Linden Lane Magazine. Vol 37 # 4 Winter 2018

Page 1

Vol 37 No. 4 Winter / Invierno, 2018

Belkis Cuza Malé


lindenlanemag@aol.com http://www.lacasaazul.org www.lacasaazulcubana.blogspot.com

Mal[wMal[wMal[ew

Belkis Cuza Malé Founded in March 1982 by Heberto Padilla & Belkis Cuza Malé Publisher and Editor: Belkis Cuza Malé Assistant Editor: René Dayre Abella Copyright © 2018 LINDEN LANE MAGAZINE Una subscripción a LINDEN LANE MAGAZINE en los Estados Unidos: $70.00 para individuos, y $90.00 para instituciones. ISSN 0736 - 1084 It is a publication by Linden Lane Magazine & Press PO. BOX 101582 FORT WORTH, TEXAS 76185-1582

Queridos amigos: Una breve presentación de este número de Invierno de 2018. Han pasado los días, las fiestas tan hermosas de diciembre, con el cumpleaños del niño Jesús, y todavía aquí estamos, tarde pero ahora felices porque hemos podido sacar adelante este número cargado de talento y derroche de virtudes. Sí, porque ser escritor o artista cubano viviendo fuera de la Isla requiere una doble energía. Y aquí está la prueba, con estos colaboradores. No todos aquí, sin embargo, viven fuera de la Isla. Tenemos a dos que residen en Cuba, y también a un ecuatoriano y a una colombiana. Para comenzar les presento a la escritora invitada de este número de Invierno, Teresa Dovalpage, para quien nunca alcanzan las palabras de asombro para definir su obra. Su vitalidad es tanta que cada libro es un aporte nuevo, y sabiéndola allá en Nuevo México, una tierra tan especial, definitivamente especial, no deja de sorprendernos, pues es ya figura importante que siembra cultura cubana y se incopora también la del sitio. Teresa no cesa de escribir, de publicar obras que aunque aparentemente entretenidas, van desentrañando la Cuba de hoy, de esa tierra que la vio nacer y crecer y que ella ahora enfrenta con mirada crítica. Luego, encontrarán a estos otros colaboradores, excelentes todos, a los que también tengo el gusto de presentarles: Karin Aldrey, Maya Islas, Manuel Ballagas, Gabriela Díaz Gronlier, Pedro Merino, Erian Peña, María Eugenia Caseiro, Alberto Ortiz de Zarate, Juan Francisco González Díaz, Simón Zavala Guzmán, Diana Álvarez Amell, José Emilio Fernández y Benigno Nieto. Ilustran este número Karin Aldrey. Teresa Bevin, Teresa Corzo, y una servidora, Belkis Cuza Malé. Espero disfruten con esta labor de grandes escritores y artistas. un conjunto de verdadero talento, que están dejando su huella a lo largo de la historia. Gracias y bendiciones, Belkis Cuza Malé, Directora.


TeresaDOVALPAGE El camino que no tomé A la feria me voy, pienso y me río. ¡Yo, a la Feria del Libro de Miami! Me pellizco y todavía no lo creo porque esto es una racha de buena suerte y a mí la suerte no me sonríe desde el año del caldo. La suerte mía era verde y se la comió un chivo, como decía mi abuela. Pero a lo mejor está empezando a cambiar. Todo comenzó por el libro de cuentos que le hice llegar, casi por casualidad, a una editorial americana. Mi socia Mercy, afortunada con acceso a Internet, se puso a husmear en línea y dio con el website de una casa editora que buscaba manuscritos bilingües. Ahí se acordó de que yo le había comentado sobre unos cuentos míos, escritos primero en español, y luego traducidos al inglés, y anotó los datos de la editorial. Tanto insistió que les mandé el manuscrito, aunque aquello era como lanzar una botella al mar. Y lo aceptaron. No sólo lo aceptaron, sino que me invitaron a presentarlo en la Feria del Libro. Muerta de miedo fui a la entrevista de la visa porque todo el mundo dice que ahora que somos amiguitos

Teresa Dovalopage. Foto Delio Regueral

de los americanos están dando menos visas que cuando les gritábamos Fidel seguro a los yanquis dales duro. El embajador era un rubito joven, con las mejillas tan rosadas que daban ganas de pegarle un pellizco en los cachetes. Yo le solté la explicación, que llevaba aprendida de memoria, de que pedía la visa para presentar mi libro en un evento cultural. —¿Usted tiene intenciones de quedarse en Estados Unidos? —me preguntó. Mira qué pregunta más comemierda. Si las tuviera ¿acaso se las iba a confesar? —No, señor. —¿Qué garantías hay de que usted no sea posible emigrante? —Oiga, yo tengo ya cincuenta años y ni un alma fuera de Cuba —le zampé—. Aquí están mi casa, mi trabajo y mi madre de ochenta abriles. ¿Adónde voy a ir que más valga?” Se quedó patidifuso. Parece que estaba acostumbrado a que la gente se le agachara y le lamiera los zapatos. Pero yo no. Si me iba a planchar, al menos me daba el gusto de contestarle cuatro frescas. El rubito sonrió de medio lado, se le pusieron aún más coloradas las mejillas de niño gordiflón y me dijo que pasara en dos horas a buscar la visa.” Bueno, quién sabe si se impresionó cuando le enseñé mi libro, porque, naturalmente, llevé un ejemplar a la entrevista. Cuentos bifrontes es el título que se le ocurrió a Mercy. —¿Usted escribió esto en inglés o alguien se lo tradujo? —me preguntó el rubito.” —Lo traduje yo misma.” Al momento me arrepentí, por a lo peor saber inglés me hacía sospechosa de querer quedarme. Pero quién quita y prefieran a un quedado que masculle la lengua a otro que llegue sin saber decir ni good morning.” Recogí la visa esa misma tarde. Shirley, la editora, me mandó dinero para el pasaje y los trámites porque ¿con qué los iba a pagar yo? Mi sueldo es en puros pesitos cubanos, con los que no me puedo sacar ni un boleto a Haití. Yo me gradué de licenciada en inglés en la Facultad de Lenguas Extranjeras en el año noventa y desde en-


tonces he estado enseñando el idioma a estudiantes de Estomatología. A veces les hago traducciones a los amigos que tienen casas particulares o alquilan almendrones o son guías turísticos o jineteros encubiertos, pero siempre me quedaba el bichito de intentar algo literario. Y como yo había escrito un montón de cuentos, pues me lancé a traducir algunos y al final me quedó un volumen de siete historias bilingües.” La madre del cordero era cómo y dónde darlas a conocer. En Cuba, forget it. La simple idea de publicar un libro me parecía complicadísima. Lo llevé a varias editoriales y en todas me decían que no había papel. Como en todo, hacía falta tener buenas conexiones… ¿De dónde iba a sacar conexiones yo? Si no hubiera sido por Mercy, todavía estarían los cuenticos durmiendo el sueño de los libros olvidados. Ojalá consiga plata para comprarle un regalo a mi socia. Yo voy, como dirían las monjas, con espíritu de recogimiento. Las monjas. Muchas veces me he preguntado cómo sería mi vida si me hubiera metido a Hija de la Caridad, cosa que pensé hacer seriamente cuando ir a la iglesia era diversionismo ideológico. Quién sabe si sería más feliz. Vocación, lo que se dice vocación, no tenía, pero tampoco la tenía para el matrimonio y me casé.” ¿Cómo es esa poesía de Frost? Two roads diverged in a yellow wood, and sorry I could not travel both . Monja o casada con el Vejestorio son los dos primeros caminos que me vienen a la mente cuando me da la majomía por pensar en lo que no fue, pero pudo haber sido.” Al Vejestorio lo conocí en mi trabajo, donde se apareció con una delegación de yumas y canadienses que querían saber sobre los métodos usados por la odontología cubana. Era dentista retirado, me dijo, y siempre había sentido curiosidad por conocer la isla. Me tocó ser su intérprete porque yo era la única que hablaba inglés en la facultad. En esos años ya estaba madurita, con treinta años en las costillas, pero no pasada como ahora. Si bien no era ninguna belleza criolla, con el culo descomunal y las curvas peligrosas con que nos imaginan los del mundo exterior, tenía buenas tetas, que todavía no se me habían caído, y una cierta sandunga que al señor le gustó. Me invitó a salir y yo —aunque con miedo, porque entonces si te veían andando con extranjeros, te colgaban el cartelito de jinetera— acepté a ver qué se me pegaba.” Me llevó a la Divina Pastora y al Polinesio y yo, que estaba crujiéndome de hambre por el periodo especial, saqué el vientre de penas. No pensé que llegara a más porque tenía, según su propia confesión, sesenta años cumplidos. Pero después que regresó a su país siguió escribiendo y llamándome, y a los seis meses estaba otra vez en La Habana. Al cabo de quince días de romance me propuso matrimonio, de lo más embullado el hombre, y me ofreció llevarme a vivir con él a Tampa.” Yo le dije que sí, aunque hacerme tilín, la verdad es que no me lo hacía. Orgasmos, los únicos que he tenido en mi vida han sido con esta mano blanca, de palidez de lirio, de suavidad de seda. Con los hombres, nananina jabona candado y menos con un vejestorio mandado a recoger. Pero a ver si iba a pedir limosna y con escopeta. Mi abuela fue quien lo bautizó como el Vejestorio, y se llenaba la boca diciendo que el tipo estaba bueno para ella, no para mí. —A ése no se le para ni tocándole el himno nacional

4

—me decía la grosera. A pesar de sus burlas, igual me aconsejaba que me casara con él. —Hija, si después no te conviene le das una patada por el fondillo y te buscas otro. Pero, como quiera que sea, ya estás del lado de allá y empezando una Nueva Vida. Así lo decía, con mayúsculas. Pragmática la doña. Si hubiera tenido veinte años menos, me levantaba al tipo. ¿Por qué no le hice caso? En parte, porque mi madre se metió a decir que cómo me iba a ir con un desconocido a tierra extraña, donde yo no tenía ni un primo tercero. Que capaz de que el viejo me pusiera a putear. ¿Y qué iba a hacer si era él quien me daba la patada y tenía que irme a vivir debajo de un puente? Aunque supiera inglés, tampoco tenía más oficio que enseñar el idioma y no era cosa de bailar en casa del trompo. ¿De qué iba a vivir si el Vejestorio se hartaba de mí? —Tú que nunca has sido muy espabilada, ¿cómo te las vas a arreglar sola en alma por allá afuera? —me preguntaba mami—. Además, fíjate en lo feo que está el tipo.


Teresa Dovalpage. Foto Delio Regueral

Todo arrugado y se le está cayendo el poco pelo que le queda. —Lo peor no es que se le caiga el pelo, sino que se le caiga el palo —remachaba abuela. El Vejestorio, ilusionado, regresó a Tampa con el sí de la niña y empezó a hacer las gestiones para llevarme con él. Pero entre la matraca de mi madre y el enredillo con Yuniel, el matrimonio y mi Nueva Vida se fueron a bolina. Ay, Dios mío. El avión ya está entrando a territorio americano, aunque no hace ni media hora que salimos del aeropuerto de La Habana. Yuniel no era malo. Ni bueno tampoco. Ni gordo ni flaco, ni guapo ni feo. Era una nulidad en dos patas, de esos tipos a los que en un grupo de gente nadie los toma en cuenta y terminan arrinconados. Tenía dos o tres años más que yo y tampoco se había casado. Empezó a darme vueltas justo cuando me volví popular en la facultad porque había conseguido un yuma. ¿Qué volá con la flaca esa? se preguntaban las envidiosas. ¿Tendrá un diamante en la florimbamba la muy mosquita muerta? Si ellas supieran, me reía para mis adentros. Aunque tuviera una mina de diamantes en las entretelas, el pobre Vejestorio jamás habría podido dar con ellos. Todavía no se había inventado el famoso Viagra y él tomaba de esas pastillitas que fabricaban en Cuba, el PPG, que decían que era para el colesterol, pero los hombres la tomaban para fortalecer el pito. A veces funcionaban, pero la mayoría del tiempo, no. Yuniel trabajaba también en la Facultad de Estomatología como higienista. Hasta esa época no habíamos pasado los buenos días, pero de repente empezó a interesarse en mí. —Quédate aquí, mamita, que el periodo especial no va a durar toda la vida. Cásate conmigo, que yo voy a tenerte como a una reina.” Yuniel era mejor parecido que el vejestorio, claro. Y tenía más palabrería —comoquiera que sea, las cosas en el idioma de una suenan mejor. Me acosté con él un par de veces y aunque tampoco nada de fuegos artificiales, el hombre traía más empuje y me hacía sentir... no sé, deseada, vaya. Luego se volvió posesivo. Acaba de mandar al diablo a ese fulano y ven a vivir conmigo, me conminaba. La voz de la aeromoza me saca de mis recuerdos y me hace rebotar en la realidad. ¿Un sándwich? ¿De jamón y queso? —Por favor, compañera ¿a cuánto? La mujer me mira con una media sonrisa de burla o de compasión. —Es gratis.

Bueno, gratis hasta las bofetadas. Me lo trago de cuatro mordidas. Y nada, que azuzada por Yuniel le mandé una carta muy fina al Vejestorio, explicándole que lo había pensado mejor y había decidido quedarme en Cuba. El pobrecito me llamó enseguida, descorazonado, pero cortés.” —Lo comprendo —me dijo—. Soy demasiado viejo para ti y esto ha sido sólo un bonito sueño. Gracias por hacerme soñar, aunque al cabo me despertara. Yo estaba esmorecida del llanto cuando colgué el teléfono. Algo me decía que estaba metiendo la pata, que estaba tirando mi futuro a un mar infestado de tiburones. Pero no reaccioné y nada, me ofusqué y me cerré ese camino. The road not taken, como diría Frost.” Total, el matrimonio con Yuniel fue un rotundo fracaso. Fuimos a vivir a su casa, pero allí estaba su madre, que no me podía ver, y mi cuñada, divorciada y madre de tres chiquillas malcriadísimas. Y yo, acostumbrada a tener mi espacio, no aguanté ni un mes. Entonces él se mudó con mamá, abuela y yo, pero tampoco eso resolvió la situación porque allá quien sentía que no tenía “su espacio” era él. Cada uno en su casa y Dios en la de todos, decía abuela, que nunca lo tragó. Le echaba la culpa de que yo había perdido la Oportunidad de mi Vida. Y mi madre, que tampoco tenía paz con nadie, se la pasaba refunfuñando, vigilando lo que Yuniel hacía y quejándose cada vez que nos sentábamos a comer porque era una boca más que llenar. Luego estaban los problemas de cama. Él me acusaba de no saber moverme, de ser muy pudibunda, de no saber cómo excitarlo… Ah, ¿por qué no me dijo eso cuando yo andaba con el Vejestorio? Entonces lo excitaba la competencia, pero una vez que el rival desapareció, el interés sexual de mi marido hizo mutis también. Al cabo de año y medio nos divorciamos. Al veme sola, fané y descangallada como en el tango me tragué el orgullo y le escribí otra carta al Vejestorio dándole mil explicaciones, pero nunca me contestó. Y yo, aunque conservaba su número, no me atreví a llamarlo por miedo a que no me aceptara la llamada, que era a pagar allá. ¿Vivirá todavía? ¿Se acordará de mí? Pensé invitarlo a mi presentación, pero no me decidí. Lo más probable es que esté en un asilo o se haya muerto ya. Ah, si volviera a vivir lo haría todo distinto. ¡Si volviera a vivir! Pero ¿acaso no estamos viviendo a la vez muchas vidas? Yo tengo una teoría que nunca me he atrevido a compartir con nadie: la tan llevada y traída doctrina de la reencarnación no significa que vivamos mil vidas diferentes, sino que estamos viviendo una sola en muchos planos paralelos. En una vida yo estoy viviendo en Tampa con el Vejestorio y en otra me he metido a monja y en una tercera he seguido casada con Yuniel y así hasta la eternidad. Así resulta que somos inmortales porque las posibilidades, como el universo, son infinitas. No hay road not taken porque tomamos todos en algún momento de esta travesía del vivir. ¡Qué bandazo ha dado el avioncito! Se me han bajado los sesos al estómago. Me olvido de las teorías y muevo los dedos de los pies dentro de los zapatos de Primor que me

