Capítulo 6 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción autorizada de Begoña Núñez
Capítulo 6 La Cabaña
Habían decidido que Terrence y Candy partirían muy temprano en la mañana, antes de que los niños se despertaran. La Srita. Pony había insistido particularmente en eso, argumentando que necesitaría que Candy la ayudara más tarde en el día. Por esta razón, la joven se sorprendió cuando las damas le dieron una canasta llena de comida como si fueran a estar fuera todo el día. -Pero solo nos tomará un par de horas ir allá, buscar el juguete y regresar. Podemos regresar a tiempo para el almuerzo – dijo Candy mirando dudosa la enorme canasta. - Seguramente no quieres que nuestro invitado muera de hambre, querida. Además, ya que el día parece que estará soleado, puedes llevar al Sr. Grandchester a pasear por los alrededores de la cabaña – explicó la Srita. Pony mientras cubría la canasta con uno de sus paños bordados. -El bosquecillo cerca de la cabaña es tan bonito en esta época del año. Parece una postal navideña, ¿no? ¿No crees que sería una gran oportunidad para una salida invernal, Candy? – añadió la Hermana María respaldando a la Srita. Pony. Candy puso los ojos en blanco, incapaz de contradecir a la Srita. Pony y a la Hermana María cuando se confabulaban. Por tanto, la joven encogió los hombros y llevó la canasta fuera, donde Terrence ya la estaba esperando. Cuando la vio, automáticamente caminó hacia ella. -¿Viajaremos a Alaska? – preguntó él con una media sonrisa. -No me preguntes. Una vez que deciden algo, no hay manera de hacerlas cambiar de opinión – susurró ella. Él tomó la canasta para ponerla en el asiento trasero del coche, ignorando los escalofríos que corrieron a través del cuerpo de Candy cuando su mano enguantada rozó la de ella. Sin mayores comentarios, Candy y Terrence se despidieron de las damas de la casa e iniciaron el viaje. Mientras el auto se alejaba, la Srita. Pony y la Hermana María permanecieron un momento en la puerta, diciéndoles adiós. -¿Está segura de lo que acabamos de hacer? – preguntó la Hermana María a su vieja amiga. -¡Absolutamente! Necesitan algún tiempo a solas para resolver las cosas – contestó la Srita. Pony sonriendo – Además, verdaderamente parece que tendremos un día invernalsoleado. Cuando regresen por la tarde, podremos comenzar a pensar donde podemos comprar flores blancas en esta época del año. Créame, Hermana María. Las mujeres compartieron una sonrisa de complicidad mientras veían el coche desaparecer en la última curva.
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Candy tenía la vista perdida en el follaje siempre verde de los árboles alrededor. Como soldados en un desfile, los pinos y robles parecían marchar frente a sus ojos, mientras el coche avanzaba por el camino. No se atrevía a mirar al conductor, temiendo captar su mirada. No encontraba las palabras correctas para hablar tampoco; así, que permaneció en silencio, mirando distraídamente el paisaje que se movía. Por más de veinte minutos, desde que iniciaron el camino, ella solo podía escuchar el sonido del latido de su corazón. -¡Esto es increíble! – se dijo Candy - ¿Por qué actuó como una niñita a la que le hubieran comido la lengua los ratones? ¡Por Dios! ¡Mis mejillas están quemando! ¿Estoy ruborizada? La joven cerró los ojos un momento, tratando de respirar profundamente, en un intento por controlar sus emociones. Finalmente, cuando creyó que los latidos de su corazón se habían calmado un poco, se atrevió a voltear y ver a Terrence. Bajo la gabardina color beige, él estaba usando un suéter de cuello de tortuga azul marino. Para variar, en lugar de un sombrero más formal, lucía una gorra con visera para conducir que hacía juego con su abrigo. Candy pensó que su atuendo relajado le recordaba a un Terrence más joven, en una mañana invernal similar varios años antes, cuando le dio un paseo por Manhattan. Candy no pudo dejar de admirar sus rasgos una vez más. Algo parecido a la felicidad invadió su corazón al verlo. -¿Por qué sonríes? – le preguntó él rompiendo el silencio. -¿Lo estoy?...Yo…¡No me había dado cuenta!...Debe…debe ser el día soleado que me pone de buen humor – pudo improvisar una explicación. - Esa siempre ha sido tu virtud – contestó él, con los ojos fijos en el camino. -¿Sonreír? -Quise decir, estar de buen humor sin importar las circunstancias – le dijo a ella y algo en su tono tenía una pizca de melancolía. - Y la tuya siempre ha sido burlarse de todo y de todos – dijo la joven con un guiño, tratando de aligerar su humor. -¿Es eso una virtud? -¡Oh, mira! – lo interrumpió ella - ¡Ya llegamos! ¿No es espléndida la vista? Terrence tuvo que admitir que Candy estaba en lo cierto. La casa estaba construida sobre una colina que ahora estaba cubierta de nieve. Un abanico de pinos rodeaba la cabaña de madera por los dos flancos, rompiendo la monotonía del trasfondo blanco con matices verdes. El hombre estacionó el auto justo frente al porche y permaneció un momento dentro, viendo a Candy mientras corría hacia la puerta. Ella llevaba puestos unos pantalones, con un abrigo largo de montar y una boina francesa. Él pensó que era gracioso como incluso podía lucir femenina con ese atuendo masculino. Concluyó que algo en sus ojos, sus rizos juguetones o tal
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vez la manera en que se conducía eran tan profundamente atractivos para él, que podría haber estado usando una bolsa de yute y aun así se sentiría atraído hacia ella. Terrence salió del auto y siguió a Candy dentro de la casa. El lugar no era ciertamente una mansión, pero estaba amueblado cómodamente y lleno de interesantes detalles aquí y allá. Los tonos marrón y color madera daban calidez y profundidad a todo el ambiente, y el sol, entrando por las diferentes ventanas, lo iluminaba maravillosamente. La sala era espaciosa, con un solo sofá grande y acogedor y dos sillones a juego cerca de una chimenea de piedra. Había algunas fotografías en blanco y negro en la pared principal, todas ellas con paisajes exóticos, seguramente tomadas durante las constantes aventuras de Albert en el extranjero. Un grueso tapete de piel decoraba el piso; su tono marfil claro contrastaba con el chocolate oscuro de los muebles. En una esquina, un pequeño librero con objetos curiosos y cierto número de libros selectos, decían mucho acerca del dueño. En una ojeada rápida, Terrence identificó las novelas de Verne, la biografía de Livingstone y los relatos de Darwin sobre sus viajes en el HMS Beagle en Sudamérica, Tahití y Australia. -Muy del estilo de Albert – pensó. La habitación principal también servía como comedor, con una mesa rústica de cedro sólido a un lado. El colorido mantel que la cubría y las espigas de lavanda en una canasta, eran el único toque femenino en la habitación, señal evidente de la influencia de Candy. Había una cocina completamente equipada y una habitación extra en la parte posterior; una escalera llevaba a la única recámara en el segundo piso. -¿Le gusta el escondite de mi tío, Sr. Graham? – preguntó Candy con su tono ligero habitual – Viene aquí para escaparse de las presiones de Wall Street y el voluble Dow Jones. Cuando está aquí, es simplemente el Sr. Albert que una vez conociste. -¿Viene aquí solo? – preguntó él, en parte curioso y en parte renuente a hablar de su antiguo amigo. - Oh si, completamente solo, y no permite que nadie lo moleste durante sus meditaciones. Ni siquiera George o yo. -¿George? – preguntó Terrence alzando la ceja con una mirada interrogativa. -El Sr. George Johnson, su asistente personal y mejor amigo. Debes de haberlo visto en alguna ocasión. George me escoltó cuando viajé a Inglaterra a estudiar en el San Pablo. -Creo que recuerdo vagamente al hombre – concluyó él, observando ahora un par de garrafas con agua potable en la cocina. -Cuando vine la semana pasada, llené la alacena – explicó anticipando su pregunta – en caso de que Albert quisiera usar la cabaña uno de estos días, ahora que está de vuelta en Chicago. Últimamente ha estado bajo mucho estrés. -Supongo que la vida de un magnate puede ser dura – comentó casualmente.
