre su prometida y la hermana fallecida de Albert. -Si el pintor fue fiel a la modelo – pensó él, con la mano derecha acariciando la barbilla – el cabello no es exactamente del mismo tono dorado. El de Candy es ligeramente más oscuro y los rizos más marcados. Tampoco hay pecas en este retrato. Además, la nariz… - dijo entrecerrando los ojos – la de Candy es más pequeña y respingada – el mero recuerdo de ese rasgo particular de su amada le provocó ganas de besarle la punta de la nariz. Después, concentrándose en mirar, su valoración cambió. -Los ojos… ¡Por mil demonios! – se detuvo, dándose cuenta de que el parecido era sorprendente. No era solo el mismo tono de verde jade, sino que ahí estaban la forma y expresión que habían robado su corazón. Después vio la misma forma ovalada de la mandíbula, tan parecida a la de Candy y los labios curveados en una tímida sonrisa. -La sonrisa de Candy es siempre más grande, pero aun así hay algo en esta sonrisa que me recuerda mucho la de ella. Si, debo admitir que es una coincidencia extraordinaria. Terrence suspiró, pensando que extrañaba la presencia de Candy. En los días anteriores habían estado siempre rodeados por parientes, con muy pocas oportunidades de estar solos. Sonrió de medio lado pensando que era irónico que de alguna manera hubiera podido sobrevivir muchos años estando lejos de ella, pero ahora que finalmente habían llegado a un
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entendimiento, le estaba resultando insoportable pasar un solo día sin besarla, aunque fuera una vez. Pero besarse apropiadamente había sido prácticamente imposible esos días. -Especialmente cuando ese perro guardián de Cornwell está cerca. ¡Maldita sea! ¿Quién se cree que es? Es fácil jugar al chaperón cuando él puede estar acogedoramente con su esposa cada noche. Ver a Candy todos los días tampoco ayudaba. Su deseo crecía cada minuto hasta un punto que era casi insoportable. Continuó paseando por la habitación mientras encendía un cigarrillo, lo que era una señal clara de su nerviosismo creciente. Se acercó a la ventana recargando el cuerpo contra el marco, para observar los patrones de las vidrieras de cristal soplado. Sin encontrar algo con lo que distraerse, volteó hacia el escritorio de Albert, llamándole la atención una foto en un marco plateado. Se acercó para observar la foto. Era un chico, rubio como un ángel, con el par de ojos claros más grande que Terrence hubiera visto. Su expresión era serena con un dejo de dulzura en su sonrisa amable. Pero, tras la fachada angelical, el chico parecía proyectar una madurez, tal vez una tristeza, que iba más allá de su edad. Después, sin entender cómo, Terrence supo que sostenía la imagen del tiempo atrás fallecido Anthony Brown. Sintió una punzada conocida en el corazón. Instintivamente, volteó la foto boca abajo, incapaz de continuar viendo su cara. Estaba haciendo eso, cuando Albert entró, sorprendiéndolo en el acto. -Si, ese era mi sobrino, Anthony – dijo Albert mientras se acercaba al escritorio. -Creo que…lo adiviné – respondió Terrence apagando su cigarrillo en un cenicero de cristal encima del escritorio de Albert. Como si el gesto de Terrence de poner la foto boca abajo no hubiera sido suficiente, la peculiar incomodidad en su voz lo delató completamente. Los anchos hombros de Albert comenzaron a temblar ligeramente, mientras su boca se contraía tratando de reprimir su propia reacción. Era evidente que estaba tratando de amortiguar la risa, pero fallaba miserablemente. Finalmente, incapaz de contenerse, el hombre se empezó a carcajear mientras lanzaba levemente la cabeza hacia atrás. -Por favor, ¿Puedes explicarme que es tan gracioso? – preguntó Terrence evidentemente molesto con la risa de su amigo. -Tú ciertamente lo eres, amigo.- respondió Albert aun riéndose mientras se sentaba frente al escritorio – ¡Dios, verdaderamente me hizo gracia esto! -Me alegra que me encuentres tan cómico – se unió Terrence tratando de recuperar su acostumbrada indiferencia, mientras se sentaba frente a Albert – Los directores con los que he trabajado no creen que sea un buen comediante.
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-¿Alguna vez le darás un descanso a mi pobre sobrino? – preguntó Albert sin perder la sonrisa y poniendo la foto en su lugar original – Vamos, tú estás vivo y ella va a ser tu esposa. ¿Te podrías relajar un poco? Terrence desvió la mirada y haciendo un esfuerzo para recobrar la frialdad, acabó por admitir que su amigo tenía buenas razones para reír. -Está bien, reconozco que algunas veces puedo ser un estúpido – dijo renuente. Albert suspiró cruzando las piernas y mirando a su amigo. -Es bueno que lo puedas ver, Terrence – respondió el rubio, y después poniéndose serio añadió – pero debes tener cuidado con eso, amigo. Estás por casarte con una mujer briosa que, a pesar de su amor por ti, no te permitirá encerrarla en una jaula. Recuerda que el monstruo de ojos verdes3 es mal consejero. -Lo sé, querido Iago4 y créeme, hago lo mejor que puedo. -Sinceramente así lo espero – intervino Albert. En ese momento, George Johnson entró a la habitación y comenzaron a hablar de negocios.
Candy vio por centésima vez el vestido que iba a usar esa noche. Aun dudaba de su elección. Lo había comprado tentada por su delicado tono crema-champaña. El corpiño estaba atado a la altura de las caderas con una luna creciente dorada con cuentas de cristal en un lado, que también le gustaba mucho. Sin embargo, en una segunda inspección, no estaba muy convencida con la espalda baja y la falda corte sirena. Esto último lo consideraba poco práctico y lo primero la hacía sentir pudorosa. Gastar tiempo en este tipo de consideraciones la hacía sentir tonta. Había cosas más serias que enfrentar esa noche. Estaba a punto de presentar a su prometido a la “creme de la creme” de la sociedad de Chicago y enfrentar lo que estaba segura sería una desaprobación decidida. Claro que no le importaba mucho si no estaban complacidos. Quería tener el ingenio agudo y estar lista para defenderse con elegancia y dejar que el mundo supiera que no necesitaba obtener sus favores celebrando la boda del siglo. Las hienas estarían ahí, buscando la carroña cada vez que pudieran. No se los iba a poner fácil. Cuando era niña y trabajaba para los Leagan, había usado los puños para defenderse. Como adulta, había aprendido a luchar con las palabras y dejar callada a más de una dama cabeza hueca. Si creían que una huérfana era una víctima fácil para atacar en un salón de baile, estaban equivocadas. Así que concentrándose más en su estrategia, finalmente se empezó a vestir, o más bien desvestirse primero, porque no había manera que una camisola funcionara con una espalda tan baja como la de su vestido. 3 Albert hace referencia a Otelo de Shakespeare. El monstruo de ojos verdes sería el monstruo de los celos. 4 Principal villano de Otelo.