5


Teresa Bevin quedan chiquitos, pero son los mejores que tenía. La blusa azul que traigo puesta (muy fina, con encajes) es de mamá. La última vez que se la puso fue cuando mi boda con Yuniel, y mira que ha llovido desde entonces. El pantalón es de látex, feísimo, pero al menos no tiene huecos ni desgarrones. —Comenzamos el descenso a Miami. Abróchense los cinturones de seguridad.” Qué rápido se me ha hecho el viaje. Más tiempo toma trasladarse de Centro Habana a Mariano. Aterrizamos, pero todavía no nos dejan bajar y me queda tiempo para rememorar, que es lo único que se puede hacer cuando una tiene que estarse quietecita y sin abrir la boca. Hablando de bocas, la señora que está a mi lado se ha quedado dormida con la suya abierta. Suerte que no hay moscas. La pobre, se parece a mi abuela el día que se murió… Después que abuela se fue al otro lado, mami y yo empezamos a llevamos mejor. Ella ha reconocido que tiene mal carácter y que en muchas cosas estaba equivocada, entre ellas su actitud cuando lo del Vejestorio. “Si te hubieras casado con él, otro gallo nos cantaría,” me dijo una vez. No creo que el gallo, que ya debe estar como el de Morón, sin plumas y cacareando, vuelva a meterse en mi gallinero, pero ya veremos. Ya veremos, dijo un ciego y nunca vio. Ay, qué nerviosa estoy. Y pensar que del aeropuerto vamos derechito a la Feria, pues el panel donde participo celebra esta misma tarde. Shirley me dijo por teléfono que me alojaría en el hotel Marriot, que la Feria lo paga. ¿Pagará también mi comida? Porque no voy a pasar hambre en un hotel, por muy Marriot que sea. Menos mal que me embutí el sándwich.” Pasar el Control de Aduanas fue más fácil de lo que pensaba, con mi visa, mi pasaporte y la cara de tranca que pongo

6

siempre que me toca lidiar con las autoridades. Pero me costó Dios y ayuda dar con un baño en este aeropuerto que parece una ciudad en miniatura, con restaurantes, tiendas y peluquerías. Ah, qué alivio es vaciar el vientre. Y también una precaución, porque qué vergüenza si me entran ganas de hacer caca en medio de la lectura. Dios mío, me he embarrado las manos. Pensar que estoy por fin en territorio americano, en la tierra de Frost y de Whitman, y yo con las manos cagadas. ¿Cómo se abrirá esta pila? ¿Será que se fue el agua, igual que en Centro Habana? No, a la mujer que usó lavamanos antes que yo le salió un chorro grandísimo. ¡Pero si esta cosa no tiene llave! ¿Cómo se supone que salga la puta agua? Y aquí no hay a quién preguntarle. No me voy a presentar en la Feria con los dedos oliendo a porquería. Ya sé, voy a lavarme con agua del tanque. Avemaría purísima, ¡estos inodoros no tienen tanque! Qué va, una cosa es ir mal vestida y mal calzada, pero maloliente, eso no. A ver, el agua de la taza esta clarita porque la cadena se haló sola hace un momento. Deja meter las manos. Nada, si está más limpia que la cisterna de mi casa, que siempre está repleta de gusarapos. Perfecto. Ahora me las seco bien en este papelito que sale solo... Ya no hiedo. Qué mal rato he pasado, Virgen del Cobre. Ahora a buscar a la editora y… —¡Teresa!” Ésa es la Shirley. Se ve mejor en persona que en las fotos. Hola, hola, besos, ven que apenas tenemos tiempo para llegar.” El camino del aeropuerto a la feria es un despiporre de luces: las de los edificios, las de los otros carros y las de los anuncios. Al pasar ante una vidriera, los ojos centelleantes de los arbolitos de Navidad me saludan con guiños de complicidad.


Media hora más tarde estamos en el salón donde tendremos la subsistir. Mientras el hombre habla y habla, encantado de tener presentación. Somos tres. Las otras dos parecen escritoras de quien lo oiga, un tipo se le acerca por detrás y le estampa un verdad. Vaya, que tienen cara de escritoras y llevan con sandunga garrote en la cabeza. El cuento termina con la horda de escritoril esa tarjetica que nos han colgado del pescuezo. Yo estoy harapientos hambreados dándose banquete con el sobreviviente.” toda aciscá. Luego parece que todos se han puesto de acuerdo No sé si les habrá gustado. Me aplauden, pero supongo que para preguntarme lo mismo: qué me parece la visita de Obama a aquí aplauden a todo el mundo. Se abre la sesión de preguntas y Cuba y si creo que las cosas van a cambiar. No sé qué contestar. la primera me la lanzan a mí; viene de una muchacha joven con ¿Que todo sigue igual, como diría Julio Iglesias? ¿O que no es lo aire de pazguata. ¿Por qué mi historia no trata sobre Cuba? Ah, mismo, pero es igual, según Silvio Rodríguez? ¿Que yo sigo con cará. el mismo par de zapatos que me compré para los quince y que ya —Yo escribo para olvidarme de lo que me rodea —le me hicieron ampollas? ¿Que al menos no tuve que pedir visa de digo—. De que no hay agua, de que no hay comida, de si hoy salida como se usaba en otros tiempos? ¿O los mando al carajo van a quitar la luz, entonces me invento algo distinto (hasta para que no me jodan más? peor si viene al caso) para no acordarme de las cosas En la sala de la lectura hay como cien personas, seguro desagradables que tengo al lado, ¿entiende? que han venido por las otras dos. Me siento en un rincón y me Alguien del público sugiere que el cuento es una hago la que estoy leyendo el programa mientras observo al público metáfora de mi realidad, pero como no es una pregunta, me con disimulo. Hay mucha gente joven, por eso se destaca más un hago la boba y dejo que corra la bola. Metáfora ni un cohete. señor calvito que se da, desde lejos, un aire al Vejestorio. Pero no Las luces me dan en plena cara y siento que se me llena la cabeza puede ser. No puede ser que se haya enterado de mi presentación, de pulsiones rojas, verdes, amarillas, un arco iris multicolor que ni que yo fuera una famosa. No puede ser que haya venido desde estalla ante mis ojos atónitos.” Hacen otra pregunta que va Tampa para verme la cara, después que no nos hemos comunicado dirigida esta vez a una de las autoras de verdad. Yo aprovecho durante veinte años. No puede ser.” Leemos. Leen ellas, las para mover los dedos de los pies, y me sorprende no sentir las escritoras de verdad, primero, y yo al final. Me arriesgo con el ampollas incubadas durante el viaje. Miro hacia abajo y me llevo cuento más corto, que es fantástico y se titula “El Sobreviviente el susto de la vida porque los zapaticos de Primor han de la Catástrofe.” Empieza con la descripción de un refugio que desaparecido. En su lugar llevo unas sandalias blancas y una familia ha construido porque saben que el día menos pensado nuevecitas. Los pliegues de una saya de mezclilla caen sobre les zampan un bombazo por la cabeza. La mis rodillas. La blusa azul con encajes se familia son los padres y un chiquito de siete ha transformado en un pulóver negro. En años. Y resulta que dan la alarma de el dedo anular de la mano izquierda llevo bombardeo (eso lo saqué de una película un anillo de oro. ¿Qué coño es esto? rusa) mientras los padres están en el trabajo Termina la presentación. Me dejo y el niño en la casa, de modo que único que saludar por los que dicen ser mis lectores. se puede meter en el refugio y salvarse es Como autómata firmo ejemplares de los él. El refugio está bajo tierra y diseñado para Cuentos Bifrontes. Se vacía el salón. Shirley alimentar a tres personas durante medio se despide, se aleja y me deja junto al calvo siglo. El muchacho se queda allí por años y que distinguí antes en la audiencia y que años. Cada vez que intenta subir a la es, sin duda alguna, el Vejestorio. Hoy más superficie, el refugio, que es una casa Vejestorio que nunca, con ochenta años en inteligente (eso lo saqué de Bradbury) le las costillas, que me dice en inglés que lo Teresa en la Feria del Libro de Miami bloquea la subida porque toda esa zona está he hecho muy bien y que está proud of me. cundida de radioactividad. A los cuarenta No le contesto porque temo que me falle la años del zambombazo nuclear, el protagonista, que se ha criado a lengua, todas las lenguas que conozco, y lo sigo en silencio sí mismo, descubre un día que ¡por fin! ya va a poder salir. Y hasta un carro que espera en el estacionamiento cercano. No se decide subir a ver lo que ha pasado con el mundo.” Puesto que no me ocurre qué decir ni qué hacer. ha tenido roce con la gente en tantos años, está asustado. Como Me acomodo en el lado del pasajero mientras él se yo ahora, vaya. Está gordísimo porque comida no le ha faltado y pone al timón. Abro una bolsa que estaba en el asiento y veo ejercicio no había modo de hacer en el refugio. Pesa trescientas una billetera. La abro y me salta a la vista la foto de un muchacho libras y se mueve con dificultad. Llega a la superficie y ve los que se parece a mí, pero con los ojos del Vejestorio. Es un chico restos de su casa, un coyote mutante con seis patas y un pajarraco como de catorce años. ¿Un milagro del Viagra o del PPG? con plumas que parecen púas y que por poco le saca los ojos. El Vejestorio se queja de que le duele la espalda y me Empieza a caminar y llega a un bosque, porque la ciudad está dice que va a necesitar un masaje con Neosporin cuando invadida por la vegetación. Allí encuentra a un grupo de gente, lleguemos a la casa. No me habla como a la amante perdida y todos flaquísimos y cubiertos de andrajos, alrededor de una encontrada al cabo de dos lustros sino como a la esposa de los hoguera. Con la voz ronca les dice quién es y les pregunta qué años. Sonrío y digo que sí, que cómo no. Mi marido conduce sucede. Pero apenas lo entienden porque en cuatro décadas la entre la marejada de vehículos que atiborran las calles. Cruzamos humanidad ha involucionado. La civilización está destruida; no la ciudad guiados por los guiños de los semáforos, y yo me dejo hay comida ni a quién pedírsela, de modo que la vida se les va en conducir, como a tiendas, por aquel camino que no tomé.

7


La Regenta en La Habana

/ Teresa

Dolvalpage

Teresa Bevin

Fragmento de La Regenta en La Habana (Editorial Edebé, España, 2012) De un sueño dulce y profundo, poco frecuente en él, despertó Quintanar aquella mañana con más susto que solía, aturdido por el estridente repique de aquel estertor metálico, rápido y descompasado. Venció con gran trabajo la pereza, bostezó muchas veces, y al decidirse a saltar del lecho no lo hizo sin que el cuerpo encogido protestara del madrugón importuno. El sueño y la pereza le decían que parecía más temprano que otros días, que el despertador mentía como un deslenguado, que no debía de ser ni con mucho la hora que la esfera rezaba. Estuvo a punto de cerrar los ojos y volverse a acostar, pero la idea de que Frígilis llegaría a la huerta y tendría que esperar por él le aguijoneó la conciencia, despabilándolo. Pero qué modorra aplastante, qué entumecimiento de miembros… Quintanar miró por la ventana; la escasa claridad, en la que apenas se distinguían los eucaliptos del jardín, confirmó su sospecha de que todavía no había amanecido. Sin embargo, no las tenía todas consigo. ¿Y si la penumbra se debía a las nubes, al mal tiempo o a la neblina invernal que velaba la cima del Corfín? No podía consultar el reloj de bolsillo, porque el día anterior al darle cuerda le había encontrado roto el muelle real. La única forma de salir de dudas era recurrir al reloj de péndulo que se hallaba junto a la estufa.

8

Dejó escapar un suspiro y en bata y zapatillas se encaminó hacia el comedor, refunfuñando por el camino. “Cuando la desgracia entra por una casa…” Al pasar frente a la habitación de Petra lo asaltó la tentación de despertar a la criada con cualquier pretexto, de sorprenderla en camisa de dormir o aún más desabrigada. El recuerdo de una liga roja que le había visto en varias ocasiones (una liga que descubriera luego en la cabaña de los marqueses, a saber cómo había ido a parar allí) le dolió cual la quemadura de un cigarrillo. Eran celos, celos por causa de la liviandad de la rubia impúdica, y al mismo tiempo, deseos furiosos de solicitar los favores de aquélla, de hurgar en sus intimidades de mujer. ¿Por qué no entraba al cuarto? Nadie se enteraría. Y Petra no habría de resistirse, de eso estaba seguro. ¡Tantas noches se había presentado ante él a medio vestir, fingiendo un descuido inocente en que Quintanar no creía! Recordó con un estremecimiento las carnes blancas y fuertes de la doncella, mal cubiertas por una chambra vieja que le había regalado Ana. Pero era culpa suya, de Quintanar, el no llevar jamás a feliz término sus tímidos conatos de seducción. Solía quedarse a media miel, por falta de valor e incluso de deseos. Don Álvaro sostenía que el don de la constancia era imprescindible en esta clase de empresas. Y cuando el gallo vetustense, experto en la materia, lo decía… El ex-regente dio unos pasos en dirección a la puerta


y se asombró de encontrarla entornada. “Si me estará esperando…” pero la mente se le despejó de pronto. Recordó que el propio don Álvaro había despedido a la doncella el día anterior, a instancias suyas. Recordó también que Petra se había vuelto insoportable. En las últimas semanas había estado más respondona, holgazana e insolente que nunca. Quintanar no se atrevía a reprenderla y temía que en cualquier momento le revelase a su ama las tentativas de seducción de que había sido objeto, callándose, la muy taimada, sus desvergonzadas provocaciones, a las que él había resistido, durante años, como un casto José. Fue entonces que don Álvaro, siempre dispuesto a ayudar, se ofreció a ponerla de patitas en la calle para evitarle el mal rato a su amigo, y había cumplido su promesa. Petra ya no estaba en el caserón. Aunque Quintanar se alegraba en el alma de verse libre de aquel testigo y semi-víctima de sus flaquezas no pudo evitar un brote de nostalgia. “Y pensar que habrán de transcurrir días, meses tal vez, antes de que me acostumbre a su ausencia. En el fondo yo la desprecio, claro. Esa chica es una scortum, como dice don Saturnino… Y yo sé lo que le debo a mi esposa, a la sociedad y a mí mismo, pero de todas formas… Podía haber llegado más lejos, de habérmelo propuesto.” Se encogió de hombros, siguió andando y pasó de puntillas ante la alcoba de su mujer. Entonces advirtió la franja de luz que se filtraba por debajo de la puerta. Era una línea brillante que cortaba como un cuchillo la opacidad del corredor. “¿Estará en vela la pobrecita?” la idea lo sobresaltó y lo puso de mal humor, como solía ocurrirle cada vez que se imaginaba una posible recaída de Ana en su padecimiento nervioso, o lo que fuese. Don Víctor odiaba con toda su alma esa dolencia misteriosa (él no entendía de nervios) que había mantenido a su mujer bajo la influencia deletérea del señor magistral y propiciado mil extravagancias. La última, aquella procesión del Viernes Santo en que la Regenta recorriera las calles de Vetusta descalza y en hábito del Carmen, casi del brazo de su confesor… Gracias a Dios ya aquello había acabado. El misticismo, los ataques de nervios, las visitas constantes a la Catedral y la presencia del magistral en la casa eran agua pasada. Don Robustiano, el médico de la nobleza, le había dicho que la salud de la Regenta estaba asegurada después de los baños de mar y que doña Ana se encontraba “como un roble,” física y psicológicamente. No obstante, Quintanar seguía intranquilo. Aquella luz encendida le molestaba, sin que pudiera comprender por qué. Se dirigió a la puerta y trató de abrirla, pero el cerrojo estaba corrido por dentro. Entonces tocó en la madera con los nudillos: —Hija, ¿no duermes? Al escucharlo, Ana y Álvaro dieron un salto al unísono sobre el lecho desordenado. La Regenta se abrazó a su amante. —¡Jesús mil veces! Lo que yo me temía… —Calla, tonta —musitó don Álvaro, no menos asustado, pero tratando de mantener la calma—. No te asustes. Si sospechara algo no llamaría así. Levántate y ve a abrirle.

