Capítulo 9 temporada de narcisos hymes

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Capítulo 9 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez

Capítulo 9 La bufanda, el diario y la caja de música.

Candy estaba acostada a su lado. No podía quitar la mirada de la figura que dormía a su lado. Las mañanas anteriores, siempre había sido Terrence el primero en despertar, así que ella no había podido contemplarlo dormido. Solo podía ver su perfil, ya que su cara estaba semienterrada en la almohada verde menta, acostado boca abajo. Parecía profundamente dormido ya que su expresión se veía inusualmente relajada, indefensa; casi tan serena y abierta como la de un niño. El mechón rebelde de cabello que frecuentemente se rehusaba a mantenerse en su lugar, estaba de nuevo sobre su frente, tentándola con otra excusa para acariciar su cara. Aun cuando sus hombros y espalda estaban relajados, podía distinguir sus bien definidos músculos. Como las sábanas se habían movido durante su sueño, lo podía observar semidesnudo. Pensando que podía tener frío, lo había tratado de tapar con las cobijas, pero cuando sus manos tocaron su espalda, había sentido que estaba más bien tibio. Pensándolo de nuevo, decidió no hacerlo. Con la mano izquierda le acarició la espalda muy suavemente. Reflexionó sobre los nuevos rasgos de la personalidad de él que estaba descubriendo gracias a su nueva intimidad. Una cosa era clara: el contacto físico era asunto prioritario para Terrence. Él había prometido que solo dormiría a su lado, mientras terminaba su período, pero al final, no había sido capaz de cumplir su promesa. Sin tener relaciones, él la había guiado a través de otros juegos y caricias que habían sido un sustituto excelente las últimas cuatro noches. Ella no podía quejarse. Candy supuso que los dos días que quedaban antes de la boda serían bastante difíciles para él. Para empezar, tan pronto como amaneciera, debían prepararse para su viaje a La Porte y después al Hogar de Pony. Desafortunadamente, ya que el Hogar de Pony solo tenía dos habitaciones de huéspedes, Terrence y Albert tendrían que pernoctar en el único hotel que la villa ofrecía, mientras que los Cornwell y la Sra. Baker se quedarían en el Hogar de Pony. Terrence había quedado fuera de los preparativos, ya que ni la Srita. Baker ni la Sra. Cornwell iban a permitir que fuera de otra manera. Las damas tenían que quedarse en el Hogar de Pony para preparar todos los detalles de la ceremonia, que, en las propias palabras de la Srita. Baker, sería sencilla, pero no simple. Candy estaba de acuerdo con la disposición, solo por mantener a Terrence a cierta distancia las dos últimas noches antes de la boda. Sabía que de quedarse en el Hogar de Pony, insistiría en ir a su habitación para pasar la noche juntos. Por mucho que amara estar con él, sabía que el Hogar de Pony no permitía la libertad relativa que la mansión Andley les había regalado, debido a su gran tamaño y al hecho de que la habitación de Candy estaba bastante lejos de las recámaras de su familia. De regreso en el Hogar de Pony, Candy no creía honestamente que pudiera escaparse sin que una de sus maestras se diera cuenta. Incapaz de contradecir a su madre y a su futura esposa, el joven tuvo que obedecer, a pesar de su disgusto manifiesto.


Candy notó que él temblaba bajo su palma y le cubrió la espalda con la cobija. Ella también estaba acostada boca abajo, cerca de él, recargando la cabeza en su hombro. Acurrucada junto a él, siguió acariciándolo bajo la manta. Disfrutando su cercanía, repasó los acontecimientos de los días anteriores. La mañana del 3 de enero, la Srita. Baker había llegado a Chicago acompañada por la mujer que trabajaba como su asistente personal. Terrence y Candy habían ido a la estación a recogerla, pero para mantener la secrecía, solo Candy había esperado a la Srita. Baker en la plataforma, mientras Terrence se quedaba en el auto con el chofer. A pesar de que Terrence ya había desarrollado una carrera por sí mismo, sin conexión con la fama y poder de su madre en el mundo del espectáculo, ambos mantenían en secreto su relación verdadera. Terrence le había explicado a Candy que más de una vez él había sugerido a su madre hacer público, en una conferencia de prensa, que eran madre e hijo. La Srita. Baker siempre se había negado sin revelar sus motivos. Terrence tendía a creer que su madre – como cualquier mujer – aun tenía la vena de la vanidad, y prefería que no calcularan su edad tan fácilmente, al exponerse al mundo diciendo que tenía un hijo que era un hombre adulto. No sabía los otros motivos que tenía la Srita. Baker, mucho más generosos de lo que él pudiera esperar. Lo que fuera que Eleanor tuviera en la cabeza, ella había pedido a su hijo que fueran tan cautelosos como siempre. Así que, cuando el tren finalmente llegó, solo la figura pequeña de Candice White Andley estaba para ahí, saludándola para darle la bienvenida. Pronto, bajó del tren una mujer alta y elegante vestida en un abrigo negro Coco Chanel y un sombrero de ala ancha de la misma diseñadora. Las dos mujeres se quedaron ahí un momento, reconociéndose lentamente. Para Candy, la Srita. Baker estaban tan hermosa y encantadora como siempre lo había sido, como si no hubiera envejecido durante los últimos diez años. Por el contrario, la Srita. Baker necesitó algunos segundos para reconocer a la elegante joven vestida en un abrigo café claro; la jovencita que conoció una vez. El pelo largo rubio ya no estaba, y había sido reemplazado por un corte al estilo bob, rizado con los dedos y coronado por un sombrero cloché. Aun así, los ojos verdes dulces, las pecas características y hoyuelos estaban ahí. La Srita. Baker finalmente hizo el primer movimiento y abrazó a la joven rubia con afecto. -¡Ha pasado mucho tiempo desde Rockstown señora! - dijo Candy, incapaz de contener una lágrima al abrazar a la Srita. Baker. -Tanto que pensaba que no volvería a verla, Srita. Andley – contestó Eleanor, levantando subrepticiamente el velo negro para besar a Candy, pero colocándoselo de nuevo lo más pronto posible. -Por favor llámeme Candy – respondió la rubia con una de sus sonrisas francas que Eleanor consideraba tan entrañables. -Entonces, debes llamarme Eleanor. -¡Gracias Eleanor! Pero ahora debemos irnos, antes de que suceda algo no deseado – advirtió Candy apurándose, mientras tendía su mano a la acompañante de la Srita. Baker y se hacían las correspondientes presentaciones.


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Terrence se movió en sueños, distrayendo a Candy de sus recuerdos. El hombre se volteó para descansar boca arriba y murmuró algo ininteligible. Con un brazo, jaló el cuerpo de Candy hacia sus brazos y continuó durmiendo. La joven, viendo que aun no despertaba, descansó la cabeza sobre su pecho y continuó pensando en los recientes acontecimientos. Días antes, Terrence le había revelado a Albert la identidad de su madre, pidiéndole ayuda para conservar el secreto. Por tanto, se hicieron preparativos cuidadosos para hospedar a la Srita. Baker en la mansión Andley sin que la prensa se enterara. En los días que iba a permanecer en la casa, solo un pequeño número de los sirvientes más fieles estarían trabajando y solo el círculo más cercano de la familia, es decir, Albert, George y los Cornwell estarían en casa. La Tía Elroy se había ido desde el día anterior para pasar unos días en Lakewood, para descansar después de las celebraciones de la temporada. Albert se había asegurado que ningún visitante pudiera aparecer esos días, mandando notas a sus conocidos haciéndoles saber que estaría fuera de Chicago por alrededor de una semana. Informar a los Cornwell la razón por la cual se estaban tomando todas esas precauciones, fue un asunto que Candy consideró digno de ser escrito en los anales de la familia. Ella era la única que sabía lo que se avecinaba. Se había reservado decirles a los demás la verdadera identidad de la madre de Terry, y la obsesión adolescente que Archie aun tenía por la Srita. Baker. Así que se sentó para disfrutar la escena que se desarrollaba frente a sus ojos, más o menos de la siguiente manera: Había sido muy impactante cuando Terrence, que desconocía que Archibald admiraba a su madre desde su juventud, explicó que su verdadera madre no era Lady Beatrix Grandchester, Duquesa de N******1, como lo suponían sus antiguos compañeros de colegio. Pero cuando reveló que él era el hijo secreto de Eleanor Margaret Le Breton, mejor conocida con el nombre artístico de Eleanor Baker, la mandíbula de Archibald cayó al piso de inmediato. Annie también estaba impresionada, pero de una manera más natural. Sin embargo, no podía explicarse porque su marido estaba pálido y con los ojos abiertos, como en un shock profundo. -Estás inventando esto – murmuró finalmente Archie. -¿Inventándolo? ¿Piensas que admitiría voluntariamente que soy un hijo bastardo solo para hacerte una broma, Cornwell? – preguntó Terrence, levantando una ceja en un gesto característico. -No puedes ser el hijo de la Srita. Baker. ¡Ella es demasiado joven y hermosa para eso! – insistió Archie en total negación. Entonces fue turno de Annie de voltear a ver sorprendida a su esposo. No solo estaba siendo grosero con Terrence más allá de los límites del decoro, sino que nunca lo había escuchado reconocer abiertamente la belleza de otra mujer justo frente a ella.