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Cuando había acabado, vio su reflejo en el espejo y reconoció que a pesar de los inconvenientes, el vestido le quedaba muy bien. Cuando se estaba maquillando, comenzó a pensar acerca del otro gran tema de la noche que era el que verdaderamente le importaba. Era 31 de diciembre. Esa misma mañana había recibido un vistoso arreglo floral con doce tulipanes de un tono rojo carmesí que nunca había visto. Estos tulipanes tenían un centro de textura aterciopelada, casi negro. Algo que no había visto en otras variantes de la especie. El efecto de ese contraste la hipnotizó por un buen rato. La tarjeta que venía con el arreglo no tenía firma y el mensaje tenía solo tres palabras: “Auld Land Syne”5 Candy no necesitó más palabras para saber quién enviaba el arreglo y por qué motivo. Doce años antes había conocido al hombre de su vida y con seguridad él estaba dejando claro que no lo había olvidado. Ese pensamiento hizo que su corazón vibrara. Esperaba que a pesar de la presencia de “la manada” (refiriéndose a las hienas), aun podría encontrar la forma de disfrutar la velada con Terrence, y si era posible, robar un momento en privado. Aun debía descubrir cómo iba a hacer eso. La joven vio pícaramente el lápiz labial que tenía en sus manos. Annie había insistido que el rojo brillante era lo nuevo. Claro que Candy adoraba la idea, pero no había visto a nadie usando un color tan brillante. De hecho, maquillarse era una moda nueva no aceptada en su totalidad por las viudas, pero Candy era una entusiasta de la tendencia. Sonrió pensando que para una velada inolvidable, merecía la pena hacer algo atrevido. Se estaba poniendo el lápiz labial cuando llamaron a la puerta. -Pase. Está abierto – dijo aun sentada en su tocador Luis XVI. Cuando se abrió la puerta, pudo ver en el espejo triple, el reflejo de la elegante figura de Terrence entrando a la habitación. El frac cruzado que usaba lo hacía lucir como nunca. Se preguntó si alguna vez sería capaz de mirarlo sin sentirse afectada. A pesar de su acostumbrada conducta distante, Terrence no era ajeno a las mismas agitaciones que Candy experimentaba. Mientras entraba a la habitación, no pudo evitar sentirse atraído por la presencia de la joven. Se detuvo a la mitad de la habitación mirándola ligeramente desconcertado. -Veo que aun no estás lista. Volveré en un par de minutos entonces – ofreció volteándose para salir. -No, espera. Me tengo que poner este collar, pero el broche siempre me da problemas, ¿me puedes ayudar? – le pidió levantándose para darle el collar con cabujones en forma de luna a lo largo de la cadena de oro.
5 Auld Lang Syne" es un poema escocés escrito por Robert Burns en 1788 y convertido en canción tradicional. Es muy conocida en muchos países, especialmente de habla inglesa ya que se acostumbra despedir el año con ella al filo de la medianoche.
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El no respondió, pero al tomar la joya, ella supuso que iba a hacerlo. Le dio la espalda e inclinó ligeramente la cabeza para que pudiera abrochar mejor el collar. Entonces, sintió la superficie pulida de las piedras cayendo en el lugar correcto alrededor de su cuello, y escuchó el chasquido del broche. Después, silencio. La luz ambarina de la habitación hacía que la piel de Candy brillara como madreperla. Sin ver a Terrence, Candy pudo distinguir sus ojos recorriendo su espalda desnuda. Recordó haber sentido lo mismo la noche en Pittsburgh. Pero esta vez, también distinguió claramente la creciente pesadez de su propia respiración. El cuerpo de Terrence estaba a unos centímetros del de ella, sin embargo, no se estaban tocando. De esa forma, era casi surrealista sentir la piel de ella temblando bajo el intenso efecto de su mirada. Ella cerró los ojos para concentrarse en la sensación que parecía nacer en lo profundo de su ser, como un dolor agudo y aun así delicioso que corría desde el centro de su vientre hasta cubrir cada célula y hacer que su piel se erizara. Por un instante, con los párpados aun cerrados, se sintió caer en un medio líquido, descartando cualquier otra cosa que la hubiera estado molestando esa tarde. Un solo pensamiento llenaba su cabeza; sentirlo cerca, más cerca que nunca. Era una necesidad que todo lo consumía y que la asustaba intensamente. Aun así, no se tocaban. -¿Es esto a lo que llaman deseo?- Se preguntó en silencio. -¿Lo sientes, amor? – le preguntó él con voz baja y suave, y ella abrió los ojos, dejando salir un suspiro que no sabía que retenía. Ella no respondió, pero él supo que había entendido lo que quería decir. –Debes saber que, si te tocara ahora – dijo él con dificultad- todo cambiaría entre tú y yo. Aun cuando nada podría agradarme más, no estoy seguro como te haría sentir. -No… no lo sé – contestó Candy impactada al darse cuenta que se inclinaba más a decir que no le importaría para nada si se atreviera. Sin embargo, no verbalizó sus pensamientos. -Entonces, si no estás decidida, creo que debemos esperar. Por el momento, si estás de acuerdo, te esperaré fuera. – propuso él. Candy vio lo sabio del plan y lo dejó marcharse.
-¿Qué demonios me sucede? – se preguntó Terrence, mientras esperaba a su novia. Apenas podía creer que de hecho le había propuesto a Candy anticipar sus votos. Tras todos los esfuerzos que había hecho para mantener las cosas en terreno seguro, solo por salud mental, por poco echa todo a la basura. Le importaba un comino lo que la sociedad pudiera pensar. Si el mundo se rigiera con base en sus estándares, seguramente le hubiera hecho el amor desde esa noche en la cabaña. Pero él estaba consciente que ella veía la vida de otra manera. Por el bien de ella, estaba dispuesto a esperar. Hasta ese momento, se sentía satisfecho de haber encarado todas las sospechas sobre su boda sin tener nada que ocultar. Después de todo, era cuestión de días. ¿No era él un adulto perfectamente capaz de mantener el control sobre sus impulsos?