—¿Y tú? —Me esconderé debajo de la cama. —¿Estás loco? —Es la única salida. Anda, ve. Don Álvaro se agazapó y se introdujo a gatas bajo el lecho, estremeciéndose al contacto con la piel de tigre que le servía de alfombra a la Regenta. Se comparó con un animal perseguido hasta su cubil y, por asociación de ideas, recordó la puntería de don Víctor, que tenía fama de gran cazador. Si lo sorprendía allí, le asistía todo el derecho de matarlo a sangre fría. Antiguo magistrado, Quintanar sabría que aquél sería considerado un crimen pasional y digno de disculpa… ¿Y cómo podría él defenderse? Mesía guardaba un puñalito cincelado entre sus ropas, pero no se atrevía a salir de su escondite para buscarlo. Hecho un ovillo, con el espinazo pegado al bastidor, el tenorio vetustense procuró

Teresita con su gato Teresita lectora

9


serenarse. Lo más probable era que don Víctor tuviera dolor de cabeza, o insomnio, o simplemente ganas de charlar. El viejo confiaba a ojos cerrados en su mujer. Nada sucedería. Y respiró profundamente. Aquella situación le traía a la memoria las aventuras locas de su juventud. Cuántos, cuántos años debía retroceder en la historia de sus amores para encontrarse huyendo, a cuatro patas y desnudo, de un marido celoso… ¡Cómo se reirían Paquito Vegallana, Joaquín Ordaz y los demás trasnochadores del Casino cuando oyeran el cuento! A pesar del lado cómico del lance, Mesía no podía evitar la aprensión que había hecho presa en él. Si don Víctor lo descubría por casualidad y corría a buscar su escopeta… (En ese caso, él tendría la oportunidad de lanzarse por el balcón, se consoló, y escapar aunque fuese en cueros vivos.)

Pero si ya sabía algo y venía armado, listo para limpiar su honor... Don Álvaro se acordó de una conversación que sostuviera con Quintanar varios meses atrás, en el teatro. Con motivo de la representación de Don Juan Tenorio, el exregente había aludido a la posibilidad —hipótesis absurda, la había llamado— de que su mujer le faltase. A ella había amenazado con darle una sangría suelta. “Y en cuanto al cómplice,” había dicho, “lo traspasaba; sí, prefiero esto; la pistola es del drama moderno, es prosaica; de modo que le mataría con arma blanca.” Don Álvaro empezó a sudar frío, creyendo sentir el filo de una espada en los omóplatos. Aquella misma espada de gavilanes en el puño, que Quintanar guardaba en su despacho… Cerró los ojos y se encogió todavía más. No había nada qué hacer. Sólo le quedaba confiar en la habilidad de Ana Ozores y en la candidez de su víctima.

Algunos libros de Teresa Dovalpage

10


TERESA DOVALPAGE: NUESTRA ESCRITORA INVITADA Teresa Dovalpage nació en La Habana y ahora vive en Hobbs, donde es profesora del New Mexico Junior College. Ha publicado nueve novelas y tres colecciones de cuentos. Su libro más reciente es Death Comes in through the Kitchen (Soho Crime, 2018), una novela policíaca que tiene lugar en Cuba y que fuera escogida por Penguin Random House Library entre las obras con las que celebró el Mes de la Herencia Hispana. Fue también elegida Libro del Mes de Las Comadres en octubre pasado. Su primera incursión en el género detectivesco le ha proporcionado a la autora muchas satisfacciones, pero también momentos embarazosos, como cuando los lectores creen que ella realmente sabe cocinar y le piden recetas “auténticas de Cuba.” “Ahora sí que de verdad tuve que aprender a hacer un ajíaco,” dice. “¡No es fácil!” Sin embargo, su participación en Christmas Traditions from Around the World en el Western Heritage Museum ha confirmado que ya le cogió el gusto a la cocina. Su arroz con pollo, cuya receta aparece en la novela, fue un verdadero éxito entre los asistentes al evento. Cuando no tiene la nariz metida en ollas y sartenes, Teresa continúa Teresa Dovalpage escribiendo. En 2019 saldrá su segunda novela policíaca, “Queen of Bones”, también con Soho Crime. En el tiempo que le dejan libres las clases conduce el programa semanal bilingüe Música y Libros/ Music and Books en Radio T-Bird, la emisora del New Mexico Junior College. Entre sus obras publicadas están A Girl like Che Guevara (Soho Press, 2004), Muerte de un murciano en La Habana (Anagrama, 2006, finalista del Premio Herralde), El difunto Fidel (Renacimiento, 2011, premio Rincón de la Victoria en España), Habanera, a Portrait of a Cuban Family (Floricanto Press, 2010), La Regenta en La Habana (Grupo Edebé, 2012), Orfeo en el Caribe (Atmósfera Literaria, España, 2013) y El regreso de la expatriada (Egales, 2014). 11


Karin Aldrey

Karin Aldrey ·

(Tenía una deuda pendiente con usted…) Ya recordó en dónde están los límites… se lo dijo una bruja hace cuarenta y cinco años cuando se encontraba en el Mar Init de 12 y 23 tomando una sopa de pescado mientras miraba a la gente pasar sin prisas ni intenciones. Pero ella llegó con su batilongo vaporoso

12

su collar azul blanco su pañuelo enroscado en la cabeza sus pulseras de colores ancestrales. Le dijo: Eres hija de Yemayá tienes un tío que morirá de un grano en el pulmón una hermana que se tiene que hacer santo porque los espíritus se la quieren llevar un niño de tu familia se caerá por un barranco pero solo se hará un chichón tu madre te comprende eso es bueno cuidado con las palabras te viene un disgusto


dice San Lázaro que le digas a tu padre que viajará a una tierra en la que veo un desierto muy grande como la luna tú lo seguirás y un día con tus manos pintarás esa luna los pájaros de Obbatalá la luz de los muertos cielos que nunca se han visto tendrás dinero y lo perderás amores y los perderás pero en la vida no existen los límites al final bailarás una rumba sobre una tumba. Y se echó a reír luciendo unos dientes amarillos manchados por el tabaco los años de predicciones la dureza de la vida que le había regalado el don de ver el más allá

con esa frescura tibia de las almas envueltas en miel. Después la invitó a cenar para premiar su esfuerzo y estuvieron conversando hasta que las luces de la ciudad se encendieron y la brisa del océano la agarró de su mano para llevársela flotando en el espejo de la noche quién sabe a dónde… Poema de su libro Noctibus | Linden Lane Press | 2015

KARIN ALDREY: Pintora, escritora y poeta, nació en la provincia de Holguín (Cuba, 1950). Fundadora y directora de la publicación La Peregrina Magazine, es la autora de Aceite (Linden Lane Press, 2011), con 19 ilustraciones de su obra plástica a todo color, y poesía. Ha publicado, entre otros, Me llamaba Betsabé, Soy un dinosaurio, California, Eva desde el Cosmos y otras historias, y Estatuas frente al muro, éste último también por Linden Lane Press (2015). Reside en Miami.

MATÍAS MONTES HUIDOBRO

De venta en Amazon 13


Maya

Islas Patricia Corzo

Tormentas

La vida por sí misma explota en momentos de existencia. Fotos quietas recogen el gesto de la mano que se deja besar por una boca.

Estoy creciendo frente al olor de los huesos, y es mágico el momento de esquina a esquina.

Las formas son un hijo dormido mientras la madre se ama frente a una estrella.

De nuevo, como ave, recorro todos los rincones del aire;

El alma del poeta siempre es este mapa filosófico

el agua me sigue en un lenguaje que incluye al horizonte doblando su espalda,

de pensamientos rotos que saltan detrás de la conciencia como si fueran sirenas abandonadas

imitando a un hombre*

estallando sin piernas frente a la noche. Es allá, en esa divinidad que se percibe

*escultura de Rodin

en las hojas que caen por la mirada, desde donde me lanzo hacia los bordes del silencio. Cualquier sonido se convierte en un mar que aprende a deslizarse sin sus olas; mi cuerpo fuerte emana la palabra que gira en la boca asustada por los vientos.

14

MAYA ISLAS: Cabaiguán, Cuba, 1947, poeta y artista visual que reside en Estados Unidos desde 1965. Trabajó durante más de veinte años en The New School University en New York como consejera estudiantil en el programa Parsons School of Design. Ha publicado varios poemarios: Sombras- papel, La mujer completa, Acompañando a Vicente, Merla, Quemando luces, Isla: el libro imposible (con Margarita García Alonso), Altazora dos, y La divinidad que devora. Enseñó en la Universidad de Houston, ciudad en la que reside.


Manuel Ballagas Ladrón de almas “How do you shoot the Devil in the back?” Roger ‘Verbal’ Kint The Usual Suspects

Hace años tuve la desdicha de caer preso. Yo era joven en ese entonces, gracias a Dios, y tenía vida que derrochar. A los viejos la cárcel los tritura y arrebata el poco aliento que les queda. A mí el presidio me vapuleó bastante, pero al menos me dejó sanos los huesos. Aquí estoy. Al principio me guardaron en una cárcel antigua, repleta de alimañas. Allí sobreviví trocando cigarrillos por puñados de gofio y azúcar prieta. Entonces, un día me montaron en una cordillera y fui a parar a un campo remoto, tan lejos que nadie le había puesto nombre todavía. Las barracas no tenían corriente y la cocina funcionaba con leña del monte. El agua la sacaban de un río, cubito a cubito. Cagabas donde te entraban ganas. Llegamos de noche oscura y los presos que nos recibieron con mechones encendidos nos dijeron que aquello era el infierno. No bien nos apeamos de la rastra los guardias empezaron a arrancarnos las pertenencias y las fueron

Patricia Corzo

echando todas a una hoguera. Después, nos metieron a punta de bayoneta y patadas dentro del campamento. ¿Qué habíamos hecho para dejarnos casi desnudos? No sé. Se me ocurrió que debía huir antes que consumirme allí; pero el sitio estaba rodeado de zanjas llenas de estacas afiladas y rollos de alambre de púa. La guarnición custodiaba el perímetro día y noche con la ayuda de perros de presa. Al oscurecer se oían alaridos y disparos. No había escapatoria. Pero me puse de suerte, porque un preso viejo murió esa noche. Le entró una tos fuerte y empezó a escupir sangre. No sé cuándo se fue su alma; lo hice a un lado y ocupé su litera. También heredé su ropa y sus féferes. Aquel campamento era especial. Se construía algo allí. Se daba pico y pala y arrastrábamos carretillas; pero nunca entendí bien para qué. Al fin, un día me montaron en otra rastra y me llevaron a un lugar mejor. Nunca supe por qué ni lo pregunté. Las bendiciones no se discuten cuando eres esclavo. De no ser por la gentuza con que uno tropieza, y lo mucho que se aprende ahí de la maldad humana, la cárcel sería peor que la muerte. Por fortuna, yo siempre he sido muy observador y cada día adivinaba una emboscada o descubría a alguien singular entre las rejas. Así conocí al ladrón de almas. Le llamaban Atentado, pero no tenía talante de matón. Era enclenque y paliducho. Un alfeñique despellejado

15


por el rigor del cautiverio. Con sus espejuelos enormes semejaba un mero insecto; pero ojo: al menor descuido te afanaba el ánima. Tú mismo se la dabas sin darte cuenta. No recuerdo cuándo le conté la historia de mis calamidades. Ha de haber sido una noche que estaba aburrido, entre cigarro y cigarro. El preso habla mucho y él tenía la maña de escuchar. Para cuando sentí el vacío era tarde; se había largado conmigo a cuestas. Se colgó mi vida y milagros como un disfraz y empezó a propagarlos como propios. Era incansable. Pronto comencé a tropezar con su rastro dondequiera. Todos me lo decían: Supe que vagaba de cárcel en cárcel plagiando vidas ajenas que luego dilapidaba en chácharas pretenciosas. Un día se daba ínfulas de ingeniero saboteador, al siguiente de alzado en armas, y otro de poeta lenguaraz. Su rostro era una máscara birlada que cambiaba a voluntad. No faltaba quien le admirara. Y al fin, cuando consumió la última migaja de mi triste existencia, se dio a revolver mi historia. Me vistió de sus propias llagas, tildándome de falsario y de traidor. Empezó a achacarme todas sus desgracias y a menudo se lamentaba de hallarse en la cárcel por mi culpa. Todos empezaron a desconfiar de mí. Me vi de buenas a primeras confinado en un calabozo, presa de las chinches y los malos recuerdos. Estaba solo casi siempre; pero aun allí no hallé paz ni resguardo. Sazonaron una vez mi rancho con una pócima y otra alguien intentó estrangularme mientras dormía. Libré sólo de milagro. Se me ocurrió entonces que si quería sobrevivir, debía barrer con él de una vez y por todas. De un cepillo de dientes fabriqué un cuchillo con que arrancarle las vísceras, y una noche, asistido por un nigromante, convoqué en contra suya a todo un ejército de maléficas sombras. De nada me valió. El impostor se las arreglaba para eludir el filo de mi puñal y el flagelo de mis maldiciones. No bien parecía que iba a alcanzarle, le largaban a otro lugar, donde seguía vilipendiándome a sus anchas. La fortuna le empujaba siempre un paso delante de mí. Yo no lo podía entender. ¿Qué ganaba con arroparse en mis andrajos? ¿Quién era, al fin y al cabo, cuando no era el duende de otro? ¿De qué pasado inhóspito huía robando almas ajenas? Nunca lo supe. Puede que con tanto simulacro sólo buscara conquistar una suerte de banal inmortalidad a costa del prójimo. Me di a esperarle entonces, con la paciencia de un árbol; no me quedaba otra. Necesitaba recobrarme. Nunca es fácil cuando alguien se lleva lejos tu nombre y tu historia, que es lo poco que te queda cuando te meten en chirona. Tenía que hallarle. Varias veces me enteré de que rondó mi vecindad, mas nunca logré asir sino su antifaz. Cuando le suponía fácil presa, se hacía humo y polvo entre mis puños. Se escurría al menor descuido. Nunca era él. Hasta que un día de esos asomó en el horizonte. Me pareció verle saltar, aturdido, de una rastra que

16

aterrizó de madrugada en el patio del penal. Había cambiado tanto, que casi no le discerní entre tantos uniformes, en los claroscuros del alba. Pero al fin logré reconocerle: arrastraba mi vida como un manto viejo. A partir de ese momento no me separé del cuchillo. Visité cada galera, siempre sin anunciar mi llegada. No le dejaría presentirme. Antes de extinguirle, asomaría por detrás para decirle: “Atentado, te voy a poner a cagar blandito”. Pero por más que seguí sus huellas pestilentes, no di con él en aquella cárcel. Moví cielo y tierra, indagué entre los mandantes y barraqueros. Ninguno pudo decirme qué se había hecho del impostor. ¿Se habría esfumado, a fuerza de tanto simular? Pronto supe que no. Alguien me contó que de un día para otro traspondría nuestras rejas y se iría otra vez a una cárcel distinta, pero el rumor fue sólo un ardid para despistarme y ocultarse a plena luz. Pronto me enteré de que respiraba cerca, y a muy buen recaudo, en la celda de castigo. A nadie lo metían allí a menos que rompiera los reglamentos, así que hice algo más grave aún: una noche de esas, maté de un cuchillazo a mi compadre de litera. No fue por odio, sino necesidad. No le dolió. El plástico afilado le atravesó el pulmón y se fue en sangre con la anestesia del sueño y la sorpresa. Por la mañana el oficial de guardia me mandó a prender y levantó el atestado. Dos conduces, reclutas jovencitos, me llevaron luego a la celda a punta de bayoneta. T raía ya, escondida entre mis pocos trapos, el arma con que pensaba matarle: la tapa de una lata de leche condensada, letal como navaja. Le había sacado filo de noche, con mucho tiento. Nadie iba a protegerle de mí esta vez. Camino del calabozo, me imaginé degollando con ella al charlatán. No bien los guardias abrieran las rejas iba a entrar en la oscura bartolina, listo para cortarle la yugular. Recuperaría mi vida contemplando como la suya se extinguía poco a poco en sus ojos. Pensé que le oiría gritar de miedo, pero lo que escuché al entrar en la celda fueron carcajadas largas y estridentes. Venían de no se sabe dónde y poco a poco se volvieron llanto demencial. Me quedé petrificado, porque la risa era mía. Las lágrimas también. A unos pasos de mí yacía el ladrón de almas, con los ojos muy abiertos. Un preso a quien apodaban Calígula se me había adelantado. Le había retorcido el pescuezo la noche antes creyendo que era yo.

