Vol 38 No. 2
SUMMER / VERANO, 2019
ร ngel Acosta Leรณn
Queridos amigos:
lindenlanemag@aol.com http://www.lacasaazul.org www.lacasaazulcubana.blogspot.com
Ángel Acosta León
Founded in March 1982 by Heberto Padilla & Belkis Cuza Malé Publisher and Editor: Belkis Cuza Malé Assistant Editor: René Dayre Abella Copyright © 2019 LINDEN LANE MAGAZINE Una subscripción a LINDEN LANE MAGAZINE en los Estados Unidos: $70.00 para individuos, y $90.00 para instituciones. ISSN 0736 - 1084 It is a publication by Linden Lane Magazine & Press PO. BOX 101582 FORT WORTH, TEXAS 76185-1582 2
Quiero presentarles a nuestra invitada de este número de verano, la escritora, poeta y pintora Ana Kika López, cubana, oriunda del central Chaparra, en la provincia de Oriente, y única en su género. Pocos escritores cubanos recrean como ella al cubano de a pie, al vecino campechano o al sinvergüenza de esos pueblos perdidos en la memoria, haciéndonos reír. A su vez, la obra pictórica de Kika es de una modernidad clásica y sorprendente, y lo podrán comprobar en las ilustraciones que acompañan sus textos. Los poetas que colaboran esta vez, todos de prmer orden: Arturo Álvarez D' Armas, venezolano; María José Mures, española, y Eduardo René Casanova Ealo, cubano residente en Miami. Manuel Pereira, quien desde 2006 vive en México, nos muestra una Habana Vieja llena de sorprendentes personajes "infantiles" , seres que recuerdan de algún modo la literatura clásica de la picarezca española, pasada ahora por el socialismo cubano. También Eduardo René Casanova, nos trae un cuento muy cubano y bien traído, "Lola". Y Héctor Manuel Gutiérrez, con “De tierra Brasilis”, sorprende por el conocimiento del tema y el trazo fino de su prosa. Arsenio Rodríguez Quintana, escritor e historiador cubano residente en Barcelona, reseña su viaje a Nueva York y su encuentro con otro escritor cubano, Enrique del Risco. Luego, su visión del Miami de la Calle 8 es sin duda la mirada de un “turista” cubano recorriendo las calles del exilio. Tony Cuartas, en cambio, publica el primer capítulo de su reciente novela, Los avatares de Nemesio, basada en ese peculiar abuelo que procreó 57 hijos con distintos amores. Nadie pdría imaginar que esta doctora, especializada en reumatología, fuese la autora de una gran novela, llena de misterio y drama. Una de las mejores de su género en el marco de la isla de Santo Domingo. Su autora, Miriam Rodríguez Febles, nos ofrece el capítulo 50 de Las playas de Esculapios. René Dayre Abella tiene un nuevo libro listo para imprenta, A las puertas... El capítulo “Visiones” les dará una idea del tema: sus experiencias espíritas. Y finalmente, José Abreu reseña Puro Teatro, de Matías Montes Huidobro, llevada al escenario de Miami,y que Abreu recomienda encarecidamente. Otra gran sorpresa de este número: las ilustraciones extraordinarias de Ángel Acosta León, uno de los más importantes artistas cubanos de la plástica, fallecido prematuramente en 1964, al lanzarse al mar desde la embarcación en que regresaba a Cuba, después de exitosas exposiciones en París, Holanda y Bruselas. Muchas gracias por leernos. Bendiciones, Belkis Cuza Malé Directora
Ana Kika López MI ÁRBOL VIEJO Hoy mi viejo árbol casi seco con el último esfuerzo de su verde afianzó la raíz al tronco en el desierto, lo cubrió con cáscara rugosa, corteza astral de antiguas nieves que resiste las mordidas del invierno Aquí, donde único alumbran los recuerdos y solo luz oscura habita en las pupilas, llenó el árbol estanques de luceros, con piedras brillantes amarradas a la rota cabellera de huracanes dormitando en el ramaje de los vientos.
EL MAR Sin saber que me alejaba, nunca pude decirte adiós. A veces me moja algún pedazo de agua con el azul turquesa de tu abrazo de mar, y se me enreda una cabellera de olas en la mirada ausente. No cabían en mis bolsillos brisas, olores, ni caracolas, pero traje una maleta escondida en el pliegue de un recuerdo para verte cada mañana cuando el sol se asoma detrás del árbol florecido que me envuelve con la sal de tu aliento Ana Kika López: Mistery of Separation
marinero.
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Hay olor a Chaparra
— ¡Mamá, el diente se quedó pegado a la melcocha! Ana Kika López — ¡No me digas! A ver… qué bonito está. — ¿Me salió sangre? —Pregunté con la Un sol manso besuquea la ventana, y deja entrar boca aún llena de dulzura. olor a limpio, a flor, a nube, a cielo azul, a —Qué va, ni gota. Ven a comer más. jazmines… La vida volvía a sonreír. —Mamá, tengo un diente flojo, me cuelga Hoy huele a Chaparra. de un hilito… —Dale un empujoncito con la lengua para que se caiga. Eso no duele. — ¡No! —Contesté aterrorizada. —Está bien. Entonces vamos a hacer melcocha. Ven para que me ayudes. Fui. Cuando se refrescó, la halamos, la torcimos, la estiramos, y volvimos a hacer lo mismo hasta que quedó blanquita y melcochosa. Teresa Dovalpage. Foto Delio Regueral Yo, más contenta que una hormiga loca, me metí un pedazo en la boca. Ana Kika López: Semillas
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RESBALOSOS * Ana Kika López Eran los días de Navidad. En mi pueblo de calles de tierra y casas del mismo color, se respiraba un aire festivo, no solo por las fechas sino porque también la zafra azucarera estaba en pleno apogeo. Los pitazos del ingenio, la humareda con bagacillo, el rodar por el ferrocarril de los carros cargados de cañas y aquel olor peculiar de miel tostada, de no sé qué, llenaba el parque y los portales. Por la Calle del Medio venía sonando la conga de Pueblo Viejo. Un negrito llevaba una tabla a la altura de la cintura, donde habían clavado dos sartenes que él hacía repicar con unas varillas de hierro. Conga africana, cubana, conga de batey cañero. Tíguiri qui tíguire, tíguiri qui tiguitá, tíguiri
qui tíguiri quitín! Y el coro de gente detrás, bailando con el Mono, que era otro niche disfrazado de gorila con sacos ripiados de azúcar prieta. Giraba y manoteaba, asustando a los niños que luego reían a más no poder. Cuando María Julia escuchó el tíguiri qui tíguire salió al portal a verlos pasar. El Mono extendió la mano y ella le dio los 4 kilos que tenía en el bolsillo del delantal. Él le tiró un beso y siguió en lo suyo. Sonriendo entró para ver a su marido con los codos sobre la mesa y las manos en la cabeza. Le dijo: —Viejo, no sufras más, ahorita te llega trabajo. Ten paciencia, ya empezó la zafra. Y él le contestó: —No, si lo que me molesta es que le diste dinero a ese come bola. Ana Kika López:Muros
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—Mi amor, eran solo cuatro kilos. Todavía me quedan cinco más para comprar maíz y hacerte un majarete. —Pues estíralo porque no tenemos dinero para la semana que viene. El bodeguero dijo que ya no nos fiaba más. —No le creas, papi. Poco después llegó Fofo, su mejor amigo. Estaba excitado y le dijo bajito, en secreto: —Tengo un plan para salir de deudas. Vamos a robar en la botica de Carlitos Díaz. Atiéndeme, esta noche no sale la luna. En la oscuridad, entramos y le limpiamos la caja, ¿me oíste? Fernando objetó: — ¿Tú estás loco? ¿Y si nos agarran? —Imposible, lo tengo todo planeado al dedillo. Vamos al maizal del fondo de la botica y allí nos quitamos toda la ropa ¿me entiendes? Toda-la-ro-pa. Nos untamos manteca en el cuerpo por si alguien logra alcanzarnos: resbalamos, nos zafamos y escapamos. Tú corres bien, y yo mejor que tú. ¿Vamos? —Está bien. —A la 1 de la mañana, antes de que te duermas, cabrón. ¿Sí? —Sí, nos vemos allí. La noche era pura tiniebla. Desde los bares de Pueblo Viejo llegaba la lejana música de la victrola, pero todo lo demás estaba quieto, con silencio de potrero sin cocuyos. Ya los dos estaban sin ropa, solo llevaban zapatos. Eran sombras invisibles. Se metieron a través de la cerca de la botica hasta llegar a la pared lateral donde había una puerta que nunca se usaba. 6
Tenía un enorme candado muy mal sujeto a los aldabones. De una sola patada la puerta se abrió. Entraron despacio. — ¿Por qué hiciste tanto ruido? —Nadie lo oyó. Busca la caja. —Él vive aquí. —Sí, lo sé, pero duerme con pastillas, además, es sordo. — ¿Quién te lo dijo? —No me toques. Cállate. Carlos Díaz ni era sordo ni tomaba somníferos. Oyó el trastazo, luego, silencio. Cuando se iba a dormir otra vez, oyó un murmullo. Uy, ladrones, debí de arreglar esa puerta hace tiempo. ¿Grito? No, ¿y si me matan? Tomó la vieja escopeta de su abuelo cuando luchaba en la Guerra de Independencia. Le temblaban las manos. Los mato, sí, los mato. Los oigo hablar, son dos. Voy a ver. Se movió con precisión en la oscuridad de su casa, silencioso como un majá. Entró en la parte del almacén donde guardaba la mercancía y rellenaba los pomos de medicinas con talco. (Ufff… no debía de haber contado esto) Voy a llamar al cuartel, pero el teléfono está del otro lado; mejor busco al Cabo Romero que se retiró hace años, pero se le olvida y todavía anda patrullando las calles de noche. Ay… me Ana Kika López: Nocturno estoy orinando. Aguántate Carlos, que tú eres bien macho. Entonces gritó a toda voz, como en las películas: ¡Arriba las manos o los mato! Alguien pegó un chillido en la oscuridad. Carlitos Díaz olvida encender la luz. Vuelve a gritar: ¿Quién anda ahí? Manos arriba o los ametrallo. Se agarra la entrepierna para
no orinarse de miedo, se le escapa un tiro que rebota en la pared con un estruendo atroz y un relámpago de fuego. El olor a pólvora inunda la habitación. Se oyen tropezones. Los intrusos corren a la puerta para escapar. Salen a la misma vez, se traban, forcejean, resbala el uno con el otro, hasta que logran zafarse. Carlitos grita nuevamente: ¡Deténganse, asesinos! Y se orinó por completo. Por la calle pasa el patrullero del Cabo Romero. Persigue a los nudistas. Saca su revólver de reglamento y amenaza desde el carro que conduce sin licencia. Dispara al aire para amedrentar a los delincuentes quienes huyen enseñándole las nalgas. La calle se despierta y salen hombres en piyamas a perseguir a los malhechores pervertidos. Los alcanzan, pero ellos se escurren y logran escapar desapareciendo en el maizal. Empezaron los comentarios: Eran fantasmas. No, eran mira-huecos. No saben nada: son almas en pena. Apariciones. Son ladrones asesinos, qué barbaridad, en este pueblo… En el maizal se desarrollaba otro drama. — ¿Dónde dejaste la ropa? No la encuentro. ¿Quién se las llevó? —¿Nadie, imbécil. La dejamos del otro lado. — ¿Y cómo vamos a salir encueros sin que lo noten? —Alégrate de que salvaste la vida. —Busca, aunque sea una muda de ropa para los dos. Yo me pongo los pantalones, y tú, la camisa que es larga y te tapa por delante. —No veo nada. —Bueno, mejor nos hacemos disfraces de hojas de maíz, igual al Mono. — Yo, ¿cómo el Mono? Jamás. —So bruto, ¿qué más da? —Mejor salto la cerca de púas y desaparezco. Ay, mira, ya vienen, nos buscan… Corre… Y en este aprieto los sorprendió el amanecer.
Kika, cerca de 1942. Kika, 1955. Parque de Chaparra inundado por el río
Kika, 2016.
*Finalista en el IX Concurso Internacional de relatos cortos, Caños Dorados, España.
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MÚSICO, POETA Y LOCO Ana Kika López Era tarde en la noche y ya había terminado de pensar en todo lo que hay que pensar. En nada, en aquello y en lo otro. La mente le quedó como un libro de hojas blancas, sin letras ni dibujos. Había acabado de comerse sus pensamientos, por hoy. Porque mañana empezaría otro banquete antropofágico. Ahora tenía los dedos negros de noche y los ojos brillantes de fiebre. La tinta azul fluyó de su mano derecha. Con la izquierda llevaba el ritmo de una melodía que solo él podía oír. Entonces recordó lo que ya sabía de pequeño. Todo sí, pero no a la misma vez. Degustando ya el sabor de sus preferencias, se preguntó: ¿Música o palabras? Y escogió escribir por aquello de comprobar de nuevo su propio estado existencial. Dijo así: “Antropófago soy en las sombras del desvelo, me alimento a dentelladas de mí mismo, obligado a consumirme cada día cual caníbal que calienta con su fuego la materia que calma el hambre reprimida. Camino desnudo en las tinieblas quemando pesares en la hoguera, detrás del hierro de los balaustres que tiene mi ventana siempre abierta. Muerdo con los ojos la negrura de este cielo, muy a gusto con la luz oscura que llevo adentro, comiéndome el alma sin encontrar consuelo, masticando odio para escupirlo en versos” 8
Le pareció muy bien expresado. Lo copió en un mensaje cibernético y lo envió a su propio correo electrónico. “Mañana le pondré música a esta canción”, murmuró, y al fin se echó a dormir sobre la colchoneta sucia.