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Entonces, ¿qué estaba pensando cuando se atrevió a preguntarle si ella…? -No me reconozco a mí mismo… ¡y lo que es más sorprendente es que ella de hecho dudó! ¡No me dio un no definitivo! – y no pudo contener la sonrisa. Terrence conocía bastante bien el carácter obstinado de Candy para entender que, si se hubiera ofendido, le hubiera dicho bastantes cosas sin reservas; pero no lo había hecho. Tembló de alegría ante el simple pensamiento. En ese momento, Candy se unió a él en el pasillo y juntos bajaron al salón de baile. Algunos invitados ya habían llegado, pero estaban ocupados principalmente en presentar sus respetos a Albert y la Tía Elroy. Desde una de las esquinas del gran salón, sonaba un fondo musical suave proveniente de una orquesta de cuerdas, mientras los invitados se mezclaban y saludaban. Annie se encontró con los novios al final de la escalera y los acompañó mientras presentaban a Terrence a algunos de los miembros más ancianos de la familia que ya estaban reunidos en el comedor. Más de una ceja se alzó ante la noticia de que la Srita. Andley pretendía casarse con un actor muy conocido en una ceremonia privada, sin tomar en cuenta a la amable sociedad de Chicago. No obstante, los ancianos del clan no se atrevieron a manifestar abiertamente su desaprobación. Habían escuchado que Elroy había consentido el matrimonio, con base en las conexiones del novio y no planeaban contradecirla, por lo menos no en público. Mientras avanzaba la noche, llegaban más y más invitados. Damas con turbantes a la moda y tocados con plumas o apliques de brillantes, y caballeros con chalecos blancos bajo sus fracs pronto llenaron el salón. Más de un ojo femenino captó la presencia del elegante hombre que estaba siendo presentado como el prometido de Candice Andley. Varias de esas damas lo habían visto ya por lo menos una vez en sus vidas, pero solo sobre el escenario mientras daba vida a uno y otro personaje. Verlo a una distancia tan corta y ser capaces de sostener con él una breve conversación era sin duda una experiencia para recordar. Terrence Graham podría no ser millonario, pero más de una de las damas millonarias de esa velada pensaba que no le importaría el tamaño de su cuenta bancaria, si un hombre como ese les hubiera propuesto matrimonio. Y ahora, de todas las mujeres disponibles, había escogido a la vulgar Candice Andley, una don nadie sin padres que tuvo la suerte de ser adoptada por la cabeza de su clan. ¡Qué ironía! ¡Qué desilusión! ¡Qué desperdicio! Candy conocía a las mujeres de su clan y sabía que no estaba entre sus favoritas, especialmente entre las jóvenes. Podía ver la envidia disfrazada pobremente en sus sonrisas fingidas y felicitaciones no sinceras. No obstante, firmemente sujeta al brazo de Terrence mientras avanzaba a través del salón de baile hablando con ellas, sentía que podía afrontar todo. Así, que las miradas intencionadas que algunas mujeres dirigían a su prometido y los ocasionales comentarios ponzoñosos lanzados hacia ella no la molestaban en lo más mínimo. Jugó el juego y defendió su terreno bastante bien sin gran inquietud. Terrence también sintió la presión de las miradas femeninas, pero de cierta manera ya estaba acostumbrado. No obstante, estaba mucho más consciente de las miradas de otros hombres
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hacia la pequeña rubia hermosa que iba de su brazo. Entendía que los hombres de su edad e incluso mayores pudieran ver naturalmente con admiración su figura y ojos increíblemente expresivos. Más aun, de vez en cuando, veía a uno o dos hombres observándolo a él con la típica actitud de quien renuentemente acepta la derrota. -¿Sería ese uno de los pretendientes de Candy? – estuvo tentado a preguntar. La sola idea le hacía hervir la sangre; sin embargo, hizo su mejor esfuerzo para descartar esos pensamientos lo antes posible. Después de todo, ella estaba a su lado y era su anillo el que estaba usando. Como era su costumbre, los Leagan llegaron más tarde que la mayoría de los invitados. El baile estaba por comenzar cuando Eliza Leagan, vestida con un lujoso vestido dorado de lamé y con la frente adornada con un tocado de plumas, entró al salón. Sus padres y hermano la siguieron algunos metros detrás. Se quedó de pie en el vestíbulo, pensando que los caballeros podían apreciar mejor su figura si se quedaba ahí en la pose correcta por un momento. Mientras repasaba el salón estudiando a la multitud, no pudo creer lo que veían sus ojos cuando notó la figura alta y arrogante de Terrence Graham. La pelirroja rápidamente revisó su atuendo y encontrándose de lo mejor, caminó decididamente al grupo con el que Graham conversaba. -¡Por Dios! ¡Qué agradable sorpresa, Terry! ¡Hace mucho que no nos veíamos, querido! – interrumpió entusiasta, ofreciéndole su mano para que la besara, sin notar que era la mismísima Tía Elroy quien estaba conversando con Terrence. -Creo que aun se acostumbra que los jóvenes saluden primero a sus mayores. Buenas noches, Eliza – dijo la Tía Elroy visiblemente disgustada. - Disculpe usted, querida Tía, pero en mi prisa por saludar a mi viejo amigo, Terry, no me di cuenta que usted estaba aquí. Perdone usted – dijo Eliza, mientras retiraba discretamente la mano, viendo que Terrence no tenía intención ni de besarla ni estrecharla. - Eso está bien – respondió la Tía Elroy y añadió – Me alegra que estés ansiosa de reencontrarte con el Sr. Graham ya que pronto se convertirá en parte de nuestra familia. -¿Convertirse … en parte de nuestra familia? – preguntó Eliza con palabras vacilantes, confundida por un segundo. Fue en ese preciso momento que Candy, a quien otros familiares la habían distraído por un momento, se unió a Terrence y a la Tía Elroy. Él inmediatamente rodeó sus hombros con el brazo y se dirigió a la Srita. Leagan. -Bueno Eliza, lo que tu tía está tratando de decir es que Candy y yo estamos comprometidos para casarnos este próximo enero. Así que supongo que seremos primos, o algo por el estilo – dijo el hombre dirigiéndose a la Srita. Leagan con tono despectivo, especialmente cuando pronunció la palabra “primos”. Eliza palideció por un instante. Para ella, el más insignificante ejemplo que pudiera sugerir que Candice pudiera ser considerada como su superior social era una ofensa imperdonable. Pero saber que la chica de establo iba a casarse con un hombre como ese, mientras ella, mucho más
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bella y de una familia de reputación, no había recibido una propuesta formal aun, era un desaire monumental. Su rabia aumentaba cada segundo, dándole el coraje para atacar. -¡Qué sorpresa! – dijo primero, con una sonrisa fingida que no engañó a ninguno de sus interlocutores - ¡debían haberlo dicho! ¡Permítanme encontrar a Neil para darle la buena nueva! Tras decir esto, la joven hizo una reverencia y los dejó para buscar a su hermano. La Tía Elroy aprovechó la oportunidad para dejar a la pareja en sus propios asuntos, mientras hablaba con otros invitados. Candy también trató de moverse a otro lugar del salón, pero Terrence, sujetándola fuertemente, no la dejó ir. -Quédate. Permíteles que vengan y ataquen con toda su fuerza – le susurró al oído izquierdo. -Terry, no hay necesidad. Aun podemos pasar una noche agradable sin tener que pelear con ellos – dijo precavidamente. - Vamos, Pecas. Déjame hacer esto. ¿Si? – dijo guiñándole el ojo muy ligeramente. Fue entonces cuando Eliza regresó, prácticamente arrastrando a su hermano a través del ya atestado salón. El joven se puso blanco en un segundo al ver a Terrence frente a él. Su hermana no lo había preparado para el encuentro. -Bueno, seguramente recuerdas a Terry del San Pablo, Neil – le dijo Eliza a su hermano. Terrence se estremecía en su interior cada vez que Eliza lo llamaba “Terry”, pero mantuvo su conducta exterior serena. -¿No es una sorpresa encontrarlo aquí? – continuó Eliza – Pero eso no es todo, Neil. Escucha esto: se va a casar con Candy. ¿Qué opinas? Neil se quedó ahí, atónito y enojándose cada vez más y más con su propia hermana por ponerlo en una situación tan embarazosa. -Pensé que nunca considerarías el matrimonio – dijo el joven dirigiéndose finalmente a Candy, sin siquiera mirar a Terrence. -Debo admitir que una vez lo pensé – contestó Candy a Neil, sintiendo un poco de pena por el joven que se veía confuso e incómodo ante tan inesperado encuentro. -Sé lo que quieres decir, querida Candy – intervino Eliza, preparada para lanzar la primera flecha – Tras toda la amarga desilusión que viviste cuando Terry te dejó la primera vez. ¡Tan impactante e insensible! Has sido muy dulce en aceptarlo de regreso. Yo no hubiera sido tan buena contigo, Terry – añadió la pelirroja volteando a ver a Terrence, cuya cara era ilegible. - Tal vez fue Candy la que botó a nuestro viejo amigo y estás llegando a conclusiones equivocadas, Eliza - sugirió Neil captando la señal de su hermana – Si yo fuera tú, Grandchester, no estaría tan seguro que ella fuera a mantener su promesa hasta el final. Tiene…¿cómo podría decirlo?... cierta historia plantando a los hombres en el altar – lanzó Neil.