MANUEL BALLAGAS: Nació en La Habana en 1948. Publicó su primer relato a los 15 años, en la revista Casa de Las Américas. Obtuvo mención en el Premio David de 1967 con Lástima que no sea el verano. Ha publicado dos novelas y un libro de relatos. Su libro más reciente es Malas lenguas. Es hijo de Emilio Ballagas, una de las voces más importantes de la poesía cubana. Desde 1980 reside en Estados Unidos, donde ha ejercido el periodismo en varios importantes diarios, y actualmente vive en Miami, con su esposa, la bailarina y actriz Juanita Baró.


GABRIELA DÍAZ GRONLIER LA NOCHE DE NOCHEBUENA. RELATO DE NAVIDAD “Y al ver la Estrella, se regocijaron con muy grande gozo”. Mateo

Patricia Corzo la vida de los vecinos se intuye por el parpadeo de las luces de las guirnaldas reflejadas en los cristales de las ventanas de las casas. Es invierno, estamos en vísperas de Navidad y él se encuentra entristecido. Esa misma mañana se vistió, se bebió un café y cargando a su mascota, compañero de un largo viaje, apretándolo fuertemente junto a su corazón, decidido, lo llevó a la clínica donde dieron cumplimiento a una meditada decisión, sentencia que no admitía rescate, pues el animal sufría. De vuelta a casa, Mario sintió una punzada afilada: un puñal de hoja impalpable le atravesaba la razón, que hasta ese momento lo había acompañado, y la licuaba, convirtiéndola en lágrimas, y lo cegaba, llenándolo de dudas, transformando la compasión en un dolor insoportable. Fue entonces cuando, al no encontrar una habitación donde refugiarse, cogió las llaves, el impermeable y salió sin rumbo huyendo del hogar. Así, acompañado por la lluvia, protegido por el silencio de las calles y la oscura noche que se asomaba, anduvo hasta que encontró un árbol castrado, un tronco que mostraba impotente sus anillos, dejando constancia de una vida perdida. Cansado y calado hasta los huesos se sentó durante un largo rato en el leño. Caía el agua gélida sobre su inclinada cabeza, los ojos fijos en la encharcada tierra. “Es hora de regresar”, pensó, y se puso en marcha. El viento húmedo azotaba su cara.

NO HAY NI UN ASTRO QUE BRILLE UNA LUZ SE ABRE PASO Y ESBOZA EN EL FIRMAMENTO SENDEROS EN EL CIELO Sentado en el tronco de un árbol, Mario observa cómo la lluvia es tragada por los charcos enlodados. El viento atiza su cara y sus ropas están empapadas. Ha llegado hasta allí atravesando las callecitas vacías de su urbanización, donde

Un temblor nervioso, cierta vibración debajo de un montón de hojas secas que alfombran un abedul, llama la atención de Mario que se agacha y, sin pensar, se quita los guantes y se

17


pone a escarbar con sus huesudas manos, echando a un lado trocitos de corteza, hojuelas y ramitas podridas. Ejecuta el movimiento con firmeza, pues presiente que debe dar auxilio. La lluvia que cae sobre el impermeable, la lluvia tragada por la tierra, la lluvia acumulada en los charcos, la lluvia continua y los helados dedos que escudriñan a ciegas. ¡Por fin!, los tensos nervios encuentran respuesta. Las manos de Mario han descubierto vida debajo de las hojas secas. Se trata de un pájaro herido, un zorzal charlo, un pajarito peleón y pendenciero que anida en los tejos, es el pájaro cantor al que Dios ha encomendado la misión de anunciar la llegada del invierno. Ahí van camino de casa dos almas que hasta hace un instante compartían desconsuelo sin siquiera conocerse; dos almas necesitadas de ternura, dos almas latiendo adoloridas. El hombre y el pájaro atraviesan las desiertas callejuelas entre villancicos y luces que anuncian la Navidad. Huele a tierra empapada, a pavimentos cementados, a muros encalados, a alhelíes, a madera y carbón quemados, a prometedores asados, a bizcochos y dulces almendrados. Bajo el impermeable negro, pegado al corazón, el zorzal recibe calor. Pero, ¿y el hombre aguijoneado por los remordimientos? Mario siente cómo una nueva energía devuelve calidez a sus ideas; se fija en las luces que relucen tras los cristales y tararea los viejos y queridos villancicos de su infancia, apretujando contra su pecho al zorzalito. El hombre aligera el paso y la luna se agranda iluminando el regreso a casa; entretanto las gotas de lluvia amamantan los charcos.

UNA ESTRELLA ENJOYA EL FIRMAMENTO Un año después crepita el fuego en la chimenea de la habitación principal de la casa. Mario está sentado intentando concentrarse en la lectura. De vez en cuando levanta la vista hacia el ventanal que le revela un cielo plomizo de invierno. Por fin, las campanadas del reloj de pared anuncian que son las nueve, está a punto de llegar su primer invitado a la cena de Nochebuena. El hombre se levanta, se coloca la chaqueta del traje y abre la ventana: como un remolino, acompañando el aire limpio y puro, entra un avecilla gris, que ha engalanado su cola con pequeños lunares blancos. Ya no es el zorzal derrumbado y abatido que un hombre ahogado en su pena encontró, sino un ave fuerte que ha construido, en la horquilla

18

Patricia Corzo de un árbol, un nido grande con musgo, hierbas y arcilla, pues vuela buscando su amor. Mientras en el exterior el viento sopla desnudo, intentando quebrar las ramas de los desprotegidos álamos del jardín, en la casa las luces del abeto alumbran las pequeñas figuras de barro del pesebre que dará acogida al niño Jesús. Cobijado a los pies del árbol se encuentra un retrato donde aparecen felices el perro y su amo. Trina el zorzal y, entre los divertidos copos de nieve, la Estrella de Belén resplandece mostrando el camino a los Magos.

¿QUIÉN DIJO QUE EL HOMBRE CARECE DE DONES? “El pueblo que caminaba entre tinieblas divisó una gran luz”. Isaías (Cap.9,1). Desde muy pequeñito tuvo que escuchar cómo los del pueblo lo afeaban echándole en cara que no tenía dones


para nada. Don Nadie lo llamaban y él se refugiaba en el viejo castaño del patio porque las vistas del prado lo tranquilizaban. La sombra protectora del árbol, que se hacía cada día más grande, fue testigo del paso del tiempo por su amigo el niño, ahora un joven alto y delgado, de pelo emplumado, mirada soñadora y nariz de pájaro. Una tarde otoñal, estando sentado bajo el castaño, el joven divisó, entre la grisura del cielo, un objeto luminoso que parpadeaba inquieto. Al chico le llevó un buen tiempo comprender que eran señales dirigidas a él, a él que no tenía dones que ofrecer. Fue tan fuerte la impresión que le causó saberse reclamado, saberse objeto de atención, que decidió instalarse, definitivamente, a los pies del árbol. No comentó con nadie su decisión, tampoco su hallazgo. Se sentía importante con su nueva misión: mirar hacia el cielo fijamente, hasta hacer realidad su sueño de hallar un amor. Los vecinos del barrio, en su ir y venir sin sosiego, se habían olvidado de fantasear. No soñaban. Andaban con la cabeza gacha, los hombros caídos y muy concentrados en sus quehaceres rutinarios. Además, ya se habían acostumbrado a ver al joven viviendo debajo del castaño, así que pasaban silbando por su lado sin siquiera mirarlo. Pero dos días antes de Navidad cayó una gran nevada que dejó los tejados

de las casas, los caminos y los campos vestidos de blanco. Los familiares del joven fueron a buscarlo y descubrieron que el árbol estaba deshabitado. -¡Don Nadie ha desaparecido! gritaban alarmados. El pueblo se reunió en pequeños grupos y comenzaron a rastrear las lomas y los descampados, mas del muchacho no había ni rastro. -¡Mirad al cielo! -manifestó con viveza un niño que, intentando descubrir la Estrella de Reyes, reveló el misterio. Desde la ventana de un platillo volador, el joven y su amada saludaban. Copitos de nieve aumentaban el brillo de sus miradas. ¡Qué espectáculo tan hermoso se descubría ante los incrédulos ojos de aquellos que afirmaban, zahiriendo, que había almas a las que Dios dones no regalaba!

GABRIELA DÍAZ GRONLIER: Nació en Cuba, en un hogar donde la literatura y el arte iban de la mano, pues es hija del poeta Manuel Díaz Martínez y la pintora Ofelia Gronlier (fallecida hace unos años). Gabriela escribe cuentos (¿nfantiles?) muy hermosos y tiene un libro listo para su publicación. Incansable lectora, lleva un blog muy novedoso,“El copo y la rueca”. Estudió teatrología en Cuba, pero dice que hace tanto tiepo que ya ni se acuerda. Reside en Madrid, España.

Para obtener un ejemplar GRATIS de esta publicación especial de 26 páginas mande su nombre y dirección a CENTER FOR A FREE CUBA 417 WEST BROAD STREET # 202 FALLS CHURCH, VA 22046 19


Belkis Cuza Malé

PEDRO MERINO

CUERPO DE ESPÍRITU Gary tosió un poco. Había tragado un poco de agua. Volvió a coger el objeto. Le resbalaba entre sus manos. Pudo asirlo por una parte que se había dejado coger como si fuera un pez ciguato o borracho. Por un instante creyó que el objeto cobraba vida o tenía algo similar a baterías en su interior que lo hacía moverse. Al rato lo perdía. Se le perdía a través del roce con las yemas de los dedos. Febles no podía creer que pudiera ser un pez extinguido o una nueva especie aún por descubrir. Juró que jamás había visto algo así, atrapado entre arrecifes y luego emerger y moverse por las ondas del mar y las suyas, sí, y las suyas. Se mueve, ¿se mueve? No, tío. Es la corriente marina. Gary se reía como un muchacho que había encontrado un juguete extraviado. Solo que ahora tenía que hacerlo suyo. De su propiedad. Claro que sí, repetía, es mío, mío. Lo encontré yo. Para que sea tuyo, expresó Febles, tienes que nadar hasta aquella orilla. Dónde... ¿allá? Febles le señaló un punto de la costa por donde podía acceder a un trillo. Desde el bote tenía una mejor

20

ubicación del itinerario. Le pidió calma a su sobrino. Que no lo abandonaría, pero que no podía subir el objeto a bordo. Al cabo de unos instantes, Gary se dio cuenta que el objeto reposaba sin preocupación como él. Se había dejado domesticar como una mascota. Solo faltaba que hablara o emitiera un gemido. Comenzó a nadar como un profesional, con estilo libre, a la vez que empujaba con su cabeza el objeto. Febles lo siguió mientras pudo. Por detrás del bote Gary nadaba en dirección a una parte de la costa donde no se divisaba a ningún bañista. Febles desistió. Ya no podía cubrirlo más. Pensó que era copartícipe de un robo. De algo que tenía que devolver. Recordó las veces cuando su sobrino le hablaba de la fragata española Navegador. También dudó que ese raro objeto perteneciera a ese barco español. Volvió a pensar en tantas cosas que le dio unos dolores de cabeza. Creyó que todo le daba vueltas: el bote, los guardacostas, su privilegiada licencia de pescador, los bañistas, un buzo furtivo que vio rondar próximo al bote y muy cerca de Boca Chipiona, su sobrino, y otra vez el mentado objeto que no sabía su estructura, pero que ´podía ser un baúl de media braza, sí, debe medir media braza´. ¡Recuerda envolverlo bien!, le gritó a Gary. Casi no lo escuchó. Seguía nadando a estilo libre mientras empujaba el objeto con su cabeza. Supuso que debía envolver el regalo del mar en un saco de yute que Febles le había tirado dentro de una mochila. Apenas llegara a la costa tenía que envolverlo. No quería que nadie lo viera llegar. Al dar pie sacó el saco de yute. Metió el objeto cilíndrico dentro del saco y lo encestó en la mochila. Comprobó que la táctica de Febles iba a dar resultado. Que sí cabía el objeto en el saco de yute. Que la mochila camuflaba el interior, el regalo del mar. Entonces respiró feliz. Pero caviló que aún no tenía seguro ese antiquísimo objeto. Tendría que andar por la calle; esperaría que su ropa se secara; abordaría un ómnibus público y luego llegaría a casa. Solo hasta allí, hasta su casa, estaría seguro. Jamás imaginó que un huracán le iba a evitar comprar equipos de inmersión para buscar lo que había encontrado, asido entre arrecifes.

PEDRO MERINO: Escritor cubano independiente. Ha incursionado en la poesía, la narrativa, el ensayo, el periodismo, y el guión literario. Su primer libro publicado, Quinta de la Caridad, fue Premio de Novela Juan March, España, 2003. Ha escrito decenas de libros para niños, jóvenes, y adultos, tanto de ficción como de no ficción, disponibles en Amazon.


