Vol. 34 No.2
SUMMER / VERANO, 2015
Homenaje a Rafael Soriano
Queridos amigos: lindenlanemag@aol.com http://www.lacasaazul.org www.lacasaazulcubana.blogspot.com
Gilberto Marino
Founded in March 1982 by Heberto Padilla & Belkis Cuza Malé Publisher and Editor: Belkis Cuza Malé Assistant Editor: René Dayre Abella Copyright © 2015 LINDEN LANE MAGAZINE Una subscripción a LINDEN LANE MAGAZINE en los Estados Unidos: $60.00 para individuos, y $90.00 para instituciones. ISSN 0736 - 1084 It is a publication by Linden Lane Magazine & Press P.O. BOX 101582 FORT WORTH, TEXAS 76185-1582
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Aquí estamos de nuevo, esta vez con el número de verano correspondiente al Volumen 34 # 2, de 2015. Un número que rinde homenaje al “pintor de pintores”, reciéntemente fallecido en Miami, Rafael Soriano. Su larga vida también tuvo una fructífera trayectoria artística. Los que no lo conozcan a fondo pueden leer el texto de Alejandro Anreus sobre Soriano.que aparece en la página 33. Además, ilustra este número otro pintor cubano --fallecido en marzo--, Gilberto Marino García, de quien Juan Cueto-Roig nos habla con emotivas palabras de despedida al amigo. Los dibujos de Nicolás Lara, pintor y poeta radicado en New York, y las abstracciones de Nicole Hospital-Medina, joven artista, poeta y profesora, de padres cubanos y escritores, ilustran también este número. Los poetas Raúl Rivero y Nicolás Lara; los cuentistas Manuel Ballagas, Ramón Muñiz, José M. Fernández Pequeño, y Amelia del Castillo; así como los novelistas Miriam Rodríguez Febles, y Armando Añel completan la nómina, a la que debo añadir las viñetas en inglés de estas memorias de Carolina Hospital, autora que en los 80 publicó en Linden Lane Press Los atrevidos, antología de poetas cubano americanos que escriben en inglés. En “Nota de Libros”, la poeta y escritora, residente en La Habana, Marilé Mosley, nos comenta sobre el libro de Ana Lidia Vega Serova, Mirada de reojo. En abril falleció en Miami el poeta Mauricio Fernández, que como recordarán había publicado recientemente en LLM sus poemas y una crónica sobre la obra de Ana Rosa Nuñez..Para celebrar su trayectoria vital, incluímos su poema “Sobre estas piedras que cubren la noche”. Así como rendimos homenaje a la memoria de Orlando Fondevila (fallecido en mayo) con un breve poema y su crónica “En busca del mundo perdido”. Sólo me resta darles las gracias por apoyar la labor de promoción que realizamos en LLM de la litteratura cubana que se hace en el exilio, cada vez más sola y más exiliada., a pesar de los llamados “intercambios culturales” con la Isla. .. Muchas gracias y bendiciones, Belkis Cuza Malé. Directora
Raúl Rivero OLVIDOS RECORDADOS Esta embajada hace carambola con la nota anterior que te envié y con el desamparo. Lleva, además, entre sus líneas veinte lágrimas solubres en tus blusas de andar y en los quebrantos. La misión que va ahora representa el esplendor final de la tristeza y el pasado obediente. En la marquesina del envío dejo otra vez la noche y la esperanza.
Nicolás Lara, tinta
TROVA DEL PECADOR Es verdad que mordí la manzana pero lo que recuerdo es el sabor de la fruta sus jugos frescos el tejido de su carne presentuosa el rojo intenso de la piel y el olor sustancial del paraíso. Es verdad que mordí la manzana y cumplo ahora el castigo éste es mi tiempo de sufrir y sufro porque se ha dicho también que he mordido el polvo de la derrota y aquí, más cerca de la tierra con el polvo en la boca y en los dientes, estoy al mismo tiempo en mi origen y mi destino. Dios mío, esa manzana. En mi cabeza de supliciado prevalece la noción de la fruta y el desafío de la mordida que me hizo libre.
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ESPACIO SEPARADO
MENSAJE RADIAL
Todo lo que tengo que llevar lo llevo en la cabeza bajo el sombrero azul de paño, que mi padre compró en el invierno de su último viaje.
Recibe estas palabras que contienen la serena emoción de los olvidos su música sufrida previamente y la desolación, que es un imperio.
Subió al tren con las alforjas vacías, reforzadas, íntegras y al vagón de equipajes envió un serón impermeable y la maleta de madera dura ligera, con pestillo de bronce indemne, soberana, vacía también que mi abuelo trajo en el vapor. Viajar así es mejor solo con un fardel ingrávido invisible, confuso y sin ninguna garantía bajo el pelo de nieve anticipada.
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Escucha los compases de Nosotros que nos quisimos tanto que quisimos separarnos para en la lejanía querernos para siempre separados. No olvides los matices de la esquela. Nunca renuncies a la sintonía.
Raúl Rivero (Camagüey, 1945). Publicó en Cuba varios libros de poesía y recibió los premios David y Julián del Casal. En España se han editado cuatro poemarios suyos: Orden de registro, Recuerdos olvidados, Herejías Elegidas y Puente de Guitarra. Vive en Madrid y es columnista del periódico El Mundo.
Teresa Fernández Soneira
MUJERES DE LA PATRIA Contribución de la mujer a la independencia de Cuba Tomo I, Guerra de los Diez años “Mucho hemos de hacer nosotros los hombres para merecer a estas mujeres; y mucho han de hacer ellas para complacer a la patria que les contempla”, José Martí en 1893. Las mujeres cubanas del siglo XIX de las diferentes clases sociales, laboraron por la libertad de Cuba con valentía y entrega. Ellas se sumaron a la obra del Apóstol uniendo voluntades a favor del bien común, para crear un movimiento revolucionario y fundar la república libre. A la venta en Amazon Ediciones Universal
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Manuel BALLAGAS La sirimba –Así que esta casa era suya... El visitante se sentó en el sillón desfondado que había en el centro de la sala, posándose incómodamente sobre el cojín que había remplazado las rejillas deshechas del asiento. Colocó luego entre sus pies, sobre el piso de losas rajadas, la bolsa de cuero que contenía su cámara y un mapa de la ciudad, además de otras cosas. –De mi padre y antes, de mi abuelo –repuso. El otro encendió un cigarrillo, se rascó un sobaco y le miró con risueña curiosidad desde el cajón de madera en que estaba sentado. –A mí me dijeron que fue de un millonario –dijo al fin, con cierta presuntuosidad. El visitante se echó a reír. –Ojalá –dijo– Mi padre era doctor y mi abuelo, abogado. No eran ricos. –Pero tenían dinero –dijo el otro. –Un poco, sí. Pero millonarios, no sé... –A la mitad más o menos –bromeó el otro. –Más o menos, sí –dijo el visitante, sonriendo. –¿Y usted qué hace allá?
–Contratista. –¿Construcción? –Sí, ponemos techos, hacemos arreglos, cambiamos ventanas... –Yo trabajé un tiempo en la construcción –dijo el otro. –No me diga. –Es fuerte... –Bastante –dijo el visitante. –¿Le trae recuerdos? –preguntó el otro, abarcando con un gesto la sala y el resto de la casa de paredes despintadas. –No muchos, yo era muy niño entonces. –¿Cuándo se fue? –Hace mucho –contestó– Casi al principio. –Ah... –dijo el otro– Yo también tengo familia fuera, un sobrino. –¿Lo ha venido a ver? –¿Ése? –respondió el otro– Na. Ni se acuerda de uno. A lo mejor está preso. –Es la primera vez que vengo –dijo el visitante. –Ahora vienen muchos. –Yo lo pensé bastante. –¿Por qué? –No tengo familia aquí, ni amistades siquiera –respondió el visitante, moviendo la cabeza– Me quedaban unos primos, Rafael Soriano: Plenilunio, 1953
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Belkis Cuza Malé
Puerta de Golpe. Mi antoloigía personal de Heberto Padilla “He leído este pequeño libro de un tirón. Ahora me pesa, porque ya se evapora el soplo de vida en sus breves páginas. Belkis Cuza Malé ha escogido magistralmente un grupo de poemas que representan el talento artístico tan propio de la obra de Padilla, el poeta. Eviten los expertos en poesía buscar en este libro un movimiento cultural, una escuela artística o siquiera una sólida fluidez temática. Ese no ha sido el propósito de este maravilloso libro. Deléitese el lector con este abrazo poético de uno de los grandes de siempre, el inmortal Heberto Padilla, nuestro¨. Dr. David Walter Aguado
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pero se fueron también hace unos años. –Y esta casa –se apuró a decir el otro. –Bueno, sí –dijo el visitante, mirando a su alrededor– Tenía curiosidad por verla, pero ya no es mía. –Está en muy mal estado. –Se ve. –No es fácil encontrar los materiales para arreglarla. Todo se está cayendo – dijo el otro. –Esas vigas están peligrosas –dijo el visitante. –Sí, me lo han dicho ya. –Y esa pared, rajada, ¿la ve? –Claro que sí. –Necesita una inyección de cemento. Sin pintura, los muros se deterioran, se van quebrando. –Es verdad, se ve que usted sabe. –¿No puede buscar otra? –¿Otra casa? –Sí. –Estoy en una lista. Ya me hicieron una inspección, dicen que es inhabitable. Está sujetada con puntales. ¿Ve allá atrás? –Es peligrosísimo. El otro se encogió de hombros y apagó el cigarro en el piso. Se volvió a rascar un sobaco. –Mi mujer siempre me lo dice –dijo al fin, resignado. –¿Cuánto tiempo hace que vive aquí? –¿Yo? –preguntó el otro– Hace como cinco años. Me mudé del campo, mi hijo me la resolvió. Era de alguien importante, un militar, creo. –Ah... –dijo el visitante. –Se la quitaron. Parece que lo metieron preso, por matar a la mujer. –¿A la mujer? –Sí, por celos. Lo estaba engañando – contestó el otro– Por lo menos, eso me dijeron. La gente es muy chismosa. –Es verdad. ¿Y cómo la mató? –Qué sé yo. Parece que le cortó el pescuezo y después llamó a la policía. –¡Uf! –¿Usted tiene casa propia allá? –Oh, sí, tengo tres –dijo el visitante. –¿Tres? –Sí. Una donde vivo, otra para las vacaciones, cerca de la playa, y un apartamento que tengo alquilado. –Vaya –dijo el otro– A ver si un día me lo alquila. El visitante se echó a reír.
–¿Quién sabe? El mundo da tantas vueltas. –Verdad que sí –dijo el otro. El visitante se agachó entonces, abrió la bolsa y sacó una cajita plástica. Luego se la extendió al otro, abriendo la tapa. –¿Quiere? –le preguntó. –Muchas gracias –dijo el otro, mirando con curiosidad las dos pastillitas en la palma de su mano. –Son de menta –explicó el visitante– Para el mal aliento. –Mire usted –dijo el otro, saboreándolas. Sus ojos se posaron después en el largo lente de la cámara fotográfica, que sobresalía por la abertura de la bolsa. –¿Le gusta la fotografía? –preguntó. –Si no le molesta, quería retratar la casa. Por eso vine –dijo el visitante. –Cómo no –dijo el otro– Retrate lo que quiera. Total. El visitante se puso de pie. Apretó un botoncito y el lente de la cámara se estiró y se retrajo, con un zumbido. –¿Se puede? –preguntó entonces. –Claro –dijo el otro, levantándose– Esta es su casa, ¿no? Los dos se echaron a reír. El visitante se empezó a desplazar por la vivienda, como si conociera de memoria todos sus pasillos y rincones, pero en realidad, recordándolos a medida que se iba tropezando con ellos. Retrataba puertas, ventanas, paredes. Se alejaba ligeramente a veces de su objetivo, para captar la sala entera, y la extensión completa del pasillo que daba al interior de la casa y a un patio que sí recordaba bastante, porque había jugado y perseguido insectos entre sus losas y hierbas. El otro no paraba de observarlo, divertido, atento a lo que hacía y al colorido chillón de sus ropas de turista. Aunque el visitante tendría unos sesenta años, y era medio calvo y barrigón, se movía con mucha agilidad. Se inclinaba, torcía la espalda, se arrodillaba para captar mejor este o aquel detalle insignificante. El otro no cesaba tampoco de preguntarse qué podía encontrarle a aquellas paredes agrietadas y sucias, a aquel techo carcomido, o a aquel patio en que se movían ahora, inquietas, un par de
gallinas blancas, acompañadas por un cerdo joven que se solazaba en el fango de un improvisado corralito. Pero en cuanto lo vio acercarse a la puerta del baño, se creyó obligado a advertirle que no había agua corriente desde hacía días, y estaba sucio. Al visitante no pareció importarle. Entró al baño y lo retrató todo: las paredes descascaradas, el espejo de luna rajada y turbia, el lavamanos, la bañadera de grifo oxidado, y hasta el inodoro sin tapa. –Usted disculpe –dijo el otro– No le he ofrecido ni café. –No importa, no tomo –repuso el visitante, apuntando el lente de la cámara hacia el fondo de la casa, a través del patio interior. Retrató también las gallinas y el cerdito. Al parecer, le causaron gracia, porque se sonrió. –No se pueden tener aquí, está prohibido, pero los cuidamos como cosa buena –dijo el otro. El visitante no le hizo caso. Se había quedado mirando con curiosidad la cocina, donde un par de hornillas de carbón, rebosantes de cenizas y trozos
de madera quemada, resaltaban sobre otras que en un tiempo habrían pertenecido a una cocina de gas. Enseguida, alzó la cámara y apuntó. El estallido del flash iluminó varias veces las paredes y el techo manchados de hollín. También retrató un viejísimo refrigerador que ronroneaba en un rincón y cuya puerta se mantenía sujeta con un alambre retorcido. –¿Se acuerda de éste? –preguntó el otro, dándole unas palmaditas al aparato– Es lo único que funciona en esta casa. –Creo que sí –dijo el visitante– Es un milagro que haya durado tanto. Ha de tener como cien años. –Mete tremendo frío –dijo el otro con orgullo. –¿Y aquello? –preguntó el visitante, apuntando a una especie de repisa de concreto y ladrillos que podía verse al final del pasillo principal de la casa. Después, oprimiendo un botón de su cámara, empezó a retratarla de cerca, de lejos y de costado. –No sé bien –contestó el otro– Antes del militar, aquí vivió una señora mayor, Rafael Soriano. Centinela. Óleo.1978
de color. Me contaron, yo nunca la conocí. Allí tenía sus santos, su altar, cosas de brujería. –Ah... –dijo el visitante, sin dejar de tomar fotos. –Usted sabe lo que es, ¿no? ¿La brujería? –Oh, claro. –¿Allá también hacen brujería? –Hacen de todo –dijo el visitante ensimismado, mirando en una ventanilla de su cámara digital las fotos que había tomado– Brujería, lechón asado, arroz, frijoles negros, yuca, tostones, carne con papas, batido de guanábana... –¿De guanábana? –¿La conoce? –Oh, sí, pero hace qué sé yo cuánto que no la veo. –Muy sabrosa. –Sabrosísima, muy rica, de lo mejor. –¿Y qué pasa? ¿No hay? –Aquí no hay ni vergüenza ya –dijo el otro. Los dos se echaron a reír. Caminaron de vuelta a la sala después. El visitante estaba asombrado, pero no se lo dijo al otro. Le había parecido que la casa era mucho más chica y oscura que la que recordaba. Se la había figurado muy diferente todos esos años: amplia, luminosa. Nunca pensó tampoco que se hubiera deteriorado tanto. –Cuidado –le dijo el otro de pronto, al pasar debajo de unos puntales de madera que aseguraban el techo y un arquitrabe en el pasillo, a un costado del patio interior. La madera de los puntales estaba húmeda y medio rajada, como todo lo que sostenían. –Es muy peligroso, tiene que arreglarla, mire ese techo– dijo el visitante. –Ya veremos, por ahora no se puede – dijo el otro. –Mete miedo. –Es verdad. El visitante volvió a sentarse en el sillón desfondado. El otro encendió un cigarrillo y se acomodó en el cajón de madera, del otro lado de la sala. Se rascó un sobaco y miró al visitante otra vez con risueña curiosidad. –Sacó un montón de fotografías –le dijo al fin. –Son para mis hijos. Para que sepan dónde se crió su padre. –Se van a horrorizar.