Ana Kika López
EL RÍO Ana Kika López Mi pueblo es pequeño con calles rectas, sombreadas de álamos, casas de madera con portales y columpios. Por las tardes, se escucha la gritería de los pájaros regresando a dormir en los árboles del parque, algunas gallinas picotean en el suelo y no falta un cerdo hociqueando entre los higuillos que caen sobre la yerba. De vez en cuando, pasan algunas vacas corriendo a más no poder. Van asustadas como sabiendo que las llevan al matadero, y más atrás, también corremos nosotros gritándoles como si fueran a una fiesta. El río donde nos bañamos a escondidas, rueda suave y manso atrás de los potreros. Con las fuertes lluvias en San Andrés, crece y crece incontrolable, inundando la parte baja del pueblo donde está nuestra casa. El agua turbia, llena de inmundicias venía subiendo, entrando por el frente y por el fondo a la misma vez. ¡Qué pueril alegría la mía frente a aquel evento inesperado! Papá siempre entraba en súbita actividad. Subía todos los muebles en bloques de cemento y hasta en latas vacías. El río podía llegar a entrar en la vivienda como lo había hecho anteriormente. Las sillas sobre la mesa, la mesa sobre cuatro troncos cortados en pedazos.
Las camas sobre ladrillos, el escaparate y la coqueta de mamá. La cuna de Albertico, no, porque era alta y de hierro. El fogón tampoco. Ahí no llegaba. Ese día la casa quedó como una isla rodeada de agua por todas partes. Primero cubrió el escalón de abajo, luego el otro, y ya estaba al borde del piso de gruesas tablas. Mamá repetía constantemente: “Cuidadito con meterse en ese fanguero asqueroso, lleno de parásitos, gusanos, cacas y gallinas muertas”. Yo no veía nada de aquello. Lo que sí sentía era una exaltación, una alegría intensa en mi pecho, por todo el súbito zafarrancho y el drama del río subiendo. “¿Habrán abierto las compuertas de la represa? ¡Ya ni el teléfono funciona!” Se preguntaba mi viejo. Y mamá: “No te vayas a lastimar la cintura levantando cosas pesadas”, “Niños, no se vayan a mojar por nada del mundo”. Desde el parque la gente se paraba a mirar las casas del barrio que como barcos parecían flotar en un mar de chocolate. Entonces oí un niño gritando debajo del piso, “meahogo”, “meahogo”, lloraba con voz muy aguda. “Oye, papá, ese niño dice que se ahoga”. “Deja eso ahora, no te preocupes. Ven, ayúdame aquí”. Pero, ¡qué va! Yo estaba con el alma 9
en un hilo. El llantén seguía: “meahogo, meahogo”. Tanto así que empecé a inquietarme y papá dijo: “Tráeme el martillo grande”. Se lo di, lo agarró con fuerza y empezó a arrancar una tabla del piso que no se aflojaba, al fin la zafó dejando un agujero por donde pude ver que el agua ya llegaba al nivel de la madera. Arrancó otra para que el niño saliera. Nada. No salía ni gritaba. Con un estremecimiento de espanto chillé: “¡Se murió!” Silencio. “Dime papá, ¿se murió?” No contestó. Ya no me cupo duda, ¡el niño se había ahogado debajo del piso y él no me lo quería decir! Pero fue entonces que. inesperadamente, un gato saltó afuera con los ojos espantados, chorreando agua. Lo fui a coger, pero huyó a un extremo del portal. “No lo toques. Está muy asustado y puede arañarte. Déjalo quieto”. Al cabo
de un rato, brincó a la baranda, subió por la enredadera y se acurrucó en el techo. A mí me volvió la alegría, especialmente cuando mi hermana Kika, sin querer y queriendo, resbaló cayendo al agua fangosa. Enseguida, yo me tiré a rescatarla chapoteando como rana y saludando a mis amigos que alegremente nos contemplaban desde el otro lado de la calle. Mamá quedó muy disgustada y no entendía nuestras razones. “Ahora se van a enfermar”. Pero no, esta vez no nos dio fiebre, seguramente protegidos por el Dios de los Gatos. Ah…¿cuándo volverá a crecer el río?
* Finalista en el Concurso La Nota Latina. USA.
Libros de Ana Kika López
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Nuestra escritora invitada de este número de verano 2019: Ana Kika López
Ana Kika López, 1936, nació
en el pueblecito azucarero Chaparra, en la provincia de Oriente, Cuba. Se graduó con un doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Estudió pintura en la Escuela Nacional de Arte San Alejandro. Escapó al exilio en 1964, pasando brevemente por México desde donde cruzó en balsa el rio Bravo para trasladarse a Estados Unidos. Kika, de pesca, en 1997 A su llegada, se radicó en New Jersey donde obtuvo un grado de Master en Rutgers University, New Brunswick. Trabajó en el Newark Museum como diseñadora hasta que, años después, se estableció en Miami donde reside actualmente. Entre los libros de su autoría se encuentran: Nuestra familia (2002), Tiempo Mágico (2005), Crónicas de un viaje a Cuba (2006), El Hermafrodita (2011), Escribiduras (2011), Un ángel chocó con la ventana (2013) y El ojo de la imaginación. Cuentos (2015), Poemas para un colibrí sediento (2016), Cuentos peludos (2018) y Cuentos de lujo(2019). Muchos de sus escritos han sido publicados o premiados en antologías y revistas de arte en España, México, Perú, Argentina y Estados Unidos. Ha ilustrado sus propios libros, además de los libros de cuentos Bestiario, El libro de Na, Oliver va al zoológico y otros. Ana Kika López: Febrero 11
Arturo Álvarez D´ Armas Recuerdo Voy por La Habana con mi mulata rumbera. Diablitos yorubas danzan el día de Reyes. Hay rumbas, guarachas, sones y boleros. Las comparsas, congas y chambelonas van arroyando. El Alacrán, Príncipes del Rajá, Los Marqueses de Atarés, Los Dandys de Belén. Pasamos por La Víbora, Neptuno, Marte, El Prado, Obra Pía, Jesús María y La Calzada del Monte. Viejos caminos del mito y de la fe. En La Habana de Yemaya,
Ángel Acosta León: Reloj Excéntrico
Se perdió el hálito esotérico nuevamente beberé vino en la soledad de la noche
las olas se mueven como la mulata. No existe la CMQ, Ni la Mil Diez.
basta de palabras la tensión y la angustia corroen mi esencia deseo el fuego de la carne el mismo fuego que una vez prendió mis sueños.
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Tombuctú
Makeda
Salí de Mopti la Venecia de Mali por arenales y llanuras de piedra.
A Miguel James
Princesa de fuego Esculpida por dioses abisinios Belleza de Gondar y Kefa,
Al lado estaban tuaregs, mandingas,
Morena de Aksum Adorada por Salomón.
peules, bozos, senufos, bobos y dogones.
Bajo noches inmemoriales Mi brazo izquierdo
En buque de gran calado navegamos el delta del río Níger rumbo a Tombuctú.
Pasó debajo de tu cabeza, El derecho se aferró a tu seno. Engullí la miel de tu panal.
Oí los espíritus en el harmatán. Cené con Buctú guardiana de tim, guiso de mijo en hojas de baobabs. Ángel Acosta León:Cafetera rodante
Entre exlibris, barro y pináculos desbastados medité en Jingareiber.
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Kibo a Tibisay Vargas Rojas
Cuando parta estaré bajo la penumbra del baobab no seré cautivo de la tierra yerma
Cuando venga la Parca un bote me llevará por el río Congo mis acompañantes arena y agua de la tierra atávica sin adioses sin honores volveré a la semilla volaré con Shangó y Yemayá al cielo del Kilimanjaro.
Linden Lane Press / Colección Ensayo
vendrá la rosa de los vientos resucitaré con la hierba de guinea.
ARTURO ÁLVAREZ D´ ARMAS. Caracas, Venezuela, 1950. Fundador de las editoriales alternativas Cumbe y tambor, y Viento del Sur Editores. Colaborador de revistas y páginas literarias de Venezuela y otros países de Latinoamérica. Fotógrafo. Investigador con varias publicaciones en estudios afroamericanos. Entre sus poemarios se cuentan: Nervaduras de amor, 2001; Plantado en tierra llana, 2003; Poemas, 2009 y El río devuelve, 2010.
Heberto Padilla. El poeta que engañó a Fidel Castro, publicado recientemente por LLP, es más que un ensayo biográfico. Es un homenaje al amigo y al escritor, a quien Benigno Nieto admiraba y quería como a un hermano. Pero Benigno Nieto no sólo fue un entrañable amigo de Heberto Padilla, a quien conoció cuando ambos eran jóvenes, en los años 50, sino un testigo importante de la vida del autor de Fuera del juego. A la venta en Amazon
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María José Mures CÓMO DECIR Cómo decirte que sin ti... el mundo... los mapas... los mapas del mundo, los océanos... la noche... los océanos de la noche, mi cuerpo... la ausencia... mi cuerpo en tu ausencia, tu sexo... mi boca...
QUÉ TÍTULO TIENE Qué título tiene un poema que solo quiere decir: Te amo mi amor y así hasta caer agotada. Qué título tiene un poema que me deja hecha un ovillo esperándote. Qué título tiene media cama vacía y unos labios esperando tus besos ¡mi amor! ¿qué título tiene la espera?
Ängel Acosta León: Mutación constante
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ESQUEJE Verdad es que la poesía también se escribe con el cuerpo. Luis Cernuda
Mueve mis caricias con tus manos hasta que llegue el fin del universo, sigue meciendo la cama simula ser esqueje en mi cuerpo. No sé qué hilo me une a ti que sin estar cosida deseo seguir cosiendo
TREMEDAL SIN COMPAÑÍA Oh, no, espera un poco, hermosa muerte Ana Mª Chouhy Aguirre
Ven pronto, sin calma cálmame, apaga la sed de fuego, Ángel Acosta León: Azotea
lo que enciendes inconsciente, me inunda tu ausencia,
MARÍA JOSÉ MURES (Fermín Núñez, Córdoba, España, 1970). Es maestra en Educación Especial por la Universidad de Córdoba y en Educación Infantil, con una Maestría en logopedia (Rehabilitación de los
vuela el océano, roza la estrella que iluminas.
trastornos del lenguaje y el habla). Fue directora adjunta de Revista de Feria de su localidad durante dos años. Sus poemas aparecen en Alhucema, Quevedalia, Arique de Cuba, La pájara pinta, Caños Dorados, Pan de Trigo, y otras muchas. Tiene publicados cuatro libros: Antes del Amor
A solas vivo para ti, pero quién soy sino tu tremedal ausencia, tú das límite, guerra al pensamiento,
(2001), Zahorí (2004), Cambalache (2005) y Primer Labio
que solo vence tu llegada
(2018). Está incluida en la Antología de poetas de Fernán
de auroras posibles
Núñez, 2006. En 600 mujeres que hacen Córdoba (2018) editado por el diario Córdoba. Ha sido colaboradora en la
y tardes naranjas.
edición del libro de Romances y canciones de Amor II,
Luchar sin ti y por ti
2006, de la Diputación Provincial de Ciudad Real.
es morir en cada intento.
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Eduardo René Casanova Ealo AL DÉCIMO QUINTO DÍA la noche se abalanzó sobre el páramo, la ciudad mostraba sus dedos raídos como si al quitar un guante el terciopelo hubiese arrancado la piel dejando al descubierto los huesos. Temblando, el Héroe decidió bajar al fondo del más profundo cráter que se abría, llevaba los ojos rasgados como boca de órgano en Fa Mayor. Del mismo centro se erguía una vara, intacta apenas chamuscada en el fuego, pujaba por mantener la semilla en los cristales de cuarzo que la erigían, entonces preguntó: ¿Puedo tomar tu vara? Las palabras revolotearon hasta los bordes y subieron hasta la cima donde las chimeneas jugaban su danza perfecta entre las nubes. ¿Puedo tomar tu vara? “Me la prestas convertida en serpiente”. La lengua siempre ha sido el recurso de los hombres para pedir lo imposible, al admitir que pretendemos leer el ojo del universo. Una palabra no puede despertar a los muertos que están bajo nosotros. La mejor palabra ni siquiera corrige el ritmo del corazón abrigado de pus y codicia. Una palabra no arregla los millones de partículas desordenadas que forman el mundo,
una palabra no perdona, no alimenta, no delimita, no fecunda, no detiene, no espanta, no protege, no sega, no descubre, no renuncia, no escapa, no quiebra, no origina. Pero un millón de palabras valen su peso en oro.
