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Vol. 35 No.1

SPRING / PRIMAVERA,, 2016

多Picasso en La Casa Azul?


Queridos amigos:

lindenlanemag@aol.com http://www.lacasaazul.org www.lacasaazulcubana.blogspot.com

Con este número de Linden Lane Magazine iniciamos el volumen 35. Cada volumen corresponde a un año de existencia, así que pueden imaginar lo que significan más de tres décadas en esta tarea, en pro de la literatura y el arte de los cubanos que viven fuera de Cuba. Aquí estamos, cumpliendo la misión por Dios encomendada. A finales del año pasado, fallecieron cuatro escritores cubanos: Nivaria Tejera, Jorge Valls, Julio Matas y José Sánchez Boudy. De Nivaria y Jorge Valls publicamos aquí una pequeña muestra, a fin de rendirles tributo, y en el próximo número haremos lo mismo con Julio Matas y Sánchez Boudy. Sus obras lo merecen, fueron ellos parte importante de nuestra literatura, quienes a pesar de las dificultades enfrentadas fuera del país de orígen, lograron realizarse como creadores y legarnos obras cimeras.

Founded in March 1982 by Heberto Padilla & Belkis Cuza Malé Publisher and Editor: Belkis Cuza Malé Assistant Editor: René Dayre Abella Copyright © 2016 LINDEN LANE MAGAZINE Una subscripción a LINDEN LANE MAGAZINE en los Estados Unidos: $70.00 para individuos, y $90.00 para instituciones. ISSN 0736 - 1084 It is a publication by Linden Lane Magazine & Press P.O. BOX 101582 FORT WORTH, TEXAS 76185-1582

En este número les presentamos también la poesía de José Millet, Madelín Pedroza Lombana, y Tamara Méndez. En prosa: Carmen Karin Aldrey, Jorge Tamargo, Jorge Luis LLópiz Cudel y Maricel Mayor Marsán, así como los textos sobre la visita de Armando Valdés Zamora a la casa museo de José Lezama Lima, en La Habana, y desde Cuba, el de Reinaldo Cedeño, sobre Florentina Boti, la hija del poeta guantanamero. También, una entrevista a Félix Luis Viera, por Rebeca Esther Ulloa y Baltasar Santiago Martín, y una reseña sobre el libro de la doctora Margarita García, Antes de Cuba libre, por el etnólogo RolandoAlum. Acompañan todos estos textos, algunos, sólo algunos “tesoros”, por así llamarlos, de la colección del Museo Cubano de La Casa Azul (Centro Cultural Heberto Padilla). La mayoría de las obras presentadas aqúí no están firmadas por sus creadores, pero entre ellas es posible reconocer a Picasso, y quizás a Sorolla, y también tenemos un grabado original, firmado, de Marc Chagall; un óleo del español Pardo, y otros. Hemos querido en esta ocasión “excluir” a los pintores cubanos, para darle espacio a esta colección que se exhibe por primera vez acá. Para ilustrar el poema de la recién fallecida poeta Nivaria Tejera, escogimos este ángel de Hanton, pintor español, esposo de Nivaria, y que forma parte también de nuestra colección. Gracias a todos por sus colaboraciones y apoyo, Belkis Cuza Malé. Directora

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La Habana un día Un día mi palma crecerá hasta la Manchuria un buen día pueblo mío tú crecerás sobre el mar... de pronto un día los obreros felices pensarán en su ciudad inventarán rampas infinitas parques transparentes para que los niños corran por el espacio libres extraños a los ruidos de la ciudad a la impaciencia de la ciudad...

NIVARIA TEJERA

Un día mi ciudad te cansarás de esa rigidez ajena de los dominadores... (Mi ciudad de La Habana engarrotada no se parece al mar no se parece al cielo ni a la palma ni al Cauto no se parece a mi isla despejada serena ni al ser isleño vegetal sonriente—) Un día mi ciudad... el mar te cubrirá crecerá sobre ti el mar... Y tus obreros te construirán en el mundo.

Hanton, 1988: óleo 3


Por los tejados Por los tejados de cristales la lluvia rueda rumorosa, su transparencia conciliadora y escalofriante como el paso del tiempo. En la espaciosa noche de verano se van abriendo todas las ventanas alrededor del techo de cristales. Los vecinos se asoman y hablan de cómo han crecido las plantas de una muerte imprevista del vino de la guerra de que hoy ha oscurecido más temprano. Las nubes, las estrellas, el aire entran a su corazón y lo acarician. «Este cielo trae agua» dice un hombre y todos miran hacia arriba. Un niño se despierta, llora en su cuna, solo, un gato muerde a otro. Ahora el reloj deja oír la medianoche y ellos se despiden cerrando sus ventanas hasta mañana. Sólo la vecina de enfrente plancha todavía y de vez en cuando levanta su cortina y mira. Me he quedado pensando qué nobles son sus cuerpos y cuán pacífica acontece su vida, mirándoles ir venir entre los días al fondo de las ventanas. Ya se han apagado todas las luces. El cielo está muy oscuro. Sólo las buhardillas se levantan inmóviles sobre la transparencia de la lluvia. De pronto el viento infla la ropa en los cordeles y es como si zarparan barcos hacia la noche.

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Nivaria Tejera (Cienfuegos, Cuba, 1930), vivió toda su infancia en Islas Canarias, la tierra de su padre, quien sufrió prisión en 1944 por sus ideas republicanas. Al regreso de la familia a Cuba, y siendo casi una adolescente, Nivaria publicó en 1953, el primer capítulo de su novela El Barranco (La Habana, 1959 / Biblioteca Básica Canaria, 1989), en la revista Orígenes, que dirigía José Lezama Lima. Vive en París a partir de 1954, pero regresa a Cuba en 1960. Su novela El barranco había visto la luz en 1958 en francés bajo el título de Le ravi. En 1962 publica en La Habana Innumerables voces y es nombrada Agregada Cultural del gobierno cubano en Roma, hasta que en 1965 rompe con la revolución y se instala definitivamente en París. Su novela Sonámbulo de sol recibió el Premio Biblioteca Breve, Ed. Seix Barral en 1971, que apareció luego en francés bajo el título de Fuir la spirale (Actes Sud, 1987). En poesía publicó Luces y piedras (1948), Luz de lágrima (1950), La gruta(1953), Alba en el niño hidropésico (1954), La barrera fluídica o París Escarabajo (1987), Rueda del exilado (1983) y Martelar. Su ensayo novelado, Espero la noche para soñarte, Revolución, fue publicado en Miami, en 2002 por Ediciones Universal. Falleció en París el 6 de enero del presente año.


JORGE VALLS

Mi rostroOMi rostro Mi rostro es un muro. Lo espolvoreo de talco, lo lavo; lo dejo morir surcado de coleópteros. Y sigue siendo un muro. Mi rostro es una nada hecha de la carencia de miradas, del idioma incoherente con el que nos despedazamos, un humo, el vuelo de una mosca.

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Mi rostro es una piedra. Cuando mi rostro es de agua las sonrisas me saludan como pájaros. Pero el agua pasa Y mi rostro es entonces de aire, y sólo saben de él las hojas rotas… que se caen al polvo. Mi rostro es un hueco y no puedo quitármelo. 17 de junio de 1981.

Yo decía esa palabra para crearla en el aire, para extraerla de mi necesidad sangrienta. Y temblaba de carne miserable inútilmente torpe para el lirio. Un susurro de cuento me alumbraba por las orejas la región del pálpito y apretaba en mis mandíbulas un sonido inefable de dulzuras extrañas. No fueron ni mis tuétanos, ni mi simple saliva, ni mi cabeza por cien redes enmallada, ni esa sierpe de estiércol que me escupe flemas infectas en los ojos, sino lo que es tan antes de explicarse; y en ello va el perdón de todo lo que soy irremediable. 16 de julio de 1967

Marc Chagall, serie # 81/375

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Germen Te engendraré con el dolor de mis tuétanos. Te nutriré con la exprimidura de mis vísceras. Te sostendré con la rigidez de mis huesos. Te pondré nombre y te untaré los óleos de mis olivas en tu frente. Aromaré con mi jazmín tu rostro, y toda la plata pura de mis ríos la verteré en tus cuencas. Te hare de luna un sable para matar dragones y con plumas del sol te haré el penacho. Te llevarás mis ostras en tus conchas. Con yerba blanda te pondré una almohada. De mis cenizas se alzarán tus llamas, y entre las hojas verdes del mirto recogerás mi esencia. Porque yo no soy yo, ni tú eres tú, sino todo es Aquel que nos reúne y al signo de sus lanzas nos convoca.

juan abreu

23 de junio de 1981.

Jorge Valls Arango. (La Habana, Cuba, 1933-Miami, EE.UU, 2015). Estudió filosofía en la Universidad de La Habana donde se convirtió en líder del movimiento estudiantil que derrocó a Batista. En 1964 el régimen de Castro le encarceló por motivos políticos, y liberado en 1984 tras una campaña internacional. Ganó varios premios internacionales por sus escritos en la prisión, incluido el Grand Prix en el Festival Internacional de Poesía de Rotterdam celebrado en 1983. Publicó en poesía: Donde estoy no hay luz y está enrejado (Playor, España, 1984) y A la paloma nocturna desde mis soledades (Editorial SIBI, 1984); en narrativa, el testimonio: Veinte años y cuarenta días: Mi vida en una prisión cubana (Editorial Hypermedia, 2015).

(Los poemas y la nota biográfica de Jorge Valls han sido tomados, previa autorización, de la revista Conexos). 6


Escena de un joven al que va a matar —Dime pronto tu crimen para inscribirte en la lista de los mutilados. —Tengo veinte años. —Ya todos los pecados viejos se han gastado; en verdad que tienes el nuevo pecado. —Tengo veinte años. He bailado por cobres y por motores. He sido con mi sangre el eco de todas las palabras. Brinqué entre los fustazos; salté en las metralletas; grité por las calzadas, y me vestí con una piel de mico que puso de moda en los escaparates. Me estaba desangrando. Me salía la angustia del gaznate como una lombriz sin cola interminable. Con mis ojos buscaba los panales silvestres, y me entregaban con emulsión de muertos. Supliqué amor, y me echaron una lasca de carne en la cara. Y todos hablaban por todas partes. El piso, las paredes, aún los techos estaban llenos de escupitajos ácidos. —Nadie te preguntó tu descargo. Bien podrías haber obedecido.

—Me golpeaba la aorta una médula espesa y afiebrada. Quería huir no sabía ni a dónde. El cielo era un snob de propagandas:

De los poemarios Donde estoy no hay luz y está enrejado (Playor, España, 1984) y A la paloma nocturna desde mis soledades (Editorial SIBI, 1984).

la tierra era un fangal ensangrentado; el aire… bióxido de carbón. No dejaron más que un hueco abierto. Un reloj reventado. Un puñal imantado… y un poco de meprobamato. —Es horrible. Con lo que hemos hecho por él. Tiene todos los rasgos… es un caso perdido. —Oídlo, oídlo, todos los sordos del mundo; oídlo todas las piedras y los árboles del bosque; oídlo, arcángeles del aire, oídlo y hacedlo oír a quien no desdiga. Tengo veinte años. Veinte triturables años. Veinte palomas asaetadas en el pecho, veinte, ¡Ay! Veinte años. —Incorregible, Hay que fusilarlo. 1ro de noviembre de 1969. (Lo fusilaron el 30 de octubre de 1969)

¿Cómo fue que mi soledad de tigre se encontró con tu soledad de ardilla, que mi soledad de nutria helada se empató con tu soledad de duende? ¿Cómo fue que tu frecuente muerte se hermanó con mi suerte diaria irrealizada? Cuando nos sumergimos como dos piedras hacia la luz de la noche, y cuando las veletas locas giraban vertiginosamente produciendo no sé qué música celeste, y clavábamos postes importados del cielo para marcar la estepa despiadada del mundo, y se andaba pisando el suelo apenas, necesitando eternas rosas. Diciembre 1969.

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JOSÉ MILLET

Sueño del colibrí con su flor Para Alina, naturalmente… Colibrí, vente a mi lado con tu brillante y cansado traje de colores. Apoya al fin tus alas en mi regazo, que estoy muriendo de ti ausente distante despojada herida de soledad por lo que amo. Te ofrezco el abrigo cálido de mis pétalos para que recrees en mí tu incansable aletear en lo profundo del bosque. Llena de gozo los amaneceres insomnes, de luz

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el mediodía, de tiernas palabras que ahuyenten en las noches el vacío. Servido está el panal con tantos deseos hecho por mis manos para saciar tu apetito de desmedido trashumar, igual que en mis pechos brota el vino que calmará siempre tu sed. Ya sé, escapaste furtivo con la miel que puse en tus labios; no volverás por ella. Volverás para fundir mi talle con tu cuerpo hasta convertirnos en la estatua de la flor con su jardinero. Pero antes del milagro, del ansiado encuentro, haz que tus alas batan en mi mejilla, regálame un vuelo, (un fugaz revoleteo) alrededor de mi fatigada corola; deposita el polen que hacía estallar en las noches el silencio, …y besa mis párpados, la humedad del párpado, para no despertar ya más angustiada pensando que te tuve y que te he perdido. Coro, octubre 23.2007.


Cafetales franceses A don Emilio Bacardí Moreau (en el 500 aniversario de la ciudad a la que dedicó su vida)

Brota el balandro que me acompañó siempre al bajar por los serpenteantes chemins de colins de la Gran Piedra las luces de mi ciudad veo en el horizonte bañada por el Sol de colores que resplandecen al viento el perro atento al paso de la torcaza desde el centrou o al canto del gallo que anuncia otra alborada en mi cabeza asperjan los tonos de Chopin las fugaces melodías que alegraron la tibia noche en La Isabelica acompasada con tragos de rocío de gallo y el buen cognac Napoléon Bonaparte el fresco bate el sombrero los caballos caracolean embriagados por los olores de las flores que perfuman el paso dalias nomeolvides hortensias magnolias acaricia mis labios el fresco manantial que despeña

sus aguas perfumadas entre riberas donde yace la tumba de mi amada las espuelas son música que canta al oído la alegría del encuentro con las damas que nos esperan en el quartier El Tivolí donde hoy debutará la célebre compañía que nos estremecerá con la obra de Moliére que ella prefería... esta será noche de cinturas excitantes de tumbas que me remontarán al Haití de donde vine al instante cuando entré por este puerto venturoso de Santiago, donde me encanta hablar francés con los habitantes de una villa llamada a convertirse para nosotros una especie de tierra prometida… flores del destierro que llevo atadas en la muñeca nomeolvides calas anturiums encajes de la reina …de reyes desaparecidos aves pájaros destrozados de un Paraíso perdido.