1 La Familia Grandchester mantiene un Ducado y otros títulos desde el siglo XIV. Para proteger los intereses de la familia, el nombre del Ducado y el condado original al que el título corresponde no se revelará en esta novela. En su lugar, siempre se hará referencia al título como N*****


-Pues lo siento si te parezco demasiado viejo y feo para ser el hijo de mi madre, pero es la verdad. Candy lo puede testificar, ella conoce bien a mi madre – dijo Terry desdeñoso, sin querer gastar tiempo justificando su parentesco. Archibald se volteó entonces hacia su prima con una mirada interrogante. -Terry está diciendo la verdad. Conocí a su madre hace muchos años en Escocia. Ella lo visitó allá, mientras estábamos en el colegio de verano. Años después, la vi en otra ocasión, aquí, en Estados Unidos – explicó Candy. Ahora fue turno para ambos jóvenes de voltear a ver a Candy impactados. Archie no podía creer que su prima hubiera conocido a Eleanor Baker y nunca se lo hubiera dicho, y Terrence estaba intrigado sobre cuando se habían encontrado Candy y su madre después de Escocia. -Así que… -intervino Albert aclarando su garganta - la razón por la que Terrence nos está pidiendo ser discretos es porque su madre prefiere guardar su relación con Terrence en secreto, ya que es una dama soltera. Todos ustedes son personas adultas y entienden lo delicado que un asunto de esta naturaleza puede representar para una figura pública. Ella se quedará en nuestra casa y deseo ofrecerle toda la comodidad y seguridad que necesite. Ahora Terrence es parte de nuestra familia y si su madre y él tienen un secreto, se convierte en nuestro. ¿Entendido? -¡Si, tío! Lo que la Srita. Baker necesite. Debes saber que he admirado su talento toda la vida, y nada me complacerá más que darle la bienvenida a nuestra familia, ¿verdad Annie? – dijo Archibald cuya lengua, para sorpresa de todos, se había desatado de pronto. -Bueno, si – lo secundó Annie aun desconcertada por las reacciones extrañas de su esposo. Terrence, quien había seguido los inusuales cambios de humor de Archibald, entendió finalmente qué estaba pasando con su antiguo compañero de escuela. -¡Le debe gustar mi madre! ¡Qué extraño! …¡Tiene mi edad! …¡Dios, eso es retorcido! – pensó él, en parte asombrado y en parte asqueado. Poco después, compartió sus impresiones con Candy y al comparar sus observaciones, Terrence se unió a la decidida diversión de su prometida. Sin embargo, el entretenimiento no acabó ahí. Cuando Eleanor finalmente llegó, Archibald, que aun podía manejar sus modales suaves muy bien, hizo su mejor esfuerzo para entablar conversación con el objeto de su afecto, frente a los ojos desconcertados de Annie. La Srita. Baker encontró que Archibald era un joven encantador de gran gusto y mente informada. Sin embargo, al juzgar por los ojos brillantes de Annie, Terrence sospechó que su éxito esa tarde, le costaría a Archibald encontrar su alcoba cerrada en sus narices por lo menos una noche. Por una vez Terrence, que disfrutó la compañía de su prometida esa misma noche, sintió lástima por su antiguo compañero. Con el rabillo del ojo, Candy revisó la hora en el reloj. Eran casi las 4:30 a.m. Pensó que podía dejar dormir a Terrence otra media hora antes de despertarlo. Los sirvientes normalmente empezaban a trabajar a las 6:00 AM. Así que era seguro para él regresar a su habitación a más tardar a las 5:00 o 5:30.


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Candy pensó que más allá del aspecto cómico de los recientes acontecimientos, la llegada de la Srita. Baker le había dado la oportunidad de abrir su corazón a una mujer que pudiera entender completamente sus sentimientos por Terrence. El segundo día de su estancia, la Srita. Baker había pedido que Candy fuera a su recámara para enseñarle algo que había llevado para ella. Candy tenías vívidos recuerdos de la conversación íntima que habían compartido. -Quería tener algo de tiempo en privado para hablar contigo, Candy – dijo la Srita. Baker mientras se sentaba en la estancia de la habitación, palmeando el sofá invitando a Candy a acompañarla. La joven obedeció y una vez que estaban juntas, la Srita. Baker tomó la delgada mano de Candy entre las suyas. -Quiero agradecerte por esperar a mi hijo, y por ser lo suficientemente generosa como para perdonar sus debilidades – dijo la mujer mayor, sus ojos mostrando todos los tonos de verde y azul que se parecían tanto a los de su hijo. -Creo que no había nada que perdonar, señora. Lo que sufrimos fue resultado de decisiones mal tomadas. Ambos compartimos la mitad de la culpa – admitió ella bajando la vista – Esa tarde, cuando nos vimos la última vez, usted estaba segura que él se había sobrepuesto en el escenario debido a mi presencia, y no quise aceptarlo. No podía creer que pudiera tener ese poder sobre él. -¿Lo ves ahora? – preguntó la Srita. Baker sabiendo perfectamente que Candy se estaba refiriendo a su encuentro en Rockstown. -¡Si! Si hubiera creído entonces en sus palabras … si, en lugar de dejarlo ir, hubiera alcanzado a Terry y le hubiera dicho que yo también vivía en el infierno sin él, podríamos habernos ahorrado una gran cantidad de sufrimiento. Incluso años después, usted me ofreció otra oportunidad para verlo, cuando me mandó aquel boleto para asistir al estreno de Hamlet. Una vez más, fui lo suficientemente necia para rechazar una oferta tan tentadora. Estaba tan tontamente convencida de mi apreciación sobre el tema… -Me temo que él también. – contestó la Srita. Baker con una sonrisa triste – Reconocer tu responsabilidad en este asunto habla bien de ti, Candy. Aun así, por mucho que me hubiera gustado verlos juntos desde Rockstown, debo admitir que, en ese tiempo, el no era capaz de ofrecerte lo que tú te mereces, mientras que ahora, en verdad es un hombre mejor – finalizó Eleanor con el orgullo maternal brillando en su cara. -¡Oh si! ¡No podría estar más de acuerdo! Es el mejor de los hombres – sonrió Candy exudando el amor que tenía por Terrence por cada poro. -¿Debo entender que él ha sido lo suficientemente gentil contigo? –preguntó Eleanor con una mirada significativa en los ojos.


Tomó por sorpresa a Candy. ¿Estaba Eleanor implicando lo que pensaba? ¿O solo era su imaginación? No sabía cómo contestar. Observando sus reservas, Eleanor añadió: -Anoche, fui a la habitación de Terrence porque quería hablar algo con él. Toqué y no respondió; entonces me di cuenta que la puerta no estaba cerrada y entre a la recámara. Se había retirado temprano alegando que estaba cansado; sin embargo, eran pasadas las once y no estaba en su habitación. Creo que conozco lo suficiente del mundo para entender dónde estaba. -Eleanor… yo… -¡No, por favor! No te angusties por mi culpa, Candy. Si alguien sabe lo que es amar a un hombre más allá de los convencionalismos, esa es con seguridad la mujer con la que estás hablando. No te estoy diciendo esto para que te sientas incómoda. Por el contrario, solo quería que supieras que estoy agradecida por el amor incondicional que le has concedido a mi hijo. Un amor como el tuyo, tan fuerte y osado, es lo que él necesita más que nada en el mundo. Una madre solo puede estar feliz de ver que el futuro de su hijo está garantizado. -Gracias por entender. –dijo finalmente Candy, reconfortada por las palabras de Eleanor – y para contestar adecuadamente a su pregunta, la respuesta es si. Él es todo lo que una mujer puede desear en un hombre. Lo que ha pasado entre nosotros hasta ahora ha sido siempre con mi consentimiento y considerando mis intereses, al igual que los suyos. -Me alegra escuchar eso. Recuerdo que su padre también estaba bastante bien cualificado en ese departamento, así que de cierta manera esperaba que el hijo pudiera parecerse a él por lo menos en eso – explicó Eleanor con naturalidad, observando que su nuera aun tenía la gracia de sonrojarse ante sus comentarios – Por lo que hace a otros aspectos de su carácter, estoy orgullosa que Terry se haya convertido en alguien mucho mejor que su padre – confesó Eleanor, sus ojos nublándose por un breve instante – Quiero decir, Terry ha aprendido a ser honesto con su corazón y luchar por sus afectos. Aun cuando debo admitir que me hubiera gustado verlo reaccionar antes, hace mucho, mucho tiempo. En cualquier caso, estoy feliz de que haya sido lo suficientemente afortunado para estar libre cuando tú todavía estás dispuesta a aceptarlo de regreso. Su padre, desafortunadamente, nunca se dio cuenta del todo de la extensión de sus errores hasta que era demasiado tarde. -Pero seguramente Su Gracia debió haberla amado mucho para desafiar la sociedad y tener un hijo con usted. Tal vez solo era muy débil como para enfrentar a su familia, me imagino que lo amenazaron con desheredarlo o algo por el estilo – argumentó Candy tratando de encontrar siempre algo bueno en todos. -Querida, mi historia con Richard Grandchester es mucho más complicada que eso. Un noble inglés no puede desheredar a su Heredero Aparente 2, a menos que se compruebe legalmente que el heredero es culpable de alta traición contra la Corona. Tener un hijo fuera del matrimonio puede ser un poco escandaloso, pero nada más. 2 En la aristocracia inglesa, el Heredero Aparente es la persona que está primera en la línea de sucesión y no puede ser desbancado de su derecho a heredar el título, salvo por una modificación en las leyes de sucesión.