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–No creo, a la juventud no le importa nada –dijo el visitante– Tienen demasiado que hacer, están en su mundo. –Qué lástima. –Así es. –Debieran interesarse. –Yo se las enseño de todas formas. Para eso vine a sacarlas. –¿Y usted las puede ver ahí? –Oh, claro. Es una cámara digital, sin película. –Oiga eso. Ya me habían dicho. –¿Las quiere ver? –Si usted es tan amable... El otro se acercó al visitante y se inclinó para ver las fotos pasar por la ventanilla de la cámara. El visitante oprimía un botoncito y las fotos iban pasando, una a una, muy nítidas, a todo color. –Tremendo, se ven perfecto –dijo el otro al fin, agitando la cabeza. No le dijo al visitante que su mujer se iba a enfadar mucho si se enteraba de que había permitido que un extraño retratara la casa en aquellas condiciones. Ella era así, demasiado presumida, como su familia. Se veían todas las grietas, las paredes descascaradas, los remiendos, los puntales, las vigas corroídas, el inodoro sin agua, la cocina de leña, las gallinas, el cerdito, las ventanas tapadas con planchas de madera y la repisa de la brujería. Nunca se había imaginado que la casa pudiera parecer tan vetusta y fea en unas simples fotografías. Se le ocurrió, además, que el visitante se habría llevado una impresión mucho peor y pensó que, después de todo, hubiera sido preferible no dejarle tomar las fotos, o esperar a que su mujer llegara en todo caso. Ella se hubiera encargado de inventar cualquier pretexto. Pero ya era demasiado tarde. Mejor ofrecerle algo, pensó. Al menos agua, para no quedar mal. –Hace tremenda calor –le dijo entonces, para empezar. El visitante pareció no prestarle atención. Ni siquiera le dio tiempo a sugerirle que tomaran un vasito de agua. Como si hubiera adivinado lo que iba a decirle, se agachó y sacó de la bolsa un par de botellitas plásticas. Le arrojó una a él y abrió la suya enseguida. Eran de un agua mineral extranjera. El visitante
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cerró los ojos y la saboreó como si fuera un licor delicioso. –Me advirtieron que no tomara agua en la calle –explicó. –¿Quién le dijo eso? –preguntó el otro. –En el hotel. Dicen que está contaminada con microbios, como en México. –Oiga eso, como en México nada menos. México lindo y querido. –Sí señor. –¿Y usted ha estado en México? –Varias veces –dijo el visitante– Es un país muy lindo, pero el agua no se puede tomar, igual que aquí. Gilberto Marino
–¿Por qué? –Te enferma, te da cagaleras, hasta te puedes morir. Le dicen la Venganza de Moctezuma. –Oiga eso. La venganza. Y yo que la tomo todos los días. –Es diferente, ustedes están acostumbrados. Tienen anticuerpos. –Anticuerpos. A todo se acostumbra uno –dijo el otro. Probó dos buches del agua mineral y le pareció que sabía mucho mejor que la que tomaban del grifo cuando había agua en las cañerías. El visitante volvió a colocar la tapa a su botellita plástica y echó después la cabeza hacia atrás, contra el espaldar del sillón. Desde que le habían prohibido el café –por la presión– y los refrescos –por el azúcar– el agua inducía siempre en él una especie de sabroso letargo. Se había sentido cansado de pronto, como si la corta caminata desde su hotel hasta la casa de su infancia hubiera agotado una cuota demasiado grande de sus energías. Sintió después su piel sudada
y fría, y no le gustó. También un raro palpitar en las sienes y un dolorcito demasiado conocido en el pecho. Aunque ya le había pasado otras veces y tenía a mano el remedio, no pudo evitar el pánico. –No se asuste, pero me siento mal –le dijo de pronto al otro, sin moverse. –¿Cómo dice? –Oigame bien –siguió, extendiendo una mano. El otro ya se había levantado. Aplastó el cigarrillo de un pisotón y se le acercó corriendo. Lo miró alarmado, sin saber qué hacer. No podía creer que el visitante se hubiera puesto tan pálido y cenizo. Casi no podía hablar. –¿Quiere que llame a una ambulancia? La vecina tiene teléfono –fue lo que se le ocurrió decir. No podía creer que este hombre fuera a morirse así, de repente, y en la sala de su casa. Su abuelo se había muerto así, de un momento a otro. A veces pasaba. Los turistas también se mueren. La mano del visitante apuntó entonces a la bolsa donde guardaba la cámara fotográfica y el mapa de la ciudad. –Busque ahí... Son unas pastillas… Apúrese –murmuró, respirando como un asmático. El otro buscó, impaciente. Encontró primero la cajita de las pastillas de menta, pero la echó a un lado. Hacia el fondo de la bolsa, sus dedos tropezaron entonces con otro frasco más grande y color naranja. El visitante asintió, con un leve gesto, al ver el pomo que le mostró. Se llevó después la cápsula transparente a los labios y se quedó quieto. Demasiado quieto, pensó el otro. –¿Quiere que llame a la ambulancia? – volvió a preguntar. Pero el visitante abrió los ojos y sonrió casi enseguida. También se abrió la camisa de colorines y se pasó la mano por el pecho. –No, está bien –dijo, enderezándose un poco. Movió después la cabeza y se secó la cara con un pañuelo. –¿Está seguro? –indagó el otro. –Sí –dijo el visitante. –No se mueva, descanse. –Está bien, me ha pasado otras veces. –Qué cosa. –Si no fuera por las pastillas...
–Repose, no tiene que hablar. –Me siento bien. –No se vaya a morir. ¿Me oyó? Aquí las funerarias son muy malas. –El día menos pensado. –No diga eso, hombre. Descanse un poco. –Estoy mejor, gracias. –No se apure. –Ya me voy, disculpe –dijo el visitante con súbita determinación. Se levantó, cerró el zíper de la bolsa y se la echó sobre el hombro de un tirón. Los dos caminaron después hasta la puerta sin decirse nada. Como esperaba que su mujer asomara por allí en cualquier momento, el otro se alegró de que el visitante se fuera, y sobre todo, de que no se hubiera muerto en la sala de su casa. –¿Usted padece del corazón? –le preguntó cuando alcanzaron el umbral de la casa. –Del corazón y un montón de otras cosas –dijo el visitante, saliendo– Esta va a ser mi última visita, porque el médico no me recomienda los viajes. –No me diga.
–Ni viajes ni café ni refrescos ni demasiado trabajo. Nada. –Oiga eso. Qué se va a hacer. El visitante se encogió de hombros. –Gracias por dejarme retratar la casa – dijo entonces. –Qué gracias ni gracias. Esta es su casa, compadre. –Ya no –dijo el visitante– Pero gracias de todas formas. Y perdone por hacerle pasar este sofocón. –No es culpa suya –repuso el otro. –A eso le dicen allá una sirimba. –Aquí también. Sirimba, sí señor. El visitante le tendió una mano entonces, para despedirse. Antes de estrecharla, el otro le advirtió con un gesto que se separara del quicio de la puerta. Le faltaba una losa; podía tropezar. También apuntó arriba al puntal, que estaba rajado. –Cuide la casa –dijo el visitante, apartándose con cuidado de los peligros– Es bonita, arréglela. –Ya veré –dijo el otro– El día menos pensado esto se derrumba y no hacemos el cuento. –No diga eso, hombre.
–Cómo no lo voy a decir. –Eso llama desgracias –repuso el visitante. El otro lo miró, pensó en algo que decir, pero acabó por callarse y cerrarle la puerta en la cara. –¿Y qué coño te importa? –dijo después.
Manuel Ballagas (La Habana, Cuba, 1948) Escritor y periodista. Formó parte del consejo de dirección de las Ediciones El Puente. En 1967 fue finalista del Premio David, con sus relatos Lástima que no sea el verano. Sufrió cárcel y persecusión por sus ideas políticas. En 1980, ya en Estados Unidos, fundó y codirigió la revista literaria Término. Autor de dos novelas y dos libros de memorias (“Newcomer”, memorias, 2010; “Confessions of an Elderly Young Man”, 2014, Descansa cuando te mueras, novela, 2010; Pájaro de cuenta, 2011). Acaba de publicar Malas lenguas, al que pertenece este relato. Es hijo del poeta cubano Emilio Ballagas.
Malas lenguas Manuel Ballagas Relatos del ir y venir en un exilio interminable y banal, hilvanados por la sal de los malos recuerdos. “Cuando se enteró de que iban a fusilarlo, lo único que pidió fue una caja de Marlboro. Se fumó el último cigarro atado a un postecito de concreto, en el patio del penal. Rehusó la venda que le ofrecieron y luego encaró el pelotón con una sonrisita nerviosa pero algo desafiante...” Disponible en www.amazon.com y www.lulu.com Edición impresa: $15 Edición en Kindle: $2 9
Armando Añel
UNA
METAMORFOSIS DE FACEBOOK I “Corito Haedo”. “A Corito Haedo le gusta Neo Club Ediciones”. Por poco me parto en dos de la risa. Se trata de un nombre japonés y creí que, efectivamente, su portador o portadora también pertenecía a esa nación asiática, pero cuando me asomé a su muro descubrí que el hombre era, es, más cubano que yo, que por cierto ya no me creo eso de ser “cubano”. Corito Haedo posteaba con tremenda tranquilidad frases como esta, que han hecho grande, y chiquita, a la red de Zuckerberg: “Las heridas se cosen con las agujas del reloj”. Esto es Facebook. Un mundo a ratos surrealista, a ratos implacable, repleto de situaciones inesperadas, ridículas, enternecedoras, comprometedoras, de vida o muerte. El caso es que ya he contado aquí, en el capítulo inicial, que fui un enemigo acérrimo de Facebook –un enemigo retórico, se entiende—, pero no he explicado cómo esa enemistad se transformó en amistad, incluso en adicción. Porque, esto debe ser aclarado, siempre me resistí a abrir una cuenta en Facebook, incluso cuando varios de mis amigos empezaron a preguntarme insistentemente “qué hacía yo que no estaba en Facebook”. Creciente insistencia que comenzaba a hacérseme incómoda. Pero estaba decidido a resistir en Twitter y, sobre todo, en Blogger, la cuna, el corral –para decirlo en palabras de Ángel Velázquez Callejas— cibernético primigenio. El último bastión a salvo, pensaba yo por aquellos días, de la censura en Internet. Entonces uno de nuestros clientes de Neo Club LLC., cierta empresa exportadora de alimentos en conserva que tenía, tiene, cuenta en Facebook, me exigió que abriera otra cuenta a mi nombre para poder administrar su página – necesitaba que yo e Idabell hiciéramos publicidad y subiéramos noticias a su muro. No entendí en principio, mucho menos cuando nuestro cliente me aseguró que la cuenta tenía que estar a mi nombre real porque yo debía tener amigos reales para que fuera creíble a los ojos de Zuckerberg, es decir, de su red social. Y así fue como empezó todo. De la noche a la mañana. Inesperadamente. Involuntariamente. De pronto, a principios de 2011 o finales de 2010, no recuerdo bien, sin comerla ni beberla, uno de los críticos más acérrimos de Facebook en el ámbito hispano –supongo que yo mismo— se veía obligado a emprender un romance con el objeto de sus críticas, la supuesta red
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censora, el monstruo brutal, azulito, que despreciaba a todos los libertarios de este mundo, y si eran exhibicionistas mucho más. Estuve a punto de alarme los pelos y cortarme las orejas, como Van Gogh, pero no era para tanto, sobre todo porque lo que sí importaba un tanto era el salario que recibiría a cambio de administrar, o editar, el muro de la empresa exportadora de alimentos en conserva. Era “ahora o nunca” y total, yo estaría pero no estaría, no figuraría, no participaría. Eso creía inocentemente. Así que fue ahora. Ese año. Hace cuatro años ya. Al principio, me limité a mantener mi cuenta a mi nombre, sin mayor actividad, prácticamente no posteé nada durante dos años. Pero debía pedir y aceptar amigos para ser creíble a los ojos de la red de Zuckerberg, como me había explicado la empresa exportadora de alimentos en conserva. “Diez o doce amigos estará bien”, me indicaron, “porque tienen que estar seguros –los dueños de Facebook— de que eres una persona real”. Y Facebook es tan real que nunca descansa. Aquellos diez o doce amigos, empezando por mi hermano, Adrián Añel, comenzaron a etiquetarme en sus muros, con lo cual sus fotos aparecían en el mío. Con lo cual el mío se activaba y me hacía cada vez más visible, con lo cual nuevos amigos me pedían y me volvían cada vez más blanco de la socialización, y así sucesivamente. Facebook está estructurado como una gran telaraña que atrapa moscas supersónicamente, es decir, adictos. Moscas Rafael Soriano. Cabeza de una reina mística, 1970
adictas a la telaraña de Facebook.