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Candy estaba ya furiosa. Los pocos trazos de lástima que sentía por Neil desaparecieron en el viento. -Ese es un comentario que difícilmente haría un caballero o una dama – respondió Candy. - ¿Y qué sabes tú acerca de ser una dama? – contestó Eliza ácidamente y hubiera dicho más si Terrence no la hubiera interrumpido. - Mucho más de lo que tú podrás saber alguna vez, Eliza – dijo Terrence levantando la ceja izquierda - ¡Ustedes dos son increíbles! Seguramente su familia gastó mucho dinero en enviarlos al Colegio San Pablo, pero puedo constatar que no les ayudó para nada a pulir sus modales de campesinos. Pero escuchen esto, la dama a mi lado, que con seguridad será mi esposa en unos cuantos días, está por encima de ustedes como para molestarse alguna vez con los estúpidos comentarios de mentes inferiores como las de ustedes. Ahora, si nos disculpan, tenemos cosas mejores qué hacer que hablar con ustedes. Antes que cualquiera de los Leagan pudiera reaccionar, Terrence se llevó a su prometida, para ir a otro ángulo del salón, donde las parejas comenzaban a reunirse para abrir el baile. Cuando las primeras notas del vals Profundo en mi corazón iniciaron, Terrence guió a su prometida a la pista de baile olvidando al resto del mundo a su alrededor. -¡Modales de campesinos! – Candy repitió sonriendo – Había olvidado lo afilada que puede ser tu lengua. -Estaban pidiendo a gritos una lección, ¿o no? – contestó él, con los ojos perdidos en el brillante rojo de sus labios – Pero eso no es ni la mitad de lo que verdaderamente merecen. Hay otras cosas además de mi lengua que me gustaría usar para hacerlos entender. -Tómalo con calma. No valen la pena– le dijo ella, su mano acariciando suavemente su hombro – Ahora se replegarán a una esquina oscura para lamer su orgullo herido y planearán su próximo ataque. - Que venga lo que sea, no creo que nos puedan afectar en lo más mínimo – dijo Terrence sonriendo. La verdad es que estaba más preocupado por la posición de su mano mientras la abrazaba bailando. Si se movía un centímetro más arriba sus dedos arderían tocando la piel desnuda de su espalda, y un centímetro más abajo sentiría la curva de sus caderas. En cualquier caso, estaría atentando contra su cordura y entonces la única solución sería tomarla prisionera en su habitación por el resto de la noche. A pesar de sus escrúpulos, Terrence no dudó en bailar cada pieza con Candy hasta que se anunció la cena. La dama estaba feliz de complacerlo.
Eran pasadas las diez de la noche y los invitados estaban acabando ya el último platillo de la cena, cuando uno de los sirvientes se aproximó a la mesa de los Andley para darle un mensaje a Terrence.
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-Sr. Graham – susurró el hombre en el oído de Terrence – Hay una llamada para usted de Nueva York. -¿Dijeron quién me llamaba? -Creo que es su madre, señor – contestó el bien capacitado sirviente, manteniendo la voz baja para que solo Terrence pudiera escucharlo. El joven inclinó la cabeza para hablar con Candy, que estaba sentada a su lado, explicándole que tomaría la llamada de su madre. La joven asintió, recordándole que le diera sus saludos a su madre. Tan pronto como dijo eso, el joven actor se disculpó con el resto de los presentes, dejando la mesa acompañado por el sirviente. Alguien más sentado en otra mesa notó su salida y lo siguió subrepticiamente. Todo el tiempo, un par de ojos oscuros observaron el movimiento a la distancia. El sirviente condujo a Terrence hacia una de las habitaciones adjuntas, donde pudiera tomar su llamada, dejándolo solo. La Srita. Baker, que de hecho estaba esperando al otro lado de la línea, estaba feliz de escuchar la voz de su hijo sonando tan raramente alegre cuando finalmente tomó su llamada. Hablaron brevemente de los detalles de su llegada e intercambiaron las acostumbradas felicitaciones y buenos deseos para el Año Nuevo. Cuando Terrence finalmente colgó el teléfono, tomó relajadamente su cigarrera de oro y el encendedor del bolsillo interior de su frac y se tomó tiempo para encender su cigarrillo, como si estuviera esperando algo. La puerta se abrió, y entró Neil Leagan, lo que no sorprendió a Terrence en lo más mínimo. Había estado esperando un cara a cara con su antiguo compañero de colegio tarde o temprano. -Pensé que te quedarías en el pasillo toda la noche – dijo Terrence tranquilamente, tras una nube de humo. El comentario de Terrence tomó a Neil por sorpresa y se quedó estático un momento. -Vamos, Neil, ¿crees que no me di cuenta que me estabas siguiendo? Di lo que quieras y piérdete, hombre – lo animó Terrence mientras recargaba su peso en la mesa cerca de él. Uno de sus brazos soportaba al otro por el codo, mientras inhalaba su cigarrillo una vez más. -Seguramente te crees el rey de la colina porque Candy te aceptó – inició Neil ácidamente – Ella nunca ha sido muy brillante, pero honestamente pensé que lo haría mejor que aceptar de nuevo a un idiota como tú – escupió Leagan avanzando unos cuantos pasos, pero manteniéndose a una prudente distancia de su interlocutor. -Un idiota es una palabra que tal vez defina mejor a alguien distinto a mí en esta habitación. Pero tómalo como quieras. De cualquier forma ella se casará conmigo – contestó Terrence con una sonrisa triunfante curveando sus labios. -¡Y tienes el coraje de jactarte de eso! La dejaste por esa ramera que tenías en Broadway y ahora quieres tu recompensa.