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LOLA Eduardo René Casanova Ealo Lola la maestra me prestó muchos libros, en sus escurridizos actos por encima de la cerca que dividía ambas casas en aquellos tiempos lejanos del pueblo recién bautizado bajo la pila bautismal del socialismo. Ella los escogía de su colección privada, la cual había acumulado en los viajes a Sagua la Grande cada vez que iba a visitar a su única hermana, quien vivía al otro lado del río. Lola en su camino de regreso a la terminal de las guaguas se detenía unos minutos para comprar algún libro y refrescarse en el local de la librería, uno de los pocos que aún tenía aire acondicionado. Había sido educada en el colegio de las monjas y su pasión irrefrenable por la literatura la hacía devorar cuanto título caía en sus manos. Desde Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, a Fortunata y Jacinta, de Benito Pérez Galdós; La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa; Rayuela, de Julio Cortázar; Los santos inocentes, de Miguel Delibes; Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda (uno de sus preferidos) y; por supuesto, Bodas de sangre, de Federico García Lorca. Lola no sabía mucho de revoluciones y jamás la escuché decir o dar una opinión sobre las cosas que estaban pasando en el pueblo. En ese asunto era muy reservada. Tal vez aplicaba lo que había aprendido en el colegio de las monjas sobre el pecado de hablar de más: “en las muchas
palabras, la transgresión es inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente”. Nunca le oí una palabra de la que tuviera que arrepentirse y mucho menos en presencia de sus alumnos, a los que impartía clases desde preescolar hasta sexto. Era una profesional que se transformaba, transpirando y repartiendo reglazos encima de las tabletas de los pupitres para llamar la atención cuando algunos se quedaban dormidos en medio de la narración del libro que ella leía siempre sosteniéndolo en la posición perfecta para continuar observando el entorno y descubrir a los que no seguían su caminar por el salón. Si existe el paraíso, ella debe estar allá rodeada de libros y árboles de naranja de la china. Esa podría ser una posibilidad real, a lo mejor no, quizás esté navegando con el capitán Nemo en su Nautilus, por las profundidades del océano, o viviendo aventuras entre nubes, ángeles y madreperlas. Pero las cosas no pasan como deseamos y, en honor a la verdad, se deben decir como en realidad ocurrieron. Cuando por los lamentos y los gritos de los vecinos me enteré de que Lola se había muerto, de un ataque al corazón mientras se refrescaba en su tina repleta de agua, salté la maltrecha cerca que dividía las dos casas y, como un bólido, entré por la cocina. Ya habían removido el cadáver del baño, lo habían depositado bajo una sábana en la cama de cientos de años, de su cuarto de persianas Miami que daba para el parque, y esperaban que llegaran los de la funeraria para llevarse el cuerpo e iniciar los trámites del velatorio. Años después, sentiría ese mismo escalofrío y las gotas de sudor recorriendo mi espinazo al presenciar por segunda vez a la muerte, llevándose a mi esposa enferma de cáncer terminal, en un acto de magia que duró apenas unos segundos, Ángel Acosta León: Retrato de la memoria
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los segundos más horribles que recuerdo y que me otro buche largo de la cerveza que ya estaba caliente en la acompañarían siempre por mares y ciudades llenos de vida. perga y le solté bien alto, muy por encima de la música: En un instante en el que todos estaban entretenidos, desvié -- ¡Más come pinga eres tú! Dime, sin miedo a la la vista de quien había sido mi mejor tutora en el largo y verdad, mira a tu alrededor y dime si tú crees que aquí, en tortuoso camino de la literatura, y me dispuse a mirar por este grupo de gente que están gozando, y quiero que te primera vez las interioridades del dormitorio, la sala, el incluyas a ti y a mí también, dime si de estas doscientas pasillo parcialmente ocupado de estantes repletos de libros personas que están aquí tomando cerveza, quienes también cubiertos por pedazos de tela para preservarlos del polvo son frutos del sistema que me mandó a Rusia a estudiar, rojo que siempre penetraba a través de las puertas y persianas dime si hay uno solo que tenga el prototipo perfecto del abiertas. hombre nuevo. Mírale el culo sudado a esa mulata, la cara Y mientras los demás estaban conversando, de ladrón de pienso del que baila con ella, la mirada perdida recordando los últimos momentos que la vieron con vida, por la “chispa de tren” del que está detrás, las tetonas empecé a descubrir títulos que me eran desconocidos, pues desbordadas de la gorda aquella, quien nunca ha cogido un Lola nunca me los había prestado. libro en su vida, pero que se ha acostado con medio pueblo. Allí estaba Immanuel Kant con su Critica a la razón No comas más mierda, sigue soñando con ese engendro ideal pura, al lado de Ciencia de la Lógica, de Georg Friedrich y vamos a seguir siendo amigos, vamos a emborracharnos Hegel, y en un rincón la edición de Más allá del bien y del en nombre de lo que tú quieras, de la revolución francesa, mal, de Friedrich Nietzsche, y las de la revolución bolchevique, la Obras completas, de Sigmund Freud, mexicana, o la que te dé la gana. con múltiples marcadores y Y cuando Pupi me dio la pedacitos de notas entre sus páginas. espalda, comprendí que ya no tenía Y en otro estante, tapado con una tela más nada que hacer al lado de la negra, Mi lucha, de Adolf Hitler, se orquesta y de la conga que seguía codeaba con La revolución coreando: “qué paso más chévere, traicionada, de León Trotski, el tomo pero qué paso más chévere el de mi primero de Apócrifos del Antiguo comité”. Testamento, de Alejandro Diez Me bajé de la tarima, Macho y Antonio Piñero, y, por tambaleándome por la borrachera y último: Biblia, Corán, Tanaj: tres me fui en mi moto con sidecar para lecturas sobre el mismo dios, de mi casa, donde ya no tenía a nadie Roberto Blatt. esperándome, a retomar la lectura de Donde quiera que pusiera la la Crítica de la razón pura, de vista, un título me restregaba en la Immanuel Kant, el único libro que cara mi ignorancia, mi educación me había llevado de casa de Lola, pseudoerudita y pseudoliteraria, quien aun después de muerta, me plagada de conocimientos desorseguía pasando los libros que yo Ángel Acosta León: Flor denados y con seguridad inexactos, debía leer, para un día elevarme y frutos del filtro supremo del ministerio de educación de la saltar miles de cercas, con alas propias, dejando atrás las república. Y con esas palabras se lo dije un día, envalentonado ámpulas, las cicatrices, las telarañas, las sombras, los por la cerveza, a Pupi, uno de los secretarios del partido de razonamientos, los conceptos y la mierda (para redondear Guanajay, que me asesoraba en el cargo de director de cultura bien la idea) de lo que había aprendido bajo el fragante del pueblo, responsabilidad que había aceptado en un fugaz ministerio de educación de la primorosa república. destello de inmadurez y desesperación, creyendo que así podría cuidar mejor a mi esposa que ya se estaba muriendo. Recuerdo la cara de Pupi cuando escuchó mis palabras EDUARDO RENÉ CASANOVA EALO.(Villa Clara, Cuba, a tiempo que se le cambiaba el color de la piel de descendiente 1960). Poeta y prosista, es Licenciado en Idioma Ruso, del directo de la tribu del lado norte de rio Mozambique, por el Instituto Superior Pedagógico León Tolstoi de Tula, Rusia. color de la leche ordeñada de la teta gigante de Ubre Blanca Ha obtenido premios y menciones en concursos nacionales: y a punto de darle un infarto me dijo: Premio Calendario de la Asociación Hermanos Saiz, 1998, -¡Ahora sí sé que tú estás loco pa la pinga, Carlos con su libro Navegación Impasible; Primera Mención del Camilo! ¿Cómo se te ocurre hablar mal del sistema que te Concurso de Cuentos Ernest Hemingway, Finca la Vigía, educó, te mandó a Rusia a estudiar gratis y, encima de eso, 1997. Ha publicado: Navegación impasible, 2000, y El polvo te dio la oportunidad de trabajar y seguir estudiando? rojo de la memoria, novela, 2018. Desde 1999, reside en A mí se me subieron los colores a la cara, pues había Miami. Su libro de poemas Al otro lado del mundo resultó más personas compartiendo al lado de la orquesta y de las finalista en el concurso “Dulce Maria Loynaz”, 2018, mulatas que bailaban al ritmo de la conga: “¡qué paso más organizado por Puente a la Vista. Recientemente publicó el chévere, pero qué paso más chévere el de mi comité!” Me di poemario Las Tablillas de Diógenes.
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Héctor Manuel GUTIÉRREZ De terra Brasilis II Ah! Esse Brasil lindo e trigueiro e o meo Brasil brasileiro: Terra de samba e pandeiro Ary Barroso
Contaba Bertita Harding que al morir, el rey Sebastián no dejó herederos y la corona pasó a manos de Felipe, pariente muy lejano del venerado monarca portugués. La entrada de Napoleón a España, en ese momento aliada a Portugal, que muy pronto también caería bajo las botas francesas, precipitó la huida a Brasil del regente Don João, último en una larga línea de accidentada sucesión. En 1808, el improvisado monarca, viva representación de la debilidad en cuerpo y espíritu, regía, en teoría y en contra de su voluntad, los destinos de Lusitania y sus posesiones. Con la muerte del padre y el enloquecimiento de la reina madre, João heredaba el trono por proceso de eliminación, más que por liderazgo. Fueron su marca de fábrica la cobardía, la falta de madurez y escasez de escrúpulos, además de una terrible adicción al pollo frito. Carlota Joaquina fue “prometida en matrimonio al heredero del trono de Portugal” cuando apenas tenía diez años. Desde pequeña dio muestras de inteligencia, buena memoria y erudición, aunque esto último poco le sirvió en su madurez. Mientras João era “tedioso, obeso y reprimido”, Carlota Joaquina era “precoz, maliciosa y llena de vida”. Como era de esperarse, la arreglada unión del débil regente con la infanta española fue un fracaso aun antes de consumarse.
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El hecho de llevar el apellido real no la excluía del resto de la población, que se veía obligada, entre otras cosas, a exhibir dentaduras de cedro centenario. Lo dictaban los últimos gritos de la moda inglesa que percutían aún en los más insignificantes miembros de la corte lusitana. Era además el mejor remedio para el deterioro de las piezas bucales provocado por el excesivo disfrute de las golosinas traídas de España y la tradicional falta de higiene. Las manchas carmelita obscuro se mostraban indiscretamente bajo la tímida luz de los candelabros, en especial cuando Carlota dejaba escuchar su burlona risa o dejaba escapar las más gráficas malas palabras que existen en la rica lengua de Cervantes. Vistos en el microscopio, los bichos parecerían extrañas criaturas. De apariencia inocente y hasta cordial, se les vería en su constante fajina: roer y roer hasta la saciedad, como mandaban sus genes. Sus diminutos desperdicios se adherirían al tejido sano con el contacto con la saliva y estimularían el cultivo del moho anaerobio y las algas, tan propensas a reproducirse en la humedad. Esta era la Carlota que arribó a principios del siglo XIX a la Bahia de Todos os Santos. Traía un solo vestido, apenas un juego de ropa interior, enaguas y un par de zapatos. El vestuario real, con la precipitación de la paranoica héjira se Ángel Acosta León:Juguetes
quedó encerrado en cientos de baúles apilonados por los muelles de la abandonada y oscura Lisboa. Le acompañaban el endeble rey con su madre María, a quien apodaban “la loca”, los seis hijos del regente, mil quinientos miembros del decadente séquito portugués con sus respectivos familiares y los esclavos que cupieron en las pequeñas e incómodas embarcaciones. Los transportaba una quebradiza flota de 36 carabelas con una tripulación castigada por la falta de sanidad y mala alimentación. Cuentan que en cada una de las naves se proclamó una impresionante plaga de piojos, que indistintamente se alojaron en los cabellos de todos a bordo, incluyendo al futuro rey y el resto de la descendencia real. La futura reina “nunca le perdonó a Brasil” y lo que éste representaba, el haber tenido que llegar a las costas bahianas con la cabeza afeitada. Acostumbrada “al lujo y la sofisticación” de las cortes de Europa, se vio permanentemente afectada por las condiciones primitivas del territorio americano. Los viejos mapas muestran la ciudad donde desembarcara Carlota, asentada en un promontorio. A un lado se impone el Atlántico, con su conmixto de profundidades, pigmentos y promesas de largas distancias. Al otro lado, la legendaria bahía, exuberante boca salpicada de docenas de islas, contentas todas, hasta las más pequeñitas, en su simultánea condición de esclavas y libres, guardadas siempre por Itaparica, la celosa y orgullosa hermana mayor. Capital de la colonia por más de dos centurias, Salvador, más que ningún otro puerto, era punto de partida o destino de deseos y esperanzas. Los portugueses trajeron allí y al resto del territorio, además del idioma y el gusto por la carne y el ganado que la suple, varios rasgos que contribuyeron a la formación de la brasilidad, incluyendo, entre otras cosas, una desmedida pasión por lo suave y dulce que se deja sentir no sólo en las comidas, sino en la evidente promiscuidad del comportamiento criollo. “Miraban con desdén el trabajo manual, idealizaban a la mujer morisca, de piel oscura, largos cabellos, misteriosa y superlativamente erótica”, cuentan los libros de historia al describir a los portugueses. De ahí que el criollo heredara de los moros una peculiar tolerancia de las creencias africanas traídas a la fuerza y grabadas en la mentalidad de los esclavos tras siglos de recontadas tradiciones. El suyo era un catolicismo acomodado que permitió la convivencia de dioses de otras cosmogonías, preservados en el candonblé, religión compartida en sociedades secretas y no tan secretas en Cocodrilo Verde, una de las islas del gran archipiélago antillano. A diferencia de la cristiandad inglesa o francesa, cuya rigidez los mantenía alejados de los nativos, los portugueses se integraron en lo que hoy conocemos como Brasil. La influencia mora había inculcado en la psique peninsular además, “aspectos decididamente orientales”, como el exhibicionismo, la poligamia, el patriarcado, más la reclusión doméstica de la mujer y su dedicación a elaborar exóticos postres para el deleite del patrón. Salen aderezados con ingredientes de particular variedad, entre los que resalta la clara de huevos: ombligo de ángel, los pezones de Venus, la baba de la virgen y los beijinhos, siempre presentes en el
rito de las comidas. Las indígenas, que como las moriscas disfrutaban bañarse desnudas en los ríos y se entregaban voluntariamente a las estrecheces sexuales de los colonizadores y aventureros, se convirtieron al principio en un sueño hecho realidad y agregaron a la dieta del colono, además de sus apetitosos jugos naturales, otros imprescindibles componentes de la mesa diaria: la mandioca, el boniato, las nueces y el cacao. No mienten cuando dicen que los colonos trajeron consigo la riqueza de las leyendas sobre princesas moriscas y otros mitos que, como era de esperarse, cohabitaron en el nuevo folclore. Estos detalles de poca importancia para ojos legos marcan el “comienzo de la mezcla racial” que más tarde asumiría mayores dimensiones con las relaciones íntimas entre los colonos blancos y las esclavas africanas. Éstas, que literalmente se encargaban de las faenas de la cocina, a su vez introdujeron el óleo extraído de las fuertes palmas del oeste del continente negro, las bananas, los pimientos morrones, los frijoles y el azúcar prieta, diariamente fundidos en el calor sazonado de las ollas de barro. Responsables de la doble labor de cocinera y nana, de ellas provienen los sobrenombres de origen africano, íntimos y cariñosos, compartidos con niños y amantes por igual. Enjuagados con la lengua del amo en criolla confabulación, la entonación resulta al mismo tiempo melodiosa, triste y leda.