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-Lo es…pero ahora, creo que debemos empezar a buscar el carrito de juguete. ¿No crees? – sugirió ella, cambiando el tema, recordando el consejo de la Srita. Pony. -Está bien, hagámoslo ¿Por dónde empezamos? -Yo buscaré arriba en la recámara, y si no te importa, puedes buscar en la cocina y por el salón. -¿Y la habitación trasera? -Ese es el cuarto oscuro de Albert. Nunca permito que los niños jueguen ahí, porque hay químicos que pueden ser venenosos y equipo que pueden echar a perder. Lo mantengo cerrado cuando vengo con los niños. -Entonces buscaré por aquí. Así que se separaron para comenzar la búsqueda y pronto tuvieron éxito. Alistair había dejado el coche azul y su libro para colorear dentro de un baúl hecho a mano que se usaba para guardar sábanas. Una vez alcanzado el objetivo de la expedición, Candy sugirió tomarse un descanso y Terrence se ofreció a llevar la canasta de comida dentro de la casa. Cuando salió a recogerla, se sorprendió al notar que el cielo se había puesto gris y un vacilante viento había empezado a soplar. Pensó que además del posible cambio en el clima, por el propio bien de Candy y él sería mejor no permanecer mucho tiempo en la cabaña. Por meses había soñado con la oportunidad de estar a solas con ella; irónicamente, ahora que se presentaba esa ocasión, su mente no estaba preparada para aprovecharla. Las cosas se estaban volviendo más complicadas de lo que había esperado. Sentía que necesitaba más tiempo a solas para valorarlas antes de hablar con ella. De hecho, Terrence no había podido dormir la noche anterior, dando vueltas y vueltas a su pasado y como de pronto parecía ensombrecer su futuro. Cuando había amanecido, aun debatía si debía contarle a Candy acerca del episodio más oscuro de su vida. Siempre se había imaginado que tras su desilusión inicial tras la separación, la vida de Candy había transcurrido más bien sin dificultades. Pero el día anterior, ella había hablado de tiempos difíciles e incluso de amenazas provenientes de aquellos que siempre la habían odiado. Simplemente no se podía perdonar por no haber estado ahí para defenderla durante esas dificultades. Si ella supiera la clase de vida que él había llevado durante el mismo período, ¿sería capaz de perdonarlo? ¿Podía él esconderlo? Ignorante de su oscuro pasado, Candy había estado abierta y receptiva a su acercamiento. Solamente el día anterior, él había estado seguro que ella aceptaría su petición en cualquier momento. De otra forma, no hubiera aceptado las libertades que él ya se había tomado. Pero, ¿y si se enteraba de su lucha con el alcohol? Si se lo decía, ¿lo rechazaría? ¿Qué hacer? Si pretendía tomar una decisión, debía hacerlo con la cabeza fría, y estando solo con ella no ayudaría. Cualquier paso en falso podría destrozar, una vez más, sus sueños más anhelados. Mientras Terrence aun estaba fuera, la joven se había subido a una pequeña escalera y estaba ocupada buscando algo en la alacena; así que no se dio cuenta cuando Terrence entró. Se había quitado su abrigo de montar, y Terrence pudo observar el contorno suavemente
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curveado de su cuerpo, marcado osadamente por sus pantalones. En esos días no era común ver a una mujer usando pantalones, y aun cuando la prenda no fuera ajustada, hubiera atraído el ojo masculino solo por ser tan inusual. -¡Pantalones! – pensó frustrado - ¿Por qué tenía que usar pantalones precisamente hoy que estamos solos y necesito mantener la cabeza fría? -¿Qué estás buscando? – preguntó él tras toser una vez para aclarar su garganta. - Un jarro con conservas…si…¡aquí está! – dijo triunfante- La Srita. Pony empacó algo de su pan hecho en casa para nosotros, y pensé que iría bien con esta conserva de chabacanos. Candy giró la cintura para ver al joven mientras bajaba de la escalera, pero por una de esas extrañas cosas que pasan cuando es menos improbable, perdió el pie, agitando los brazos para recobrar el equilibrio. Lo siguiente que supo, era que estaba envuelta por los brazos de Terrence que había corrido a su rescate, agarrándola antes de que cayera. -¿Quién hubiera dicho que Tarzán Pecoso pudiera caerse de una escalera de cocina de tres escalones? ¿Has perdido práctica, changuito? – dijo ronco, tomando el frasco de chabacanos para ponerlo en la mesada de la cocina sin desviar sus ojos de los de ella. Candy no podía contestar. Sabía perfectamente que no necesitaban continuar abrazados, ya que sus pies estaban firmes en el suelo; pero no podía separarse de sus brazos ahora que estaba ahí. Por un momento, su mente luchó entre el deseo de rendirse y su resolución de no permitir más libertades a Terrence hasta que hubieran hablado. En ese momento, él estaba presionándola firmemente contra su cuerpo y ella estaba renuente a soltarse. Olvidando en un segundo sus consideraciones previas, Terrence estaba de nuevo perdido en sus ojos verdes. Con su dedo índice acarició el labio inferior tan suavemente que ella apenas podía percibirlo. Aun así, la caricia la hizo estremecerse. -Estos labios fueron hechos para ser besados a fondo y tan a menudo como sea posible – susurró él con toda la intención de reclamar su boca como suya una vez más. -Terry…por favor – se quejó débilmente, quitando la cara – No empieces de nuevo. -¿Te ofendo? – preguntó él contrariado. -No es eso…es solo que…es injusto que nos acerquemos ahora si te vas a alejar de nuevo. ¿No lo ves? – dijo ella, siendo capaz finalmente de tocar el tema mientras se liberaba de su abrazo. Una sombra nubló la cara de Terrence ante las palabras de Candy. Él también se había separado de ella, cerrando los puños. -¿Ves lo que te digo? – argumentó ella – Por una razón que no puedo dilucidar, tú decides que he dicho o hecho algo equivocado y cierras toda la comunicación, justo cuando hay tantas cosas que debiéramos decirnos.
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-¿Es eso lo que crees? ¿Qué he llegado al punto de castigarte con mi silencio? – preguntó sorprendido ante la interpretación de ella a sus reacciones. -¿No es así, Terry? ¿No estabas enojado conmigo la otra noche debido a mi conversación por teléfono con Albert? La cara de Terrence palideció por un segundo. ¿Podía negar que se había puesto verde de celos? -Así que no soy tan buen actor como dicen – aceptó renuentemente. -Tal vez solo cuando estás ridículamente celoso, Terry –dijo ella cruzando los brazos sobre su pecho. -No es tan simple como crees, Candy. -Entonces, ¿por qué no tratas de explicármelo? ¡Habla, Terry! ¿Parezco una criatura tan irracional que no puedo por lo menos tratar de entender tu punto de vista? ¿Dime cómo te ofendí ayer? ¿Qué he hecho? Terrence se sintió culpable e incómodo. Involuntariamente, su lucha interna le había hecho creer que él estaba resentido con ella. -No es así, Candy…yo…me disculpo si te di…una impresión equivocada- dijo él avergonzado – Es verdad que la otra noche estaba celoso. – Tuvo el coraje de admitir, sus ojos buscando los de ella desesperadamente, como rogando le confirmara que sus temores eran infundados. Viendo nada más que puro amor por él en ellos, tomó valor y decidió seguir hablando. -...pero ayer, fue completamente distinto, Candy. No estaba enojado contigo, sino conmigo. -¿Qué quieres decir? – insistió ella confundida por sus palabras. Terrence cerró los ojos. Había reconocido la mirada en la cara de Candy y comprendió que ella no lo iba a dejar ir sin una respuesta clara. Aparentemente, por mucho que él hubiera querido esperar unos días más para pensar las cosas, Candy no estaba dispuesta a esperar. No había salida. No podía esconderle su pasado. Ella insistiría saber todo acerca de él…y tarde o temprano, se enteraría…Tenía que decírselo. -Ayer – empezó él indeciso – cuando me contaste cómo conociste al Dr. Martin, me di cuenta de… que te he fallado más de lo que alguna vez pensé…tal vez hasta el punto de no merecer perdón… tal vez hasta el punto de hacer imposible que estemos juntos…Temo que mis faltas eventualmente se interpongan entre nosotros. -¿Fallarme? Terry, no digas eso. ¿Cuándo me has fallado? ¿Y qué se interpone ahora entre nosotros? – contestó ella, con los nervios y miedos creciendo cada segundo. -¡No lo ves? ¿No conociste al Dr. Martin poco después de que rompimos? – preguntó él.