II
Ya
Adictos. Viciosos. Empedernidos clientes de Facebook. Luchadores por la libertad, fanáticos del adelgazamiento, heroínas de la incertidumbre, políticos desorientados, “jineteros” culturales, activistas de la coctelería underground, terroristas de la cita apócrifa, troles como vampiros en la alta madrugada, vegetarianos, poetas, visionarios, comecandelas… todos ellos y muchos más entrecruzándose en mi muro y los de mis amigos, al acecho, a la carga, en ráfagas, en aluviones. Pero los troles, por supuesto, siempre son los “amigos” más impertinentes, desubicados y empedernidos, tozudos por partida doble, triple y hasta cuádruple. Pronto aparecieron en tropel, por lo general agentes ultranacionalistas pero no solo. Siempre personas ahogadas por su ego monumental. Me recordaban los tiempos de mi blog Cuba Inglesa, entre los años 2008 y 2010, con su desquiciante –o divertido, según se mire– amontonamiento de saboteadores y anónimos. Poco a poco descubrí que Facebook me venía como anillo al dedo para cerrar la segunda parte de mi novela Erótica (La ciudad bajo los puentes) con nuevos personajes camaleónicamente retorcidos. No imaginaba entonces que primero escribiría La novela de Facebook. Vale la pena, a manera de paréntesis, aclarar a los pocos lectores no familiarizados con el término, qué es concretamente un trol. Según Wikipedia, se trata de “una persona que publica mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema en una comunidad en línea, como un foro de discusión, sala de chat o blog, con la principal intención de molestar o provocar una respuesta emocional en los usuarios, con fines diversos y de diversión o, de otra manera, alterar la conversación normal en un tema de discusión, logrando que los mismos usuarios se enfaden o se enfrenten entre sí”. En Facebook descubrí en principio, a partir del año 2013, dos tipos de troles. El clásico o agresivo –intolerante— y el escurridizo, más sutil y rebuscado. Curiosamente, el agresivo podía tener foto personal e historia formal, incluso comunicarse por teléfono con colegas del gremio literario, con lo cual “su hoja de vida”, de ser falsa, conllevaría un trabajo más minucioso o profesional. En cambio, los había más sutiles, que trabajaban a media máquina y funcionaban, funcionan, como señuelos sin foto personal ni historia formal. Algunos incluso se mimetizan a la caza de una situación o encrucijada a partir de la cual desplegar sus malas artes. Entes impersonales que cualquiera puede ser. A todos, en cualquier caso, los unía y une un factor común: La intención de hacerle perder el tiempo a la persona objeto de sus artimañas (incluso más que lograr su enfado). Algunos troles agresivos funcionan como diletantes que supuestamente armados de cierto arsenal teórico diseñan o introducen debates interminables que nunca llegan a ningún lugar. Debates que nunca cesan porque el trol no entiende de razones ni pruebas concretas: la negación es su espada y
la repetición su armadura. El trol sutil tiene también como meta el tiempo ajeno. Pongamos, llama la atención sobre algún lunático o difamador a la persona objeto de sus afanes y, a partir de algún intrascendente texto del que dicho lunático es autor, se solidariza con el blanco de los ataques instándolo a defenderse públicamente. ¿El objetivo? Que el supuestamente perjudicado pierda su tiempo entrando en una espiral de intercambios que sólo puede favorecer al lunático y sus amigos (los propios troles), escasos de atención pública y empeñados no en crear, sino en destruir. El tiempo es oro, dicen los ingleses. Sobre todo en tiempos de Facebook. Por eso las andanadas del trol son tan Rafael Soriano. Sin título, 1953. Museo de Bellas Artes.Cuba
perjudiciales en términos productivos, sea cual sea la índole. de nuestrEn la red de Zuckerberg, mi primer trol de cierta envergadura, es decir, con alguna elaboración, se llamaba, supuestamente, Iván de la Torreta. Nunca hubo un apellido mejor colocado, porque aquel tipo –ya no existe para mí en Facebook, permanece bloqueado— se apostaba como un francotirador en lo alto de una atalaya, a la espera de que su presa cometiera el menor “desliz”, esto es, apareciera en su campo visual, para apretar el gatillo. Por supuesto, la naturaleza del supuesto “desliz” era lo de menos, porque lo de más consistía en enredar, confundir, estirar como un chicle los debates, la mayoría de las veces nimios o improcedentes. De la Torreta, “el pionero”, era un tipo de trol agresivo, especie de ladilla con spikes. Poco después aparecieron los troles sutiles, como una lluvia fina pero persistente, buscándole la quinta pata al gato.
Armando Añel (La Habana, 1966). Ghost Writer, fue periodista independiente en Cuba. En 1999 recibió el Primer Premio de Ensayo de la fundación alemana Friedrich Naumann. Fue columnista en Tiempos del Mundo, Libertad Digital y Diario las Américas, y editor de Perfiles, Encuentro de la Cultura Cubana, Islas y, actualmente, Herencia Cultural Cubana. Ha publicado Apocalipsis: La resurrección y Erótica (novelas); Cuentos de camino (relatos); Juegos de rol y La pausa que refresca (poemarios); La conciencia lúdica (ensayos), e Instituto Edison: Escuela de vida, y Jerónimo Esteve Abril, apuntes y testimonios (biografías). Es editor jefe del portal neoclubpress.com. Vive en Miami.
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Nicolás Lara La madre de Colín La arpía, mi madre, vive en un clóset. De ahí sólo sale para cocinar, para protestar por mi barba de week-end. Está vieja, con las piernas tatuadas de várices pero no tiene fea la cara. Es buena sin ser una estatua; como una monja que deja entrar en su intimidad al jardinero sin interrumpir el rosario. A las 5:00 p.m. regresa al clóset se confunde con camisas sin planchar, dos sobretodos rusos un texto de preceptiva latina atacado por las polillas. Hace 20 años que esta arpía (todos la Ilaman Chuchú) come sin sal, porque tiene líos con la presión. Es como una vajilla de plata que sólo aparece en los grandes instantes y sus grandes momentos son: sus mañanas de café amargo, sus gestos teatrales ante la loza sucia. Desde que soy niño; ella dice que tiene 80 años y que es hija de la virgen de Regla, reparte su corazón en raciones iguales pero siempre hay un extra para mí. Nací con letra de adivino, tres vueltas de tripa en el cuello. 12
Pequeño profeta un tanto gordo, anunciando la miseria en medio de la luz, que escapó por un pelo de ser fusilado para descubrir más tarde, sacado de un comic de las Urracas Negras, un camino, una puerta: en la Isla de Pinos al actor Juan Ángel Espasande, al novelista José Hernández Artigas a la actriz Bárbara Fernández(ahora Safille) Melcón En La Habana un salto hasta el discurso del trostkista negro Walterio Carbonell, haciendo un descanso en la heladería Coppelia para reir con el jodedor pintor Santiago Armada (Chago) que pintó una tremenda pinga en el mural del Salón de Mayo calle La Rampa, Vedado. Nunca me dió la espalda esta mujer que me trajo al mundo, ni siquiera, Nicolás Lara, tinta
cuando me quise matar por amor o lujuria ante la puerta de una Lady Pop esposa de un amigo que se había ido por el puente del Mariel. Siempre me defendió de las risas de la cordura familiar, inclusive, cuando salía a la calle rumbo a la playita de 16 en Miramar tocando una flauta japonesa, regalo de mi amigo el poeta Manuel Ballagas. Una madrugada, sin tener documentos apropiados ni cuenta secreta en Suiza, sin saber hablar Ingles, me quise ir bien lejos de todo un presente que sólo era pasado,
de una cancion bonita que escondía una bola de churre muy cruel. Mi arpía me miró a los ojos: “dale una vuelta al mundo”. Un día no saldrá más del clóset. se quedará ahí como ícono yorubá. como una oración del Justo Juez. Esta Chuchú, a veces, claro está sin que ella lo sepa, me hace Ilorar.
Rafael Soriano. Flor de agua. óleo, 2000
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Dos veces en las aguas del mismo rio. al crítico de arte Gerardo Mosquera Llega el ascensor que todo lo repara, se abre la verja que suena como una vagina de poetisa de provincia. Sale al pasillo sudoroso y peludo. ¿Cantante de la perrera? ¿Bardo olvidado por el linotipo? “Soy Heráclito, estuve equivocado por casi una eternidad. Sí nos podemos bañar dos veces en las aguas del mismo rio; como si el Ganges o el Almendares fueran una cocina de varias hornillas. Como un radio de onda corta y larga”. Se abre la puerta del elevador de carga y sale, a la luz del socialismo utópico, una mujercita tatuada: 18 años y dos mil horas de vuelo en un turistaxi. A mitad del pasillo
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el macho antiguo la mira en detalle, con lengua picante: “Ven gatica, a probar mi teoría del agua dulce y metafísica”. Si nadie quiere entender a los primeros cristianos, mucho menos a los paganos griegos. Sobre todo en esta isla en un drama especial. ¿Tu tienes fulas? ¡Dólares chico! ¿De dónde salió este viejo cochino? Hay que Ilamar con urgencia a la super poesía. ¿Servirá para algo?
Nicolás Lara, poeta y pintor cubano, autodidacta, que trabajó en el Taller de Serigrafía René Portocarrero en La Habana. Su obra toda se caracteriza por una imaginación febril, con mucho de graffiti y simbología irreverente. Reside en New York. Rafael Soriano. Luciérnaga, óleo , 1955
orlando fondevila
Poesía desde el Paraíso:
Poesía desde el Paraíso Estoy tranquilo porque está la tormenta en su apogeo. Estoy confiado porque todo apunta a la derrota. Estoy contento porque en mi redor todo es gris y negro. Estoy salvado porque próximo parece el final. Y, además, flota una estrella en el firmamento.
inmaduro, queríamos ver. Por eso nos engolosinaron con la promesa de los grandes juguetes radiantemente heróicos y románticos que nos sentarían en el ombligo del mundo. Pobre pueblo, niño precoz. Nada menos que de pronto éramos el pueblo elegido, vibrante portador de la buena noticia para la salvación de América Latina, África y Asia. Jugamos por algunos años el juego de los grandes que para nosotros era el juego de las golosinas y, por supuesto, perdimos. Y casi de milagro no perdimos completamente nuestra identidad. Hoy, es un empeño delirante persistir en un juego que, gracias a Dios, ha terminado. Hoy no existe alternativa sensata a despertar nuestra dormida identidad. Tal vez ahora con algunas ganancias en nuestra madurez, volvamos a nuestro mundo perdido. Lo peligroso es que no somos amos del tiempo. |
En Busca del Mundo Perdido Orlando Fondevila Los cubanos teníamos nuestro mundo. Un mundo simple y hermoso que amabamos intensa e ingenuamente porque éramos un pueblo niño, avispado, alegre, rebelde y confiado. Niño. En ese mundo estaba nuestra admiración por los Estados Unidos, motivada por nuestra relacion histórica privilegiada con el gigante de la economía, la tecnología, y el comfort. Estaba América Latina a la cual nos unía radicales lazos culturales sobre todo idiomáticos. No toda la América Latina: Méjico, Argentina, Santo Domingo, Venezuela, y Puerto Rico configuraban nuestro amor latinoamericano. Y estaba Europa. Este radiante centro de cultura e ideas que era y es Europa. España, Francia e Italia eran nuestra entrañable Europa. No había un solo cubano medianamente ilustrado que no soñara con un periplo por algunos de estos países. Hasta aquí el mundo que teníamos y queríamos. Lo demás era el resto del mundo. En 1959 sobrevino el gran derrumbe iconoclasta y nos cambiaron el mundo, o pretendieron cambiarnos. De pronto, sin saber cómo, nos vimos inmersos en el mundo soviético y en el llamado tercer mundo. Nos sovietizaron y tercermundizaron, al menos, en la cultura oficial. Aunque las entrañas, por fortuna, permanecieron adormecidamente fieles a su identidad. El nuevo alborozo fue superficial, cual manifestación era de nuestra precocidad infantil — esa precocidad que tuvo de buenas permitirnos soltar en nuestro breve tiempo republicano la punta de América Latina, y que tuvo de malas, su inmadurez. Pueblo niño, precoz e
(Desde dentro de Cuba. Distribuído por El Proyecto Cuba Prensa Libre) (APIC, 07/01/97)
Orlando Fondevila (Cuba, 1942 - Miami, 2015), poeta y periodista, se licenció en Psicología en la Universidad de La Habana y fue profesor de Literatura Española y Latinoamericana. En 1990 se incorporó al movimiento de defensa de los Derechos Humanos en la Isla y, más tarde, colaboró como periodista independiente, por lo que fue detenido en numerosas ocasiones. En 1997 llegó como refugiado político a España, donde trabajó en la Fundación Hispano Cubana y fue Redactor -y colaborador habitualde la Revista Hispano Cubana, editada en Madrid, hasta 2013. Publicó toda su obra fuera de Cuba: Poesía desde el Paraíso (1997), De Cosas Sagradas (1999) y Resacas de nadas y silencios (2003) publicados por Editorial Betania, y la antología poética, El mundo aproximado (Aduana Vieja, 2011). Falleció en Miami el pasado 24 de marzo.
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Carolina Hospital Tamiami Trail Another New Year’s Day, my sisters and I pile into papi’s station wagon for the family ride into the Everglades. We don’t hike much. We just drive across the wet greens until Flamingo Park hits the bay. We picnic by the seawall. We head back to the suburbs. I ignore the boring flat landscape of grassland, barely notice the occasional pine hammock, and am deaf to the silence. Home. Now that papi has died, I cross the Everglades regularly on Tamiami Trail to visit my mother, usually at twilight. She lives near an island shore, busy rearranging closets or assembling photo albums from long ignored pictures. As soon as I pass the Miccosukee casino, I shed the concrete plains of Miami for an endless sea of blades. I love when the sunlight, almost level with the ground, smears color on the wet prairie, so wide my mind’s lens cannot absorb it in one shot. Along the side of the narrow two lane road, I catch quick glimpses of alligators, anhingas, white herons and the infrequent deer. Sometimes, hundreds of ibises assemble on branches, like feathered blossoms. I want to slow down and let my mind stroke their whiteness. But urgency beckons me forward, to mother, waiting for the next family visitor from the city. She used to travel back and forth each week with her husband of 50 years; now she sits anxiously still, surrounded by the artifacts of a once noticed life: her custom-made walnut furniture shipped from Spain, her hanging landscapes and Madonnas with their oiled tenderness, her dustless prized books. Now, I cross these Florida pampas to alleviate her unmooring.
Letters The thin envelope turns up at our suburban safe house - a long cursive return address, a tiny floral stamp from the land of Cuban Oz. Back then no one came just for
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a visit. You escaped. When a letter arrived on yellowed parchment saved from better days, I imagined Tia, a black and white photograph, pencil in hand, an inventory of lamentations and shortages. Sometimes, mami read the letters to me. At first, I paid close attention, until I figured out the pattern. First the daily trials: standing hot hours in ration lines, hauling water upstairs to the 1920’s Havana apartment, painting school walls for trying to leave the country, visiting the clinic carrying her own pillow; then, the questions about us (a few); finally, the pleas for medicines, stockings, bras, soaps, vitamins, chiclets. Today mami does not turn over the envelope to tear it open; she tosses it. She mumbles something, regret in her breath. I rescue it, slit it and unfold the words. Every inch of the sheet is blotched with depressed Nicole Hospital-Medina. Powdered Sugar
pencil marks, even the margins. Tia always rotates the paper to add last minute forget- me-nots.
Epilogue Tia’s letters stop arriving. Her mind disappears before her words. We are told, she sits in her rocking chair, a blank stare, continually summoning her sister’s name across the Gulf Stream. Soon she dies, discarded in a Havana infirmary for the forgotten.
La Vacuna I wore the scar on my upper arm like a tattooed medal of honor I earned at 4 years old. Before boarding the plane I grabbed mami’s hand, parading the evidence of our inoculation. From what? A tight grip was her answer. On the other arm, I clutched my porcelain doll, with her blond curls and ruffled dress, silently slipping. Long after the doll disappeared, the dime sized uneven edged mark gave me access. La vacuna offered tangible proof I still belonged.
