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Vol. 36 No.2

SUMMER / VERANO 2017

Carmen Karin Aldr ey Aldrey


Queridos amigos: lindenlanemag@aol.com http://www.lacasaazul.org www.lacasaazulcubana.blogspot.com

Juan Ego Founded in March 1982 by Heberto Padilla & Belkis Cuza Malé Publisher and Editor: Belkis Cuza Malé Assistant Editor: René Dayre Abella Copyright © 2017 LINDEN LANE MAGAZINE Una subscripción a LINDEN LANE MAGAZINE en los Estados Unidos: $70.00 para individuos, y $90.00 para instituciones. ISSN 0736 - 1084 It is a publication by Linden Lane Magazine & Press P.O. BOX 101582 FORT WORTH, TEXAS 76185-1582 2

En este nuevo número de LINDEN LANE MAGAZINE (Vol. 36 No.2) tenemos como Escritora y Artista Invitada a Carmen Karin Aldrey. De ella podríamos decir que es una perla escondida allí en su castillo interior, rodeada de sus dos adorables perritos y de los numerosos gatos que suelen visitar día a día su patio y a los que ella alimenta con fervor, al igual que a cuanta criatura aparezca por allí, mapaches, pájaros, etc. Karin merece toda la luz que podamos ofrecerle para que sea aún más reconocida su labor creativa, que abarca la poesía, la prosa, y la pintura. Sus cualidades son múltlipes, pues es además editora de La Peregrina Magazine, que lleva años rescatando la cultura cubana. Por todo eso y más, es un orgullo para los cubanos que habitamos en el exilio. Ahora podrán disfrutar en conjunto de su poesía, sus relatos y su pintura. Oportunidad única de mostrarla en su totalidad creadora. Contamos además con los poemas de René Dayre Abella, poeta y narrador, autor de tres magníficos libros publicados por LINDEN LANE PRESS. En 1949 Heberto Padilla (con sólo 17 años) entrevistó a Rómulo Gallegos, escritor de todos conocido, y Presidente de Venezuela, que se encontraba en Cuba tras haber sido derrotado por un golpe de estado. Rómulo Gallegos parecería adelantarse al presente, pues su análisis de la realidad venezolana de entonces confirma el espectro político de la Venezuela actual, bajo la tiranía sangrienta chavista. Elizabeth Garcés, cubana que reside en Francia, nos muestra con su texto sobre la tumba del inolvidable poeta español Antonio Machado, muerto en el exilio, la dolorosa realidad de los que no pudieron volver a su patria y yacen lejos, aunque nunca olvidados por sus lectores. La tumba de Antonio Machado es un peregrinaje al inconsciente colectivo, para usar el término de Jung. Matías Montes Huidobro, con Fragmentos de su nueva novela, Caravaggio: Juego de manos, recrea con la excelencia de su prosa, al legendario artista. Vicente Echerri, en lo que de algún modo es un homenaje a Pedro Yanes --el amigo común que durante décadas era el alma de ese centro vital que fue su Librería Las Américas, en pleno Manhattan--, nos relata de paso un capítulo de su vida y su relación amorosa con los libros. Héctor Santiago, dramaturgo y narrador, y antiguo miembro del grupo El Puente, condenado en Cuba en los campos de trabajo forzado de la UMAP, colabora con un capítulo de su novela Infernizando. María Gabriela Díaz Gronlier, es una joven narradora cubana, exquisita, que tiene ojos para ver con su sensibilidad aquello que se oculta a otros. Guillermo Arango nos comenta, “a telón cerrado”, en su prólogo a su Teatro II, recientemente publicado por las Ediciones Baquiana, la escritura de sus obras. Juan Ego (Juan E. García), pintor y poeta cubano residente en Key West, ilustra junto a Carmen Karin Aldrey este número. Una nota de Luis Agüero, sobre Crónica contra el olvido, de Benigno S. Nieto, recientemente publicado por LINDEN LANE PRESS, y otra de Baltasar Santiago Martín reseñando mi Vida de Tula, completan las colaboraciones de este número de Verano. Muchas gracias por leernos y apoyarnos, Belkis Cuza Malé, Directora


CARMEN KARIN (Poesía mínima) (1) La piedra choca contra la orilla mientras el mar la empuja… con el tiempo es sólo arena.

ALDREY

(2) Ven callada con tu sombra y al abrir la puerta desnúdate… deja afuera el gris que te acompaña. (3) Ayer la lluvia arrastró las inmundicias la paloma torcaz nos deleitó con un preludio… la ciudad fue humilde y acalló su ira. (4) Mis perros saben por instinto en dónde yacen mis calladas penas… con sus patas las entierran. (5) Frágil como eres, junqueral del viento aprendiste a defenderte… mas del humano airoso nunca has podido.

Carmen Karin Aldrey: Flores Azules

(6) La lluvia se ha roto es vidrio que salta sobre la acera ¡Cuántas heridas por los desagües!

(9) Pero esa puerta que te hace invisible sólo cruje para dejar entrar una esperanza de siesta mojada por tus ojos.

(7) Una espina cruza la calle la persiguen pétalos blancos la espina hiere al mendigo los pétalos besan su sangre.

(10) No te vayas Dios. Sigue acompañando las flores disecadas.

(8) Quiero entrar limpia al templo de tus ojos sin caminos torcidos ni palomas muertas.

(11) Regreso al mar y salen islas debajo de las piedras.

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-VLa gota se desliza por el brazo entre el humo de un cigarrillo y la tela de la cortina. Es tibia y sucia de maquillaje afligido. Gota de lágrima que a nadie pertenece sino al verso que llega y humedece la noche… a la mejilla del silencio en una calle vacía.

-VIA la Bahía de Nipe. A Preston, el pueblo donde nací. Soy Moisés desentrañando la bahía en esa foto capturada al azar y como entonces empujo la muralla de todos los reinos ¿cómo ha podido subsistir sin el pez sagrado? ¿De dónde ha sacado la entereza para seguir siendo azul? Iluminada por el sol es un destello de ese desconsuelo que borra huellas del pasado donde sentenciaron a vírgenes y náufragos ¡no puedo verla con los mismos ojos! Sin embargo ahora mismo se están abriendo las aguas y asoman bestias disformes con sus bramidos que derriban arboledas e inundan rutas sobrevivientes. ¡Cuánto desamparo! A veces ni siquiera puedo verme hundiendo con afán el remo entre sus olas ni se desliza la gasa que cubre mis ojos para alejarme de las visiones que mancharon nuestros pies de presagios.

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¡Ay mar de níquel y estancado! ¡Mar de hombres aprehendidos al anzuelo que perfora las branquias del recuerdo! ¿Por qué me hace sollozar el silencio de calles sin asfalto en tus puertos? ¿En cuál sepultura han enterrado la cruz de la iglesia derribada? Se abren las aguas se abren y extraños remolinos se transforman en bocas ansiosas por morder las memorias. Pero el mar está ahí con su afonía las palabras naufragan dejan de existir. Frente a la casa donde nacimos -de la que mi padre fue expulsado a patadas por la traición y el engañolos barquitos de papel flotan hasta que son hundidos por la resaca. A nuestro pesar se han cerrado las esclusas que escupían la saliva ardiente de la caña a tus orillas lamidas por el atabal y el sosiego. Ya sé que sigues existiendo que la muerte ha sido nuestra no del mar pero lo veo tan solo ¡tan solo! como una sepultura líquida que las algas asfixian y es cada vez más honda más lejana llena de huesos y espíritus desventurados de mangles solitarios y chozas desplomadas de gritos subiendo las crestas del tiempo. ¡Oh bahía sin muelles ni mástiles! Sólo queda de los barcos sus quillas hundidas en el mar.

-VIIAtrapas al pájaro en el aire como si fuera una palabra con los ojos aprisionas sus alas de vetas amarillas canta la agonía de su vuelo en tus oídos. Hermoso pájaro que en su graznido hiere ¿por qué a sus plumas las nubes no acompañan? Quizás las penas de la tierra en el cielo se acumulan.


HAIKUS Transito sendas alumbradas por dioses y blancas lluvias. En la arena un verso y el agua que lo arrastra. Ramas del pinar como yo del silencio sabéis del crujir. Mi almohada guarda las estaciones y un cabello. El crepúsculo seduce a la noche y es un verso. Tiene el carbón un mágico destino: lumbre y luces.

Cuando tú sangres mira al ocotillo sus flores rojas. Gime el ciprés mientras la viuda muerde una flor. La cueva fría del murciélago es lar. Del agua limpia. Con sus pupilas captura mariposas el alto cielo. Espalda suave por ti muere glorioso el hierro frío. Traen las algas restos de naufragios y yermas islas…

El hada sueña en la mañana tibia la flor de noche. Yo te imagino vida mía, airosa como el nogal… Yo te imagino vida mía, flexible como el bambú… Es primavera sopla el cálido terral en mis memorias. ¡Ah… el higueral! La savia venenosa sutil destila.