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Candy vio a Eleanor totalmente perpleja. -Lo que quiero decir, Candy, es que si verdaderamente lo hubiera querido, Richard podía haberse casado conmigo sin perder sus derechos al título y las propiedades que conlleva. Claro, hubiera sido despreciado y marginado por el resto de sus pares, y muy probablemente hubiera perdido sus posibilidades políticas. Pero la pobreza y la pérdida de sus derechos por nacimiento no estaban en su destino. Evidentemente, cuando yo tenía diecinueve años, no sabía nada de esto y no dudaba de su palabra cuando me presentó el mismo escenario que sugeriste. -¡Así que le mintió! -Si, y por mucho tiempo. Richard estaba enamorado de mí, pero solo en la medida en que su posición en la vida se lo permitía. Cuando se acercó a mí en un inicio, había visto mi retrato en una galería en Londres. Había posado para el como un favor para un artista. Estaba acostumbrada a eso, porque la tía que me crió era un gran mecenas de las artes en Nueva York. -Entonces fue amor a primera vista – supuso Candy. -Es correcto, creo que los Grandchester tienden a estallar de pasión en la euforia del momento, pero no todas esas pasiones son tan fuertes como para sobrevivir el tiempo y la oposición. Cuando Richard me cortejó, él sabía que solo podía ofrecerme “su protección”, como lo llamaban. El matrimonio nunca estuvo en sus planes, pero, por supuesto, él no fue honesto conmigo sobre eso. Si deseas escuchar una historia larga y triste, te la puedo contar. Candy, que siempre había querido saber más de los padres de Terrence y la historia de su nacimiento, le dijo a su futura suegra que estaría honrada si le confiaba la historia. -Verás – comenzó Eleanor con un profundo suspiro – Yo había dejado Nueva York enojada y disgustada después de que mi director y mentor, Maurice Barrymore, me había hecho una propuesta indecorosa que no estaba dispuesta a cumplir. Viajé para trabajar en Londres, huyendo de la pérdida de mi honor e, irónicamente, lo perdí en los brazos de Richard. Cuando veo a mi hijo interactuar contigo, y encantarte con cada uno de sus gestos, veo el modo en que su padre era conmigo. Seguramente entenderás lo difícil que fue resistirme a Richard. Candy asintió en silencio, comprendiendo que por mucho que Terrence se pareciera a su madre físicamente y en su pasión por el teatro, algunos de los modos y rasgos de su carácter eran de su padre. -Sin embargo, con menos principios que su hijo, Richard no tenía escrúpulos para seducir a una jovencita que sabía muy poco del mundo y no había estado antes con un hombre. Pero él no contaba con que habría un hijo. -Seguramente eso lo hizo dudar sobre qué hacer con usted y el bebé. -Imagino que tenía ciertas dudas, pero la manera en que resolvió el dilema fue más escandalosa e inmoral que el que yo tuviera un hijo fuera del matrimonio. -¿Qué hizo?


-Bueno, todo el tiempo que cortejó mis favores, ya estaba comprometido en matrimonio con Lady Beatrix. Iba a ser un matrimonio de conveniencia para ambas partes, pero eso no es una rareza entre familias nobles. No obstante, la relación se había vuelto especialmente fría porque ambos habían sido infieles y había rumores de que el compromiso podía cancelarse. -¡La madrastra de Terry tenía un amante! – exclamó Candy cubriéndose la boca con las manos. -Y también Richard, pero la sociedad siempre ha sido más dura con nosotras las mujeres cada vez que nos atrevemos a ir contra los convencionalismos. Richard podría haber roto el compromiso muy fácilmente y nadie podía haberlo culpado por ello. A los ojos del mundo, él era la parte ofendida, ya que algunos sospechaban del asunto de Lady Beatrix. Sin embargo, en lugar de hacerlo, Richard negoció con ella. -¿Qué quiere decir con “negoció con ella”? – preguntó Candy más y más escandalizada por los actos de Su Gracia. -Su padre ya estaba enfermo y ansioso por ver la línea asegurada por más de una generación tras su muerte. Debes saber que Richard no tiene hermanos menores. Así que mi embarazo resultó muy conveniente para el Duque y su hijo. Verás, Richard no podía dudar que el hijo que yo esperaba era un verdadero Grandchester, porque él sabía que había sido mi primer y único amante. Mientras que, tomando en cuenta el comportamiento previo de Lady Beatrix, no podía asegurar que los hijos que tuviera con su próxima esposa fueran en verdad de él. Por tanto, tan astuto como podía ser, Richard propuso a Lady Beatrix que no cancelaría el compromiso si aceptaba tomar a mi hijo como suyo, en caso de que el bebé fuera un niño. -Siento decir esto, Eleanor, pero no puedo entender como alguien puede ser tan cruel. -Para Richard esto era bastante aceptable e incluso era un acuerdo noble, porque no le quitaría al niño su derecho de nacimiento si resultaba ser un niño, claro. Si era una niña, se quedaría conmigo y Richard la mantendría. De cualquier manera, casarse conmigo era impensable, pero por lo menos de esta forma, podía conservar al niño y darle un heredero al Ducado. Entonces, la pregunta fundamental sobre el tema se reflejó en el rostro de Candy, pero no se atrevió a hacerla. Eleanor, decidida a abrir su corazón a su futura nuera, la contestó por decisión propia. -Lo acepté no sin bastantes peleas, y no tan rápido como Richard hubiera querido – explicó ella – De hecho, cuando Richard discutió esto con la hoy Duquesa, yo estaba en Francia. Déjame explicarte. Después que nos volvimos amantes, osé creer en Richard hasta el grado de abandonar mi compañía y seguirlo a París. A pesar de saber que estaba haciendo algo impropio, no puedo negar que esos fueron, sin duda, los momentos más felices de mi vida hasta ese momento. Sin embargo, terminaron cuando le dije a Richard que estaba embarazada. Debió de haber tramado su plan en ese momento, porque unos cuantos días después, me dijo que debía regresar a Inglaterra para arreglar un asunto con su padre. Inocentemente pensé que quería anunciar a su padre que se iba a casar conmigo, así que lo dejé ir sin preocupación, mientras lo esperaba en París. -¿Entonces como descubrió usted sus verdaderas intenciones?


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-¡El recuerdo me da escalofríos, Candy! – exclamó la mujer frotando sus brazos, como reviviendo la sensación – Alrededor de un mes después de su partida, leí en los periódicos que se había casado con Lady Beatrix y que se había marchado con ella a Escocia. Con noticias tan impactantes casi pierdo al bebé. Me sentía tan herida y enojada por su traición, que tan pronto como pude viajar sin poner en peligro al niño, regresé a Nueva York, esperando que mi tía Gladys aun quisiera recibirme. Afortunadamente, la hermana de mi madre demostró ser más leal que Richard e inmediatamente ofreció su apoyo para el niño y para mí. -Así, que estaba convencida de ser madre soltera. Eso fue muy valiente de su parte, Eleanor. -Si, aun con el corazón roto no podía darme el lujo de deprimirme. Una madre debe ser fuerte por su hijo. Candy asintió. -Pero entonces, ¿cómo es que Terry terminó creciendo como un Grandchester y no como un Le Breton? – preguntó intrigada. -Bueno, cuando Richard se enteró que no estaba en París esperándolo, vino a Estados Unidos a buscarme. Se había casado con Lady Beatrix, pero no había renunciado a mí ni a sus esperanzas de tener un heredero. Quería tenerlo todo, una esposa de altura para cumplir con sus obligaciones como noble de Inglaterra, una amante que lo amaba y un primogénito para heredar el Ducado a su debido tiempo. Los hombres como él no están acostumbrados a aceptar un no por respuesta cuando se proponen conseguir algo. -¿Cómo fue que usted lo recibió? -Me resistí a sus avances, pero de nuevo, me sedujo para vivir con él de nuevo, para disgusto de mi tía. Él justificó su decisión de casarse con Beatrix, diciendo que no quería perder su derecho de nacimiento, pero que planeaba divorciarse de su esposa tan pronto como tomará posesión del título. Esta vez no le creí tan fácilmente. Sin embargo, al final del día, todavía lo amaba mucho y quería mantener la ilusión de que él me amaba de la misma manera. Así, que acepté su propuesta. Vivimos juntos en una casa en el campo que alquilamos en Nueva Jersey usando un nombre falso. Por el resto de mi embarazo, vivimos como si fuéramos realmente marido y mujer. Debo reconocer que aún conservo ese recuerdo. -No puedo culparla. Estar junto al hombre que se ama, mientras se espera a su hijo, debe ser una experiencia única. -Lo es, y estoy segura que pronto lo disfrutarás, sin la amargura y culpa que algunas veces nublaron mi felicidad entonces. Candy sintió que se ruborizaba ante la implicación de Eleanor. -Me sentía mal por arrebatar el marido de otra mujer – continuó Eleanor – aun sabiendo que Lady Beatrix no amaba a Richard, y también me sentía terriblemente triste por decepcionar a la Tía Gladys. Pero aun cuando todos me gritaban que estaba haciendo algo equivocado, me resistí a ver la verdad.