Lou Utter: “Cain / Abel”. óleo, 1957

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Carta de amor A Olema, la elegida

Belkis Cuza Malé

Puerta de Golpe. Mi antología personal de Heberto Padilla “He leído este pequeño libro de un tirón. Ahora me pesa, porque ya se evapora el soplo de vida en sus breves páginas. Belkis Cuza Malé ha escogido magistralmente un grupo de poemas que representan el talento artístico tan propio de la obra de Padilla, el poeta. Eviten los expertos en poesía buscar en este libro un movimiento cultural, una escuela artística o siquiera una sólida fluidez temática. Ese no ha sido el propósito de este maravilloso libro. Deléitese el lector con este abrazo poético de uno de los grandes de siempre, el inmortal Heberto Padilla, nuestro¨. Dr. David Walter Aguado

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Linden Lane Press 10

Había una vez un pájaro del desierto, poseído en el alma tal vez por una ilusión. Había recorrido largo trecho en búsqueda de algo ansiado y creía haberlo encontrado en la satisfacción del goce pleno de sucuerpo, hecho—pensaba—por la mano de un artesano muy inteligente para idear y realizar el vuelo. Primero fue la experiencia de la construcción del nido en que había hallado pareja ideal y compartir con los polluelos que se incorporaron al hogar, extensión de las manos espirituales de sus progenitores. Pasó largo tiempo dedicado a la vida el hogar, apegado sin embargo a aquel hogar del que una vez había partido con rumbo incierto. Luego tuvo que hacer la vida de los padres del desierto y remontar, poco a poco, la vista para visualizar islas en el mar, que debían ser llenadas con ramitas verdes en cada una de las travesías.De la noche a la mañana se convirtió en pájaro marinero, deslizándose a veces por las superficie de las aguas turbulentas, en que no pocas veces las plumas recibieron el impacto de las olas encrespadas al batir tenso con arrecifes hirientes.Cuando pasaba el huracán, y en realidad nunca pasaba porque había elegido nacer y vivir en un Mar de tormentas, se dedicaba a pensar cuál sería el proyecto de vida que llevaría a vías de realización. Misión de blanca obrera dedicada a curar de zánganos la colmena o de buey sosegado y paciente que araría las tierras en que espigarán las plantas que tocarán el azul de lo más alto? Tal vez. Y fue el del Colibrí el trabajo elegido,el de minúsculo pajarito que se la pasaría hilando con sus patitas el gran nido en que se anidarán en un futuro todas los aves. Encontró en el lance vocación para pasar la mayor parte del tiempo inmerso en el espacio cercano a la tierra desde donde husmeaba jardines preciosos en que exhalaban su perfume flores hermosas. Y de una isla a otra isla iba libando el néctar indispensable para que el concierto de Belleza Humana pudiera realizarse con la reproducción de las diversas especies. Un día, emprendió un vuelo a lo más alto del Cielo, y, mientras planeaba en las alturas, con la mirada fija en el dulce espacio sobre el que se deslizaría en la faena, sintió un estremecimiento, tal vez una subida paulatina de calor, del latir del pecho y se encontró entre hierbas que le sonreían quejumbrosas. Algo había sucedido fuera de lo normal que impidió cumplir cabalmente con la jornada. Y al voltear su vista, el corazón palpitó con un ritmo desacompasado: su sensibilidad especial le permitió comprobar que había recibido un mensaje enviado por alguien desconocido. Y emprendió, de repente, un vuelo inusitado para él, experimentado piloto que había navegado pro el mundo en la creencia de que su cuerpo era perfecto. Pero resultó el caso que lo había hecho siempre con una sola ala y del cuerpo ahora le había nacido el Ala Hermana que le faltaba y le permitiría´desde entonces ver la Belleza donde antes sólo había visto placer, satisfacción, goces y reconocimientos fatuos. Y así continuó su faena con el corazón palpitando cada vez con mayores frecuencias al saberse iluminado por una luz interior que hacía de cada segundo el ansiado tiempo en que uno no se detiene, sino que se dice. soy tan feliz. Así de simple, encontró lo que le faltaba o había perdido o no le habían puesto en su armadura de obrero del prójimo desde que era niño: el alma gemela, el ala inseparable del sueño del que no quiso desprenderse ya más...ese néctar especial que nos devuelve cada noche ilusionados y nos hace amanecer al alba con la música palpitante en el azul del espacio en que respiramos: algo tan al alcance del vuelo pero tan difícil de definir como no sea con la dulce palabra, más dulce que la miel que tanto había libado en la vida, que llamamos Amor. . José Millet. Poeta, etnólogo, escritor y profesor universitario cubano, nacido en Santiago de Cuba, que reside en el estado de Falcón, Venezuela. http://investigadorjosemillet.blogspot.com


Madeline Pedroza Lombana BAJO HIPNOSIS NO TE SALUDA EL HORIZONTE Vamos a escalar la lluvia más arriba, descolgar alas en su diáfano temblor. Si el impacto de la piedra en el pecho sigue guardado en su cajita de espera, ¿de qué vale seguir sacando cuentas si el resultado es el silencio? No más adrenalina. No más muecas ni sonrisas prestadas, los dientes erosionaron por las mordidas al abismo y la mesa siempre está mirándonos muy quieta. Es hora de alfiletear en los párpados el arma que nos asusta, de estallar pulmones en el aire con solo un respiro de otro aire, de borrarle a la ciudad su palidez. Es hora de romperle al lobo su armadura de oveja. Venid zapadores de verdades perdidas, venid a quitarle estas viejas máscaras al corazón, los fétidos escupitajos que nublan el brillo del ojo. Perdón, noble animal; perdón, hermanos, también sé lo que es el miedo y las arrugas. Hace siglos que el dinero es importante, lo suficiente como para no tomar en serio la propia vida. Los cosechadores de incertidumbres, programadores de fracasos y encantadores de carneros, de otros mortales no son diferentes. La lluvia es un barredor de caminos, pero no basta la lluvia si el resultado es el silencio.

LA MÚSICA DE LAS ESFERAS Ya soy grande, no creo en la escalera alta para subir al cielo. Compraría un cohete del siglo XXI. Pero, ¿qué haría con todas las estrellas incrustadas en las manos como una maldición, con ojos llenos de constante vigilia y el corazón hecho acero, grito mudo de poemas, música insustanciosa y liviana? El cuerpo canta cuando la boca es capullo, imperceptible puntito. Muy cerca del tímpano, el pescador hunde su picota en el Strombus gigas. Hay que pescar – dice–, mientras adentro tiembla carne y ojos ante premeditación y muerte. Palidece la Belleza. Las manos balbucean, son susurros fantasmales: ambiciones por las estrellas y la profundidad, por la tibia piel embadurnada de lodo humano, por sutiles contracciones del movimiento. Por cualquier porquería sin latido. La ambición por sí sola es un movimiento dentro de un agujero negro, de una densa sombra, en la que no habrá quien recuerde la letra H.

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A FRIDA KAHLO DE RIVERA Papalotes acarician las nubes de Coyoacán. En la casa azul, la silueta de una paloma negra, coja-bailarina dorada y sangrante, brilla bajo la luna en la medianoche. El espejo cuelga como si aplastara impíamente un cuerpo mutilado por trampantojos. La silla de ruedas es tregua, una sonrisa al primer rayo mañanero en el rocío de las hojas. Es el no morir cuando la vida apenas comienza. Llueve sin escampadas. El sapo tiene sus hábitos, retorna aunque la naturaleza lo invite a sapear en otros sitios tentadores. Hay apariencias irreconciliables que esconden su bandera blanca. Me siento en el patio interior de la casa azul de Coyoacán. Navego por la bahía de Manhattan con el mismo asombro, el mismo temor de la no pertenencia. De brazos de nadie, desde el sur del Central Park hasta el puente de Brooklyn, persigo pequeñas partículas de alpiste olvidado en mil novecientos treinta y uno, una frente extensa de Isla caribeña en la inauguración de la estructura a finales del siglo XIX: alas inquietas y luminosas del pincel y de la pluma. Nada como el cielo de México, el olor a tortillas del Zócalo, un guacamole y un vaso de pulque. Nada como Cuba y su brisa salitrera, como el olor del congrí, el cerdo y la yuca con mojo bajo palmeras y sol ardiente. Los grandes ojos de los monos arañas se confunden con los suyos. Me atraviesan. Son barras de hierros en mis humanos elementos,

insistentes agonías.Lombana Aún así, ¿quién gobierna el vuelo del pájaro? Madeline Pedroza [Piky], (Villa Clara, Cuba,1964).Obtuvo el Premio de poesía Regino Pedroso, (La Habana, 2006), y II Premio de Poesía Erótica Farraluque (La Habana, 2011). Tiene publicados los poemarios Cristales rotos al anochecer (2007) y El baúl de los duendes y los chicherekúes (2011), ambos de Ediciones Mecenas de Cienfuegos, Cuba. Este último libro editado en el 2013 por Higuerilla Ediciones, B/manga, Santander, Colombia.

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Carmen Karin Aldrey Lucilla La superficie del planeta se hallaba cubierta por una espesa capa de residuos ambarinos, como si la hubieran regado con enormes cantidades de azúcar quemada. En las galerías subterráneas, rodeados por luces artificiales y cultivos transgénicos, los refugiados del Tercer Equilibrio distribuían las provisiones recibidas esa mañana de Festiembre, el mes de las retribuciones y de las cuotas máximas. A pesar de haber estado allí por varios años, Lucilla no se había acostumbrado a las zapatillas imitación de caucho, sobre todo porque cuando se iban poniendo viejas se pegaban constantemente al suelo y tenía que inclinarse hacia adelante para poder andar. Increíble que todavía no haya presupuesto para la confección de zapatos… si seguimos así las próximas generaciones parecerán antropoideas… se decía cada vez que se veía forzada a caminar largas distancias. Después de hacer la cola para adquirir su ración de sintéticos enlatados y el cuarto de pan de verdolaga, salió al exterior y se puso a buscar con la vista algún rincón agradable para tomar el almuerzo. Deteniendo su mirada en las dunas, a esa hora visibles como en un paisaje lunar, pensó en lo grato de comer mirando hacia el horizonte y sin analizarlo mucho se encaminó hacia allí, donde ya se podían distinguir algunos de los miembros de la comunidad y su amiga Serpentina, rodeada por los chiquillos de verde intenso y las pocas mascotas sobrevivientes de la catástrofe multinuclear. -Hoy es un día especial, Serpentina... -dijo en cuanto llegó. ¿Entonces ya lo sabes? -contestó sorprendida su amiga. -Saber... ¿saber qué? -exclamó Lucilla. -La paz está siendo negociada

y el Consejo de las Galaxias Unidas han declarado una tregua -explicó Serpentina con excitación en la voz- ... incluso promulgaron una ley esta mañana que limita armamentos y prohíbe el uso de la fuerza bajo cualquier circunstancia... -Un momento... -interrumpió Lucilla atragantada por el pan de verdolaga- ¿de dónde has sacado esa información? -De la reunión de esta mañana, me pareció raro no verte allí... ¿en dónde estabas metida? -Decidí celebrar mi cumpleaños y el comienzo de mis vacaciones levantándome tarde, al parecer no fue una buena idea, me perdí esa reunión... -¡Ay, amiga! ¿Cómo es que no me lo dijiste ayer? Te hubiéramos hecho una fiestecita, si yo tengo hasta globos porque los de Abastecimiento los reparten de vez en cuando a los niños... -Olvídate de eso, yo no estoy para celebraciones, solamente quería descansar un poco más... he trabajado demasiado en este semestre y de noche no puedo dormir... -continuó con aire

de desamparo- ...desde que mi familia desapareció duermo mal y me la paso de pesadilla en pesadilla... ¿No estás asistiendo a terapia? Dicen que han creado un sistema de Olvidos y Reconciliaciones que está dando muy buenos resultados, la mayor parte de los refugiados participan del programa... -Yo no quiero olvidar... y no tengo con quién reconciliarme... la guerra se ha llevado muchas cosas... siguió diciendo mientras miraba hacia el horizonte vacío- aparte de eso tengo que rehacer mi vida en la Tierra, hacer lo posible... -Lucilla... -dijo Serpentina bajando la voz y observando a su amiga con tristeza- hoy estás angustiada... ¿verdad? Yo te comprendo... a veces me siento así cuando recuerdo todo lo que dejamos atrás... nuestro hogar... incluso no sé si mi esposo está vivo... lo que pasa es que los niños me mantienen ocupada y eso me distrae, no es fácil subsistir en estos tiempos... ¿pero sabes qué? Dicen que en cuanto las cosas empiecen a normalizarse nos van a devolver a nuestros Sistemas... ¿en qué condiciones se encontrará el

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acariciada por la brisa fresca y el olor de la marea que comenzaba a subir. Aquella inolvidable noche durmió por primera vez sin interrupciones ni pesadillas, alegre por el recuerdo de los globos de Serpentina y las Bendiciones de Cumpleaños Eternos. Aunque meses después miles de refugiados regresarían a sus Sistemas, ella se quedaría en la Tierra tal y como se lo había prometido aquella tarde, con el sueño de cerebros combinados y las memorias de un pasado irremediable. Los árboles comenzarían a florecer poco a poco y los vientos a expandir el polen a las regiones desiertas que esperaban ser habitadas.

Carmen Karin Aldrey (Preston, Holguín, Cuba, 1950). Tercer Equilibrio? Algunos comentan que han desaparecido planetas enteros... pero tú sabes cómo es la gente de exagerada... -agregó tratando de suavizar el comentario que al parecer había hecho mella en su amiga- ... por decir han dicho que nos van a injertar células humanas si decidimos quedarnos en la Tierra... -Sí, estamos estudiando esa iniciativa, el proceso de adaptación sería rápido y menos complicado -respondió Lucilla haciendo gala de su seriedad científica. -¡Eso es una aberración! Es... ¡antinatural! – exclamó Serpentina mostrando su desaprobación con cara de asco. -Es posible... pero hay que pensar en el bienestar de los que se queden… -contestó mientras se dejaba llevar por el curso de sus ideas. Bueno... la verdad es que no quiero pensar en cosas que no entiendo… ahora me voy a recoger a los niños... ¿por qué no te vienes esta noche al Salón de los Regocijos? Hay un partido de laser que al parecer va a estar emocionante... es el primero de la temporada... ¡y el primero sin estado de sitio! Además... habrá una sorpresa para ti... ¿vendrás? -dijo alegremente Serpentina levantándose de la arena y sacudiendo su falda de diseños equilibristas. Lo pensaré, pero creo que sí iré... sería un buen comienzo para mis vacaciones... -¡Entonces nos vemos allá! -exclamó regando el mediodía de risas cantarinas y del tintineo metálico de sus pulseras. Lucilla la vio partir de regreso a las cavernas casi con nostalgia, sintiendo que se quedaba sola en la inmensidad de las arenas donde sus pensamientos y recuerdos, iluminados por el mar de la Tierra, llegaban en silencio para consolidar sus valores de nuevas identidades. Y quizás por eso lo decidió allí, frente a ese horizonte invadido por la muerte y las esperanzas, por la vaciedad y los paisajes perdidos, como si se hubiera sumergido de repente en un nuevo y poderoso estado de conciencia. -Nunca me iré de aquí... -susurró observando el cielo cuajado de nubes. Los niños de la comunidad, saltando sobre los charcos de agua esparcidos por la playa, la hicieron salir de sus reflexiones y se levantó para regresar a su vivienda,

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Ha publicado los poemarios Aceite (Linden Lane Press, 2011) con 19 ilustraciones a color de su obra plástica, Noctibus (Linden Lane Press, 2012), El fuego de la lluvia (ICE, 2014), California (ICE, 2015), Soy un dinosaurio (ICE, 2015), Me llamaba Betsabé (ICE, 2015), Estatuas frente al muro (Linden Lane Press, 2015), el libro testimonio Las siestas de Scherezada (ICE, 2014) y el de Ciencia Ficción Eva en el Cosmos y otras historias (ICE, 2015). Administra su Blog Soligregario. Es fundadora y directora de Imagine Cloud Editions y La Peregrina Magazine.