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Candy se quedó atónita por un momento. Era la primera vez que él hacía referencia abiertamente a su relación previa. -Bueno…si…lo sé, - tartamudeó confundida y más nerviosa que nunca- pero no veo como… -Candy, ¿mis defectos son invisibles para ti? – demandó y después de suspirar profundamente, reunió el valor de explicar lo que quería decir -…Por mucho tiempo el peso de mis errores recayó en mis hombros. Créeme, en diez años he tenido suficiente tiempo para arrepentirme de habernos separado. En este momento, estoy seguro que mi falta de valor esa noche en Nueva York fue el error más grande de mi vida…No debí haberte dejado ir…A pesar de esa certeza, no fue sino hasta ayer que entendí completamente el efecto en tu vida de mis decisiones mal tomadas. Debí de haber luchado por…nosotros…no solo por mi bienestar, sino también por el tuyo. - Pero Terry, sabes bien que no había otra salida. ¿Crees que hubiera aceptado renunciar a ti si hubiera sabido que existía cualquier otra solución posible? - contestó Candy, sintiendo que sus certezas chocaban con la vehemencia de sus palabras – Susannah…ella..¡ella te necesitaba! ¡Era tu deber! – insistió ella, recurriendo al único argumento de supuesta racionalidad al que se había aferrado por tanto tiempo. -¡Oh, no hables del deber Candy! ¡Odio esa palabra! Por causa de un equivocado sentido del deber arruiné mi juventud y la tuya – dijo él, levantando la voz y volteándose hacia una de las ventanas. -¿Cómo puedes decir eso? ¡Ella te amaba, Terry! Era imposible que siguiéramos juntos sabiendo que alguien que había sacrificado todo por ti iba a ser infeliz – contestó ella, aun renuente a descartar la única convicción que le había servido para justificar sus propias decisiones. Terrence dudó un segundo. Se preguntó cuanta verdad acerca de Susannah podía contarle a Candy. ¿La verdad la heriría aun más? ¿Debería proteger a Candy de un nuevo golpe? ¿Debería ser honesto? El joven bajó la vista por primera vez en la acalorada discusión; buscando las palabras adecuadas para continuar. -Por años, he tratado de convencerme de la misma mentira, Candy – comenzó finalmente, mirándola de nuevo - Pero en el momento en el que te vi de nuevo en Pittsburgh, cuando te tuve de nuevo entre mis brazos, terminé por disipar la última de esas fantasías. Esa noche, me preguntaste si ella había sido feliz y en verdad lo fue; pero solo un alma egoísta como la de ella podría haber estado satisfecha con los retazos de afecto que podía sentir por ella. Solo alguien falto de generosidad y compasión, como lo era ella, podía haber sido feliz sabiendo que yo, a quien ella decía amar tan profundamente, era miserable todo el tiempo. Si solo se hubiera compadecido de mí y dejado correr a tu lado…Pero ella nunca se preocupó verdaderamente por mí. Solo pensaba en ella misma. -¡Terry eso no puede ser! – jadeó ella. En su mente, Susannah siempre había sido la personificación de la abnegación y el sacrificio. Las palabras de Terrence revelaban a una mujer muy diferente.
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Candy caminó vacilante hacia la mesa del comedor, agarrándola con manos temblorosas antes de ser capaz de sentarse. Por mucho tiempo, lo único había mantenido su resolución era la idea de que él pudiera ser feliz con Susannah. En Pittsburgh, él había confesado que no estaba sufriendo tras su muerte, ya que sus afectos por ella habían sido solo tibios. Eso había sido bastante impactante. No obstante, confesar que él había sido miserable todo ese tiempo, y que Susannah había sido lo suficientemente egoísta para pasarlo por alto, era una cuestión completamente distinta. Terrence observó cómo sus ojos se nublaban, moviéndose nerviosamente de izquierda a derecha una y otra vez. Comprendió su impacto y le permitió algo de tiempo antes de retomar el macabro cuento. -¿Ella sabía que tú eras…infeliz? …¿Todo este tiempo?...Aun no puedo creer…que ella…pudiera saber que tu sufrías…¡y no hacer nada! – murmuró ella, con la voz como un mero susurro. Como en una bruma, Candy recordó vagamente las palabras en la carta que Susannah le envió hacía ya varios años. Ahora, bajo esta nueva luz, la carta tomaba un sentido completamente diferente. Por primera vez, Candy sintió que había sido embaucada. -¡Esto no puede ser verdad! – susurró ella, sintiendo náuseas súbitas. - Así fue, aun cuando te niegues a creerlo, Candy – continuó él, de pie frente a ella – Había pensado no revelarte esta verdad, porque sé que siempre la consideraste como una santa y querías creer que yo podía estar contento a su lado. Pero, Candy, aprendí mi lección del modo más duro. Cuando sucedió el accidente y yo no te dije lo que estaba pasando, todo marchó mal. Me pediste que hablara. Bueno, debo confesar con toda honestidad que no fui feliz en todo este tiempo. Candy levantó la cara para mirarlo. Sus ojos ahora estaban llenos de lágrimas. -No cumplí mi promesa – continuó él bajando la voz – la felicidad me ha eludido persistentemente. Por el contrario, cuando te dejé ir, viví en el infierno por meses y solo Dios, tal vez conmovido por tus plegarias a favor mío, me salvo de suicidarme. No obstante, todo lo que sufrí fue por mi causa. Es por lo que acepté mi destino e incluso perdoné a Susannah sus debilidades y el papel que ella también representó en esta triste y vulgar historia. De cierta manera, me la merecía, con toda su forma de ser torcida y enferma, así como merecí cada año de miseria y soledad en el que viví…pero tú no lo merecías. Si tú sufriste o lloraste por este hombre que no lo merecía, yo… -¡No, Terry, no permitiré esto! –interrumpió vehementemente, fijando sus ojos en los suyos de nuevo – No permitiré que asumas toda la culpa. Si vamos a etiquetar esto como un error, entonces también tengo que asumir mi parte de culpa. Fui yo quien se fue esa noche; yo, que no volteé incluso cuando trataste de detenerme. Tú solo hablas de tus fallas, ¿pero qué hay de las mías? Yo te empujé a tomar esa decisión. Eso me convierte en tu verdugo. ¿No lo ves? – respondió ella y luego, dándose cuenta del peso de sus propias palabras, gritó - ¡Santo Dios! ¿Qué hice? – y enterró la cara entre sus manos.
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No obstante, Terrence no podía permitir que asumiera la culpa. Esa posibilidad nunca cruzó por su mente. -No, Candy, debí haber tratado más, debí haber insistido, yo…debí haber corrido a la estación y detenerte ahí. ¿Pero qué hice? Me quedé en ese maldito hospital…paralizado…impactado…y le ofrecí mi protección a ella, dejándote sola. Dime, Candy, ¿dónde estaba yo cuando Neil te acosó? -Terry..él…él no…me acosó. Estás exagerando – respondió nerviosamente. -¿Lo estoy? ¿Entonces por qué balbuceas? – preguntó despiadadamente – No te creo, Candy. Siempre has sido una mala mentirosa. Ayer, tuve el presentimiento que no me estabas contando ni la mitad de las cosas que realmente sucedieron. Y sí, creo que conozco bastante bien la mente enferma de Leagan para llenar los huecos de la historia. Estás tratando de suavizar algo que fue serio y te dejó desempleada con la clara intención de doblegar tu voluntad y arrinconarte. ¿Hablas de deber? Bueno, ahora veo que en lugar de estar al lado de otra mujer, mi lugar y mi primer deber eran estar contigo en ese momento y protegerte. Te fallé en eso. -Estás cargando mucho sobre tus hombros, Terry. No había manera de que hubieras podido ayudarme. Además, no estaba sola. Te dije que el Dr. Martin y yo nos respaldamos mutuamente en ese entonces…y estaban Albert y Archie… -¿Y piensas que me consuela que otros hombres hayan dado la cara por ti porque yo te había abandonado? – dijo enojado – Incluso un pobre hombre quebrantado, como el Dr. Martin te tendió la mano en ese momento. ¿Y yo? ¿Quieres saber dónde estaba yo, Candy, mientras te pasaba todo eso? -Terry, esto no nos está ayudando; no es necesario repasar el pasado…al menos, no de esta forma – dijo ella, palideciendo ante el rumbo de la conversación. -¿No hay necesidad? ¡Todo esto es acerca del pasado! Ayer, me di cuenta que el pasado, mi pasado podía ser demasiado pesado y grande para que nosotros estemos juntos. -¿Qué estás diciendo? – preguntó ella palideciendo aun más. -Que tal vez si descubrieras la verdad sobre mí, el grado de mi cobardía y degradación, no estarías aquí conmigo. Estarías consternada si supieras en lo que me convertí – respondió él amargamente. -Terry…no hables de esa manera…te estás lastimando innecesariamente – rogó ella. -Sí, dijiste que tengo que hablar. Bueno, debes saber que mientras el Dr. Martin valientemente se sobrepuso a su problema con la bebida por ayudarte, yo estaba hundido en mi propio alcoholismo. Me hundí en el alcohol porque era incapaz de determinar si era lo suficientemente fuerte para tomar una decisión, ya fuera liberarme y recuperarte, o mantener las promesas que había hecho. Por meses, Candy, después de que rompimos, caí en el alcoholismo y casi arruiné mi carrera en el proceso. Esa fue la extensión de mi patética falta de