Carmen Karin Aldrey. Volcano-Spirits

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CARMEN KARIN ALDREY, (Crónica)

ESCRITORA Y ARTISTA INVITADA DE ESTE NÚMERO .CARMEN KARIN ALDREY, artista-poetaescritora cubana, 18 de enero de 1950. Nombre dado nacer: Carmen de la Concepción Los algriegos representaron la López Envidia Martínez de la Junquera. De tres hermanos la del como un monstruo lívido con su cabeza medio. Padres: Emilio López Aldrey (gallego prestonense) y Nora de la Caridad Martínez de la llena de serpientes y mirada fiera, los Junquera y Hernández (santiaguera descendiente de varias naciones). Nacióde en ellaantiguo Central y los romanos (diosa venganza Preston, que está situado a orillas de la hermosa celos) la asemejaban a unala anguila bahía de Nipe (donde apareció flotando estatuilla de la Vírgen de la Caridad), en el municipio de porque pensaban que ellas envidiaban Mayarí, Provincia de Oriente, hoy provincia de aHolguín, los delfines, ejemplifica la de la provincia de Oriente, que ya no es provincia. que antes la de Biblia 1959 era la también uno de loscon municipios Carmen Karin Aldrey ha publicado los poemarios Aceite (Linden Lane Press, 2011) con 19 ilustraciones a color de su versión de Abel y Caín recogida en el obra plástica, Noctibus (Linden Lane Press, 2012), El fuego de la lluvia (I C E, 2013), Soy un dinosaurio (I C E, 2015), Me llamaba Betsabé (ICE, 2015), (ICE, 2015), Génesis, la Iglesia de laCalifornia Edad Media la Numeria: veinte sentencias apocalípticas (ICE, 2016), el libro testimonio Las siestas de Scherezada (I C E, 2013) y el de Ciencia Ficción Eva desde el Cosmos y otras historias atribuye unendemonio que solo (ICE, 2015).aSuLeviatán, poesía aparece varias publicaciones internacionales y en las antologías Crear en femenino (18 autoras de la ciudad de Miami (Editorial Silueta, 2017) y Poetas Siglo XXI – Antología Mundial (Editor: Fernando puede ser vencido por Dios, y Shakespeare Sabido). Sánchez, Ha en diferentes impresos y electrónicos concolaborado su Yago elaboróespacios el más fascinante y (infinitamente agradecida a todos), entre otros Linden Lane Magazine, Revista Conexos, The Big Times, Decir del Agua, Tiempo de Hibernación y La Polymita. Sus pinturas retorcido envidioso la humanidad. A Es fundadora, editora y directora de Imagine Clouds han sido expuestas en galeríasde de Estados Unidos y España. Editions La Peregrina Magazine. los Blogs Soligregario, Queridísimo Mundo, Imagine Cloud Editions y partir ydel s. XVIII y deAdministra las supuestas Peregrinos por el Mundo.

rivalidades entre Mozart y Antonio Salieri, muchos tertulianos de salón comenzaron a llamarla “el mal de Salieri”. Grandes artistas, escritores y poetas recrearon escenarios donde la Envidia fue protagonista ejemplar. Es decir, la Envidia ha sido plato de primera en todas las mesas a través de los siglos, desde las más fastuosas hasta las más humildes, y sobre esta última tengo una “parodia al lado del canto”, una historia de barrio que por estar tan aislada del gran mundo viene a corroborar lo que siempre he dicho: la envidia patológica de la que habla el Dr. Salichiker, es la infelicidad de los que son incapaces de lograr, hacer y disfrutar lo que otros sí pueden, vístanse de oro como de yute. Según Salichiker, cerca”. 6

Carmen Karin Aldrey


Némesis Carmen Karin Aldrey | Los griegos representaron la Envidia como un monstruo lívido con su cabeza llena de serpientes y mirada fiera, los romanos (diosa de la venganza y los celos) la asemejaban a una anguila porque pensaban que ellas envidiaban a los delfines, la Biblia la ejemplifica con la versión de Abel y Caín recogida en el Génesis, la Iglesia de la Edad Media la atribuye a Leviatán, un demonio que solo puede ser vencido por Dios, y Shakespeare con su Yago elaboró el más fascinante y retorcido envidioso de la humanidad. A partir del siglo XVIII y de las supuestas rivalidades entre Mozart y Antonio Salieri, muchos tertulianos de salón comenzaron a llamarla “el mal de Salieri”. Grandes artistas, escritores y poetas recrearon escenarios donde la Envidia fue protagonista ejemplar. Es decir, la Envidia ha sido plato de primera en todas las mesas a través de los siglos, desde las más fastuosas hasta las más humildes, y sobre esta última tengo una “parodia al lado del canto”, una historia de barrio que por estar tan aislada del gran mundo viene a corroborar lo que siempre he dicho: la

envidia patológica de la que habla el Dr. Salichiker, es la infelicidad de los que son incapaces de lograr, hacer y disfrutar lo que otros sí pueden, vístanse de oro como de yute. Según Salichiker, “cuando una persona se obsesiona y deja de vivir por estar pendiente de tu vida o en este caso en la vida de su adversario, de su entorno, y entre otras cosas siente agobio por cada uno de sus triunfos (…) aparte de mostrar signos graves de inferioridad, te muestra que estás tratando con una persona psiquiátricamente enferma.” Esta realidad que domina los sentimientos de muchos seres humanos, solo puede ser “mitigada” o aliviada -por decirlo de alguna manera- por otros igualmente devastadores, como la venganza, de modo que la cadena de efectos secundarios negativos se engarzan en una complejidad casi siempre indetenible. Nosotros nos hemos llevado bien con los vecinos históricamente, cuando hablo de “nosotros” me refiero a los que vivimos de este lado de la cerca. Además, hemos sido tolerantes, serviciales, amables y educados. Creo que la buena convivencia reside en la actitud positiva hacia los otros, y la tolerancia es una de las cosas que se deben de tener en cuenta. El sentido de “comunidad” debe ser usado de acuerdo a las circunstancias, no todo es color de rosa pero existe un lenguaje conciliador que se supone predomine por sobre los de confrontación si queremos vivir en paz y en armonía. El caso es que a veces estas reglas esenciales de convivencia son muy difíciles de cumplir, y una de las causas es la

Carmen Karin Aldrey. 11 Septiembre I

7 MAHOMAV MAHOMA, MAHOMA EL DESAFÍO PERMANENTE


arieh

existencia de la envidia… sí, la envidia, que con su ponzoña venenosa teje sibilinamente su disconformidad y angustia entre las redes festivas de los demás. El episodio que origina estas deducciones de mi parte se encuentra “al otro lado de la cerca”. Empieza una tarde en el patio de al lado donde se monta una barbacoa para agasajar a los obreros de uno de los vecinos, que es manager en una compañía de construcción. Mientras tanto, otro vecino está sentado en la puerta de su casa, en la parte delantera de la unidad, observando el desfile de gentes que va entrando a la fiesta. Tiene muy mal aspecto, los cachetes rojos, la mirada amarga, un rictus de disgusto en la comisura de los labios. Está solo porque se ha peleado con todos por X problemas personales, pero está ahí, calentándose la sangre. Su envidia se va cocinando con las chispas de la barbacoa, con el olor a carne quemada, el aroma de la cerveza, las risas del grupo, los chistes, la música estridente –horrible para mi gusto, es cierto, pero a él le gusta y daría lo que fuera por estar allí. Así se pasa toda la tarde, apoltronado en los escalones de su puerta con los ojos inquietos, en nuestra casa incluso vamos comentando durante la tarde la pinta horrible que tiene el desdichado, intuimos que de un momento a otro saltará y echará a perder el gathering con alguna salida rabiosa. Pero no, pasan las horas y él sigue espiando el entra y sale, tirando puertas, dándole patadas a la alfombrita de la entrada, esperando como las bestias el momento preciso para embestir.

hacer), porque para eso pagamos renta y vivimos en sociedad. Si no se quieren vivir estas cosas, hay un camino muy fácil para evitarlo: mudarse para los Everglades con los cocodrilos, que son muy silenciosos y no hacen fiestas que perturben al medioambiente. En fin, así es la envidia, ese oscuro reino de la desdicha que tanto daño hace al que la siente como a los que injustamente se convierten en sus víctimas. Hay que dejar vivir a los demás, hacer como hacemos en nuestra casa cuando en uno de esos domingos entra el chan chan de una banda o el piriquipampun de un reggaetón por las ranuras: subir el volumen de la computadora o la tele, escuchar la música que preferimos, ver una película de acción o salir a tomar un café, porque es más fácil adaptarse a las circunstancias que jeringarle la existencia a los que se divierten después de soportar una semana agotadora de trabajo. Ahora me voy a escuchar a Mozart, y por qué no, a Salieri, quien después de tanto trasiego competitivo, murmuraciones y las venenosas intrigas de Giovanni Battista, cuando fue nombrado Kapellmeister prefirió para el acontecimiento “Las bodas del Fígaro” a una de sus óperas. Como pueden ver la envidia a veces tiene cura… mientras no se transforme en locura.

