Capítulo 8 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez *Cierto contenido adulto
Capítulo 8
Balada 1, Opus 23
El aroma cálido del café le acariciaba la lengua en cada sorbo que tomaba. Era el primer día de Año Nuevo y Candy sabía que los habitantes de la casa se despertarían hasta mediodía. Se alegró. Ya que apenas eran las nueve de la mañana, esperaba tener tiempo suficiente para ordenar la maraña de sentimientos que amenazaban con explotar en su pecho en un millón de chispas. Se sentía tan nueva e inexperta como el año que acababa de comenzar. Esta novedad era la sensación más deliciosa que hubiera sentido nunca. Se sentó cómodamente en su sillón favorito, viendo hacia las ventanas francesas de su habitación, saboreando el café lentamente. En una mano sostenía la carta que la había saludado esa mañana al despertarse. En la punta de los dedos aun podía sentir la textura de la piel que la noche anterior se había fundido con la de ella, en un nuevo ser del que ahora ella era parte fundamental. La joven sintió el frío matutino colándose a través de la tela fina de las cortinas blancas. Recargó su cabeza en el respaldo del asiento y dejó la taza a un lado. Con su mano derecha, anudó la bufanda de seda que había anudado de forma suelta alrededor de su cuello cuando la mucama entró a la recámara para servir el café. Candy sabía que su sensible piel blanca mostraría las marcas rosadas que él había dejado en su cuerpo. Sonrió y agradeció que el frío invernal le permitiera cubrir las marcas sin levantar sospechas. Candy sonrió de nuevo. Una ocasión tan especial merecía una sonrisa nueva y ella había inventado una esa mañana. Aun sonriendo, pensó lo curioso que era que no se sintiera avergonzada. De hecho, lo único que lamentaba ahora, era haber atentado contra esa felicidad diez años atrás. Suspiró y leyó la carta de él de nuevo.
1 de enero de 1925.
Mi amor: Por mucho que me hubiera gustado quedarme contigo hasta que despertaras, creí mejor irme antes de que alguna mirada indiscreta pudiera fisgonear en cosas que solo nos conciernen a los dos. Por tanto, espero que puedas perdonar mi partida como un ladrón que huye cuando aún no ha amanecido. Te prometo que, muy pronto, compartiré contigo muchos amaneceres, días, atardeceres y noches, sin que existan separaciones y sin que alguien tenga algo que decir en contra.
Mientras escribo esto, me doy cuenta que he vivido en la Tierra por más de veintisiete años, sin saber que lo único que verdaderamente importa, es el estado de dicha máxima que un alma puede alcanzar al fundirse con otra alma. Anoche, por primera vez, me fue otorgado un atisbo de tan grande bendición gracias a tu generosidad. Estaré eternamente agradecido por este regalo, justo en el aniversario de la primera vez que nos conocimos. Si fuera necesario, con gusto esperaría otros doce años para ganar el derecho de ser tu amante. Pero, de acuerdo a las circunstancias actuales, espero sinceramente que no sea necesario esperar más. Apasionadamente tuyo,
T.G.
P.D. Me llevé tu diario. Te lo devolveré tan pronto termine de leerlo una docena de veces. Candy cerró los ojos disfrutando sus palabras. Aunque breve, esta era sin duda la primera carta de amor que él le había escrito. No había bromas juguetonas, máscaras o conversación superficial para esconder sus sentimientos… únicamente la exposición completa de su alma desnuda. Era la prueba escrita de que lo que había pasado unas horas antes no había sido un sueño… Bueno, debía aceptar que la posdata era una de sus acostumbradas travesuras. Solo unos días antes, cuando había visitado el Hogar de Pony, Albert le había devuelto el diario que ella había escrito en el Colegio San Pablo, junto con las viejas cartas de Terrence. Ahora Terrence se lo había robado descaradamente, pero ese día le podía perdonar todo. Mientras otro sorbo de café bajaba por su garganta, recordó los detalles íntimos de su encuentro la noche anterior. Nunca había imaginado que un alma pudiera ser prácticamente desvestida al hacer el amor. Por más profunda que hubiera sido siempre su conexión con Terrence, nada de lo que habían compartido antes podía compararse con el profundo sentimiento de pertenencia mutua que había surgido de su encuentro la noche anterior. Este hombre, al que se había entregado, se había transfigurado enfrente de sus ojos. Mientras él desvestía su cuerpo, también abría su ser interior en un grado que ella difícilmente creía posible. La joven suspiró una vez más. Se preguntó hasta qué punto su comunicación había sido verbal y cuánto de ella había sido solamente a través de sus pieles y fluidos. Ya no podía diferenciar entre una y otra.
Capítulo 8 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez *Cierto contenido adulto
¿Su declaración de amarla a primera vista había sido verbal? ¿Cómo había expresado su apasionado deseo de protegerla? ¿Había sido por medio de sus enormes esfuerzos para ser gentil en el preciso instante de poseerla aún contra la fuerza de su pasión esa noche? ¿O de hecho lo había susurrado en su oído? No podía decirlo, pero ahora sabía todo eso, y su corazón estaba lleno de seguridad. De cierta manera, conocerlo la asustaba, porque entendía que tenía al hombre en sus manos. Si fallaba al amarlo como lo necesitaba, él podía resultar herido irreparablemente, y en el proceso, ella también resultaría herida. Porque el resultado último de su unión era esta clase de unión en la que ahora ambos estaban fusionados. Solo esperaba que pudiera cumplir con el reto de amar a este hombre aterradoramente posesivo, tan vulnerable interiormente e increíblemente fuerte al mismo tiempo. Ahora, ¿cómo iba a enfrentar al mundo esa mañana y enmascarar todas esas alegrías? No sabía, pero por el momento, eso no se encontraba en su lista de prioridades. De hecho, lo único que le importaba realmente era salir de su habitación y encontrarlo, aunque fuera solo para iluminarse al verlo.