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resolución. Lo que hice durante esos días, como perdí mi dignidad, mi orgullo y mi inocencia en unos pocos meses; ese es un cuento que a tus castos oídos no les gustaría escuchar, Señorita Andley. Si me hubieras visto en ese entonces, te hubieras avergonzado de mi y arrepentido de haberme conocido. -¡SI TE VI!- gritó ella levantándose y rompiendo a llorar mientras una extraña fuerza poseía su cuerpo - ¡Te vi!...¡me dolió verte así pero eso no cambió mis sentimientos hacia ti! Esta vez fue Terry el que se sorprendió. -¿Me viste? – preguntó con incredulidad, tímidamente. Ella apenas asintió, pero aun así él la entendió. Luego, suspirando profundamente, ella juntó el valor para hablar: -No te amé menos porque tuvieras el corazón roto y hubieras dejado que las circunstancias te abatieran. Te amé incluso más, porque, cuando vi que superabas tu intoxicación, entendí que eras lo suficientemente grande para conquistar tus demonios…Te vi en esa vergüenza de teatro y supe que no te quedarías ahí por siempre…Supe que eras el tipo de hombre cuyas virtudes pueden elevarse sobre sus debilidades…Supe que algún día estarías de nuevo en el lugar al que verdaderamente perteneces, actuando con dignidad. Después, cuando escuché sobre tu regreso y tu gran éxito con Hamlet aquí y en Inglaterra, no me sorprendió. Había esperado eso de ti, justo ahí en ese teatro ambulante…-ella hizo una pausa en ese momento, con la expresión volviéndose más oscura – Lo único de lo que me arrepiento ahora, sabiendo lo que acabas de decirme sobre Susannah, es haberte dejado ir una vez más. Debí haber esperado a que terminara el espectáculo, y en lugar de salir corriendo, debí haber corrido a tus brazos y decirte cuanto te amaba…pero lo hago ahora, Terry…te amé entonces y te amo ahora, como lo he hecho siempre todos estos años. Y siempre lo haré, aun si sales de mi vida nuevamente…pero por favor, no lo hagas. Te mentí en Nueva York. No puedo ser verdaderamente feliz sin ti – dijo ella y el comprendió que ella estaba rogando con todo su corazón. Terrence estaba estático. En toda su vida, nunca había imaginado que alguien pudiera amarlo de esa manera; con tanta constancia y absoluta fe en él. -¿Cómo puedes decir eso? ¿No ves que yo no merezco…? – no pudo terminar la oración porque ella amortiguó sus palabras con sus labios en un apasionado y agridulce beso como él nunca había recibido antes. -¡Ella me está besando…por su propia voluntad…me ama a pesar de todo… entonces Dios existe! – fue capaz de razonar antes de perder la capacidad de pensar coherentemente por un momento. Ella tomó su cara entre las manos y sus labios exploraron los suyos con ansia nerviosa, como tratando de borrar con su gesto la amargura de tantas noches que él había pasado con duros arrepentimientos. Lentamente, el comenzó a responder, igualando su pasión con similar ansia. Sus brazos buscaron el camino hasta quedar enganchados en un abrazo. Un beso llevó a otro, en una sucesión deliciosa y liberadora que duró por largos momentos gloriosos. Después de un
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rato, con la respiración pesada, ella dejó escapar un sollozo. Él sintió el salado sabor de sus lágrimas mezclado en su beso, y se movió para secarlas con sus propios labios. -No llores, Candy – susurró él entre besos – Yo entiendo…shhhh…ahora entiendo. Pensé que había tenido una visión tuya esa noche, querida…vi tus lágrimas, justo como ahora…si hubiera sabido con certeza que eras tú…¡no sé lo que hubiera hecho!...Tal vez hubiera escapado, lleno de vergüenza o corrido hacia tus brazos, arrepentido…lo que sabía en ese entonces…era que no podía quedar atrapado en el lodo. No fue fácil salir de ahí…para regresar…para empezar de nuevo, pero todo lo hice por ti. Aun cuando cometí el error de volver con Susannah, engañado como estaba, lo hice por ti. Desde aquel día en el teatro ambulante, cada pequeña victoria que gané sobre mi debilidad, todos mis esfuerzos y el éxito que llegó después, todo siempre fue dedicado a ti; porque…verás, siempre has sido la única mujer a la que yo – él dudó por un instante, pero después, envalentonado por la confesión previa de ella, fue capaz de terminar de decir – la única mujer que amo… Siempre, desde que te vi en el barco, a primera vista… intuitivamente supe que te amaba. Y eso es lo que traté de decirte en mi primera carta el pasado mayo: que mi amor por ti nunca ha cambiado. -¡Oh Terry! – dijo ella explotando en sollozos que partían el corazón. Terrence la jaló hacia su pecho para consolarla, sin estar seguro de la razón que había provocado su explosión, pero ansioso por saberla. -Por Dios, Pecas… ¿qué dije? No llores más, mi amor – le pidió, acunándola suavemente en sus brazos. Permanecieron abrazados un momento, sus sollozos deteniéndose lentamente bajo su suave toque. -No, Terry…no dijiste nada malo – comenzó a decir ella, cuando había recobrado la habilidad de hablar coherentemente – Es solo que…finalmente dijiste que me amas… ¡no sabes cuánto he deseado escucharte decir eso! – confesó ella. -Entonces te prometo decirlo frecuentemente de ahora en adelante, así que acostúmbrate a escucharlo y no llores – contestó él con una leve sonrisa, apenas curveando sus labios. De pronto, una violenta ráfaga abrió la puerta que Terrence no había cerrado bien. Los amantes rompieron su abrazo y corrieron a la entrada. Frente a sus confundidos ojos, un viento de los más poderoso y gélido barría los bosques con una furia inesperada. -¡No lo puedo creer! – dijo ella con incredulidad – Estaba soleado y brillante cuando llegamos… ¿de dónde vino esta tormenta de nieve? -No sé, Candy, pero por lo que parece, no vamos a salir de aquí por lo menos en unas cuantas horas, - concluyó él, apretando inconscientemente la silueta de Candy contra él protectoramente; pero luego, viendo la fuerza del violento viento, añadió – Creo que sería buena idea cerrar todas las contraventanas – y poniéndose el abrigo salió para poner en acción sus palabras.
Capítulo 6 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción autorizada de Begoña Núñez
Candy lo siguió con los ojos mientras él aseguraba las contraventanas justo cuando comenzaban a golpear ruidosamente contra las paredes. Mientras las cerraba una por una, Candy se dio cuenta que pronto toda la casa quedaría a oscuras. Así que decidió sacar unas velas de la alacena. Cuando Terrence regresó a la cabaña y aseguró la puerta, la habitación estaba ya iluminada por la luz tenue de las velas. La joven estaba de espaldas, ocupada apilando leños en la chimenea. -Déjame hacer eso – dijo él tomando su lugar. -Entonces, voy a hervir algo de agua. Creo que nos serviría una taza de té ahora, aun cuando lo tendrás que tomar sin limón- comentó ella con una tímida sonrisa. Terrence le sonrió de vuelta en silencio. Amaba la forma en que ella podía predecir sus hábitos y manías. Mientras encendía el fuego, le echaba un vistazo a ella de vez en cuando. Se había quitado sus botas de nieve y estaba caminando descalza por el lugar. Él sintió como una deliciosa ola de placer bañaba su alma ante esa muestra simple de su creciente intimidad. En ese momento, estaba claro que deberían quedarse en la cabaña por algunas horas, incluso toda la noche, y el pensamiento hizo que se encendieran las alarmas de su cabeza. Ahora que todo parecía haberse aclarado entre ellos, solo faltaba que él hiciera la gran pregunta. Con seguridad, tendría bastante tiempo para hacerlo gracias a la tormenta. El problema era qué hacer después. Terrence pensó que sería una tarea difícil ser un caballero ese día. Unos minutos después, con el fuego crepitando ya en la chimenea, ambos se sentaron a la mesa para disfrutar su té y algo del pan que la Srita. Pony había empacado esa mañana. Habían caído en un inusual silencio cómodo, relajándose lentamente de las exacerbadas tensiones de su apasionada conversación. Fuera, el viento rugía y la temperatura caía dramáticamente. -Sabes, creo que esto no es una tormenta común. Tiene toda la fuerza de una ventisca – dijo él rompiendo el silencio – Recuerdo que hubo una gran ventisca en Nueva York el año en que empezó la guerra. Fue durante los primeros días de marzo, si no estoy equivocado. Estábamos ensayando el Rey Lear en ese tiempo, pero todo el trabajo se canceló por dos o tres días. Todas las comunicaciones con Nueva Jersey se interrumpieron porque los vientos tiraron los postes y la electricidad se cortó por una noche entera. - Espero que esta no sea tan mala como esa. Ojalá amaine en unas cuantas horas.- contestó ella con calma mientras ambos limpiaban la mesa –Incluso si nos tuviéramos que quedar aquí por días, tenemos suficiente agua y provisiones para los dos. No te preocupes. Terrence pensó que sobrevivir a la ventisca no era exactamente lo que le preocupaba. Tras la comida, Terrence escogió un libro de la modesta selección que Albert guardaba en el lugar, y se sentó junto al fuego para leer en voz alta, con la cabeza de Candy recargada sobre su hombro. Ella había tomado una manta de felpa de la recámara y había cubierto sus pies con ella.