Carolina Hospital (La Habana, Cuba, 1957): poeta, novelista, ensayista, editora y profesora de literatura y composición del Miami Dade College. Reside en los Estados Unidos desde 1966. Libros publicados incluyen No Excuses! A Brief Guide to Freshman Composition (Sonoran Desert Nicole Hospital-Medina, Bombshell Books) The Child of Exile: A Poetry Memoir (Arte Público Press), A Little Love (novela de Warner Books), y las antologías A Century of Cuban Writers in Florida (Pineapple Press) y Los Atrevidos: Cuban American Writers (Linden Lane Press). Estas “memorias cortas” o “flash memoirs” son parte de su nueva colección Key West Nights.
No Excuses! A Brief Survival Guide to Freshman Composition “Wonderful book! Makes academic and professional writing accessible and engaging for writers at any level.” productiveprofessor.wordpress.com There is nothing like it in the market. This inexpensive brief, 88 page, conversational style book is filled with suggestions for surviving freshman composition. It combines personal anecdotes and bits of wisdom, with practical tips.
Carolina Hospital, twice awarded Endowed Teaching Chairs at Miami Dade College, brings a friendly, accessible, and witty demeanor to the subject of freshman essay writing. With its natural tone and vivid style, students will enjoy NO EXCUSES! as they improve their writing. Available in paperback at Amazon for only $5.95 and in Kindle for $3.95.
Sonoran Desert Books ISBN-10:1491240792 / ISBN-13:978-1491240793
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Amelia del Castillo AQUÍ Y ALLÁ No bastó la luz en pie del sol del mediodía para iluminarle sombras y decidió entrar, meterse en la cama y cubrirse hasta la cabeza. Se sintió incómoda y decidió quitarse la chaqueta. Volvió a cubrirse. Tampoco. Quizá sin nada que la rozara. Se desnudó, pero sintió frío. Nunca es la piel bastante para cubrir el desamparo. Salió de la cama, se vistió de nuevo y abrió toda la ventana. La recibió un huidizo naranja pintando el horizonte y el tedio de una hilera de árboles que recostados a la evasiva luz cedían a la sombra su fiesta de dorados. Nada más lejos de lo suyo, pero paisaje al fin, se dijo. Cerró la ventana y miró detenidamente la carta. ¿Cuándo la había escrito? No tenía fecha. Le dio vueltas entre las manos. ¿Qué sentido tenía? Ninguno. La leyó de nuevo, y sin pensarlo dos veces la metió en el único sobre que tenía. Se permitió sonreír al pensar, “incongruente, ¿no?” y decidió acortar el día metiéndose de nuevo en la cama. Ni siquiera recordó que no había cenado. En el campo, y más entre montañas, amanece pronto y sin aviso. Se sentía mal, o peor, y dio vueltas y vueltas sin decidirse a inventar fuerzas para levantarse. No; no iba a permitirse la fragilidad de la lástima, pensó, y se levantó de golpe. Se miró detenidamente en el espejo del baño. Quizá un poquito de maquillaje le haría sentir mejor, ya que otra cosa era imposible. No hizo ni el
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intento. Total; nadie se extrañaría en el Dispensario. Volvió a la habitación y se enfundó en camisa, sweater, jeans, chaqueta de cuero y botas gastadas de idas y venidas. Comprobó que llevaba la carta en el bolsillo y salió con prisa para no arrepentirse. Caminaba despacio disfrutando el crujir de las hojas sueltas que doraban el camino. Abajo, un poco más allá y más cerca de lo que parecía, el pueblo con su ropaje de encendido otoño. Hizo un alto en el lugar de siempre para el chocolate caliente con roscas. “No; hoy roscas, no. Tostadas con jalea”, pensó. Le hizo bien la sonrisa de la muchacha del mostrador. Sonrisa abierta de los que saben o pueden o les basta vivir el día cada día. Compró una postal, escribió algo, sonrió guardándola en el bolsillo, junto a la carta, y salió de nuevo a la calle. Como todos los primeros miércoles de mes entró en el
Dispensario. Esperó unos minutos entreteniéndose en adivinar cómo era por dentro cada uno de los que, como ella, también esperaban. Llevaba meses en esa tarea y ya no se preguntaba si tendría tiempo para completarla. La llamaron y le agradó escuchar su nombre; no porque le llegara el turno, sino porque era prueba convincente de que todavía estaba. Allí, como tantos otros, pero estaba. La recibió el doctor con la mirada y la sonrisa de siempre. Dijo algo que, como siempre, ni recordaría luego ni importaba. Como siempre, le ordenaron quitarse el sweater, remangarse la camisa y ofrecer el brazo a la enfermera que, como siempre, no acertaría a encontrar la vena. Sonrió al pensar que “siempre”, tan sin sentido ahora, estaba resultando su palabra favorita. Salió otra vez al frío deteniéndose indecisa frente a una de las tiendecitas del pueblo. No confiaba en sus fuerzas; pero, despues de todo, le vendría bien un poco de calor antes de la caminata de vuelta a la habitación que tan generosamente le habían alquilado. Decidió entrar y curiosear entre libros, revistas, chocolates, cajitas de música, osos de peluche pardo Rafael Soriano. El abrazo,1977
empeñados en imitar a los que –decía la gente– se acercaban al pueblo en noches de luna llena. Antes de emprender el regreso entró en la estación de Correos. Compró sellos para la postal y la carta, titubeó un momento antes de echarlos en la abertura, y regresó por el mismo rumbo hollando y percibiendo de nuevo el crujir de las hojas. No las mismas, claro. Bien sabía que es siempre otra el agua del río y otras las hojas sueltas y otras las huellas que se dejan al paso. En la ciudad todo es distinto. Ni crujen las hojas, ni se pinta de luz y ocres el paisaje, ni son osos los que acechan piel adentro y piel afuera. Casi a rastras entró en el Dispensario. Se dejó revisar, llenó papeles, firmó y recogió la parafernalia de todos los primeros miércoles de mes. “Hi...”, dijo alguien. “Hi”, contestó él sin detenerse. No quería saber ni oír ni interesarse por los horrores de otros. Luchaba el sol por despedirse asomando sus frías rayas entre uno y otro edificio. De un manotazo se lo impidió la oscuridad. Comenzaron a hacer guiños las iluminadas carteleras de teatros y los aspaventosos anuncios de tiendas y artículos de moda. Un avispero de luces encandilando ya las atoradas autopistas. Siempre le fue molesto el regreso, el corre corre, el sube y baja y el atropellar a derecha e izquierda en el afán de alcanzar asiento. Pero hoy, particularmente hoy, ni siquiera creyó que tendría fuerzas para llegar al otro lado de la ciudad. Hizo un alto para recoger el correo y con gran
esfuerzo subió a su apartamento. Se echó en la cama, revisó los sobres y uno a uno, sin abrirlos, los fue tirando al suelo. Se detuvo en uno de ellos. Sin remitente. Le dio vuelta entre los dedos antes de abrirlo. Amor, viví contigo lo más hermoso de mi vida. Te amé sin saberte y te amé sabiéndome la que acaso ni recordarías. Te amé, y hoy me dice un paisaje a sol y nieve que te amo todavía. No me diste un hijo, ni un nombre, ni siquiera una despedida; pero algo me dejaste. Algo me llevo de ti. Yo fui tu víctima. No te culpo. Quizá ni sepas quién fue tu victimario. Te escribo porque he decidido volver a casa. Siempre volvemos. Tú y yo y todos. ¿Acaso no conducen todos los caminos al regreso? Le temblaban las manos. Buscó inútilmente un nombre, una dirección. Algo que le aliviara o punzara aún más la culpa. En el suelo, junto a los sobres sin abrir, una postal. No tuvo que voltearla para leer su mensaje. Me despido, amor, desde la luz en fuga de este paisaje ajeno.
Amelia del Castillo (Matanzas, Cuba). Poeta, narradora, ensayista. Autora de diez poemarios, un libro de narrativa y de Palabras al vuelo, que reúne trabajos presentados en Congresos Nacionales e Internacionales, algunos traducidos y publicados en inglés, francés e italiano. Ha recibido siete premios internacionales de poesía y cuento; entre ellos el Cátedra Poética Fray Luis de León (Universidad Pontificia de Salamanca). Reside en Miami.
MAURICIO FERNÁNDEZ Sobre estas piedras que cubren la noche No es fácil poder sentarse sobres estas piedras que cubren la noche, si por casualidad tuviéramos a mano, un jarrón lleno de flores estaríamos más cómodos ante la luna —que atrevida— se asoma entre algodones. Lo raro sería encontrarnos abandonados como cualquier hijo de barrio, o tal vez, según palabra borgiana: de arrabal, y esto no se escapa a nuestra imaginación esperando el tranvía que ya no existe. Nada mejor para recordalo que su propia voz, despedida que sentimos a través de este poema suyo aparecido en Vuelta en la casa de empeño, su último libro. Había nacido en La Habana, en 1938. Sale de la Isla en 1961 y reside en Virginia y otras ciudades de Estados Unidos; publica varios libros de poemas; funda revistas y editoriales y escribe ensayos sobre la poesía de los otros cubanos en el exilio. Falleció el pasado 18 de mayo en Miami, donde finalmente residía. Estaba casado con la poeta Silvia Eugenia Odio. 19
Ramón Muñiz Miradas Siempre pensé que besar sería asqueroso. Veía los hilos de saliva que colgaban de las bocas de los actores en las películas y se me revolvía el estómago. No lograba imaginar que algún día tendría que pasar por eso y el momento se iba acercando. Olivia, Kenia y Marta ya tenían sus novios. Olivia y Kenia eran más estables pero Marta todas las semanas cambiaba de pareja. Yo era la única que no lograba tener una relación, por eso ellas me molestaban hasta sacarme de quicio. Iban tan lejos en sus comentarios que mi vida fue haciéndose imposible; llegué a pensar que había venido al mundo para no querer a nadie, ni siquiera a mí misma. Lloré mucho en aquella época, claro, encerrada en mi cuarto. Cada noche revivía las palabras de aquellas imbéciles que no entendían, mi vida personal estaba en boca de toda la escuela. Me sentía señalada, marcada con etiquetas por todas partes. Mi salida era olvidar cuando llegaba a casa. Ponía música o cogía el primer libro que encontraba y lo leía de un tirón; creo que eso fue lo que me hizo escribir, unas veces poemas y otras un diario en una agenda de cuero que me regalaron. El diario era mi confidente, el único
verdaderamente confiable. Así fui armando libros y comencé a ir a los talleres literarios. Una de esas tardes conocí a Lucy, ella llevaba un tiempo asistiendo. Era linda, se arreglaba mucho. Su pelo era largo, siempre lo tenía suelto y brilloso. Pero lo que más me impresionó de ella fueron sus ojos. Lucy me miraba con insistencia. Creo que desde el primer día intentó decirme algo con la mirada. Intentó descubrirme, yo sentía esa presión de su vista como un imán. Yo no quería aceptarlo, pero a la hora de la merienda, en los recesos del taller, Lucy fue envolviéndome con su olor, era siempre jazmín o rosas. Me encantó con su pelo, con sus ojos que parecían cajitas de música. Me estremecía, bajaba la vista cuando ella me miraba. Empezamos a prestarnos libros, revistas, discos y a visitarnos. Lucy preparaba té y tostadas con mantequilla y nos sentábamos en el piso, entre almohadones a leer poemas. Fue hermoso hasta el día que me besó en la boca, un beso de lengua, luego se quitó la bata. Me quedé aterrada. La había visto desnuda. No podía creerlo. Quiso tocarme con ganas. Sentí su saliva en mi boca y no pude contenerla, escupí con rabia, no vuelvas a hacerlo, le grité. No quise verla más. Ella intentó ir a mi casa pero no la recibí, le dije
SANTIAGO RODRÍGUEZ
El regreso de la ballena Panorámica del cine americano de los cincuenta 20
Santiago Rodriguez nació en Guantanamo y allí creció frequentando los siete cines que enriquecieron su infancia. Estudió Ingeniería Quíimica en Santiago de Cuba e Ingeniería Agronómica en La Habana.
a mi madre que era lesbiana y eso bastó para que nunca más se le abriera la puerta. No volví más por los talleres literarios, lo que me interesaba de ese lugar había muerto, Lucy lo había matado. Un tiempo después conocí a Roberto en una fiesta. No era tan lindo como Lucy. Era flaco pero tenía un aire interesante. Se vestía diferente, se movía bien, podía hablar de cine, literatura y música. Me encantaron sus ojos: una mirada triste, pensativa. Nos fuimos de la fiesta y nos sentamos en el parque. Hablamos un rato y me tiró el brazo por los hombros, eso me estremeció pero fui sintiéndome segura, tranquila. Roberto tenía algo especial. Me gustaba. Pero también quiso besarme y lo hizo. Aguanté aquel beso como un sacrificio. El beso de Roberto fue peor, horrible, usaba un candado y los pelos me pinchaban la cara. Me limpié sin que él lo notara y seguimos conversando. En poco tiempo me propuso más: una habitación, entonces empecé a preguntarme por qué me había ido con él en vez de quedarme bailando con Sheila. Ahora no sería un simple beso, estaría dentro de poco con Roberto encima de mí, me rozarían sus pelos, su piel; me empaparían su sudor, su saliva, con seguridad, su semen. Me sentía tan bien a su lado y de pronto se rompió el encanto y tuve ganas de salir llorando de aquel parque. Roberto no parecía unos de esos tipos, creí que era distinto, su forma de hablar, su mirada, era distinto por lo menos en los primeros momentos. Otra vez me engañaron los ojos como lo hicieron los de Lucy.
No hubo tampoco ningún cine de ambas ciudades que dejara de conocer. Amó todos los géneros cinematográficos y a sus intérpretes, tanto de primera fila como secundarios. Intoxicado por miles de títulos mira el futuro como una pantalla en blanco. ¿Por cuánto tiempo?
No, tengo que irme, le dije. Me miró asombrado, preguntó qué pasaba, pero no pude contestarle, sentí como un ahogo, una náusea pero pude tragar. Le pedí que me llevara a casa y no dije nada por el camino. Continuó preguntando. No me atreví a hablar. Cuando llegamos al portal lo despedí: ¿Te llamo?, me preguntó. No, alcancé a decirle y tiré la puerta. Del cuarto salió mi madre preguntando qué pasaba, quién estaba fuera. Nadie, le contesté era un desconocido.