A pesar de su mano hinchada, esa mañana las teclas del piano parecían bailar bajo sus dedos. Tras el dramático arpegio inicial, el suave ritmo del vals con su temática hipnótica, comenzó a flotar en el ambiente. Pronto, las escalas y acordes fluyeron en una frenética sucesión. Esa balada siempre le había hecho pensar en ella, apasionada y a la vez dulce, suave a su manera y al mismo tiempo llena de extraordinaria fuerza, algunas veces juguetona, otras sabia y sobre todo, de buen corazón. Siempre había sabido que ella era así, desde la primera vez que la vio. De hecho, por años sospechó que esos rasgos de su personalidad que la hacían tan explosiva, tanto para la rabia como para la alegría, la convertirían en una maravillosa amante. No se había equivocado … ¡Oh si! Ella había sido todo eso en sus brazos. Chopin parecía ser la melodía perfecta para que su corazón cantara esa mañana: ¡Ella es mía! ¡Solo mía! … ¡Qué abrumadora sensación corriendo por sus venas! ¿Era él el mismo hombre que había sido hasta ese momento? ¡No! Había renacido esa bendita mañana de enero y su nuevo yo era un hombre que sabía lo que era la felicidad. Si alguien le hubiera dicho en sus años de desazón, que un día se despertaría con el sabor de su cuerpo – cada centímetro de él – impreso irreversiblemente en su boca, lo hubiera considerado una burla cruel. Pero ahí estaba, tan solo unos siete meses después de haberse atrevido a escribirle su incoherente carta, convertido en el único dueño de su alma y su cuerpo. Era un estado de plenitud sin comparación. Era exultante pensar que el que ella le hubiera otorgado los derechos de un esposo aun antes de su matrimonio era sancionado por todas las instancias. Cuando todo sucedió, ninguno de los dos podía pensar con claridad. Ambos se entregaron y poseyeron libremente; sin consideraciones racionales entre ellos. Después, cuando todo había terminado y la paz sustituyó al frenesí, fue su turno de temer. Se había llamado a sí mismo canalla y se
encontraba maravillado de su talento para irrumpir en propiedad privada, dos veces, en la misma noche. Terrence sonrió recordando que ella había sido la que había calmado sus aprensiones. Su corazón apenas podía contener su dicha cuando ella le había dicho que no se arrepentía de lo que había sucedido. -¿Cómo podría sentirme avergonzada de ser tuya? – dijo ella recargando su cabello dorado en su hombro – Sé que no es lo que me han enseñado, pero no puedo entender cómo podría estar mal ante Dios, cuando Él sabe que en mi corazón, siempre he sido tu esposa, y siempre lo seré. Repitió la misma pieza, fluyendo de sus dedos, mientras con los ojos del alma se vio a sí mismo besando su pelo y susurrando –Gracias- Algunas veces, las palabras más simples pueden estar llenas de los significados más profundos. -¡Quisiera poder hacer por ti algo tan grandioso y generoso como lo has hecho por mi esta noche! – había dicho él entre besos. -Di que me amarás por siempre. -Esa es una tarea fácil. No podría ser de otra manera. Las notas se entrelazaron, dando la ilusión de olas bañando la arena. Después, regresaron al vals, esta vez en crescendo, con acordes más completos, en una versión más dramática. Finalmente, irrumpieron en cascada, cayendo por segundos apasionados para finalizar en un acorde final decisivo en Sol menor. Un suave aplauso interrumpió el silencio que siguió. Incluso antes de que Terrence volteara, aun sentado frente al gran piano, sabía que era ella. Cuando finalmente vio a Candy, vestida con un suéter rojo de cuello de tortuga bajo una chaqueta gris y falda recta a juego, estiró su brazo derecho y ella respondió yendo hacia él. Le hizo sitio en el banco del piano y ella se sentó junto a él, su cuerpo y piernas opuestas a los de él. Él no le permitió decir una palabra hasta haber besado profundamente sus labios y acariciado su cara reconociendo sus rasgos a la luz del día. -Buenos días, esposa – murmuró él, abrazándola fuerte. -Buenos días, esposo. ¡Había soñado con escucharte tocar de nuevo! – contestó mirándolo con adoración. -No lo hice en muchos años, pero en los últimos meses me han dado ganas de practicar de nuevo. ¿Te gustó como toqué a Chopin? -Siempre me ha gustado esa balada, pero, podrías haber estado tocando Los Changuitos y me hubiera gustado igual, solo por ser tú el que tocaba. -Si me vas a halagar de esa forma, no me ayudarás mucho a mejorar mi técnica – se quejó juguetonamente.
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-Tal vez no, pero si me dejas ver tu mano, puedo ayudarte de otra manera – propuso ella tomando su mano entre las suyas. - Parece que la bolsa de hielo que usaste anoche funcionó. Creo que está menos hinchada – dijo él, pensando que con gusto golpearía de nuevo a Neil, solo para repetir la erótica escena de tenerla a ella mimando su mano magullada, mientras ambos estaban en la cama, solo cubiertos con las sábanas. -Conseguiré un poco de sal de Epson1 y pediré un recipiente para que sumerjas la mano en solución por un rato – trató de levantarse para hacer lo que decía, pero no se lo permitió. -Más tarde… puedes darme un baño completo de sales de Epson si quieres, en el entendido que tomarás el baño conmigo – susurró él, sus ojos llenos de todos los tonos de azul y verde que pudieran tener. Ella se sonrojó mientras él recargaba su cuerpo en sus brazos, cubriendo su boca con otro ardiente beso. Estaban a la mitad de él, cuando una tos los hizo saltar. Sus labios se separaron y voltearon. Candy levantó el torso, pero no dejó inmediatamente los brazos de él. -¡Buenos días, Archie! – dijo sonriendo tras su brillante rubor rosado – Te levantaste muy temprano. -Buenos días – dijo Archibald reuniendo apenas agallas para responder coherentemente. Archibald no se reconocía a sí mismo. Su cabeza le dictaba que debía proteger a su prima de ese hombre que solo podía estar de regreso en su vida para herirla de nuevo e irse. No obstante, esa mañana, ambos estaban cubiertos por una extraña aura, como inmersos en un mundo privado en el que él solo era un intruso. El sentimiento era intangible, pero tan real que no sabía qué hacer o decir. -¿Ya se levantó Annie? – preguntó Candy sacando a Archie de su confusión interna. -Si, está ahora con Stair, arreglándolo para el desayuno – fue capaz de decir Archie finalmente. -Entonces, creo que la acompañaré. Quiero preguntarle si tiene sal de Epson. Chicos, ¿les importaría si los dejo un momento? – preguntó Candy poniéndose de pie. Terrence no soltó su mano, que había estado tomando posesivamente todo el tiempo. Candy, ya de pie a su lado, intercambió con él una de esas miradas privadas, y renuentemente soltó su mano. -Nos veremos en el desayunador en quince minutos. ¿Qué opinan? – preguntó ella a los dos dirigiéndose a la puerta. -Está… está bien – aceptó Archie, recuperando lentamente la capacidad de pensar coherentemente. 1 Las sales de Epson se refieren a una forma cristalizada de sulfato de magnesio, un compuesto natural que tiene muchos beneficios para la salud.
Terrence solo asintió con la cabeza, adivinando el propósito de Candy de dejarlo solo con Archibald. -Este es uno de tus movimientos conciliatorios acostumbrados, Tarzán Pecosa. Pero me las pagarás por esto… Tan pronto como la joven cerró la puerta tras de sí, un silencio extraño reinó. En su modo distante acostumbrado, Terrence cerró la tapa del piano y caminó hacia la ventana, sintiendo la necesidad de encender su cigarro matutino, pero arrepintiéndose al final. Las cortinas estaban abiertas, así que simplemente decidió cruzar los brazos sobre el pecho, mirar el jardín e ignorar la presencia de Archibald. No estaba de humor para hablar con alguien que le tenía una aversión tan abierta. Archibald se sentó en el sillón de Albert cerca de la chimenea y tomando el periódico que se encontraba en una mesa cercana, pretendió leer un rato. De cuando en cuando, miraba de reojo la figura estática de Terrence cerca de la ventana, preguntándose si debía iniciar conversación. Desde que su antiguo compañero de clases había llegado unos días antes, Archie había deseado tener la ocasión para hablar con él. Sin embargo, ahora que obviamente Candy les había dado la oportunidad, no sabía cómo hacerlo. Sintiendo que necesitaba cafeína correr por sus venas para activar su cerebro, Archibald tomó el teléfono y ordenó café. Poco después un empleado entró con el servicio de café en una bandeja de plata. -¿Quieres acompañarme? – le dijo Archibald a Terrence , rompiendo el silencio entre los dos. Terrence, que se había estado entreteniendo con los más agradables recuerdos de la noche anterior, negó apenas con la cabeza. A pesar de todos los años en los que había vivido en Estados Unidos, aun no podía entender la fascinación de los americanos por el café. Prefería esperar por algo de té negro fuerte para empezar la mañana. Mientras Terrence se volteaba de nuevo para continuar su observación aparentemente cuidadosa del jardín de los Andley, el sirviente dejó a los dos hombres solos una vez más. -¿Te quedarás ahí mirando por la ventana hasta el desayuno? – preguntó Archibald, incapaz de encontrar una manera más amigable para iniciar la conversación. -Estaba pensando hacerlo, pero supongo que tienes una mejor idea – respondió Terrence, volteando a ver a Archibald y caminando perezosamente hacia la chimenea. Mientras se movía, tomó su encendedor Alfred Dunhill de uno de sus bolsillos. - Pensaba que este sería un buen momento para hablar de algo contigo – dijo Archibald tras su taza de café. Terrence, que jugaba con su encendedor de oro, puso el codo sobre el quicio de la chimenea y recargó parte de su peso en su pierna izquierda. -Déjame adivinar – contestó Terrence con su tono burlón acostumbrado, mientras levantaba una ceja – quieres decirme que no apruebas que me case con tu prima.