IV A Bahia tem um jeito, Que nenhuma terra tem! Dorival Caymmi Encuentro a Jorge Amado caminando las empinadas aceras de Cidade Alta. Es el alcalde que conoce los sudores del puerto, los amores de sus balcones, las orgías febrerinas, las viejas casas de Pelourinho cromadas de comestibles: mantecado napolitano, almendra, menta, lima, leche de coco. Va deliberadamente desnudo de noticias, ávido de voces, eludiendo comités de fallidas éticas… a sus obligaciones. Se mueve como una esponja, con la majestuosidad del Ova, Gran Maestro de candomblé, protegido de los Orixás, cazando figuras, vaciando lunas, absorbiendo causalidades que luego se convertirán en descriptibles y sensuales fórmulas que funcionan: Bahia de Todos os Santos, Dona Flor e Seus Dois Maridos, Gabriela, cravo e canela y Tieta do Agreste. Como él, me aúno en entidades mágicas en busca de un tropo. Afortunadamente para él y para mí, no sólo abundaban, sino que se ofrecían, con la exclusividad de las orquídeas, como adivinando que tarde o temprano los usaría a mi antojo: yo beneficiándome con la regalía, ellos contentándose con la liberación. La tarjeta postal que había recibido anunciaba ya otro inminente período, que es como decir un punto acorralado entre dos sentencias, rico en creatividad, largo silencio de cementerio, un aporte a mis frecuentes
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cuarentenas. Allí se respiraba el legado de expediciones lusitanas. Se engullían melodías sazonadas por siglos de especias. Se complacía una comunidad otrora europea y dominante, esclava o africana, republicana o monárquica, capitalina o provincial, ahora mestizamente baiana, donde la negritud es ideología y lo criollo canto. Llamaba inmediatamente la atención un perenne bronceado de irresistibles olivos y bermejos que se repetía en instancias cada vez más hermosas: circonios y topacios fundidos. Parecía respirarse constantemente una declaración metafísica de sagrado hedonismo, de sutil perversidad: Eu falo o Eu sinto, logo existo. Los ingredientes estaban ante mí: una excitante tranquilidad, una melancolía en euforia, un éxtasis en calma, en fin, una saudade inefable y necesaria. ¡Cuánta lozanía! Las antinomias son mi postre. Al fondo, la voz de Dorival Caymmi inyectaba un cromatismo descendiente que, sumergido en acordes menores, chapoteaba intimismos. La melodía endulzaba las ventanas como una cortina lograda en fino algodón playero, confabulándose con un sol en gestación que pronto bañaría las fachadas coloniales de una ciudad que canta y encanta. La brisa que se colaba y armonizaba con la música, como el simbiótico mar, me transmitía sus ondulados movimientos, con olas haraganas y espesas. Se toman su tiempo, coquetean, antes de acariciar los granos morenos que dibujan la playa. Emiten señales mezcladas con una meliflua brisa que me peina los vellos y almidona mis sábanas. En mi retorno también me despierta, suave y paulatinamente, el susurro de las duchas mañaneras de los que se preparan para el diario quehacer. Me imagino entonces otros trajines, diferentes horarios y extraños ambientes laborales, bajas compensaciones. Quizás los mismos aseos diurnos y nocturnos. Pero me niego a concentrarme en detalles tan prosaicos. El concierto tenía un toque distintivo, no el de la ciudad en que resido, donde siempre acechan alambres y móviles, autopistas de información y malas noticias. Al contrario: palpo un diálogo de tradiciones, un continuo compra y venta de gestos relajados, pueblerinos si se quiere, pero cómodos, como un baile que no necesita ensayo. Vienen de otras habitaciones, amplificadas por las antiguas tuberías que alimentan el centenario edificio donde pernoctaba, como venas metálicas, cual pipas de órgano barroco portugués empatadas con flautas de bambú del Dahomey. Todavía en cama, me convido pensativo. Mejor o peor, pero ya todo me parecerá distinto. Pasó la sequedad. Quedó la sal respirable en el espontáneo coito de húmedos oxígenos e hidrógenos. Ya no seré el mismo. Ni lo querré ser. La falda compartida de las montañas moría armoniosamente en los linderos de la mulata ciudad, con su peculiar redondez equilibrada y con olor a timbre de tambores que preñan con melaza el zumo del café recién liberado. En Pelourinho las angostas calles huelen a batido de marañón, dulce de jengibre y quimbombó que resbala en aceite de dendê. Más abajo, como en milenios anteriores, la bahía, sonriente, se deja penetrar.
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HÉCTOR MANUEL GUTIÉRREZ (Cuba, 1957), ha colaborado en distitas publicaciones (Latin Beat Magazine, Latino Stuff Review, Nagari, Poetas y Escritores Miami, Signum Nous, Suburbano, Ekatombe y Nomenclatura, de la Universidad de Kentucky). Lector oficial y consultor de la división Exámenes de Colocación Avanzada en Literatura y Cultura Hispánicas en College Board, y consultor también para el Banco de Evaluaciones Interinas y Exámenes del Departamento de Educación de la Florida. Cursó estudios de lenguas romances y música en City University of New York [CUNY]. Obtuvo su maestría en español y doctorado en filosofía y letras de la Universidad Internacional de la Florida [FIU]. Creador de un sub-género literario que llama cuarentenas, es autor de los libros Cuarentenas (Authorhouse, marzo de 2011) y Cuarentenas: Segunda Edición (Authorhouse, agosto de 2015). Reside en Miami.
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Manuel PEREIRA EL HIJO DEL FOTÓGRAFO El fotógrafo Coliseo Iznaga en realidad era camarero. Pero ahorrando y ahorrando pudo comprarse una Leica de segunda mano. Coliseo llevaba a su hijo Joaquín a bañarse a las pocetas, que eran como unas piscinas “naturales” excavadas en las rocas del litoral habanero. Allí nadaban los más pobres, es decir, los negros y los blancos más pendencieros y maleantes y bronquistas del barrio. Joaquín no sabía por qué había nacido entre aquellas tribus tan violentas, pero allí su madre lo había echado al mundo y contra eso no había nada que hacer. El viejo Coliseo sacaba su Leica y les tiraba fotos a todos aquellos delincuentes juveniles que nadaban, chapoteaban o se lanzaban de cabeza en las aguas casi transparentes de la bocana del puerto. Ninguno de esos niños y jóvenes había tenido una foto en su vida. Ninguno conservaba una fotografía, ni siquiera del día de su cumpleaños, si es que se lo celebraban. No sabían lo que era un álbum de fotos. Algunos ni siquiera sabían quiénes eran sus padres. En muchos casos el padre había desaparecido hacía mucho tiempo, en otros, la madre era borracha o ex prostituta
y no se acordaba de quién era el progenitor, y luego estaban los que sí conocían a sus papás, pero éstos eran tan pobres que no tenían tiempo –ni dinero- para pensar en lujos como celebrar cumpleaños, comprar cámaras o alquilar los servicios de un fotógrafo profesional. Coliseo también era más pobre que las ratas, pero tenía una extraña virtud en aquel barrio: sabía ahorrar, quilito a quilito. Así que después de tirarles las fotos a los mataperros, sacaba varias copias y se las iba regalando a todos. Los mataperros se volvían locos de contentos. Era magia para ellos eso de verse retratados allí en las pocetas, sacando pecho y mostrando las costillas como teclados de marimbas, o levantando los puños en pose de boxeadores. “El Chama” -un mulato del tamaño de un escaparate- era el jefe de la Pandilla del Ángel. El Chama dijo un día poniendo la mano en la cabeza de Joaquín: “El que le toque un pelo al hijo del fotógrafo, me tiene que matar a mí”. Joaquín sintió el peso de aquella manaza oscura aplastándolo. Pero a partir de esa imposición de manos, él suspiró más aliviado. No era que lo salvara de todos los embrollos, porque el Chama no era ubicuo y no estaba presente en todas las broncas, pero de muchos líos sí que lo Ángel Acosta León: Cafetera rodante
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libró. Por ejemplo, estaban las fajazones en el colegio. Esas broncas tenían lugar a casi a todas horas, en el patio a la hora del recreo, a la salida de la escuela, en el parque, en las aulas mismas, delante de los maestros. De esas riñas el Chama no podía protegerlo, porque no estudiaba en la misma escuela pública, tal vez ni siquiera estudiaba en ningún colegio. Pero por lo menos en las broncas que tenían lugar en las pocetas, en el malecón, en las escaleras y en las azoteas del barrio, allí sí que lo amparaba, a veces incluso sin necesidad de estar presente. Porque Machete, Malanga y Potaje -que eran los lugartenientes del Chama- se ocupaban de hacer cumplir a todos aquella orden –aquella unción- impartida en las pocetas, en medio del fragor espumoso de las olas: “El que le toque un pelo al hijo del fotógrafo...”
ESPALDAS ENTALCADAS Hacía tanto calor en los solares que algunos se duchaban hasta seis veces al día. Los blanquitos y los negritos del barrio tenían la costumbre de entalcarse después del baño. Pero el talco blanco se notaba más en los negritos. Se espolvoreaban de arriba abajo, como si fueran bistecs empanizados. La mayoría salía a la calle sin camisa. Pechos y espaldas blancos, cual fantasmas cenicientos. Los jodedores del barrio decían que se entalcaban hasta el cuello para parecer blancos. En las fajazones, en los corre-corre, en las trepaderas
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de árboles, cuando jugaban a la pelota o a los escondidos, los negritos empezaban a sudar. El sudor resbalaba formando hilillos en sus espaldas y pechos profusamente empolvados. Cada hilillo dejaba al descubierto el color negro de la piel. El súbito contraste entre esas franjas y el resto de la superficie blanqueada, hacía que esos surcos resultaran aún más azabachados. Con esas rayas oscuras y verticales jaspeando sus cuerpos, parecían cebras saltando entre los árboles del parque. Listados, rayados, era como si llevaran ya pintados en la piel los lóbregos barrotes de alguna cárcel futura.