Capítulo 6 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción autorizada de Begoña Núñez
Esa libertad para disfrutar la presencia del otro era una nueva experiencia para ambos. Parecía que había sido ayer cuando ambos tenían que escabullirse en el parque del colegio para encontrarse en secreto entre clases. Ahora, de repente, eran dos adultos, libres e independientes, varados en una esquina recóndita del mundo. Nadie irrumpiría en la habitación para interrumpir su intimidad; nadie tenía el poder de obligarlos a estar alejados de la presencia del otro, no había nada en el camino. Candy apenas podía creerlo. Estar así abrazada por él, con el fuego calentando su cara hasta hacerla enrojecer, le hizo recordar inevitablemente otro momento compartido hacía mucho tiempo atrás. -¿No te recuerda a Escocia? – preguntó ella interrumpiendo su lectura. Él bajó el libro y la miró en silencio. Bajo la luz tenue de la chimenea, sus ojos se habían tornado iridiscentes, con vetas doradas flotando en un océano verde. -Si claro – admitió él – pero debes reconocer que nuestras circunstancias han cambiado mucho. Yo era un estúpido imberbe en ese entonces, demasiado arrogante para aceptar que te tenía un miedo terrible. Ella rió fuerte por su comentario. -¿Tú me tenías miedo? ¡No sabía que eso fuera posible! – dijo ella con incredulidad. -Estoy siendo sincero, Candy, tenía miedo de lo que sentía por ti – confesó él, dejando el libro a un lado – Era algo tan abrumador y fuera de mi control que temía lo que pudiera pasar si lo descubrías. Si lo mostraba, podías terminar lastimándome como nadie; o por lo menos eso creía. Era por eso que jugueteaba contigo, te picaba con bromas groseras y te alejaba con palabras rudas de vez en cuando…pero la verdad es que, esa noche, mientras mirábamos el fuego como ahora; me moría por tenerte entre mis brazos como en este momento – dijo él presionando suavemente su cabeza contra su corazón, besando su cabello – Por años, me arrepentí de mi cobardía esa tarde. - No sé como hubiera reaccionado si te hubieras atrevido – se preguntó ella. - Me hubieras dicho que me quitara y me hubieras abofeteado, - se rió él de todo corazón – Me alegra que parezcas haber renunciado a ese mal hábito, amor. - ¡Por favor no menciones eso! Si no hubiera reaccionado tan violentamente esa vez… Candy se detuvo a la mitad de la oración. De repente, Terrence se puso serio e instintivamente ella leyó la pregunta que estaba pintada en sus ojos. -Creo que esto puede ser demasiado tarde, pero siento mucho mi reacción esa tarde, Terry. No quise lastimarte…es solo que – ella levantó los ojos buscando las palabras – fue inesperado…y yo era muy joven e inexperta. -Pero solo fue un beso – dijo él con un leve dejo de reproche en su voz. Candy lo miró, un poco sorprendida de descubrir que él no había captado el significado de lo que había dicho.
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-Terry…fue...mi primera vez. ¿Lo recuerdas? Te dije en ese momento…-dijo ella bajando la vista. Los ojos de Terrence se iluminaron con una mezcla compleja de emociones. Siempre habían sido su placer y orgullo secretos haber sido quien le robara su primer beso. Pero el dolor que había sentido cuando ella lo había comparado con Anthony en un momento como ese, había amargado lo que de otra manera pudiera haber sido el recuerdo más dulce de su adolescencia. Incluso como adulto, sin importar lo mucho que tratara de pensar sobre el asunto, él no había podido superar ese sentimiento. -Yo…creo – la interrumpió él, aun inseguro de cómo explicarse – fue más bien un golpe duro para mi…actué impulsivamente, pero mi corazón estaba haciendo su mejor esfuerzo para expresar lo que no podía decir con palabras … y entonces – hizo una pausa, sus ojos buscando un punto imaginario en el vacío – lo mencionaste a él … diste a entender que él nunca hubiera sido tan grosero como yo lo era. Candy, que había estado observando el remolino de emociones en su expresión, se dio cuenta por primera vez, que sus palabras lo habían herido más que su bofetada. -Terry – lo llamó ella, tomando su cara para obligarlo a mirarla directamente – Lo siento. Estaba demasiado impactada y confundida para entender cómo te hirieron mis palabras. Siendo una chica, imaginaba que mi primer beso ocurriría mucho después, en circunstancias distintas. Me tomaste por sorpresa, cuando mis propios sentimientos no estaban definidos, eran desconcertantes… no conocidos. Nunca había sentido lo que tú provocabas en mí. Pero hoy, Terry, no estás hablando con la misma chica asustadiza y pasmada que solía ser. Ahora sé que ningún hombre se puede comparar contigo. ¿Me perdonas por favor? Las palabras de Candy se colaron en los oídos de Terrence cono una suave brisa estival. Para alguien que había crecido sintiéndose rechazado, escucharla decir que lo valoraba más que a cualquier otro hombre, era un bálsamo calmante para sus heridas abiertas. Lentamente, mientras algo parecido a la confianza comenzó a crecer en él, pudo reconocer su propia falta. -Solo si puedes perdonar también mi rudeza – contestó finalmente a la pregunta de Candy, tras una pausa que comenzaba a preocuparla-…Hubiera querido besarte más tiernamente, pero me temo, que como principiante en el amor, era tan ignorante y estaba tan confundido como tú…y claro, haberte devuelto la bofetada no tuvo excusa – aceptó él, verdaderamente avergonzado de su reacción. -Considera todo perdonado, entonces – contestó ella con una sonrisa que se selló con un nuevo beso, mucho más placentero que su más bien torpe primer intento. -La adolescencia es una experiencia aterradora ¿No? – dijo él cuando se separaron sus labios – En cualquier caso, pasaría por todo de nuevo solo para tener el derecho de robar tu primer beso una vez más… - concluyó él, su boca curvándose nuevamente en su característica pícara sonrisa. Se quedaron un momento en los brazos del otro, sin decir nada. Terrence necesitaba algo de tiempo para digerir el estímulo a su ego que la confesión de Candy le había dado, y ella
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agradeció la oportunidad de recuperarse de todas las emociones que su conversación había provocado en ella. No obstante, la naturaleza posesiva de Terrence no le permitió regocijarse por mucho tiempo. Pronto, su mente vagó hacia otra dirección y su cuerpo se tensó ante el pensamiento. Candy, que descansaba la cabeza en su pecho pudo sentir como cambió el ritmo de su corazón. -Candy…-comenzó él, un poco inseguro de lo que iba a decir. -¿Si? -No sé si debo preguntar… La joven se alejó de su abrazo solo lo suficiente para verlo inquisitivamente. -Pero… - lo animó ella. -No…olvídalo. No es importante – dijo él cambiando de opinión. -Terry, eso no va a funcionar. Si tienes una pregunta, debes hacerla – insistió ella. Terrence frunció los labios, aun dudoso, pero tras un momento finalmente se atrevió a preguntar. -Dices que todos estos años tú…has seguido amándome. Debo confesar que eso es más de lo que me hubiera atrevido a esperar…Sin embargo, me preguntaba… - hizo una pausa nuevamente – si durante este tiempo, tú…alguna vez tuviste a alguien…no te culparía por eso. ¿Cómo podría? Es solo que… - ¿Quieres decir si tuve algún novio después que rompimos? – dio ella parafraseando sus palabras con más exactitud. -Bueno…si – asintió él evitando su rostro, nervioso ante la respuesta que pudiera darle. Esta vez Candy estaba impactada. Nunca había visto una mirada tan infantil en sus ojos normalmente serios. -No un novio fijo – comenzó ella lentamente, como midiendo cada palabra – Asistí a algunos bailes acompañada por algún que otro caballero que Annie me presentaba… y tal vez… salí en algunas citas…- entonces hizo una pausa para ver su reacción. Él no pronunciaba una palabra, manteniendo la vista en otro lado – pero nada serio surgió de esas ocasiones. Eso frustraba a Annie inmensamente, pero nunca me sentí cómoda con ninguno de esos hombres. Era muy difícil saber si estaban verdaderamente interesados en mí o en el dinero que pudiera heredar. Además… no lo podía evitar; comparaba a todos los hombres que conocía contigo, y cuando lo hacía, todos parecían caer de mi gracia – concluyó alcanzando su mano para acariciarla. El pecho de él se relajó y su mano se abrió para que pudiera tocar su palma, haciendo la caricia más intensa.