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Archie apretó los dientes por el exasperante modo en que Terrence había planteado las cosas directamente. -No iba a decirlo de esa forma, pero debo admitir que esa es la cuestión principal – admitió Archie, dejando a un lado la taza, preparándose para la pelea verbal. -Entonces, es mi turno de decir que me importa un comino – retó Terrence viéndolo directamente a los ojos. -Esperaba esa respuesta. Pero lo que uno pueda pensar de la opinión del otro es irrelevante. Lo que quiero es advertirte que más te vale no echarlo a perder esta vez – escupió Archie, con un brillo amenazador en sus ojos castaños. -Por favor, Cornwell, he tenido bastante drama en mi vida, dentro y fuera del escenario – respondió Terrence sin disimular su enojo – Créeme, no necesito esta plática melodramática en la que me amenazas con matarme si hago sufrir a Candy otra vez. -Bueno, ¡si lo hubieras pensado mejor, te hubieras mantenido fuera de su vida y dejarla ser feliz! – dijo Archie. Esta vez se levantó para encarar la altura de Terrence. -Es muy fácil para ti decirlo. Tú, lo tienes todos, una esposa amorosa, un hijo increíble… -¡Por favor, Grandchester! ¿Me vas a echar la culpa porque soy feliz? La felicidad es algo que obtienen las personas que se esfuerzan por conseguirla. En lugar de eso, lo único que has hecho es alejarla. -¡Sé muy bien lo que he hecho! – aceptó Terrence, levantando la voz; con una mezcla de culpa y rabia en su tono. -¡No, no lo sabes, estúpido arrogante! – gritó Archie, y su cara se puso roja – No tienes idea de lo difícil que fue para ella recuperarse cuando la dejaste, tan cobardemente. ¿Quieres saber lo que pasó por tu idea catastrófica de invitarla a Nueva York? Terrence no respondió esa ocasión. Su única reacción fue un parpadeo rápido y una tensión súbita en las sienes. -Bueno, debes saber que después que rompieras tan cruelmente su corazón, caminó bajo la nieve por horas hasta que pescó una neumonía – continuó Archibald, aprovechando el silencio de su interlocutor – Se desmayó en el tren por la fiebre tan alta. ¡El personal de la estación la trajo inconsciente a esta casa! ¡Ella, que siempre ha sido tan saludable y fuerte, deliraba tanto y estaba tan pálida, que temimos por su vida! Esta vez el color desapareció de la cara de Terrence pero no interrumpió a Archibald. -Y todo eso porque no pudiste actuar como hombre y amarla como lo merece. Si debido a tu maldito honor aristocrático ya estabas comprometido con otra mujer, ¿no podías haberle evitado a Candy la humillación de viajar cientos de kilómetros para botarla? -¿Crees que no he pensado eso miles de veces en los últimos diez años? ¿Piensas que me regocijo en mi estupidez y cobardía? – explotó Terrence finalmente – Créeme Cornwell, puede
que no supiera los detalles que acabas de contarme, pero estoy perfectamente consciente de que la lastimé. Y no estoy orgulloso de eso. -¡Entonces si sabes lo que significa la vergüenza, no te hubieras atrevido a regresar! ¡Ella ha estado bien sin ti por mucho tiempo! – respondió Archibald levantando la voz de nuevo y poniéndose aun más rojo por la rabia. Terrence recibió el golpe estoicamente. Reconocía en su interior que ese último razonamiento había cruzado también por su mente. De hecho, la agonía que había pasado antes de mandar a Candy la primer carta tras diez años de silencio, debía su larga duración al mismo temor. Por primera vez en toda la conversación, Terrence bajó la vista. -No puedo culparte por pensar de ese modo. Pensé lo mismo por algún tiempo. El cambio inesperado en el tono de Terrence tomó por sorpresa a Archibald. Si no hubiera estado tan convencido de que Terrence no era capaz de sentir vergüenza, hubiera dicho que sonaba verdaderamente arrepentido. -¿Entonces qué te hizo cambiar de idea? – preguntó Archibald frunciendo el ceño aun dudoso. -¡Darme cuenta que sin ella soy una vela sin viento! – fue la respuesta honesta de Terrence – Puedo ser un maldito bastardo, pero no soy estúpido. Sé que en este matrimonio yo me llevo toda la ganancia, Cornwell. Un hombre sombrío, como lo soy yo, con una vida gris como la que he llevado, tiene muy poco qué dar a alguien que hace que el sol brille, como ella lo hace. Pero, si quieres, soy una persona egoísta: cuando ella abrió la puerta, no pude evitar entrar en su vida y ofrecerle mi corazón. ¿Hubieras actuado distinto de estar en mi lugar? Sinceramente, ¿lo hubieras hecho? Esta vez fue Archie quien bajó la mirada. Sabía muy bien que, en el pasado, si le hubieran dado esa oportunidad, la hubiera aprovechado sin pensar. -No, no hubiera actuado de otra forma – admitió Archie, incapaz de mentir sobre un tema tan cercano a su corazón. Más aun, las palabras de Terrence, llenas de sentimiento, habían impresionado mucho a Archibald. Sin embargo, no estaba dispuesto a renunciar tan fácilmente – Pero entonces, ¿cómo puedes estar tan seguro de que esta vez no le provocarás dolor? Anoche, por ejemplo, fue todo un clásico. No puedes negar que discutieron después de que la sacaste tan groseramente del salón de baile. -¡No quiero esconder lo que es tan evidente ante tus ojos, Cornwell! – respondió Terrence irritado por los comentarios de Archibald – Por mucho que me ame, no está de acuerdo conmigo en todo. Si así fuera no me gustaría. No puedo prometer que nunca tendremos una discusión, pero puedo prometerte algo, lo que pasó antes nunca se repetirá. No permitiré que alguien se interponga entre nosotros. -Desearía poder creer en tus palabras, Grandchester. -Las palabras se las lleva el viento, Cornwell. Deja que el tiempo pruebe si puedo o no hacerla feliz.