Linden Lane Press


TAMARA MÉNDEZ La extranjera

Ya

Llegué a ser otra en la media luz de la taberna… En la penumbra cotidiana. Fui la eterna extranjera, vista y acosada como un magnífico y artificioso caballo de troya: Y entre la infamia, y la caza de brujas me transforme: pero no de oruga en mariposa; sino de luciérnaga, en ausencia : de mariposa, en fantasma… Quién volteó la cabeza por ese rincón abandonado. Ese pórtico umbrío. Ese patio olvidado entre el cadáver y la hierba; nadie… Del olvido. De la distancia. De la inmisericordia surgió mi vocación. Juntaría un judas con otro y un exilio con otro y un suplicio con otro y un vaso con otro y un vacío con otro, hasta crear un verso oscuro, como yo: Oscuro y misterioso, como las algas marinas….

Charles Dana Gibson, dibujo original a tinta

Exilio madrileño Me mudo a una pensión con jardín. La habitación es un evento: Hay dos camas, dos escritorios viejos, una lámpara muy usada plegadiza, un diario amarillo de noviembre del año pasado, y una gotera de dimensiones pantagruélicas que lo roe todo y le arranca márgenes inverosímiles a la pintura del techo... Hay figuras formadas de seres humanos… De niños en fondos inmóviles y oscuros, de hembras adolescentes. Figuras temblorosas de botas, corazones, lagartos Hacia el centro al fondo un órgano viril florecido Hacia una esquina donde la gotera ya abarca la pared; un anciano escuálido con barba deformada y ojos redonditos vira el mentón hacia perros celestiales, efigies de leones de justicia, jaurías de lobos dionisíacos; ángeles caídos; y otras imágenes más impenetrables, asombrosas, y secretas… Es un albergue memorable… Un universo que da al invernadero…

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Calíope No podrán alienarte...: No podrán deshacer tu sonrisa. Suprimir tus sueños… Silenciarte. Enarbolarte en el foro de los impíos, como un disidente avasallado o una bruja improvisada en el infierno del siglo veintiuno… Llévame en tu carroza de papel; para amar, y seducir y desafiar al mundo... Tú serás mi adalid engendrando alegorías exactas: gladiolos intactos, rozagantes bajo el vacío solar. Bajo las cúpulas ahogadas: Bajo los negros capiteles de un mundo evaporado… Llévame en tu carroza de papel; para amar, y desafiar y conmover al mundo… Surge entre las algas marinas fosforescente y majestuosa como un delfín: Devuélveme a mi suelo natal: Mancillado paraíso de las ninfas isleñas; donde merodea ingenuamente soberano; señorialmente íntegro, el Caballero de París...: Libérame

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Nirvana Mi voz es un llamado atrozmente sencillo Como el pulso de un ave o el vapuleo de las ramas de junio Si volteas, olerás sus cerezos: mi nirvana eterno: y agridulce...

Tamara Méndez Balbuena (Guantánamo, Cuba, 1946). Poeta y escritora. Cursó estudios de Literatura Comparada en Puerto Rico y Madrid. Ha publicado en periódicos y revistas literarias como Zona de Carga y Descarga, Avance, Paréntesis y Linden Lane Magazine. Fue finalista del Certamen Mundial de Excelencia Literaria en E.U. por el relato “Los manuscritos perdidos”. Recientemente publicó el libro de poemas El ángel o la bestia. (Editorial Betania, 2015)


Jorge Tamargo El ojo malo del poeta I En el 90 representó a Portugal en un Taller convocado por la Academia Internacional de Arquitectura de Bulgaria, con vistas a obtener ideas para el diseño de una nueva urbanización en las afueras de Sofía. En el entonces recién restaurado Monasterio de Santo Kiriko, cercano a Plovdiv, flamante sede de la referida institución, se reunieron aquel año sesenta jóvenes arquitectos, procedentes de más de quince países, para formar los varios equipos multinacionales que enfrentarían el ejercicio. Allí pasaron un mes a pensión completa, alternando sesiones de trabajo, fiesta y sexo. Cuando salían, lo hacían como turistas profesionales, buscando información útil para su cometido, aunque también vino barato y gangas para regalar a su regreso. Gabriela formó equipo con un etiope, un vietnamita, dos letonas, una búlgara, dos cubanos y un mexicano. Era tan alegre como joven, cándida y despistada. Apenas transcurrida la primera semana de convivencia, se había enamorado de José de A. (el mexicano) sin haber detectado su palmaria homosexualidad. Ella, además de ejercer como arquitecto en un importante Estudio portugués, era amante de la fotografía, y a ratos trabajaba en la tienda de antigüedades que su familia tenía en Coimbra. Él era seguidor de Barragán (famoso arquitecto, también mexicano) e incondicional de Plácido Domingo, a quien consideraba íntimo amigo. Ella vestía desenfadadamente. Él iba siempre como si a la Ópera. Eran dos seres muy distintos, pero Gabriela se había enamorado. No sólo encoñado, entiéndase, enamorado. II Aquella madrugada tropezaron con un objeto muy raro mientras caminaban por los alrededores del monasterio. (Gabriela se había presentado semidesnuda en la habitación de José; se le había metido en la cama pensando que de esa manera encendería sus ganas sin necesidad de achisparlo. El chilango se espantó, claro. Y fue tan ofensivo su desarreglo, que consideró oportuno dar un paseo compensatorio con la mujer repelida). Se trataba de un ojo de vidrio mordisqueado por un gato que huyó cuando los sintió acercarse. Parecía viejo. José, por segunda vez en la noche, se puso muy nervioso; mostraba asco y respeto por aquello, imploraba a su llorosa compañera que no lo tocara. Gabriela, sin embargo, dejaba de llorar mientras lo examinaba con sumo cuidado. Sabía que no podría llevarle a su padre un souvenir más conveniente. Muy poco se hablaron después del fallido affaire. Funcionaban integrados en el equipo, pero sin la complicidad que habían mostrado hasta entonces. Los demás suponían el origen de tal enfriamiento. Y pudieron comprobarlo, porque Gabriela, en un momento de especial debilidad, lo contó a la persona menos discreta del grupo, Bogdana, su

colega búlgara, que durante la primera orgía tras la confesión, entre risas regaló su contenido a los compañeros de faena. Gabriela lloró de nuevo la última mañana. No desayunó. Alguien había robado su magnífica cámara fotográfica y su ojo de vidrio. De este último, sólo le quedaron unas fotos, aún sin revelar, en el carrete que utilizó para documentarlo, y que por suerte no guardaba con la cámara. Junto a la chica, permanecían en el monasterio el vietnamita y los cubanos. Los demás habían partido la noche anterior. Cualquiera de

¿Sorolla?: óleo

los ausentes pudo ser el ladrón, pero ya no había remedio... ¿O sí? III Entró a México por San Diego. Ya había estado en Mexicali y en Querétaro cuando llegó al D.F. Buscaba a un joven poeta mexicano, autor del libro “Bulgaria Mexicalli”. Después de veinticuatro años investigando el asunto, tenía razones de peso para creer que el ojo de vidrio que le habían robado en Bulgaria estaba en su poder. Pero el muchacho había muerto una semana antes. Sus padres no sabían mucho acerca de aquel objeto, (que, por cierto, se había extraviado) y para nada lo relacionaban con la muerte de su hijo. Sí, el chico guardaba un ojo artificial envejecido, pero ellos creían que estaba falsamente asociado con Porfirio Cadena, un

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antihéroe justiciero, personaje legendario a quien en México llamaban Ojo de Vidrio, muy famoso en todo el país gracias a una célebre radionovela que había recreado su vida muchos años atrás. Gabriela, por duro que resultara, debía contarles todo, incluida la sospecha de que su hijo había sido asesinado. IV Cuando regresó de Bulgaria a Portugal, rápidamente reveló el carrete donde había registrado las imágenes del ojo. Su padre examinó las fotografías con detenimiento, incluso con lupa. Se pudo ver entonces una inscripción muy rara y casi invisible sobre la cornea: MILEV. Antonio, el experimentado anticuario, más por complacer a su hija que por verdadero interés en el asunto, decidió hablar con un antiguo amigo, industrial lisboeta que había dedicado toda su vida a fabricar ojos para muñecas, y que entonces sopesaba la posibilidad de entrar en el complejo mercado de las prótesis oculares humanas. El especialista se quedó con las fotografías del ojo. Le prometió que indagaría sobre él sin escatimar esfuerzos. En unos quince días tuvo Antonio la respuesta de su amigo. El ojo debió pertenecer al célebre poeta búlgaro Geo Milev. El “asesor” creía saber, además, que había sido fabricado a principios del XX por una empresa especializada en este tipo de prótesis con sede en Wiesbaden, Alemania;

casi con total seguridad, por los herederos del afamado Friedich Adolf Müller. V Xopxe (Jorge) Manso era un plovdivien de ascendencia española, germanista y también experto en literatura búlgara, que había redactado su tesis doctoral precisamente sobre la obra de Milev. Gabriela dio con él a través de un estudiante búlgaro matriculado en la Facultad de Letras de la Universidad de Coimbra, que lo conocía y consideraba su maestro. Manso recibió a Gabriela en febrero del 91. Cuando escuchó su historia y vio las fotografías del ojo, no tuvo dudas: se trataba del ejemplar de vidrio del mismísimo Milev, robado a Elías Canetti en Plovdiv, en el 67. El Premio Nóbel, que a la sazón residía en Zurich, aunque viejo y enfermo, podía ser consultado. Manso lo conocía muy bien, pues ambos compartían patria, intereses literarios y origen sefardí. Se ofreció a tratar el asunto con él. Canetti le contó a Manso todos los detalles que conocía sobre el ojo y sus avatares. Manso hizo lo mismo con Gabriela, a quien la “dichosa” prótesis le cambió la vida para siempre. VI A Milev lo mataron en el 25. La policía búlgara lo relacionó con el famoso atentado en la Catedral de SvetaNedelya, que pretendía acabar con la élite militar y política

GUSTAVO PÉREZ FIRMAT

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del país, incluso con la vida del rey Boris III. Hasta el 54 nadie supo cómo ni dónde se habían deshecho de su cadáver. Ese año apareció su ojo de vidrio en una fosa común, y gracias a él fue posible identificar los restos del poeta. Canetti no sabía cómo había podido llegar el ojo a manos de aquel general del ejército soviético. Pero se lo compró en octubre del 62. Lo recordaba bien, porque la transacción tuvo lugar en una Alemania Federal alborotada por la Crisis de los Misiles en Cuba. A través de un diplomático de la R.D.A. que viajaba (no se sabe por qué) con frecuencia a Bonn, el general Zaitsev envió el ojo al escritor, y por la misma vía, éste le pagó dos mil libras esterlinas, una pequeña fortuna para la época; especialmente en su caso, porque entonces atravesaba una etapa de penurias económicas en Inglaterra. Canetti guardó el ojo varios años en uno de los cajones de su mesa de trabajo. Se sentía como Goethe (dijo, sonriendo, a Manso) cuando robó el cerebro de Schiller del laboratorio que lo estudiaba. Para él, al margen de ideologías y credos políticos, Milev había sido un gran intelectual, un compatriota del que podía sentirse orgulloso. En un viaje que hizo Canetti a Plovdiv en el 67, invitado por el metropolita de la ciudad para dar unas conferencias sobre el papel de Bulgaria durante la Segunda Guerra Mundial, alguien robó el ojo de la habitación en la que se hospedaba. Canetti había llevado el ojo con él, cosa

que nunca hacía, para dar la sorpresa a las autoridades religiosas de la ciudad, cuyo extraordinario papel en la salvación de miles de judíos durante la guerra es de sobra (re) conocido por todos. Sin embargo, alguna inoportuna filtración atrajo al “amante de lo ajeno” hasta la codiciada “prenda”. Tuvo que contar con la complicidad, como mínimo, del servicio de habitaciones del hotel, pero nunca se supo a ciencia cierta qué pasó, quién se quedó con ella, adónde fue a parar. Entonces, todo hotel que hospedara extranjeros en Bulgaria, o en cualquier otra finca estalinista, era una mal disimulada sucursal de la K.G.B. VII Poco interesaba a Gabriela el periplo del ojo desde el cajón de la habitación de Canetti en el hotel de Plovdiv, hasta el pequeño foso donde fue escondido en los alrededores del Monasterio de Santo Kiriko (que, para dificultar una hipotética investigación, había sido cárcel, hospital psiquiátrico y edificio en ruinas, antes que Academia Internacional de Arquitectura) y del que debió extraerlo aquel gato en una noche de infausto recuerdo para la mujer. Quería recuperarlo, sólo eso. Por ello dedicó media vida a investigar minuciosamente a los colegas que participaron en el Taller del 90. Los primeros años resultaron muy duros. Pero a partir de la implantación masiva de Internet, sus progresos fueron enormes. Pudo seguir la traza de cada uno de ellos. El yugoslavo y el egipcio habían muerto, pero los demás vivían; Byrum: Klingman’s Dome in The Smokies. Óleo