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Terrence continuó mirando a Leagan con los mismos ojos despectivos, sin parpadear ante sus palabras ofensivas. Sus ojos brillaron en tonos de verde, azul y gris tras el humo que salía de su boca. -¡Verdaderamente eres patético! – respondió despectivamente tras un breve silencio – Dime Neil, ¿aun estás dolido porque te dio calabazas hace algunos años? ¿Qué esperabas? ¿Qué se arrojaría a tus brazos solo porque te encaprichaste con ella? Las palabras del actor dieron en la llaga. Los ojos de Neil se encendieron con la furia de su orgullo herido. En ese momento, habiendo tomado ya algunos whiskies, el joven estaba preparado para hacer lo que fuera necesario para contraatacar. -¿Así que Candy te lo contó? Tal vez le faltó mencionar algunos detalles que no debieras ignorar. -Ya que pareces tan dispuesto a hacerlo, adelante. Ilumíname – invitó Terrence burlonamente. -Aquí viene – pensó Terrence – Me pregunto qué clase de cosa va a inventar. -¿Te dijo que la engañé una vez para hacer que se encontrara conmigo en un lugar solitario, para que pudiéramos tener una … conversación privada? – añadió sugestivamente. Terrence apagó su cigarrillo y miró los ojos ambarinos de Neil como su estuviera viendo una cucaracha. No obstante, su cara no se alteró en lo más mínimo. -Debes de estar completamente borracho para creer que voy a comprar eso – dijo tan calmado que Neil decidió ser más explícito. -Tal vez lo harías, si te dijera que le envié un mensajero diciendo que eras tú el que quería hablar con ella – comenzó Neil con malicia – La tonta no dudó un segundo en correr directo a mis brazos. Cuando se dio cuenta que era yo en lugar tuyo, era muy tarde para escapar. ¡Es un ardiente dulce para saborear! Te ahorraré escuchar los detalles; es suficiente decir que en tu noche de bodas te darás cuenta que alguien más ha estado ahí antes. Después de todo tendremos algo en común, Grandchester. Instintivamente, después de decir esto, Neil se hizo un poco para atrás. Terrence, por el contrario, no se movió. Su cara, como un apostador profesional, no revelaba ninguna emoción. De repente, su risa burlona flotó en el aire. Leagan estaba anonadado con su reacción. -¿Qué clase de grotescas novelas baratas has estado leyendo últimamente, Leagan? – preguntó Terrence como si alguien le hubiera contado el chiste más gracioso. Se acercó lentamente a Neil hasta que estuvieron cara a cara- ¿Honestamente crees que voy a darle crédito a tus mentiras melodramáticas? Si es todo lo que tienes que decir, podemos regresar fácilmente a la fiesta. Terrence caminó junto a Neil, como si fuera a dejar la habitación. Entonces, antes de que Leagan pudiera reaccionar, el joven actor se volteó y con puños rápidos le pegó a Neil primero en el estómago, haciendo que su cuerpo se doblara por el dolor; y después justo en la boca, tan fuerte que Leagan comenzó a sangrar inmediatamente.
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Después de eso, Terrence tomó a Leagan por la solapa para que lo pudiera ver. -Escúchame bien, hijo de puta – le dijo Terrence a Neil que para ese momento estaba totalmente aterrorizado – Candy es mi mujer, y si entiendes lo que eso significa, lo pensarás dos veces antes de atreverte a repetir tus difamaciones ante cualquier oído disponible. Si alguna vez te escucho abrir tu bocota de nuevo, te tiraré el resto de los dientes uno por uno. Y recuerda, el nombre es Graham, no Grandchester. ¿Entendiste? En ese momento, la figura impecable de George Johnson entró a la habitación. -¡George! ¡Mira lo que me ha hecho este bastardo! ¡Mi diente! – lloró Neil creyendo que había llegado su salvador. Para su sorpresa, el flemático Johnson no lo defendió. -Siento decir esto, Sr. Leagan, pero lo vio venir – replicó George ofreciendo su pañuelo a Terrence para que se pudiera limpiar la sangre de Neil de la mano – Escuché lo que acaba de decir y créame, el Sr. Graham fue magnánimo con usted. En mis tiempos, cuando un hombre decía ese tipo de cosas sobre una dama, significaba pistolas al amanecer y usted nunca ha sido un buen tirador, señor. Si fuera usted, Sr. Leagan, me iría de una vez antes de que sus padres lo vean sangrando de esa manera. Con seguridad comprende que debo reportarle todo al Sr. Andley y él no tomará bien que usted esté diciendo esas calumnias sobre la Srita. Candy. Humillado y francamente asustado de lo que pudiera hacer su tío, Neil usó su propio pañuelo para cubrir su boca y sin decir otra palabra salió de la habitación. -Siento mucho que haya tenido que pasar por esto, Sr. Graham - se disculpó George, visiblemente molesto. -No se preocupe, George – dijo Terrence dándole una palmada en el hombro – Ahora, volvamos al salón antes que la Srita. Andley se pregunte qué pasó con nosotros. ¿Puedo contar con su discreción? No me gustaría que se enterara de esto. -Absolutamente, señor. Tan sosegado como había permanecido durante toda la escena con Neil, la realidad era que su pecho estaba tan caldeado como un caldero hirviente. La idea de que Leagan pudiera haberse aprovechado de la inocencia de Candy hizo que su ira llegara hasta el cielo. De hecho, por un breve momento, casi había caído en las mentiras de Neil, pero había reaccionado justo a tiempo para mantener su conducta imperturbable. Fuera lo que fuera que hubiera sucedido, no iba a darle a Leagan la satisfacción de pensar que había tenido éxito hiriéndolo. Al final, el había tenido el as para ganar la partida. Sin embargo, aun estaba furioso mientras caminaba hacia el salón de baile. A su regreso, las parejas bailaban de nuevo. Esta vez, a pesar de la desaprobación de las ancianas damas, estaban tocando un tango muy conocido. Rápidamente, Terrence barrió con la mirada la pista de baile para encontrar a Candy, hasta que finalmente localizó su dorada cabellera tras el hombro de un hombre castaño, que inmediatamente pudo reconocer como Archibald Cornwell.
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El termómetro de su tolerancia superó sus límites. Ver a Candy bailar con otro hombre nunca fue su vista favorita, pero aun así lo podía soportar. Sabía que era de esperarse que una dama comprometida bailara una o dos piezas con alguien además de su prometido durante una fiesta. Pero, un tango, en el que los bailarines prácticamente tenían que entrelazar sus piernas, estaba fuera de discusión. Demasiado enojado por su encuentro reciente con Neil, el joven no dudó acercarse a la pareja. -Candy ¿puedo hablar contigo? – interrumpió Terrence con tono serio. -¿No aprendiste a esperar tu turno cuando una dama está bailando con alguien más? – preguntó Archibald evidentemente molesto, mientras detenía el baile. -¿Puede esperar un par de minutos, Terry? – preguntó Candy un poco nerviosa, al observar las miradas hostiles entre los dos hombres. -No, no puede. Necesito hablar contigo sobre un asunto urgente – insistió él, inventando irracionalmente la primer excusa que pudo pensar para apurarla a salir del salón de baile. Viendo que otras parejas empezaban a notar la extraña escena, Candy se disculpó con Archie – que hizo lo posible por mantenerse civilizado por el bien de ella – y abandonó la habitación siguiendo a Terrence. Caminaron a través de los pasillos hasta que llegaron a la oficina de Albert, Candy, que permanecía extrañamente callada, entró en la habitación esperando que Terrence tuviera una buena excusa para arrastrarla fuera de la fiesta de una manera tan grosera. Ella esperó hasta que la puerta estuvo cerrada para hablar. -¿Podrías explicarme qué es tan urgente para sacarme a mitad del baile? – preguntó ella - ¿Hay algún problema con tu madre? -No, ella está perfectamente bien. Te envía sus saludos – contestó Terrence fríamente, aun incapaz de recobrar la compostura. -Entonces, ¿de qué se trata? – demandó ella sintiendo como su temperamento se elevaba. La evidente ira en su voz solo sirvió para desencadenar la dura reacción de Terrence. -¿Crees que puedes bailar tango con cualquier hombre que desees? – escupió furioso. Los ojos de Candy se abrieron de par en par. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cuál era su problema? ¿Celos otra vez? Pensó que era demasiado para soportarlo. -¿De qué estás hablando? Estaba bailando con mi primo Archie. ¡Él no es cualquier hombre! – contestó enojada. -Sabemos bien que él no es tu primo en realidad. No hace mucho tiempo estaba muy enamorado de ti, así que creo que debiera estar cuidando a su esposa en lugar de presumir sus gentiles modales contigo en un baile muy arriesgado para mi gusto. Y por lo que hace a ti Candy, si alguna vez vas a bailar tango, lo harás conmigo y eso es todo.