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-Si tú no…
-Lo sé, lo sé, seré un hombre muerto – concedió Terrence levantando ambas manos. -Por lo menos en eso estamos de acuerdo – finalizó Archibald dejándose caer en el sofá cercano. Terrence entendió que la pelea había terminado (por el momento). Sin embargo, sintiéndose un poco más relajado ya que las cosas desagradables estaban dichas, tomó su cigarrera y la abrió frente a Archibald. -Sírvete – ofreció él. Archibald lo vio con suspicacia. -Vamos, no seas tan escéptico. No hay nada peligroso en estos cigarros – dijo Terrence tomando él mismo un cigarro. -¡Está bien! – aceptó Archibald, aun un poco renuente – Pero solo uno, porque estoy tratando de dejarlo. Deberías pensar en hacerlo. Sabes que a Candy no le gusta. -¡Puedes decirlo! Terrence sonrió tras el humo de su cigarro. Pensó que estaba bien que Archie ignorara felizmente lo que había pasado en la habitación de Candy en las primeras horas del día. De otra forma, su pequeña discusión no hubiera acabado tan bien. Ese día, el desayuno fue más bien informal. Solo Albert, los Cornwell y los novios compartieron la mesa, sin la presencia de otros parientes, incluyendo a la Tía Elroy, que había tomado el desayuno en su recámara a la hora acostumbrada. Parecía que la tensión entre Archibald y Terrence se había relajado un poco tras la conversación y Candy se sintió orgullosa de su pequeña victoria. Sin embargo era una lástima que no pudiera disfrutarlo en grande, porque otras preocupaciones ocupaban su mente. Candy tenía miedo que la dosis extra de felicidad que había tomado la noche anterior pudiera notarse en algún momento durante la comida. Además, era muy inquietante estar observando a Terrence y que su simple presencia le recordara las cosas que habían ocurrido entre ellos. Lo que era peor, incluso el comentario más inocente parecía disparar un recuerdo íntimo. Mientras ponía mantequilla al pan y Terrence estaba conversando con Albert, ella no pudo evitar pensar como ese hombre indiferente se había transfigurado frente a sus ojos. -¡Tócame! – le había rogado él, tomando su mano y guiándola para acariciar sus mejillas. Lentamente, ella había delineado su mandíbula firme y cuello fuerte, volviéndose más osada poco a poco, hasta que no necesito más guía. Entonces él había cerrado los ojos, permitiéndole atestiguar su entrega absoluta a los sentimientos que su voluntad había reprimido por tanto tiempo. Ella había distinguido claramente su respiración entrecortada y la piel de sus hombros y brazos desnudos crispándose al estremecerse bajo su toque. Al mismo tiempo, Candy se había maravillado ante el efecto de la piel de él bajo su palma. Era como si
una fuerza irradiando de él la invadiera envalentonándola, y aun así, ella también había sentido como si estuviera cayendo, todo su ser debilitándose. -¿Me puedes pasar la mantequilla? – repitió por tercera vez Annie, sorprendiendo finalmente a Candy. -¡Oh si! Aquí tienes- respondió ella un poco avergonzada por su lapsus. Candy se preguntó cómo iba a continuar aparentando normalidad. Terrence le lanzó una mirada de comprensión a través de la mesa, pero solo provocó otro recuerdo que la perturbó aun más. -Así es como debió de haber sido siempre entre nosotros. Esto es lo que había planeado para nosotros hace mucho tiempo – había susurrado él en su oído justo antes de consumar su unión. Incapaz de contener su rubor más tiempo, la joven se disculpó un momento y fue al baño a lavarse la cara. Afortunadamente, nadie de los presentes, salvo Terrence, notó algo fuera de lugar. Aun bajo el efecto del agua fría, una vez en el tocador, el rubor de Candy no desapareció tan fácilmente. Por el contrario, en la privacidad momentánea del baño, imágenes más vívidas de la cumbre de su primer encuentro invadieron su mente. Se vio a sí misma, con las manos agarrando las sábanas, mientras jadeaba en creciente desesperación. Ser poseída por él, con esa fuerza innegable fluyendo dentro de ella, parecía ser al mismo tiempo, salvajemente primitivo y totalmente espiritual. Sus piernas se habían enroscado instintivamente y lo habían abrazado sujetándolo firmemente. Los gemidos de él agradecieron el gesto. Así, atrapado por los brazos y piernas de ella, él había comenzado a llamarla, con toda clase de apelativos dulces que ella nunca había podido creer posibles de su boca, hasta que sus palabras se transformaron solo en gemidos que se fundieron con los de ella. Candy recargó la cabeza en la fría superficie de mármol, extasiada por el recuerdo, con las manos temblando como si estuviera experimentando su clímax de nuevo. Le tomó más de diez minutos recobrar la compostura antes de que pudiera regresar al desayunador para continuar comiendo. Cuando regresó, le impactó que Terrence pudiera estar tan sereno. Pero sabía bien que él era el rey de las máscaras. De hecho, si ella hubiera podido leer su mente en el momento en el que entró a la habitación, hubiera necesitado otro tiempo fuera en el tocador. La verdad sea dicha, la figura pequeña de Candy mientras se movía a través del desayunador para sentarse frente a él, había recordado a Terrence el delicioso momento posterior a su encuentro. Ella era tan ligera que su peso encima de él era casi imperceptible. No obstante, la sensación de cada una de sus curveadas formas presionando sobre todo su cuerpo era una delicia que él
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había estado encantado de saborear. Recordaba claramente como había cerrado los ojos, mientras su respiración y pulso se normalizaban, y enredado sus dedos en sus cortos rizos. -Te amo – había repetido él, sin estar consciente de que lo había dicho varias veces al hacer el amor. - Yo también te amo, Terry, más que a nadie – había respondido ella dándole pequeños besos en el pecho. Él no había dicho nada, pero las implicaciones de sus palabras hicieron que una lágrima rodara en su mejilla. Eso era precisamente lo que él había anhelado, la confesión de que él era el centro y la cabeza de todos sus afectos. Su corazón no podía aceptar menos que eso. Había suspirado profundamente y volteado la cabeza, sintiendo que la necesidad de dormir invadía su mente y su cuerpo. Entre todas las cosas que quería hacer con ella, dormir juntos una vez más se encontraba en los lugares más altos. Nada era tan íntimo y único. Solo lo había hecho con ella y estaba seguro que nunca lo querría hacer con otra. Sin embargo, no había dormido nada esa noche. -Así que, ¿dónde van a pasar su luna de miel? – preguntó Annie tímidamente, interrumpiendo involuntariamente los agradables pensamientos de Terrence. -Temo que tendremos que posponer el viaje – contestó él en su tono frío acostumbrado, siempre el maestro de las reacciones frente a otros. -¿De verdad? ¡Qué lástima! Annie y yo viajamos a las islas del Caribe en nuestra luna de miel. ¡Fue una experiencia maravillosa! – interrumpió Archibald con un tono condescendiente que crispó los nervios de Terrence. -Bueno, la verdad es que yo quería visitar Italia, pero la guerra acababa de terminar el año anterior a que nos casáramos y la mayoría de la gente nos recomendó ir a otro lugar. Europa estaba muy revuelta en ese entonces – explicó Annie haciendo su mejor esfuerzo por minimizar el efecto del comentario fuera de lugar de su esposo. -Tomaron una sabia decisión, les aseguro- contestó Terrence con actitud serena – Estuve de gira en Inglaterra en 1919 y después fuimos a París por unos días. Aunque la ciudad estaba intacta, al viajar por el interior se podía ver que el grado de devastación no era recomendable para turistas, menos para lunamieleros. Por lo que hace a este momento, en verdad me gustaría llevar a Candy a un gran viaje, pero me temo que ya he usado todos mis días libres e incluso he solicitado una semana extra por la boda. Tengo una obra nueva que preparar en cuanto lleguemos a Nueva York. -Siento escuchar eso – dijo Annie amablemente. -No digas eso, Annie – intervino Candy sonriendo brillantemente – Lo último que quisiera ahora es viajar. Tuve suficientes trenes y hoteles en noviembre, y Terry, por mucho que está tratando de hacer su mejor esfuerzo por mi bienestar, está agotado y deseando estar en casa. Ha estado de viaje por más de dos meses.