Carta para Marcia Ya no era igual, Marcia. A ti si puedo contarte. Por eso te escribo. Hoy estoy, otra vez, recogiendo lo mío para irme del cuarto de Abdul, el hombre que me enloqueció hace tantos años, que me hizo romper con el mundo. Al principio nuestra historia fue una maravilla, así que pensé tantas cosas, imaginé, soñé tanto. Me volvía loca por complacerlo, por satisfacer sus ganas hasta lo último de la aventura y me dejé arrastrar por sus teorías sobre el placer. Nadie que conociera a Abdul podría imaginar la fuerza que escondía. Su artificio en la cama era natural. Mis poros se abrían, los senos me reventaban el pecho. Nunca antes sentí tanta relajación. Luego lo más esperado, lento, casi imperceptible pero con un impulso que me dejaba en suspensión, sin poder respirar, para volver en breve tiempo
La venganza de la ballena en 3D Ocho ensayos sobre actores y directores: Tuesday Weld, Paul Newman, Mario Bava, entre otros
Se venden por Amazon y están a $10.00
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a la vida. Era como morir y nacer en la brevedad de un Empezó poco a poco. Me invadió una cosa rara. instante. Abdul dejó de interesarme. Se acostaba conmigo y era como Eso era Abdul, un viaje, Marcia. Y no sólo era bueno si no hubiera nadie a mi lado, como si sólo existiera yo en en el sexo, siempre me atrajeron sus maneras, su forma de este cuarto, era extraño. Llegué a tener pesadillas, lo vi conversar, de ver la vida, encantaba varias veces en mis sueños, de verdad: un hechizo, decía mi Gilberto Marino. Ámgelñ convertido en un insecto y yo madre; un encantamiento. Quizás, escupía con rabia, con odio. si en mi casa lo hubieran aceptado, ¿Te imaginas…? el hombre las cosas hoy fueran distintas. Pero que me erizaba, que me hacía gritar Abdul tenía dos defectos para como una demente; la magia se mamá: era negro y vivía en una de había acabado, estaba muerta, fría, las peores cuarterías de la ciudad. helada y aún lo estoy; ya él no me Parece que escucho su voz desde busca, no nos buscamos. No nos la cocina, caminando hacia la sala, hablamos, no tenemos nada que siempre atormentándome: es un decirnos. Sé que tiene a alguien en negro, un negro y para colmo sin la calle, ha seguido viviendo. Tal nivel, de los peores, de solar y vez, no me ha sacado del cuarto por camiseta. Eso borraba lo bueno que pena, sabe lo que hice, pero no pudiera tener y lo convertía en un funcionó y a la casa no puedo ser sucio, indigno de poseerme. volver, no después de tantos años. Para la gente era una puerca. Para No te imaginas lo difícil los amigos que terminaron por que fue descubrir que ya no sentía, aceptarlo, ya no fui la misma. No que no sentiría jamás; al principio entraba en el grupo, no querían que pensé que era algo pasajero, tú Abdul desentonara. Susana y Mary sabes, eso pasa, que era cansancio se encargaron de la campaña, parecían líderes políticos que luchaban por una plaza de tanto luchar, no contra cualquiera, sino contra gente electoral; discutimos mucho en aquel tiempo, tuvimos querida, los más queridos no entendían. Pero cada vez fue verdaderas peleas. Me pusieron un cartel en el dormitorio, peor, no podía tocarlo, era una intranquilidad, una repulsión decía: la bella y la bestia. La bella con letras blancas, la horrible que no podía controlar, era asco, Marcia, era asco. bestia con letras negras. En fin, no existía nada verdadero No podía voltear la cara para verlo, ni rozarlo siquiera. Marcia, si pudieras leer entre nosotras. Tenían el mismo defecto de mamá: eran esta carta. Si me contestaras. Tu partida fue un dolor muy blancas y se creían burguesas. grande, tu partida, prefiero decirlo así. Si estuvieras aquí Tú fuiste distinta, Marcia. Comprendiste, eras encontrarías la solución, me ayudarías a resolver esto, la mágica, desinhibida, asimilabas las cosas de manera vida para ti era fácil. Si me vieras, entre estas maletas, sin diferente, me diste ánimo cuando se descubrió mi relación Abdul, sin familia, sin todo lo que había en mí. Eres lo único con Abdul. Pero ya ves, no sirvió de nada. Tanto tiempo llevo engañando a la gente, sonriendo, escondiendo estas que me queda, tu recuerdo vivo, como el primer día cuando nos conocimos en la escuela y nos hicimos amigas. Espero cosas; porque es duro, rompí con todo. Mi madre me puso a escoger: la casa o el negro, y volver a verte, Marcia, te veré. tú confiaste en Abdul, en lo que sentía por él. Esa tarde nos sentamos las dos en el bar a tomar cervezas, cuando aún se podía. Al rato salimos de allí, me acompañaste a la casa, Ramón Muñiz (Santiago de Cuba, 23 de marzo de 1987). recogí lo mío, rompí con mamá y mamá hizo a mi padre Poeta y narrador. Licenciado en. Letras por la Universidad romper conmigo, ella lo dominó siempre, lo aplastó; hasta de Oriente donde enseñó Literatura y culturas de el día de hoy es así. Por ahí anda él; arrinconado, leyendo el Iberoamérica y el Caribe. En el 2007 un cuento suyo apareció en la antología de narradores santiagueros Para subir al periódico en las esquinas. Marcia, a veces me descubro hablando contigo, mis cielo, que publicó Ediciones Santiago. Sus poemas han pensamientos pasan primero por tu mente y luego van a la aparecido en las revistas Sic, Isabelica, Cu y Desliz. Ha mía, pienso en qué hubieras hecho, después pensamos las publicado la plaquette La habitación de al lado, que vio la dos juntas, pienso yo y al fin tomo la decisión. No te imaginas luz bajo la colección Puentes, de la Universidad de Oriente, la falta que me has hecho. Hoy te escribo y no tienes y el cuaderno de poesía Como un tiempo lejano (Ediciones dirección, no sé qué hacer con esta carta. No puedes leerla. Santiago, 2011 y Amazon, 2014). Dos cuentos suyos Todavía me parece mentira. ¿Sabes qué es lo peor?: estoy aparecieron en la antología de narradores cubanos y recogiendo y no tengo dónde ir. He recogido tantas veces. uruguayos Distancias del agua, publicada por la Universidad Son años aguantando, casi todo el tiempo que llevo de vivir del Trrabajo de Uruguay y el Instituto Cubano del Libro. Actualmente reside en Miami. en el cuarto de Abdul.
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Miriam Rodríguez Febles Las playas de Esculapios Capítulo XX La mujer de la playa había estado a ver a Lula. Tocó a la puerta de la casa amarilla. Lula imaginó que buscaba sacarles algún provecho, mira que venir a fijarse en ellas en aquella casa tan sencilla, ¡sin apenas muebles donde sentarse! El Niño en una esquina duerme, ronca con la boca abierta mostrando colmillos afilados como púas y la punta de la lengua. Ahora, con la llegada de la intrusa alarga las orejas, estira el cuerpo sobre sus cuatro patas, se pone en alerta. La mujer debía tener una cuarentena de años, lucía un poco envejecida y despeinada. Vestía un camisero de flores de mangas cortas; era delgada, de músculos fibrosos y piel café claro. Las otras dos mujeres de la casa vinieron hacia el centro del comedor, apenas apartado los sándwiches con varias masticadas a un lado. Había que esperar ahora. La invitaron a entrar y ella se negó, manteniéndose erguida en la entrada con medio cuerpo afuera. Dolly le había abierto la puerta. —¿Cómo está?—saludó extrañada al no conocerla. —Estoy lo más bien. Meterse en absurdos líos no era el fuerte de Dolly, así que corrió a colocarse junto a Mariana y Lula. La mujer quería al Niño, dijo que era de su propiedad. Lula movió la cabeza y se adelantó unos pasos. Enseguida la reconoció. Y sigue con la misma jerigonza, no podía sacársela de encima. —Señora, mía, usted no quiere entender, a ver ¿cómo se llama su perro? —No, no tiene nombre. Me lo robaron al nacer, es todo muy complicado, pero por favor doñita, devuélvamelo —habló con voz suplicante. —Señora este animalito nos fue regalado por un amigo, a las ocho semanas de nacer. Con estos ojos he visto a su madre amamantarlo junto a tres más. Si lo desea vamos hasta allí, y le muestro la santa perra que lo parió.—Señaló a un lugar indefinido en la calle a través de la ventana. La figura delgada y cobriza mueve la cabeza asiendo el marco de la puerta con ambas manos. —Que no, que de aquí no me voy sin él —insiste, torciendo la boca en una mueca lastimera. Lula pensaba en la mejor manera de sacarla de allí sin hacer una escena. —Mire usted, si no me cree, vaya a la policía y levante una querella en nuestra contra. Ellos investigarán el asunto. —No, ustedes con sus dólares saben darle vuelta y media a los gendarmes. Lula comenzaba a cansarse, le era difícil negociar con gente tan baja. Aun así trato de nuevo: —Bien entonces, ¿qué propone?
Una sonrisa de satisfacción alumbró la cara de la intrusa. —Quiero al perro—insistió. —¿Cuánto pide por olvidarse de él? —Nada, lo quiero, es mío. Con tantos perros cadavéricos ambulantes, necesitados de un hogar y venir a antojarse del Niño. —Llámelo entonces, a ver si viene —intervino Mariana tratando de hacerla entrar en sus cabales. —No, me lo cargo y ya —insistió descargando una furibunda mirada. Lula sintió su paciencia evaporarse. —Basta de juegos! —gritó. — ¡Váyase al diablo! Intentó cerrar la puerta de un golpe, pero la mujer interpuso un pie impidiéndoselo. La abrió de nuevo para hablarle mirándole a los ojos. —Mire usted, bicho raro, no se equivoque, no está usted lidiando con una gringa asustada en un país extraño, de manera que…— Había quedado inclinada hacia ella, casi tocándole la cara. Vio que la mujer se iba encorvando y reculando hacia la calle. La sonrisa más traicionera que desafiante. Esperó confiada en que iba a irse, pero un instante después la tenía de nuevo de frente, hablándole, el pie derecho interpuesto entre el marco y la puerta para evitar que se cerrara. —Perfectamente, ahorita mismo me lo cargo al perrito —repetía con insistencia. Ya de nada servía hablar. La conducta de aquella intrusa era demasiado irritante. Lula plantó su pie de un golpe sobre el de la mujer que calzaba sandalias abiertas. En un rápido reflejo ésta retiró el pie adolorido, gesto que aprovechó la otra para lanzarle la pesada puerta en pleno rostro. La mujer vaciló un poco asustada, después reculó hacia fuera para tomar nuevos bríos. —¡Me ha dañado una cotilla! —Gritó con todas sus fuerzas desde el medio de la calle. —¡Voy a plantarle una querella! Lula entreabrió la puerta lo suficiente para asomar la cara: —¡Si le duele la cotilla, tómese una patilla!. Acto seguido pasó el doble cerrojo que sonó con un fuerte chasquido y regresó a la mesa, la merienda ya tiesa y echada a perder por las moscas. Tomó un vaso de leche en tres sorbos. Gotas de sudor frío le corrían por la frente, tenía entonces el semblante algo parecido al de la mujer loca.
—¡Camarero! Séqueme esta mesa por favor. Pidió con autoridad. Joe Burton ya hablaba castellano con bastante fluidez. Estaban rodeados por banderines y música. Las mesas y sillas bajo los tamarindos a ratos mojadas por los impertinentes chubascos de mayo. En el bar a sus espaldas hombres altos y flacos marcan el compás con brazos, manos y hombros. A su
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derecha detrás de una hilera de cocos maduros el verde mar. Pensaba en la clínica que construiría en Kentucky cuando fuera médico. También deseaba que Carolina lo mirara, daría cualquier cosa para llamar su atención. Apoyaba la cara entre los dedos y miraba hacia ella sin pestañear, un poco atrevido y melancólico, sin reparar en los meseros que los rodeaban, ocupados secando agua, colocando hileras de vasos, ceniceros y servilletas, sin notar ni siquiera el mar. La muchacha prefería esquivar los ojos de Joe, observando con desmedida atención los vasos sobre la mesa o el humo del propio cigarrillo que acababa de encender con una fosforera desechable, en un rápido gesto para impedir que se lo prendiera él. Se sentaba distante al pobre Joe, dándole solo el medio perfil. Por entonces sólo esperaba la noche, el preciado encuentro con aquel otro y Joe sin alterarse se acomodaba en el asiento, con calmada lentitud a la espera de su momento. Platicaban de cómo habían doblado el precio de las matriculas, ahora tendrían que arreglárselas con menos. —Lo que es la avaricia, mientras más estudiantes más caras las clases.—Se quejaba Letice. —No yo, para eso me casé con Johnny Rotshschild. —Dijo María Isora Pérez, que ahora pagaría menos, gracias a un plan que daba rebajas matrimoniales. —¿Está segura que no lo hiciste por el apellido? —bromeó Néstor. —Bueno, no es lo mismo llamarse Doctora Pérez
que Rothschild, pero no, lo hice más que nada por la rebaja. Además, Johnny es “gay”. —¡No me cuentes!, —exclamó Néstor, muy interesado Sí, hijo — continuó María Isora—. John es abiertamente “gay”, se casó conmigo sólo para complacer a sus padres ricos, dueños absolutos de su vida, ja, ja —al reir le temblaron los hombros. —¿Lo habrán amenazado, no? --quiso saber Néstor. —Claro, con cortarle el estipendio si no se enderezaba. La muchacha hablaba marcando las palabras con cierta gracia. Vestía unos “jeans” muy elásticos y pidió de aperitivo apio con mayonesa. La tarde ya no tan húmeda iba levantándose. Las flores recien bañadas de lluvia, perfumaban las mesas con sutil aroma. En eso llegó José Francisco pedaleando. dirigió la bicicleta a un costado de la acera y se desmontó de ella. Luego de aparcarla se acercó a ellos, estaba ensopado y excitado por la carrera. Tenía los cachetes rojos y respiraba como un toro en la arena. —¡Maldito aguacero-- exclamó, sacudiéndose gotas de lodo esparcidas por el pantalón. Apenas salía del “Escocito”. Avanzó unos pasos hacia ellos, la camiseta manchada, la bata de médico doblada debajo del brazo, las manos frías.
Miriam Rodríguez Febles Las playas de Esculapius En la década del setenta un grupo de jóvenes marchan a estudiar medicina a una isla caribeña. Allí sufren diversas vicisitudes: terremotos, huracanes, epidemias y el descubrimiento sorpresivo, en una playa, del cadáver de una bella joven conocida. Al misterio y al drama se une una historia de amor no correspondido, en un fondo histórico y social donde salen a relucir la Guerra de Vietnam, el paso de varios presidentes norteamericanos, la captura y muerte del Che Guevara y el éxodo del Mariel. Mariana, Lula y Néstor, tres jóvenes estudiantes de medicina, nos adentran en la trama, dejándonos de paso preciosas perlas científicas sobre forénsica médica e investigación clínica.