Cuando termina todo, él está en el pasillo, seguramente estuvo rumiando algún discurso hiriente para el instante esperado, y así fue, cuando iban saliendo los alegres y satisfechos obreros, la fiera sacó las garras y empezó a arañar a diestra y siniestra… “por aquí no los quiero más, carajo”… “le voy a poner un candado a la puerta”… “mañana hablo con el dueño para que saque de aquí a fulano”… a grito pela’o y tan obscenamente que daba grima. Cuando todos salieron se fue para la parte de atrás y empezó a insultar al señor que hizo la fiesta, y hoy al anochecer el dueño de la propiedad estaba ahí oyendo su lamento de victimario incomprendido, y lo peor, quien se llevó el raspa polvo fue el pobre hombre que se parte el lomo bajo el sol cada día y solo de Pascuas a Ramos hace una barbacoa dominguera para relajar las tensiones cotidianas. Lo que más me disgusta de esta historia, aparte de la malasaña manipulativa, es que el cabroncillo me llamó a través de la cerca para “pedirme el favor” de “servirle de testigo” cuando el dueño viniera al siguiente día a “resolver el problema”, y fue ahí cuando las reglas de convivencia de las que antes hablaba se fueron a bolina. La verdad, estaba tan disgustada que ni recuerdo textualmente lo que le contesté, pero sí recuerdo que le dejé saber muy claramente que no me meto en la vida de nadie y mucho menos para perjudicar a un vecino, que todos tenemos derecho a celebrar con amigos en un fin de semana lo que nos dé la gana con la música que nos apetezca (aunque nos disguste, qué se va a

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Estatuas frente al muro Carmen Karin Aldrey


El sueño de la pianista Entra despacio, en puntillas. Sus pies son firmes, en el derecho tiene tatuada una serpiente. No sé si se siente culpable pero camina como si lo fuera. El pasillo oscuro tiene una luz al final y pequeñas mariposas la sobrevuelan, es una bombilla opaca y aceitosa, me atrevo a decir que nunca la han limpiado. Ella se dirige hacia allá, camina y danza, siempre de puntillas, parece un fantasma pero es un androide de alta tecnología programado para inspeccionar las zonas clausuradas de la ciudad. Tiene cabello rebelde, los

espíritus lo soplan y sus crespos vuelan, tules de azul intenso cubren y descubren sus ojos grises. Cuando llega a la luz advierte una puerta a su derecha, la abre, se desliza y apresura los pasos. Un piano está allí, esperándola.

Carmen Karin Aldrey

Carmen Karin Aldrey- Los caminos del corazón se encuentran

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Carmen Karin Aldrey Las ninfas también tienen sus días malos. Cuando Cleodora salió del inframundo estaba lloviendo a cántaros, esa fue la primera parte del infortunio. La segunda fue caminar por las calles anegadas en agua, soportar estoicamente los remolinos de la ventisca que retorcieron su sombrilla y sentir que sus zapatos, sumergidos en los charcos, salían de los pies como peces huyendo del anzuelo. Su manto cuidadosamente acicalado chorreaba que daba pena y cuando llegó al Pindo hasta el oráculo podía exprimirse. Por si fuera poco estaba padeciendo en los últimos tiempos de una extraña melancolía, trabajaba demasiado, le dolían las rodillas quizás por su rigidez de estatua, las Carmen Karin Aldrey. Los espíritus de Júpiter

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Cleodora hisminas le halaban las orejas sin ton ni son, se despertaba en plena madrugada y luego se desvelaba, para rematar los autobuses del Parnaso pasaban a veces cada media hora o sencillamente aparecían cuando les daba la gana, y disposiciones ejecutivas del Olimpo le habían hecho quedar mal con las nereidas, que además también habían sido arrastradas por la tormenta. Encima de todo eso se había quedado sin almorzar por lo que el día de pronto se había convertido en noche y su estómago en una maquinaria furiosa, demandante, de una vaciedad insoportable. Ese día Cleodora se juró ser diferente, dejar de vivir en los árboles… no ser inmortal.


HEBERTO PADILLA entrevista a

Rómulo Gallegos en 1949

Gracias al amigo Orestes Fuente, escritor y pintor nacido en Pinar del Río, al igual que Heberto Padilla, publicamos esta entrevista realizada por Heberto al famoso escritor venezolano Rómulo Gallegos, de visita entonces en Cuba.. Un pequeño homenaje de LLM al valiente pueblo venezolano. Esta es la información que el amigo Orestes Fuente nos envió junto a la fotocopia de la entrevista: “Como verás, no sé por qué, le llaman “Everto” y no “Heberto”. La entrevista es de 1949, por lo que si él nació en 1932, ! vaya, entrevistó al Presidente venezolano con 17 años!!!! !Wow!. Como tarea te dejo que averigues qué se hizo la novela aobre Cuba que anuncia Gallegos en la entrevista y que llamaría “La isla de corcho”. La revista era del Comité Todo por Pinar del Rio.”

ENCUENTRO Aquella mañana devino un día pleno, un día sin menguas. Lo son siempre esos días de homenajes locales, en que un pueblo premia la calidad humana de sus hombres, su utilidad pública vertida en algo concreto, en algo fecundamente noble. Lo son, esencialmente, en esos instantes en que el valor humano pretende afiebrase a la “época del desprecio” de que habló Malraux, y en que todo parece polarizarse en un olvido tercamente indiferente. Lo fue aún más en aquel día en que Elpidio Pérez — profesor de muchos años de fecunda lucha— sintió el pecho colmado de ese

júbilo tránsido que es definición de grandes emociones. Y allí en el homenaje que nuestro pueblo le ofreció al doctor Pérez Somoza, merecidamente, algo trémulo, y digno como un hallazgo, aconteció; algo de asombro, de cosa inesperada, que inesperado es todo lo que llega de sorpresa, y de sorpresa llegó, entre la salva de aplausos, de alientos suspendidos y corazones en vilo, el ancho rostro caldeado y la sonrisa de entera franqueza de Rómulo Gallegos. Ni que decir los “¡Viva Venezuela libre!” que aquella mañana se escucharon en el Teatro “Aída”: ni qué decir, tampoco, lo que sentimos nosotros cuando el Dr. 11


Enrique Díaz Ortega nos gritó en la tramoya “Ahí está Rómulo Gallegos”. Y entre niños vestidos de ángeles, castañuelas y panderetas, cartones en verde que mentían bosques, niñas con pupilas de miedo, chiquillos vestidos de mariposas, y el juego lúcido de los contrastes, nosotros corrimos a encontrarle. Era la culminación de un largo anhelo, acariciado noblemente, era la oportunidad genuina de estrechar la mano del genial creador de “Doña Bárbara”, del hombre que asumió la responsabilidad política más alta de Venezuela, y que fue agredido, brutalmente, por la tiranía antipopular; era la presencia de un hombre que lleva en la digna profundidad de las arrugas, el mapa de un país americano “todo horizontes como la esperanza, toda caminos como la virtud”, pero que hoy discurre su trágico caminar político-social, clavado un tanto a su ensombrecido destino de pueblo petrolífero, de pueblo explotado y surcado de latifundios y tiranías, y henchido de rebeldías y sacrificios. Pueblo de angustias: remolino de canto y grito: sangres libres como las aguas crudas del Orinoco que traban el carácter y la profundidad telúrica del paisaje, para categorizar en la vida y en la historia. La agonía abierta de lo que en más de tres generaciones ha sacrificado existencias, alegrías y juventudes.