Terrence, sentado frente a Candy, no podía alcanzar su mano, pero el cambio prácticamente imperceptible en el color de sus iridiscentes ojos, le hizo entender que estaba complacido con su consideración. -Yo, por el contrario, - interrumpió Albert – no me canso nunca de viajar. Es una lástima que solo pueda hacerlo por negocios. George dice que cuando estuve en África y en Italia tomé todas las vacaciones que un hombre puede tomar en toda su vida. ¿No es injusto? Ante este último comentario todos los presentes comenzaron a reír. Tras el desayuno, Albert y Terrence tuvieron una conversación privada sobre el incidente con Neil Leagan. Albert estaba evidentemente disgustado por la conducta imperdonable de su sobrino, pero Terrence, que estaba de tan buen humor, consideró que el diente perdido de Niel era suficiente castigo por el momento. Sin embargo, Albert creía necesaria una buena plática con el padre de Neil. Mientras el hombre mayor le explicaba a Terrence lo que planeaba hacer, el actor se tuvo que esforzar mucho para enfocarse y seguir el razonamiento de Albert. En su mente, todo en lo que podía pensar en ese momento era en Candy. Frente a la contundente verdad de la comunión física y espiritual que había disfrutado con ella, todo lo demás parecía irrelevante. Terrence pensó que podía aprender a disfrutar sus peleas si se iban a reconciliar de una manera tan placentera cada vez. Nunca hubiera pensado que tendría que agradecer a Leagan algo, menos aquella deliciosa anticipación de sus votos matrimoniales. La verdad sea dicha, lo que había ocurrido entre ambos hombres, ahora parecía casi cómico. Recordó como después de hacer el amor, Candy y él se habían quedado recostados en los brazos del otro. En algún punto de su conversación íntima, él se había empezado a reír de la nada. -¿Qué es tan gracioso, Terry? – le preguntó ella, curiosa ante su arranque. -Estaba…estaba pensando como noqueaste a Leagan con un solo empujón. Quiero decir, ¡eras una chica pequeña!...¡Es una persona patética! – y seguía riéndose. -No me pareció tan gracioso cuando pasó – admitió ella, disfrutando del buen humor de Terrence – pero ahora, en retrospectiva, debo admitir que de cierta manera fue divertido. También debo decir que lo rasguñé feo. Aun tiene una ligera cicatriz en la cara, en la mejilla izquierda. -¿La tiene? – preguntó él riendo más alto - ¡Dios! Debo confesar que esta noche añadí otro adorno a su cara. -¿Qué hiciste? -Creo…creo que- prácticamente carcajeándose tuvo cierta dificultad para terminar la frase – Creo que perdió un diente cuando lo golpeé.
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-¡Debes estar bromeando!
-¡Para nada! Mi mano no está hinchada por nada – había dicho él mostrándole los nudillos enrojecidos. -¡Tu mano! ¡En qué he estado pensando! – había dicho ella, levantándose como tirada por cuerdas – Traeré algo para que baje la hinchazón. Estaba tan preocupada por él, que no notó los ojos de él inflamados de lujuria al ver su completa desnudez cuando se levantó. -Siempre supe que se convertiría en una belleza. ¡Demonios! ¡Tuve buen ojo! – se había dicho petulantemente. Durante la conversación, más de una vez Albert reconoció en los ojos de Terrence, la mirada ausente de un hombre locamente enamorado. Aun enmascarado por su acostumbrado comportamiento ecuánime, la serenidad tras cada gesto delataba que el joven había hecho las paces con su prometida. Albert también había notado las miradas sinceras y entrañables que Candy le había dirigido durante la comida, así que el hombre pensó que era una apuesta segura decir que ambos estaban de nuevo en buenos términos. Albert pensó que era mejor no preguntar cuando había sucedido la reconciliación y que se habían dicho. Como el hombre de mundo que era, Albert comprendió que sus tiempos como confidente de Candy habían terminado. De ahora en adelante, su pequeña llorona tendría a alguien más para sobrellevar las tormentas de la vida. Albert sabía que tal vez en una gran crisis, ella podría buscaría su consejo y apoyo, pero solo si Terrence no estaba ahí para ella. Y juzgando por la naturaleza posesiva del actor, tenía todas las intenciones de estar ahí todo el tiempo. Al no ser celoso, Albert tomó esto con filosofía y tras explicar a Terrence lo que planeaba decir al Sr. Leagan, dejó que su amigo regresara con su prometida. Después de todo, ese día Terrence no parecía estar en su mejor disposición para conversaciones masculinas.
Para los Andley, el 1° de enero era normalmente un día para pasar en casa con la familia. No obstante, eventualmente recibían visitantes durante la tarde, especialmente allegados a la familia. Durante la hora del té, los Britter visitaron a los Andley y a los Cornwell. La noche anterior, el Sr. y la Sra. Britter habían celebrado su propia fiesta de Año Nuevo en su mansión, pero una vez terminado el compromiso, querían pasar la primera tarde del año con su hija y su familia. Los acompañaba una joven sobrina de Detroit, que se estaba quedando con ellos durante la temporada invernal. Cuando el mayordomo anunció a los visitantes, Candy y Annie estaban en el salón de té de la Tía Elroy jugando a las cartas, mientras Stair, sentado frente a ellas, iluminaba su libro. La Tía Elroy vigilaba al niño mientras cosía. Los caballeros estaban jugando billar en el salón de juegos en otra ala de la casa.