-¿Cuándo descubrió las verdaderas intenciones de Su Gracia? -Hasta que me confesó todo después del nacimiento de Terry. De hecho, de acuerdo al plan de Richard, justo después de la boda, Lady Beatrix no se había dejado ver por Londres, y vivía solo con su doncella y otro sirviente de confianza en la villa de Escocia. Después, cuando Richard me siguió a los Estados Unidos, su esposa también vino a Nueva York, y vivió recluida en una casa en Long Island. Así que ella estaba preparada para recibir al niño cuando cumpliera un año de edad, y presentarlo al mundo como su propio hijo. No podía creer que cálculos tan fríos hubieran sido planeados para el futuro de mi hijo sin mi conocimiento. Al principio, por supuesto, me rehusé a cooperar con un plan tan indignante. -¿Qué la hizo cambiar de opinión entonces? -¡Oh Candy! La vida de una actriz siempre es incierta, y, en mi pasión por Richard, casi arruiné mi incipiente carrera. Había incumplido mi contrato en Londres, y después de no trabajar por casi un año debido a mi embarazo, tenía pocas esperanzas de lograr un regreso sonado, especialmente cuando mi antiguo director, que era considerado el Rey de Broadway en ese tiempo, estaba aun resentido por mi rechazo. Sabía que tendría que luchar mucho para encontrar trabajo aun cuando estuviera sola, sin la responsabilidad de un hijo. -Pero su familia… -No podía esperar mucho de ellos. Primero, mi madre había muerto cuando yo solo tenía tres años de edad, y mi padre me desconoció cuando decidí convertirme en actriz. Mi hermano mayor siguió el consejo de mi padre y tampoco me hubiera ayudado. La Tía Gladys me apoyó en mis sueños y había sido mi aliada incondicional aun cuando abandoné a Richard la primera vez. Desafortunadamente, aun estaba sentida por mi necedad cuando no hice caso a su consejo de no aceptar a Richard de regreso. Así que cuando el padre de mi hijo me arrinconó con la propuesta de llevarse al niño como heredero legítimo del Ducado, yo estaba sola en el mundo y sin esperanza. No podía negarme, y aun así me tomó noches de insomnio decidirlo. -Ya veo. Usted pensaba que no tenía nada que ofrecerle a Terry, mientras que su padre podía poner el mundo a sus pies. -En resumen, eso es lo que pensé – acordó Eleanor – pero aun cuando cedí a la propuesta de Richard sobre Terry, no acepté continuar siendo su amante como me lo propuso. Estaba demasiado humillada de que hubiera negociado a nuestro hijo con esos acuerdos tan vergonzosos que no tuve estómago para soportar la idea de permanecer oculta siendo su amante por el resto de mi vida. -Entiendo su indignación. Pero amándolo como lo hacía, seguramente le costó mucho renunciar a él. -Ya lo creo, querida. Casi me suicido, especialmente cuando se enojó tanto conmigo. Él nunca pensó que me atrevería a rechazarlo. Herí su orgullo aristocrático como nunca lo habían hecho y me hizo pagar por eso. Terminamos en términos muy amargos. Aun recuerdo la mirada helada que me lanzó por última vez cuando me fui de la casa ese día. Tras nuestra pelea, no lo vi de nuevo por algunos meses. Sin embargo, fiel a su parte del trato, me enviaba una cantidad


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mensual para pagar mis gastos mientras tuviera a Terry conmigo. El día del primer cumpleaños de Terry, Richard reapareció para reclamar a su hijo. Era un hombre cambiado, tan frío y distante que incluso dudé en entregarle al niño. -Pero finalmente lo hizo. -Bueno, al ver mis dudas, me prometió que criaría al niño en Estados Unidos y que yo podría verlo en secreto. Con esa esperanza, finalmente dejé ir a Terry. -Obviamente, el Duque no mantuvo su promesa. -Lo hizo por el siguiente par de años. Vi a mi hijo unas cinco o seis veces. Al principio, solo un sirviente leal traería al niño a mi casa, pero cuando se acercaba el tercer cumpleaños de Terry, Richard lo trajo personalmente en algunas ocasiones. Parecía haberse tranquilizado respecto a mí e insistió que los tres pasáramos el día juntos como familia. -Debió haberla echado de menos a pesar de su resentimiento. -Eso imaginé, pero yo estaba tan dolida y humillada que no podía considerar la reconciliación. Para él, yo era suficientemente buena para ser su amante, pero no para criar a mi propio hijo y estar al lado de Richard como esposa. Estaba absolutamente ofendida. Solo permitía su presencia en mi casa por el bien de Terry. Pero incluso esa felicidad fingida duró muy poco. Entonces murió el padre de Richard. -Supongo que Su Gracia rompió su promesa de criar a Terry en Estados Unidos. -Estás en lo cierto. Se llevó a Terry cuando regresó a Inglaterra a reclamar su título. ¡Todo pasó tan rápido! Cuando me enteré, los Grandchester ya estaban dejando Nueva York. Ver a mi hijo desaparecer en ese barco fue lo más difícil que había hecho, Candy. Aun así, me mantuve fiel a mi palabra por el bienestar de mi hijo, o por lo menos eso pensaba entonces. Ahora que lo sé, aun cuando tomé esa decisión con las mejores intenciones y pensando en el mejor interés de Terry, fue un error. Solo hizo de él un niño miserable y solitario, por eso es que estoy tan agradecida con Dios de que ahora pueda aspirar a la felicidad a tu lado. Es un hombre diferente cuando está contigo. Candy pensó que era triste que las dos mujeres a las que el corazón de Terry reclamaba, hubieran creído alguna vez que renunciar a él era lo mejor que podían hacer. Estaba claro que Terrence no era de la misma opinión. -Espero no decepcionar sus esperanzas esta vez, Eleanor. -¡No lo harás, estoy segura! Pero ahora, quiero enseñarte esto – anunció la veterana actriz mientras se levantaba de su asiento para abrir las puertas de su armario, Candy observó su cambio súbito de humor y reconoció la misma habilidad de Terry para cambiar sus emociones en un segundo. Eleanor sacó un gran paquete, que abrió para mostrar un delicado vestido blanco con largo a los tobillos hecho de encaje de red con corte imperio.


-Sé que estás considerando usar el vestido de novia de la Sra. Cornwell, pero me gustaría que pensaras en este como una posibilidad. Quizá es una gran suposición pero no pude evitar comprarlo. Lo vi en una de mis tiendas favoritas unos días antes de venir y el estilo inusual llamó mi atención de inmediato. En estos días, todas se deciden por el talle bajo, lo que hace a este tan distinto que sobresale. ¿Qué opinas? Con ojos extasiados, Candy observó la combinación de diseños florales y geométricos en el delicado encaje transparente. Cada detalle, desde las cuentas en el dobladillo y en las mangas cortas estilo mariposa, al listón azul con botones de rosa en el corpiño, exudaban encanto y elegancia. -¡Es un sueño Eleanor! ¡Es muy considerada! Claro que estaré honrada de usarlo en la boda. -¡Estoy tan feliz de que te haya gustado! -¿Pero como supo mi talla? – preguntó Candy intrigada al ver la etiqueta. -Oh… solo adiviné basándome en mis propias observaciones hace años y unos pocos detalles que pude obtener de mi hijo recientemente – explicó la Srita. Baker con una sonrisa, pero después su cara se puso un poco seria – Desafortunadamente no pude encontrar un velo a juego. -¡Oh! No importa – se apresuró a decir Candy – Había pensado no usar velo … hay algo diferente que quiero usar … un tocado …para algo viejo. -¿En verdad? ¡Eso parece muy buena idea! Después de todo, creo que tienes gusto para la moda. Terrence notó el ligero peso sobre su pecho. Su mano voló en un movimiento automático para posarse sobre la cabeza de Candy. Enredó sus dedos en los intrincados tirabuzones de su cabello hasta que las puntas de sus dedos alcanzaron su cuello. Ella permitió la caricia en silencio, su mano en su pecho, moviéndose lentamente en círculos. Tras un rato de este mutuo intercambio, la joven lo escuchó tarareando la melodía de Auld Lang Syne. Podía escuchar el sonido de su voz grave y afinada vibrando en sus pulmones, cerca de su oído. Ella movió su mano para alcanzar la de él, entrelazando sus dedos con los de él juguetonamente, mientras amortiguaba una risita en su piel. -Buenos días, amor – dijo él al terminar la canción. -Buenos días, Terry.