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y ni siquiera el etiope, el vietnamita, o el cubano que continuaba residiendo en su país, (del otro, que vivía en España, era muy amiga) resultaban invisibles a los ojos de los satélites. Por Internet. Así llegó a conocer los detalles de la vida que llevaba el arquitecto José de Arimatea Bujan Alemany, quien, casado en México, D.F. con un abogado canadiense, había dejado de ejercer su profesión y mantenía una intensa actividad en las redes sociales. En una de ellas, y oculta tras un nombre falso, Gabriela reinició la relación con él. Poco a poco le fue dejando caer un fingido gusto

y su marido juntos para detener la maquinaria jurídicoforense. Antes de entrar en el coche policial, José miró a Gabriela. La reconoció en el acto. Sonrió sin ganas. Le preguntó: ¿Tú?. Y añadió sin dar tiempo a contestación alguna: Pues ni para ti ni para mí. El ojo malo del poeta ya no cabe en nuestras órbitas. Gabriela comprendió que el asesino tenía razón. Ella había perdido más de veinte años buscando aquella prótesis; había participado indirectamente en la desaparición de un joven, cuya única “culpa” fue admirar a Milev y entrar en contacto con José. Y todo ello, para nada… O no, quién sabe… Un ojo, incluso de vidrio, si pudo lidiar la ambiciosa mirada de un buen poeta, puede obrar cualquier milagro. Gabriela lo perdió. Tendrá que encajarlo. Pero quizás la solución del caso, y el consecuente regreso de la mujer a Coimbra, devuelvan las ganas de vivir a su anciano padre. Coletilla

por los objetos-fetiche, en especial por los que hubieran pertenecido a artistas y escritores célebres. Sin imaginar quién era su “amiga”, el chilango se fue interesando progresivamente por la adicción de su interlocutora, hasta que un día (¡Bingo!) le habló del ojo de Milev. Le dijo que conocía a alguien que se lo había vendido a un poeta de Querétaro, que tal vez podía recuperarlo si la oferta por él llegara a merecer la pena. Gabriela, sin calcular el daño que causaría a terceras personas, dijo que con gusto pagaría cien mil dólares por algo así; y fingiendo unas vacaciones que la distanciarían por un tiempo de aquella red, comenzó a investigar a todos los contactos de José (reales o virtuales) que calzaran en un posible comprador para tan raro objeto. Así dio con el autor de Bulgaria Mexicalli. Era él quien lo tenía, seguro. VIII Lo llevaban esposado… En primera instancia, la policía mexicana creyó que el joven poeta se había suicidado, y por ello cerró la investigación. Pero las razones de Gabriela obligaron a reabrirla. Una vez interesados en ella, por este orden: los padres del muerto, la prensa nacional e internacional, los herederos de Canetti y la embajada de Bulgaria en México, no alcanzaron los dineros del asesino

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Con la palabra “padre” había terminado este cuento a finales del 14. Pero supe hace unos días que Manso llamó a Gabriela para contarle las últimas novedades sobre el ojo de Milev que tantos años estuvo persiguiendo: Es falso. El verdadero está (estuvo siempre) en poder de la Iglesia Ortodoxa de Bulgaria. (¿Para qué querrán algo así?) No tiene inscripción alguna. Al parecer, el actual metropolita de Plovdiv lo guarda celosamente en una iglesia de la ciudad (¿…?). Fue la jerarquía eclesiástica búlgara quien, en el 54, encargó a unos artesanos de Wiesbaden la copia en cuestión, debidamente envejecida y rotulada, y la echó a rodar en el mercado negro (vaya señuelo) para alejar a los fetichistas del original. El bueno de Manso se lo podía haber callado, pero… Cuando me llamó por teléfono Gabriela (que, claro, no se llama Gabriela) para decírmelo (jamás perdí el contacto con ella desde aquel Taller del 90) intuí lo peor. En el acto se lo comenté a mi mujer. Subimos al coche y nos dirigimos a Coimbra. Sólo paramos una vez para repostar combustible. De allí venimos. No debo abundar en lo visto y hecho; pero confieso que vuelvo más convencido que nunca de que sólo el Amor, y las variaciones que sobre él ejecutan nuestros familiares y amigos, dan sentido último a un evento tan estérilmente gesticulante, leve y quebradizo como la Vida. Te queremos, menina.

Jorge Tamargo (La Habana, 1962). Escritor, arquitecto y diseñador que reside en Valladolid, España desde 1992. Ha publicado 8 poemarios, entre ellos, Avistándome (Betania, 2004), Radiografía de la inocencia, (Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, 2007), Penúltima espira (Difácil, 2007), Los nombres del amor (Fundación Jorge Guillén, 2014) y Un nudo en el tiempo (Lumme, 2015). Escribe regularmente sobre literatura, arte y pensamiento en su cuaderno digital “Encomio de la imagen” (http://encomiodelaimagen.blogspot.com.es/)


Jorge Luis Llópiz Cudel Canto VII Castillo de Arenas Ventura había tenido una intelectualidad feliz por los años de 1980. Si era marginado por nombrar a un escritor desconocido, comprendía que no era nada personal. Sus jueces actuaban bajo el narcótico de la ignorancia; y como él aspiraba a ser un revolucionario culto, tendría la paciencia de curarlos a través del exorcismo verbal. No todos habían tenido la gracia de estudiar en la Facultad de Artes y Letras, ni podían entender los peligros de la chabacanería. La vulgaridad era la madre del reposo, una especie de vagancia típica de los tiempos modernos. Así, decían los profesores ilustrados de la Universidad de la Habana. Los alumnos eran los embajadores del buen idioma y los médicos de la lengua. Ser un misionero del lenguaje y convertir cada pecado lingüístico en una sanación gustó muchísimo al jovenzuelo. Era una misión única, propia de todo revolucionario ilustrado. Comenzó a leerse cuanta obra importante de gramática era recomendada en clase. Debía estar muy bien preparado para bautizar a los ignorantes en personas civilizadas. La cultura fue creciendo libro a libro en el corazón de Ventura. Adquirió la costumbre de rectificar las incongruencias de los locutores en la televisión; y cuando

le dio por el estructuralismo y la semiótica, ni los discursos de los dirigentes de la Revolución se escaparon. ¡Qué cantidad de sandeces se decía a todo pulmón! Y lo más bonito, la cantidad de aplausos y vítores respaldándolas. Entonces, el estudiante comprendió el papel de cada individuo en la historia: estaban los que jamás habían estudiado gramática y los que nunca la habían entendido. ¿Qué podía hacer un universitario para cambiar la situación? Anotaba las faltas y las enviaba corregidas por correo al despacho de los oradores. Nunca le respondieron, pero el misionero confiaba en el poder curativo de la palabras. Ellas desarticularían, silenciosamente, el analfabetismo gramatical de los políticos. El misionero comentó el desmadre gramatical existente en las altas, medianas y bajas esferas del gobierno con el maestro de análisis literario. Era un profesor de una apariencia singular. Cualquiera diría, por su indumentaria, que era el chófer de un taxi o de una guagua. Era negro y siempre delgado. Exhibía un diente de oro en cada sonrisa, y le gustaba calzar un par de chancletas desgastadas. Nadie podría adivinar su cultura y su buen gusto por la literatura. Cuando su discípulo le oyó hablar de los cuentos de Virgilio Piñera, se sorprendió. ¿Quién era Piñera? No había escuchado su nombre en clases. Si era el precursor de literatura del absurdo en Cuba, ¿por qué los profesores cultos no lo mencionaban? Tuvo una terrible sospecha. Probablemente, sus cuentos estaban salpicados de faltas gramaticales y no sería un buen modelo a imitar como apuntaban la mayoría de los maestros ante una obra con faltas ortográficas.

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El negro –como después todos le decían cariñosamente-, sería su tutor en el trabajo de graduación. El aprendiz tenía la oportunidad de dedicarse a la buena literatura. Su investigación versaría sobre un buen libro de cuentos. La tarea no era fácil; pero tenía casi cuatro años para terminarla. En el mar de papeles exhibidos por las librerías, había muchas novelas y cuentos cubanos, premiados en diversos concursos literarios. La selección era ardua. Las obras galardonadas eran tan insípidas como los discursos leídos por los mandatarios en la radio y en la televisión. Pero el maestro insistía: “las buenas obras no están a la vista, es necesario encontrarlas en la papelería de una biblioteca”. Por azar, el neófito tropezó con el cuento: “Con los ojos cerrados” de Reinaldo Arenas en la antología Cuentos cubanos de lo fantástico y lo extraordinario de Rogelio Llopis, en cuyo acápite, “Bibliografía de los autores”, se hablaba de un volumen de cuentos inédito escrito por Arenas en 1968. El maestro asintió. Era, sin dudas, un buen empezar para un revolucionario culto. Debía encontrar, ahora, a qué libro pertenecía la narración. Al principio Ventura pensó que el negro estaba bromeando. ¿Quién era Reinaldo Arenas? ¿Era un escritor extranjero? La mayoría de los docentes recitaban la frase de José Martí: “ser cultos para ser libres”; entonces, cómo pudieron olvidar a este narrador. Cuando preguntó en la clase de literatura cubana por la obra de Arenas, le dijeron que era un escritor menor; sin embargo, el negro le incitaba a que conociera más del autor. Entonces fue a la biblioteca de la facultad y sacó de los anaqueles el Diccionario de la literatura cubana, publicado en 1980. En más de una ocasión, le había ayudado a buscar datos útiles para sus trabajos de clase. Era una guía confiable y segura para encontrar información. No obstante, en la “A” de Arenas se mencionaba sólo dos novelas escritas por el autor: Celestino antes del alba de 1967 y El mundo alucinante de 1969. Nada más. ¿Qué raro? ¿No publicó, entonces, el libro de cuentos mencionado por Rogelio? La incertidumbre no había manera de despejarla. No sólo estaba incompleta la información sobre Arenas; además, estaban ausentes de sus páginas escritores como Guillermo Cabrera Infante, Lino Novás Calvo, Calvet Casey, Carlos Montenegro, Ramón Ferreira, Severo Sarduy,… ¿Por qué habían sido excluidos? ¿Tal vez, sus obras estaban infectadas de faltas gramaticales? Sintió vergüenza. Muchos de los profesores, compiladores del diccionario, le habían incitado a ser un revolucionario culto. Recordó la frase de Carlos Marx: “el hombre, antes de filosofar, lo primero que hace es comer”. Para ellos, la comida era lo primero; además, tampoco deseaban desmentir al gran filósofo, ni cambiar su cuota de carne por un puñado de autores inquietos. Muchos años después, el azar, puso a Ventura en las playas de Miami. Al principio, el entorno fue un poco extraño. El inglés no era precisamente su fuerte. Encontrar un buen trabajo era una empresa difícil. Recorrió la avenida de la calle 8, de arriba abajo, para resolver el dilema del hambriento Marx: ¿Comer o filosofar? La buena suerte lo puso frente a una caja registradora en una tienda de comidas.

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Al menos ya estaba en el área de los alimentos. El próximo paso sería recomenzar sus estudios de literatura cubana, inconclusos desde sus años universitarios. Empezó por los narradores exiliados. La idea de ser un revolucionario culto todavía latía en su cabeza, aunque la palabra revolucionario, ya le parecía rancia y de mal gusto. El encuentro con el compendio Narrativa y libertad de Julio E. Hernández-Miyares de 1996, lo puso a tono. Allí estaba la figura de Reinaldo Arenas. Su cuento “El traidor” le conmocionó: no había visto un relato que recrease, de forma artística, el miedo de un hombre bajo el gobierno caprichoso de Fidel Castro. El cajero intelectual pasó semanas enteras sobre las huellas del escritor. ¿Qué encontró? Decía en los datos del autor: “Reinaldo Arenas ha dado a conocer un volumen de relatos Con los ojos cerrados en 1972, publicado más tarde con el título Termina el desfile en 1981”. El antiguo estudiante quedó perplejo. La fecha de 1972 le dio vueltas por varios días en la cabeza: eran los años considerados por la mayoría de la crítica en Cuba como el quinquenio gris, 1971-1975, del cuento cubano. Era imprescindible leer, inmediatamente, ese libro; y lo localizó en una biblioteca de Kendall. Al fin tenía en sus manos, Termina el desfile, y se lo prestaban por 21 días. Tranquilo en casa descubrió los cuentos de Arenas. Los escritos entre 1964 y 1968, y el relato “Termina el desfile” de 1980. Entonces, saltó la pregunta como un resorte al divisar en el rótulo de la contraportada: “Primera edición: mayo de 1981”. ¿Por qué no le daban crédito a la edición de

1972, mencionada por Hernández-Miyares? La cosa vino a complicarse más aún con la antología El submarino amarillo de Leonardo Padura, publicada en 1993, donde aparecía el cuento de Arenas “A la sombra de la mata de almendras”. Padura afirmaba sobre el autor: “En 1981, un año después salir de Cuba, Arenas publica su libro de cuentos Termina el desfile, al que pertenece el relato seleccionado”.


Todo apuntaba a la publicación de un solo libro de cuentos escrito en 1981; pero el azar, otra vez, hacia de las suyas. El alucinante intelectual halló el volumen de ensayos Reinaldo Arenas: alucinaciones, fantasías y realidad de Julio Hernández-Miyares y Perla Rozencvaig. En su apartado “Bibliografía de y sobre Reinaldo Arenas” se anotaba: “Con los ojos cerrados se había publicado en Montevideo en 1972”; y uno de los ponentes, Myron I. Lichtblaun, en su artículo “El papel de los dos Reinaldos” aclaraba, el origen montevideano de la edición utilizada para su estudio. De esa manera surgía del silencio, para un especialista de literatura cubana el libro de cuentos Con los ojos cerrados. ¿Cómo una obra de esa calidad había pasado inadvertida para muchos; a pesar de que la literatura cubana de entonces pedía a gritos un buen libro de cuentos? Entonces, Ventura cerró los ojos y los abrió en el aula de la facultad de Artes y Letras. Se sentó en el pupitre de antaño a esperar al negro para decirle los resultados de su investigación. Los ocho cuentos de Arenas escritos en la década del sesenta “Mi primer desfile”, “Con los ojos cerrados”, “La vieja Rosa”, “A la sombra de la mata de almendras”, “Los heridos”, “El reino de Alipio”, “El hijo y la madre”, y “Bestial entre las flores”, habían sido publicados en Cuba. Desde la distancia de más de 90 millas, el negro le sonrió, de manera pícara, como si ya supiera la respuesta de ante mano. No obstante, su alumno continuó enumerando otros hallazgos. El cuento “Con los ojos cerrados” había aparecido en la revista Unión en 1966; “El hijo y la madre”, en la revista Unión en 1967; y “A la sombra de la mata de almendras”, en el periódico La gaceta de Cuba en 1969. Los cuentos de Arenas, en pocos años habían desbordado las orillas de la isla. Se podían encontrar en Lima con el cuento “Con los ojos cerrados” en la Antología del cuento cubano de José Miguel Oviedo de 1968; en Madrid, en Caracas y otra vez en Lima con “El hijo y la madre” en los libros Narrativa cubana de la revolución de José Manuel Caballero Bonald de 1968, Antología del nuevo cuento cubano de Julio E. Miranda de 1969 y Narrativa cubana de Eduardo Congrains Martín de 1972; por último, en Chile como “Mi primer desfile”, en la antología Cuentos de Revolución cubana de Ambrosio Fornet de 1971. Estas publicaciones no les pareció suficiente a muchos críticos de la Isla, y comenzaron a llamar a los años de 1971 a 1975, el “quinquenio gris” de la cuentística cubana; según ellos, el cuento no llegó a perderse en las tinieblas gracias a escasas presencias como El hilo y la cuerda de Onelio Jorge Cardoso de 1974, La huella del pulgar de Noel Navarro de 1972 y Tiempo de cambio de Manuel Cofiño de 1969. Sin embargo, nada se decía del libro Con los ojos cerrados, como si sus ocho cuentos no fueran suficientes para llenar toda esa etapa de oscurantismo. Lo más interesante era la mención de honor otorgada al libro de cuentos por el jurado de un concurso literario, auspiciado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en 1968; y la ausencia de sus páginas en las librerías cubanas. Esa fue la realidad. El libro de Arenas no se publicó