PERFORO CORTANTE Joaquín siempre trataba de evitar las peleas, pero no conseguía eludirlas todas. Tenía que hacer algo. No pensaba pasarse el resto de su vida fajándose con éste o con aquél, ni con los negritos de espaldas entalcadas, ni con los blanquitos siempre acatarrados con sus flemas colgantes, ni con los mulaticos llenos de cicatrices, ni con los jabaditos de pasas coloradas y ojos verdes. Toda esa sudadera, toda esa rompedera de camisas, esas postillas en las rodillas y en los codos, esas sofocaciones, esas piñaceras, esas fajazones... ¿para qué coño servían? Él no era guapo -ni le interesaba serlo-, pero se paseaba entre ellos... Había nacido entre ellos. La guapería era la primera ley en su barrio. Gracias a que era “el hijo del fotógrafo”, se había ahorrado muchas broncas, había sobrevivido a ese ambiente
de violencia tribal y selvático, había evitado acabar convirtiéndose él mismo en un delincuente de marca mayor. Pero esa suerte … ¿hasta cuándo iba a durar? Siempre estaba buscando armamento. Él y los demás. Allí había que armarse con cualquier cosa, y cuanto antes mejor. Una pistola sería lo ideal. Pero él tenía diez años. ¿Dónde coño iba a conseguir una pistola? Algunos mataperros zangaletones ya tenían pistolas y machetes. Robaban carros, asaltaban armerías. Imitando a los mayores, los más chamacos, como Joaquín, también fabricaban su artillería. Usaban tirapiedras con los que tiraban hasta tuercas. Joaquín llegó a confeccionar una especie de ballesta hecha con dos trozos de palo de escoba en cruz y tiras de caucho con la que disparaba chapitas de refrescos. Martillaba las chapitas achatándolas hasta casi convertirlas en discos bien afilados que salían veloces de la ballesta y podían producir cortes bastantes profundos según la distancia a que se encontrara el adversario. El gatillo de la ballesta consistía en un clavo y un trozo de madera articulados. Todo valía con tal de defenderse: desde navajitas Gillette hasta chavetas de tabaqueros pasando por espátulas. La panoplia de los mataperros era casi infinita. Era la única manera de sentirse seguro en medio de tanta bestialidad. Joaquín gastó una semana entera en forjar
un extravagante puñal. Era la hoja de un cuchillo de mantequilla, apenas afilada, que embutió a martillazos en un casquillo de bala del calibre cincuenta que había recogido en el Parque de las Misiones después del asalto al Palacio Presidencial[1]. -Ese perforo cortante no sirve para nada –le dijo Salutaris, un mataperros que se parecía a Salmineo y tenía una ceja partida. Siempre se reía del cuchillo improvisado de Joaquín, a pesar de sus propiedades mágicas. El casquillo como mango era un conjuro de magia homeopática. Joaquín lo había encontrado media hora después del ataque en un charco de sangre que espejeaba frente al Palacio Presidencial. La sangre, la balacera, la violencia… todo eso impregnaba aquel casquillo percutido de ametralladora calibre cincuenta convertido en fetiche. -Mira pa’eso, mira cómo baila la hoja -seguía burlándose Salutaris. “Perforo cortante”... ¿de dónde carajos habría sacado esa expresión Salutaris? Esas palabras no venían en el pequeño diccionario de su padre. En efecto, la hoja del cuchillo bailaba. No había quedado bien ajustada dentro del casquillo a pesar de que había martillado mil veces aquel cartucho metálico que aún olía a pólvora quemada. “Perforo cortante”… No obstante era su cuchillo
María Eugenia Caseiro corriente o estancada? La brisa del este empuja las
COLORATURAS "Este libro, distinguido por la actitud lírica y engalanado por la elegancia del estilo, nos convence de que la belleza no tiene límites. “Coloraturas”, se suma con honores a la obra de la Caseiro y también al canon de nuestra literatura cubana, marcada por la excelencia, y que ha llevado a esta mujer que anda en estos trajines literarios desde los once años, a integrar la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo de Poesía, y a recibir innumerables reconocimientos por su obra, que ha sido traducida a varios idiomas." Rebeca Ulloa
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encasquillado que como mínimo debía asustar, pensaba Joaquín aplicando intuitivamente las leyes de la magia simpática. Si la bala que salió de ese casquillo había matado, su cuchillo mal amolado y sin punta también debía de matar. Eso de “perforo cortante” sonaba a lenguaje forense, quirúgico o judicial. Como había estado ya recluido en el Reformatorio de Torrens, quizá Salutaris había aprendido esa palabreja en algún juicio o en una de las celdas del correccional de menores. -¡Esto sí que es un “perforo cortante” de verdad! – añadió Salutaris sacando de debajo de su camisa un matavacas medio oxidado envuelto en papel de periódico.
UNA BRONCA POR UN PESO Coliseo no quería que su hijo se convirtiera en un niño gótico. Para conseguirlo no bastaba con contrarrestar las influencias de Numancia, que era gótica por naturaleza. Un día su padre llegó a proponerle: “¿Ves a aquel negrito que está parado en la esquina? Te doy un peso si te fajas con él”. ¡Su padre nunca le había dado un peso! Si acaso un medio, un níquel. Y a veces ni eso. “Dame un medio, papá”, le había pedido en una ocasión. “Coge el medio de la calle”, le respondió su padre burlándose. ¿Un peso? ¡Un peso por entonces equivalía a veinte Coca-Colas! Pero Joaquín no veía ningún motivo para enredarse a trompadas con el Churri, a quien apodaban así porque siempre andaba muy churrioso. El Churri era un pigmeo cabezón. Ese niño no le había hecho nada, no se había metido con él, ni siquiera lo había mirado atravesado con sus ojos saltones de batracio. Al ver que su hijo no reaccionaba, Coliseo cambió de táctica y le hizo la misma oferta al Churri, quien, sin pensarlo dos veces, aceptó el peso; y entonces sí que Joaquín se tuvo que fajar. Estuvieron dandose piñazos en el parque unos quince minutos. Un cuarto de hora abracados y revolcándose en la yerba… hasta que Coliseo vino y los separó. A Joaquín le sangraba un labio. El sabor de la sangre se mezcló para siempre en su paladar con el gustillo a clorofila de la yerba del parque. Al regresar a su casa, donde vivía con su madre, ésta le dio una tanda de soplamocos: “Este por regresar tan tarde” (¡plaf!), “este por escaparte con tu padre” (¡plaf!), “este por andar por ahí mataperreando” (¡plaf!), “este por venir con la ropa sucia, con la camisa rota y despeinado” (¡plaf!), “este por venir con las rodillas llenas de postillas” (¡plaf!). Numancia era gallega, así que no decía “galletazos”, ni “garnatones”, ni “sopapos” en cubano, sino soplamocos, y, a veces, hostias. ¿No era eso último lo que daba el cura en la misa de la Iglesia del Ángel? La madre de Joaquín era modista. Le encantaba la pulcritud. Todo lo que fuera de un blanco inmaculado. Las paredes de su cuarto siempre estaban enlucidas con lechada. Las capas se superponían año tras años, aunque luego la humedad las desconchara como si fueran hojaldres de cal.
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Sus blusas eran todas de encaje y de poplín blanco. Enfurecida le cruzaba la cara a su hijo con un par de tortazos. Vibrante, con los cachetes colorados como tomates, tambaleándose como un punching-bag, Joaquín veía venir la mano de su madre chorreando encajes. Sus dedos eran largos y afilados, como los del Caballero de la Mano en el Pecho del Greco, cuya reproducción colgaba clavada con alfileres en la pared, frente a la máquina Singer. ¡Plaf, plaf! Las uñas pintadas de escarlata contrastaban con su sortijón de fantasía engastado en una piedra verde. Rojo y verde, colores complementarios, como la sangre y la hierba del parque; colores vibrantes, que temblaban como si copularan entre sí. ¡Plaf, plaf!... la mano que lo abofeteaba era un relámpago verdirrojo, como las matas sembradas en latas de aceite pintadas de rojo que adornaban el patio de la modista. Pero lo peor fue que a partir de ese día, cada vez que el Churri veía a Joaquín quería fajarse con él. Porque pensaba que Coliseo iba a darle otro peso. Volvieron a enredarse a piñazos un par de veces, hasta que el Churri comprendió que no le iban a dar más pesos, y se hicieron amigos. El Churri y otros condiscípulos de Joaquín la tenían cogida con las sustitutas. Cada vez que una maestra se enfermaba y no venía a dar clases, aparecía en el colegio una “sustituta”. “¡La seño no viene hoy: tenemos sustituta!”, era el grito de guerra en las aulas de quinto y sexto grado de la escuela pública. Entonces se armaba la rebambaramba. Algunos alumnos ponían tachuelas en la silla de la maestra, para que se pinchara las nalgas al sentarse. Todos esperaban el momento del pinchazo para verla saltar de la silla casi hasta el techo de vigas coloniales. Otros lanzaban tizas, borradores, bolas de papel, picuitas hechas con las páginas arrancadas de los libros de texto, chapas de resfrescos, taquitos de cartón y hasta presillas metálicas disparadas con ligas... todos esos objetos volaban en el aula en una batalla campal cada vez que la sustituta les daba la espalda para escribir algo en la pizarra. A la hora del recreo siempre había bronca en el patio del colegio. Se fajaban por cualquier cosa, por un pastelito de guayaba, por un refresco... Se respiraba en la atmósfera de la escuela -y en todo el barrio- una violencia ancestral. Lo mismo pasaba a la salida de clases. Todos iban al parque para ver quiénes iban a luchar. Las broncas solían concertarse dentro de las aulas, antes de que sonara el timbre de salida. Joaquín y el Churri peleaban, pero por separado, se fajaban con otros. Entre ellos había una especie de tácito pacto de no agresión. Alrededor de los contendientes todos gritaban haciendo corro: “¡Dale en la barriga, escúpele la cara, apriétale los huevos, muérdele la oreja, tírale tierra a los ojos!” Aquello parecía una valla de gallos de pelea. La técnica de combate favorita de Churri era la del estrellón, que él pronunciaba “estrallón”. “Oye, maricón, te voy a dar tremendo estrallón”, amenazaba rimando y todos retrocedían. El estrallón consistía en precipitarse con la cabeza agachada -como un toro- contra el abdómen del adversario, quien del golpe se quedaba desinflado, sin aire. Acto seguido el Churri lo abracaba por la cintura levantándolo en peso y
lanzándolo hacia atrás como si fuera un saco de papas. El otro salía disparado por los aires y, con suerte, aterrizaba de culo en la yerba. Pero si por casualidad caía de cabeza en la acera del parque podía quedarse sin dientes. Joaquín conocía mejor que nadie esas embestidas del Churri, y había aprendido que bastaba un simple rodillazo para pararlo en seco. Pero no se lo decía a nadie por solidaridad con su amigo. El mejor maestro de la escuela se llamaba Artunaga. Era negro como el culo de un caldero tiznado. Siempre iba a clases vestido de traje, con cuello y corbata. Impecable, muy fino, jovial. Un día, al ver que el Churri fanfarroneaba manoteándole a otro niño al fondo del aula, se encabronó, puso los brazos en jarra y preguntó: -A ver, ¿quién es el guapo aquí? El Churri no se escondió. Dijo: “yo”. Artunaga se quitó el saco y la corbata, se arremangó las mangas e invitó a boxear al Churri. Como éste era un pigmeo, el maestro le permitió que subiera a la mesa para que quedara a su altura. Maestro y educando empezaron a tirarse trompadas. Todos acudieron al aula para ver la pelea. Alumnos y profesores se amontonaban en puertas y ventanas. Todos vinieron, hasta los niños de kindergarten. Todos gritaban, como en el circo romano. Boquiabierto, el director de la escuela no pudo impedir el pugilato. Todos saltaban y coreaban alrededor de los contrincantes como si estuvieran en un ring. El Churri no pudo ganarle al profesor. Artunaga no llegó a pegarle, sólo amagaba, parando los golpes del pigmeo furioso como si fuera un sparring. El profesor tenía un hijo que era boxeador profesional. De ahí sacaba toda su técnica.
“Ni por diez pesos me vuelvo a fajar con el maestro Artunaga”, le confesó el Churri a Joaquín cuando salieron del colegio. El hijo de Artunaga -el boxeador profesionalmurió al día siguiente. Los médicos dijeron que su poderosa musculatura había acabado estrangulándole el corazón. [1] El 13 de marzo de 1957 un puñado de estudiantes universitarios asaltó el Palacio para ejecutar al presidente Fulgencio Batista. La mayoría murió en el intento.
MANUEL PEREIRA (La Habana, 1948) periodista y escritor nacionalizado español. En su juventud fue discipulo y amigo de José Lezama Lima, más tarde conoció a Julio Cortázar, a Alejo Carpentier y a García Márquez. Trabajó entre 1969 y 1978 como periodista en la revista CUBA internacional; en 1978 fue nombrado subdirector de la revista CINE CUBANO; entre 1984 y 1988 trabajó en la UNESCO, Paris, como encargado cultural impartiendo conferencias en Europa. En 1988 regresó a su país natal, pues su padre estaba muy enfermo y asistió a su funeral. Salió de Cuba a finales de 1989 y residió en España 15 años, trabajando como traductor para importantes editoriales de Madrid y Barcelona. Ha publicado, entre otros, varias novelas: El comandante veneno (La Habana,1977), Insolación (editorial Diana, México) y en 2006 ganó en España el Premio “Cortes de Cádiz” de relatos cortos con su libro Mataperros (Algaida, Sevilla, y luego por Textofilia, México). Desde el 2006 vive y trabaja en México.