LA CHARLA

Después de terminado el acto, nos dirigimos al hotel “El Globo”, donde se hospedaba Rómulo Gallegos, con el propósito de entrevistarlo especialmente para esta Revista. Nos acompañaban el Gobernador Provincial Cirilo M. Bugalto, su secretario Raúl Delgado Baguer, compañero perioista, el profesor Armando Díaz Bravo y el Secretario de Agricultura. Mucho se habló y debatió aquella mañana. Nosotros aprovechamos todas las palabras para sacar impresiones en torno al problema venezolano. —¿Cuál ha sido a su juicio la actitud de los intelectuales venezolanos ante la junta militar? Rómulo nos mira con una especie de tristeza, como queriendo apresar todos los hechos para plasmar objetivamente la realidad política de su país en la actualidad. —Los intelectuales de mi país ante la junta militar, que gobierna en estos momentos a Venezuela, han tenido la actitud de colocarse al lado de las espadas, no de las espadas nobles, sino de las espadas que usurpan los poderes públicos, que han sido ganados en elecciones genuinamente democráticas. Me refiero a los intelectuales que viven actualmente en nuestras tierras en estos momentos. —¿Podría citar algunos, señor Presidente?

En la foto (de muy mala calidad), de izquierda a derecha: Heberto Padilla, Rómulo Gallegos y Ángel Mariño

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—Tenemos el caso de José Rafael Pocaterra, Embajador de Venezuela en el Brasil, que cuando yo asumí la Presidencia de la República, sentado yo en Palacio, exclamó, con júbilo: “Por fin, por fin, veo sentada nuestra siembra.” y poco después de derrumbado mi gobierno por la tiranía militarista, voló de inmediato a Washington, a pedir el reconocimiento de la Junta Militar venezolana... —¿Y cree usted, señor Presidente, que el Gobierno del doctor Carlos Prío reconozca a la Junta Militar? Rómulo Gallegos trenza una sonrisa como amagándole al silencio, pero en seguida arguye: —— Prío no está dispuesto a eso. Hay presión en torno a él por los que se sienten afectados por sus intereses, pero según las últimas noticias que a ese respecto poseo, todo indica que no será así. —¿Y si esa Junta Militar se reconociese? —Si Prío reconociese esa Junta Militar, lo haría por la presión de muchos intereses. Pero reconózcala o no, siempre estaremos agradecidos al gobierno cubano, por sus atenciones y hospitalidad. Y no sólo al gobierno, sino a todo el pueblo de Cuba por el entusiasmo y su adhesión al movimiento revolucionario venezolano. Y vuelvo a repetirlo, los intereses de un país son fundamentales, y a veces un hombre de gobierno, o un gobierno, no simpatizan con un movimiento político de otro país, y por razones económicas, políticas y sociales, se ven precisados a darle el reconocimiento. El profesor Díaz Bravo arriesga una pregunta:

—Díganos, señor Gallegos, ¿éstá usted en comunicación con los elementos revolucionarios para que éstos logren de nuevo que usted vuelva a ocupar la presidencia de Venezuela?... Rómulo Gallegos parece sorprenderse y buscando una evasión puntualiza cortante: —Yo soy el Presidente de Venezuela, amigo Profesor. Se hace un silencio parejo, invertebrado. Nosotros salvamos el instante arriesgando otra pregunta: —¿Cree usted que América va hacia la derecha o hacia la izquierda en los ideales políticos? Ya ganada la primera tregua, Gallegos responde con firmeza, sin dar pausa a sus orientaciones. —América da muestras palpables de oscilar hacia la derecha en los ideales políticos. Los choques de guerra inclinan a los pueblos hacia la derecha en política. Sin embargo, no dudo por un momento que nuestros pueblos americanos ya tienen una conciencia personal de los problemas internacionales y ya obran de por sí, sin influencias que los obliguen a decidir sobre sus actuaciones o manifestaciones de política mundial. Yo tengo fé en América, porque América es continente de futuro. La palabra de Rómulo Gallegos se va haciendo grave, casi apagada, repitiendo lentamente: “¡Hay que tener fé en América!”, de esa fé parecían relampaguearles los ojos aquella mañana. Daba gusto verle la palabra revuelta entre las pupilas. Todo lo decía en tono mayor, como asombrado de su propio exilio. Ahora hablaba en voz ténue y todo se hacía una onda vibrante de 13


corazón desnudo. Nosotros interrumpimos el silencio, de nuevo, con otra pregunta: —¿Está usted realizando una obra sobre nuestro país? —Estoy acariciendo la ambición de hacer una novela cubana, es decir, no cubana, sino con Cuba. —¿Una novela costumbrista? —De mi género, precisamente. Vengo por aquí, porque deseo conocer a toda Cuba. Alguien interrumpe (buen exponente, para la novela en cuestión). —-Señor Presidente, a mí me gusta usted más como político que como novelista, porque ¡la verdad!, los literatos siempre andan por las nubes. Y “cuidado”, no vaya a hacer usted como Vargas Vila que confeccionó un fichero sobre Cuba y no escribió libro alguno. Díaz Bravo trata de salvar la ocasión. Nosotros lo secundamos. Y Rómulo Gallegos enjuicia tajante: —-Bueno, sobre Vargas Vila le diré que nunca me interesó. Fue un orfebre de la prosa. Perfilaba una palabra para lograr el ritmo en ellas. Pero jamás pudo poner el corazón sobre la tierra, no pudo sentir un pueblo, ni el suyo ni los demás. Tenía talento, eso sí. Y a mí por lo contrario, mi preocupación esencial es lo social y lo político, de mi pueblo y de todos los pueblos. Y aunque no sé si lo lograré, mi mayor anhelo es llegar a la médula de la “cosa cubana”. Tengo la novela comenzada —sigue diciendo— y la intitulo “La Isla de Corcho”. Ya sé que existe esa frase entre ustedes, pero mi modo de tomarla es haciéndola en correspondencia con esa frase tan cubana: “¡No hay problema!”. Y esa frase es de optimismo, no es de preocupación sino de confianza. Este pueblo se siente a sí mismo. “¡No hay problema, esto flota, esto es corcho...!”. 14

Sin apenas darnos cuenta, las horas se han ido prolongando. A las dos de la tarde dejamos a Rómulo Gallegos ese día, con la aspiración de vernos más tarde en el recibimiento que le hizo el periódico “Vocero Estudiantil”. Cuando la luz se diluyó en el firmamento, despedimos a Rómulo Gallegos camino de La Habana. Aquella mañana devino un día pleno, un día sin mengua, y ya en el horizonte morado como el martirio venezolano, se hacían las primeras estrellas del cielo de Junio. Heberto Padilla (Pinar del Río, Cuba, 1932- Alabama,

2000), poeta, escritor y periodista, autor de varios libros. Aunque no dejó una extensa obra literaria, toda ella marcó para siempre la literatura cubana. En 1982 fundó con Belkis Cuza Malé este magazine. Su vida y su obra conforman el llamado “Caso Padilla”. Esta entrevista, olvidada hasta ahora, tiene el tono y la candidez del adolescente, pero sin duda es un texto ya histórico. Linden Lane Press

VISIÓN 21/21 Tomos I y II Baltasar Santiago Martin


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ené Dayre Abella

NOTA OBLIGADA PARA UN PREÁMBULO ¿Mis versos? Me nacieron un día con terrible explosión sentimental. Hijos del hastío de vivir en perenne laceria son el eco exaltado de una purga interior. Reflejan fielmente los espasmos del alma. Esa aguda epilepsia del espíritu que no expresan a veces las palabras.

POEMA A UNA MUCHACHA QUE LEE Apenas levanta la mirada del libro y me saluda con sus ojos. Luego regresa a la lectura y se pierde en unos páramos inmensos. Abstraída no advierte que la espío y que me pierdo con ella por esos páramos o por vergeles umbrosos o sombríos.

Juan Ego

Por eso los quiero. Por eso, vacíos, mediocres, imperfectos los conservo. Aunque para nada sirvan.

CON LO QUE QUEDA DE ESTE DÍA Con lo que queda de este día nos perderemos juntos en una aventura. Nos iremos a navegar en un bote verde. Y con un poco de suerte quizá encontraremos a la brumosa isla de Thule o al inaccesible Shambala. Yo sólo me conformaría con encontrar ese punto donde según Rimbaud* el mar y el sol se mezclan para formar así la Eternidad. 15


MARCOS A Mayte Vilán, fabulosa actriz a quien admiro y que tuvo la virtud de arrancarme una acentuada depresión.

¿Qué habrá sido de aquel loco feliz, que pagaba su desayuno con botones? Nunca faltó un bolsillo generoso que pagara en monedas contantes su café. Nadie supo cómo llegó al pueblito. De creerle, navegaba en un barco y naufragó justo en nuestras playas. También conoció el África salvaje presumiendo aventurados safaris, y emocionantes aventuras. Un buen día desapareció para siempre. Sin dejar huellas tal y como había llegado. Los supersticiosos decían que no era humano. Quizá un agénere o un duende muy travieso. Cuando ya todos te han olvidado, sólo yo te recuerdo, mi buen Marcos.