Tan pronto como los visitantes entraron a la habitación decorada al estilo Shingle 2, intercambiaron las felicitaciones y abrazos por el Año Nuevo y se ordenó a los sirvientes traer té y pastas. Annie se encargó de enviar a una de las sirvientas a avisar a su marido que sus suegros habían llegado a visitarlos. La Srita. Sally Britter fue presentada formalmente con toda propiedad, y la Tía Elroy saludó a Sally, que era una mujer vivaz de pelo castaño de veinticuatro años, a quien consideró una “jovencita encantadora”. Cuando la sirvienta regresó a la habitación con el servicio de té, las damas ya habían ocupado sus lugares alrededor de la Tía Elroy. Sentada al lado de Candy, la prima de Annie observó atentamente lo que la rodeaba. Estaba extremadamente impresionada por la grandiosidad de la mansión Andley, y quería tomar nota de todos los detalles de la habitación. Desde los ventanales triples a los acentos japoneses y los muebles Reina Anna, cada aspecto de la habitación hablaba de una riqueza que había logrado el estatus de fortuna antigua. Sally observó a la sonriente Srita. Andley, que mantenía conversación con ella. Sus rizos dorados y ojos verdes brillantes eran de hecho las características más llamativas de su personalidad. Sin embargo, había algo en su conducta que hacía que Sally sospechara que la Srita. Andley era algo más que solo una cara bonita. La joven había escuchado que la Srita. Andley era adoptada, como su prima Annie. Así, que había esperado encontrar la misma clase de mujer sumisa y dulce que era Annie. Para su gran sorpresa, esta joven de ojos centelleantes y personalidad viva era justo lo opuesto. Sally aun trataba de descifrar el carácter de su interlocutora, cuando Annie mencionó que la Srita. Andley estaba comprometida y que la boda tendría lugar en solo una semana. Los Britter estaban felicitando a Candy, cuando los tres hombres entraron a la habitación en tonos rosa y violeta para saludar a los invitados. Sally había sido convenientemente instruida por la madre de Annie para ser especialmente atenta con el Sr. Andley, ya que era un soltero muy deseado. No obstante, cuando la presencia señorial de Terrence Graham entró en la habitación, fue imposible para Sally notar a cualquier otro hombre – o ser vivo – en el salón de té. Candy sonrió en secreto al ver la reacción de Sally. La rubia no podía culpar a la joven visitante por estar hipnotizada con el imponente buen parecido de Terrence. Candy sabía bien que la mayoría de las mujeres tenían la misma reacción, pero no era importante para ella, pensó, especialmente ahora. La joven se sintió feliz de que Sally la ignorara el resto de la visita. Mientras los otros miembros de la reunión continuaban la conversación, por una vez, prefirió mantenerse en silencio y observar. Una vez que no tenía la mente ocupada por la plática, fácilmente voló de nuevo a la noche anterior. Se vio a sí misma caminando a través de los largos pasillos oscuros de la mansión, mientras iba a buscar algo de hielo para la mano de Terrence. Mientras caminaba, hacía su mejor esfuerzo para asimilar lo que acababa de pasar entre Terrence y ella. ¡Simplemente no podía creer su displicencia! Si era honesta consigo misma, tenía que reconocer que había deseado lo que sucedió desde la primera vez que durmieron juntos en la cabaña … tal vez incluso antes… a lo 2 Estilo ecléctico americano de arquitectura doméstica
Capítulo 8 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez *Cierto contenido adulto
mejor en algún punto de los últimos diez años, a pesar de saber que él era propiedad de otra mujer, había soñado – en sueños y despierta – estar con él de esa manera. Claro que su imaginación no había sido tan precisa e intensa como la realidad, pero el anhelo por su toque había sido prácticamente el mismo. ¡Dios! ¡Ser tomada tan apasionadamente había sido para ella todo y mucho más de lo que había esperado! Notando que sus manos temblaban ligeramente ante el recuerdo de sus caricias ardientes por todo su cuerpo, trató de contenerlas. No solo no estaba avergonzada de lo que había ocurrido, con toda honestidad, deseaba que sucediera de nuevo, sin importar la ligera molestia que sentía. Mientras pretendía seguir la conversación en el salón de té, recordó lo que Terrence le había contado sobre su relación con Susannah. A pesar de su naturaleza generosa, Candy comprendió que había estado terriblemente celosa de Susannah todos esos años. Ahora, de pronto, era la amante indisputable de Terrence. La noche anterior, no había sido ni una prometida obligada por el deber, ni un encuentro sexual anónimo e irrelevante. ¡No! Él había vaciado su alma al hacerle el amor y eso lo hacía su hombre. Habían estado juntos tan solo por un par de semanas y había sido imposible mantener su relación casta. Él había vivido con Susannah por casi cuatro años…y no había pasado nada. ¡Era indescriptible el sabor de la victoria sobre Susannah y cualquier otra mujer, incluyendo Sally, que hubiera deseado su lugar! ¡Él era suyo! Aun frente a todos los asistentes, Candy no podía evitar que una sonrisa apareciera en su cara. Terrence, por su parte, se había sentido un poco mortificado al notar que el asiento junto a su prometida estaba ocupado por una dama desconocida. Para empeorar las cosas, la molesta castaña no paraba de mirarlo. Incapaz de cambiar la situación, se sentó opuesto a las damas y se contentó con repasar sus placenteros recuerdos. En privado, se entretuvo recordando las miradas de enojo de Candy cuando descubrió que él había leído pequeñas partes de su viejo diario, mientras ella había ido a buscar hielo para su mano. Ella había dejado el libro descuidadamente sobre su tocador y él no había resistido la tentación de leerlo. A su regreso, cuando ella había reconocido lo que tenía en las manos, los colores subieron a su rostro en todos los tonos de rojo. -¡Ese es mi diario! – había gritado ella mitad enojada y mitad avergonzada, mientras se apresuraba a llegar a la cama, con toda intención de recuperar su viejo diario de las entrometidas manos de su amante.- ¡No deberías estar husmeando en mi privacidad! – había argumentado ella tratando de tomar el libro sin éxito, ya que él era muy rápido y grande para ella. -¿Tu privacidad? – preguntó él riéndose y asombrado en el interior - ¡Me has permitido entrar en ella esta noche, cariño! ¿Te tengo que recordar lo que acaba de suceder? -Eso no te da derecho de leer mi diario. ¡No es de tu incumbencia! – había insistido ella sonrojándose aun más ante sus implicaciones.
-Bueno, por lo que he leído hasta ahora, este diario se relaciona mucho conmigo, ya que aparentemente soy la estrella del relato – dijo sonriendo egoístamente, levantando el diario lo suficientemente alto para que ella no pudiera alcanzarlo. -¡Casi había olvidado que eres un tonto creído! -Si. Veo que me describes en esos términos a lo largo de este libro, y dices que también soy un canalla e insolente. -Porque eso es lo que eres. ¡Dame mi diario! -Pero también dices que tengo buen corazón… y que mi sonrisa es encantadora …y -¡Debí haber estado loca cuando escribí esas cosas! –dijo ella renunciando un momento a sus intentos de recuperar el diario, mientras cruzaba los brazos y hacía un puchero frustrado. -¿Loca por mi? – le preguntó él acercándose a ella, ambos arrodillados sobre la cama frente a frente. Él se había acercado en uno de sus movimientos felinos. Aun cuando ella continuaba enojada con él por leer su diario sin su permiso, no había resistido su acercamiento. -Nena, nunca hubiera imaginado que pudieras pensar en mí como un tigre – dijo él ronco, muy cerca de su oído. Los ojos de Candy se abrieron de par en par, entendiendo cuanto había leído él. -DAME MI DIARIO –había gritado ella, esta vez moviéndose más rápido y arañando su mano derecha, a lo que él reaccionó gritando. -¡Ouch! ¡Mi mano! – dijo retorciendo la cara con dolor (o por lo menos aparentándolo). Cuando se dio cuenta de que lo había lastimado sin querer, se olvidó completamente del diario para tomar su mano levantada. -Lo siento, Terry. ¡Soy tan torpe! Perdóname… ¡déjame ver tu mano! – le había rogado ella. Él obedeció fácilmente y la dejó mimar su mano tanto como ella considerara necesario. -Ahora conozco un buen truco para apaciguar a mi tigresa –había pensado él agradeciendo a sus habilidades histriónicas mientras se recostaba en la almohada para disfrutar el placer de que ella lo malcriara. -Supongo que su boda estará en los periódicos la próxima semana, Sr. Graham. ¿La Srita. Andley y usted se casarán en Chicago? Terrence movió los ojos lentamente para reconocer la presencia de Sally Britter, que ahora se dirigía a él. Era ridículo que ella estuviera tratando de entablar una conversación como esa con él, cuando Candy estaba sentada justo junto a ella. Otra dama hubiera preguntado a la novia, pero era evidente que la Srita. Britter trataba de atraerlo a una conversación con ella.