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Arsenio RodríguezQuintana Paseando con Enrisco en Chinatown Cuando me despedí de Enrique del Risco en Greenwich Village, en Manhattan, pude, por primera vez, materializar el humo blanco que sale por los respiraderos newyorkinos, tópico de las películas y que aún no había podido atrapar con mi cámara digital. Me puse a dar saltos mientras Enrique, historiador, profesor, amigo y nuestro Virgilio, por medio Manhattan, me hacía la historia de las esculturas blancas de Christopher Park dedicada al movimiento gay después de una redada contra los homosexuales a fines de los sesenta en un bar cercano a esta plaza lo que desencadenó manifestaciones multitudinarias y la reivindicación de derechos plenos de gays y lesbianas. Ya antes nos habíamos fotografiado juntos ante la foto de Chick Corea, que esa noche tocaba en el Blue Note, uno de los templos de jazz más notables de la historia de esta música, protagonista del ascenso y mito de los mejores instrumentistas y vocalistas de jazz del siglo XX. Nos habíamos reencontrado en la calle Canal, justo antes de la caída de la tarde, en pleno corazón de Chinatown. Las primeras palabras de Enrisco, su blog da fe de su sarcasmo inteligente, fue contarnos un anuncio que pasaban en la tele de una marca de ropa: “Fíjense si esto es nuevo, que aún no tiene copia en Chinatown”. En este barrio, todo se copia, me acordé de mi amiga Beate quien me hizo los primeros cuentos de este barrio por los años noventa en La Habana, y mientras pensaba en qué ruta habría seguido ella por allí, nuestro guía nos adentró por el barrio chino, comimos en un vietnamita y tomamos expreso y helado en Little Italy, sin olvidar pasar por un restaurante donde el Padrino-joven comió en una de las tres partes de este clásico. Mi cuñada, atrevida, se fue a negociar por las esquinas con los chinos, grupos misteriosos y "camuflajeados", siempre detrás de "caros" relojes y bolsos pero no siempre se gana. Luego continuamos por el Nolita, el Soho y Greenwich Village, hablando de música y aprendiendo etimología y pronunciación de la denominación de estos barrios. Pasamos a otro New York, reposado, pijo y no por eso menos atractivo, de antiguas industrias convertidas en lofts, magníficas soluciones, tanto para tiendas como para viviendas. Greenwich Village y Chelsea, fueron de los barrios que más me impactaron, debo confesar que en el primero me sentí un poco como en casa, en Barcelona, en mi barrio de Gracia, allí, en el invernadero Lanterna Caffe hablamos de Miami, adonde el viaja habitualmente y que yo acababa de descubrir, no evocamos nuestro común 13 y 8, si a nuestros amigos comunes de Habana Abierta, sobre todo a Vanito, cordón umbilical, hicimos el intercambio literario de rigor, Enrisco me regaló su libro Leve Historia de Cuba y yo le entregué mi personal Síndrome de Ulises. En el Chelsea, me pareció verdaderamente ocurrente la
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solución de retomar las antiguas líneas del tren elevado que pasaba por allí, y reconvertirlas en un jardín verde que se eleva sobre toda la zona y te deja ver perfiles de este espacio portuario con el omnipresente Empire State. Allí nos encontramos con el también escritor Ricardo Arrieta, no hablamos de literatura, hablamos de la vida nuestra fuera de nuestra ciudad de nacimiento. No pudimos ver ningún musical en Broadway, familiares y amigos como Evaristo nos lo habían recomendado. Me hace feliz saber que Enrisco pudo disfrutar de uno donde actuaba la misma Patty la Belle, quien interpretaba a la madre del protagonista del musical Fela Kuti. Un lujo exquisito para los habitantes de esta ciudad que te obliga a mirar al cielo cada día. martes, 29 de noviembre de 2011
De Orlando a los viernes culturales de la Calle 8 Regresando de Orlando me tocó conducir parte de
la costa este de la Florida desde Boca Ratón hasta South Beach, y me sorprendieron los cambios bruscos, entre distritos, en los límites de velocidad, de 30 a 45 millas por hora. Aissa me explicó que cada distrito puede modificar estos límites, es decir, la velocidad es variable, no obstante, conducir con este clima tan cerca del mar en esta época del año me hizo recuperar sensaciones de la memoria casi olvidadas. En Orlando me llamó la atención que los concesionarios de coches (dealers) no ostentaban las características dobles banderas americanas por carro como ocurre en casi todos los de Miami Dade. Después de reencontrarnos con otros amigos por el Downtown de Miami, frente a la Torre de la Libertad (donde entre otros eventos, velaron a Celia Cruz), en Bayside, un centro comercial pegado al mar que me recordó algún círculo social de las playas de Mariano de La Habana cuando era pequeño. Luego, cumplimos con el ritual de comer en el Versalles, y caminar por la calle 8, coincidiendo con los viernes culturales de cada mes. La comida en Versalles: arroz, frijoles negros, tamales y masas de cerdo fritas, !excelente!!! También sus carteles llamaron mi atención: POR FAVOR USAR LAS MESAS SOLO SI ESTA CONSUMIENDO (20 MINUTOS MAX) y SE RUEGA A TODAS LAS PERSONAS QUE VIENEN A CONVERSAR QUE LO HAGAN FUERA DE LA CAFETERIA. En estos viernes, en muchos locales y espacios de la calle 8 se puede bailar y escuchar música en vivo, desde el son cubano, el bolero, hasta la rumba, todo siempre a un volumen muy alto como si compitieran entre sí, como en un carnavalito. Todo un espectáculo es Martín Terry quien se lo monta solo con un background muy pegajoso y con mucho swing, similar a los órganos orientales. Pasamos por el parquecito del dominó, protagonista de muchos documentales sobre este lugar, con un boulevard donde se vende mucha nostalgia cubana, aunque casi todo esta calle es pura nostalgia. Hay varias galerías de arte donde los propios artistas venden sus obras, se puede conversar directamente con ellos, todos con una amabilidad entrañable y una comunicación que me sorprendió muy favorablemente. Como siempre, hubo impactos, la venta de muchas obras de artistas plásticos residentes en Cuba: Kcho, Fabelo, Mendive, por citar solo tres ejemplos, en una ciudad que siempre ha sido acusada de intolerante... si a esto le sumo que ayer tocó un grupo musical de la isla, Gente de Zona, caigo en lo mismo, queda claro quiénes son los intolerantes. De los artistas plásticos y obras de arte, me gustó mucho la creatividad y sutileza de los cuadros de los coladores de café de Ramón Unzueta, y la exposición colectiva El paisaje cubano a través del tiempo, en la Cuban Art Gallery: Maxoly/ Latin Art Core. En esta última, reencontré pintores cubanos clásicos como: Romañach, Escalante, Domingo Ramos, Víctor Manuel, Portocarrero, Mariano…, quienes me trasladaron por un momento a mi vida en Villegas 7, muy cerca del Museo Nacional de Bellas Artes en La Habana. En fin, un paseo recomendable, para enmarcar.
ARSENIO RODRÍGUEZ QUINTANA (La Habana, 1964) poeta, historiador, narrador, ensayista y blogger. En Cuba trabajó en el Archivo Nacional. Se marchó de Cuba a París en 1999. Ha publicado El Curso Délfico y Confluencias musicales de José Lezama Lima, en colaboración con Manuel Pereira, Ed. Muntaner, 2019; Del Procés a la República? Crónicas de un blogger cubano en Barcelona. Ed. La Tempestad. Barcelona, 2018; Síndrome de Ulises, Editorial Linkgua, Barcelona, 2004. La caída y otros deseos, Editorial Abril, La Habana, 1999; Me hubiese encantado parir a mi hija, ed. Muntaner, 2019, es su último libro. Reside en Barcelona, donde desde 2007 lleva un blog muy leído.
Cernuda Arte 3155 Ponce de Leon Blvd Coral Gables, Florida 33134 Telephone: 305-461-1050 Fax: 305-461-1063 Email: cernudaarte@msn.com Gallery Hours: Monday - Friday 10:30 a.m. - 6:30 p.m. Saturday 12:00 p.m. - 6:30 p.m. We Buy, Sell, Certify, and Appraise Cuban Art
lunes, 28 de noviembre de 2011
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Tony CUARTAS LOS PRIMEROS PASOS I Nuevamente mis pasos me van conduciendo por un camino angosto e incierto, persisten en llevarme entre estás calles que ni conozco, pero ahí prosigo como si yo fuera un ser amorfo. Aunque la noche fría y oscura nos vistará pronto, al acompañarnos con su andar semejando a un felino, de esos que persiguen subrepticiamente a través de la maleza que los oculta. Quizás soy una sombra de las tantas que transitan en la ciudad. Mi andar va apisonando las aceras, mientras la tarde oscurecía su semblante, parecía azorado ensombrecía la ausencia y el reposo que semejaba el asombro seductor de sus ojos que, deambulaban en el espacio buscando lo indecible. Su anciedad reflejaba desagravio y lo expresaba sin el menor reparo. Seguía adelante y su objetivo era insistir – entre tanto sentía pasar el tiempo encaminándose entre los obstáculos de la ciudad y así vio pasar las nubes sintiendo caer el agua semejando lágrimas o soldaditos que invaden las calles y es como si estuvieran reconociendo los alrededores por donde ellos se van disgregando. La claridad apareció después que las nubes grises se alejaron y surgió el sol de las dos de la tarde en un día cualquiera de junio. En el fondo del espacio me quedaba el tiempo en su existencia, solo permanecía el equilibrio y la aprehensión a las imágenes que se me confunden y se perdían en la sombra de otros cuerpos semejaban la continuidad del infinito. El silencio envolvía a mi abuelo Nemesio Olivera sargento de la guardia rural de aquel entonces, su sombra se iba disolviendo en pequeños personajes, me sonreía al igual cuando lo sentía avanzar por el enorme patio y él lo abarcaba con su cuerpo, así como el sonido de sus botas cubiertas por las relucientes polainas bien lustradas y la luz reflactaba la brillantez de su piel, el vestuario almidonado de color beige, le daba a su andar su tradicional exceptuación a su gallardía, con el sombrero de alas anchas tipo castoreño, pero su lateral era flexible y su copa abombado como una cúpula de iglesia. El abuelo iba los domingo a almorzar y así disfrutaba de la carne asada y mechada con jamón que tanto él le celebraba a la culinaria de mi madre e hija del
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sargento como siempre sonriente; después disfrutaba del espumeante café y para encender su humeante tabaco, entre un expulsado de humo y vendrían sus inagotables anécdotas, como sus aventuras amorosas que mi padre y yo las escuchábamos con atención, pero a mi madre le molestaba y lo hacia callar, y al alejarse, ella recomenzaba con más prudencia, precaviendo la aparición de mi madre que le molestaba la actitud del abuelo, ya que no debiera vanagloriarse de sus desmanes. Pues era ésta la última metamorphosis de la dilatación dimensional del tiempo. Las palabras fluían como si fueran las aguas tumultuosas del río Martín Peréz que lentamente corrían por su cause, mientras el sueño arrastraba los pensamientos desbordados del enorme sargento que era muy elocuente y alegre abuelo, enamorado de esbeltas y alegres mujeres que eran capaces de escuchar sus charlas de enamoradas y sonrientes, sin saber que siempre iría en busca de la siguiente esposa y madre de su prole de hijos nuevos que ensancharían su familión y veía a mi abuelo alizarse el mostacho, atizándose con ademanes lentos, contemplando el espacio a su alrededor y siempre sonriente con aire ausente, sus ojos glaucos fijos en un punto Ángel Acosta León:La torre que quiso ser..