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Juan Ego

LA TRISTEZA Tu es inscritte dans les lignes du plafond” * Paul Eluard En un viejo sillón está sentada la tristeza. Me deslumbra la belleza de su rostro, sobre todo, sus ojos, que escrutan ávidos los rincones y acaban posándose muy fijos en mí. Me conmueve también su sonrisa, nunca tan cerebral como la que Leonardo le pintó a su Gioconda, apenas esbozada. La tristeza es una frágil muñequita. Es tan frágil que cuando la toco se deshace tímida entre mis dedos.


BALADA POR LA ANTIGUA PENA A la memoria del poeta y educador, Don Luis Augusto Méndez. Voy caminando solo por senderos oscuros. Sembrados por abrojos, espinos y cardos. Por la estrecha senda que lleva a la vida, gritándole al viento el dolor inmenso de mi triste herida. Esta sucia herida. Esta negra sombra. Esta vieja pena que en mi subconsciencia yo llevo escondida, es la que me lleva a soñar despierto con ángeles negros que agitan sus alas para alzar el vuelo. Son los mismos días, sin puestas, ni albas. Son las mismas horas que negras transcurren bajo un cielo pardo. Esta vieja pena es la que me obstina y un velo me pone para no ver la vida que a veces alegre discurre tranquila.

René Dayre Abella (Banes, Cuba, 1945). Poeta y escritor. De joven integró la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente (CJEAO) donde dió a conocer sus primeros intentos literarios. El Diccionario de Escritores Holguineros recoge su ficha biográfica, y aparece en la Muestra de la Poesía del Siglo Veintiuno, de la Sociedad Prometeo de Poesía, de Madrid, España. Colabora en numeros revistas literarias de América Latina y Europa. Ha publicado los poemarios Poeta en la luna de Cuba y Golpes en la pared, así como Banes en la memoria, libro de relatos testimoniales, todos publicados por Linden Lane Press. Reside en San Diego, California.

Carmen Karin Aldrey: Flores azules 1

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Elizabeth Garcés COLLIOURE:

La eternidad de Antonio Machado « Murió el poeta lejos de su hogar Lo cubre el polvo de un país vecino…. » El cantante español Joan Manuel Serrat lanza « Cantares » en los escenarios del mundo entero. Un tema dedicado al poeta Antonio Machado: el poeta que murió lejos de su hogar y que hoy está cubierto por el polvo de un país vecino. Collioure, un pequeño pueblo costero del sur de Francia es la tierra que acogió al poeta español en su huída hacia el exilio. Un lugar en el que pasado y presente se mezclan con maestría, lo que permite que el visitante sienta que algo mágico se pasea en el ambiente. Todo el que va a Collioure dice que no lo puede olvidar. La carretera que conduce hasta este maravilloso pueblo tiene las montañas por un lado y el mar Mediterraneo en frente. Una fascinante extensión que se pierde majestuosamente hasta unirse con el cielo, en el horizonte. Las gaviotas surcan el paisage mostrando a los presentes que forman parte de la sublime creaciòn de Dios. Al llegar a Coilloure un enorme Cristo crucificado recibe a los visitantes. Una obra de un talento sin igual. El pueblo conserva los detalles de épocas pasadas: la iglesia, la Fortaleza Saint Elme, el Castillo de los Reyes de Majorca… todo se une con el modernismo de forma sutil, sin que nada se altere. No muy lejos de la playa, al final de una estrecha callecita, se sitúa el diminuto cementerio. La paz se respira desde mucho antes de llegar. El corazón del turista comienza a latir con más fuerza mientras toma la cámara fotográfica para no olvidarla. El visitante sabe que entrará en un lugar en el que la Historia se dió cita un día. Se llega a la puerta del cementerio y en seguida se divisa una tumba en la que flores y una bandera española reciben a todos con orgullo. Es la tumba del poeta español Antonio Machado. Siempre esta rodeada por muchas personas: chinos,

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américanos, italianos….y españoles. La gente toma fotos, otros escriben algo en un pequeño papel que luego depositan en un buzón puesto allí para tal efecto; hay quien se queda rezagado para hacer una oración. Una bandera española cubre la tumba como queríendo recordar al mundo que Machado es su hijo y que España lo protege. El cementerio es pequeñito, hay muy pocas tumbas y muchos árboles que ofrecen sombra todo el tiempo. Los pájaros cantan constantemente y el visitante siente una fuerza emocional distinta. El recogimiento se impone muy naturalmente ante la tumba del maestro. No hay palabras para expresar lo que se siente ante aquél pedacito de tierra que da morada a los restos de este ser elevado por la cultura. Cuando estalló la guerra civíl española, en julio de 1936, Antonio Machado se encontraba en Madrid. Fue llevado entoncés, junto a Leonor, su madre, y dos de sus hermanos, Joaquín y José, a Valencia y más tarde a Barcelona. Carmen Karin Aldrey: Lava


Al caer la Segunda Republica española huyeron a Francia. El pequeño grupo atravesó las montañas, la abrupta cadena montañosa que no es otra que los Pirineos Orientales que dividen Francia y España. La madre de Machado venía enferma y muy cansada, por lo que sus hijos la traían en andas durante todo el camino. Un trayecto desesperado y trágico. En Collioure no estuvo mucho el poeta español, al poco tiempo de haber llegado murió, fue el 22 de febrero de 1939. Tres días después, murió su adorada madre. Antonio Machado forma parte del arte que envuelve a Collioure, tierra por donde han pasado muchos artistas de prestigio. Henri Matisse, uno de los pintores vanguardista de principio del siglo XX se refirió en estos términos a Collioure : « No hay en Francia un cielo tan azul como el de Collioure, de hecho no cierro las ventanas de mi habitación y asi tengo todos los colores del Mediterraneo en mi casa ». Vinieron a Collioure Pablo Picasso y muchos otros pintores que deseaban captar la luz de este pueblo costero. Disfrutaron, también,de un mar en calma que juega con las montañas. Collioure se encuentra a 20 kilómetros de la frontera española. Pasó definitivamente a la monarquia francesa en el siglo XVII. El Rey Sol Luis XIV ordenó la renovación del castillo medieval, convirtiendolo así, en el fuerte que preside el centro del pueblecito costero.

El buen vino, las anchoas tipicas del lugar, el hablar constante de los habitantes y de los turistas que llenan las estrechas calles, hacen de Collioure un lugar único. Como para recordar que la arqutectura no se queda en un segundo plano se levanta la torre de la iglesia Notre Dame des Anges,principal símbolo del lugar. Collioure ha sido llamada, cariñosamente: « la ciudad de los pintores », mientras que cuenta una leyenda que cuando Antonio Machado murió se encontró en uno de los bolsillos de su chaqueta unos versos que decían: « Estos días azules y este sol de la infancia » Antonio Machado, el poeta, disfruta por siempre de los días azules en un pueblecito costero del Sur de Francia.

Elizabeth Garcés nació en Palma Soriano, Cuba. Hace más de treinta años que vive en Francia. En los ochentas colaboró en el periodico español «Carta de España» junto al periodista Benigno Ruíz Arías. Publicó en «La Casa Azul —un suplemento entonces de «Linden Lane Magazine»—, un relato sobre un conejito que estuvó en su familia al principio de vivir en Francia: «El Conejo que no quería serlo». Y en la actualidad ese relato se ha convertido en un libro, ahora a la venta en Amazon.

LINDEN LANE PRESS

BENIGNO NIETO Mahoma: el desafío permanente es un libro duro pero a la vez tolerante, imaginativo y muy inteligente sobre un conflicto que a todos nos pone los pelos de punta. Una lectura imprescindible para intentar entender algo que a nosotros los occidentales parece estar vedado, el acto monstruoso del musulmán que es capaz volarse en pedazos con una bomba para reafirmar su fe en un código religioso de hace miles de años.