en Cuba. ¿Qué sucedió? ¿Por qué tanto misterio con una obra conocida dentro y fuera de Cuba? Ventura esperó la respuesta del negro, pero al verlo tan callado continuó. La razón estaba en la libertad defendida por los personajes de los cuentos, la cual iba dirigida contra las pobrezas espirituales de la realidad como sucede en “Con los ojos cerrados”, contra la posesividad de la madre en “El hijo y la madre” y contra la castración del hijo en “A la sombra de la mata de almendra”. Estos asuntos sobre la homosexualidad o las inconformidades sexuales en el seno de la familia cubana no eran apropiados, ni dignos de un artista revolucionario. Por eso los funcionarios de cultura, vieron en la figura de Arenas el caso típico del escritor imposible de encerrar en moldes preestablecidos, sordo a la retórica estatal. Realmente, le temían pues un artista con esa tendencia, tarde o temprano, escogería la inconformidad contra la represión e intolerancia del gobierno como tema narrativo. Arenas tenía todas las de perder: homosexual; inconforme con su familia, con el entorno; amigo de la experimentación artística y de escritores como José Lezama Lima y Virgilio Piñera, también acosados por los guardianes de la cultura revolucionaria; sin duda, era el mejor candidato para caer en el abismo del silencio, y mucho más cuando el coro de avestruces repetía la estrofilla: “La cultura y el política/ salieron a pasear un día/ pudo más la política que la cultura que tenía”. La rebeldía, la inconformidad, la defensa del individuo afectaban los objetivos del gobierno totalitario de Fidel Castro. Era urgente acallar a esa voz discordante y el castigo debía ser hundirlo en el más profundo mutismo, y esconderles a las nuevas generaciones un libro de cuentos, con aire legítimo, merecedor de estar en la historia de las letras cubanas. El negro aplaudió después de escuchar la disertación. Su discípulo era un revolucionario culto. Había sabido encontrar las respuestas, pese a la mala voluntad de los cerberos de la literatura cubana, de cambiarle las preguntas. Ventura trataba de construir un puente entre su Habana y Miami para agradecerle al profesor su paciencia. La investigación había comenzado una tarde de 1981 y había terminado quince años después. Todavía se preguntaba, ¿Había tenido una intelectualidad feliz? Sí, gracias a la presencia de maestros como el negro Salvador. A diferencia de muchos débiles de estómago, Salvador no siguió la sentencia culinaria de Marx pues prefería la literatura más que comer.

Jorge Luis Llópiz Cudel (La Habana, Cuba, 1960), graduado de Filología en la Universidad de La Habana, escritor, profesor de español y literatura en Houston, ha publicado La región olvidada de José Lezama Lima (1994), la novela Tarareando (2011), reeditada con el título De La Habana a Hialeah (2014) y 4 volúmenes de cuentos: “El castillo de Arenas” es un capítulo de su libro recién publicado Los papeles de Ventura. Vive en Texas. 23


ARMANDO VALDÉS ZAMORA La casa del poeta está cerrada Como la tarde en que fui por primera vez a la casa del infierno a la deriva. Una muchacha mulata y achinada de Pessoa en Lisboa, me encuentro cerrada la casa de con trenzas como racimos de uvas, sacó de su bolso una Lezama Lima en la calle Trocadero, número 162. Ahora es llave de forja atada a una cuerda color herrumbre de la cual un museo la casa de Lezama. Con dos tarjas de bronce. Una pendía un pedazo de madera con la inscripción Ongietorriak, con letras doradas y otra con una campana donde se puede y nos invitó a entrar. leer que es Monumento Nacional. La hicieron un museo Nos sentamos donde pudimos tratando de formar un círculo 100 años después del nacimiento del escritor y 34 años más que terminó siendo una elipse. Un muchacho más bien tarde de haberse muerto encerrado en vida aquí con su pequeño, agitado, y cuya imagen desde entonces identifico soledad, resignado a una oficial orden de silencio, entre las en mi memoria con El Pífano, a golpe de vozarrón de actor cuatro húmedas paredes de un túnel sombrío. - y después de obedecer a una orden dada con un movimiento Es la hora de la tarde en que el sol descompone los de las trenzas de la mulata asiática-, comenzó a lanzar sus objetos ante los ojos llorosos de Armando Valdés Zamora frente a la casa de José Lezama Lima tanto centelleo, y el estilo de la siesta cesa el andar de los transeúntes, cierra las persianas, y apaga los jadeos con su muerte momentánea. De un golpe se paraliza todo ante el imperio de una luz afilada que como un cuchillo se desliza por la piel resbalosa, seca la garganta, y fija tus pies derretidos; te inmoviliza atolondrado sin recordar ni siquiera los puntos cardinales del lugar donde estás o hacia el cual podrías fugarte. |G., aturdida y con la sombrilla del dibujo de Sosa Bravo tempranamente deshecha como la quilla de un velero en pleno desierto, pierde por un momento su compostura, pero no su lucidez puesta en función de proteger su piel de vulnerable transparencia, y me grita airada: -¡Salgamos huyendo de este sol infernal hacia otra parte! poemas como uvas al centro de los visitantes. Una vez visité la casa de Lezama Lima. Pero fue El Pífano pasaba una a una las hojas bien de noche. Recuerdo. Una noche de 1988. Entonces no había encuadernadas, ponía énfasis o gemía, pero cada asistente llegado aún el pomposo rescate de su memoria y la casa aprobaba a su manera –asintiendo con la cabeza, mirando estaba casi al abandono. En la penumbra apenas iluminada al techo, tocándole las tetas o la entrepierna a su más cercano por una única lámpara, se apreciaba la dispersión de unos espectador, etc-, imágenes de elefantes voladores, mariposas, muebles amontonados y se podía respirar el escozor del espejos, flautas de encantadores, correos nocturnos, pájaros polvo humedecido que ahora imagino borrar con un velo y flechas en el cielo, silbidos de trenes y novias, muchas de cera muchos detalles de las paredes del salón, del rostro novias poseídas en el bosque o en lechos de nubes. de los invitados, y de los dos dormitorios que recorrería Más tarde, al final de la ceremonia improvisada, casi a ciegas. supe que el lector había traído el manuscrito ese mismo día No podría precisar por qué me di cita allí con un en el tren de Santa Clara para tratar de entregarlo en la fecha grupo de escritores que parecían salidos de una selva oscura, límite al jurado del Premio David que terminaría por ganar. tal vez porque toda la isla entonces se me figuraba un círculo Creo que hubo una pausa entre dos poemas, y que

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hasta se bebió algún brebaje de hierbas que imitaran al té. Lo que sí estoy seguro es de haber ido al baño, de haber preguntado en qué lugar podía deshacerme de los restos de la pócima. Estoy seguro porque me vi encerrado ante un inodoro para mí minúsculo si lo comparaba – como hice curioso y malintencionado – con las enormes posaderas del barroco poeta. Fue entonces, mientras me figuraba a un Lezama sentado para depositar sus desechos al tiempo que leía a Góngora en aquel austero espacio, que ocurrió el olvido colectivo. Quizás por no conocerme bien ninguno de los invitados, se olvidaron de mí y desaparecieron. Supongo que cerró la chica de trenzas de uvas la puerta tras de sí de un portazo que no llegué a oír al yo tirar al unísono la cadena del agua: ¡me había quedado solo y encerrado en el retrete de la casa del Maestro! Empujé la puerta como pude y me fui a la sala sin darme prisa por salir de aquella caverna. De todas formas si la cerradura había sido condenada desde el exterior me veía obligado a tardar mi presencia hasta encontrar otra salida. En esto estaba, sentado en la mecedora que supuse era la de Lezama, sin que pudiera impedirme pensar en el casi medio siglo que él había vivido y escrito en ese lugar. Aparte del crujir de la madera al mecer el sillón y la luz del farol de la acera que entraba por una rendija hasta mis manos, sólo las escenas evocadas en sus libros me hicieron compañía por unos minutos antes de encender la luz. En esa época ya había leído buena parte de la obra del Maestro, pero no conocía aún las cartas desesperadas que él enviaría a su hermana desde ese lugar al final de su vida, por la simple razón que no han sido publicadas en Cuba. Sin embargo me conocía de memoria las páginas del poemario póstumo Fragmentos a su imán escrito al mismo tiempo que las cartas, poemas en los cuales se respira la desolación de sus últimos años y que termina con un poema fechado el día de mis doce años. Ni en mis más remotas fabulaciones podría haber imaginado quedarme prisionero una madrugada en esa casa. Y mucho menos que años después en París, al descubrir en un café del Marais una litografía de Rancillac en la que aparece Lezama fumándose un tabaco; me decidiera a pasar Foto #5 seis años en la Sorbona haciendo una tesis de doctorado

sobre él. No puedo precisar ahora el tiempo que estuve encerrado en la casa, pero sí lo que hice además de balancearme en el sillón. Me di cuenta que tenía la oportunidad única no sólo de recorrer la casa a solas, sino también de ver los libros y objetos que sobrevivían allí a su muerte. Para mi decepción no quedaba casi nada. Sólo llegué a distinguir los volúmenes de una Enciclopedia Británica en español y algunos otros títulos que pienso eran irrelevantes porque no los retuve en mi memoria. Si estoy seguro de haber dado al menos con tres libros que llamaron mi atención. Uno era un ejemplar de la Sylvie de Gérard de Nerval que poseía el valor de la firma de Lezama en la primera página, otro era una edición de Alianza Editorial de Les lauriers sont coupés, la novela de Edouard Dujardin que Lezama le había pedido en una carta a Julio Cortázar, y un ejemplar de Esferaimagen la edición

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de Tusquets de 1970 en la cual figuran los ensayos “Sierpe de Don Luis de Góngora” y “Las imágenes posibles”, y a manera de prólogo, un poema de José Agustín Goytisolo y otro, radiante, de Heberto Padilla. Fue allí, de pie, en la sala de la casa de Lezama que descubrí, en el ejemplar que le pertenecía, un poema que en ese momento para mi candidez solemne alcanzó una dimensión de disculpa y de homenaje. LEZAMA EN SU CASA DE LA CALLE TROCADERO Hace algún tiempo Como un muchacho enfurecido frente a sus manos atareadas En poner trampas Para que nadie se acercara, Nadie sino el más hondo, Nadie sino el que tiene Un corazón en el pico del aura, Me detuve en la puerta de su casa Para gritar que no Para advertirle Que la refriega contra usted ya había comenzado. Usted observaba todo. Imagino que no dejaba usted de fumar grandes cigarros, Que continuaba usted escribiendo Entre los grandes humos. ¿Y qué pude hacer yo, Si en su casa de vidrios de colores Hasta el cielo de Cuba lo apoyaba? Nada encontré sin embargo de los numerosos

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bibelots que se cuenta se dispersaban por cada rincón de la casa. Se conservaba un desorden que era más bien el caos abandonado de los objetos muertos. Nada de esculturas de jade, de ceniceros o abalorios de cristal de Murano, estatuillas, sonajeros, ni esculturas ni cuadros. Cuadro sí, sólo uno: en el centro del salón el retrato de Lezama hecho por Jorge Arche, esa variante del otro José nacional. Una de las dos caras del espejo reversible de las letras cubanas, la del siglo XIX Martí, la del XX, Lezama. Dos retratos que hablan con las manos los de Arche, en el corazón uno, el de Martí, entrecruzadas en el pecho, el otro, las manos de Lezama. Fue ya con los tres libros en mi mochila y la decepción de no poder apreciar ningún otro cuadro ni objetos de valor, que me puse a caminar por la casa. No puedo precisar ahora lo de los 26 metros de largo que Lezama afirmaba recorrer como ejercicio y que tal vez fueran más bien 26 pasos. Lo cierto es que en uno de esos paseos de ir y venir hasta la cocina y el patio, me vi ante un circular espejo convexo de apariencia veneciano que deformó el tamaño de mi mano al intentar tocarlo y, al fondo, detrás de mi cara falseada, pude apreciar la silueta de alguien que no podía ser yo por estar envuelta en algo blanco que supuse una sábana: -Ya me despertaron los otros con los poemitas y ahora este otro con sus trasteos…¿Te puedes largar de una vez para que yo pueda descansar? Yo tengo una copia de la llave de la casa. Quien me hablaba en medio de mi miedosa sorpresa, era un mancebo de silueta muy parecida en tamaño a la de El Pífano, pero no de color cobrizo, sino con un desordenado pelo rubio y una piel nívea apenas alterada por la falta de luz. Una especie de ángel despeinado parecía


en medio de la noche aquel Tadzio inesperado. Los ojos tan claros saltaban con su verdor desde la lobreguez del cuartucho donde al parecer dormitaba sobre un camastro en medio de una atmósfera cubierta por cortinas de un humo que, ahora en mi evocaciones, quiero suponer eran provocados por algún tabaco encendido y no debido al polvo. Debí balbucear algo como reacción, porque respondió al principio muy molesto. Me contó, en los escasos instantes que duró su compañía hasta la sala, que estaba durmiendo allí gracias a unos amigos de la mulata achinada. Había venido de provincia con una beca a estudiar letras, dijo, antes de comentar algo así como que, en esta isla hay más poetas que habitantes y yo prefiero irme a escribir allende los mares. Mientras encontraba otro sitio donde vivir en La Habana y preparaba los papeles que le faltaban para irse definitivamente a vivir a Venecia adonde lo habían invitado, le pidieron como tarea hacer el inventario de la casa. Más bien de lo que queda en ella después de tantos robos, musitó de nuevo de mal humor, al mismo tiempo que este Tadzio del Caribe, que sabe Dios por donde ande ahora, me tiraba la puerta en la cara, o más bien a mis espaldas. Estoy de nuevo desamparado ante la puerta cerrada de la casa de Lezama, pero ahora no es de madrugada sino la parte más intensa de la tarde cubana. El resplandor de la luz calcina de nuevo mis ojos y me impide ver por un momento adónde ha ido G. a refugiarse de la hostilidad del sol. Al fin la veo de lejos en el Prado, como un remedo de un óleo de Víctor Manuel, con su coloreada sombrilla hecha jirones sobre la cabeza, sentaba bajo los árboles que

plantara un día de 1929 su compatriota Jean Claude Forestier, y que parecen no poder con las sombras de sus ramas calmar su sofocación tropical. -Oye chico, si estás buscando donde meterte con la yuma esa…te tengo ahí enfrente un cuarto con aire acondicionado casi regalado. Brother, yo no creo que vayas a meter a la yuma en el museo ese, ¿no? Al darme vuelta para ver quién habla veo la piel agrietada del rostro de una mujer parada a mi lado, con un short y en chancletas plásticas. Me mira de manera incisiva a la espera de una respuesta, convencida de haber encontrado un potencial cliente por habernos seguido los pasos a G. y a mí hasta la casa cerrada. Mientras se abanica con un cartón que sostiene con una mano, la mujer repite la misma pregunta, hace, una, dos, tres veces la misma proposición de un improvisado alquiler. Con la otra mano libre, a manera de visera, se protege de los rayos del sol que caen sobre su cara y un pelo teñido de un rubio descolorido. Me resigno a la idea de aceptar todas las treguas a estas alturas de la tarde. Me voy a buscar a G. que está mirando, estática y aturdida, a un mar que imagino violeta, para bajar por ese río arbolado del Paseo del Prado, convencido que a estas horas, en esta parte del mundo, hasta los dioses se resignan a abandonarlo todo por la paz de una siesta.