indeterminado, como si estuviera divisando el mar plano y gris, podrían aparecer algunas aves que planeaban a lo lejos. Sus ojos se trasladaban hacía la lejanía, mientras las callejas oscuras y silenciosas semejaban que la noche hubiera apresurado sus pasos, cuando las noches sin luna y los lugares discretos donde la gente entraban subrepticiamente y bellas chicas esperaban sentadas sobre butacones mullidos y comodos, eternamente sonrientes y sus cuerpos mostraban su semi desnudez, sus olores de perfumes de dísimil fragancias embriagaban al visitante y no sabría escoger su preferida. Todo se esparcía en la estancia en penumbras y era como si con sus miradas, casi ausentes, o al menos semejaban esa actitud a los visitantes, y mi abuelo nos narraba también de esas esposas de esos lugares. Él decía a mi padre y a mí que eramos unos chicos azorados y emocionados por su lenguaje espeso y su voz de baritono se disgregaban en el comedor, donde aún permanecían los utensilios del almuerzo y restos de la sabrosa comida brindada por mi madre en homenaje a su progenitor. Nos decía que ellas inclinaban sus torsos en señal de saludo, apoyados con una leve sonrisa. Se hizo un breve silencio… Después se aproximó la noche, era una de las tantas en los domingos que se marchaba el abuelo. Las nubes en el espacio viajaban en la oscuridad rumbo sur, se movían tranquilas sin prisa, henchidas, oscilantes, como manchas grises de colores disímiles, ocultaban y descubrían su tristeza balanceándose en el enorme espacio, donde se divisaba una claridad rojiza. El abuelo se fue alejando y su enorme figura era envuelto por la neblina y una gran mescolanza protagonizaba su
permanencía, cubierto con la luz de la Luna que lo fue cubriendo y así se repitió otro encuentro. Lo vi marchar y presentí que iría a su casa con mí abuela politica, así dice mi madre. Yo la he visto muy pocas veces, es cariñosa y jovial, cada vez que he ido me coloca algunas monedas en los bolsillos y me ofrece golosinas, me abraza y después me besa ambas mejillas. Pues dice mi madre que abuelo tiene muchos hijos que son mis tíos y por añaduría son hermanos de ella, además de todos sus hermanos carnales, son muchos también. Todo esto en verdad es un engorro que no entiendo bien. Eso pienso yo. Ahora lo recuerdo con sus dos poderosos brazos extendidos sobre la mesa y su mirada profunda escrutando el espacio, como si estuviera buscando algo a través de la ventana, allí habían algunas nubes arremolinándose ante su mirada y sin ningún reparo expresó: “quizás llueva dentro de muy poco, así que deben recoger las ropas de los cordeles”. Así dijo el abuelo con su rostro curtido por el sol y su voz de baritone, lo recordaba como si estuviera tronando. Me lo imagino dando órdenes a los subalternos en el cuartel, allá en Managua donde estaba destacado, dando muestras de una superioridad que no se le notaba, por su campechanería y su risa, así como sus ojos brillosos y picarescos, resaltando su fraseología al contar sus narraciones y aventuras. Sin embargo sus relatos los decía en tono trivial y de una forma despreocupada, dándole poca importancia, como si fuera normal, así era mi abuelo, pero lo que más me agradaba de él era su jovialidad y su carácter que eran como el de un niño contando sus travesuras. Al mismo tiempo no dejaba de sonreir y nos llevaba a todos a
Los avatares de Nemesio Tony Cuartas “A través de las conversaciones con el abuelo el niño narra las aventuras y desventuras del que él considera su héroe, pues su abuelo fue esclavo y con 14 años participó en la guerra del 1895 en Cuba. El abuelo tuvo 57 hijos, pues sus encuentros amorosos lo llevan a ser un padre prolífero, muy criticado por la madre del niño. Desde su visión primitiva, el abuelo instruye a su nieto de muchos conocimientos, con descripciones de pasajes y vivencias personales, a pesar de la escasa instrucción que poseía. El niño copia en su cuaderno las anécdotas de su héroe e instructor. Así nace esta novela, entre lo histórico y anecdótico, con pasajes familiares e íntimos de sus participantes”.
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seguirlo en su sentido del humor. Entonces aguardábamos expectantes al decirnos un cuento, lo anecdótico, como decía él, y así continuaba, pues era un cambio contínuo, incansable en el decir, como al ingerir los alimentos que, después celebra a mi madre y decía que era la mejor cocinera y repostera que jamás habia conocido en el país, y estaba pensando que le pediría a mí padre dejarla ir por unos días al cuartel, allí enseñaría al personal de la cocina a elaborar correctamente los alimentos para que su personal disfrute en verdad, pues se merecen comer major, ya que es un desastre lo que hacen los que están en la cocina y realizan esa labor. Allí empezaba a reír y volvía a pedir un poco de café, quedando en un éxtasis y en un silencio meditativo contemplando el humo del tabaco que se iba escapando a través de la ventana abierta de par en par y reiniciaba, al instante menos esperado, retomando otra vez las palabras que le fluían libres y expontáneas. Su sonrisa sincera e incesante la rememoro una y otra vez. En definitiva pensábamos que el abuelo era un ser subreal, por todas esas exclamaciones y sus gestos insustituibles que hacía al hablar, era inigualable. Sin gran esfuerzo iba narrando sus encuentros
y sus aventuras, así como los pasajes de su vida, que se remontaban al año 1888, que fue cuando él nacíó en las afuera de la ciudad de La Habana. Las expresaba con una increible memoria, pues era como si estuviera leyendo el libro de su vida, escrito por un estupendo escritor.
TONY CUARTAS (La Habana .Cuba 1941), estudió y trabajó como diseñador gráfico y escenográfico. Sus primeros poemas aparecieron en los sesenta, en publicaciones de talleres literarios. Salió de Cuba hacia Miami en 2001 y en el 2003 se establece en San Diego, California. Publica en 2009 su poemario Prolongación ancestral (Letra de Molde Ediciones); Y los caballos, poesía (Editora Iduna); Anábasis del instante (NeoClub Ediciones, 2013); Quince minutos a las plegarias del amor (NeoClub Ediciones, 2015) y en la misma editorial, El laurel, 2016. Ha publicado, además, la novela La despedida, y recientemente aparecieron Cuatro poemarios, y la novela Los avatares de Nemesio, de la cual publicamos aquí el primer capítulo.
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Miriam Rodríguez Febles Las playas de Esculapius Capítulo 50 En el centro de la sala iluminada y fría rodeada de altas camillas de metal con anchas bandejas atornilladas en sus cabeceras, se encuentra una mesa también metálica cubierta por una tela de lona. Bajo ese macabro canvas un hombre enorme y negro yace inerte. Los ojos en blanco, el rostro endurecido como de barro con una seriedad tan propia de él , como aceptando de un golpe, la inevitable realidad. Se le veía en paz, despreocupado de las citas que debía cumplir, cirugías y clases que ya no tendría que realizar, no más obligado a inventarse terribles diagnósticos para que las compañías de seguros remuneraran debidamente su fina labor. Cuando lo trajeron aun perfumado, recién afeitado aunque tinto en sangre, Lula lo reconoció de inmediato.
Estaba sola y aterida de frío en medio de aquella habitación plateada, desnuda de muebles como no fueran aquellos tristes esqueletos de metal crudo. Pensaba cómo el pasado se las había arreglado para perseguirla con inequívoco tesón, ella que presumía de querer huirle. Hasta ese momento había estado feliz y ahora esto, el cadáver del desdichado Montpellier sobre su mesa de trabajo. Se acordó del asesinato de aquella chica en la playa, la blonda, ¿y como no recordarlo? Le tocó vivir la única época tormentosa que sufrió el pueblo con aquellos siniestros asesinatos y ella testigo de la fatídica reunión con los del ingenio allá en la playa, resguardados por palmeras y cocoteros. Tieso y solemne yace el pobre Montpellier hoy día. El otrora pomposo de majestuoso andar de avestruz ¿acaso este crimen guarda alguna relación con los sucesos de allá?
LAS PLAYAS DE ESCULAPIUS Una novela fascinante, escrita por Miriam RodrÍguez Febles, con el talento literario nunca imaginado en una doctora en medicina. En la década del setenta un grupo de jóvenes marchan a estudiar medicina a una isla caribeña. Allí sufren diversas vicisitudes: terremotos, huracanes, epidemias y el descubrimiento sorpresivo, en una playa, del cádaver de una bella joven conocida. Al misterio y al drama se une una historia de amor no correspondido, en un fondo histórico y social donde salen a relucir la Guerra de Vietnam, el paso de varios presidentes norteamericanos, la captura y muerte del Che Guevara y el éxodo del Mariel. Mariana, Lula y Néstor, tres jóvenes estudiantes de medicina, nos adentran en la trama, dejándonos de paso preciosas perlas científicas sobre forénsica médica e investigación clínica. A la venta en Amazon
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Se volvió para mirarlo muy de cerca después de retirar el canvas a la altura del ancho torso. Conocía casi de memoria aquellos rasgos, el pelo negro y duro, la frente ancha, el aire de arrogancia en todo el rostro. Pronto entraron sus dos ayudantes. --¿Qué noticias traen? -- Ahí afuera esta la policía queriendo entrar un inspector y otro más… Los muchachos se movieron poniendo en orden los instrumentos sobre una bandeja cubierta con un tapiz blanco de papel desechable. --El doctor Ferguson también está en camino. Lula los vio enguantándose las manos hasta la altura del codo y antes de que empezaran a cubrirse el cuerpo con el traje especial anticontaminador y las enormes gafas de plástico les habló de nuevo haciendo un gesto con la mano para indicarles un paro. --No, con éste mejor esperar por Ferguson. Ni
siquiera lo laven. Yo iré a hablar con los gendarmes --el agrio aliento le quemó la garganta. Llevó a los policías a un saloncito de conferencias con varios muebles cómodos y una mesa. Se presentaron mutuamente. --Pónganse cómodos por favor --ordenó café. --No se moleste doctora. --Le mostraron vasos de estiroforme repletos de café humeante recién comprado afuera. Los ojos curiosos de Lula se le volvieron chispeantes, sintió una sensación de consuelo y urgencia por descubrir la verdad, el misterio de aquel asesinato sin sentido, Después de años de estancamiento el pulso de aquello volvía a latir con rutilante vigor. --Bueno, caballeros, estoy a su disposición. Lula corrió a cerrar la puerta de cristal para alejar los sonidos del pasillo. El inspector un hombre enorme y pecoso habló. -- Sabemos todo lo referente al occiso, hemos hablado
ILUSTRAN ESTE NÚMERO Ángel Acosta León Ängel Acosta León: Autorretrato
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Ángel Acosta León, nació en el barrio de Buena Vista, Marianao, Cuba, en 1932, y muere en diciembre de 1964. En 1950 comenzó sus estudios en la Academia de San Alejandro, mientras trabajaba en el patio de la estación de ómnibus habaneros de la Ruta 58. En 1959 pinta su famosa obra “Familia en la ventana”, que lo sitúa fuera de la Academia, y que fue premiada. En 1960 realiza una importante exposición personal en Casa de las América, donde ya incorpora los elementos que serán típicos de su obra: cafeteras, tractores, carros, carretones y otros elementos de lo cubano. En 1963 viaja a Europa, y expone en las Galleries Charpentier, de París, y en Amsterdam, Bruselas y Rotterdam, junto a prestigiosos artistas contemporáneos. Aunque las nuevas generaciones parecerían haberlo olvidado, Ángel Acosta León, es sin duda Uno de los más importantes atistas plásticos cubanos Gracias a Ramón Cernuda, de Cernuda Arte (Miami), por permitirnos la reproduccón de sus obras en LLM, que quiere ser homenaje a este inmenso artista, malogrado a tan temprana edad.
telefónicamente con el inspector Suárez. ¿Lo conoce? Lula afirmó con la cabeza --Dijo que usted fue una de los que descubrió a la chica en la playa --Si, así es --afirmó ella. --Cuénteme, ¿cómo fue? Lula comenzó a descongelar sus memorias sobre la joven empolvada de arena y sangre. Habló del pueblo junto al mar donde nadie ingería mariscos ni pescados, solo los forasteros. Al hablar de aquello su rostro se endurecía levemente. Mencionó al can con su agigantada fidelidad, su mirada suave y cariñosa, como en las noches colmadas de insectos dormía en su cama por fuera del tul del mosquitero calentándole los pies. ¡Cuántos recuerdos sacados de la nevera de su cerebro, así de repente empujados afuera por las circunstancias! ¡Fue el Niño quien la encontró!
Le miró los ojos intensamente azules en la cara pecosa, y notó un toque de ternura en ellos. --Comprendo, yo también soy amante de los perros, tengo dos en mi casa, pero volvamos al caso. --¿Alguna vez pensó que Montpellier pudiera ser el asesino de aquella joven? --No, jamás pensé que fuera un criminal, pero si que estaba involucrado en el crimen de alguna manera. ¿Y ustedes, los de la policía que creen? --Suárez piensa que él fue el asesino, y desea cerrar el caso Yo no estoy tan seguro. Tampoco me parece que su muerte tenga alguna relación con lo de allá. --Note que fue acuchillado varias veces en el pecho, ¿pero por que? --Tengo la impresión que fue un robo, encontramos su billetera vacía de dinero y no llevaba prendas, cosa rara en él, según Suárez. Dio algunos pasos por la habitación bebiendo el
Ana Kika López Ana Kika López: Marzo
Ana Kika López es nuestra invitada de este número. Nacida en 1936, en el pueblo azucarero de Chaparra, Cuba, no ha cesado de crecer artísticamente tras salir de la Isla en 1964. Se graduó en la Universidad de Rutgers, en New Jersey, pero desde muy joven había estudiado arte en la prestigiosa Academia de San Alejandro en La Habana. Su obra toda, literaria y plástica, la muestra como una mujer llena de talento y vitalidad. Hoy sigue siendo tan dinámica como hace décadas. Su prosa sencilla y directa se asemeja a sus característricas como ser humano. Pero además hay en
Kika algo especial, su fino humor. Su trayectoria vital es uno de sus mayores tesoros, y hoy nos honramos en presentarla como tal. Acaba de publicar un nuevo libro, Cuentos de lujo. 35
liquido ya menos hirviente de la vasija de plástico. --Me cuenta el inspector Suárez que se trataba de un tipo errático y descontrolado por naturaleza ¿Cuál fue su impresión de él? --Era un gran cirujano, un gran profesional inteligente y culto. Lula le contó cómo se mostraba fuerte a la hora de calificar los exámenes y por eso se creó muchas quejas entre el estudiantado, algo que le sumó incontables enemigos, ¿no es así? Pronto surgió el tema de su homosexualidad, las repetidas visitas a Manhatan para frecuentar los bares “gays” sin ser detectado por conocidos Fuera de uno de estos bares cayó apuñaleado. ¿Fue para robarlo o por alguna vendetta? Había que seguir averiguando. --Si no fuera por los salados cortes en el presupuesto mañana mismo volaba a esa isla a compartir datos con el inspector y averiguar lo más que pueda con los vecinos de Potosí, pero ya usted sabe, siempre es lo mismo, los recortes salariales, la agonizante economia, qué le cuento… En eso llegó Ferguson, el médico forense, que se encontraba en el lugar de los hechos. Al hacer su entrada todos se pusieron de pie. --¿Y bien? --Pregunto el inspector que parecía muy familiarizado con el médico
--Jamás he trabajado un asesinato sin revisar primero la escena del crimen --anunció el recién llegado. --Bueno ¿y qué averiguó?. El inspector se movió cerca de él para escucharlo mejor. Lula hizo lo mismo, mientras que el otro policía se aprestó a tomar nota. --No fue atacado por uno sino por muchos, en un callejón aledaño encontré huellas ensangrentadas de varios pies. No me van a creer esto pero con este frío de todos los demonios descubrimos que iban descalzos.