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Mientras lo observa de lejos, Carolina siente un arrebato de gran ternura. Él es el hombre que ocupa su vida, todos sus pensamientos son de él. Como buen narcisista José sólo sabe jugar a no querer a nadie. Eso la enferma, la hace perder la calma, y él viviendo como si la vida fuera eterna, malgastando el tiempo en tonterías, en enredos de faldas desconocidas. Sacaba bastantes buenas notas para lo poco que estudiaba. Vivía en perenne ajetreo, jugaba tenis, corría autos, andaba de amoríos por las noches. Últimamente se había hecho de un caballo al que llamó “patasduras”. Solo montaba los miércoles por la tarde, por deporte, por el terreno.verdoso de una llanura en una fi nca de ganado. Allá salta del trote al galope con las rodillas apretadas sobre el vientre del potro, la espalda erecta bajo el sol. Haciendo resollar a la bestia en el silencio del campo, siente el sudor caliente en la espalda que lo relaja, lo aligera, lo une a su montura como un solo cuerpo en acoplados movimientos. De la vida lo quiere todo, lo exprime todo, no se llama José Francisco Bisette por nada. Decía venir de familia ilustre afrancesada. No era cierto. Venían de un lugar donde el sol quema, verdad era que poseían algún dinero y propiedades, incluso eran cultos, pero no nobles. Hablaban mucho de eso sí, de cosas de alcurnia, pero eso era todo. Ni un solo antepasado de la nobleza.pregunta, la cabeza ladeada hacia un lado. —¿Qué hay de nuevo?— ya sentado frente a Carolina hace la pregunta, la cabeza ladeada hacia un lado. —María Isora se ha casado con un tal Rothschild que además es homo —habló Lettice. Él la mira sin asombro. —Es difícil conocer a la gente a fondo, sus motivos debía tener —hizo una corta pausa para encender un cigarrillo. —El ser humano es bastante complejo. ¿No creen?—quiso establecer una conversación profunda. —Cierto —Intervino Néstor, que conocía muy de cerca el desprecio del pueblo hacia los gays, un rechazo más bien jocoso, no agresivo. Dijo escuchar sus risas y burlas Gilberto Marino: El Caballero de París
al pasar, notar ademanes burlones… Explicó como él y sus amigos inspiraban más bien diversión, un cacareo, un silbido inapropiado… —Es peor en mi país. —Joe levantó una mano a la altura de su cara — donde los matan a puros golpes. —No sólo eso. —Lettice extendió la mano perfumada hacia su vaso a medio llenar. —Ellos pagan impuestos como todo buen ciudadano sin obtener los beneficios que les corresponden. —Sí—aclara Joe. —Si uno de la pareja muere, el otro no tiene derecho a su pensión. Pagan por las escuelas, mas no les permiten enseñar en muchas de ellas, ni adoptar niños huérfanos o abandonados, y encima los ven con mala cara en las juntas escolares. Y si uno de ellos enferma y tiene que parar en un hospital, su pareja es totalmente ignorada por el personal médico y solamente alguien con vínculos sanguíneos puede estar al tanto de las decisiones importantes en cuanto a la salud del enfermo. Esto en pleno siglo veinte, caballeros. Pensó en Kentucky, en el invierno nevado, helado, de Antártica después de un otoño oscuro y rígido, plagado de hojas amarillas, y él aquí, frente a una playa brillante y hermosa con un mar verde metálico, teniendo sólo ojos para una mujer. José Francisco se volvió para mirar la calle, vio gente bajar desde la zona industrial extranjera donde laboraba gran parte del pueblo Los hombres y mujeres llevaban termos con café caliente y sostenían sombrillas de sol bajo el brazo. En sus ojos verdes y cálidos asomaba una desilusión. A pesar de ser tan enamoradizo sufría frecuentes arranques de melancolía. Todos sus colegas vivían en el futuro, menos él, que pensaba solamente en el día de hoy. Su lema era: sacar no más la sal de la tierra sino exprimir de una vez toda la miel de la existencia. —La vida no es más que un tango, señores. ¿Han escuchado alguna vez “El cambalache”? Se dirigió a la victrola e introdujo dos reales. —Escuchen esto, —rió. Volteó sus ojos aceituna a Carolina. La miró de costado atento a la lírica que debía salir del traganíqueles. En eso llegó Mariana. —¿Se enteraron?— sonaba eufórica, la cara brillante de sudor, los pelos mojados como si hubiera corrido hacia allí para dar la noticia. —Miles de cubanos acaban de refugiarse en la embajada de Perú en la Habana. La situación se ha hecho insoportable…
Miriam Rodríguez Febles, cubana, llegó a Estados Unidos en la década de los sessenta. Estudió Pre Médica en New Jersey y luego medicina en la Universidad Central del Este, en República Dominicana. Especialista en Reunmatología, ejerció durante años, hasta su retiro, en Coral Gables, Florida. Las playas de Esculapios es su primera novela.
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José M. Fernández Pequeño
Para Sindo Pacheco Sosa, aunque mañana no sea Navidad.
entorno de edificios descascarados, tan iguales entre sí que parecían el mismo cajón rectangular repetido cientos de veces, y un poco más lejos, el motel Versalles. Luego regresó su atención a la azotea y no pudo menos que sonreír. El cerdo corría de un lado para el otro, feliz de su efímera libertad, y restregaba el cuerpo contra el muro de mediana altura que protegía el área, como si estuviera convencido de que su entusiasmo podía terminar por derribarlo. Este macho es un comemierda, pensó Ramiro.
Esto sí es un macho, carajo, se decía Rosa en el apartamento del segundo piso, empuñando firmemente el miembro de Gonzalo en su mano derecha. Golosa, disfrutaba Esto es más jodido que desarmar un camión Zil-131, pensó por anticipado la operación de recorrer con la punta de la Ramiro mientras tanteaba para abrir la jaula. Eran cuatro lengua todo el borde del glande morado, para terminar candados criollos escondidos tras una larga planchuela de chupando morosamente el frenillo debajo, mientras iría metal que debía impedir el trabajo de las ganzúas y las sintiendo cómo el instrumento del hombre se endurecía más seguetas de los ladrones; pero ese recurso lo obligaba a y más, y entonces, llegado un momento que su tacto experto manipular los candados a ciegas, mientras el cerdo golpeaba le indicaría, sentarse encima, hacerlo penetrar en ella raspándole por dentro, gozando desesperado la reja de la jaula, de una posesión que no cubierta con una recia malla demoraría en reventarle un metálica para evitar que los orgasmo de escopeta. Todo le ladrones, siempre creativos, gustaba en aquel hombre. Sus separaran los barrotes usando un rasgos finos, su nariz prolongada, gato de automóvil. Pobre animal, la delgadez que cualquiera habría se dijo Ramiro, vivir así para que tomado por debilidad, y más que de cualquier modo alguien acabe nada, sus manos ríspidas, jodiéndolo. La idea de criarlo en callosas. Manos de escultor. la azotea había sido de Rosa, como Desde hacía casi un mes, Rosa se una medida de emergencia después entregaba a ese deleite todas las que el taller de camiones soviéticos mañanas después de las siete, cerró y Ramiro fue enviado para cuando despachaba a los la casa con el cuarenta por ciento muchachos para la escuela y a del salario, a esperar que Ramiro para la azotea, a limpiar apareciera alguna oportunidad. la jaula del cerdo, y aunque Ten un poco de calma que ya casi siempre realizaba las mismas está, dijo en voz alta el hombre, acciones, cada día le gustaban molesto por las envestidas del más, algo que no le había ocurrido animal contra la reja y las gotas nunca, ni con su marido ni con Nicolás Lara. Tinta de sudor que bajaban ningún otro hombre. Quizás fuera cosquilleando por su nariz. Criar ese macho era un verdadero dolor de cabeza, lo obligaba a el riesgo, la emoción de saber que todo debía terminar antes pasarse gran parte de la tarde dando vueltas por el reparto de que Ramiro bajara de la azotea. O el placer de lo oculto, en la bicicleta, buscando quien quisiera regalarle algunas ese manosear el recuerdo luego, cuando estuviera frente a sobras de comida, cáscaras de fongo, o la cuota del pescado los muchachos de la secundaria, hecha una intachable y marabú, que mucha gente no sacaba de la carnicería por su exigente maestra. O no, quizás era nada más el olor poderoso infernal cantidad de espinas. Y luego esto, a las siete de la de aquel miembro que se dispuso a bendecir con su saliva, mañana y a las seis de la tarde, sin excepción, Rosa lo no sin antes fijar en Gonzalo unos ojos dilatados y decirle empujaba para la azotea con la escoba y el cubo en las lo que más me gusta de ti es lo puerco que eres, cabrón. manos, no fuera a ser que el mal olor del cerdo molestara a Rafael, el viejo chivato del cuarto piso, y el tipo diera un Una puerca, eso es, una puerca igualita que su padre, pitazo en Salud Pública. ¡Por fin, coño!, exclamó el hombre dijo en voz alta Paula mientras enjabonaba la vajilla que su en voz alta y abrió la puerta de la jaula. Agarró el cubo y hija había dejado la noche anterior regada por todo el fue hasta la plumita del tanque. Era una suerte que pudiera apartamento, en el tercer piso. Ya no sabía qué hacer con llenarlo en la azotea; si no, encima habría tenido que subir aquella muchacha que aún no cumplía los catorce y había el agua desde su apartamento, en el primer piso. Mientras dejado los estudios porque, según ella, era de estúpidos esperaba que el cubo se llenara, registró con la mirada el matarse tanto por un título que luego no daría ni para
El coro de los marranos
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comprar papel sanitario, y se dedicaba a andar por ahí con los atronados esos del taller literario municipal. Qué escritores ni un perico muerto, unos mariguaneros asquerosos que se masturbaban oyendo rock, eso eran todos en la virulenta opinión de Paula. Qué voy a hacer, no sé qué voy a hacer, pensó. Ya Rafael, el de la cuarta, le había llamado la atención dos veces y el director de la Escuela Vocacional de Arte recordó en el último claustro los principios éticos y el comportamiento que se esperaba de quienes tenían la tarea de formar a los futuros artistas. Lo dijo así, al aire, como si no estuviera refiriéndose a alguien en específico, pero ella sabía hacia dónde apuntaban esos cañones, sobre todo al final, cuando el director bajó el tono para agregar que no solo éramos responsables de cultivar esos valores en nosotros mismos, sino también en nuestros hijos. ¿Tú sabes lo que es llegar a la casa después de estar la madrugada entera de guardia en la escuela, y encontrarme el apartamento hecho un desastre porque a la “niña” se le ocurrió organizar una juerga con sus amigotes?, se habría quejado Paula si tuviera con quién. Pero no lo tenía y se conformó con levantar los ojos hacia la ventanita de la cocina, a su derecha, buscando sofocar en la claridad entrante las lágrimas a punto de brotar. Tiene que haber salido así de cochina a su padre, eso póngale el cuño, aseguró.
inmanejable, y él estaba convencido de que el actorcito del bloque tres, el dueño de los dos perrazos, andaba metido en el asunto de los carteles. Nada más había que verlo paseando por la calle como si viviera en Nueva York, el muy señorito burgués que ni siquiera se tomaba el trabajo de recoger los tremendos mojones que dejaban esos animales por donde pasaban. Son lebreles afganos, no atacan a las personas, iba diciendo a quienes se tiraban para la calle espantados cuando lo veían venir como si fuera el dueño de la acera, forcejeando para sujetar las correas de esos monstruos. ¿Usted sabe lo que debe costar mantener dos bestias como esas?, se preguntó Rafael. Nada, tengo que abrir los ojos y levantarme, concluyó. Antes de ir para la reunión, debía pasar por el policlínico, a ver si el médico le indicaba una glicemia porque en los últimos días había sentido un poco de mareo y las manos acalambradas. Y luego quería llegarse a Salud Pública para notificar el problema del cerdo en la azotea. Se lo había reclamado la semana pasada al presidente del comité en la cuadra y el muy blandengue no quiso tomar acción con el cuento de que la cosa estaba difícil y a veces había que hacerse de la vista gorda para que la gente se defendiera un poco. Vista gorda ni vista flaca… Ya verán, se aseguró Rafael, estos piensan que aquí todos somos unos verracos.