Capítulo 8 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez *Cierto contenido adulto
-Está equivocada, señorita, Candy y yo no estamos interesados en tener a la prensa u otra presencia entrometida en la ceremonia. Será un asunto privado. Solo unos cuantos amigos íntimos y familia – contestó él utilizando desdeñosamente su tono más distante. -¡Pero sin duda no debiera decepcionar a sus admiradoras manteniendo en secreto un evento tan importante! – insistió la joven, y a pesar de que la conducta de Terrence no mostró ningún cambio, Candy supo que estaba más que exasperado con la osadía de la Srita. Britter. -Como cualquier hombre enamorado, Srita. Britter, soy el primer interesado en divulgar el hecho de que Candice me ha aceptado como su compañero de vida. Eso será notificado debidamente a los periódicos más tarde. Pero me niego terminantemente a tener a algún extraño en mi boda. Mis admiradoras saben que siempre he sido un hombre reservado. A estas alturas deben estar acostumbradas a mis formas misantrópicas – finalizó él, y al hacerlo, se levantó haciendo una cortés reverencia a las damas y se movió a otro lado de la habitación, donde los hombres se habían reunido con el Sr. Britter. La Srita. Britter se mordió la lengua el resto de la visita.
El día por fin había terminado. Terrence se había retirado temprano tras la cena, pero Candy se había quedado con Stair un rato más y había acompañado a Annie a acostarlo. Una vez que el niño se durmió, Annie le había pedido a su amiga hablar con ella en privado en su recámara. Candy pensó que Annie quería discutir el cambio sutil de actitud de Archie hacia Terrence tras su conversación esa mañana. Sin embargo, cuando entraron a la habitación de los Cornwell, Annie comenzó a balbucear sin rumbo, mostrando señales de nerviosismo. Candy, un poco alarmada por la incomodidad de su hermana, tomó sus manos en esa forma tranquilizadora que había usado desde su infancia. -Annie, ¿pasa algo malo? – Candy preguntó mirando directamente a los profundos ojos azul grisáceo de Annie. -¿Malo? – repitió Annie como perdida en sus pensamientos. -¿Pasa algo malo entre Archie y tú? ¿Algún problema con Alistair? – señaló Candy. -¡Oh no! Para nada, Candy … es solo…que – Annie entendió que no podía seguir dando vueltas por las ramas más tiempo – Recibí…una llamada de la Srita. Pony esta mañana… me pidió algo. -¿En verdad? – preguntó Candy pensando que era raro que la Srita. Pony pidiera ayuda a Annie, ya que era ella quien normalmente se hacía cargo de las necesidades del Hogar de Pony - ¿Qué te pidió? -La Srita. Pony quería… quería que hablara contigo de algo – explicó Annie quitando sus manos de las de Candy, sintiendo que estaban sudando. -¿Acerca de..?
- Acerca de tu boda – respondió Annie dejando a Candy más confundida acerca de cómo los preparativos de una ceremonia tan simple pudieran ser un problema. -¿Acerca de la ceremonia? ¡Pensé que todo estaba cubierto! Ya se ha acordado la ceremonia con el sacerdote, la Srita. Pony dijo que ella podía cocinar y … -No sobre la ceremonia, acerca de …la noche de bodas – dijo Annie finalmente desviando la mirada de su amiga y poniéndose de color rojo brillante para hacer juego con el suéter de Candy. Candy finalmente se dio cuenta de lo que pasaba. Aparentemente, la Srita. Pony, siempre preocupada por el bienestar de Candy, le había pedido a Annie –como mujer casada – que tuviera “la plática” con Candy, antes de que tuviera que afrontar sus deberes maritales. Candy no pudo contener la sonrisa. Estaba agradecida con la consideración de la Srita. Pony y de Annie, pero era evidente que la pobre Annie no era adecuada para una tarea tan delicada … no que Candy verdaderamente necesitara ser iluminada en la materia …especialmente ahora. -Ya veo. – dijo finalmente Candy levantando las cejas y sus hoyuelos aparecieron en las mejillas – No creo que debas mortificarte sobre ese punto. – dijo ella, tratando de dilucidar como iba a superar esto sin decir demasiado. -¡Claro que debo! – insistió Annie, tratando de darse valor. –Mi madre habló conmigo cuando fue mi momento y…agradezco su consejo. No… no sé lo que hubiera hecho… si… si ella no me hubiera explicado las cosas… Quiero decir, yo… yo nunca… me imaginé que el deber de una esposa implicara… quiero decir… -Sé lo que estás tratando de decir – dijo Candy sintiendo lástima de la pobre balbuceante Annie. -¡No, Candy, no te puedes imaginar lo que es …estar con un hombre! – Annie respondió vehementemente – Una dama no debiera saber, de hecho… quiero decir, hasta que es instruida apropiadamente por una dama casada con experiencia… como yo. -¡Annie, ¡esto no es el siglo XIX! – dijo Candy riéndose – Saber no es pecado. Cuando te dije que no debieras preocuparte por hablar conmigo de los deberes maritales, estaba hablando en serio. Estoy completamente al tanto de lo que sucede entre un hombre y una mujer cuando hacen el amor. Annie abrió los ojos como un par de enormes platos azules. -¿Lo sabes? -Bueno, en teoría – añadió Candy, mordiéndose la lengua por la blanca mentira que había dicho. Por mucho que confiara en Annie, estaba consciente de sus limitaciones. Candy estaba segura que le hubiera causado dolor a Annie si le confesara que recientemente había añadido sesiones prácticas a su educación sexual. Lo que había ocurrido la noche anterior no lo confesaría a otra persona distinta de su amante; ni siquiera a Albert. -¿Cómo es eso? – preguntó Annie confundida.
Capítulo 8 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez *Cierto contenido adulto
- Annie, soy enfermera. En la escuela de enfermería enseñan algunos detalles de la reproducción humana. Además, durante muchos años he asistido en partos. Créeme que sé cómo se hacen los bebés. ¿No estaba a tu lado durante el nacimiento de Stair? -Bueno, si...pero pensé que no sabías exactamente como sucede. Candy observó a su hermana y suspiró. Estaba segura que Archie era un esposo amoroso y tierno, así que imaginó que la incomodidad de Annie para abordar el asunto era solamente debida a su naturaleza tímida y su educación estricta. De hecho, cuando Annie regresó de su luna de miel, Candy había tratado de obtener de ella algunas impresiones de su experiencia como mujer casada, pero Annie había evitado el tema siempre, sonrojándose y cambiando la conversación. Por tanto, Candy estaba conmovida viendo que su amiga estaba dispuesta a tocar un tema tan complicado, solo por su bienestar. -No te preocupes por mí, Annie – repitió Candy – Creo que sé lo suficiente para enfrentar lo que viene. Más aun…aun cuando Terrence tiende a parecer un hombre severo y a veces incluso duro, puedo asegurarte que conmigo será todo lo que una mujer puede desear en un amante. Annie estaba sorprendida por la indiferencia de Candy ante un tema tan delicado, sin mencionar la increíble confianza en su futuro esposo. Sin embargo, siempre había conocido a Candy como una joven sin miedos y segura de sí misma. Así que Annie se relajó y cambio el tema a asuntos más agradables y neutrales como el vestido de novia de Candy, que no habían tenido tiempo de ordenar aun.