Cuestión de gustos El director lo miró de reojo: camisa raída y fuera de lugar, pantalón azul casi deslavado y estrecho, el cabello crecido, una leve barba que moteaba el rostro, la mirada perdida en no sé qué pensamientos, Susana, director, estoy pensando en las nalgas de Susana, no en otra cosa, no hay nada político en eso, los senos de Susana, director, mejor que las clases de marxismo del profesor González, pura práctica, nada de plusvalía, saltando por los aleros hasta el alberge de las mujeres, metiéndome en la cama de Susana, entrar después de las doce, callado, para que nadie se despierte, director, conseguir la llave del laboratorio de química, la cintura de Susana es como una buena canción de los The Rolling Stones, “Sympathy for the Devil”, o mejor, director, “House of the Rising Sun”, de The Animals, tremendo tema ese, director, esa boca, por Dios, la boca de Susana es un puerto, un mar enorme que se pierde. Sí, vamos a darle una oportunidad a este muchacho, se dijo Pedro mientras lo observaba una vez más, de soslayo, interrogativo, mientras leía el acta de González, el Belkis Cuza Malé profesor guía, por qué no, pensó, míralo, no parece tan rebelde como aseguran los profesores, elvispreslianismo no, así dicen que se comporta, incluso se parece a ti, Pedro, cuando joven, un poco sí, quizá algo más insumiso, piénsalo un poco, míralo bien, ahora los tiempos son distintos, han cambiado mucho, todo ha cambiado y el país ya no es el mismo de cuando tú estudiaste con los maristas, Pedro, es mejor darle una oportunidad antes de expulsarlo del preuniversitario definitivamente, es mejor, sí, seguro que sí es mejor pensarlo dos veces, Pedro. A ver, dime, muchacho, Quítale la barba al griego, le dijo el Agente Uno. convénceme de que no es cierto lo que estoy leyendo: ¿por qué a ti no te gusta Carlos Puebla o Quítasela, añadió el Otro, persuasivo. Por tu bien, muchacho. ¿Por qué tienes que ponerle mira, no sé, por qué no te gusta Elena Burke? barba al dictador en este cuento? Quítasela, no es necesaria… Mira, es más bien… por una cuestión de estética: ERIAN PEÑA: las barbas están pasadas de moda, añadió el Otro Poeta, escritor y ensayista cubano. Licenciado en Agente. periodismo y especialista en el Centro de Quítale la barba al griego, muchacho, repitió el Comunicación Cultural La Luz, en Holguín. Agente Uno. Colabora en diversos medios culturales como El No, respondió el escritor. Caimán Barbudo, Diéresis, La Gaceta de Cuba, La ¿No…? No Letra del escriba.Reside en Cuba. 21

ERIAN

PEÑA

Cuestión de estética


MARÍA EUGENIA CASEIRO La Tumbadora A Zenaida, a la Peña de Sirique “...por cierto que era día de San Bartolomé (...), se suelta el diablo desde las tres de la tarde.” Cirilo Villaverde (Cecilia Valdés) En el muelle el sol calienta las espaldas de los estibadores, las gaviotas vuelan despreocupadas y voraces sobre la bahía en calma, pero Demetrio, el viejo que tira la cachucha con los avisos de la luna para capturar pequeños monstruos de sueños milenarios replegados en la confluencia de las aguas, pospone la redada y se encierra en su fortaleza de tablas con techo de zinc. Esta vez el fogonazo de luz de su farol dejará en paz a los camarones. Contrario a toda

22

Patricia Corzo apariencia, el mal tiempo se aproxima emboscado en el enigma de un plazo. En el solar Tirso acaricia el cuero al instrumento arrancándole los primeros repiques: Pata-púm pa tá, patapúm pa tá. La melodía brota como un recién nacido a la luz. Las paredes del cuarto trepidaban mientras el olor agrio del sudor, la ardentía de los ojos irritados por el polvo de Los Muelles, le hicieron desconfiar de sus reservas de energía. Se recostó en el camastro para admirar la tumbadora cuyo cuero protegía con aceite de linaza. La fabricó con sus propias manos cuando cansado de estibar y apestando a bestia, regresaba en las tardes al solar. ¡El solar! Los cuartuchos miserables compartían las paredes y el techo, sin otras puertas o ventanas que no fueran las que comunican a cada cuarto con el patio interior, deslucido y pintoresco como una vieja litografía. Allí se agolpan elementos que nutren de vida la pobreza de sus moradores; vasijas con plantas medicinales y aromáticas, jaulitas con tomeguines, la palangana de Etelmira, el anafe de Eduviges, la jicotea de Laudelina, los contadores de la electricidad, los escusados, los lavaderos y los tendederos sostenidos por horquetas de palo, con hileras de ropa; alegres ahorcados danzantes expuestos al espléndido sol de aquel retazo de trópico de nombre Habana, en que confluye la opulencia con estampas desvencijadas como la del solar, por cuya techumbre el ñacurutú había volado despavorido la madrugada anterior emitiendo un terrible alarido. La sierpe de un escalofrío recorre a Tirso, pero él no es supersticioso


como su abuelo; esboza una sonrisa que se abre hasta confundirse con el melodioso pregón, y ya parece que brota de su bemba, pulposa como zapote maduro: —¡Casera, oooye!, ya llegó el fruteeero... Tirso se incorpora, reanuda el retumbo que acalla definitivamente el pregón callejero: Pata-púm pa tá. A través de la ventana, contempla la silueta turgente de la mulata que centellea en la espuma de los lavaderos. Allá en la cima de los sueños de Tirso, Clara columpia su alma traslúcida de hembra hacendosa. Pata-púm pa tá. Clara en apogeo de burbujas… Pata-púm pa tá… Tirso de ébano sudoroso, sumergido en el sopor del cuarto. El perfil arqueado del abuelo emerge detrás del fogón. Chilla el viejo: —¡Juyiz!, ¡fantasma’e’ negro! —Con las pasas blancas como cascarón de huevo de avestruz volteado en la cabeza, cruza el cuarto como un aparecido. Bebe con fruición el sorbo de café directamente del jarro bajo la tetera rondada por las guasazas, enciende el mocho de tabaco, absorbe el humo, lo exhala por los boquetes de la raíz de ceiba fósil que tiene por nariz. Alcanza el taburete colocándolo de manera que al sentarse, queda entre sus piernas el respaldo en cuyo alto borde descansa la barbilla sobre el dorso de las manos cruzadas. Contempla al nieto desde la postura heredada de los ídolos africanos, con aquella singular expresión que anidó en su rostro desde que fue perdiendo los dientes y los párpados le cayeron sobre los ojos como un par de sábanas. Con las primeras volutas de humo cree ver, allá en la lejanía, el espejismo que augura el cumplimiento de un plazo. Pata-púm pa tá, pata-púm pa tá El vapor como un duende legendario, invade la estampa habanera que parece pedir a gritos una brisa fresca para destronar al resol. El humo del tabaco y el polvo del atracadero alcanzan la niebla amalgamados en la visión. Enfundada como momia en un luto ancestral, Eduviges cruza el portón. Sus manos y su rostro embozados bajo el almidón de los encajes, yacen marcados para siempre por la lengua del fuego. El sonido inclemente de los pasos se filtra a través de las paredes del cuarto. Tirso se estremece: el espectro de su madre surge como una emanación. Más allá, el recodo en que el miedo paraliza y sopla el viento de las frustraciones. Quiere abandonarse en el peldaño que determinó al abuelo en el dogma del fatalismo, cerrar los ojos, aherrojarse para siempre a la visión clavándola al envés de sus párpados, pero la tumbadora viene a rescatarlo del vértigo y es como si aquel sopor desapareciera de repente y la tan ansiada brisa se colase de manera fortuita por la ventana del cuarto oreándole el cuerpo y llevándose el sudor. Evoca el debut. Los vecinos lo habían acompañado con latas vacías, cajones de bacalao, sartenes, y toda suerte de cacharros. Pata-púm pa tá, pata-púm pa tá… retumbó una y otra vez la tumbadora. Se abrieron las compuertas del ritmo desatando las cuerdas del lenguaje universal, transgrediendo los límites del cuarto. ¡Jay!, ese’epíritu gira. ¡Jay!, ese’epíritu danza, poc’que así como a la güira jay que sacudí la panza.

¡Jay!, ese neg’gro!, ¡juh!, ¡cómo baila! Noche en la piel y carnaval en la sonrisa desdentada del abuelo. Ánima errante con ojos de lechuza, quimera de pretéritos revueltos que alborota las sábanas de los párpados, revitaliza el tronco de los años y despierta de la fosilización a la ceiba enraizada en su nariz. Se incorpora sin sentir el peso de las piernas. Abandona el taburete en un viraje que lo devuelve a otro tiempo. La caricia de un fantasma benévolo le aligera el esqueleto. Reaparece Mandinga en cada una de sus progresiones, pezuña de fiera que se agita ante el risueño monarca de la juerga. Pata-púm pa tá, pata-púm pa tá Canta el negro: “Eta’e la última rumba... El rayo de la tumbadora se le metió en el cuerpo -Pata-púm pa tá, patapúm pa tá- aseverando los tendones de su estirpe selvática Pata pá, pata pá- “que yo bailo en tu morá.” Improvisa, se desdobla en una danza frenética al compás de los repiques que brotan cada vez con mayor intensidad de la tumbadora. Azufre, alcanfor, luciferino trueque de naipes que destapa la fidelidad de las raíces del almácigo en la tierra del fuego. Pata pá, pata pá, pata pá, pata pá pá pá ¡Jay!, ese’píritu jabla, ese’píritu é’baturro. ¡Jay!, !qué resuene la tabla e la chancleta del curro y ‘e su neg’gra la diabla! Ňacurutú que’é tan neg’gro como’ánima e’zarabanda ¡Ese neg’gro!, ¡juh!, ¡cómo baila! El solar rompe con su apatía, los vecinos se arrojan al patio como lava vomitada del cráter de un volcán, cumplimiento del oráculo, estratega redomado que celoso, espía cabalmente el instante en que debe voltear la clepsidra. El espectro del Rumbero Mayor, el propio Changó de las legiones, sale del arcano con sus siete rayos, envuelto en un palio escarlata. Protegido por un séquito de hacheros, derrama el fuego de su rayo vindicativo en aluvión alucinante. Pata-púm pa tá, pata-púm pa tá. El ritmo ardiente en las manos del negro, marcó el tableteo de las chancletas de palo, los ladrillos del muro carcomido tronaron de júbilo. Las mulatas cautivaban con ondulación de caderas a los machos presumidos que como el camaleón ondeaban al aire los pañuelos en una señal que pretendía ignorar, en malogrado intento, el ímpetu de la hembra y mostrar así que es el macho quien da inicio a la conquista. Pero es la seducción como un ritual que rinde a sus orígenes un culto. Y así brama el guaguancó ¡Pa pa pá, pa pá! ¡Pa pa pá, pa pá Ritmo vehemente, fervor mestizo, taumaturgia que somete esencia de canela, efluvio de aguardiente y clavos de olor: Pa pa pá, pa pá. Pa pa pá, pa pá ¡Jay! a ese’epíritu loco con la’pasas jerizá báj’ñenlo con agua’e’coco ¡Jay! a ese’epíritu congo con la cabeza rapá

23


sec’le tuercen lo’mondongo al bailá al bailá. Clara se agita en el vértice del universo de burbujas que refractan los colores de la ropa. Un efluvio inconfundible de potasa invade el patio pregonando a los cuatro vientos que la pobreza no está reñida con la limpieza y que el jabón más barato, aplicado con habilidad, arranca de cuajo la mugre y el mal olor. Pata-púm pa ta pá ¡Cómo le gusta al negro Tirso el olor a limpio de la pobreza, las piernas, las caderas, los pechos de Clara! Los negritos de Esperanza bailaron en cueros con los mocos aflorándoles en las narices y las barrigas hinchadas por los parásitos. Su madre los miró con asombro salir de la inocencia para identificarse con la pureza de la tierra que emanaba del sonido. Pigmeos de chocolate, ángeles de chapopote salidos de un calabazar. Pata-púm pa tá La comparsa e la’nueve con su rimo epirituá... Pata- pá, pata- pá ¡Jay!, dale duro en ec’ cuero ac’ viejo Matusalén, saca e’car’bón ded’ bracero ji métanlo en la sac’tén, que preparen ec’ cacdero que lo’ vamo’a comén. ¡A bailá!, ¡a comén! Con la apariencia de un fantasma arrullado por el sempiterno vaivén del sillón, Etelmira sacude mecánicamente la penca de yarey como si tratara de espantar a los espíritus que vienen con la canícula. Súbitamente alcanzada por el fragor de la tumbadora, se sacude el letargo, lanza las chancletas, destapa el ánfora del cuerpo, se libera. Arde en la fragua de la danza, descalza como una Terpsícore africana escapada de la ciénaga, sangre de esclava, bronce bruñido al sol del trópico, café y melao de caña. Pata pá, pata pá mira queaí viene’l mayorá.. La luz del día se fue apagando, un manto de sombras se tiende sinuoso y el fuerte viento se cuela por el portón de madera llevándose el calor, arrancando de cuajo la sonrisa a los alucinados. Se corta el fluido eléctrico, enmudece la tumbadora. Silba el viento, espanta. Una mano sin nombre atenta contra la oscuridad incipiente, se alarga hasta el conmutador de la electricidad, pero resulta inútil: el torbellino azota con violencia. La palangana de Etelmira gira como un platillo volador pasando por encima de la turba para estrellarse en algún punto desconocido. El palio escarlata busca amparo entre las nubes que a su paso se tiñen de un magenta irrepetible cuando la cabalgadura del Rumbero Mayor remonta el azul plomizo. Brama el viento sobre el techo de zinc, arranca de cuajo las tendederas

24

y en el cárdeno del infinito se abre una brecha centelleante que exhala puñalillos de luz atronadores. Se desencadena la tormenta, el viento azota los tejados y del pellejo de las paredes se desprende un polvo blanco, remolino que arrastra a los negritos de Esperanza envolviéndolos en una nube de cal. Los convierte en estatuas de cementerio congelándolos en el instante del encantamiento, provocándoles en la tenacidad de la inocencia. Quedaron petrificados, endurecidas sus arquetípicas panzas. Tirso se aferra a la tumbadora. Por un instante lo envuelve la confusión. La ventisca y la polvareda descontrolaron la balanza de su escala musical. Violentado por la demanda del momento, el abuelo retornó del pasado. Sintió un alfilerazo en el pecho. Volvió a la frustración. Cuando murió su hija, la madre de Tirso, el ñacurutú voló despavorido sobre el techo del solar como lo había hecho la noche anterior. En aquella ocasión lanzó un chillido que hizo temblar las paredes, la mesa, las sillas, y el altar desde donde cayó hecha añicos, la cabeza de Oddudúa. El viejo volvió a la herrumbre. Claudicaba ante el dolor físico, la casmodia, el hipo, los espasmos, la tos que lo acompañara desde que se inició en el arte del tabaco; partículas del tiempo que se le acumuló en el cuerpo. Regresó a la rigidez de sus carcañales, de sus rodillas. Regresó el castañeteo a las encías despobladas. Tembloroso, se arrinconó Belkis Cuza Malé


en el ángulo formado por las paredes en que yacían empotrados los lavaderos. Creyó escuchar, como si viniera de muy lejos, una voz dulce de mujer que lo llamaba… Tú va’ carg’gando tu sombra, tú va’rrastrando tu cuerp’po como Diag’blo, o como Neg’gro al bailá, al bailá. Los negritos de Esperanza lucían su apariencia de personajes encantados en medio de un vendaval, se miraban entre sí, fascinados con la nueva estampa de muñecos de nieve; ánimas traviesas bifurcándose en su propia ambivalencia. Finalmente la lluvia se precipitó afilada cincelando el mármol de los tres negritos. Quedaron mudos de desilusión, chorreados como espantajos luego de perder la gloria que habían alcanzado como en un cuento de hadas.Tirso atravesó la penumbra en busca del abuelo, lo llevó en brazos al cuarto. Tanteó la oscuridad sorteando los obstáculos que se interpusieron, tropezó con el garabato que fue a golpear la escupidera en horrísono cacharreo. Depositó al viejo en el catre. Intuyó la cercanía del espíritu de su madre. Un relámpago le alumbró por un instante en que vio agigantarse en la pared, la sombra de las flores secas como garras de rapaz dispuesto a atraparlo por el cuello. Percibió la imantación de aquella sombra. Sintió el peso del destino oprimiéndole el pecho. La sierpe de un escalofrío le perforó la nuca, lo recorrió cuesta abajo hasta pulsar la nervadura de sus piernas, cuando pudo por fin encender un fósforo. Una ráfaga helada se coló por la puerta que aún permanecía abierta. Se apagó la llama del cerillo dejándolo en las tinieblas del principio. Allá afuera el temporal desarmaba los confines de la tierra. Como en un sueño, sintió

el contacto de una mano invisible que rozó su hombro y luego fue a perderse en la oscuridad del cuarto hasta posarse en la tumbadora: ¡Pata- pá! Su abuelo no respiraba. Miami, Florida (1994) (De El Escarmentador, Cuentos de Azotea, Volumen I)