Qué verraco es este animal, yo creo que estamos criando un Qué cochina suerte, coño. perro y no un macho, se dijo Hoy, cuando más claro necesito Ramiro, divertido con las carreras estar, y casi ni dormir he podido, del cerdo por la azotea, con la pensó Rafael en su habitación del manera en que se le acercaba y, cuatro piso, tendido bocarriba ya próximo, hacía una finta para sobre la cama y con los ojos esquivarlo, como invitando a que todavía cerrados. Un poco antes, el hombre lo persiguiera. Dejó la su mujer lo había removido, Nicolás Lara. Tinta escoba y cortó el paso del animal vamos, viejo, que ya son las siete, pero él prefirió mantenerse así, cultivar aquella somnolencia por la izquierda, luego hizo como si fuera a bloquear también que lo hacía pesar sobre el colchón quejumbroso; ahora voy, el flanco derecho, pero avanzó recto hacia el cuadrúpedo, Virginia, déjame descansar unos minutos más. El edificio se que emprendió una frenética carrera, dio un salto por encima estaba volviendo un relajo. Tiraban la basura donde quiera. del muro y cayó al vacío. En el tercer piso, Paula vio pasar Ponían música de cantantes que se habían ido para Miami. por la ventanita de la cocina, en vertiginosa caída libre, una Traficaban en el mercado negro con cosas robadas. Hablaban sombra con patas que sus ojos nublados de lágrimas no mal del Gobierno sin que les importara quién estuviera tuvieron tiempo de identificar, y lanzó un alarido de horror; presente. Y para colmo, a los de la primera se les había un hombre se cayó de la azotea, eso fue lo que gritó mientras ocurrido criar un puerco en la azotea. ¿Quién va a dormir estallaba, ahora sí, en un llanto histérico. Rosa se sobresaltó con la peste y los gruñidos de ese animal? Nadie, se preguntó en el segundo piso, coño, mi marido, pensó, y cerró y contestó Rafael. Necesitaba concentrarse, afilar bien las instintivamente la mordida sobre el glande de Gerardo, que ideas. A las once sería la reunión en el núcleo de los jubilados aulló un cojooooooones estentóreo, e hizo pegar un brinco a y allí, aprovechando el punto de los asuntos generales, iba a Rafael en su cama del cuarto piso. El viejo, asustado, quiso proponer el plan que había concebido para descubrir a los abrir por fin los ojos pero fue en vano. No los tenía cerrados, que estaban poniendo carteles contra el Gobierno en el simplemente estaba ciego. (Del libro inédito “Memorias del equilibrio”) reparto. Si dejaban pasar esas cosas, todo se haría
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Sí mismo Hacía morosos clics aquí y allá, vagando sin mucho interés entre las actualizaciones que aparecían en la pantalla, y sólo a veces, como en chispazos caprichosos, permitía que el instinto para identificar candidatos a quienes pedir amistad arrastrara su atención. Nada relevante, simple olfato de cazador avezado. La entrada casi simultánea de tres notificaciones remeció su abulia. Pocos sonidos sentía tan eficaces como el de tales avisos, dos breves notas de firme exigencia –como yo, empecinadas–, se diría que triunfales. Los comentarios traían las estupideces de siempre. El primero nunca había oído hablar antes de los indígenas yanomami; el segundo hacía una comparación absurda entre las casas colectivas del Amazonas y las sociedades comunistas; el tercero estaba firmado por Ceica, una de sus fieles seguidoras, quien consideraba que aquella era la mejor entrada de la serie, más interesante todavía que la dedicada a los esquimales. Se ve que usted es un viajero incansable. ¿Por qué no se decide y abre un blog?, proponía Ceica. Él dejó un momento la mirada sobre las líneas del comentario. Pensaba en una respuesta
inteligente y evasiva al mismo tiempo cuando timbró el celular. –Dime, Ofelia –contestó. –Pa, please, llégate a la cocina y chequea si quedó alguna hornilla encendida… –Ninguna hornilla está encendida. –¿Sure, Pa? Acuérdate de la vez… –Hace rato fui a servirme café del termo y todo estaba apagado. –Qué alivio, Pa. Los muchachos make me crazy con su revolico a la hora de salir para el colegio… –No hay pro. Cierro, que estoy ocupado. Bye. Una solicitud de amistad lo esperaba en la pantalla. Cliqueó de inmediato sobre el circulito encarnado y su nombre apareció junto a una foto demasiado pequeña para que la imagen fuera reconocible. El nombre, sin embargo, se leía en rotundas letras azules, a buen tamaño. No el apócrifo que usaba para escribir sobre los hábitos constructivos de los grupos humanos, sino las veintidós letras que la casualidad y el capricho de sus mayores habían ordenado para él sesenta y dos años atrás; el santo y seña que, aparecido en la pantalla por alguna razón ajena a su voluntad, redescubrió instantáneamente como su más
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constante pertenencia. Según informaba la notificación, su nombre real y su nombre apócrifo no tenían un solo amigo común en feisbu. El cursor tembló mínimamente al hacer clic encima de la enigmática línea. Como respondiendo a un mecanismo de causa y efecto, en ese justo instante el celular volvió a timbrar. Lo levantó sin dejar de observar la pantalla del ordenador. –¿Sí? –Suegrito, ¿no han llamado los de Wells Fargo preguntando por mí? –¿Ahora por la mañana? No. –Si llaman, usted les dice que hace una tonga de meses que no vivo ahí. Me separé de su hija y fui echando a finales del año pasado, usted no sabe para dónde. –Anjá… –Oiga, no se me arratone con amenazas de multas, acciones legales y esas boberías… Usted ni sabe ni quiere saber de mí, ¿all right? De haber sido en otro momento, seguramente se le habría ocurrido una buena ironía a propósito de no querer saber de él. Pero se limitó a contestar: –Copiado. Ahora te dejo que estoy viendo algo aquí –y cerró. Lo que veía era una página de perfil en la que él posaba vestido de piloto junto a una avioneta de vivo color azul, mientras en el ángulo inferior izquierdo su rostro –ese que lo enfrentaría ahora mismo si se asomara a un espejo–
lo observaba con expresión satisfecha, suficiente. A lo ancho y alto de la imagen todo se percibía en su lugar; tanto, que por un instante creyó sentir el olor a aceite y gasolina que debía de estar respirando el otro él en la fotografía. Bajó con la ruedita del mouse. Lentamente. Esculcando los detalles. Nacido en Holguín… graduado en la CUJAE… Construction Manager en Lennar Company… residente en… los datos eran exactos, salvo que después del accidente él había venido a refugiarse en la casa de su hija, mientras aquel otro decía vivir en Raleigh y posaba de pie en una foto sin dudas reciente. Era su nombre, su apariencia, parte de su historia – tiene que haber un truco, ¿a qué cabrón se le habrá ocurrido esta broma?–, pero apenas dos semanas atrás aquella figura atravesaba túneles de pavorosas olas sobre una tabla de surf y fumaba en una playa de Jamaica junto a varios negros con trenzas. Algo estaba jodido allí, algo en todo aquello hacía malignos esfuerzos para no dejarse entender… A medida que bajaba por aquel muro, crecía su desconcierto. Miles de personas seguían al él que no era él, muchas de las cuales comentaban entusiasmadas por su participación en la maratón de Berlín o por los detalles sobre el entrenamiento que debía acometer un equipo antes de jugársela intentando ascender al Everest o… y de nuevo timbró el celular. Era el tío Armesto. Ni siquiera hizo el intento de acercar su mano al aparato, que siguió rabiando hasta sucumbir en un breve ruido de cristales quebrados. Lo menos que necesitaba en ese momento era un parloteo esclerótico e interminable, oírle repetir doce o quince veces Rafael Soriano. La soledad, óleo,1975
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al tío Armesto que este era un gran país, siempre que uno fuera joven y pudiera trabajar. Que aquí todo el mundo, empezando por la familia, trataba mejor a las mascotas que a los viejos. Que no había modo de andar a pie por la calle ni de sentarse en un jodido parque a coger sol… Siguió descolgándose por el muro del otro él, examinando actualizaciones que a veces sobrepasaban las doscientas notificaciones de me gusta y los sesenta comentarios, negado a reconocer que aquella minuciosidad en las descripciones le resultaba próxima, diríase que íntima... Siete meses antes, su idéntico sonreía a la cámara tras el timón de un vehículo completamente cubierto de fango, rodeado por otros hombres igual de sucios y sonrientes. Domando el rally, alardeaba el título del álbum con más de veinte imágenes donde el crudo desierto, la polvareda, vehículos de diversos tipos y aquellas personas poseídas por un entusiasmo incomprensible terminaron causándole la repulsión de un abrazo no deseado. Dejó de rodar la pequeña esfera situada sobre el mouse exactamente en el día de hoy pero un año atrás, cuando en la foto el otro levantaba una latica verde junto al negro Pachango y Vicente el Canguro, sentados los tres en un banco del parque San José. En la patria, con los socios, declaraba el pie de foto, y no pudo evitar un escalofrío ante la delgadez del negro y la expresión ajada del Canguro –parece que les pasó un tren por encima, coño–, ante lo distante que le resultaba aquel lugar al que nunca quiso regresar y que ahora,
sin embargo, tampoco lograba sentir como una pérdida. Pasó la mirada sobre dos o tres fotos más del álbum, observó con escasa intensidad aquellos edificios y paisajes que habían acogido su infancia y que ahora, ajenos y envejecidos, le hacían evocar la atmósfera enclaustrada de los museos. Se apartó de la mesa y desplazó la silla de ruedas hacia el fondo de la casa. Recogió de paso una media que alguno de sus nietos había dejado sobre la mesa del comedor y la guardó en el bolsillo izquierdo del pijama. Más allá de la ventana, una ardilla encaramada sobre la cerca de tablas lo vio atravesar la cocina. En el patio hacía calor, aunque el sol ni siquiera penetraba entre las ramas de los árboles, que él examinó con la apatía de lo muy conocido. Descubrió el enorme avión descendiendo a lo lejos y supuso un ruido tan atronador como imposible de ser escuchado a aquella distancia. Al mismo tiempo que sintió llegar desde el interior de la casa el aviso de una notificación entrando al ordenador, creyó ver un instantáneo guiño que le enviaba el sol al golpear contra el remoto fuselaje –ya vi un resplandor como ese antes, ¿pero cuándo?–, y tuvo la certidumbre de que recuperar aquella señal podía ser decisivo. Levantó los ojos otra vez, buscando. El avión había desaparecido y el sol solo se dejaba suponer a través del calor. De regreso al interior de la casa, encendió el aire acondicionado. Después, gastó un lento tiempo examinando la pantalla ennegrecida del ordenador, sin una idea clara de cuál podía ser su próxima acción. Cuando movió la cabeza, primero hacia un lado, después hacia el otro, percibió un fugaz resplandor cruzando entre la negrura de la pantalla – ¿ése es mi reflejo?–, y motivado, empezó a perseguir aquel brillo arisco y sutil, a tratar de fijarlo con su mirada el tiempo suficiente para identificar en él la nariz roma, las anchas carreteras de sus cejas, la chiva breve y bien recortada, la intensidad de unos ojos chisporroteando brillo contra brillo. Empezaba a ver cocuyitos cuando extendió el brazo derecho, presionó una tecla y la pantalla se iluminó. Decidido, tecleó: Tiene usted razón, Ceica, viajar ha sido siempre la pasión de mi vida. Precisamente estoy acopiando fotos y escribiendo los textos para abrir un blog de viajero. ¿Sabía usted que hace como siete meses participé en el rally de Dakar? (Del libro inédito Sutiles)
José M. Fernández Pequeño: Escritor de origen cubano. Ha publicado quince libros en distintos géneros. Sus últimos volúmenes de cuentos son: Un tigre perfumado sobre miihuella (1999), Cuentos para Angélica (2003), Tres, eran tres (2007) y El arma secreta (2014). Entre los últimos premios que ha recibido están: Premio Nacional de Ensayo Pedro Francisco Bonó (República Dominicana, 2008); finalista en el Premio Iberoamericano de Cuentos Juan Rulfo (Francia, 2012); Premio Nacional de Cuento 2013 en la República Dominicana; Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2014. Edita el blog Palabras del que no está (www.palabrasdelquenoesta.blogspot.com).
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Juan Cueto-Roig GILBERTO MARINO GARCÍA (La Habana, 3 de marzo, 1947 - Miami, 21 de marzo, 2015) Ha muerto Gilberto Marino, un talentoso artista y un gran amigo. Muchas virtudes y cualidades tenía Marino, pero quienes lo conocimos solíamos destacar siempre su condición de “hombre bueno”. Nunca le escuché una palabra de rencor ni menosprecio al hablar de un semejante. Incluso, Gilberto Marino. El Caballero de París
cuando le pedía su opinión sobre un pintor obviamente mediocre, su respuesta era siempre: “sus cuadros tienen algo” o “ése es su estilo”, jamás una frase despectiva. En lo personal, le agradezco que accediera a ilustrar mi primer poemario En la tarde, tarde. También, su perenne optimismo y buen humor. Marino era una atracción adicional en las excursiones en las que coincidimos. Nunca olvidaré la noche que, entre chistes y confidencias, recorrimos las calles de Atenas; y pocos años después, en Nápoles, su conversación (sin saber italiano) con un vendedor callejero, imitando su acento y ademanes. El viaje a Egipto fue otra oportunidad en la que su alegría contagió a todo el grupo. Las anécdotas de cuando vivió en Venezuela y trabajó de mesero en un restaurante, siempre nos hacían reír, aunque las hubiéramos escuchado más de una vez. Hasta el final dio muestras de su habitual bondad y entereza. Ni en los momentos más difíciles de su enfermedad abrumó a sus amistades con quejas, y nunca quiso inspirar lástima ni pedir favores. Su muerte ha sumido a sus amigos en una profunda tristeza. Los creyentes podrán consolarse pensando que cuando Marino llegó al cielo, fue recibido por el Caballero de París con una pomposa reverencia, y con gran revuelo y alegría por los ángeles que posaron para él, y que ese día comenzó una gran fiesta que durará para siempre.
Juan Cueto-Roig , poeta, narrador y traductor cubano nacido en Caibarién. Se exilió de la Isla en 1966, y ha publicado varios libros, entre ellos Vericuetos, Ventiún cuentos concisos, que recibió Medalla de oro en el Florida Book Awards, en la categoría de libros en español, y el más reciente, Lo que se ha salvado del olvido. Reside en Miami. 32
Alejandro Anreus RAFAEL SORIANO: Pintor de pintores (1) Empiezo con el lienzo en blanco y la forma viene a mí…por encima de cualquier otra cosa mi pintura es espontánea. (2). Rafael Soriano Rafael Soriano nació en 1920 en el pequeño pueblo de Cidra, en la provincia de Matanzas, Cuba, en el seno de una familia modesta. Su padre, que era barbero, y su madre, que era ama de casa, entendieron y apoyaron sin vacilaciones su sensibilidad artística, algo raro y excepcional en su generación. Soriano recuerda que siempre, hasta donde le alcanza la memoria, le gustó dibujar y pintar y que siempre supo que quería ser artista. (3) Cuando tenía nueve años la familia se mudó a la ciudad de Matanzas y, poco después, comenzó a recibir lecciones de arte en la academia particular de un pintor español de la localidad llamado Alberto Tarazcó. A los quince años Soriano ya asistía a la Academia de Bellas Artes de San Alejandro, en La Habana, donde estudió con los principales artistas académicos de la
institución, entre ellos Leopoldo Romañach (1862-1951) y el escultor Juan José Sicre (1898-1974). En 1943, se graduó de la escuela luego de concluir sus estudios en escultura y pintura (al principio, Soriano había querido concentrarse en la escultura). (4) Esto es muy significativo para establecer la profundidad del conocimiento técnico y el rigor en la esencia de la pintura de Soriano, pero también la naturaleza escultórica de sus formas biomórficas a partir de los años setenta. Cuando todavía era un estudiante de arte en La Habana se hizo amigo de los pintores de vanguardia Fidelio Ponce (1895-1949) y Víctor Manuel (1897-1969) –el contacto con Ponce fue tal vez el más significativo, cuando entramos a considerar la dimensión espiritual de su obra y el posterior desarrollo de los aspectos espirituales y metafísicos en la pintura madura de Soriano. Estos dos artistas también le ofrecen un modelo alternativo al papel del artista fuera de los parámetros académicos, donde el artista “moderno” era marginal; y la pintura, más que técnica, resultaba personal y poética. En Flor a Contraluz (Flower against the Light), una de sus primeras obras (1940), ya muestra un uso personal del color que rompe con los moldes establecidos y la temática tropical, así como un acercamiento a la forma que sintetiza elementos orgánicos y geométricos. En 1943, poco después de graduarse de San Alejandro, Soriano regresa a Matanzas donde contribuye a fundar, junto con otros colegas graduados, la Escuela de Rafael Soriano. Lugar distante. Óleo, 1972
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Bellas Artes de Matanzas, en la cual sería profesor y director hasta su exilio en 1962. (5) A lo largo de la década del cincuenta, Soriano creó composiciones rectilíneas y angulares de vivos colores planos. Junto a Luis Martínez Pedro, José Mijares y Sandú Darié entre otros, integró el grupo de Pintores Concretos que introdujo en Cuba la abstracción geométrica y concreta. (6) Sin embargo, aunque su obra era supuestamente la más plana y geométrica (cuatro óleos sin títulos, de los años cincuenta, están presentes en la exposición), la pintura de Soriano se distinguía de las demás en un acercamiento más artístico a la superficie y en el uso del color, que mostraba una preferencia por los cálidos amarillos, naranjas y beiges, así como por los azules intensos. Estas composiciones están hechas con trazos fuertes que evocan el movimiento de los planos pictóricos, un indicio de la búsqueda de Soriano de una tercera dimensión dentro del medio bidimensional de la pintura. En enero de 1959, “llegó” la revolución cubana liderada por Fidel Castro y otros. Lo que se esperaba que fuera un movimiento democrático y nacionalista no tardó en dar lugar a un régimen totalitario aliado de la Unión Soviética. Rafael Soriano y su familia, al igual que miles de otros cubanos, partieron al exilio. En 1962, en compañía de su esposa Milagros y de su hija Hortensia, se estableció en Miami, donde ha vivido desde entonces. En varias ocasiones Soriano ha recordado el trauma de esta experiencia: “Vine al exilio con mi mujer y mi hija en 1962; mi desarraigo era tal que durante dos años no pude pintar”. (7) La experiencia del exilio comienza con el desarraigo, luego se complica con la tristeza y la nostalgia por lo que
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queda atrás. Como Henry James nos recuerda en The American Scene, la máxima relación de los seres humanos no es con los padres, los hijos, los amigos o los amantes, sino con la tierra natal. El sentido de lugar se convierte en un desplazamiento repleto de anhelo y ansiedad. Rafael Soriano, al igual que otros exiliados, experimentó todo esto, pero como artista fue capaz de transformar lo que Miguel de Unamuno llamó “estas agonías del exilio” en el suelo hondo y fértil de su pintura de madurez. A partir de mediados de los años sesenta y luego a través de los setenta, la pintura de Soriano experimentó una transformación extraordinaria. Desde Ventana Cósmica (Cosmic Window), 1966, a Del Planeta Dorado (Golden Planet), 1967, y La Noche (The Night), 1970, vemos la sutil desaparición de la geometría y el surgimiento de un lenguaje de formas diferentes, un lenguaje que sintetiza líneas rectas, cuadrados y círculos con formas orgánicas más suaves. Su paleta se tornó más rica, más oscura, y los colores eran aplicados de manera modulada, mostrando el tránsito de la luz a la oscuridad. Sus composiciones ganaron en profundidad. Sus espacios “contenían” formas en lugar de “recibirlas”. Al hacer esto él valoraba igualmente la forma y el espacio, estableciendo una interrelación entre los dos, un constante contrapunteo visual. Para 1980, un cuadro como Surcos de Luz (Furrows of Light) es un ejemplo del pintor en el clímax de su talento. Un espacio profundo, un intenso verde cromo, es infinito y está lleno de serenidad. La ancha forma biomórfica, que recuerda tanto fragmentos de paisaje como la figuración, ocupa la mayor parte del espacio que la contiene. Dentro de la forma, los naranjas se tornan amarillos cubiertos con capas
semitransparentes de verde, en tanto los azules dan paso a rosados pálidos y púrpuras. La composición es una metáfora del poder vivificador de la luz, donde unos surcos definen figuras con el trazo de un borde, el toque acariciador de una superficie o la penetración de espacios. No hay aquí ninguna representación literal, sino la evocación poética de una presencia, ya sea humana o del paisaje. Una luminosidad flotante infunde y unifica toda la obra de Soriano desde fines de la década del setenta hasta los primeros años del siglo XXI; en la que los espacios oscuros contienen luz, pero en la que también una luz interior emana de todas las formas. La experiencia pictórica de toda una vida se hace notar en cuadros de los años noventa, tales como Descanso del Héroe (Resting Hero) y Soledad en la Montaña (Solitude On The Mountain). Si bien los títulos sugieren poéticamente momentos transcendentes de la condición humana, la imagen
pictórica evita lo literario. La estructura cromática de El Descanso del Héroe consta de sutiles naranjas y ocres, púrpuras y azules oscuros; la relación complementaria de estos colores le permite a la superficie pictórica expandirse y contraerse, simultáneamente, del primer plano al plano medio y al trasfondo. El paisaje –en sus azules y púrpuras—es fresco y apacible. La figura, modelada en ocres y naranjas con toques de un rosado violeta plateado, descansa horizontalmente sobre una luminosa forma azul. Los rasgos anatómicos y como de armadura de la figura evocan a un caballero andante cuyo merecido reposo revela el viaje interminable y tal vez el exilio. Soledad en la Montaña es simplemente un paisaje místico; tres picos en marrones y púrpuras se alzan frente a un cielo azul oscuro en movimiento. Sobre la cumbre del pico más próximo al
EDUARDO MANET The Painter´s Lover
Translated from the French by Annie Heminway and Ellen Sowchek
The secret love story of a famous painter In this beautifully-crafted novel, Eduardo Manet, a Cuban-born French novelist and playwright, tells the story of a woman’s passion for a famous artist. The artist is his grandfather, the painter Édouard Manet, and the woman his grandmother, Eva Gonzalès, Manet’s only pupil and an extraordinary painter in her own right, whose profound understanding of the human soul shines through all her work.