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Él no pudo contestar. En silencio lo observó parpadeando nerviosamente mientras entrelazaban sus dedos. La luz en sus ojos le dijo que estaba complacido, pero algo en sus labios revelaba que dudaba, como buscando las palabras que decir a continuación. -Por mucho tiempo – dijo él finalmente – Pensé que te había perdido para siempre. Cada año que transcurría comenzaba a aceptar que me olvidarías y que eventualmente alguien… ganaría tu corazón… Desde el punto de vista racional, sabía que era el evento más natural y deseable y que yo debía de estar satisfecho de que, por lo menos uno de nosotros, pudiera ser feliz. Pero cada vez que te imaginaba con… otro hombre… terminaba mi generosidad y mi pasión desataba lo peor de mí. Me odiaba en esos momentos, sabiendo que estaba siendo egoísta e injusto, especialmente cuando estaba comprometido con otra…pero, simplemente no podía evitar… sentirme celoso – concluyó, con los ojos llenos de anhelo y emoción profunda. Ella se acercó a él, lanzando los brazos alrededor de su cuello y recargando su mejilla derecha en la de él. La joven no podía pronunciar una palabra. Sin embargo, en el calor de su abrazo, él comprendió que sus miedos habían sido infundados y el ritmo de su corazón se desaceleró. No obstante, tras un momento, su sentido de la justicia le dijo que no podía dejar el tema de su pasado aun. -Ahora, creo que te debo una explicación – continuó él, ciñéndola a sus brazos mientras recargaba la espalda en el sofá. -¿Una explicación? – preguntó ella despistada. -Te pregunté acerca de tu pasado, y creo que debo ser honesto respecto al mío. Quiero decir… viví bajo el mismo techo con otra mujer por varios años. Creo que eso requiere una explicación. -No la necesito – respondió ella acurrucando su pequeño cuerpo cerca de él, renuente a tocar ese tema. -Tal vez soy yo el que necesita sacarlo de mi pecho. ¿Te importaría escucharme, aun cuando la historia sea desagradable? – insistió él, seguro internamente que se necesitaba la explicación si quería derribar la última barrera entre ellos. Candy dudó un momento, pero viendo que él estaba decidido, se rindió. -Si debes hacerlo, adelante – aceptó, con la cabeza sobre su hombro. - Bueno…después de esa vez en Rockstown y tan pronto como tuve dinero para pagar un boleto, regresé a Nueva York. Tuve varios trabajos menores para pagar mi sustento, mientras encontraba algo en el mundo del espectáculo. No era fácil, porque había dejado muy mal precedente. La mayoría de los directores no quería arriesgarse con un joven que se había ganado la reputación de botar trabajos por razones no justificadas. Me costó casi un año conseguir un pequeño papel. Era como empezar de nuevo, pero todo lo que me importaba entonces era estar de nuevo en mi camino. La compañía para la que trabajaba en ese tiempo, no tenía ni la mitad del prestigio de la compañía Stratford, sin embargo era una compañía decente y profesional, nada como esa lamentable compañía de Rockstown. Por esos días,
Capítulo 6 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción autorizada de Begoña Núñez
visité a Susannah por primera vez y la encontré más dispuesta que nunca a retomar nuestra relación. Honestamente me sentía tan culpable, que no presté atención al hecho de que no era natural que una mujer fuera tan clemente y comprensiva, especialmente cuando nunca había hablado de amor con ella. Todo lo que podía ofrecer era mi decisión de mantener la promesa de una relación sin amor. Le pedí algo de tiempo antes de hablar de matrimonio, mientras me recuperaba económicamente, y ella aceptó. Candy permanecía callada escuchándolo, tratando de seguir su relato, pero ante la mención de su propuesta de matrimonio a Susannah, no pudo evitar estremecerse entre sus brazos, casi imperceptiblemente. -Había estado actuando por alrededor de diez meses cuando el mismísimo Robert Hathaway me mandó un mensaje diciendo que quería hablar conmigo. Podrás imaginar lo emocionado que estaba. Pero, cuando fui a verlo, no tenía una actitud tan abierta ni comprensiva como antes. Podía ver que tenía sus reservas, pero en cualquier caso, me ofreció trabajo para la siguiente temporada. Acepté con gusto y me prometí que esa vez no lo decepcionaría. En ese momento hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas para hablar más explícitamente de su relación con Susannah durante esos años. -Obviamente no me dio un papel protagónico – dijo él, reuniendo el coraje para continuar – pero no me importó. Estaba trabajando de nuevo con una compañía de primer nivel en Broadway. Hubiera estado perfectamente conforme… si eso no hubiera significado que el momento de cumplir mi promesa a Susannah había llegado. Para mi sorpresa, en esa ocasión su madre puso ciertas objeciones, sugiriendo que un compromiso largo era deseable para que pudiera ofrecerle a su hija una mejor posición. Susannah no parecía muy segura de la idea de su madre, pero terminó aceptándola. Así que fijamos una fecha para el invierno del siguiente año, 1918, y también acordamos que mientras Susannah tomaría terapia e intentaría usar una prótesis, con mi apoyo económico, por supuesto. Candy se movió de nuevo, sintiéndose cada vez más y más incómoda mientras empezaba a entender las razones de la madre de Susannah. -De ahí en adelante, mi rutina se centró en el trabajo y en Susannah. Todos los días pasaba por ella – y su madre – a su casa en Brooklyn para llevarla al Hospital Saint Vincent en Manhattan. Después, iba al trabajo y regresaba para llevar a las Marlowe de vuelta a su casa. Algunas veces cenaba con ellas e iba a un ensayo tarde. Era una rutina cansada, pero le hice frente. Finalmente, alrededor de tres años después de nuestra separación, obtuve mi primer protagónico desde Romeo y Julieta, y el mejor que pude haber soñado. -¡Tu Hamlet! – Candy exclamó olvidándose por el momento de lo molesto de su relato hasta ahora. Ella evocó su propia felicidad cuando leyó sobre su sonado regreso como actor principal. -Fue un éxito absoluto – sonrió él brevemente, su corazón suavemente templado por el rayo de admiración que vio en los ojos de ella – Tras la primer semana, todos los boletos estaban agotados para el resto de la temporada. Tuvimos tan buenas críticas, que Robert propuso
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hacer una gira no solo en Estados Unidos, sino también en Inglaterra. La guerra acababa de terminar y los británicos trataban de olvidar el pasado con una buena dosis de entretenimiento. Robert dijo que una nueva estrella como yo sería más que bienvenida. Él tenía algunos amigos en Londres, que se habían mostrado interesados en nuestra versión de Hamlet, así que las cosas se arreglaron muy fácilmente. Terrence hizo otra pausa en ese punto, sabiendo que se acercaba la peor parte de su explicación. -Con la perspectiva de una gira larga, la Sra. Marlowe sugirió que debía conseguirles un lugar en Manhattan y un chofer para llevarlas al hospital durante mi ausencia. Justo antes de salir de gira, les alquilé un departamento, en el mismo edificio en el que yo vivía. La boda tendría que posponerse una vez más, esa vez fui yo quien propuso cambiar la fecha, debido a mi gira. Susannah tenía que quedarse en Nueva York para continuar su terapia. Aun cuando su madre no estuvo muy contenta esa vez con el cambio de planes, tenía que estar de acuerdo; especialmente después de que cumplí todos sus deseos respecto del departamento, el chofer y aparte, un automóvil. -Durante los seis meses que estuve ausente, Susannah empezó a escribir. Su trabajo no era brillante, pero pasaba como entretenimiento regular. No fue difícil para su madre encontrar una compañía que estuviera interesada en actuar algo escrito por la prometida de Terrence Graham. De cierta manera, mi nombre le abrió nuevas puertas a Susannah y yo estaba contento por ella. Durante los dos años y medio que llevábamos comprometidos, ella había sido siempre tan dependiente y posesiva conmigo, que cuando regresé de Europa, me sentí aliviado de ver lo emocionada que estaba con su nueva carrera. -El éxito en Europa nos había dejado unas excelentes ganancias. Así que la madre de Susannah se mostró de nuevo codiciosa. Tan pronto como regresé, insistió en que el departamento era muy pequeño para su hija, especialmente cuando, como parte de su nueva carrera, estaba ganando reputación como autora y debía recibir prospectos de clientes, directores y compañeros actores. Le dije a la Sra. Marlowe que debía elegir entre casarme con su hija y celebrar la boda por todo lo alto como quería, todavía viviendo en el mismo departamento, o comprar una casa primero y esperar otros seis meses antes de la boda. Esa vez la Sra. Marlowe dudó y me pidió algo de tiempo para pensarlo. Creo que se debatía entre el miedo de que el éxito y el dinero pudieran alejarme de Susannah si no me casaba de una vez con ella, y su aparentemente infinita codicia. Al final, acordamos algo: dejaría el alquiler de los departamentos, en su lugar compraría una casa y me mudaría con Susannah y su madre, como chaperona, hasta que nos casáramos. La fecha de la boda se fijó para la primavera de 1920. -De cierta manera, la Sra. Marlowe obtuvo todo lo que quería con ese acuerdo, consiguió una casa en Manhattan, y la declaración pública de que Susannah y yo estábamos viviendo juntos. Todo envuelto en el mismo paquete. Aun cuando no nos habíamos casado, en nuestro círculo, el hecho de que nos mudáramos juntos era una forma de decir que yo era un hombre no disponible. Otra mujer interesada en mí se lo pensaría dos veces antes de probar su suerte con un hombre que ya había llevado a su prometida a vivir bajo su techo. Debo admitir que la Sra. Marlowe era una mujer muy inteligente.