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Fue el final de la resistencia de Candy. Por mucho que amara a Terrence, no era una mujer que permitiera a alguien, ni siquiera a él, decirle qué hacer. -¡Debes de estar loco, Terrence! – gritó ella y esta vez él vaciló ante sus explosivas palabras – Puede ser difícil para ti entender, afortunado como eres de tener un padre y una madre, que para esta huérfana, Albert, Archie y Annie son mi familia incluso si su sangre no corre por mis venas. Así que Archie es mi primo, ya sea que te guste o no , e incluso cuando me case contigo, eso no cambiará. Cuando yo lo quiera, bailaré con mi primo tanto como me venga en gana. Seré tu esposa, no tu esclava. Ante estas últimas palabras, la joven salió de la habitación dejando muy enojado a su prometido.
El resto de la velada no transcurrió suavemente. La pareja había regresado por separado y Terrence se había disculpado para retirarse incluso antes que empezara el Año Nuevo. Candy, al ser la hija del anfitrión, tenía que quedarse incluso a pesar de sus deseos, hasta que todo el entusiasmo posterior a que el reloj diera la medianoche hubiera pasado. Albert supo que algo fuera de lugar había pasado entre la pareja. Sin embargo, sabiendo que los dos eran un par de gatos salvajes, sabía que serían inevitables un buen número de peleas entre ellos. Ya que estaba más allá de su alcance hacer algo acerca de eso, solo lo dejó fluir. Mientras Albert disfrutaba su velada como correspondía a su naturaleza optimista, Terrence estaba arriba paseando por su habitación con un humor muy distinto a la tranquilidad socrática de Albert. El actor repasó los acontecimientos de la noche y, aun demasiado enojado para reconocer sus faltas, mató los últimos minutos del año y recibió al Año Nuevo rumiando e hirviendo en cólera. Abajo, la fiesta siguió mucho después de la medianoche. No fue sino hasta pasadas las tres de la mañana que el silencio comenzó a reinar en la mansión. Como si la calma de la hora tuviera una clase de efecto calmante; el temperamento de Terrence lentamente cedió. Fue entonces cuando se dio cuenta que al final había permitido que los comentarios maliciosos de Neil lo enfurecieran y lo hicieran perder el control con la persona que menos merecía su furia. -¡Soy tan imbécil! – dijo en voz alta frotando nerviosamente su frente. -Aún me cuestiono su voluntad de casarse conmigo – continuó pensando, instalado en su acostumbrado ánimo de auto destrucción. De pronto, un breve pensamiento lo asaltó: - ¿Y si ella lo está reconsiderando? No…no podría ser…ella me ama…¿o no?...pero…¿qué mujer quisiera vivir el resto de su vida con un psicópata celoso como yo? Esta última idea lo hizo entrar en pánico. Dejó el sillón en el que había estado sentado la última hora y empezó de nuevo a pasear nerviosamente por la habitación. Aterrado, vio el reloj sobre la chimenea. Eran las tres y cuarto. La fiesta finalmente se había terminado. ¿Estaría despierta aun?
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Dudó por unos minutos más. Por un instante pensó que sería mucho más sabio esperar a la mañana. Tal vez si dormía unas cuantas horas, estuviera mucho más calmada y abierta a recibir sus disculpas. Pero entonces, temió que pudiera estar despierta, tomando la decisión de romper el compromiso. Si esperaba hasta la mañana podría ser demasiado tarde. Después de todo, cuando ella había roto con él en Nueva York, solo le había llevado unos minutos decidirse. Sabía que una vez que se fijaba algo, su resolución podías ser inamovible. ¿Cómo se había metido en ese predicamento? ¡Terrence odió sus propias agallas! No importando la edad que tuviera, cuando se trataba de Candy, aun era un tonto miserable, incapaz de controlar sus emociones. Finalmente salió de su habitación y caminó en dirección a la recámara de ella, aun dudando si se atrevería a llamar a la puerta. Cuando llegó, se detuvo un segundo. Terrence suspiró profundamente, mientras recargaba la frente y ambas manos en su puerta. -Me muero por hablar contigo, mi amor – la llamó en sus pensamientos. Sin embargo, ya que no se veía luz por debajo de la puerta, supuso que ya estaba dormida. No era tan egoísta como para despertarla. Estaba reuniendo el coraje para regresar a su habitación para esperar el amanecer, cuando claramente escuchó un sollozo entrecortado desde su habitación. ¡Ella estaba llorando! -¿Candy? – la llamó, tocando suavemente. Los sollozos disminuyeron y siguió un total silencio. -Candy…por favor, abre -. Necesito hablar contigo – rogó de nuevo, aun sin respuesta. Estaba a punto de regresar a su habitación cuando escuchó que la cerradura se abría. Bajo la luz tenue del pasillo, apenas pudo distinguir que sus rizos rubios se volvían casi cobrizos en la oscuridad. Ella había abierto la puerta solo un par de centímetros sin decir una palabra. -¡Candy! – la llamó de nuevo, su voz convirtiéndose en una súplica. -¿Terry? No debieras estar aquí a esta hora – habló finalmente con voz ronca. -Lo sé. Solo será un minuto – insistió él. Candy se hizo para atrás para permitirle pasar. Esperaba que en la oscuridad de la habitación, Terrence no pudiera ver que había estado llorando. Por tanto, no encendió las lámparas; pero no lo engañó. Estaba seguro de que la había escuchado sollozar e incluso cuando solo la luz de la luna proveniente de las ventanas iluminaba la recámara, sus ojos fácilmente confirmaron sus sospechas. El joven cerró la puerta tras él y se paró ahí por un segundo, mirándola. -Lo… lo siento … Por favor, perdóname. Candy lo miró, apretando los puños, incapaz de hacer o decir nada por un rato, luchando duro por controlar sus reacciones. Eventualmente, sus emociones reprimidas se agolparon en la garganta hasta que fue imposible evitar que las lágrimas rodaran de nuevo.