Armando Valdés-Zamora (Cuba, 1964). Doctor por la universidad de la Sorbona con una tesis sobre José Lezama Lima. Es autor de la novela Las vacaciones de Hegel y de los poemarios Libertad del silencio e Imaginarias de un velero sugerido. Exilado en Francia, trabaja como profesor en la Universidad de París XII.

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Félix Luis Viera, “el rey literario de los campos de Cuba” Entrevistan: Rebeca Ulloa y Baltasar Santiago Martín Preguntas de Rebeca:

Félix Luis Viera ¿Consideras que ha influido en tu obra literaria el haber nacido y crecido en un barrio marginal como El Condado? Bueno, sí. Mis tres primeros libros de narrativa — los de cuentos Las llamas en el cielo y En el nombre del hijo, y la novela Con tu vestido blanco, tienen ese barrio como escenario. Y en cuanto al estilo ni hablar: allí tiene sus raíces el lenguaje que utilizo, mi manera de ver el mundo, mis ansias por ser solidario y agradecido y por no discriminar; en fin, de ahí sale mi voz y mi mundo literario. En cuanto al estilo, digo, el único libro que se aparta de lo antes dicho es el de cuentos Precio del amor; lo cual llevé a cabo con todo propósito. ¿Crees que un escritor, si procede de lo marginal,

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debe escribir sobre lo marginal? Un escritor debe escribir sobre lo que domina totalmente. Y no solo de la ocurrencia, el entorno, de lo que ha vivido, sino de aquello que domina porque se ha identificado plenamente con ello, que ya es de él, si bien no forme parte de sus vivencias directas. Mira, mi noveleta Inglaterra Hernández cuenta la historia, principalmente, de una mujer que al parecer tiene cáncer de seno; y todas las peripecias de ella y demás personajes en medio de lo que Fidel Castro ha llamado “Período Especial”; justo en 1993. Y como sabes, yo ni soy mujer ni he tenido nunca amenaza de cáncer de seno. Pero sucede que la persona, la mujer en la que me baso para esta historia, me hizo identificarme tanto con su problema, que éste pasó a formar parte de mi vida. Sí, porque uno no vive sólo lo suyo, sino también lo de otros; o sea, la vida de otros también puede formar parte de tu vida. Esta noveleta se publicó en México en 1997, por la Editorial de la Universidad Veracruzana, y de algún modo me trae un recuerdo muy triste, una tragedia; algo que supera, como ocurre tantas veces, la ficción Quisiera contar la anécdota, para que no se pierda. Una señora que conocí en México compró y leyó la obra, en la cual se narra que el miedo del personaje Inglaterra Hernández —por más señas enfermera— comienza cuando, al palparse uno de sus portentosos senos, como por casualidad, cree haber hallado un nódulo en ciernes. A la señora lectora, que por esos días hace amistad conmigo, cuando está leyendo el capítulo del posible nódulo, se le ocurre realizarse la misma palpación que el personaje Inglaterra Hernández, y cree, me dice, que al igual que el personaje de ficción, ella posiblemente tenga un nódulo en el seno. Lo anterior me hizo reír. A los dos meses más o menos ella recurrió al médico especialista. Quizás unos ocho meses después le hicieron una cirugía para extirpar el nódulo. Tal vez seis u ocho meses luego le realizaron lo que llaman “radical de mama”. Murió, calculo, un año y medio después: ya tenía demasiadas metástasis. Fue terrible. Eres un escritor bendecido por los dioses: poeta, narrador y periodista, ¿cómo haces para ser tan bueno en tan diferentes géneros? Bien, eso de “tan bueno” lo dices tú, no yo. Poder trabajar en varios géneros es un regalo de la vida, pero se llega a convertir en una agonía. Con el tiempo, al menos a mí no me resultó posible llevar tanta carga. De este modo, cuando a finales de la década de 1980 entregué a la editorial mi libro de cuentos Precio del amor, cerré mi trabajo en este género, puesto que estaba seguro que la vida no me alcanzaría para crear los poemas y las novelas que me rondaban. Del mismo modo, a finales de la primera década de este siglo, cuando concluí mi poemario La patria es una naranja, publicado por primera vez en 2010, decidí que me apartaría de la poesía, a ver si lograba escribir las novelas


que tenía en mente, y alma. Claro, tanto los poemas como los cuentos me llegan a veces, pero los descarto; lo cual también resulta un doloroso acto de renuncia, pero así debe ser, mentalmente me destruiría, lo sé. Así que desde 2009 aproximadamente, sólo me dedico a la novela, el género más agradecido, dicen, pero también el más demoledor para el autor. Bueno, lo que se dice periodista no soy. Solo sé escribir artículos, de manera que acaso soy articulista. Así, si lo que yo escribo en esta modalidad, se publicara en una pared, pues yo sería “paredista”. Vaya, lo que quiero decir es que para ser periodista hay que saber escribir reportajes in situ, calcular buenas entrevistas, proyectar el perfil de un periódico o revista, tener olfato editorial de acuerdo con determinadas circunstancias; etc. Y yo no sé hacer nada de eso ¿Ha marcado tu vida el tiempo que estuviste en las U.M.A.P.?; ¿supiste por qué te llevaron? No, nadie me dijo por qué me llevaron. Debo suponer que algo de mí no cuadraba con el Hombre Nuevo que estaban “construyendo” (como si a los hombres los hicieran los albañiles) en la patria. Me marcó como todo lo excepcional, bueno o malo que ocurre en una vida; en este caso lo malo. Tu literatura –o parte de ella–, tu periodismo, tu vida misma, están comprometidos con la lucha por una Cuba democrática, ¿crees que un escritor, un intelectual, debe comprometerse con una causa política, patriótica, o debe vivir al margen de los acontecimientos? Quien viva al margen de la política, finalmente será víctima de la política. Sea en el momento y bajo el régimen que fuere, un escritor debe tomar partido en la política de su país. No quiere decir esto que dedique a la “Política”, sino que debe sumar su talento, de algún modo, para que la sociedad funcione mejor. Es su deber opinar, denunciar, aportar por la vía que más posible le resulte. Mira, hay un segmento de la vida de un escritor que él no podrá incluir en su obra de ficción. Observaciones, experiencias, conclusiones, puntos de vista, etcétera, que no deben quedar inéditos. Así, él, o ella, tienen el deber, en mi opinión, de hacer que estos lleguen al público mediante “campañas” de “agitación” cultural, política o social, de la manera que le sea más factible; lo cual incluye la labor de escribir prosa periodística, entre otros modos. Tu más reciente obra, el libro Precio del amor, es como una reivindicación de la mujer moderna, ¿cuánto hay de Félix Luis Viera en el personaje masculino de los cuentos?; ¿se corresponde con la visión de la mujer de los ochenta y noventa en Cuba y en el mundo? Primero, el libro de cuentos Precio del amor se publicó en 1990; y se ha reeditado recientemente, como dices. Bueno, no creo que sea una “reivindicación” propiamente, ex profeso. Más bien yo siempre he visto a la mujer de esa forma; como un ser enigmático, poderoso; factores que, entre otros, dan cuenta de su belleza. El hombre no, el hombre es un pobre infeliz que, aunque se crea que es el “tipo duro” y a veces actúe como tal, aún crueldad mediante, no es más

Aristide: Félix Luis Viera

que, en muchos casos, un adicto, y con razón, a la belleza femenina (física o no, o ambas). La que manda, por ejemplo, en la entrega carnal, es la mujer; ningún hombre tiene tanta fuerza física en el interior de sus muslos como una mujer. Ella, si quiere abre el telón; si no quiere, no. Mira, pongamos por caso que yo, o digamos un hombre hermoso, se pasee desnudo por la calle; no debemos dudar que alguna de las mujeres que lo vean pasar llame a la Policía. Lo contrario. Si una mujer, digamos que hermosa, se pasea desnuda por la calle, puedes estar segura de que ningún hombre va a llamar a la Policía —sino que se dedicará a mirarla, saborearla con la vista lo más y mejor que pueda— quizás ni el propio policía que está mirando llame a la Policía. He ahí una diferencia. Otro ejemplo. ¿Cuántos casos de violación sexual a mujeres se producen en el mundo diariamente? Aún sin datos, podríamos afirmar que decenas de miles. ¿Sabes de algún caso de un hombre violado sexualmente por una mujer? Yo no conozco ninguno. Aunque no estaría mal que a las mujeres les diera por violarlo a uno. Sería fantástico. Los varones no opondríamos resistencia; como sí hacen las mujeres.

Preguntas de Baltasar: Félix, ¿en qué hospital de Cuba te cortaron el cordón umbilical? No, en ningún hospital, sino en la casa donde nací, en Síndico 405, entre Virtudes y Amparo, en el barrio El Condado, en Santa Clara. Fue el domingo 19 de agosto de 1945. Ese cordón me lo cortó la comadrona Emilitina, que cobraba 7 pesos por este trabajo. Me aplicó una especie de

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fórceps que se utilizaban entonces y, según mi mamá, resbalé de las manos de Emilitina y caí en la palangana. Ese fue el primer toletazo —que luego serían tantos—que recibí en mi vida. Según la misma fuente, mi madre, estuve más de cinco días llorando casi sin parar; de modo que una familiar que ayudaba a mi mamá cuidándome, se rajó: “esto no hay quien lo aguante”, le dijo a mis padres. Luego se rotaron varios familiares y amigos de mis padres para cuidarme durante esos primeros días. ¿Qué recuerdos tienes del Primero de Enero de 1959? Se podría decir que fue un pueblo en pleno celebrando la victoria del Ejército Rebelde. Multitudes aquí y allá, eufóricas. Muchas mujeres de mi barrio se vistieron con faldas negras y blusas rojas, para aludir a la bandera del Movimiento 26 de Julio, capitaneado por Fidel Castro, que se representaba con esos colores. Algunos lectores de Cubaencuentro te han reprochado haber apoyado y formado parte en un tiempo del “sistema” –por así decirlo–, ¿cuándo, cómo y por qué te decidiste a cortar esa especie de segundo cordón umbilical? Yo no formé parte del sistema. Nunca fui jefe, o ideólogo o algo parecido. Nunca recibí un privilegio o una ventaja o como quieran llamarle. Formé parte del Consejo Nacional de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), por elección de mis colegas. Pero siempre resulté “conflictivo”, como suele calificar el régimen a quienes no acatan el dogma al ciento por ciento. Ahora bien, yo sí creí en el socialismo, en la revolución cubana o como se nombre lo que existe en Cuba. La apoyé, a veces con mis versos, a veces cortando caña los domingos. ¿Si me arrepiento? Sí, claro. Si no me hubiera arrepentido estaría allá todavía. ¿Qué ha significado México en tu vida? Una escala larga, de 20 años. ¿Cuánto de ti tiene el Armandito Valdivieso de Un ciervo herido? Demoré más de 20 años en concebir al narrador para Un ciervo herido. Era lo más difícil, un narrador capaz de entrarle a la obra con verdadera singularidad. ¿Debía ser un narrador protagonista solamente? ¿O en tercera persona, omnisciente o no? Y muchas más posibilidades; como sabes, pueden existir tantos puntos de vistas que llegarían a lo infinito. No debía escribir una novela que fuese una cadena de hechos tremebundos, porque eso sería cansón, agotador para el lector… y en fin, ni siquiera sería una novela. Es decir, el problema estaba en el cómo, igual que en toda narración literaria, pero en este caso, para mis posibilidades, resultaba un cómo muy especial, y difícil. Tuvieron que pasar dos novelas, una noveleta, tres libros de cuentos y cinco poemarios para, cuando llegué a México, en 1995, se me ocurriera, me “viniera” el narrador. Debía ser un narrador muy subjetivo, con mucho de lenguaje poético y a la vez descarnado. Alguien que moviera aquella terrible realidad pasándola por el ojo de la distorsión en ocasiones, de su distorsión.

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Claro, ya entonces yo tenía, digamos, oficio, como para llegar a ciertas conclusiones y llevarlas a cabo. Luego decidí sumar lo que ocurría fuera de las alambradas, o sea, en la cuadra donde vivía Armandito y otros lugares “allá fuera”; y agregué al personaje de la Madre, que mucho me resolvió literariamente hablando. Armandito Valdivieso tiene de mí algunos aspectos, que pueden ser la subjetividad en ocasiones, la “aspirantura” a la Ética, el miedo-valor y esa manera de expresarse con el lenguaje, tantas veces figurado aunque esté hablando de una piedra. Me encantó la cambiante adjetivización del “culo inmenso, avasallante, descomunal, abismal, estepario”, de la compañera que redactó el informe preliminar sobre Armandito, rejuego que me evocó de cierta manera al autor de Tres tristes tigres, ¿reconoces que Guillermo

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Filatelia Cubana e Internacional


Cabrera Infante ha tenido alguna influencia en tu manera de escribir o es una conjetura infundada mía? Es una conjetura tuya, pienso; yo he utilizado esas maneras desde antes, pero creo que son coincidencias. ¿Quién eres tú en El corazón del Rey, Autodidactico o Robertón? Autodidactico ¿La tragicómica escena en que los dos

Rebeca Ulloa (Guantánamo, 1949) es narradora, periodista, guionista de radio y televisión, promotora, productora cultural, crítica y ensayista. Técnica en informática, fue profesora universitaria y asesora de tesis de grado de la Facultad de Comunicación Social (Colombia 1998-2008). Es también curadora y ha obtenido numerosos lauros y reconocimientos por su obra literaria y radial. Su primer premio literario lo recibió a los 15 años de edad. Ha publicado varios libros con la coautoría del maestro Arístides Pumariega.