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Terrence se detuvo, viendo que Candy lo veía con ojos de interrogación. -¿Te estoy escandalizando? – preguntó él. -No en realidad,…yo sabía que Susannah y tú habían vivido juntos. Solo que me cuesta entender como una madre pudo haber propuesto esa clase de acuerdo. No parece… -¿Apropiado? – finalizó él la oración – Querida Pecas, la Sra. Marlowe no vive según los altos estándares morales a los que estás acostumbrada. Además, en mi mundo, la gente no se preocupa demasiado por las formas, así que las Marlowe se podían salir con la suya sin enfrentar el rechazo de nuestro círculo. Claro, en los escalafones más conservadores de la sociedad de Nueva York, Susannah no podía pasar más como una dama después de mudarme con ella. Pero para decirte la verdad, la Sra. Marlowe era y aun es una mercenaria. Su esposo murió dejándolas prácticamente sin un centavo, pero ella usaba la belleza de Susannah para asegurar un ingreso. Cuando conocí a Susannah, ella pagaba todos los gastos de su madre con su sueldo, como si la señora no pudiera trabajar para mantenerse. La Sra. Marlowe no es una anciana. Debe de tener la edad de mi madre; bien podría haber hecho algo para ganarse el sustento, pero prefirió vivir a costa de Susannah. No me sorprende que no haya vacilado al dañar la reputación de su hija, si a cambio obtenía una casa lujosa y una vida cómoda. -Pobre Susannah – murmuró Candy horrorizada. -No le tengas lástima, Candy. Susannah no es la víctima inocente de la historia. Tal vez algunas veces podía ser débil e incluso infantil, pero no era ajena a los planes de su madre. Estaba al tanto que su madre solo estaba buscando nuevas formas de usar mi dinero como quisiera, y no hizo nada por detenerla. Además, cuando accedía a los planes de su madre, su acuerdo siempre tenía precio. Cada vez que se posponía la boda, Susannah aceptaba solo tras actuar frente a mí una escena digna de ganarse un premio, recordándome su sacrificio y sus sufrimientos durante el tiempo que la había dejado. Manipulaba mi culpa para reafirmar que me mantendría fiel a mi promesa hasta que llegara la boda. Odiaba esa rutina, pero acababa consintiendo el plan de la Sra. Marlowe y tolerando el chantaje de Susannah, solo porque te había prometido que me quedaría con ella. Pero te juro que más de una vez quise dar la vuelta y nunca regresar. No lo hice y ahora desearía haberlo hecho. Candy estaba sin palabras. En toda su vida, nunca había conocido una personalidad tan compleja como la que revelaba el relato de Terrence sobre Susannah. El joven notó su silencio e hizo una pausa en la triste historia. Lo siguiente que aun tenía que revelar era aun más difícil de abordar. -Candy, te estoy diciendo todo esto porque quiero que sepas que, aun cuando Susannah y yo vivíamos bajo el mismo techo… -Terry, no necesitas decirme esto. En verdad yo… no necesito saber – interrumpió ella sintiendo que sus fuerzas flaqueaban. La joven había dejado de recargarse en su pecho, y se había sentado rígidamente junto a él. Terrence, entendiendo su renuencia, se acercó a ella, tomando su barbilla con la mano y obligándola a mirarlo.
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-Mi amor, sé que mi situación con Susannah era altamente comprometedora. La mayoría de la gente pensaba que la había convertido en mi … en mi amante. Pero debes saber que eso no era cierto. Quiero decir, vivimos en la misma casa, pero nunca intimamos. ¿Entiendes lo que quiero decir? - preguntó él, sus ojos viendo nerviosamente los de ella – Nunca fue parte de nuestro acuerdo. Permitir algo así hubiera convertido el darle una casa a ella y a su madre en una acción tanto mercenaria como poco caballerosa. Más aun, la primavera siguiente, cuando se suponía nos casaríamos, Susannah se enfermó. Su enfermedad empeoró y empeoró durante ese año y el siguiente. Finalmente, la declararon enferma terminal y murió en diciembre, alrededor de tres años después que nos mudáramos juntos. – finalizó. Candy sintió como si se hubiera quitado un peso de los hombros cuando entendió que su relato había acabado. Por mucho tiempo, había tratado de pasar por alto el que Terrence hubiera vivido con Susannah sin estar casados. No obstante sus esfuerzos para evitar juzgar, en el fondo de su corazón, Candy sentía que esa decisión, aun cuando estaba comprometido con Susannah, había ido más allá del sentido del honor de Terrence. No era lo que ella hubiera esperado de él. Ahora, saber que, a pesar de las apariencias, Terrence había actuado honorablemente con Susannah, la hacía sentir aliviada. -Agradezco tu honestidad, Terry – dijo ella tímidamente. Cuando él sintió que su tensión disminuía, la tomó en sus brazos de nuevo. -No puedo sentirme orgulloso de las cosas que hice durante los días que me perdí en la bebida, Candy - continuó él, esta vez, su tono de voz se volvió particularmente solemne, mientras sus ojos se clavaban en los de ella – Desearía poder regresar el tiempo y ofrecerme a ti como el chico intachable de diecisiete años que era cuando nos separamos. Desafortunadamente, no puedo. Soy un hombre que ha vivido algunas experiencias desgarradoras y ha manchado su historial. Pero por lo menos puedo decirte, que tras mi regreso, he hecho lo posible por vivir honorablemente. Todo lo que tengo ahora ha sido ganado honestamente. Y por lo que se refiere a mi relación con Susannah, una vez que hube pedido su mano en matrimonio, la honré y le fui fiel, incluso durante su enfermedad. Lo hice porque sentí que era mi modo de ser fiel a ti. Esto es todo lo que puedo ofrecerte ahora; ni siquiera la mitad de lo que tenía cuando te invité a Nueva York. ¿Sería suficiente? – dudó él - ¿Querrías...-su cara palideció mientras buscaba el valor para terminar la frase – ¿Querrías pasar por alto mis errores pasados y aceptar…ser…mi esposa? Candy sonrió mostrando sus hoyuelos por primera vez en la conversación. Su rostro le dio a él la respuesta antes de que pudiera hablar. -En esta vida y en todas aquellas en las que un alma puede sobrevivir, Terry, sí, acepto – respondió ella, abrazándolo tiernamente y así permanecieron por un perfecto momento.
La mañana siguiente, Terrence abrió los ojos sin poder distinguir mucho en la oscuridad. El fuego había consumido el último leño en la chimenea y las ventanas estaban aun cerradas. Con seguridad hacía un frío congelante afuera, pero aun estaba bastante cálido adentro. Un aroma particular le invadió los sentidos. No podía definir su naturaleza. No era perfume y tampoco
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tenía nada que ver con las sábanas limpias que lo cubrían. Cerró los ojos de nuevo e inhaló profundamente. El dulce aroma era embriagador. Se sumergió en aquel seductor efecto por un momento, sin cuestionar su origen. Tras un rato de complacencia, notó las primeras señales de excitación en su cuerpo. Sus músculos se tensaron y al hacerlo, se dio cuenta que su brazo derecho estaba sujetando la cintura de ella. La fragancia que percibía era de ella, no su perfume, sino el aroma natural de su piel. La había abrazado estrechamente antes, pero hasta ahora nunca había percibido su estimulante esencia. Él la acunaba por la espalda y ella continuaba dormida tranquilamente. Podía sentir su respiración regular desde su espalda prácticamente pegada a su pecho. Su esencia, su cercanía, su calor; la combinación de esas sensaciones era pura dicha para él. ¿Quién hubiera querido despertar de ese sueño? No obstante, abrió los ojos de nuevo. Esta vez, los forzó a acostumbrarse a la oscuridad y después de un rato, empezó a distinguir las formas a su alrededor. Recordó los eventos del día anterior. No, esta vez no estaba soñando. Era la más increíble y dulce realidad. Ahora, podía distinguir sus rizos dorados en las sombras de la habitación. Los alcanzó con su mano para acariciarlos suavemente. Estaban hermosamente desordenados. Su pulso se empezó a acelerar cada segundo y sabía bien la razón. Aun así, esperó un poco más. Entonces, recordó que una tormenta de nieve había caído la fatídica noche en que se separaron; era curioso que otra tormenta de nieve hubiera sido fundamental para darles la oportunidad de reconciliarse. Y ahora estaba ahí, abrazándola desde atrás, como lo había hecho esa noche antes de dejarla marchar. Pero las cosas eran muy diferentes esa mañana. Como para asegurarse que ella no desapareciera en la oscuridad, la abrazó aun más fuerte y hundió su cara en su pelo, hasta que su nariz sintió la piel de su nuca. De esa manera podía percibir su esencia más intensamente. Sabía que las sensaciones empezaban a desbocarse en él, pero no quería retirarse aun. Se quedó quieto por un momento, gozando el haber dormido con ella por primera vez en la vida. Se sintió tan tranquilo, que parecía ridículo haberse puesto celoso de Albert. La tarde anterior, Candy le había contado la historia completa de su vida con Albert en el pequeño departamento de Chicago, el posterior descubrimiento de su verdadera identidad, su papel en el asunto de Neil y como se había convertido, a lo largo de los años, en alguien tan cercano como un hermano. -He sido un tonto – pensó él – pero lo que cuenta ahora es que ella está aquí, ¡durmiendo conmigo! Terrence sonrió de nuevo. Estaba agradecido con el mal clima y la nieve que se había apilado, haciendo imposible que regresaran al Hogar de Pony. Las cosas seguramente no hubieran funcionado si hubiera planeado tener tanto tiempo para hablar libremente con ella. Recordó que poco después de la cena, Candy se había quedado dormida en el sofá, mientras él alimentaba el fuego de la chimenea. Cuando se dio cuenta, su intención había sido cargarla a la recámara, para que pudiera dormir más cómoda y dejarla ahí, mientras él pasaba la noche en