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-No… te lo suplico. No llores – rogó él en su tono más dulce, tomándola entre sus brazos. Instintivamente, al ver su cara enterrada en el saco de su frac, colocó sus dos manos alrededor de la cintura de él. Aun sollozando, la joven inhaló profundamente. Su aroma de madera y ámbar invadió su nariz y acarició su alma. -¡También lo siento, Terry! - dijo finalmente ella, sus palabras amortiguadas en su pecho. -¡No deberías! ¡Fue toda mi culpa! – contestó él, recargando su barbilla en lo alto de su cabeza. -Pero…si no hubiera reaccionado tan duramente … -Calla, mi amor – murmuró él, disfrutando la suavidad de sus rizos entre sus dedos – Solo di que me perdonas y me iré para que puedas descansar. Como respuesta, sintió distintivamente como ella lo estaba presionado más fuerte entre sus brazos. -¡Si! Pero no te vayas aun – dijo Candy tímidamente. Terrence estaba paralizado. Solo unos minutos antes, había temido que ella pudiera cancelar el compromiso y ahora le estaba pidiendo quedarse en su recámara. Incapaz de expresar su agradecimiento, únicamente la abrazó más cerca. Ella le permitió abrazarla un poco más, y después, sintiendo la necesidad de hablar más con él, lo tomó de la mano, llevándolo a sentarse junto a ella en el asiento de la ventana. A través de los cristales, la luna derramaba su luz sobre sus caras. -Siento mucho que nuestra noche de Año Nuevo haya salido tan mal. Ni siquiera pude desearte feliz Año Nuevo – dijo ella con melancolía mientras tomaba las manos de él para besarlas. Cuando sus labios tocaron sus nudillos, de inmediato sintió que su mano derecha estaba hinchada. -¿Qué te pasó? – preguntó preocupada. Aun en la oscuridad, era obvio que la mano de Terrence estaba lastimada. - No…no es nada – contestó quitando la mano. ¿Cómo podía haber olvidado que su entrenado ojo fácilmente notaría la contusión? -¡Terry no me mientas! Tu mano luce como si hubieras estado golpeando las paredes – insistió ella. -¡Ya te dije que no es nada! – dijo de nuevo, sin querer abrir un tema tan desagradable ahora que se acababan de reconciliar, ni nunca. Terrence cubrió su mano hinchada con la otra. Ella lo vio de nuevo. Se veía tan hermosa bajo la luz de la luna, su cara sin maquillaje, y vestida solamente con una bata de seda con patrones orientales. Se acercó para besarla, pero ella desvió la cara.
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Confundido por su rechazo la miró interrogante. Su intensa mirada le dijo en silencio sus condiciones para reanudar sus intimidades. -¡Está bien, está bien! ¡Si insistes en saberlo todo! Le di a Neil un par de golpes – admitió finalmente, esperando que ella estuviera satisfecha solo con los hechos simples. -¿Qué hiciste qué? ¿Por qué? ¿Cuándo? Incluso sintiéndose molesto por su insistencia, Terrence encontró cómicas sus preguntas sucesivas y su cara atónita; y seductor el hecho de que la bata se abriera ligeramente mientras se movía, revelando su escote. -Demasiadas preguntas … - contestó él – Veamos si puedo contestar en una sola oración y prométeme que te olvidarás de esto después de eso: le pegué a Neil en la cara cuando salí a tomar la llamada de mi madre porque es un maldito bastardo. Ahí lo tienes todo en pocas palabras. Si Terrence había pensado que los ojos de Candy no podían ser más grandes, le demostró lo contrario al abrirlos como platos al oír sus palabras. -¿Así nada más? – preguntó confundida – Neil debe haber dicho o hecho algo para provocarte … -Claro que lo hizo, pero no quiero hablar sobre eso. Esta vez Candy entrecerró los ojos, sin querer zanjar el tema sin hacer más preguntas. Conocía a Neil desde hacía mucho como para saber que no era del tipo de los que atacan físicamente a un oponente más fuerte como Terrence. No, si Neil había provocado a Terrence al punto de que éste había recurrido a la violencia, la provocación inicial debió haber sido verbal y muy seria. -Terry ¿qué fue lo que dijo exactamente… fue algo sobre mi? – lo cuestionó, renuente a cejar en su interrogatorio. -¡Demonios! ¿Cómo puede ser tan perspicaz a veces? – pensó frustrado. Por un momento, no supo qué decir. Tenía que admitir que Leagan había clavado sus descaradas palabras justo en la diana. -Basta decir que en tu noche de bodas te darás cuenta que alguien más ha estado ahí antes que tú. Después de todo, tendremos algo en común, Grandchester. Como pinchado por una espina, el hombre se puso de pie con las manos en los bolsillos. -Por favor Terry ¿Qué te dijo? – insistió Candy, parándose detrás de él y alcanzando su hombro con su mano derecha. Terrence no sabía cómo Candy había sido capaz de hacerlo hablar tanto. Aun así, estaba decidido a no decir más.
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A pesar de su decisión, la joven insistió de nuevo, convencida de que su reticencia implicaba que algo realmente grave había ocurrido esa noche. -Me contó sobre la vez que te envió un mensaje pretendiendo ser yo – reveló finalmente, tras un momento de silencio, dándole aun la espalda. -¿Eso? … ¡No tiene vergüenza! …ni cerebro tampoco ... ¿Por qué te diría algo que solo provocaría que te enojaras y lo atacaras? Continúa siendo el mismo idiota – se rió ligeramente. Terrence, que no se había dado cuenta que estaba reteniendo la respiración, finalmente exhaló. Aun cuando estaba seguro que Leagan solo había estado jugando con medias verdades para torturarlo, en el fondo de su mente la duda permanecía, tal vez … Ahora, escuchando que Candy podía ver humor en tal revelación, se sintió un poco aliviado. Si Neil le hubiera hecho algo a Candy, seguramente ella estaría afectada ante la simple mención del incidente. Aun así – y Terrence odiaba admitirlo incluso para sí mismo – tenía varias preguntas sobre ese día, pero ya que hubiera sido poco delicado hacerlas, permaneció en silencio. Candy comenzó a entender las duras reacciones de Terrence esa noche. A pesar de que no podía justificar su falta de autocontrol, se imaginó que el relato de Neil sobre ese acontecimiento debió haber sido lo suficientemente desagradable para ponerlo del peor humor. -Debí haber previsto esto. – dijo ella, con una mano recargada en la cintura con el codo hacia afuera, mientras se rascaba la frente con la otra mano – Debí haberte dicho esto antes. Seguramente exageró su relato de la historia a su conveniencia. -Creo que bastante – replicó volteando a verla. - Bueno, debo de decirte lo que realmente pasó - concluyó mientras caminaba unos cuantos pasos lejos de la ventana. -No es necesario, Candy. Todo quedó en el pasado. Ni siquiera quería que supieras de mi incidente con Leagan. -Tal vez es parte de mi pasado, ya que ocurrió hace mucho tiempo, pero es algo nuevo para ti. Déjame contarte la historia. Candy se sentó en la cama desecha, colocando cada mano al borde del colchón. Él se quedó de pie frente a ella. -Fue unos cuantos meses después de nuestra separación. En primavera – comenzó – Yo ya estaba trabajando en la Clínica Feliz, en Chicago. Esa tarde, cuando terminé mi turno, un hombre me estaba esperando fuera. No lo había visto nunca en mi vida, pero parecía bastante decente. Así que no percibí nada fuera de lugar cuando se acercó a hablarme. Me dijo que un caballero quería verme. Me dio tu nombre. Él bajó la vista ante su última frase, sintiéndose responsable indirectamente.