Baltasar Santiago Martín )(Matanzas, Cuba, 1955. Ingeniero estructural, poeta y escritor, en 1987 fundó en La Habana el GRUPO “ARAR” (Arte y Arquitectura) para incrementar la presencia de la plástica en la arquitectura cubana, y en 1993 integró el consejo de redacción de la revista Ingeniería Civil. Trás seis años en Querétaro, México, llegó a Miami en 2000. Ha publicado; Amaos los unos a los otros, Esperando el velorio, Calentando el bate, Una vida, un tren, y Visión 21/21. En marzo del 2008 creó la Fundación APOGEO y en 2013, la revista CARITATE..

Escribe una novela biográfica sobre Alicia alonso.

In Memoriam Nivaria Tejera Jorge Valls “compañeros” norcoreanos sorprenden a Robertón templándose a Carlota B. en la habitación de ellos, del hotel Santa Clara Libre te ocurrió de verdad a ti? Algo parecido ¿La Samaritana, Cosme/Fifita y Napoleona La Rusa son personajes de ficción o existieron en la realidad? Cada uno son personajes “hechos” de varios personajes o personas “reales” por mí conocidas, claro. Mira, a la Samaritana, en cuanto a su temperamento, su manera de proyectarse le puse no poco de mi mamá, quien allá, en la Muerte, Descansa en Guerra. ¿De quiénes te confiesas deudor como escritor? En realidad de nadie o de todos los que he leído, no sabría decirte quién me ha influido manifiestamente en la narrativa. En la poesía, sí: César Vallejo. Muchas gracias a Caritate por darme esta oportunidad.

Julio Matas José Sánchez Boudy

Nota: Una versión de esta entrevista apareció en la Revista Caritate, que dirige Baltasar Santiago Martín.

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Maricel Mayor Marsán LAS DOS MITADES DE UNA HISTORIA El vuelo de Iberia entre La Habana y Madrid había durado casi nueve horas aproximadamente. En pocos instantes iba a pisar por primera vez el país de sus padres y el imaginario de sus noches. Llevaba seis décadas soñando con una tierra lejana que le era más cercana que todos los artilugios del trópico en el que la parió su madre. También, llevaba igual número de años tratando de descubrir a retazos la historia de su familia, aquella que sus padres nunca quisieron contarle del todo, y el porqué de aquella maldición que se cernía sobre ellos desde el mismo día que se casaron. Su padre, Pedro S. García Bustillo, había sido un hombre de negocios que trabajó toda su vida en el comercio local de la Isla. Después de más de treinta años de trabajo intenso, logró amasar una fortuna considerable. Fue dueño de dos almacenes de víveres, varias viviendas de alquiler y unos cuantos acres de tierra en las laderas de la Sierra Maestra, lugar donde había construido una casa y refugio campestre para la vejez. Había llegado a mediados de la década de los veinte a Cuba. Nunca consideró la posibilidad de volver a vivir en España, pero tampoco dejó de hablar de su tierra ni por un minuto. Solamente viajó a la península un poco antes de la Guerra Civil de los años treinta y regresó antes del tiempo previsto. Al triunfo de la Revolución Cubana de 1959, perdió todas las propiedades que había adquirido con su trabajo, por obra y gracia de diversas reformas establecidas por el nuevo gobierno, y tuvo que comenzar a vivir de una exigua pensión que le asignaron por concepto de todo lo confiscado y su familia se tuvo que conformar con retener solamente la propiedad de la casa donde vivían todos juntos en el pueblo cercano a las montañas. Para él, ese golpe trágico formaba parte de una cadena de tragedias que conformaban la maldición que le había deseado Ernestina al partir de su patria lejana. Su madre, Julia María González Villaverde, se dedicó toda una vida a los quehaceres de su casa y también ayudó en todo lo que pudo a su esposo desde que llegaron a Cuba, siempre y cuando sus períodos de gestación se lo permitieron. Tuvo diez hijas, una detrás de la otra, año tras año, sin perder oportunidad ni tomarse reposo, salvo los tres o cuatro meses que el médico recomendaba de abstinencia después de cada parto. Estuvo una década completa persiguiendo al hijo varón que nunca llegó. Después de tratar en vano diez veces seguidas de procrear un miembro del sexo masculino para la familia y con una histerectomía posterior, debido a unos fibromas extraños y de gigantescas

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proporciones que le encontraron en el útero, el coro de voces y risas femeninas fue todo lo que se escuchó en esa casa desde entonces. Para ella, ese fue el castigo que le tocó recibir por cuenta de la maldición de Ernestina. Siempre lo repetía, cuando hablaba sola consigo misma, en medio del trabajo diario, y sobretodo, cuando pensaba que nadie la estaba escuchando. | La maldición de la tía Ernestina, o de Ernestina a secas como la llamaban sus padres, era una frase constante en su casa a todas horas. No existía el día en que se dejaba de mencionar la famosa conjura de esa malévola hermana de mi madre. Todos vivíamos espantados de aquella mujer que nunca conocimos. Al poco tiempo después de la muerte de sus padres, sus nueve hermanas fallecieron también. Una por cada año transcurrido, para ser exactos. Laudelina, la mayor, murió de una pulmonía fulminante como consecuencia de una inusual ola fría que duró tres días. María, la segunda, la atropelló un camión al cruzar la calle principal del pueblo en plena euforia revolucionaria. Justa, la tercera, se ahorcó


en la mata de mango del patio de la casa, tras la ruptura de una relación de veinte años con su novio. Francisca, la cuarta, se murió de peritonitis como resultado de un ataque de apendicitis que sufrió en medio del campo y no tener asistencia médica cercana. Mercedes, la quinta, se ahogó en una playa de Manzanillo cuando decidió bañarse en el mar con sus amigas y no sabía nadar. Bárbara, la sexta, falleció el día de su cumpleaños de pura indigestión con guayabas verdes y cañandonga. Ignacia, la séptima, tuvo amores con un militar que le cercenó la yugular con una navaja cuando ella lo quiso abandonar. Brígida, la octava, murió durante el parto de su primer hijo porque le dio un ataque de eclampsia y no le pudieron hacer la cesárea a tiempo, muriendo también su hijo antes de nacer. Eugenia, la novena, murió de un ataque al corazón después de escuchar por ocho horas seguidas un discurso del líder del gobierno en la televisión. El viaje a España la había sumido en una profunda reflexión sobre la historia de su vida y la de su familia, de los orígenes desconocidos de la misma y de tantas cosas inexplicables. ¿Cómo había ocurrido todo? ¿Por qué esa sucesión de desgracias ocurridas a sus padres y hermanas? ¿Por qué no habían podido superar la mencionada maldición que una mujer les había deseado a todos ellos desde el otro lado del océano? ¿Cuál sería el secreto que se llevó a la tumba su padre? ¿Conocería alguien más la clave de tantas desgracias? ¿Por qué le tocó a ella convertirse en la única sobreviviente de lo que un día fue una familia? Después de la muerte de todas sus hermanas, pensó que era su turno para morir y ventilar la última de las maldiciones que les habían destinado, pero no fue así. El tiempo pasó y ella se quedó para vestir santos en aquella casona donde solamente quedaban los recuerdos de todos sus muertos. ¿Quién se iba a casar con una mujer sobre la cual pesaba semejante maldición? La voz había corrido por el pueblo y nadie se le acercaba. Hasta que un día decidió permutar la casa e irse para la capital de la Isla. La casa era lo único que le quedaba del patrimonio familiar y así lo hizo. Logró cambiar una casa de varias habitaciones por un apartamento pequeño y algún dinero que le permitió vivir unos años sin penurias. Transcurrieron varias décadas y La Habana no fue capaz de trasmitirle ningún sentido de pertenencia, pese a los buenos vecinos y a las amistades que adquirió con el pasar de los años. Trabajó, estudió e hizo lo que pudo para transitar por una existencia solitaria, siempre soñando con la España de sus padres. Hasta que un día llegó una carta de la madre patria, de parte de un primo que no conocía, donde le informaban que la tía Ernestina había muerto y que ella era el único familiar que le quedaba en el mundo. Se llamaba Santiago. Tenían que encontrarse, con carácter urgente decía. Llevaba mucho tiempo tratando de localizarla. ¡O ella iba a España o él vendría a Cuba! La espera había sido larga. Nadie podría calcular el tiempo transcurrido desde el día que decidió ir al Consulado de España para reclamar su ciudadanía española y poner sus papeles en orden. Opuesto a lo que todos en su

barrio pensaban, su decisión no había sido política, por más que no se sentía parte del sistema imperante en la Isla. Su decisión correspondía a la voz de la sangre y a las dudas que la llevaban a descubrir en otro continente ciertas pistas sobre su propia vida. Además, no podía desaprovechar la invitación que le extendió el hijo de Ernestina, ese primo que no conocía, con todos los gastos del viaje incluidos. Tampoco podía dejar pasar la oportunidad de conocer la tierra de sus padres y averiguar algo de aquel pasado que tanto la intrigaba. Quizás su primo sabía algo que ella desconocía. El avión estaba aterrizando en Barajas. El paisaje era muy diferente al que había dejado atrás. La llegada al aeropuerto y los trámites de aduana fueron más fáciles de lo que había imaginado. Después de muchos años, el acento español de todos los que le hablaban le recordaba a sus padres y se sintió, de repente, parte de aquel escenario. A la salida de los vuelos internacionales había un hombre con un cartel que portaba su nombre. Se le acercó y su emoción crecía por segundos al descubrir un parecido notable entre su padre y su primo, lo cual hizo que el hielo del primer encuentro se desvaneciera en un instante. — Santiago, soy yo, tu prima Aurora. — Hola, bienvenida a España. — Me has emocionado. Te pareces tanto a mi padre que es increíble el parecido. — Y tú a mi madre, como no te puedes imaginar. — Bueno, mi madre y tu madre eran hermanas, ¿no? — Sí, así es. Se abrazaron y comenzaron a charlar como si se conocieran de toda la vida, mientras se marchaban juntos a

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recoger el equipaje. Aurora no pudo aguantar más y le preguntó extrañada. — ¿Acaso nuestras madres tenían algún parentesco con la familia de mi padre? Me imagino que en los pueblos pequeños en España pasa como en Cuba, que todo el mundo termina siendo familia. Quizás por eso me recuerdas tanto a mi padre cuando tenía tu edad. — De algo de eso se trata. — ¿De qué se trata? — De que no somos primos. — ¿Cómo así? —Le preguntó sorprendida. — Somos hermanos. —Le dijo muy serio, a la vez que reflejaba un gran alivio en su rostro. — Me puedes explicar la broma. —Un tanto atónita. — Tranquila, no es ninguna broma. Me llamo Santiago porque es el segundo nombre de nuestro padre, Pedro Santiago. Mi madre decidió ponerme ese nombre, en vez de Pedro, para que las malas lenguas del pueblo no hablaran de más. En aquella época, ser madre soltera no era bien visto. Como todo el mundo que conoció a tu padre, que es también mi padre, lo conocía como Pedro a secas, no había problemas con nombrarme Santiago. — Ahora caigo en el motivo de la maldición de Ernestina. — No, todo va más atrás en el tiempo. No te apresures. Por eso necesitaba hablar en persona contigo. Mi madre me contó todo antes de fallecer. Nuestro padre y mi madre eran novios hasta que un día él decidió marcharse a Cuba. Mi madre no estaba de acuerdo con ese viaje y se negó a acompañarlo. Entonces, su hermana menor, Julia María, que siempre había estado enamorada del novio suyo en silencio, se ofreció a irse con él sin que mediaran permisos familiares ni recatos de mujer adolescente. Y, por supuesto, mucho menos ningún tipo de consideración para su hermana mayor. — Entonces, lo que me estás contando pone el recuerdo de mi difunta madre en una posición bastante delicada. — En realidad tu madre no fue culpable de nada. Ella aprovechó la situación y solamente dio rienda suelta a sus sentimientos, logrando una relación con el que consideraba hasta ese momento un amor imposible. Mi madre tuvo la opción de irse a Cuba con su novio, pero ella no quiso irse con él. — ¿Y tú? ¿Acaso mi padre tuvo relaciones con tu madre antes de marcharse de España, pese a que se casó con mi madre por lo civil y la iglesia antes de irse? — No, eso pasó a su regreso a España años después, en la década de los treinta, cuando visitó el pueblo y volvió a ver a mi madre.

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— Por esa época la única que faltaba por nacer en mi casa era yo. — Sí, naciste un poco tiempo después que yo y te llamas Aurora porque ese es el segundo nombre de mi madre. Su nombre completo era Ernestina Aurora. — ¿Cómo? No sabía ese detalle. — Sí, nuestro padre quiso recordar a mi madre poniéndote su nombre. Así, cada vez que te llamaba se acordaba de mi madre. — Mi madre, que es tu tía, no lo habría permitido. —Le manifestó incrédula. — Pues cuando lleguemos a casa, te enseñaré todas las cartas que se escribieron nuestro padre y mi madre en esa época. — Entonces, ¿por qué la maldición? — No existe tal maldición. — ¿Y tú qué sabes de eso? —Impávida. — Lo sé porque fue un truco que nuestro padre utilizó para justificar todo lo que le salía mal en la Isla y, sobre todo, fue la única manera de justificar ante tu madre la necesidad que él tenía de escribirle a la mía y de nombrarte Aurora. Según él le decía a tu madre, esa era una manera de pedir perdón y clemencia para dejar de sufrir la supuesta maldición que Ernestina, mi madre, les había deseado el día que se marcharon de España. Al salir caminando del aeropuerto, rumbo al estacionamiento, el aire frío de la mañana le golpeó el rostro con la misma intensidad que la noticia que acababa de recibir. Todo parecía muy confuso a su llegada a España. No obstante, la alegría de saber que tenía un hermano y que no estaba sola en esta vida le hizo ver cómo todo un pasado y sus incógnitas disminuían en intensidad e importancia.

Maricel Mayor Marsán (Santiago de Cuba, 1952). Poeta, narradora, dramaturga, profesora y directora de redacción de la Revista Literaria Baquiana. Ha vivido en España y posteriormente en los Estados Unidos desde temprana edad. Ha publicado entre otros, Rumores de Suburbios (2009), Español o Espanglish ¿Cuál es el futuro de nuestra lengua en los EE.UU.? (2008), José Lezama Lima y la mitificación barroca (2007), Poemas desde Church Street (2006), En el tiempo de los adioses (2003), Gravitaciones Teatrales (2002) y Errores y Horrores/Sinopsis histórica poética del siglo XX (2000). Su obra ha sido traducida parcialmente al chino, inglés, italiano y sueco. En el año 1996 la Biblioteca Nacional de Poesía de los Estados Unidos le otorgó el Editor’s Choice Award por su obra poética y en el 2007 resultó ganadora del concurso de relatos breves “Chile con mis ojos” de la Televisión Nacional de Chile. Reside en Miami.