Capítulo 6 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción autorizada de Begoña Núñez
el sofá. Sin embargo, cuando la dejó en la cama, ella abrió los ojos, aun adormilada, y lo jaló suavemente hacia sus brazos. -No me dejes – dijo rogando – Hace mucho frío. Terrence, que honestamente no necesitaba mucho incentivo, había accedido fácilmente a sus súplicas. Se había quitado los zapatos para acostarse junto a ella, abrazándola desde atrás. -Creo que podemos permitirnos esta pequeña indulgencia – le dijo él al oído, antes de que ella se quedara dormida de nuevo. Él suspiró profundamente, satisfecho en su interior. Para él, no importaba que hubieran dormido completamente vestidos y que nada más hubiera pasado. Sabía que ningún otro hombre había llegado tan lejos con ella y eso era más de lo que necesitaba por el momento. Más aun, ella había prometido convertirse en su esposa, y pronto sería posible mayor intimidad entre ellos. Aún sin tomar en consideración las felices expectativas para su futuro, lo único que hubiera podido desear esa mañana, era que ella estuviera usando su anillo de bodas, para que él pudiera hacerla suya libremente como lo exigía su cuerpo. Pero un hombre que había esperado por diez años podía esperar unos cuantos días más, si era necesario… ¿o no? De hecho, él había hablado con ella de una boda para principios de primavera, para darle tiempo de planear las cosas y encontrar a alguien que la sustituyera en el Hogar de Pony. Sorprendentemente, había sido idea de ella que no esperaran tanto tiempo. -No quiero estar lejos de ti más tiempo, Terry. Temo que algo pudiera pasar si te vas a Nueva York y yo me quedo aquí hasta la primavera. ¿Por qué no nos casamos lo más pronto posible? ¿Te importaría que no tuviéramos una gran boda con reporteros y todos tus amigos de Broadway? -¿Amigos? – frunció él el ceño – No tengo amigos salvo Robert y no creo que sea verdaderamente necesario que esté en mi boda. Por lo que hace a los reporteros, para nada los quiero cerca. Me casaría contigo esta noche si fuera posible. Propuse una fecha en primavera pensando que las mujeres normalmente hacen un gran alboroto con las bodas y necesitan tiempo para los preparativos. ¿No te importaría si tuviéramos solo una ceremonia sencilla? -A estas alturas debieras saber que no soy una mujer convencional. No me importa la ceremonia. Me importa casarme contigo – contestó ella radiante. Él sonrió de nuevo ante el recuerdo. Si, ella no era como ninguna otra mujer. Su excitante aroma era imposible de soportar por más tiempo. A regañadientes, se separó de ella en dirección al baño, esperando que el agua helada lo ayudara a enfriarse.
Capítulo 6 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción autorizada de Begoña Núñez
Candy finalmente despertó. Estaba segura de que era un desastre por haber dormido con la ropa puesta. La joven se estiró y rodó a lo largo de la cama. Al enterrar la cara en la almohada junto a la de ella, pudo distinguir su olor. Sonrió ante el recuerdo del día anterior. La sonrisa creció ante el recuerdo de la nueva intimidad que habían compartido. -¡Creo que me he portado muy mal! – pensó – ¿Me pregunto qué diría la Tía Elroy ante mi conducta licenciosa?- y entonces se rió imaginando la cara de desaprobación de la viuda – Pero no me arrepiento para nada. - Parece muy satisfecha consigo misma, Srita. Andley – dijo Terrence que en ese justo instante salía del baño con el cabello ligeramente húmedo y perfectamente peinado. Sus pantalones estaban algo arrugados, pero aparte de eso, lucía bastante presentable. -Soy muy feliz, Terry – respondió ella, y después observándolo dijo – y siento un poco de envidia. ¿Cómo puedes verte tan pulcro después de dormir con la ropa puesta? ¡Mírame! ¡Soy un completo desastre! ¡Y no hablemos de mi cabello! - No le veo nada malo a tu cabello – dijo él frunciendo el ceño. - Eres muy cortés, pero no necesito un espejo para saber cómo se comportan estos horribles rizos. Han estado conmigo lo suficiente para entender su naturaleza. Terrence se río ante su comentario y cara de puchero. -Asumo que tu pelo rizado no te gusta tanto como tus pecas - dijo mientras se sentaba en la cama junto a ella. - En realidad no. Me temo que son muy parecidos a mí. Quiero decir, caóticos y rebeldes. Siempre he envidiado el brillante cabello lacio de Annie – concluyó ella mientras soplaba un rizo que colgaba de forma molesta sobre su frente. Terrence lo tomó con su mano derecha para acariciar sus bucles. En sus ojos brilló esa particular chispa que era hipnótica y temible al mismo tiempo. -Eres una mujer muy hermosa, Candice – le dijo, levantando su barbilla para hacer que lo mirara directo a los ojos – Es un misterio para mí el por qué optas por ignorarlo. Pero confía en mí en esto: la Sra. Cornwell no se iguala a ti ni a tu deslumbrante cabello rizado –hizo una pausa y añadió con matices significativos – Más allá de mi apreciación objetiva de tu belleza, puedo hablar ampliamente de todas las cosas que me atraen de ti, en un nivel más íntimo y subjetivo, pero ese es un tema que abordaré contigo cuando te conviertas en mi esposa. Sabiendo que su autocontrol era aun precario, Terrence se limitó a besar a Candy en la frente y después dejarla sola para asearse. Mientras tanto, salió para abrir las contraventanas y evaluar la situación tras la ventisca.
Capítulo 6 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción autorizada de Begoña Núñez
Definitivamente la nieve era un problema. El auto estaba prácticamente enterrado en casi un metro de altura y el camino era inexistente. Cuando Candy se reunió con Terrence fuera, discutieron las alternativas que tenían. No era opción quedarse en la cabaña un día más. Candy estaba segura que la Srita. Pony y la Hermana María estarían bastante preocupadas a esas alturas y no quería alarmarlas más. Terrence, por su parte, sabía que si debía seguir comportándose como un caballero, debían regresar al Hogar de Pony tan pronto fuera posible. Así que la pregunta era como podían regresar sin el auto. Afortunadamente Candy se acordó que había una granja a un par de millas, cuyos dueños la conocían bien. El Sr. y la Sra. Kinkaid habían sido sus pacientes más de una vez. Si eran capaces de llegar allá, el Sr. Kinkaid podía prestarles su trineo y uno de sus caballos para regresar al Hogar de Pony. -No pretendes caminar a la granja con la nieve tan gruesa, ¿o si, Candy? – Terrence preguntó dudoso de su plan. Candy le sonrió y corrió hacia la casa. Unos minutos después regresó con un par de esquís en la mano. -¿Qué tal esquiando? – preguntó con una mirada juguetona. -¿Te olvidas que somos dos? – objetó él cruzando los brazos en el pecho. - ¡Eres un verdadero fastidio! – lo regañó – Por supuesto que hay otro par dentro. Albert guarda varios. Ve y escoge unos. -¡Está bien! Parece que lo haremos a tu manera, Tarzán Pecosa. Pero espero que conozcas bien el camino alrededor de estos bosques, porque no quiero perderme con este clima helado. -¿Te olvidas de con quién estás hablando? He vivido en estos bosques la mayor parte de mi vida. ¡Vamos, apúrate y estaremos desayunando en casa de los Kinkaid en menos que canta un gallo! Después de cerrar cuidadosamente la casa y llevar consigo el carro de juguete y el libro para colorear de Alistair, esquiaron a través de los bosques, siguiendo las indicaciones de Candy. Acorde a sus cálculos, llegaron a la granja de los Kinkaid a la hora del desayuno. Los granjeros, una pareja de mediana edad, los recibió cálidamente. Se emocionaron especialmente cuando Candy anunció que el caballero que la acompañaba era su prometido. Como les dijo que se casarían pronto, aprovecharon la oportunidad de invitarlos a desayunar a manera de celebrar la noticia, tal cual lo predijo Candy. Tras desayunar, el Sr. Kinkaid les ofreció su trineo antes de que pudieran pedírselo. Candy le guiñó el ojo a Terry, orgullosa de lo exactos que habían resultado sus planes. Él le sonrió, y luego le dijo en voz baja. -Me aseguraré de llevarte conmigo la próxima vez que planeé quedarme varado a mitad de una ventisca. Has resultado ser la compañera más hábil.