Los árboles sin hojas estaban blancos por los incesantes copos de nieve que caían persistentemente, aunque solo de manera ligera sobre el jardín solemne. La larga procesión de ángeles y santos de piedra, en guardia silenciosa, parecía interminable. Una ráfaga tímida y quejumbrosa barrió el lugar, haciendo que el velo de Candy flotara con el viento. Como tratando de reunir el valor que le faltaba, su mano apretó suavemente el brazo del hombre


Capítulo 9 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez

que la acompañaba. Con la otra mano, sostenía las flores blancas que había llevado para la ocasión. La joven y su acompañante caminaron por los pasillos, donde parecían reinar eternamente el silencio y la soledad. Tras el velo azul de su sombrero de ala ancha, los ojos de Candy observaron la postura seria de las estatuas que adornaban cada tumba. Algunas tenían los brazos extendidos, como protegiendo a los durmientes. Otras tenían las manos cruzadas en su pecho, en una plegaria incesante. Tras caminar a través de las tumbas de mármol, sintiéndose conmovida por la presencia sobrecogedora de la muerte, los dos llegaron a la puerta del mausoleo de los Andley. El hombre, vestido de negro como acostumbraba, dejó a la dama un momento mientras subía la escalera de piedra. Sacando una llave de su bolsillo, abrió las puertas de la magnífica construcción. Volteando a ver a Candy, le ofreció su mano para ayudarla a subir. -¿Cree que puede hacer esto, Srita. Candy? – preguntó el hombre frunciendo el ceño ligeramente. -Si, George. Lo debí haber hecho desde hace mucho tiempo. Debo hacerlo ahora. -¿Quiere que entre con usted? – ofreció el hombre. -Creo que debo hacerlo sola – contestó Candy y George simplemente asintió. Sin más comentarios, Candy se alejó de George y entró al Mausoleo. Una vez dentro, se maravilló con el modo en que la luz se filtraba a través de la vidriera del domo del techo, haciendo el lugar menos sombrío de lo que esperaba. Las sombras moradas, amarillas, blancas y azules del domo coloreaban el mármol sobre el que descansaban las placas metálicas de cada tumba. Candy leyó en silencio los nombres de las cuatro generaciones de Andleys que descansaban ahí, esperando pacientemente la trompeta final que anunciara su resurrección. Aun insegura, caminó unos pasos en el mausoleo, escuchando como sus tacones altos provocaban eco que resonaba en el aire. Finalmente, tras un momento que pareció durar una eternidad, encontró la placa que estaba buscando: Con amor, en memoria de Anthony Brown Hijo Amado Octubre 1912 La mirada y los dedos de Candy acariciaron la inscripción, rozando ligeramente el nombre de Anthony. Incluso protegida por su guante de piel, podía sentir el frío del acero pulido en la


punta de sus dedos. Pensó que el cálido y radiante Anthony no podía morar en un lugar tan solitario y helado. -He venido a decirte adiós, pero me he estado engañando a mí misma, Anthony – murmuró perceptiblemente – Por mucho que quisiera que estuvieras aquí, no puedes estar retenido entre estas paredes. Por el contrario, estás en un lugar mucho mejor, donde seguramente hay luz de sobra; un lugar donde el invierno no congela y mata la vida, y las flores no se marchitan. Candy suspiró y cerró los ojos un momento. -Todos estos años, he mantenido tu memoria y, de cierta manera, siempre tendrás un lugar en mi corazón, hasta que nos encontremos de nuevo. Pero, verás, ¡él regresó! Debes saberlo. Estoy segura que en el lugar celestial donde habitas, no hay lugar para los celos. ¿Cierto? Así que creo que entiendes que después que te fuiste, aprendí a amar de nuevo, de una manera diferente, con una clase distinta de amor. Pero por largos años, ese amor tuvo que ser reprimido casi como si Él se hubiera ido a donde tú estás… aunque no exactamente, porque sabía que Él respiraba en algún sitio del mundo y esa certeza me hería en el corazón. -Luché contra estos sentimientos, pero no sirvió de nada. No entendía por qué, después de que te habías ido, solo para el generoso propósito de permitirme conocerlo y amarlo, debía olvidarlo y no volverlo a ver nunca. Pero ahora, comprendo que solamente pospusimos involuntariamente lo que era inevitable. Lo que quería decirte es que estaré por siempre agradecida que tu paso por mi vida, tan breve como fue, de alguna manera me preparó para volar de Estados Unidos, y en el dolor de mi pérdida, encontrarlo a Él. No lo supimos en ese momento, pero Dios hizo que nos encontráramos porque nos necesitábamos el uno al otro de muchas maneras. Soy su faro y puerto seguro; él es mi ancla, mi carne y mi alma. -Gracias, Anthony. Mañana, me convertiré en su esposa ante los ojos del mundo y empezaré una nueva vida. No sé a dónde nos lleve el futuro, pero te prometo que pase lo que pase, seré una mujer feliz. Así que dónde estés, puedes descansar tranquilo porque yo estaré bien con quien mi corazón ama. -Descansa en paz, queridísimo Anthony – finalizó, dejando tres rosas en el florero de hierro de la tumba – Albert y Archie te mandan su amor. Después. Moviéndose solo un par de pasos, encontró la tumba de Alistair y una sonrisa apareció en su rostro. -¡Querido Stair! La última vez que hablamos estabas seguro de que viajaría hacia mi felicidad. Sin embargo, tuvieron que rodar muchas lágrimas antes de que se cumplieran tus buenos deseos. Aun tengo quejas sobre tu caja de música ¿sabes? Ha estado en silencio todos estos años. ¿Alguna vez la repararás? Candy detuvo su monólogo y su sonrisa se hizo más grande. -No, Stair, sabes que estoy bromeando, queridísimo amigo. Mientras Terry esté conmigo, la magia de tus presagios más sinceros perdurará. Gracias por el amor y la bondad que diste a mi vida. Hasta que nos volvamos a encontrar, mi querido primo.


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Candy murmuró una oración, colocó otras tres rosas en el florero de Stair y se dirigió a la puerta. Cuando salió del mausoleo, la joven ofreció las seis rosas restantes de su ramo a George. -¿Quisiera poner estas rosas en la tumba de la Tía Rosemary? La cara del hombre se transfiguró inesperadamente ante las palabras de Candy. -Es usted muy considerada, Srita. Candy. Si…gracias – contestó él tomando las rosas. Candy lo esperó, dejando que George tuviera un momento a solas con sus recuerdos. Mientras, rezó por él, pidiéndole a Dios que le mostrara a George como dejar ir y finalmente vivir, así como Terrence le había enseñado a ella.

En la tarde de ese mismo día, Candy estaba ocupada empacando. La boda tendría lugar a la mañana siguiente y después de la comida, su esposo y ella viajarían inmediatamente a Nueva York. En su mente, revisó la lista de todas las cosas que necesitaría para la primera semana mientras enviaban el resto de sus pertenencias a su casa nueva. Siempre había viajado ligera y no tenía planes de cambiar su costumbre. - ¡Si Terry está conmigo en este nuevo comienzo iría al fin del mundo sin equipaje, de ser necesario! – pensó, sus ojos sonriendo ante la idea. -Unos cuantos vestidos y trajes con un abrigo que les haga juego serán suficientes – pensó. Revisó que todo lo que se quedara fuera empacado cuidadosamente en cajas. Mientras revisaba los pequeños objetos que tendría que dejar fuera de la maleta que se iba a llevar, no pudo evitar que un suspiro melancólico escapara de su pecho. Había vivido en esa habitación por más de diez años. Ahí había ocultado sus lágrimas y elevado cada oración conteniendo su nombre, entregando su corazón a Dios, a quien no podía esconder sus sentimientos. Su misal y rosario, únicos compañeros en las noches solitarias, descansaban en su modesto tocador, como testigos mudos del increíble poder de la oración. La joven decidió dejarlos fuera, para usarlos la última noche que pasara en su antigua habitación. Junto a ellos, el libro para colorear del pequeño Alistair, que tenía el extraño poder de aparecer en cualquier lugar, descansaba inocentemente bajo la vieja caja de música. Tomó nota mental de devolver el libro a su dueño legítimo antes de que se perdiera de nuevo. Candy revisó todo una vez más, buscando cualquier objeto que olvidara empacar. Pensó cuanto le dolía dejar a sus maestras. Dejar a aquellos que amaba tanto era la parte más difícil de embarcarse en la nueva aventura del matrimonio. Sin embargo, estaba en paz, porque la Srita. Pony y la Hermana María no se quedarían solas, a pesar de su ausencia. Las buenas mujeres le habían confesado que desde que había llegado la primera carta de Terrence, habían empezado a buscar ayuda adecuada.