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REINALDO CEDEÑO La hija del poeta Me dijo que no tres veces, pero a la cuarta fue la vencida. Toqué un domingo a su puerta, con arrestos, con carácter. Su padre fue mi talismán, y una mirada. Ese domingo traspasé el umbral de su casa… y nunca más he podido salir. Como poeta escogido, Regino E. Boti (1878-1958) definió a Guantánamo en unos trazos: «Aldea, mi aldea, / mi natal aldea… / Amo tu parquedad catalana / y tus calles rectas». El tiempo lo ha sancionado como símbolo de la ciudad, tanto como la escultura La Fama, que corona el Palacio Salcines. Con unos versos, calibró el espíritu de la creación. El poema “Luz” es una filosofía de vida: «Yo tallo mi diamante, / yo soy mi diamante. / Mientras otros gritan / yo enmudezco, yo corto, yo tallo; / hago arte en silencio». Como una clarinada, como una sombra, esa sensación de aldea, ese diamantino silencio ha acompañado a Guantánamo en los años siguientes. Regino E. Boti con Arabescos mentales (1913) devolvió el abolengo a las letras cubanas tras la muerte de Casal y Martí. Su libro El mar y montaña (1921) lo convirtió en un clásico. Junto a José Manuel Poveda (1888-1926) y el tantas veces olvidado Agustín Acosta (1886-1979), formó el triunvirato de vanguardia de la literatura cubana en las primeras décadas de la República. El narrador y ensayista José M. Fernández Pequeño, ha dicho que Boti «es el más universal provinciano». Poco a poco, el imberbe periodista y la abogada, la albacea, la hija del poeta, la tremenda Florentina Regis Boti León (1928-2005) se convirtieron en amigos. Hablamos de lo humano y lo divino. Guantánamo me nació allí, desde su mecedora, desde sus fundaciones. Nunca ha sido igual después que ella se fue. Principios de los 90. Cumplía mi servicio social en el oriente del Oriente. Fue un tiempo duro, durísimo: un bombillo encendido era noticia; cuatro ruedas, una excentricidad y una hamburguesa, la bendición. La poesía, sin embargo, me tiró su escala. Una mañana escuché vocear el periódico Venceremos con la entrevista que durante semanas había bordado: «¡Mira… mira lo que dice la hija de Boti… entérate!». Es difícil repetir una emoción como aquella, con algo de ingenuidad, de surrealismo. Una tarde, Florentina me abrió el armario donde había seleccionado con una meticulosidad, con un cuidado impresionante, la obra dispersa de su padre. Sin ordenador, sin software, hizo durante años una impecable labor de catalogación y rescate que su hijo Regino Gaudencio Rodríguez Boti, en otras circunstancias, ha continuado. Me permitió ver algunas cartas del autor con José Manuel Poveda, Nicolás Guillén y Juan Marinello. Me

asomé a lo que había soñado y a lo que había criticado Regino E. Boti, de su puño y letra. Acuarelas. Objetos. Al final, me premió al obsequiarme una edición príncipe del poemario Kodak-Ensueño (1929). La historia venía a mí, desnuda, virginal. «Soy una hija cumpliendo su deber sagrado. Quisiera tener otra vida para dedicársela… Sólo el trabajo salva de la estupidez y la inercia», me dijo. Cuando vio que detuve el aliento, puso en mis manos el poema inédito “Otra hembra”, que su padre le había dedicado: «A la tristeza de mis años / tú añades una alegría orbital / y eres de mi floración humana / la más tierna corola». Empero, la corola pareció dejar toda su ternura cuando aquella asistente cubrió el extremo de un manuscrito de Boti con goma y se desgarró al arreglarlo. No me atrevo a repetir lo que escuché. Era celosa. Era terrible. Le regalé una piedra para su colección, de la playa de Duaba, allí donde desembarcaron Antonio Maceo y el gallardo Flor. Le dediqué un poema que había nacido en mi eterno viajar entre Santiago y Guantánamo. Un poema para la hija de un poeta. Una osadía. Florentina recubría su sensibilidad con cierto desparpajo, con una aridez espantadora; pero desde el primer día que tomé su mano, supe quién era. La cultura cubana le debe más de lo que se cree. Ella hizo el milagro: su padre fue naciéndole en los brazos.

Reinaldo Cedeño (Santiago de Cuba, 1968) Periodista, poeta, investigador y promotor cultural. Alcanzó el primer premio de poesía Hermanos Loynaz (2011) y Regino Pedroso (2014). Reside en Cuba y colabora en el periódico Juventud Rebelde.tura y redactor de la página web La isla y

36 la espina. Entre sus libros: El hueso en el papel (Editorial Oriente, 2011), A capa y espada, la aventura de la pantalla


Margarita García. Antes de Cuba Libre: El Surgimiento del Primer Presidente Cubano,Tomás Estrada Palma. Madrid: Editorial Betania, 2015. Las dictaduras, por lo general, pretenden reescribir la historia para así justificar sus hegemonías. De igual manera, los hermanos Fidel y Raúl Castro, y muchos de sus “fans” intelectuales en el extranjero, se han enfocado, a lo largo de las seis décadas de gobierno “socialista”, en tergiversar la memoria del primer, y el más honesto, gobernante cubano. Afortunadamente, Margarita García, profesora de Psicología en el norte de New Jersey, ahora convertida en biógrafa, relata pormenores de la vida prepresidencial de Tomás Estrada Palma en Antes de Cuba Libre: El Surgimiento del Primer Presidente Cubano,Tomás Estrada Palma (Madrid: Editorial Betania, 2015). Sus investigaciones la llevaron a archivos y sitios históricos — así como a entrevistas a descendientes de Estrada Palma— en varias localidades de EE.UU., España, Francia, y Honduras <ver http://www.antesdecubalibre.com/#!video/ z5mgo>. Nacido y criado en la patriótica ciudad oriental de Bayamo, don Tomás Estrada Palma (1835-1908) estudió derecho en las Universidades de La Habana y Sevilla, aunque nunca se graduó. Días siguientes al Grito de Yara del 10 de octubre de 1868 se incorporó a la primera insurgencia anticolonial que se desarrolló en la Guerra de los Diez Años. Fue ascendiendo en el liderazgo civil revolucionario en la manigua, llegando a ser el cuarto Presidente de la República en Armas (marzo/1876–octubre/1877). Los españoles lo capturaron y lo encarcelaron en el castillo catalán de Sant Ferrán (que Margarita fotografió en persona en 2004 [págs.60-68]). Ya conocido como don Tomás, fue excarcelado a raíz del armisticio del Zanjón (1878), aunque se le prohibió regresar a Cuba, y tampoco le devolvieron sus propiedades confiscadas por los españoles. Luego de una breve estancia en París, zarpó hacia Nueva York, que era en aquel entonces la “capital” de los exiliados independentistas. Animado por su primo materno, el poeta Joaquín Palma, quien era asesor de Marco Soto, el presidente reformista liberal de Honduras, Estrada Palma se trasladó a ese país centro-americano, donde se le confió la organización del servicio de correo y de la escuela normal. En 1881, don Tomás se casó con la joven Genoveva Guardiola (18581926); la futura Primera Dama de Cuba era hija de un expresidente hondureño. Cuando en 1883 el gobierno de Soto colapsó, Estrada Palma regresó a EE.UU., instalándose en Central Valley, un pueblito a 80 kms al norte de Manhattan, en donde dirigió un colegio privado laico, una institución bicultural/bilingüe pionera en esa era, la “Gilded Age”. Aún hoy día, varias calles siguen nombradas en su honor en Central Valley, adonde Margarita organiza excursiones cada Mayo desde Union City, la “capital” en New Jersey de los exiliados cubanos post-1959.

A principios de la década de 1890, los exiliados independentistas se habían reorganizado bajo el liderazgo carismático de José Martí, quien en abril de 1895 se infiltró en Cuba para unirse a los insurrectos alzados desde el 24 de febrero de ese año. Al caer Martí en combate el 19 de mayo, don Tomás lo sucedió al frente del Partido Revolucionario Cubano, fundado en Nueva York para la liberación de Cuba y Puerto Rico, las dos últimas colonias españolas en las Américas. Por los próximos tres años, Estrada Palma coordinó la recaudación de fondos y la logística de municiones y provisiones para el ejército mambí en la manigua, y lideró un portentoso cabildeo diplomático pro Cuba Libre en el extranjero. En abril de 1898, tres meses subsiguientes a la explosión del acorazado USS Maine en La Habana, EE.UU. intervino militarmente en Cuba. Los estadounidenses encontraron un país destruido por la Guerra de Independencia (1895-98), hambriento y padeciendo epidemias; y todo eso agravado por la práctica de los españoles de hacinar a los guajiros en las ciudades para evitar que ayudasen a las guerrillas mambisas. Los soldados coloniales que reprimían a los cubanos eran típicamente jóvenes españoles que calificarían como “lumpen proletarios” (si usáramos la terminología marxista favorita de los fraternos Castro). Por cierto, entre esos jóvenes se encontraba el padre mismo de los Castro, el sargento gallego Ángel Castro. La ocupación estadounidense (1898-1902) saneó la Isla, erigió hospitales, construyó carreteras y acueductos, creó un sistema de educación pública, y convocó a elecciones nacionales para el 31 de diciembre de 1901. Don Tomás accedió, aunque con renuencia, a presentarse como candidato presidencial, especialmente bajo presión del jefe del Ejército Libertador, el domínico-cubano Generalísimo Máximo Gómez. Oponiéndose a Estrada Palma se presentó el general Bartolomé Masó, quien retiró su candidatura a última hora alegando una conspiración electoral en su contra,

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mientras que Gómez dirigió la campaña política victoriosa de don Tomás. Electo en ausencia, Estrada Palma tomó un tortuoso viaje de regreso desde Central Valley a la tierra natal que no había visto por un cuarto de siglo. Multitudes lo vitorearon durante su marcha triunfal, casi toda por tierra, desde Oriente hasta La Habana, para su trascendental investidura el histórico 20 de mayo de 1902. Como señala Margarita, en un gesto de caballerosidad que contrasta con el divisionismo y la siembra del odio que han caracterizado a los Castro décadas más tarde, Masó hospedó en su hogar al presidente electo cuando éste pasó por Manzanillo. Dada la triste historia del caudillismo militarista ya evidente en las repúblicas latinoamericanas que habían logrado su independencia anteriormente, el abrazo de Estrada Palma con Masó parecía simbolizar el inicio esperanzador de un nuevo estado caribeño distinto, que fuera netamente civilista. Sin embargo, a través de los 56 años republicanos (1902-58), el sector militar intervino repetidamente en la vida política. De hecho, un objetivo clave de la rebelión política antibatistiana de la década de 1950 —de inspiración esencialmente liberal clásica— era, precisamente, el retornar las tropas a los cuarteles de una vez y por todas. Irónicamente,

bajo los Castro, Cuba es gobernada por una élite osificada de “generales” ancianos que todavía esgrime consignas anacrónicas salpicadas de un grotesco glosario marxistaleninista. Por las últimas seis décadas, la familia Castro — una dinastía tropical, de facto, como lo fueron las de los Trujillo, los Duvalier y los Somoza en sus respectivos países— ha acusado persistentemente a don Tomás de convertir a Cuba en un estado “vasallo de los Yanquis”. Incluso, turbas al estilo fascista alentadas por el “Gobierno Revolucionario” destruyeron el monumento que había sido erigido en honor al primer presidente cubano en la bella Avenida de los Presidentes en La Habana, después de su fallecimiento en 1908. Paradójicamente, fueron los hermanos Castro quienes, injustificadamente, convirtieron a Cuba en un estado vasallo, dependiente de, y subordinado al distante y fallido otrora Bloque Soviético. El discurso oficialista del régimen de los Castro también ha intentado presentar a Estrada Palma, absurdamente, como un cuáquero converso, o séase, como alguien que era foráneo, incluso, a las tradiciones religiosas cubanas. Pero Margarita no encontró ninguna evidencia —incluyendo pesquisas en los archivos de los Quakers—

Margarita García Antes de “CUBA LIBRE” El surgimiento del primer presidente de Cuba Tomás Estrada Palma “Nos complace presentarle la edición digital e impresa del libro Antes de “Cuba Libre”. El surgimiento del primer presidente de Cuba: Tomás Estrada Palma (Betania, 2015) de la profesora Emérita cubana Margarita García (Universidad de Montclair) y residente en New Jersey, EE.UU.” Estas 200 páginas son el resultado de más de diez años de investigación, estudio y viajes donde la doctora García logra trazar, con mano certera, la brillante trayectoria de unos de los cubanos más ilustres pero también más olvidados de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Lectura que recomendamos encarecidamente, pues este magnífico trabajo nos brinda una realidad histórica que precisamente el castrismo quiso ocultar y hasta negar desde que se instauró el régimen de 1959. 200 pp., 2015. Colección ENSAYO ISBN: 978-84-8017-359-9. www.antesdecubalibre.com

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de que él se hubiese convertido a dicha religión protestante angloestadounidense. De hecho, don Tomás era masón, al igual que Martí y otros muchos patriotas de su época que abrazaban filosofías liberales clásicas. El libro de Margarita cierra cronológicamente con la primera toma de posesión de Estrada Palma al instaurarse la república. No obstante, la biógrafa apunta que el primer presidente electo violó su propia promesa de no buscar un segundo término presidencial en 1906, lo que precipitó amplias protestas, seguidas de la segunda intervención estado-unidense (1906-1909) bajo la invocación de la polémica e impopular Enmienda Platt (págs.165-167). Cabe añadir que, entre los éxitos de la gestión presidencial de don Tomás, se encuentra el limitar el número de bases navales de EE.UU., de las siete solicitadas a la república naciente, a una: Guantánamo. También logró el reconocimiento inicial de la soberanía cubana sobre la Isla de Pinos, que muchos en EE.UU. codiciaran. El menosprecio visceral de la propaganda histriónica castrista a la memoria de Estrada Palma — replicado por los más fervientes intelectuales apologistas

del régimen en el extranjero— me recuerda una cita de George Orwell en su 1984: “quien controla el presente, controla el pasado”. Con su libro, sazonado con un vocabulario indiscutiblemente cubano tradicional, la Dra. Margarita García reta, valerosamente, el monopolio sobre la historiografía cubana que pretende ejercer la dictadura más opresora y longeva del hemisferio occidental. (www.antesdecubalibre.com)

ROLANDO ALUM, JR. Rolando Alum, Jr. Etnólogo nacido en Cuba, ha sido profesor en varias universidades de Estados Unidos,. Puerto Rico y República Dominicana, y actualmente es Investigador Asociado de la Universidad de Pittsburgh. Una versión más breve de esta reseña —y con un énfasis diferente— apareció en inglés en PanAm Post (24/02/16). El autor dedica este escrito a la memoria de sus dos tíos abuelos paternos, ambos mambises, Federico Alum Sotolongo (muerto en combate) y el Capitán Emilio García Rizo (fallecido en el Exilio post-1959 en Miami).

Fundado en marzo de 1982

Subscríbase WINTER / INVIERNO, 2015

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Vol. 34 No.4

Arenas en la arena. Foto Copyright © Lydia Rubio

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