MIRIAM RODDRÍGUEZ FEBLES (Santa Clara, Cuba), llegó a los Estados Unidos en la decada de los 70. Cursó estudios de premédica en Jersey City State College y Medicina en la Universidad Central del Este, Republica Dominicana. Hizo su residencia de tres años en medicina interna en Mountainside Hospital, Montclair, New Jersey, y posteriormente una especialidad de reumatología en el Jackson Memorial Hospital donde trabajo como clinical instructor por mas de 5 años a la vez que ejercía en su práctica privada de Coral Gables, Florida. Ha escrito artículos médicos en Miami Medicine Letters y Prensa Médica, y ha participado en multiples foros educativos en la TV. Las Playas de Eusculapius es su primera novela, caítulos de la cual han sido publicados en LLM y NeoClub Pres. Reside en Miami.
ARMANDO ÁLVAREZ BRAVO (LA HABANA, 1938-MIAMI, 2019) El lunes 22 de abril falleció uno de los mayores exponentes de las letras cubanas en el exilio: Armando Álvarez Bravo. El escritor falleció a la edad de 81 años en la ciudad de Miami. Se le consideraba un especialista en Lezama Lima y Gastón Baquero. Su obra literaria se tradujo en más de 40 libros. Entre ellos se encuentran Para domar un animal (Primer Premio Internacional de Poesía José Luis Gallego, Madrid, 1981); Poemas para la princesa; La belleza del físico mundo, Al curioso lector (Ensayos sobre arte y literatura), la antología Siempre habrá un poema, publicado por la editorial española Visor, y Singladuras, a cargo de Ediciones Universal, en Miami. Muchos lo catalogan como ensayista, pero él siempre se definió como poeta, “mi prosa es solo un complemento para mi poesía”, dijo hace ya algún tiempo. Álvarez Bravo trabajó por más de dos décadas en El Nuevo Herald, donde escribía reseñas de exposiciones, semblanzas de artistas y escritores cubanos en el exilio. En una entrevista publicada sobre Lezama Lima expresó: “Es mi compadre, entrañable amigo; amigo de infancia de mi padre. Es alguien que desde que nos conocimos sabíamos que teníamos que mantener una entrañable amistad, sencillamente porque ambos, en tiempos temibles del totalitarismo castrista, vivimos por y para la poesía”.(Martí Noticias)
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René Dayre Abella LAS VISIONES Desde muy pequeño comencé a ver seres que los demás no veían. Mis padres eran espíritas convencidos, pero nunca me influenciaron con sus creencias o convicciones. Además, eran muy circunspectos a la hora de yo contarle lo que veía. Para que no me traumatizara me daban cualquier explicación lógica para mi tierna edad y alejaban cualquier posibilidad de que yo creyese ver espíritus. Esto lo consideré siempre encomiable pues de haberme dicho, por ejemplo, que yo vi a mi abuelita Mamá Rafaela en su cuerpo periespiritual, me hubiera espantado y hubiese terminado loco, o lo más peligroso, me hubiese creído un ser privilegiado por Dios, una especie de oráculo, capaz de atraer multitudes a mi alrededor para explotar quizás la buena fe de los ingenuos y los demasiado crédulos. En cualesquiera de esos casos
hubiera sido un grave error con deplorables consecuencias. Estas visiones comenzaron un poco antes de acudir a la escuela por primera vez, por lo que calculo que a la sazón yo no tendría entonces más de cuatro años. La primera de ellas ocurrió una tarde en que, jugando con mi hermanito y con Sarita, mi sobrina, vimos pasar una carroza fúnebre un poco despacio que transportaba un ataúd, pero no al cementerio, sino a algún lugar vecino, tal vez a Los Pasos o a El Retrete. El caso es que no iba muy rápido y pude ver durante todo el tiempo el torso de una mujer, como que sobresalía del féretro o estuviese sentada encima de él, con el rostro muy blanco, casi níveo y una cabellera muy negra, como contraste. No sonreía, sino que se veía más bien pensativa, hasta perderse en la lejanía. Recuerdo que yo les preguntaba a Ricardo y a Sara si veían aquella mujer y me respondían que lo único
Ángel Acosta León: Crucifixión
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que veían era el ataúd. Es algo muy curioso, pues como niños hubieran podido muy bien alimentar mi imaginación y seguirme la corriente, pero no. Simplemente no veían lo mismo que yo. En otra ocasión visitando a mi abuela y a mis tías en el año 1951, contando apenas con menos de seis años, me puse a jugar con mi prima Inalbis y correteando por el zaguán vi detrás de la tela metálica que cubría una ventana de la cocina el rostro de una muchacha amulatada que me sonreía, con un paño blanco en la cabeza, apoyando el mentón en un brazo contraído a la altura del mismo. De un salto penetré en la cocina, pero no la encontré. Le pregunté a mi prima Inalbis si la había visto y me contestó negativamente. Entonces una de mis tías me pidió que se la describiera y para no asustarme me dijo que era una joven que le había pedido permiso para pasar al baño y que seguramente se detuvo en la cocina unos minutos y se asomó a la ventana para vernos jugar. Me creí la historieta, pero me pareció un poco raro lo que comentaban mis tías entre ellas y oí nombrar a una tal Natica. Con el paso de los años, cuando vinieron a desbordarse todos estos fenómenos de carácter paranormal que se sucedieron a mi alrededor al cumplir más o menos los catorce años, mis padres creyeron entonces oportuno revelarme la verdad sobre estas visiones y prepararme para no temerlas en lo adelante. Con respecto a la última visión relatada, mi madre me confesó que yo había descrito perfectamente a Natica, una muchacha que les acompañó cuando ellos se mudaron de Mulas al pueblo. Era la hija de Natalia, una pobre mujer que murió al nacer la niña y se la encargó a mis abuelos. Ellos la trajeron consigo a la nueva casa y la muchacha les servía, encargándose de los quehaceres domésticos. Lamentablemente un amigo de mis primos que eran panaderos abusó de ella y la embarazó. Ante la desesperación optó por abortar y murió al practicarle un legrado un falso médico. Curiosamente ella llevaba siempre un pañuelo blanco atado a su cabello y la pose en la cual la vi era también característica suya mientras se ocupaba de
Nota de Teatro Puro teatro, de Matías Montes Huidobro. Artefactus Theater, 12302 SW 133 Ct., Miami, Fl. 33186. Como era de esperar, lo primero que me vino a la mente al leer el título de la obra de Matías Montes Huidobro, Puro teatro, fue el tema que el genial compositor puertorriqueño Tite Curet compuso especialmente para La Lupe. Y en efecto, después de un breve preámbulo, la obra abre –y
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cocinar y realizar otras tareas en la vieja cocina de la casa de mis abuelos. Es importante significar que este lamentable hecho, una verdadera desgracia, tuvo lugar mucho antes de que mi madre y mi padre se conocieran, de modo que cuando nací ya ni siquiera se hablaba en la casa de mis abuelos de ese triste asunto. Quizá la más inexplicable de todas las visiones fue cuando una mañana desayunando me vi a mí mismo, un poquito más gordo, pero con las mismas ropas que llevaba puestas aquella mañana y a un viejito a mi lado que me abrazaba sonriente, vestido con una guayabera blanca, una banderita cubana fijada a uno de sus bolsillos y un sombrero de yarey cuyo estilo no había visto nunca antes. Más tarde, ya de adulto, revisando una iconografía mambisa pude reconocer aquel sombrero como los que llevaban nuestros libertadores. El anciano de la visión, me explicó mi madre, era mi abuelito, Don Modesto, quien, a pesar de sus raíces españolas, se unió a la lucha por la independencia de Cuba y ya en sus últimos años de vida se preocupaba mucho por el embarazo de mi madre, pues como explico en otra parte, ella tenía entonces cuarenta y tres años. Mi abuelito nunca se fotografió, o por lo menos nunca se encontraron fotos de él, por lo que no lo conocí ni siquiera de ese modo.
RENÉ DAYRE ABELLA Poeta y narrador cubano (Banes, 1945). Ha publicado Poeta en la luna de Cuba, Golpes en la pared, así como Banes en la memoria, a través de nuestra editorial Linden Lane Press. Forma parte de la Redacción de Linden Lane Magazine, desde el año 2004. Escribe varios blogs literarios y de divulgación de la Doctrina Espírita Kardeciana y colabora, además, con revistas y periódicos digitales e impresos de Latinoamérica y Europa. Este texto pertenece a su libro de relatos A las puertas..., de próxima publicación por Linden Lane Press. Reside desde 1980 en Lucha Vista, California.
cierra– con esa canción. Puro teatro, una producción de Pro Teatro Cubano, dirigida con precisión milimétrica por Marcia Arencibia-Henderson puede considerarse una nueva obra a partir de tres piezas cortas del propio autor, La navaja de Olofé, La soga y Tirando las cartas, que se ensamblan, se concatenan e interrelacionan sin sobresaltos, con naturalidad y eficacia, pero teniendo como punto de referencia fundamental, la primera. La escena nos muestra la casa de un autor teatral – en gran medida, el propio Montes Huidobro o su álter ego– donde se aprecia una máquina de escribir sobre un montón de libros y papeles, una banqueta, una cama justo al fondo, pegada a la pared donde se exhiben varios carteles de obras del propio autor –La navaja de Olofé, Exilio, entre otras–, a la izquierda una mesita con su silla, una pequeña escalera
con utilería y un espejo a la derecha –en realidad solo el marco– y una soga de ahorcado colgando del techo. El protagonista y el alma de la pieza es Christian Ocón, un actor nicaragüense al que he visto crecer en las tablas, que aquí exhibe, además de una estupenda forma física, un dominio absoluto de sus recursos expresivos. Se le nota en las numerosas transiciones como pez en el agua, no se está quieto un instante moviéndose de un lado a otro, baila, ríe, llora y hasta canta su poquito. Prácticamente se come el escenario. Muy difícil la tuvo su coprotagonista, la actriz peruana, de larga y muy exitosa trayectoria, Ivette Kellems, con ese monstruo desbordado haciendo de las suyas, pero sale muy airosa del reto. En todo momento está a la altura de las circunstancia y tiene dos o tres momentos absolutamente magistrales. Ambos personajes conforman una pareja que se debate con la idea de montar una obra, La navaja de Olofé, que ya han montado antes en diferentes sitios, y la posibilidad de llevarla a Cuba. Y para ello, ensayan diferentes pasajes. En la pieza se mezclan como ya dije antes, situaciones de las otras dos obras en un acto, Tirando las cartas y La soga, aunque con nuevos elementos, nuevas historias que, digamos, la actualizan. Así se escenifica en lo que llamé al principio, por diferenciarlo de alguna manera, el preámbulo, una visión de La soga, en un estupendo, aunque breve, mano a mano entre la directora de la pieza, Marcia Arencibia-Henderson e Ivette Kellems. Y parte de Tirando las cartas se inserta con fluidez en Puro teatro, cuando la pareja consulta las cartas para tratar de averiguar si los dioses les son propicios para
el montaje de la obra o el hipotético viaje a Cuba. Y mientras esto ocurre, pasan las comparsas más célebres y conocidas y los personajes arrollan y se divierten mientras sufren. O se enfrascan en amoroso –y muy peligroso– combate sobre la cama. Una escena de alto calibre ejecutada con gran originalidad y belleza. O llega Shangó de rojo, como se supone, pero con la navaja en vez del hacha. Todos –o al menos muchos–, de los temas y la manera de hacer que marcan la copiosa obra de Montes Huidobro están presentes en esta pieza. Teatro dentro del teatro, alguna técnica expresionista, la infidelidad conyugal, las máscaras, las características intrínsecas de los atributos sexuales, la castración, el incesto, el suicidio, la nostalgia por un paraíso perdido, ya irrecuperable y el dilema de si se debe volver, a pesar de todo lo que se sufrió en él, al lugar de donde se tuvo que salir huyendo. Si claudicar regresando al horror. Un horror que 60 años después todavía continúa. La obra juega con la repetición y vuelve sobre sí misma en un ritornelo que, como péndulo, oscila entre vida y muerte. Esta pieza es todo un acontecimiento, muy probablemente lo mejor en estos momentos en cartelera. No se la pierdan. .
JOSÉ ABREU
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