-¿Cómo podían estar tan seguras de que eventualmente llegaríamos a un entendimiento? – había preguntado sorprendida ante sus sonrisas de complicidad. -El entendimiento era ya un hecho cuando decidiste contestar su carta, Candy. Era solo cuestión de tiempo para que las cosas cayeran en su lugar. Los hoyuelos de Candy aparecieron en su cara una vez más. Sin saberlo, durante sus viajes en noviembre, había entregado una carta a las superioras de la Hermana María en Cincinnati, solicitando la ayuda de dos novicias. Tras anunciarse el compromiso, la Hermana María solo necesitó una llamada para hacer los arreglos finales. Las monjas llegarían justo el día siguiente de la partida de Candy. Por otra parte, Candy se alegraba que las cuestiones monetarias tampoco fueran a representar un problema. Los donativos asegurados para el año eran más que suficientes, incluso con los dos nuevos miembros en la familia. Además, ya que Terrence había dejado su fideicomiso a su disposición, había hecho arreglos para comenzar un fondo que cubriera las necesidades del Hogar de Pony en los años venideros. Tras un último vistazo a su vestido de novia, que había colgado en un maniquí cerca de su cama, salió de la habitación para reunirse con el alegre grupo en la sala. Cuando llegó, todos parecían inmersos en una animada conversación. En una esquina, el pequeño Alistair jugaba con Terrence, ignorante del amargo hecho de que pronto su querida Tía y su recién adquirido Tío estarían a kilómetros lejos de él. Pensó que sería la primera pérdida que el pequeño niño experimentaría y su corazón estuvo con él, sabiendo que era imposible evitarle el dolor. -¿Los aviones pueden ser tan glandes como un tlen, Tío G? – dijo el niño extendiendo los brazos. -Nunca he visto uno tan grande – contestó Terrence riendo – pero uno nunca sabe, tal vez algún día podamos ver un monstruo así. -¡Si! – asintió Alistair entusiasmado – Yo tengo uno glande en mi libro para cololeal. ¿Cómo debo cololealo? -¿Un avión tan grande como un tren , eh? Necesitarás un montón de crayolas entonces. Si quieres te puedo ayudar – ofreció el hombre. -Tu libro para colorear y tus crayolas están en mi habitación, Stair - dijo Candy uniéndose al par – ve y tómalos. El niño se puso de pie, pero jalando la mano de Terrence rogó: -Ven conmigo, tío. Terrence le obsequió una media sonrisa e incapaz de negarle su compañía, siguió a Alistair a la habitación de Candy. La joven los miró con adoración mientras desaparecían en el pasillo. -¿Dejaste el vestido dentro del armario? – preguntó Annie, que también había observado la escena entre su hijo y Terrence. -No te preocupes, Annie. Lo dejé colgado del maniquí para evitar que se arrugue – contestó Candy a la ligera.


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-¡Pero Terrence va a ver el vestido! – dijo Annie horrorizada - ¡Es un mal presagio! Candy sonrió pensando que Annie se moriría si supiera que Terrence había visto más que el vestido antes de la boda. -Está bien, iré y detendré que esa calamidad caiga para siempre sobre mí – respondió la joven burlonamente, pero obedeciendo las palabras apremiantes de Annie, solo para controlar las aprehensiones de su amiga. Sabía muy bien que cuando llegara a la habitación sería demasiado tarde. Cuando abrió la puerta de la recámara, Alistair estaba sacando rápidamente del tocador el libro para colorear. Candy pudo oír claramente la voz de Terrence tras el niño, advirtiéndole. -¡Uh, uh, Pequeño Inventor, ten cuidado! Si jalas el libro de esa manera, tirarás la caja, y a tu tía no le gustará si se rompe – dijo el hombre salvando el objeto mencionado del desastre. -La caja no sirve, Tío – contestó el hombre. -¿No sirve? ¿Quieres decir que ya está descompuesta? – preguntó Terrence mientras tomaba en sus manos la caja de música de Alistair y la abría para inspeccionarla detenidamente. En ese momento, para gran sorpresa de Candy, la vieja melodía que no había escuchado en muchos años, flotó en el aire de nuevo. -¡Suena! – dijo Stair también sorprendido. -¡Lo hace! – añadió Candy de pie tras ellos, provocando que el hombre volteara para verla a los ojos. -¿Es muy sorprendente? - preguntó Terrence intrigado. Sin contestar su pregunta, Candy tomó la pequeña caja de música de sus manos e hizo varias pruebas abriéndola y cerrándola. Cada vez la música sonó como se suponía debía hacerlo al abrir la tapa. -¡No lo puedo creer, Terry! ¡Esta caja no ha funcionado en años! ¿Qué le hiciste? -Bueno…de hecho…nada… solo la abrí – dijo encogiéndose de hombros. Candy meneó la cabeza riendo suavemente. Después, parada de puntitas, le dio un beso a Terrence en la mejilla murmurando a su oído: -¡Cariño, reparaste mi Caja de la Felicidad! – susurró ella. -¿Lo hice…? – preguntó él dirigiéndole una mirada significativa que la hizo ruborizar. -Bueno, es una larga historia que te contaré, mientras ayudamos a Stair a colorear su libro. ¿Qué dices, Stair? – dijo ella dirigiéndose al niño, dejando la caja en el tocador y tomando el libro para colorear. -¿Es una historia acerca de un héroe? – preguntó el niño emocionado ante la perspectiva.


-¡Si, un héroe de guerra que lucía exactamente como tú! – contestó Candy tocando con un dedo la punta de la nariz de Alistair. Terrence tomó al niño en brazos, mientras Candy recogía las crayolas y el libro. Con las manos llenas con el niño y con Candy, el hombre los condujo a la salida. Antes de cerrar la puerta tras él, vio el vestido de Candy colgado en el maniquí, pero prefirió no decir nada. Al día siguiente ella sería su esposa. Su corazón se elevó con el simple pensamiento.

Miércoles, 7 de enero de 1925. Querido diario: Han pasado muchos años desde que escribí en ti. Apenas puedo creer que ahora puedo continuar esta historia con una sonrisa completa y sincera en mi rostro. Hoy es el día de mi boda. ¿Adivina quién es el novio? ¡Si! El mismo chico del que solía quejarme hace doce años, cuando empecé a escribir en ti (el mismo, pero no exactamente, porque ya no es un chico, sino un hombre). Supongo que puedes preguntar con justicia como es que me estoy casando con un mocoso engreído como él, que es un horrible canalla y un grosero incorregible. Después de todos estos años, seguramente entiendes que suya es el alma más noble que pueda conocer. ¡Mi única y verdadera alma gemela! ¡Ahora finalmente puedo escribir aquí que amo a Terry con cada fibra de mi corazón! Él ya es mi esposo amado en todos los sentidos. ¿Entiendes lo que quiero decir? ¡Dios, si lo debes saber! Esta ceremonia que está a punto de celebrarse, justo cuando termine este pasaje, es solo la confirmación de lo que ha estado en mi corazón desde hace mucho, mucho tiempo. La maravilla de todo eso es que yo he estado en su corazón el mismo tiempo. Él me lo ha demostrado con sus actos, sus palabras y su cuerpo. Por años, creí que esto era solo un sueño que nunca podría volverse realidad. Hoy, mi maleta ya empacada me dice que es real. Después de la comida, partiré a Nueva York a vivir con él. Mis manos tiemblan al escribir esto y debo contener mis lágrimas de felicidad. No debo arruinar mi maquillaje. Eleanor hizo tan buen trabajo que no quiero decepcionarla llorando antes de que tomen las fotos.


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En unos minutos más, no seré más Candice White Andley. Seré Candice White Grandchester o la Sra. de Terrence Graham Grandchester, si quieres. No obstante, muchas personas me llamarán Sra. Graham, ya que solo lo conocen por su nombre artístico. Ignoran que no es su nombre legal. ¿Puedes creer que ha vivido bajo el apellido Graham todos estos años, pero nunca lo ha cambiado oficialmente? Supongo que hay algo ahí. Tengo un presentimiento sobre eso. En cualquier caso, supongo que tú y yo tendremos tiempo de discutir el asunto más adelante, cuando lleguemos a Nueva York. Debo irme ahora, querido diario. Gracias por escuchar a mi corazón que baila con las campanas que ahora escucho. C.W.G. La boda de Candy transcurrió como en una nube de ensueño. Cuando todo había terminado, apenas podía recordar fragmentos de los rostros sonrientes y llorosos que la rodeaban y algunos momentos especiales por aquí y allá como los aspectos principales de la ceremonia. Los ojos de Albert estaban llenos de orgullo mientras la llevaba a través del pasillo central de la capilla. Antes de entrar, le había dicho que lo hacía sentir verdaderamente orgulloso al convertirse en la dama que se esforzó por criar. Candy creyó ver una lágrima en la esquina de sus ojos azules como el cielo, pero no dijo nada para evitarle la vergüenza. Por el contrario, la Srita. Pony y la Hermana María no intentaban ocultar sus caras llorosas. Mientras avanzaba por el pasillo, Candy se dio cuenta que la Hermana María sostenía el rosario de plata que Terrence le había dado como regalo de Navidad. Candy sabía que la monja rezaba en su interior y pasaba las cuentas del rosario de una en una entre sus dedos nerviosos. El pañuelo de encaje de la Srita. Pony no era suficiente para contener sus lágrimas, aun tras su rostro sonriente. Candy también recordó que las manos de Annie habían flaqueado más de una vez al tocar la Marcha Nupcial en el viejo piano de la capilla, a pesar de su experiencia en el instrumento. Archie, quien irónicamente había recibido el honor inesperado de estar junto a Terrence como su padrino, se encontraba muy serio. Sin embargo, Candy sabía que poco a poco, su primo se iba haciendo a la idea de tener a Terrence en la familia. Algún día, esperaba, Archie aprendería a confiar en Terrence tanto como lo hizo Alistair. Jimmy Cratwright que había conseguido llegar de último minuto, estaba de pie, en silencio, junto a la Srita. Pony. Candy sabía que Jimmy estaba un poco resentido. Esperaba que el joven pudiera perdonar algún día a Terrence por llevársela de Indiana.