MARÍA EUGENIA CASEIRO: La Habana, 1954. Poeta y narradora. Tiene una extensa bibliografía: Pedazos de paisaje, versión original en español, La luna del perito, Alicante, España 2005 y, en versión bilingüe (español y rumano), Literra, Rumania 2005; No soy yo, Poemápolis, Bilbao, España 2008; Nueve cuentos para recrear el café, en versión bilingüe (español y francés), Editions Equi-Librio, Lyon, Francia 2009; ESCAPARATE, el caos ordenado del poeta, Editorial Glorieta, Miami, USA 2011; Arreciados por el éxodo, ICE, Miami, USA 2013 A Contraluz, ICE, Miami, USA, 2016; Antecedentes y Morfología de la Fobia, Editorial Exodus, Barcelona, Cataluña 2016; Arreciados por el éxodo, (edición especial), Imagine Clouds Edition, Miami, USA 2017; El Correo de la Mañana (comedia satírica), Proyecto ICE & Lamparilla S.A., MiamiBarcelona, 2018; Galeato por un suicida, Proyecto ICE & Lamparilla S.A., Miami- Barcelona, 2018; El Escarmentador, Cuentos de Azotea, Volumen I, Vitrales C.E., Miami, USA, 2018. E SHÈ BABÍ. Testimonios para deponer lenguagenomas, Cuentos de Azotea, Volumen II, Vitrales C.E., Miami, USA, 2018; La hipótesis del otro, Cuentos de

Azotea, Volumen III, Vitrales C.E., Miami, 2018

25


ALBERTO ORTIZ DE ZARATE EL SEÑOR QUE NO LLEVÓ AL REY Una vibración leve le subía poco a poco de los pies a todo el cuerpo sobre el andén. A lo lejos, una luz amarillenta adelantaba la llegada del tren A con su inconfundible círculo azul. Las ventanillas pasaban rápidamente frente a sus ojos, hasta advertir que una de las puertas se habría de golpe frente a su propia nariz. Como cada mañana, no tuvo que entrar al tren, lo entraban a él. La multitud se encargaba de acomodarlo como en una enorme lata de sardinas rodante. A pesar de lo poco que ganaba, sentía que su vida marchaba sobre ruedas. Pasaba hora y media en llegar al aeropuerto J. F. Kennedy de Nueva York donde trabajaba, y el mismo tiempo en regresar, ya cansado a su casa cada noche. Y que decir del trabajo, también marchaba sobre ruedas, claro, ya que manejaba uno de esos carritos sin techo que llevaban a los pasajeros de las Aerolíneas a sus ventanillas; en especial a los minusválidos y ancianos siempre cargados de maletas. Pepe Pérez se sentía, si no feliz, al menos cómodo en su rutina diaria. Sobrepasaba los 70 años y ya era todo un señor jubilado. Divorciado, con sus hijos ya grandes y con sus vidas hechas, había tomado el trabajo más para entretenerse que por lo que pudiera ganar, que como ya les dije era bien poco. Era un verdadero Cubanazo, exagerado, simpático y servicial. Amante de discutir, y argumentando siempre sus verdades absolutas. En sus lejanos tiempos de fidelista, fue un verdadero terrorista de la palabra, y perdió a sus antiguos amigos del bachillerato al insultarlos por divergencias políticas, cuando ellos se iban defraudando de la Revolución. Aunque hay que reconocer que nunca delató a nadie, solo se limitaba a hablar mierda, que era el deporte nacional ¡pero

26

Patricia Corzo de qué manera! y siempre frente a ellos. En la Habana de su juventud fue chofer de la ruta 32, «guaguero, como se le dice en Cuba» donde también se la pasó dando ruedas. Recorría diariamente la Capital y se divertía durante el trayecto conversando «creo que es mejor decir discrepando» con los pasajeros sobre cualquier tema de actualidad, como la pelota, los huracanes o la política. ¡Siempre la dichosa política! Pero para sorpresa de todos, ya a finales de los setentas, él también se defraudó de su querida Revolución, y en 1980 Pepe Pérez dio el salto inesperado en contra de lo que tanto había amado e irracionalmente defendido. Es difícil saber si fue por apoyar a sus hijos, con los que tanto había discutido y que nunca logró convertir en revolucionarios, o para poder defenderlos, de aquellos inhumanos actos de repudio por querer simplemente abandonar su país. Lo cierto es que el también se embarcó por el puerto del Mariel, junto a otros


125,000 compatriotas, cruzando el Estrecho de la Florida, y por primera vez en su vida en algo que no rodara; pues de una isla no hay manera de salir rodando. Aquella mañana se sentía el Fangio de los pasillos, y si no corría; era porque no se lo permitían. Disfrutaba ver a los turistas salir de la Gran Manzana, como emigran las aves al Sur para escapar del frío y de la nieve. Era gracioso verlos quitarse los abrigos, «como Clark Kent se convierte en Superman» y quedarse en sus coloridas camisas hawaianas, de flores y palmeras, con sus blancas y flacas piernas al aire libre, en sus shorts o bermudas. Todo aquello era para él una agradable rutina. A Pepe le encantaba conversar durante el recorrido. Lo aprovechaba para criticar a los jóvenes viajeros que pasaban o hacían filas. Unas veces por llevar los pantalones estrechos y el pelo largo, por lo que parecían afeminados. O por llevarlos grandotes «cayéndoseles como los de Cantinflas», dejando ver los calzoncillos, o a las muchachas de faldas tan cortas, que si se agachaban se les podía ver hasta las amígdalas. Pero esa mañana el destino le jugaría una mala pasada. Pues no lejos de ellos y por la entrada principal, vio entrar a un muchacho extremadamente delgado y pálido, de pelo negro y brilloso, que llevaba unas ropas para él sumamente extravagantes. Iba acompañado por dos fornidos hombretones, que le hacían señas para que parara su flamante limosina. Mientras se acercaban Pepe exclamó en voz alta, como haciéndole el gran chiste a los viejitos argentinos que llevaba con él: —¡Lo único que me faltaba, un maricón disfrazado del Michael Jackson ese, y con sus dos maridos!— Y parando en seco, les dijo balbuceando su peor inglés: —!This car is for the elderly and the disabled, not for fags! O sea: ¡Este carro es para transportar ancianos y minusválidos, y no para llevar Maricones! Aceleró el motorcito del carro, dejando perplejos a sus pasajeros que en realidad no entendían nada, y continuó manejando feliz de la vida. Se fue, no con su música a otra parte, ya que no gustaba mucho de la música, sino con la satisfacción del deber cumplido. Manejando orgulloso en lo que podía ser su último viaje. No pasaron ni cinco minutos, para que viera llegar a un supervisor elegante y muy serio, diciéndole en nombre de la gerencia, que por favor terminara en ese mismo instante su día laboral y se marchara. Y le entregó una citación oficial para la mañana siguiente a una Reunión con las autoridades del aeropuerto. De regreso en su acostumbrado tren A, lo hacia de día, en plena tarde, como no recordaba haberlo hecho desde hacía muchísimo tiempo. Quizás desde aquel día en que le subió tanto la presión, y fue por reñirle a unos niños malcriados que no dejaban de saltar sobre los asientos de su querido carrito. Con mirada ausente, veía pasar las distintas estaciones del metro, en un viaje que se le hacía interminable. En su interior, se iba diciendo como deshojando margaritas: Me

botan. No me botan… Me botan. No me botan… Me botan. Pero sin entender por qué. Caminó las cinco cuadras hasta su departamento, arrastrando las piernas como si llevara el peso del mundo sobre sus rodillas. Y para colmo el elevador seguía descompuesto y tuvo que subir los seis pisos por las escaleras. A medio camino, tuvo que agarrarse con todas sus fuerzas del pasamano, pues creía desmayarse. Abrió la puerta y logró tirarse sobre el butacón. No encontraba el control remoto, buscó hasta dar con él y se pasó el resto de la noche, dedo a dedo, cambiando intermitentemente de canal, para en realidad no ver nada. A la mañana siguiente salió de su casa aún mas temprano que de costumbre, pues necesitaba ir sentado, creía que no llegaría si lo hacía de pié. No sintió ni las vibraciones de la llegada del tren, ya que era todo su cuerpo el que temblaba. Al entrar al vagón vio que aunque estaba más despejado, no había asientos libres. Debió verse realmente fatal ya que una jovencita le ofreció su asiento. Como llegó tan adelantado, tuvo que matar el tiempo tomándose un café y lo pasó contemplando los aviones que aterrizaban o despegaban, y a las familias que se despedían con abrazos, besos y los ojos anegados en lágrimas. Y comprendió con tristeza que él no tenía en estos momentos a casi nadie que lo despidiera en ningún viaje. Ni siquiera en éste que estaba por emprender. Y lo que era peor, que estaba demasiado viejo ya, para lograr entender por qué se había ido quedando sin amigos o familia; se sentía totalmente solo. Entró a la elegante oficina, y lo estaban esperando como cosa buena varios gringos, con sus costosos trajes, de cuello y corbata, sentados en una inmensa mesa, tan grande y redonda como debió serlo la del rey Arturo. Estos caballeros lo invitaron a sentarse, y una camarera le sirvió un baso de agua que se bebió de golpe, como si quisiera ahogarse por dentro. Los gringos estaban desconcertados, y el mayor de todos, el que se parecía a Clint Eastwood, «que hablaba más o menos español» le dijo verdaderamente furioso: —¿Como es que usted fue capaz de no llevar, y de llamarle GAY, nada menos que a Michael Jackson? Y Pepe que como ya sabemos, se las sabe todas… Le respondió: —Yo no sabía que era Michael Jackson. Parecía que era otro maricón disfrazado como él. Y a propósito yo no le llamé GAY, lo llamé como le decimos en mi país. ¡Le dije maricón! Al viejo PEPE como era de esperar lo pusieron de patitas en la calle, y su vida se desinfló como podían hacerlo las gomas de su antigua guagua de la ruta 32. La artritis y la inactividad lo fueron minando, casi no podía caminar y se tuvo que valer de un andador con sus cuatro rueditas, y de una silla de ruedas para poder seguir dando ruedas en la vida, a fuerza de tropezones contra los pocos muebles que había ido dejando en su apartamento. Cada diciembre, sus hijos lo invitaban a pasar las nochebuenas y el fin de año con ellos, y lo visitaban religiosamente en cada cumpleaños o día de los padres, llevándoles infinidad de regalos que el almacenaba y nunca

27


usaba. Lo llamaban, si, pero a veces ni escuchaba el timbre, debido a su sordera. Y siempre se negó a vivir con ninguno de ellos. Pasaron los días y los meses, quizás tres o cinco años… Y una noche cambiando de canal, lo sorprendió la noticia de la repentina muerte del Rey del Pop, con solo 50 años y en un momento en que ensayaba para su gira mundial, con la que aspiraba revivir su brillante carrera después de algunos años de escándalos y ausencias. Con tantas dificultades para dormir, como siempre había dicho; El Rey, no despertó jamás. Sintió pena por la muerte de Michael, pero más lo apenaba su propia vida. Tuvo que reconocer que aunque ese tipo de música nunca le gustó demasiado, cantó canciones hermosas. Veía como después de muerto todos le perdonaban sus excentricidades. Suspiró profundamente y deseó que aunque fuera en una escala mucho menor, cuando el muriera, pudieran perdonarle tan solo algunos de sus tantos errores. Y que lo recordaran por las cosas positivas que al fin y al cabo había hecho. No solo como aquel viejo medio loco,

que no quiso montar a Michael Jackson en el aeropuerto, y que lo llamó «en su propia cara» maricón.

ALBERTO ORTIZ DE ZARATE: Llegué al mundo en 1948 en la Ciudad de Cárdenas, a solo 10 minutos de Varadero.Y de ahí, en el año 66 pasé a estudiar artes plásticas en la Escuela Nacional de Arte (ENA), dedicándome al diseño gráfico primero, diseño cinematográfico después, hasta poder estudiar cine educativo en el Cined, donde dirigí alrededor de 20 documentales en 16 milímetros y posteriormente pasé al video y a la televisión. He viajado y trabajado en muchos países al salir de Cuba, y recibido premios, hasta establecerme en Nueva York en el 2001, trabajando en Telemundo, HITN, y Univisión 41 NY. He sido más escritor de guiones que de literatura, hasta hace alrededor de 20 años que vengo escribiendo más seriamente cuentos, tanto infantiles como adultos, y una novela que no acabo de terminar.

Linden Lane Press lindenlanemag@aol.com

28


Juan Francisco González Díaz Aquel idus de marzo –¡Míralos como vienen!, parecen hormiguitas. Ellos creen que van a acabar conmigo, pero de eso nada –sentado en la acera del frente de su pequeño comercio, grita Alfredo bolón con la desteñida camisa azul mezclilla, de cuando había sido miembro de las Milicias Nacionales Revolucionarias. Una pequeña turba de la Escuela Secundaria Básica “Joe Westbrook” que, en las mañanas, a la hora del recreo, se escapa para merendar en la tiendecita de Alfredo. Todo un secreto a voces que nadie interfiere, aunque el colegio tenga un modesto merendero y estén castigadas las salidas. –¡Cójanselo todo! ¡Llévenselo todo!, pero no vuelvan – dice Alfredo, por entre el humo del tabaco que le juguetea en la boca. –¡Llévenselo todo! Todo lo que quieran. La tienda completa, pero no vuelvan. ¡No vuelvan! Coño. Tomados de sorpresa, por la algazara, los estudiantes miran con desconcierto al iracundo Alfredo. Tímidamente, Luisito y Titi se deciden a abrir un pomo de dulces y una lata de galletas, mientras no le pierden ojos a Alfredo. –Sí, no me miren. ¡Llévenselo todo! ¡Hoy!, llévenselo todo. Hoy, cojan lo que quieran, pero no vuelvan. No vuelvan, ¡coño! La muchachada con manga ancha, anchísima, se sirve. De todo, en cantidades industriales. Daniel abre los pomos, se llena la boca, los bolsillos, y le da a los más próximos. Albertico corre, con dos latas, de mano en mano. Miguelito timbilla y Omar pasan, del lado de afuera, a la parte de adentro del mostrador. Abren la nevera, sirviéndose y dándoles a los demás. La risa es general, los pomos casi vacíos no se tapan. Por la puerta abierta de la pequeña nevera se expande el humo que refresca la mañana de principios de marzo. Es total el desbarajuste. Los vecinos salen, ante el soberbio escándalo. Asombrados, le preguntan a Alfredo. –Que me tienen muy cansado. Todos los días a esta hora. ¡Alfredo, galleticas! ¡Alfredo, una limonada. ¡Alfredo!, aquello. Alfredo, lo otro. Y no pagan. ¡No pagan! Y, mientras estoy despachando, meten las manos en las latas de galletas. ¡Las putas de sus madres! Que no me van a volver loco. No, no, de eso nada. Yo termino esto, hoy. ¡Faltara más! Arriban refuerzos del cercano colegio, que está justamente en la calle de atrás de la tiendecita. Los recién llegados, desaforados, entran al abordaje de lo que queda. Titi y Luisito, entre los dos, cargan un saco mediado de azúcar. Andrés lindura, con una lata de galletas, se desprende calle abajo. –¡Alfredo!, que se llevan la bodega, coño –vocifera, con desorbitados ojos, Pello. El negro viejo que limpia zapatos

en el portal de la esquina, donde Julito el llorón tiene la barbería. –¡Que se lo lleven todo! Todo, todo, todo. Y que no vuelvan. Que no vuelvan… –dice Alfredo, más apacible. Dándole vueltas, entre los dedos, al apestoso mocho de tabaco. A la tiendecita no regresó ninguno de los estudiantes. Alfredo, con su persistente habano de mala muerte, siguió vendiendo algunas pocas chucherías hasta aquel miércoles trece de marzo de 1968. Cuando la barbería de Julito, de un único sillón, y hasta el cajón de limpiabotas de Pello dejaron de ser propiedad particular, pasando a manos del estado cubano. Y los muros y paredes se inundaron con pancartas y letreros de OFENSIVA REVOLUCIONARIA. Del libro inédito Cuba cuenta: Pasado siglo.