¡Candy estaba agotada! Mostrar su acostumbrada personalidad despreocupada y confiada ante su familia y conocidos había sido una labor titánica. La sensación de vértigo y las constantes mariposas en su estómago no la habían abandonado un segundo. Algunas veces había pensado que todos iban a ser capaces de descubrir lo que estaba tratando de esconder. El hecho de que Terrence hubiera estado alrededor de ella todo el tiempo, no la había ayudado para nada. Sus miradas intensas en su dirección solo sirvieron para aumentar su deseo hacia él. La peor parte del día había llegado tras la hora del té. Una familiar sensación de incomodidad y la imposibilidad de poder hablar con su prometido en privado solo habían empeorado su hastío, especialmente al finalizar la cena. Los intentos desafortunados de Annie para introducirla en los secretos del matrimonio habían sido la guinda del pastel. Ahora, se dirigía a su habitación, preguntándose si Terrence ya estaría dormido en su propia recámara. No podía culparlo. Sabía bien que no había dormido la noche anterior. A pesar de su deseo de estar con él, dadas las presentes circunstancias, era mejor si Terrence estaba descansando en su habitación. Entró a su recámara, pero antes de que pudiera encender las luces, un par de fuertes brazos la jalaron hasta que su espalda golpeó contra el amplio pecho de Terrence.
-¡Dios! ¡Me estaba volviendo loco aquí! ¡Pensé que nunca vendrías, querida! – dijo con voz ronca, sus manos cerrándose alrededor de su cintura, justo como lo había hecho hacía unos días en el Hogar de Pony. Candy recordó claramente esa mañana y como la había atrapado entre el fregadero y su cuerpo. Esta vez, él tomo su mandíbula para forzarla a voltear la cara, para que ella pudiera verlo con la esquina del ojo. -Terry… no esperaba que tú… – comenzó ella. -¿Viniera contigo esta noche? He vivido como un monje demasiado tiempo, mi amor. No corresponde a mi naturaleza – dijo él antes de colocar su cara en el ángulo preciso para besarla. Candy estaba tan impactada por la presencia inesperada de Terrence en la habitación, que no pudo hacer nada más que besarlo como él lo pedía. Juzgando por sus palabras directas y el modo hambriento de besarla, él no estaba tan cansado como podía haber imaginado. Más aun, era más que evidente que él había asumido que, tras su primer encuentro íntimo, su alcoba – y su cuerpo- estarían abiertos permanentemente para él. Desafortunadamente, Candy sabía que iba a tener que decepcionarlo… pero tal vez no aun. Sus besos sabían a gloria así que no encontró el valor para detenerlo. Él ahondó su lengua en su boca, mientras su mano izquierda se movía de su cintura hacia arriba. Sus atrevidos movimientos eran una clara señal que no estaba dispuesto a perder tiempo. Por mucho que él la estuviera haciendo perder la cabeza, sabía que era momento de detenerlo antes de que fuera demasiado tarde. -Por favor, Terry – rogó ella entre besos – debemos hablar. -Por favor, querida. Déjame hacerte el amor primero; después podemos hablar ¿está bien? – pidió él mientras ambas manos encontraban el camino bajo su suéter. -No puedo esperar, Terry … no podemos hacer el amor en este momento – dijo ella y él se congeló en su abrazo. -¿Qué…qué quieres decir? ¿Te arrepientes… Candy le regaló una pequeña sonrisa. Era típico de Terry interpretar las cosas del peor modo posible. Aprovechando su estupefacción, se volteó para verlo. -No, Terry. No me arrepiento de nada, pero hay una razón por la que no podemos hacer el amor esta noche. -¿Qué es…? – preguntó él, y su molestia era evidente. Candy levantó la vista, tratando de encontrar las palabras adecuadas para explicar a Terrence qué es lo que estaba pasando. Entonces, tras considerarlo unos cuantos segundos, concluyó que la única manera posible era el acercamiento directo, sin importar lo vergonzosas que pudieran ser las cosas.
Capítulo 8 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez *Cierto contenido adulto
-Mi período empezó hace unas cuantas horas, Terry. Lo siento. – dijo ella tan rápido como pudo bajando la vista. Eso fue un baño helado de realidad para el joven. No ignoraba las cuestiones de las mujeres, sin embargo, como alguien que nunca había sostenido una relación duradera, eso era algo totalmente fuera de su consideración. Su expresión de desilusión mezclada con incomodidad era casi conmovedora. -Lo entiendo – murmuró él cuando recuperó finalmente la capacidad de hablar coherentemente – Lo siento si no pensé que pudieras estar indispuesta. - No estoy exactamente indispuesta, solo no apta para la actividad, Terry – contestó ella, alcanzando un rebelde mechón de su frente con su mano – Cuando fijamos la fecha de la boda para el día 7, lo hice a propósito… o sea… lo planeé todo, para que no tuviéramos que preocuparnos de esto durante un mes después de la boda – trató de explicar ella, aun ruborizada – pero no contaba con que nosotros…que nosotros… -¿Anticiparíamos nuestros votos? – le ayudó a finalizar, sorprendido por el hecho de que ella hubiera pensado en el asunto – Tampoco lo planeé, amor. Y diciendo esto, la jaló de nuevo de espaldas para abrazarla, pero esta vez de una manera más casta. -Hoy entendí que siempre había tenido una idea equivocada – le dijo mientras la acunaba gentilmente de lado a lado. -¿En verdad? -Si. Siempre pensé que una vez que tú y yo hubiéramos hecho el amor, esta necesidad urgente que siento por ti se aliviaría, pero estaba equivocado. Estar contigo anoche solo intensificó mi necesidad. Me he estado quemando vivo de deseo como nunca antes. Tener que mantener la apariencia de normalidad ha sido como un día en el infierno. Ahora entiendo la necesidad de la luna de miel. -¡Siento lo mismo! – dijo ella enterrando la cara en su pecho. Apenas podía dar crédito a lo que escuchaba. ¿Ella de hecho estaba reconociendo que lo deseaba? Estaba simplemente extasiado. -Si hubiera sido menos impulsivo y hubiera esperado hasta la noche de… Ella levantó la cara y le sonrió, poniendo un dedo sobre sus labios. -Ni se te ocurra decirlo. No cambiaría el modo en que pasaron las cosas. No cambiaría nada de lo que ha pasado entre tú y yo, salvo por nuestra separación sin sentido. Él cerró los ojos y le contestó con un beso lleno de todo lo que su corazón contenía. -¿Te importaría si me quedo y duermo contigo? Quiero decir, solo dormir juntos – pidió él tras romper el beso.
-Pensé que nunca me lo pedirías.