Eleanor, más bella que nunca en un deslumbrante vestido azul, como si verse más hermosa fuera posible en ella, también hacía su mejor esfuerzo por contener las lágrimas. Sin embargo, a la mitad de la ceremonia, ni siquiera sus bien entrenadas habilidades histriónicas la salvaron de fallar miserablemente al tratar de esconder su emoción. Pero, por mucho, el mejor de todos los recuerdos, eran los ojos azul profundo de su Terry mientras caminaba hacia él. En una sola mirada, parecía reafirmar todas las confesiones secretas de amor que ya le había revelado solo unos días antes. Otra cosa que recordaba claramente era sin duda su expresión al reconocer la bufanda de seda blanca que ella usaba en la cabeza. La había anudado con encanto, dejando escapar las ondas de pelo dorado para enmarcar su cara. Terrence sonrió al ver sus iniciales bordadas en la seda de la bufanda blanca que había perdido hacía mucho tiempo. Los ojos jade y dorados de ella le transmitieron instintivamente el mismo mensaje que más tarde los dos pusieron en palabras al decir sus votos. Candy siempre sonreiría al recordar el momento en que se juraron amor uno al otro, en uno de sus despliegues clásicos de poco convencionalismo. Sin importar cuantas veces hubieran ensayado los votos, terminaron haciéndolo de una manera ligeramente distinta. -Yo…-Terrence se había detenido por un momento, haciendo que los presentes contuvieran el aliento solo para sorprenderlos diciendo: -Si yo, Terrence Graham Grandchester, he venido aquí, frente a ti, Candice White Andley, es porque finalmente soy libre de las mentiras que me ataban, libre para creer que lo imposible puede suceder, y te tomo como mi legítima esposa, para vivir unidos desde este día en adelante. Ahora, en presencia de nuestra familia y amigos, te ofrezco mi promesa solemne de ser tu compañero fiel en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, para amarte y cuidarte, hasta que la muerte nos separe…y…con este anillo te desposo y te doy mi palabra – finalizó deslizando la argolla de matrimonio con mano temblorosa en su pequeño dedo. La joven le sonrió y captando la intención de él, contestó: -Yo, Candice White Andley, te tomo a ti Terrence Graham Grandchester, esta vez por siempre, para ser mi legítimo esposo. Antes Dios y estos testigos, prometo amarte por el resto de nuestras vidas. Te acepto con todos tus defectos y tus muchas virtudes y me ofrezco ante ti para ser tu esposa en lo bueno y en lo malo, en la pobreza y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad…hasta que la muerte nos separe. Con este anillo te desposo y te doy mi palabra. El sacerdote, incapaz de detener su exuberancia, se resignó ante el abuso de las líneas tradicionales. Terrence le dirigió a su esposa una sonrisa pícara, feliz de que por una vez en su vida se pudiera dar el lujo de cambiar unas líneas clásicas a su conveniencia, sin consecuencias para su carrera. Candy estaba feliz de seguir su ejemplo, tal vez demasiado bien, para el gusto del anciano sacerdote.

La hora de partir del Hogar de Pony había sido difícil para todos, especialmente para la Srita. Pony y la Hermana María. No importando cuanto se hubieran preparado para la triste separación, el momento fue conmovedor y terrible. Pero tal vez la despedida que fue más


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difícil de soportar fue la del pequeño Alistair. Cuando el niño finalmente descubrió que su tío y tía se irían por mucho tiempo, había estallado en las lágrimas más conmovedoras que hubiera derramado. A Candy le costó toda su fuerza separarse del niño, cuando su padre lo tomó en sus brazos. Los recién casados, tras las últimas despedidas, entraron a la limusina que los llevaría a Chicago. Mientras Candy se secaba las lágrimas silenciosamente, Terrence se preguntaba en su interior si el amor de un solo hombre – no importando lo profundo que fuera -sería suficiente para compensar la pérdida de sus amados amigos y parientes, que ahora agitaban sus manos, desapareciendo lentamente mientras el auto avanzaba. Cuando Candy enterró la cara en su pecho, él la abrazó y por primera vez en muchos años, rezó para que su amor fuera suficiente.

Cuando Terrence Graham viajaba –lo que era muy frecuente debido a su trabajo – lo hacía con estilo. Algunos hubieran pensado que era una necesidad en su condición de figura pública. Pero, para decir verdad, era en parte su arraigado disgusto por la gente en general lo que lo hacía buscar los medios de transporte más exclusivos, aunque fuera únicamente para estar solo. Además de sus hábitos solitarios, también debía admitir que, dentro de su ser aristocrático, necesitaba el lujo como el aire para respirar. Así que la única manera de viajar entre Chicago y Nueva York que satisfacía sus estándares, era en el Twentieth Century Limited 3 y así era exactamente como había planeado regresar a casa tras su boda. Los recién casados llegaron a la Estación de LaSalle Street donde el tren partiría a las 6:00 PM. Él esperaba que pudieran llegar justo a tiempo para la cena, viajar toda la noche y llegar a su destino a las 9:00 AM. Había hecho este viaje muchas veces durante su carrera, pero nunca su pulso había latido tan salvajemente. Caminando sobre la alfombra roja que cubría la plataforma, con su clásico andar decidido, sintió la calidez de la mano de su esposa en la suya. Bajo la expresión severa de su rostro, en parte cubierta por su sombre de fieltro y la solapa del abrigo subida, sus ojos brillaban con alegría. La joven caminando a su lado lo miró, estudiando cada uno de sus gestos. Algunas veces, tenía que reprimir una risita, al pensar que su expresión seria no le hacía justicia a su verdadera naturaleza noble. Sus pasos apresurados hacían que ella caminara más rápido de lo usual. No obstante, no se quejó, ya que entendía que su capacidad para tolerar la presencia de otras personas se estaba agotando en la misma proporción que crecía insoportablemente la necesidad mutua. Finalmente abordaron el tren, conducidos por un ayudante que cargó el equipaje a su compartimento privado. Candy, que nunca había viajado en el Twentieth Century, estaba anonada por los ricos paneles de madera que cubrían las paredes y hacían que el compartimento pareciera una pequeña sala de estar. Las decoraciones del techo y las pequeñas lámparas Tiffany gritaban que la comodidad no era suficiente sin belleza.

3 Era un tren expreso de pasajeros que funcionó de 1902 a 1967, considerado como el tren más famoso del mundo por su estilo, espectacularidad y sofisticación.


El empleado del tren dejó el equipaje en el piso, y preguntó si los pasajeros necesitaban algo más. -¿Podría mandarnos al mesero? Quisiéramos cenar en el compartimento – instruyó el caballero dando propina al empleado. Cuando la pareja se quedó sola, cayó un silencio súbito entre ellos. Él la miró por milésima vez en el día. Desabrochaba el abrigo con collar de piel en el que estaba envuelta. -¿Qué opina del Twentieth Century Limited, Sra. Graham? – preguntó ayudándola a quitarse el abrigo y colgándolo junto al de él en el pequeño armario del compartimento. -Luce bastante caro – contestó un poco distraída por las cosquillas que le provocaba su cercanía. Él se dio cuenta que se había cambiado su vestido blanco de encaje por uno más abrigador con falda al tobillo. El tono azul marino oscuro del atuendo contrastaba con su cuello de un blanco puro y hacía que su tez pálida brillara favorecedoramente. Ella sintió que la miraba, pero entonces, antes de que sus ojos se encontraran, él desvió la mirada. -¿Terry siempre va a ser un enigma para mí? Justo cuando creo que lo he resuelto, sale con algo inesperado – se preguntó interiormente. El joven se sentó con aire indiferente en el gran sofá que parecía ser la pieza central del compartimento. Candy entró al pequeño baño para revisar su aspecto en el espejo. Ordenó sus rizos cortos, que aun estaban sostenidos por la bufanda blanca, transformada en una diadema. Mientras movía los dedos para dar forma de nuevo a las ondas que enmarcaban su cara, el brillo de su anillo de compromiso y su argolla de matrimonio captaron su mirada. Era real, ella era su esposa y esta era su primera noche como matrimonio. Aun así, se sentía algo frustrada de que tuvieran que pasar su noche de bodas en el compartimento de un tren. – Con seguridad una dama y un caballero no pueden hacer mucho en esta situación ¿O si? – se preguntó. Candy respingó ante sus propios pensamientos. No podía creer que estuviera de hecho pensando en eso. Sin embargo, si era honesta consigo misma, la verdad era que deseaba estar con él de nuevo y no para algunas caricias como habían compartido en los días anteriores. -¿Puede una esposa decir esta clase de cosas? – se preguntó mentalmente, observando el rubor aparecer de nuevo en su cara – Dios, ¿cuándo me convertí en una descarada? Candy, aun debatiéndose en el baño, escuchó la voz del mesero. Terrence ordenó la cena y pidió también que se arreglara el compartimento para la noche, lo que fuera que eso significara. Cuando salió del lavabo, la joven encontró a su esposo leyendo con aire imperturbable lo que parecía ser un guión. Viéndolo ocupado, se sentó a su lado y trató de entretenerse viendo los edificios que aparecían y desaparecían en las ventanas mientras el tren salía rápidamente de Chicago. Tras un momento, los inmensos cultivos que ella conocía tan bien reemplazaron a los edificios. La joven hubiera tratado de tomar su mano, pero él tenía ambas sosteniendo su