272 pages –18,95 € Published in December 2014 Born in Santiago de Cuba in 1927, Eduardo Manet lived in Paris and Italy in the 1950s, and heturned to Cuba in 1960, where he became director of the National Dramatic Ensemble at the National Theater. In Cuba he also directed four feature-length films and six shorts, and served as assistant to Chris Marker in the filming of Cuba, Sí. In 1968 he left again for Paris, where he has lived ever since. As an author, Manet has written many works in both Spanish and in French, and a number of his plays have premiered in prestigious theaters in France and around the world; he has published 25 novels, several of which have won major prizes. This novel was written after he discovered that the painter Édouard Manet was, in fact, his grandfather.
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primer plano, una forma biomórfica, hecha de púrpuras y rosados tenues, irradia energía mediante la luz. El cuadro refleja la purificación de la soledad. Uno no puede dejar de recordar La ascensión al Monte Carmelo de San Juan de la Cruz o La montaña de los siete círculos de Thomas Merton: la cumbre montañosa como la culminación de una trayectoria en el conocimiento de sí mismo y de Dios. La pintura de Soriano transmite esto en términos pictóricos formales a través de sus formas exquisitamente modeladas y su refinamiento colorista. Una obra tardía, El Silencio de la Luz (The Silence of Light), 2000, es una sinfonía visual de azules, negros y grises, donde las formas se mueven elegantemente entre sí y se adelantan hacia el primer plano. El espacio se abre ante el espectador, como si fuera una ventana cósmica plena de colorido. En 1987, el difunto crítico de arte José Gómez Sicre afirmaba “Soriano es un pintor, punto”. (8) Pero, ¿qué clase de pintor es Soriano? Creo que en este ensayo al concentrarme, de manera fragmentaria, en un puñado de cuadros, he respondido parcialmente a esta pregunta. Cuando enmarcamos la pintura de Soriano dentro de la tradición occidental, él forma parte claramente de una familia específica que abarca la obra de Tiziano, Velázquez y Rembrandt, ciertos aspectos tardíos de Corot, Braque, Rufino Tamayo (de fines de los años cuarenta a principios de los sesenta), y Rothko, y, entre sus contemporáneos, de Fernando de Szyszlo y Armando Morales. Todos estos artistas son “pintores de pintores”, es decir que son los pintores en los que otros pintores buscan su absoluta fuerza expresiva, su manejo de la pintura en sí y de sí misma. Aunque Gómez Sicre tenía razón en la autoridad de su aserto, pasó por alto que la calidad artística de Soriano transciende su pura materialidad. Al igual que Tiziano, Rembrandt y Velázquez, ciertos aspectos de Rothko y lo mejor de Szyszlo y Morales, la pintura de Soriano refleja una preocupación transcendente. Sus cuadros son momentos meditativos en que alusivas formas biomórficas se mueven dentro de espacios fantásticos proyectando un viaje de proporciones míticas. Su color diáfano, siempre cambiante y fluido, tiene la capacidad de sugerir emocionalmente un universo de conflicto y victoria, rescate y salvación. El filósofo Etienne Gilson (1884-1978) en sus conferencias “Pintura y realidad” —dictadas en la Galería Nacional de Arte en 1957 bajo el auspicio de la Fundación A.W. Mellon— planteaba que luego de los horrores de los campos de concentración y de las bombas nucleares en el siglo XX, el único arte capaz de captar lo trascendente y espiritual sería una forma de abstracción que surgiera de la tradición pictórica. Un lenguaje poético y metafórico sería capaz de expresar lo inefable. Así es la pintura de Rafael Soriano. Ajena a novedades y artilugios, su trayectoria artística es aquélla donde la inteligencia pictórica es guiada por la intuición, donde la imagen nos convoca a ver más que a mirar, y ver se convierte en un acto meditativo. Él ha dicho, “Las ansiedades y la tristeza del exilo provocaron en mí un despertar. Empecé a buscar algo más, a través de mi pintura… Y pasé de una pintura geométrica a una pintura
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LA PEREGRINA MAGAZINE Fundadora y directora:
Carmen Karin Aldrey HOMENAJE
A GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA Y SU ÉPOCA Colaboran en este número: Guillermo Arango, Belkis Cuza Malé, Reinaldo García Ramos, David Lago González, Rosario Moreno, José María Rodríguez de Cepeda, Arquímides Ruiz Columbié, María Eugenia Caseiro, y Carmen Karin Aldrey A la venta en Amazon Es una publicación de Imagine Cloud Edition (ICE)
que es espiritual. Creo en Dios, creo en el espíritu”.(9). Su sensibilidad pictórica es reflexiva: rechaza el cambio por el cambio y, en su lugar, profundiza y madura. Rafael Soriano ha expresado que “El exilio es para mí como un viaje que no ha terminado”.(10) Sus cuadros son una visualización de ese viaje, donde el idioma de un pintor de pintores está al servicio de su discernimiento espiritual.
Notas del artículo 1.- Rafael Soriano: Other Worlds Within, A Sixty Year Retrospective published on the occasion of the exhibition of the same name January 29 to March 27, 2011, © Lowe Art Museum, University of Miami. 2.- Juan Martínez, Entrevista de historia oral con Rafael Soriano, 1997 diciembre 6, Archives of American Art, Smithsonian Institution. 3.- Ibid. 4.- Ibid. 5.- Ibid. El pintor Roberto Diago y los escultores Rodulfo Tardo y José Nuñez Booth, compañeros de estudio y graduados de San Alejandro junto con Soriano, fueron cofundadores de la escuela en Matanzas. 6.- Estos artistas exhibieron juntos e individualmente en los 1950s y principio de los 1960s. Sus obras promovían un acercamiento pos-Mondrian en la abstracción geométrica y concreta. El grupo Los once, aunque más jóvenes, son sus contemporáneos, los cuales promovían la abstracción expresionista y el gesto informalista en la pintura. Estos dos grupos rechazaban la pintura de la generación anterior, la cual estaba comprometida con temática cubana y figuración modernista. 7.- Rafael Soriano en Ileana Fuentes-Pérez et al, Outside Cuba. Contemporary Cuban Visual Artists, (New Brunswick: Rutgers University and The University of Miami, 1989), p. 186. 8.- José Gómez Sicre, Art of Cuba in Exile, (Miami: Editora Munder, 1987), p. 96. 9.-Martínez, Entrevista de historia oral con Rafael Soriano, 1997 diciembre 6, Archives of American Art, Smithsonian Institution. 10.- Soriano, Outside Cuba. Contemporary Cuban Visual Artists, p. 186.
Alejandro Anreus, pintor cubano, profesor de historia del arte y estudios latinoamericanos en William Paterson University, New Jersey. Autor del libro “Orozco in Gringoland: The Years in New York” y coautor de “The Social and the Real: Political Art“ of the 1930s in the Western Hemisphere”, entre otros. Este es el texto impreso que acompañó la retrospectiva del pintor, celebrada en el Lowe Art Museum, de la Universidad de Miami, entre enero y febrero de 2011.
ALEJANDRO F. PASCUAL
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Ana Lidia Vega Serova. Mirada de reojo. La Habana: La Rueda Dentada, 2010.
la sangre la guerra que atravesó mi abuela, la rusa, el hambre. Mi memoria genética me obliga a llenarle la panza a mi nevera con más afán que mis propias tripas”. Y otras veces nos entrega su refinamiento y lirismo: “amarnos mientras el concierto interminable nos sugiera el próximo movimiento o nosotros le indiquemos la próxima armonía”. Así es ella y lo que escribe, y como bien dice, hay que correr el riesgo.
Aunque para Anna Lidia Vega Serova, “las cosas nada son”, tiene esa mirada privilegiada y acuciosa de los seres que prefieren indagar el mundo que les rodea; y descubrir las aristas de todo lo que enfocan. Es lo que plasma en su libro Mirada de reojo. Más que un agudo cuestionamiento, procura la vida para todo lo que encuentra a su paso. Los objetos más comunes y habituales bajo su mirada perspicaz se transforman en ávidas criaturas, personajes que fascinan, se humanizan y son capaces de adquirir las más increíbles cualidades. De los sofás nos dice: “Los hay que son abrazos de un oso enternecido”, “he visto pérfidos que aparentan ser oásis”. Mediante estos cuerpos materiales y sus secretos contactos con aquel extra terrestre ¿imaginario…?, para el que escribe sus informes y al que habla durante todo el tiempo, la autora logra mantenernos en tensión hasta la última línea. Las experiencias de su infancia, de su entorno familiar, sus amistades, sus criterios sobre los seres humanos y su relación con ellos, es diálogo que fluye sin vericuetos ni retóricas. Directo, ameno y espontáneo. Así trata asuntos como las carencias y limitaciones económicas, la incomunicación, la necesidad de compañía, la eventualidad de las relaciones humanas, su confiabilidad, o hipocresía. Proclama su soledad, y con su soledad avanza en todo momento en busca de recursos y paliativos. Pormenoriza sus costumbres, gustos, adicciones, pesadillas, sus anhelos, sus manías, aversiones, dudas, e intimidades sexuales, sin temer declaración alguna. Sus conceptos sobre cuál es la libertad real, el verdadero amparo, el poder de la sugestionabilidad, la función de las paredes, los estantes, las ventanas, los baúles, y la influencia que los mismos ejercen en la psiquis y la conducta de los individuos, son tratados de forma novedosa y enriquecidos por su imaginación. La transparencia, realidad, o sutileza de sus opiniones dependen de cómo lo sean las emociones, los recuerdos, o las reflexiones que despierten en la autora. Todo está en la esencia que destile la extraña conjugación de su delicadeza y violencia; donde el realismo, puede tomar formas acentuadas: “Llevo en
Un acierto al mirar las cosas de reojo, debe serlo la ironía y el humor punzante que provocan y denota la escritora al hacernos, con lo aparentemente tonto y sin sentido, esbozar una sonrisa cómplice. Su fino humor avispado, invadido por la astucia e ingeniosidad se respira en toda su narrativa: “Decía ser amigo de Cuba, pero eso es tan abstracto como ser amigo del Monte Everest”, “Las lagartijas y las arañas me resultan amigables. Nos respetamos los espacios y aplicamos una política de no agresión”, “Además, quiero hacerte notar la fidelidad de un cigarro. ¿Quién más se inmolaría por darme unos pocos instantes de placer”. Tenemos para nuestro deleite una magistral y beneficiosa cita del famoso escritor William Somerset Maughan, los didácticos poemas de Pessoa, Damaris Calderón, y de la propia autora. El obsequio, inaugural para unos, nostálgico para quien quiera recordar, de la letra del tango “El último café”. Con el que Anna, “le
Nota de Libro
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dejaba el corazón destrozado” a su amante de turno, y le da pie para confesarnos que tiene sus “facetas oscuras”, como hemos advertido ya, a estas alturas. Pero nos remata una vez más: “tampoco el café es cristalino, ¿cierto?” Sin embargo lo disfruta a solas, con sus amigos, o “cuando me voy muy lejos”. Acaso con el extra terrestre que llegó a su vida, para compartirla, abrir las puertas de su imaginación, o convertirse en su “única razón de conservar la vida y la cordura”. Quizás le abrió la puerta que Anna se quejaba no sabía descifrar, que constituía una barrera, “que ha impedido ver la noche”,
“que nos dejó sin saber qué éramos”, “ni por qué estaba alguien esperando”. Pero al final de todo para Anna “Nada tiene sentido”. “El cielo, la luna, las plantas: mero decorado”. Claro, es importante señalar que “las cosas nada son hasta tanto alguien no las mire de reojo”, aunque “Hay una puerta que se abre” y “Luz tras el umbral”. Para Anna, hay un buen argumento psicológico, “La realidad es un estado mental…”
MARILÉ MOSLEY (Ls Habana)
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