Luis Agüero

MAHOMA, EL DESAFÍO PERMANENTE

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Matías Montes Huidobro CARAVAGGIO: JUEGO DE MANOS (Fragmentos) Y LA LUZ SE HIZO caravaggio

Cesta de frutas (1599) Milán, Pinacoteca Ambrosiana

Todo lo que era se lo debía a sus enemigos. Cada vez que le hacían una trastada (y muchas le hicieron) pintaba un cuadro. De algo le había servido que los hermanos Cesari lo pusieran a pintar frutas, porque inventó la naturaleza muerta, cuando menos en Italia, y de una manera muy diferente a como lo hacían los holandeses. Sin conchitas y mariposas revoloteando alrededor de ellas. Unas frutas en acción. O en su sepulcro, entre la vida y la muerte. No en balde se decía que aquella cesta de frutas era un manifiesto, porque algunas de ellas estaban podridas. Pero al mismo tiempo, un acto ritual, como en el gótico, sobre un fondo

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dorado, neutro, plano. Entre la ilusión y el desengaño. Un regalo, un ofrecimiento. Fue colocando las frutas, cuidadosamente, en la cesta. Los higos. La manzana. El melocotón. La pera. Cuatro racimos de uvas: moradas, rojas y color de miel envueltas en una pátina de polvo. Listas para llevárselas a la boca. O para sacárselas de ella. Una cesta de frutas, realmente, muy bonita, muy decorativa. Maduras. Sabrosas. Suculentas tal vez. Y podridas. Dos uvas arrugadas, secas casi convertidas en pasas. La manzana con un hueco que le hizo, posiblemente, un gusano. La pera, apolismada. Coloca, decorativamente, unas hojas de parra, cuyas siluetas llaman la atención, pero algunas de ella están secas y marchitas, comidas por los insectos. Todo minuciosamente calculado.


Ni más ni menos. La composición de un perfeccionista. Y sin embargo… Resplandecen sobre un fondo dorado que parece oro; pero no es oro todo lo que reluce. Hay una tensión, un suspense, un desasosiego, como si algo fuera a pasar de un momento a otro, nos tendieran una trampa y todo fuera una mentira. Se teme casi la mordida del lagarto o de una vagina dentada. “¡Vanidad de vanidades! ¡No somos nada! Nada queda. Polvo eres y en polvo te convertirás”. En la inmovilidad de los personajes (las frutas) se percibe la movilidad del tiempo. El final donde todo termina. El desagradable sabor de unas frutas donde ya se huele, distante, la podredumbre. Llevársela a la boca o dejarla sobre la mesa. No se parece en nada a esas naturalezas muertas de los holandeses donde no pasa nada y el tiempo, sencillamente, se ha detenido en la perfección de lo inorgánico, en la permanencia de la piedra. Una naturaleza muerta. Estamos frente a una tragedia biológica. No somos nada. Se aleja. Las mira, sobresaliendo sobre la baldosa. ¿Una alegoría? ¿Una resurrección? Bueno... Es posible... Tal vez... Del jugo de la uva sale el vino: la sangre de Cristo, la salvación, muerte y resurrección. Bueno... Quién sabe... Coloca la cesta (¿el cuerpo de Cristo?) al borde del cuadro (la mesa, la lápida sepulcral) en una situación precaria, a punto de caer en el abismo. La cesta de frutas estaba ahí. Impasible. Quieta. Sosegada y ecuánime. Serena e indiferente. Sin meterse con nadie. Segura de sí misma. Sobre aquel intenso fondo amarillo que la iluminaba. Pero, sin embargo, no obstante ello, sin darnos cuenta, a pesar del esplendor de “el durazno, el membrillo, los higos verdes perfectament intactos”, nos dice Robb, “la pera está pasada, la manzana tiene un agujero hecho por un gusano, algunas de las uvas están arrugadas, los higos morados tienen la piel reventada, las perfectas hojas de durazno están comidas por insectos…”, las frutas se están pudriendo, como todos nosotros” “Aquella cesta de frutas era un manifiesto” LO QUE NO FUE

Muchacho pelando una bergamota (1593) Roma, colección privada

Del pasado no había quedado nada. Mucho menos de Caravaggio, aquel pueblo del cual no quería acordarse y del que había partido dos años después de la muerte de su madre, Lucia Aratori. Roma, 1592. Protegido (¿?) por “Monseñor Ensalada”, Pandolfo Pucci, y pintando cabezas en el estudio de Guiseppe Cesari, un cabrón que lo explotaba. Un pintor muerto de hambre. Su mejor amigo, Mario Minniti. 1595: Anna Bichini y el Cardenal del Monte, que es otra historia. La daga la empuñaba en el costado y las pelotas de hierro las llevaba en los bolsillos de los pantalones. Como si surgiera de la memoria, antítesis de toda aquella orgí++ a del negro y el erotismo que iba a bullir en sus pinceles poco después, emergía aquel Joven pelando una naranja, como también se ha dicho; más exactamente pelando minuciosamente una bergamota, una pera jugosa, ligeramente amarga y deliciosamente perfumada, con el cual había empezado todo antes de la pérdida de la inocencia. Sin malicia, sin intención, sin pito al aire. Pero aromática. El bergamoto que produce la bergamota. ¿Masculino o femenino? Exactamente: un muchacho pelando una bergamota. Una confusión que tendría sentido. Cuidadosamente. Haciendo su trabajo. Lo había pintado en 1593, ya en Roma, con una camisa pulcra e impecable, el pecho al descubierto, antes de que se diera paso a la insinuación y se cubriera de mierda de arriba abajo. ¿Quién era? ¿El o el otro? ¿Minniti? ¿Un desconocido? ¿Alguien copiado del natural que no había existido jamás? Narciso antes de Narciso, con la misma camisa que se podía reconocer bajo el chaleco de Narciso. La Medusa antes de la Medusa. La memoria y el olvido. Aquel muchachito no parecía matar una mosca. Quizás fuera la dieta de vegetales al que lo tenía condenado Pandolfo Pucci mañana, tarde y noche, con el estómago pegado al espinazo. ¿Era acaso aquel muchachito que no tenía donde caerse muerto? Pero ¿quién era? Aquel muchacho era el subconsciente de la memoria. Lo que no fue. Lo que pudo haber sido. ESPEJISMOS

Narciso (1599) Roma: GalerÍa Nacional de Arte Antiguo, Palacio Corsini

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Michelangelo! ¡Michelangelo!”. Creyó reconocer su propia voz, la de aquel Narciso que se le atribuía pero que era medularmente suyo, distorsionada y muda que se escuchaba desde el fondo del agua, en aquel sepulcro de lúgubre transparencia introspectiva, que miraba hacia adentro; un charco, para ser exactos, en cuyas sombras pintaba una irrealidad (él) que se disolvía en el lodo. Aquella llamada lo había acompañado siempre desde la fecha de su nacimiento por los espacios abiertos de Lombardía, las callejuelas tortuosas de Caravaggio, los adoquines del Castillo Sforza en Milán, y después, por los altares de Roma, las miserias de Nápoles, las fortalezas de Malta, las playas de Sicilia, hasta el momento final de aquel punto desconocido en las márgenes del Mediterráneo donde había recibido la última estocada. Al más ligero contacto del pincel sería el otro. Giraba dentro de sí mismo, en una composición circular que daba vueltas. No oía nada porque escuchaba el eco de la palabra que no se habían dicho, perdido, buscando dentro de aquel pantano. Quizás un “angelo... angelo...” que aleteaba en la noche del cuadro o se disolvía en el agua, uno de sus ángeles, el torso desnudo, envuelto en una toga blanca: un ángel de Caravaggio. Apenas podía sostenerse y las rodillas se le doblaron, Narciso cayendo sobre aquella lápida sepulcral al borde del charco mugriento, una rodilla cubierta por una tela verdeazulada, con aquella enigmática y casi femenina costura, y la otra rodilla desnuda, circular, cósmica y metafísica, entre el cerebro y el glande, aquel templo que era la cúpula de la bellota. Pero era él, ¿el otro? ¿ambos a la vez? ¿el espejo que se contradecía? ¿Una misma cosa? ¿Una conjunción de imposibles en un cuerpo despedazado? La perspectiva engañaba la realidad y Narciso creaba la pintura. “¿Qué era la pintura”, preguntaba León Battista Alberti, “sino la acción de abrazar, a través del arte, la superficie del agua?” Se hundía en la fuente de la muerte, envuelto en aquel jubón de damasco que apresaba aquella camisa de anchas mangas platinadas que como el plumaje oscuro de algunos de los ángeles que había pintado parecían ennegrecerse, con otro brillo, en el lodo. Cruzaba la laguna Estigia donde él se convertía en su propio barquero de la muerte. Todo era la realidad ilusoria de círculos concéntricos alrededor de aquella rodilla desnuda que era su calavera. El agua lo abrasaba, lo agitaba, lo consumía en el ardor de una vida que se le iba en un beso mortal que le ardía en la boca y creaba aquella tensión que es el aire que se respira. Estaba en un callejón sin salida. “¡Michelangelo! ¡Michelangelo!” ¿Quién lo llamaba? ¿Quién lo seducía? ¿El otro que era él? ¿El mismo? Un beso que se disolvía en el perfil del agua. El beso de la muerte. La incorporación del Amado dentro del Amado: el Yo dentro del Yo: una deglución. Si soy el deseo del yo en el otro, no soy, o soy en el deseo transferido. Soy el doble que me enfurece, que me deshace. La asimilación que me anula. La llama encendida que él mismo había avivado y no podía apagar y que era tan suya que estaba destinada a consumirse en el fuego que le ardía por dentro: era la tortura de Narciso. Donde se apoyaba su mano derecha en el límite mismo del sepulcro, en el antes que era la vida, se sumergía