Capítulo 9 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez

pesado guión, así que recargó su codo derecho en el marco de la ventana y su barbilla en la mano, dejando la otra mano en el interior de su brazo derecho. -¡Es increíble lo sereno que parece cuando yo me estoy quemando! ¡El aire se está volviendo sofocante! –pensó pretendiendo estar interesada en el paisaje grisáceo. No mucho después de eso, el mesero regresó llevando el carrito de servicio. Terrence de nuevo trató con el hombre. Candy dirigió una mirada discreta a los dos hombres mientras hablaban. Acostumbrada a resolver las cosas por sí misma, pensó que por una vez era agradable tener a alguien que se encargara de esos detalles. Una vez que el mesero se fue, Terrence regresó a su guión. Candy, perpleja ante su indiferencia hacia la comida que había insistido en ordenar, se volteó de nuevo a ver la ventana. Tampoco tenía hambre. Nerviosamente, recargó el peso de sus piernas en sus tacones altos, levantando la punta de sus pies. Vio sus zapatos Mery Jave azul marino. Tenían un adorno blanco y un moño que le gustaba mucho. A pesar de sus esfuerzos por ocupar su mente admirando sus zapatos, pronto se sintió tonta perdiendo el tiempo de esa manera. -¿Debería simplemente quitarle el detestable guión de las manos y besarlo como me muero por hacerlo? – pensó - ¡Demonios Candy! ¿No puedes pensar en otra cosa? – se regañó sola. Finalmente, otro empleado tocó a la puerta. Esta vez, Terrence se dirigió a ella por primera vez en casi quince minutos. -Vienen a arreglar el compartimento para la noche. ¿Podrías ponerte de pie, Candice? Candy hizo lo que le pidió, mientras el empleado entraba al compartimento y ante sus ojos atónitos convertía el sofá en una cama. -¿El compartimento tiene una cama? –pensó sorprendida - Eso significa que Terry planea…¡oh, por Dios!- Candy sintió un rubor inoportuno cubrir de nuevo sus mejillas, y tuvo que voltear la cara para esconderla del empleado del tren. Cuando el empleado terminó la tarea y desapareció, Candy escuchó el sonido característico del seguro de la puerta mientras Terrence suspiraba aliviado. -¡Pensé que tardarían para siempre! – exclamó irritado volteando a verla, la expresión de su cara transformada en el Terrence privado que se había revelado ante ella los días anteriores. -¿Tardarían?- preguntó ella vacilante. Le sonrió de manera pícara y caminó junto a ella hacia la ventana. -Si: ellos. Todos ellos – explicó bajando las persianas de la ventana – Los empleados del tren, el chofer, los pasajeros, los sirvientes, mi madre, tus amigos, tus maestras, tu familia, la gente en la multitud, ¡todos! – enumeró con exasperación creciente. Mientras se acercaba a ella con decisión, empezó a pensar que tal vez el viaje en tren no iba a ser tan aburrido como había creído. Él se paró frente a ella y la sostuvo por los hombros.


-Me refiero a todos los que han estado entre los dos estos últimos tres días – continuó él, su dedo levantando su barbilla para mirar sus ojos – Sentía que nunca nos dejarían solos – finalizó Terrence antes de acercar su rostro para rozar su mejilla con la suya, mientras sus manos sostenían su cintura. -¿No has extrañado esto? – dijo cargándola hasta que su cara estuvo a la altura de la de él -. Sus labios capturaron los suyos y los brazos de Candy rodearon su cuello, mientras sus sentidos explotaban ante su asalto en todas direcciones sobre su cuerpo. -¡Por supuesto que lo he extrañado! – pensó ella – Es lo que he estado deseando todo este tiempo …Oh…¡Ah!...¡La forma en que me está besando!....¡Sus manos sobre mí!...¡Oh Dios! Él notó su temblor bajo sus brazos, entendiendo que era su decisión que las cosas acabaran rápido o duraran toda la noche. Se decidió por la segunda opción, liberando sus labios. -Creo que debemos desvestirnos, mi amor – le dijo al oído, permitiendo que sus pies tocaran el piso. Ella asintió en silencio empezando a quitarse los aretes, mientras él se quitaba su saco Anderson & Sheppard hecho a la medida. Cuando ella iba a desatar la bufanda blanca de la cabeza, sus manos la detuvieron. -Esto que hiciste hoy por mí, mi lady, coronó mi día, tanto como tus votos de amor. Por favor, déjatelo puesto – añadió tomando el extremo de su bufanda que colgaba de su nuca y descansaba en su hombro. -Fue mi manera de devolverte lo que por derecho te corresponde, Terry – dijo con una sonrisa juguetona, desabrochando seductoramente los botones de perlas de su vestido. -¿Qué? ¿La bufanda o tú misma? -Ambas – respondió sugestivamente. -Bien dicho, madame. Si el día que te vendé con mi bufanda hubiera sabido que me la devolverías envolviendo tan delicioso paquete – dijo mirando ávidamente la abertura de su vestido – la hubiera reclamado mucho antes. -Bueno, el Señor del Reino puede muy bien reclamar lo que desee, si así lo quiere – lo invitó y él actuó conforme a sus palabras…y sobre su cuerpo, tanto como el lector pueda esperar.

El ruido del tren en movimiento arrullaba a Terrence para dormir, pero no quería hacerlo aun. Era cálido y acogedor estar entre las cobijas con el cuerpo desnudo de ella acurrucado junto a él. Su espalda era tan suave al tacto que le recordaba la textura de la seda. Sus manos se deslizaban por ella y más abajo. -¿Estás despierta, verdad? – preguntó. -Si.


Capítulo 9 Temporada de Narcisos Autora Josephine Hymes Traducción con conocimiento de la autora de Begoña Núñez

-¿Te puedo preguntar algo? -Lo que sea. -¿Qué pasó después de la última entrada de tu diario? – preguntó él, haciendo por fin la última pregunta que rondaba su mente desde que había acabado de leer el diario. -Regresé a Estados Unidos y me convertí en enfermera – respondió escuetamente. -Ya lo sé, tontita – se rió él – Quiero decir, ¿cómo volviste? Te fuiste antes de que George o Albert pudieran enterarse, ¿no? – preguntó curioso. -Bueno, si. Supongo que improvisé – contestó sonriendo. El trazó sus hoyuelos con su índice, medio encantado con su sonrisa y medio alarmado por lo que implicaba. -¿Qué quieres decir con “improvisé”? -No sabía exactamente lo que iba a hacer cuando me fui. Solo sabía que no podía quedarme en el Colegio y que tenía que regresar a Estados Unidos. Así que solo empaqué y empecé el viaje. Viajé en una carreta, escondida en un gran montón de paja, sin que lo supiera el conductor. Me imaginé que me llevaría al puerto. Una vez ahí, se me ocurriría como conseguir dinero y comprar un boleto. Pero me quedé dormida y cuando desperté estaba en una granja. El granjero, un Sr. Carson, era un viudo gruñón con tres niños. La menor de ellos, una niña preciosa, se enfermó y la ayudé durante su enfermedad. Eso retrasó mi viaje unos días. Después, me ayudaron a llegar a Southampton, pero ya que no tenía dinero para un boleto, alguien me sugirió irme de polizón. Así que eso hice. -¿¿¿Te fuiste de polizón??? ¡¡¡No lo puedo creer!!! ¡Dios, en verdad tienes agallas! – dijo riéndose fuerte, asombrado por su audacia. -Sé que fue muy irresponsable de mi parte, pero me sentía obligada a regresar antes de que empezara el invierno. Si no podía estar cerca de ti, por lo menos quería estar en el mismo país y no con un océano en el medio. Afortunadamente, el viaje fue seguro e hice algunos amigos en el camino. Conmovido por sus palabras, el joven reflexionó sobre los peligros a los que se había expuesto por su impaciencia juvenil. Tembló de solo pensar las miles de calamidades que pudieron haber pasado. -Gracias a Dios que nada te pasó – exclamó abrazándola aun más fuerte – No me hubiera perdonado si hubiera pasado algo. -En verdad tenemos que hacer algo contigo, Terry. ¿Cuándo entenderás que no todos los desastres del mundo son tu responsabilidad? – lo regañó sutilmente. Terrence sonrió ante su comentario maravillándose ante el hecho de que un simple abrazo lo pusiera de buen humor de nuevo.


-Cuéntame más de tu viaje. ¿Cómo fue que te fuiste de polizón? – preguntó mientras la acariciaba de una forma más intencionada. -Conocí…conocí al Sr. Jenkins…él era marinero y …amigo del Sr. Carson… Trató de continuar su relato, pero lo hizo muy mal porque sus besos sofocaban sus palabras y toda la conversación se vio interrumpida por un buen rato.


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