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-¡Al escuchar eso no pude pensar en nada más! Días antes, me había enterado de tus dificultades por las presiones de tu carrera y los rumores de tu problema con la bebida. Sabía que eran un síntoma del dolor que estabas atravesando. Mientras más leía en los periódicos acerca de ti, más preocupada estaba. Incluso no podía dormir por las noches, solo pensando que estuvieras sufriendo más que yo. En ese punto, su voz se había vuelto apasionada, y el corazón de él se encogió ante esta nueva prueba del amor constante de ella hacia él. -Cuando ese hombre me dijo que tú eras el que me estaba buscando, todo lo que pude pensar fue correr hacia ti. Hubiera dado cualquier cosa por ayudarte… para asegurarme que estarías bien. Así que cuando el hombre me llevó en auto varios kilómetros lejos de Chicago, no tuve la presencia de ánimo para sospechar una traición. Darse cuenta del gran peligro que había corrido por su bienestar, hizo que la sangre corriera más rápido por sus venas. -Finalmente llegamos a una villa a mitad de la nada. Incluso en ese momento, no se levantaron mis sospechas. No fue sino hasta que entré a la sala y apareció Neil que me di cuenta que había caído en una trampa. Cerró la puerta tras de mí. ¡Estaba tan enojada conmigo misma por permitirle atraparme tan fácilmente! Hizo una pausa en ese momento, sabiendo que la siguiente parte del relato no iba a ser fácil para Terrence. -Entonces Neil comenzó a balbucear sin sentido acerca de lo conveniente que sería para mí si me casara con él. No podía creer su descaro. Cuando lo rechacé por centésima vez, me amenazó con forzarme a casarme con él. La única idea que cruzaba mi mente en ese momento era salir rápido. Le ordené darme las llaves. Él se negó. Se detuvo de nuevo. El recuerdo de los acontecimientos que había tratado de olvidar poderosamente, hizo que los comprendiera de otra forma. Ahora, más madura y conocedora del mundo, la horrorizó darse cuenta del peligro en el que había estado. También comenzó a adivinar la clase de mentira que Neil había utilizado para hacer enojar a Terrence. -¿Qué pasó entonces, Candy? – preguntó él, preocupado ante su silencio, acercándose a ella. -Bueno, conoces a Neil, no es un caballero… Candy miró a Terrence, y la expresión de terror en sus ojos azul oscuro le confirmó sus sospechas. -El imbécil me abrazó, tomándome por sorpresa e intentó besarme. La cara de Terrence se puso roja. -Pero siempre ha sido débil y un cobarde. Incluso una mujer puede superarlo si quiere. Le arañé la cara con fuerza y lo empujé con todas mis ganas hasta que cayó. Cuando aún estaba
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en el piso, lloriqueando, recogí la llave que se había caído del bolsillo de Neil, y salí corriendo. No intentó alcanzarme. -¡Santo Dios! – gritó mientras caía de rodillas frente a ella, sus manos sosteniendo su cara, casi temblando – ¡Pensar que él podía… y todo por mi culpa! No sé que hubiera hecho si él… Agotado por tantas emociones en solo unas cuantas horas, instintivamente buscó sus labios, y se encontraron en un beso lleno de anhelo y pasión reprimida. Desde que habían llegado a Chicago, no habían tenido muchas oportunidades de gozar ese tipo de intimidad. Siempre había alguien cerca, ya fuera un familiar o un sirviente, cuya presencia entrometida no les daba un respiro. Ahora, en medio de la habitación a oscuras, solo se podía escuchar repetidamente el sonido de sus labios juntándose. Candy sintió que esta vez sus besos tenían un trasfondo distinto. Anteriormente, él siempre se había acercado suavemente antes de profundizar la caricia. En esta ocasión, había penetrado su boca en un solo empuje hambriento. Había algo tan apasionado en la forma en que la estaba abrazando, que ella tuvo que apoyar su peso en los codos. Sus labios ya no se saciaban con quedar estacionados en su boca, y avanzaron en húmedas olas a sus mejillas y después a su cuello. Lo escuchó decir algo, pero su voz estaba amortiguada por su propia piel y al principio no lo pudo entender. Como ella no respondió, le dijo de nuevo al oído. -Dime que nada pasó esa noche – rogó él. -Nada sucedió, Terry – dijo ella prácticamente jadeando por la fuerza de sus caricias. -¡Pero te tocó! – gruñó él, y su peso la forzó a recostarse en su espalda, el cuerpo de él yaciendo encima de ella. -¿Dónde te tocó? ¿Te besó? – insistió febrilmente. -¡No! No dejé que lo hiciera – susurró ella, incapaz de decir algo más, impactada por la corriente eléctrica que los labios de él enviaban al besar con su tibia lengua el lóbulo desnudo de su oreja, en una inesperada caricia sensual. Antes de que cualquiera de los dos calculara la intensidad de los fuegos artificiales que estaban explotando dentro de ellos, él estaba perdido reclamándola. El roce de sus cuerpos, parecido a un engranaje, soltó su bata, revelando parcialmente la suave curva de su pecho. Aun en la oscuridad, las pupilas de él se dilataron ante la vista y sus labios siguieron el camino. Su sabor era seductor. Bajo esta nueva caricia, parecida a suaves y desesperadas mordidas en su escote, Candy notó de nuevo esa extraña sensación, muy parecida a una sacudida o espasmo en su bajo vientre, que enviaba cálidas radiaciones a través de todo su cuerpo. Intuitivamente supo que era él, sus caricias, su olor y el fuerte agarre sobre su cuerpo, lo que encendía esas reacciones, que representaban la innegable prueba de que ella se estaba preparando para entregarse a él.
Capítulo 7 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción de Begoña Núñez con el conocimiento de la autora
Sintió miedo ante lo desconocido, pero al mismo tiempo, era incapaz de decidir coherentemente el actuar en contra. En lugar de actuar contra sus miedos, simplemente respondió acercándolo más a su cuerpo. Bajo el fuego de sus manos, que recorrían lentamente sus piernas y cadera, comprendió borrosamente que su deseo por él era más fuerte que sus reservas. Su único deseo era entregarle lo que pidiera. En la cabeza de él, el único pensamiento era poseerla. Bajo la luz de la luna, que se filtraba por los cristales de la ventana, los doce tulipanes rojos parecían brillar. En lo profundo de las brillantes corolas, sus centros negros aterciopelados asemejaban el ardiente carbón de una pasión largamente contenida.