Patricia Corzo

29


El bípedo Delante del plato que espera los brazos abiertos del hijo del carpintero derraman la tinta. El gordo del torso desnudo se sienta en sus pies, encima de los ventanales. La diadema del hacha mirándolo todo cierra los ojos, ante la piedra lustrosa que se alimenta de sangre. El azul del humo irrita las pupilas, que sólo debían de tomar té. Una marca es el bípedo. Cuatro letras. Huellas del eco en el viento. La cagada de una mosca.

Patricia Corzo

JUAN FRANCISCO GONZÁLEZ-DÍAZ: Poeta, narrador, promotor cultural, comisario y curador de exposiciones. Cubano, residente en Las Palmas de Gran Canaria, Islas Canarias, España. Ahora se encuentra en Miami, E.U.A. Psicoanalista y antropólogo. Editor. Tiene publicado: Silencios, de un especial período (poesía, Las Palmas de Gran Canaria, 2015). Una mujer es… (poesía, Las Palmas de Gran Canaria, 2012). El Cabildo Congo de Nueva Paz (investigación antropológica, La Habana, 2002). De Cuba te cuento, (cuentos, Puerto Rico, 2002). Poesía y psicoanálisis, (ensayo, Cuba, 2001). Hacer el silencio (poesía, España, 1996). Nosotros los de entonces (cuentos, Cuba, 1994). La misma noche, (cuentos, La Habana, 1993). Tocar en la aldaba (poesía, La Habana, 1992). Caer del agua (poesía, La Habana, 1991). Antologado en catorce selecciones de poesía, en tres de narrativa y con poemas o cuentos en más de veinte periódicos o revistas. Ha impartido cursos de grado y de postgrados en varios centros universitarios de Cuba y España. Mención Primer Concurso Nacional de Poesía Regino Pedroso, periódico Trabajadores, La Habana, Preside el Centro Canario de Estudios Caribeños –El Atlántico– y su sello editorial “Cuaderno La Gueldera”. Coordina el Taller Literario “Espejo de Paciencia”, el Taller de Poesía “Dulce María Loynaz” y el Festival Atlántico de Poesía “De Canarias al Mundo”. Pertenece al Observatorio de la Lectura y Escritura en Gran Canaria. 30


EL ESPEJO Sé que nunca he estado aquí ni que nunca he llegado el rostro de este muelle ha mirado mi vida con compasión detrás de esta marea hay reposadas playas donde anclar navío tras navío he crecido entre puertos sintiendo las ausencias náufrago empecinado de tantas travesías he vuelto a revivir he vuelto a ser silueta sombra sangre y epidermis.

Simón ZAVALA

GUZMÁN Patricia Corzo

Bebo una cerveza frente al muelle. bebo otras me caen las nostalgias de una mujer durmiéndose en mi pecho de qué color es su piel dice mi insomnio dónde está su pequeño volcán para hundirle mi fuego las vidas que atravesé saltan cruzando el tiempo otra memoria nace entre las arrugas de la vida la ciudad comienza a despertarse de su sopor de madrugada la calle es una larguísima cadena de recuerdos e ideas trastabillan mis huesos miro a la muerte en medio de la niebla y siento que en mí se rebelan todos mis cadáveres que están todavía con su sangre tibia. Me levanto de esta nueva caída y veo que nadie habita esta desconsolada vía que no existe este puerto ni este muelle y que yo aún agonizo en otro tiempo.

31


MENSAJE PARA UN FAUNO Como un intermitente martilleo pasan los minutos de esta hora

CANTO A LA ESPERANZA Sólo cuando seas libre entenderás el vuelo de los pájaros su proyectada sombra sobre la espalda terca de los siglos la dimensión exacta de sus alas.

sus golpes son como una enredadera crispada que baja a nuestra arena el alquimista prepara la ilusión para sacar la cábala nos acosa con sus palabras heladas y su huracán de signos al instante brota la profecía y esta hora se nos cae de bruces contra el siglo bajo un fino alfiler la muerte vive en esta hora como una boca profunda de dientes afilados quién desgarra esta larga noche que encadena los años? quién precipita al tiempo para medir su propensión de abismo? El zoólogo duerme junto a la mariposa con las fauces abiertas.

Belkis Cuza Malé

Ojo, piedra, luciérnaga fantástica, cabalgarás sobre la claridad de tus ideas. No habrá un resquicio para el descanso de tu mente tu voz será un océano una luz que rompa el tímpano del tiempo. Irás hacia el espacio para que el golpe de tu huella inicie el trazo perfecto de la forma. Para entonces ya no tendrás cadenas ser alado verbo encendido lengua simultánea camino para siempre hombre te crecerán jilgueros en las manos y cruzarás viajero ineludible por todos los besos de la tierra sembrando la esperanza.

SIMÓN ZAVALA GUZMÁN: Guayaquil, Ecuador. Poeta y Ensayista. Doctor en Jurisprudencia y Abogado Ha publicado múltiples ensayos jurídicos, literarios y políticos en diarios y revistas de Ecuador. Coautor del libro Indice de la Narrativa Ecuatoriana. Ha sido Presidente de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores, Secretario General del Consejo de Cultura de Ecuador, maestro universitario y Magistrado del Corte Constitucional de Ecuador. Tiene veinte libros individuales de poesía y es coautor de algunos libros con poetas de América Latina. Consta en antologías importantes de Ecuador y en múltiples publicaciones antológicas de Europa, Asia y América Latina. 32


LIBROS Benigno S. Nieto. Heberto Padilla. El poeta que engañó a Fidel Castro. Texas: Linden Lane Press, 2018 DIANA ÁLVAREZ AMELL “¿Los Alquimistas Ellos cogieron una idea / una formulación rabiosa de la vida/ y la hicieron girar, / como a la bola del astrólogo; / miles de manos desolladas, haciéndola girar”. Heberto Padilla

In a return trip to Havana in 1979, Benigno Nieto, who had left Cuba in the sixties, visits his life-long friend, the politically disgraced poet Heberto Padilla and his wife

Belkis Cuza Malé. Sitting at a public park bench, out of the range of the listening devices planted in Padilla’s apartment by State Security, Nieto tells his friend that Jorge Semprún, in his Autobiografía de Federico Sánchez, had called Padilla’s 1971 political confession “abject”. Stunned, Padilla echoes the Spaniard’s condemnation. He blurts out, he had been tortured, his wife and children had been held hostage: “what the hell did they expect me to do?”.1 “Never again a Lord Jim,” Padilla ends up exclaiming; he would not follow the fate of Joseph Conrad’s doomed protagonist.2 This long-ago private exchange between friends is the first and arguably one of the most memorable stories in Nieto’s Heberto Padilla. El poeta que engañó a Fidel Castro. Nieto attributes Padilla’s traumatized outburst to inner doubts about having caved in to the demand of a public confession that the political police had imposed in exchange for releasing him from jail. Padilla spent more than a month in jail, subjected to intense interrogations, and beatings; the drugs that were administered had landed him in a hospital bed. As remembered by Nieto, Padilla’s reaction provides a personal insight into the persecuted poet’s thoughts and inner turmoil at the time. Eight years had passed since that filmed forced self-accusation that had made international news. Padilla’s public confession of imaginary political crimes against the State included his own, those of his wife, other Cuban writers, as well as cultural figures with whom they were acquainted. By 1979 he was still under surveillance, forbidden to publish or leave the Island. Padilla had fallen from a brilliant writer who worked in official cultural institutions to a State pariah. Meanwhile, the aftershocks of what became the “Padilla Affair” had managed to take the pachanga out of the revolution. It had splintered opinion about Cuban politics among important international cultural figures who had been unquestioning supporters. In its wake, “the spine of Cuban cultural leadership” and “the taboo of criticizing Cuba from the Left had been broken.” (Iber 227) Before Padilla, Cubans who disagreed politically had been branded batistianos, counterrevolutionaries, bandidos, and later simply worms. The accusation of being a CIA informant, which Padilla parroted in his melodramatic forced self-denunciation, is still routinely applied to important dissenters. Up to Padilla’s public confession, Castro’s official stigmatization of Cubans who disagreed with him had been internationally accepted, seldom if ever seen as repressive by intellectuals, writers and artists outside the country. Nieto’s account of the personal toll it took on his friend adds an intimate dimension; his brief book offers also a reasoned analysis, and defense of his friend’s situation. Nieto, who was by then living in Venezuela, visits again in 1980. This time Padilla asks for his help. He wants desperately to leave Cuba. He tells him he has considered leaving illegally on a raft. “They want me to commit suicide,” (“Ellos quieren que me suicide” 38.) Padilla’s supposition was not without foundation. A tragic consequence of the crackdown of which he had been its best-known victim, was the suicide of his good friend, Alberto Mora. A comandante and a close associate of Ernesto Che Guevara, Mora tries to help Padilla

33


when he was in jail. However, politically disgraced, Mora kills himself. Padilla’s idea is reinforced in his final conversation with Castro. Padilla and Castro had known each other since before the political rise of the man who became Cuba’s comandante en jefe for life. Before Padilla leaves the Island in 1980 never to return, Castro meets with him. In that last conversation Castro tells Padilla pointedly that, unlike Mora, he had not killed himself.3 Nieto’s book joins a growing bibliography of literary interpretations about an episode in which politics and literature inextricably intertwine. Nieto mentions some of them. Semprún’s dismissive opinion of Padilla’s behavior is found midway in his Autobiografía…, a book that received Planeta’s 1977 literary award, and had created quite a stir in his native Spain. Semprún, a lifelong communist whose family had been prominent in Spanish politics and had gone into exile in France in the thirties, had survived the concentration camp at Buchenwald. His personal experience as a survivor became a

constant theme in his writings. But his literary life gained a remarkable prominence with his scorching account of the inner workings of the communist leadership which had expelled him from the party. He answered with a book that denounced the Stalinist character of two of the Spanish communists’ sacred cows: la Pasionaria Dolores Ibarrúri and Santiago Carrillo, then secretary of the party. Semprún’s uncompromising judgements extended to Padilla’s character. His condemnation of Padilla carried special significance given the Spaniard’s reputation as a survivor of torture and internment. With the passage of time, Nieto’s words when he tries to console his friend, telling him that Semprún walked around carrying his own statue under his arm, (“anda por el mundo con su estatua bajo el brazo, cultiva su imagen del héroe que resistió las torturas y el campo de concentración Nazi” 12) acquire a peculiar twist. Semprún’s harsh words for Padilla might seem now ironic given that Semprún’s account of his own conduct in the concentration camp has

ILUSTRAN ESTE NÚMERO Belkis Cuza Malé: pintora, poeta, periodista y fundadora y editora de Linde Lane Magazine, Nació ewn Cuba en 1942, y vive en Estados Unidos desde abril de 1979. Reside en Texas. www.belkiscuzamale.blogspot.com

34

Teresa Bevin (teresabevin.com) is the author of the novels “Havana Split” and “Papaya Suite”, a bilingual collection of short stories entitled “Dreams and Other Ailments / Sueños y otros achaques”. She has published the bilingual children's novel “Tina Springs into Summer / Tina se lanza al verano”, and is a contributor to several college level books on multiculturalism, mental health and family therapy.


since been questioned and challenged.4 His brother Carlos Semprún went so far as to accuse him of having been a kapo at the camp. In her biography of Semprún, Franziska Augstein states that he had to a certain degree a “privileged” position, protected by the Communist international clandestine committee functioning in camp.55 Although the Spaniards were not many, and were not at the top of the hierarchy, according to her the committee decided to insert a Spaniard in the administration. Assigned to the department of “Labor Statistics,” Semprún would substitute the names of the comrades for others assigned to dangerous tasks, under the instruction of the party (150). She also noted that Semprún never mentioned hunger concerning his experiences in Buchenwald. See Augstein (2010), chapter 5 “El campo de concentration” (141-184). His well-kept physical appearance is a factor that his brother Carlos adduced to back up his claim. Semprún came back too well-fed from the camp, his brother wrote. Augstein writes that Semprún had been in a

“privileged” position at Buchenwald: “en su condición de prisionero de confianza, en Buchenwald fue un privilegiado al menos en parte” (168). Several other figures have repeated the accusation (Quiñonero). Nieto dedicates a whole chapter to Jorge Edwards’ book Persona non grata. Edwards went to Cuba as the Allende government’s first representative after Chile restored diplomatic relations with Castro. He quickly started socializing with writers such as Padilla and Lezama Lima under the stern gaze of the revolutionary government. Edwards chronicles their whispered warnings, urging the Chileans to practice caution before embarking into a similar situation as that of Cuba. Nieto observes Edwards’ unflattering description of both Cuban writers. Lezama Lima is described as grotesquely overweight, gluttonously devouring the food Edwards provides, while Padilla, Edwards writes, exhibits “intellectual malice” (Nieto, 113). Edwards’ brief experience in Cuba was ill-starred. Not only was he was expelled, Castro

Patricia María Corzo:Reconocida artista visual de Colombia, natural de Bucaramanga. Creadora del Neo-expresionismo Mágico. Su obra es poseída por coleccionistas de arte de varios países del mundo. http://thecorzoart.blogspot.com/

Karin Aldrey (Carmen Karin Aldrey): pintora, escritora y poeta, nació en la provincia de Holguín (Cuba, 1950). Fundadora y directora de la publicación La Peregrina, es además Aceite (Linden Lane Press, 2011) con 19 ilustraciones a color de su obra plástica, y poesía, narrativa y trabajos periodísticos en diferentes espacios impresos y electrónicos.Ha participado en festivales, eventos artísticos, “silent auctions”, ferias de arte y exhibiciones privadas desde el año 1986.