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su propia mano en el agua que era la muerte, y formando un círculo llegaba al otro extremo del agua y renacía en el brazo desnudo que revivía: un círculo perfecto que giraba alrededor de un eje, la rodilla al descubierto que era el cráneo, colocada precisamente en la posición erecta del falo: el cerebro del deseo, que todo lo domina. “¿Yo? ¿Ese era él? ¿Aquel muchacho de pelo rojizo que le caía sobre la frente, el perfil perfecto, la boca entreabierta? ¿Yo? ¿Narciso?” No tenía sentido, porque él nunca había sido una belleza: agresivo, estrictamente masculino. Aquella multiplicidad lo había desgarrado, hecho pedacitos, como si cortara la piel de su pellejo con una daga afilada. Pero el otro, el que yacía en el pincel, un joven bastante bien parecido, con un chaleco elegantemente decorado, y sobre todo aquel perfil, aquella ansiedad, aquel anhelo de querer alcanzar lo inalcanzable, aquella búsqueda: un beso que quedaba en el aire. ¿Enamorado de sí mismo? ¿¡El?! Se reconocía y se desconocía (¿David? ¿San Juan Bautista? ¡¡¡¿¿¿Holofernes???¡¡¡”). Yo soy él y él soy yo, dividido con un cuchillo, amándose y odiándose al mismo tiempo: un amor imposible. Se quemaba en la llama que él había creado. ¿Cómo iba a poder vivir aquello? ¿Cómo

MAYA ISLAS mayapoeta@gmail.com

LA DIVINIDD QE DEVORA

lA DIVINIDAD QUE DEVORA


abrazarse en el fondo de la fuente? El doble configuraba el uno. Tendría que ahogarse para saberlo. No podía separarse de su cuerpo. Aquella pasión turbulenta por el Yo, que era el otro. “Si la pintura creó a Narciso, fui Yo quien lo hizo. Exactamente, Yo. Michelangelo Merisi da Caravaggio. Yo y sólo Yo; antes que Yo, nada; después que Yo, nada”. El agua no podía traicionarlo, pero si podía ahogarlo. Sólo pintando tal vez, pintándose más exactamente, pintándose en todos los autorretratos: Baco, David, Goliat, Holofernes, Medusa, Amor Victorioso, San Juan Bautista, San Francisco, San Jerónimo, Santo Tomás, Hecce Homo. Todos y cada uno de ellos. Contemplaba el agua nocturna, aquel lodazal donde se reflejaba la noche, su propia sombra de Narciso en lo profundo del espejo. Pero nada podía ver en aquella oscuridad que él había creado. Se metía dentro de sí mismo sin poder salir: todo él era una reflexión sobre la muerte hacia un punto desde donde no había regreso posible y en el cual, finalmente estaba, físicamente, y al mismo tiempo, sumergido en un cosmos que giraba. Purificación, muerte por agua. Físicamente, porque síquicamente no era suficiente. Una introspección, un escrutinio cerrado, hermético, sin preguntas explícitas y sin respuestas. Una contradicción permanente. El Vesubio en erupción, como si fuera el corazón de Nápoles. Una eyaculación gigantesca. Trataba de no caer para no verse reflejado en lo profundo del fango, pero el peso del cuerpo lo llevaba hacia abajo y descendía por aquel túnel que era el oscuro total del negro, aquel último claroscuro que era el fondo del agua donde se habían escondido todos los pinceles. Con los ojos cerrados se veía en la muerte, una reflexión ante la muerte, leyendo su pasado, su presente y su futuro, desentrañando lo que no podía desentrañar ni ahora ni después, que no era más que una posible calavera desenterrada en Hercole.

Puerta de Golpe.

Hamlet ante la calavera del bufón, bufón él mismo. Desfigurado, ligeramente hinchado, un reflejo de sí mismo que no acaba de reconocer, desentrañar, pura introspección. Un análisis de lo inexplicable separando el yo y el yo, el ser y el espejo; un análisis de la muerte que en esencia era todo lo que iba a pintar; una búsqueda, un amor sin explicación y sin sentido, enigma, nada. Ahora tal vez, muerto ya, en el fondo del infierno, encontraría la explicación, el secreto mismo del bergamoto, aquel perfume que lo embriagaba, y hasta en la profundidad negra del agua trastocaba aquellas cabezas cercenadas que flotaban en la negritud del espejo. El suplicio feroz de lo inalcanzable lo despedazaba. Estaba entre el bautismo y la extremaunción. La tortura de Filostratus y de Ovidio, besarse, poseerse acuosamente, darse, entregarse, buscarse en el círculo vicioso de sí mismo, un callejón sin salida, una metamorfosis del deseo, de la identidad, de la vida y de la muerte. Narciso deglutiendo a Narciso. Se metía dentro de sí, para encontrar su incógnita que no encontraba: el amor de su vida.

Matías Montes Huidobro (Cubano. Profesor Emérito, Universidad de Hawai). Con una extensa obra dramática y ensayística, además de haber publicado diversos poemarios (Nunca de mí te vas, 1997; Un salmo quisiera ser, 2015; Bilongo, 2016) tiene una extensa producción novelística que incluye Desterrados al fuego (1975), Segar a los muertos (1980), Esa fuente de dolor (Premio Café Gijón, 1997), Parto en el cosmos (2001), Concierto para sordos (2002), Un bronceado hawaiano (2012), Cartas de Cabeza (2016) Una saga yoruba (2016). Caravaggio: juego de manos, (2017), será presentada en la Feria Internacional del Libro de Miami en noviembre de este año.

Mi antología personal de

Heberto Padilla

Una selección de los poemas de Heberto Padilla, con algunas fotos personales y entrevista realizada a Padilla en 1987 por el poeta y escritor peruano Miguel Angel Zapata.

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Vicente Echerri

Retrato del libro como cómplice A mi amigo Pedro Yanes, que me indujo a escribir esta historia. Por el tiempo en que me preparaba para ingresar en la universidad, en 1967, publicaron en Cuba la Historia de la literatura universal del belga Paul Van Tieghem, traducida y ampliada en español por Rafael Tasis. El libro, como cualquier otro de su clase, escrito con la ambición de darle cabida a todos los escritores y obras importantes desde la antigüedad, no dejaba de ser un catálogo de nombres y fechas en que se intercalaban las rotundas opiniones del autor. Sin embargo, para un adolescente interesado en el tema podría resultar un útil índice referencial. Servía también a los fines de un obligado canon de lecturas. Tal vez ése era su propósito. Cuando al año siguiente entré en prisión —que, en más de un sentido, sería para mí una valiosa academia— pedí que me llevaran el libro de Van Tieghem, el cual me acompañó todo el primer año que pasé en el llamado “plan de reeducación”. Al decidir extinguir mi sanción entre los “plantados”, dejé todos mis libros, por temor a perderlos, con uno de mis compañeros reclusos. No bien llegado al Centro de Seguridad No. 4 (que más de 40 años después sigue funcionando como establecimiento penal) y antes de entrar con mi nuevo uniforme amarillo en confinamiento solitario (donde pasé un mes de castigo por haberme declarado en rebeldía), pregunté qué libros me dejaban tener en mi nueva situación. No me olvido que el oficial a quien le hice la pregunta me respondió: “De todo, ¡hasta la Biblia!”. Un mes después, en enero de 1970, me hacían llegar —no me acuerdo ahora por qué vías— los libros que había dejado en el reclusorio anterior. Entre ellos venía el texto de Van Tieghem, al que acudí muchas veces en busca de algún dato, en medio de las otras lecturas y estudios que emprendí en esos 18 meses que aún habría de pasar en la cárcel. De esa época son unos cuidadosos subrayados en rojo que hacía, auxiliado por una regla, de la información que quería destacar; por ejemplo, del más célebre de los poetas persas resalté lo siguiente: “La forma epigramática de las cuartetas, llamadas ruba’i, ha ganado celebridad universal en la obra de Omar KHAYYAM (?-1123), gracias principalmente a la traducción (o mejor re-creación, infiel