35


personally threatened to blacklist him with Allende. Then history intervenes in 1973 with the military coup d’état in Chile. Edwards does not heed Pablo Neruda, his mentor, who advises him to write but not publish a book about his Cuban experience. He does while in exile in Spain. In his book, Edwards --as he has repeated in subsequent articles and interviews-- disapproves of Padilla’s behavior.[i] Edwards accuses Padilla of naively living under the illusion that his literary reputation would save him from reprisals (¡Ay de los ingenuos e ilusos! 143). Critics of Edwards have judged him in precisely similar terms, considering him surprisingly naive. While freedom of speech is an artistic need for a writer, it is not considered exactly a virtue in a diplomat. Why were Edwards’ first visits in his new diplomatic post to writers in political disgrace and not to official functionaries? Nieto points out that Edwards would provide a lavish supply of food, drink, and cigars to Cubans who were living in a strictly rationed country. Edwards explains his conduct as driven by friendship, he had met them in his 1968 visit as a writer. Nieto suggests an interesting, less lofty explanation. The Cuban writers who were official cultural functionaries -Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Lisandro Otero, Roberto Fernández Retamar, Edmundo Desnoes-- had signed a publicly circulated letter that attacked Neruda for having attended a Pen Club meeting in New York in 1966. Edwards was Neruda’s protégé, -- and the Chilean Nobel laureate had a reputation of being a demanding friend. Nieto wonders whether Neruda’s Cuban incident was a factor that influenced Edwards’ professional conduct. The diplomatic misstep was not to be repeated by the next Chilean writer sent to Cuba; the poet Gonzalo Rojas studiously avoided meeting Lezama Lima and carried out the expected official diplomatic rounds. In his conversations with Nieto, as well as in La mala memoria, Padilla rather humbly acknowledged Edwards’ opinion of him. Nieto sides with Cuza Malé who has written that Edwards’ harsh words about Padilla stem from personal animus for the better writer that was Padilla. Nieto points to another uncomfortable fact. Edwards wrote from the safe distance of his Spanish exile, he had diplomatic immunity while in Cuba, besides enjoying Neruda’s powerful protection. Unmentioned in Nieto’s book is another contrast. Both Edwards and Semprún stress several times in their writings that they were socialists who came from influential families

36

Belkis Cuza Malé from the upper social echelons of their countries. The curiously repetitive affirmations of social standing by avowed socialists, contrasts with Padilla’s simple assertion in La mala memoria that he had been poor. Stranger still is that neither of these writers recognized nor mentioned in their writings that what had been at stake in the Padilla Affair was not only personal survival, but the assertion of the fundamental right to personal and artistic freedom. For Edwards, that was not prudent. Nieto chronicles some of the personal hardships the belief in those rights brought to Padilla’s life. He concludes his book with Padilla’s Poética (“Di la verdad// Di al menos tu verdad”) recognizing that Padilla’s instinctive belief in the exercise of those basic freedoms in his life and poetry had brought him to face alone the Leviathan.

Notes [1] “¿Abyecto? Murmuró él, aturdido. // Lucía como si le hubiera dado un puñetazo; la condena devastadora de Semprún lo perturbó.” … “¡me tenían agarrado por los


cojones! - gritó furioso, y se los agarró, y continuó; -Tenían a Belkis, a mi hijo y al resto de mi familia como rehenes… ¿Qué mierda quería que hiciera?” (11) [2] “¡Nunca más un Lord Jim!” (13) [3] Padilla in La mala memoria reports the conversation, in which Castro tells him: “Mi opinión es que tú sigues pensando como antes. Tu amigo Alberto Mora terminó pegándose un tiro, pero tú prefieres huir”. (259) [4] The debate as to what Semprún did at Buchenwald in Augestein (2010), Céspedes (2014), Fox Maura (2016). [5] Although the Spaniards were not many, and were not at the top of the hierarchy, according to her, the committee decided to insert a Spaniard in the administration. Assigned to the department of “Labor Statistics,” Semprún would substitute the names of comrades for others assigned to dangerous tasks, under the instruction of the party (150). She also noted that Semprún never mentioned hunger concerning his experiences in Buchenwald. See Augstein (2010), chapter 5 ”El campo de concentration” (141-184). His well-kept physical appearance is a factor that his brother Carlos adduced to back up his claim. Semprún came back too well-fed from the camp, his brother wrote. Augstein writes that Semprún had been in a “privileged” position at Buchenwald: “en su condición de prisionero de confianza, en Buchenwald fue un privilegiado al menos en parte” (168). [6] In a 2006 interview of the Spanish journal El País, Edwards says of Padilla: “No era un disidente como los que hay ahora. Era una persona deslenguada, imprudente, muy divertido, y era un ser absolutamente solitario e inofensivo.” It contrasts with the positive way he speaks of Castro whom he describes as a man with a great sense of humor: “un hombre con mucho sentido del humor, de reacciones muy rápidas, con mucho ingenio, mucha vivacidad” (Cruz).

Works Cited ““ Augstein, Franziska. Lealtad y traición. Jorge Semprún y

Carolina Hospital.“Key West Nights & other aftershocks”* JOSÉ EMILIO FERNÁNDEZ La poesía es abandono, es padecer con incertidumbre la existencia sublime de todos los silencios. La poesía puede ser otra aproximación, quizás lo invisible coherente. Y entre todas sus revelaciones, coexiste Carolina Hospital con su más reciente poemario “Key West Nights & other aftershocks”. Ahí -entre sus versos- es donde la mujer se convierte en la antítesis inmortal de todos los augurios; donde su pensamiento poético transmuta en un discurso transcendental, por momentos --o casi siempre-- autobiográfico. Quizás porque ella nunca se levanta antes del mediodía/ las mañanas se disfrazan de comienzos. / Mejor confiar en las promesas de la noche… Pero las promesas son un acto mediador, una travesía por los resguardos de su piel,

su siglo. Trad. Banco Santos, Rosa Pilar. Barcelona: Tusquets, 2010. ““Bradu, Fabienne. El volcán y el sosiego. Una biografía de Gonzalo Rojas. México: Fondo de Cultura Económica, 2016. ““Céspedes, Jaime. “Jorge Semprún’s Speeches: Self-Fashioning and the Idea of Europe.” In A Critical Companion to Jorge Semprún. Buchenwald, Before and After. Ferrán, Ofelia and Gina Hermann ed. Palgrave Macmillan, 2014: 219-232. ““ Cruz, Juan. Entrevista: Jorge Edwards. “Fui un ingenuo en Cuba.” El País. Oct. 15, 2006. https://elpais.com/diario/ 2006/10/15/domingo/1160884358_850215.html ““ Cuza Malé, Belkis. “Retrato del otro Heberto Padilla.” InCubadora. Oct. 8, 2018. https://in-cubadora.org/ 2018/10/08/belkis-cuza-male-%C2%B7retrato-del-otroheberto-padilla%C2%B7/ ““ Edwards, Jorge. Persona non grata. Madrid: Cátedra, 2015. ““Fox Maura, Soledad. Ida y vuelta. La vida de Jorge Semprún. Trad. María Serrano. Penguin Random House, 2016. ““Iber, Patrick. “Neither Peace nor Freedom”. Harvard University Press, 2015. ““Nieto, Benigno S. Heberto Padilla. El poeta que engañó a Fidel Castro. Linden Lane Press, 2018. ““Padilla, Heberto. La mala memoria. Barcelona: Plaza y Janés, 1989. ““Quiñonero, Juan Pedro. “Semprún habla por primera vez de su trabajo como kapo en Buchenwald.”Una temporada en el infierno.April5,2010. http://unatemporadaenelinfierno.net/ 2010/04/05/semprun-habla-por-vez-primera-de-su-trabajocomo-kapo-en-buchenwald/ ““Semprún, Carlos. “Luces y sombras de agosto.” 25. La Ilustración Liberal. ““https://www.clublibertaddigital.com/ilustracion-liberal/25/ luces-y-sombras-de-agosto-carlos-semprun-maura.html ““Semprún, Jorge. Autobiografía de Federico Sánchez. Barcelona: Planeta, 1977.

un viaje al pasado acicalado de sobresaltos y murmullos. Y es la noche el poema: la afinidad de asemejarse al tiempo. “Key West Nights & other aftershocks” es un poemario que reclama, que ruboriza, que nos concede los aciertos y las proximidades, el miedo y la luz. Una vez más Carolina Hospital ennoblece la voz del silencio y retoma la elegancia de convertirse en certeza, en albedrío … Por un instante/ ella lucha contra sus ojos abiertos. / Es suficiente. Entonces el mar la salva y la protege en su condición de isla; porque todas las premoniciones consagran: En los días de suerte, aunque muero por rasgarme la ropa y lanzarme, / puedo quedarme quieta y dejar que la creciente humedad / me ahogue. Entre los versos de “Key West Nights & other aftershocks”, conviven los cuestionamientos y la persuasión, creer es un acto púdico y liberador. Carolina reverdece asida a las memorias, convencida de la magia y determinada a escuchar un canto atávico, ineludiblemente embriagado de incertidumbres porque los lamentos de ángeles, / asaltan el

37


Guillermo Arango. El ala oscura del recuerdo. Miami: Ediciones Universal, 2013. BENIGNO S. NIETO

Cayo… y dejan un sabor de melodías inconclusas entre la perplejidad y el ostracismo, y es así como la carne sana, / pero el sabor sigue siendo de raíces amargas. El exilio es más que una historia, la esculpe y también la bendice entre todas sus longitudes y conjeturas, quizás porque en Carolina las memorias aún interpelan instantáneas, como un sueño, / solo que no puedo distinguir los colores. Lo más extraordinario es ver como la autora lucha contra su inquietud en cada verso, y de una forma épica, vuelve a sus premoniciones. Empíricamente convencida del discernimiento de sus desvelos, la autora, encuentra a Juana Borrero, más allá de la isla, más acá de la historia consumada entre voces. Las noches de Key West también pertenecen a Juana, entre metáforas y exilios que desgarran, entre olores y catedrales para fumar/ bancos de madera de rodillos / y el dulce aroma de mi hoja mohosa. Pero la búsqueda de Juana es una señal que conmueve, que aproxima a su autora a la inocencia, a las historias olvidadas, a la voz de su fantasma. Carolina Hospital, como Juana, evoca a los opúsculos escritos en el aire, al verso diáfano y entonces, nos enseña el camino. “Key West Nights & other aftershocks”, no es solamente un ensayo íntimo que nos aproxima a los rostros del tiempo; también es un compromiso noble que exige su identidad, totalmente ancestral, en su lenguaje y exquisito simbolismo. Para acercarnos a Carolina Hospital, tan solo necesitamos resguardar la foto de época que esconde entre sus versos, en sus bolsillos calados por revelaciones y gritos de silencios. “Key West Nights & other aftershocks” nos invita a transmutar, a vestirnos de mar, de luz, de redención porque lo que quiero darte ahora/ es turquesa/ turquesa ancha y fría/ olas de turquesa envueltas en luz solar…*

38

Este excelente libro de cuentos, El ala oscura del recuerdo de Guillermo Arango, posee dos de las virtudes que transformaron este género literario en el arte más popular y venerado durante milenios. El arte de contar historias cautivo a los humanos desde siempre, y nos legó clásicos inolvidables como Las mil y una noches. Primera virtud de este libro: posee el encantamiento clásico que nos atrapa hasta el punto de olvidarnos, en un mundo imaginario, de los sufrimientos y angustias que atormentan nuestra vida diaria. Segunda virtud, el impacto enriquecedor que provocan las aventuras y desventuras de sus personajes, un impacto que a veces iluminan el lado claro del alma humana, como una sonrisa de Dios, y otras nos inquietan con el lado oscuro de nuestro ser, que es como el guiño del diablo. El libro contiene 17 relatos, todos sorprendentes y extraordinarios. Por supuesto, yo disfrute unos más que otros, y solo desaprobé uno, precisamente el que lleva el título del libro: El ala oscura del recuerdo. La culpa es mía, no de Arango que eligió experimentar un cuento entero sin una coma ni un punto, y eso a mi entender entorpece el placer de su lectura. Se ha hecho antes. Lo juzgó un abuso contra el lector. Lo usó con éxito James Joyce en Ulises, su obra maestra, cuando le puso un micrófono en el cerebro a la infiel Molly, en ese caótico “monólogo interior” tan famoso de casi cinco mil palabras, sin un punto ni una coma. Si en Joyce el descubrimiento del micrófono en el cerebro de Molly tenía sentido, no se justifica en una narración clásica. No les voy a revelar los sorprendentes y a veces malvados, crueles, sarcásticos finales de estas historias deliciosas, sin embargo aquí tienen una lista de las que más disfruté: Amores perros, que de verdad tiene que ver con perros y también con la lujuria, pero en especial con la imposibilidad del amor constante y eterno. Las gitanas, aunque un relato de final predecible, esta vez ahonda con agudeza en la orfandad ingenua de un adolescente manipulado por una gitana experta en ensalmos, en yerbas y en el timo. Parábola es casi una viñeta sobre la codicia y la justicia. Fuera de temporada, una historia de las secretas y diabólicas pasiones de tres monjas asesinas. Un traje de etiqueta trata del sarcasmo de un pobre hombre que descubre una fortuna que luego será su perdición. El fugaz pájaro de la juventud, una viuda marchita que observa con codiciosa lujuria a un jovencito de 17 años. El ermitaño, un hombre atormentado por el recuerdo de la carne y una vida trágica, que se encierra en una gruta solitaria en lo alto de un acantilado en busca de Dios, y al final descubre el espantoso secreto legado por el santo Fray Elías. El


cumpleaños de papá retrata los celos de una media hermana capaz de matar para no compartir el corazón de su padre. La vecina, un aterrador cuento sobre el infernal deseo que arde en la carne de una viuda por su vecina, pero ésta se despide de la viuda para siempre, follándola sin amor con un sadismo brutal mientras la insultaba. El último poema, que cierra acertadamente el libro con un escritor atormentado por una

esposa odiosa que no cesa de echarle en cara su eterno fracaso económico. En estos relatos he admirado la magistral destreza narrativa de Guillermo Arango, que ya se percibía en Gatuperio, su anterior libro de relatos. Arango elije las palabras cuidadosamente y, sin perder la fluidez irónica de la historia que nos cuenta, intenta novedosas construcciones verbales, reflexiones y metáforas (“El llanto silencioso de una vela ardiendo”; “lo demás lo hizo la casualidad, que es el seudónimo de los complejos misteriosos que ponen una vida frente a otra”; “a quien se la sudan tus suspiros enlutados”; “en la gente que se roba la luz a modo de planetas muertos”; “abrasada por el fuego interno que la quemaba;” “el hotel erguía sus proporciones sobre la felpa brillante de la mañana”, etcétera). Y que conste, en general yo soy inmune a las florituras verbales per se, pero cuando van integradas en armonía con una historia interesante y concreta, sin duda que elevan el texto a una instancia superior. Por último, aplaudo que Arango no se propuso escribir libros “positivos” o “negativos” (dos palabras rituales que acompañada por “compañero”, nos daban ganas de vomitar), que escriba fundamentalmente por la necesidad que tiene un escritor de contar historias y nosotros de leerlas. Los cubanos necesitamos respirar un poco de aire no contaminado por la política, al menos los domingos. Y El ala oscura del recuerdo es la lectura perfecta para liberarnos de las preocupaciones, respirar aire purificado, y acercarnos a ese misterio que es la comunión de los espíritus en la magia de la buena literatura.

SUBSCRÍBASE 4 números al año

Linden Lane Magazine & Press .PO. BOX 101582 FORT WORTH, TEXAS 76185-1582 Universidades e Instituciones $90

Indviduos $70

lindenlanemag@aol.com 39


It is not the critic who counts; not the man who points out how the strong man stumbles, or where the doer of deeds could have done them better. The credit belongs to the man who is actually in the arena, whose face is married by dust and sweat and blood; who does strives valiantly; who errs, who comes short again and again, because there is not effort without error and shortcoming; but who does actually strive to do the deeds; who knows great enthusiasms, the great devotions; who spends himself in a worthy cause; who at the best knows in the end the triumph of high achievement, and who at the worst, if he fails, at least fails while daring greatly, so that his place shall never be with those cold and timid souls who neither know victory not defeat.

Reserve though the following appointed Tobacconist: Cigaragua, Amsterdam. Contact: 31 20 773 5302 / Prime Cigar, Boca Raton. Contact: (561) 613-6130 / Lonewolf Cigars, Los Angeles. Contact : (310) 4588000 / Silver Leaf Cigar Bar, Fort Worth. Contact (817) 887-9535 / Cigar Cellar, Miami. Contact (305) 381- 0458 / Two Guys Smokeshop, New Hampshire. Contact: (603) 898-2221.


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.