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en muchos aspectos al original) que de sus Rubaiyat dio el poeta inglés Fitzgerald en el siglo XIX”; o, en otro momento, sobre una de las características de la poesía china antigua: “Estas poesías de la época de Wu están recopiladas en gran parte en un libro, el Yo-fu, nombre que ha designado desde aquel momento a toda colección de poesías acompañadas de música. La tradición hace remontar a este reinado el origen de la poesía como género independiente”. El último año, de relativo ocio, que viví en Trinidad luego de mi salida de prisión (de mayo de 1971 a mayo de 1972) comencé, por propia iniciativa y sin que mediara ninguna remuneración, mi trabajo de traductor. Me estrené en este oficio del que he vivido por los últimos treinta años con un libro sobre los rollos del mar muerto (“The Meaning of the Dead Sea Scrolls” de A. Pawell Davies, que puedo ver desde aquí, mientras escribo. La búsqueda de citas de Filón de Alejandría, Flavio Josefo y Plinio el Viejo (que ciertamente habían sido traducidas al español de sus lenguas originales hacía mucho y que quería glosar para mi traducción), me llevó a recurrir al prior de los dominicos en el convento de San Juan de Letrán en La Habana. En respuesta a mi solicitud, el P. Domingo Romero (áspero español de Zamora) me invitó a buscar —en tanto la ordenaba— en lo que llamaba la “expoliada” biblioteca del convento, la cual llevaba más de una década cerrada. Pasé todo el verano del 72 clasificando el polvoriento y derrumbado fondo de la biblioteca de los frailes dominicos por el método decimal de Dewey, que me era algo familiar y para lo cual, además, tomé un cursillo en la Biblioteca Nacional. Al cabo de tres meses —y luego de una vasta selección negativa— se alineaban alrededor de 5.000 volúmenes en una elegante estantería de caoba; pero sin que allí hubiera ni rastro de los textos que me interesaban. Mi trabajo de bibliotecario (casi más bien de arqueólogo) me consumía el día entero. Por la noche, en mi celda, le daba los toques finales a mi traducción sobre los rollos del Mar Muerto. Entre los libros que me acompañaban, junto con algunos diccionarios y unas cuantas novelas, estaba —


ya pueden suponerlo— el libro de Van Tieghem. En septiembre de 1972 ingresé en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, con el devoto propósito de convertirme en sacerdote de la Iglesia Episcopal. El seminario (institución gobernada por presbiterianos, metodistas y episcopales) tenía un alto nivel intelectual, casi tan alto como la perversidad de algunos hijos de puta que lo dirigían. Allí, en mi cuarto del amplio pabellón de los alumnos solteros —que durante el primer año no compartí con nadie— seguía estando el ejemplar de Historia de la literatura universal que ahora se avecindaba a mi Nuevo Testamento en griego, a la gramática de esta lengua, a la Historia de la Iglesia de Williston Walker, entre unos cuantos libros, propios o prestados, que constituían los fundamentos de mi currículo. A los pocos meses de estar en el seminario — exactamente en marzo de 1973— conocí a Roberto Valero, entonces un joven de 17 años que cursaba el preuniversitario. Recordaré siempre sus ojos deslumbrantes y su intensa curiosidad intelectual. La amistad entre nosotros prosperó pronto. Él tenía pasión por la naturaleza —las montañas, las cavernas, el mar— y una genuina vocación literaria. Solía venir a verme al seminario y dejaba flores silvestres en mi ventana cuando no me encontraba. Un día, de visita en mi cuarto, se puso a revisar mis libros de estudiante y reparó en el de Van Thiegem. Lo estuvo manoseando con vivo interés y, a la hora de volverlo a su

puesto, me dijo: —Sé que nunca me lo vas a prestar; pero si alguna vez te deshaces de él, acuérdate de mí. Ya es muy difícil conseguirlo. En febrero de 1975, yo abandonaba el seminario luego de que la facultad me suspendiera por haber denunciado, desde el púlpito de la capilla, el horror del presidio político y el silencio cómplice de las iglesias. Me fui a vivir a La Habana, al Centro Diocesano de la Iglesia Episcopal, en cuyas instalaciones residí los últimos cuatro años que estuve en Cuba. Mi vocación religiosa, hasta entonces bastante firme, empezó a verse insidiosamente agredida por la literatura. Lo que yo tenía, desde niño, por una segunda naturaleza, comenzó a exigir mayores fueros. Escribir no era ya un quehacer subalterno, sino una tarea de primera importancia a la que sólo se oponía mi pereza. Mi estudio del Centro Episcopal no tardó en convertirse en una capilla literaria, frecuentada por escritores y aspirantes a serlo. Un día Roberto —que ya estudiaba en la Universidad de La Habana— me trajo a Reinaldo Arenas, a quien había conocido por unos amigos de Holguín. Arenas se hizo un habitué de este círculo literario (en el que nunca, acaso lamentablemente, tuvieron lugar las orgías frenéticas que él le adjudica en sus memorias a un personaje que se me parece). Los textos literarios fueron desplazando en mi interés a los tratados teológicos que me habían cautivado por los últimos años. Entre mis libros seguía estando la Carmen Karin Aldrey: Building at Night

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Juan Ego Historia de Van Tieghem que alguna vez me servía para apoyar un dato o una cronología. Salí de Cuba para Madrid en octubre de 1979. Aunque Roberto me acompañó hasta el aeropuerto, días antes de mi viaje fui a Matanzas para llevarle algunos objetos personales, incluidos algunos libros, entre ellos el que me pidiera años atrás en mi cuarto del seminario. Poco más de seis meses después, y gracias a los sucesos que dieron lugar al puente marítimo MarielCayo Hueso, Roberto y yo nos encontrábamos en Miami para luego terminar viviendo juntos por unos pocos meses en Nueva York. En octubre de 1980, él ingresó con una beca en la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C., y su mujer en Cuba —con quien nunca volvería a reunirse— empezó a enviarle, con fidelísima dedicación, sus libros a Estados Unidos. Entre ellos vendría aquel ejemplar del libro que tan singular complicidad había tenido en mi vida y que ya no era mío. Alguna de las veces que visité a Roberto en Washington, en el nuevo hogar que había fundado con María Badías, debo

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haberlo visto entre sus anaqueles. No sé si alguna vez llegué a decirle que me habría gustado recuperar aquel libro que ya tenía para mí un valor puramente afectivo; no lo creo. Una sola insinuación me habría valido la más rotunda negativa. Debía entender que los regalos eran irrevocables. Pasó más de una década. Roberto Valero falleció prematuramente —víctima del mal de la época— en 1994. Poco más de un año antes, como pude constatar después de su puño y letra, había comenzado una lectura rigurosa del libro de Van Tieghem, que conllevaba el ambicioso proyecto de leer muchas de las obras fundamentales que éste citaba y con las cuales se sentía en deuda. Son de entonces, calculo, algunos de los subrayados y anotaciones que aparecen en esa letra descuidada y algo infantil que nunca le abandonó; otras anotaciones más viejas se remontan sin duda a sus años de estudiante en Georgetown. Pocos meses después de

su muerte, fui a Washington a visitar a su viuda, con quien, a lo largo de los años, me ha unido una gran amistad. Fue una reunión triste, en una casa llena de recuerdos del desaparecido —que había sido como la encarnación de la alegría. Casi a punto de despedirme, María me señaló hacia la biblioteca de Roberto, investida ya de un aire de abandono, y me dijo. —Si quieres llevarte algunos libros. Yo pasé la vista sin propósito, movido más por el deseo de ser atento que por un auténtico interés y, de pronto, tropecé con el lomo marrón del libro de Van Tieghem. —Éste tan sólo, que alguna vez fue mío. Años después, le hice reparar cuidadosamente la encuadernación sin cambiarle las tapas originales. Ya nunca lo consulto, aunque alguna vez, como ahora, movido por una inefable nostalgia, lo abro y lo manoseo. Me doy cuenta de que hace mucho dejó de ser un libro para ser un objeto memorable que, calladamente, da testimonio de buena parte de mi vida.

Vicente Echerri, reconocido escritor, poeta y ensayista cubano, ha publicado varios libros, entre los que se destacan Luz en la piedra (poemas), y los de relatos Doble Nueve, y La otra Revolución. Reside en New Jersey.


HÉCTOR SANTIAGO La muchacha polaca .

Entre tantos: a los del campamento de Maniantabo A Miriam la polaca: que me regalaba los Ozney Haman de la panadería judía en la calle Compostela de La HabanaVieja.

El adiós de mi madre es su mano como un pañuelo que se agita contra la noche. Cuando entro al ómnibus su rostro se me desvanece; desde ahora tendré que verla con los ojos del recuerdo. De la misma manera yo me le desvanezco a medida que la distancia corta nuestro cordón umbilical. Nadie tiene que decírmelo porque yo siento que se arrancaría el corazón con tal de abrazarme, besarme, santiguarme —¡Que la Virgen de la Caridad te acompañe hijo! Si no lo hace es porque se lo impide el cordón de seguridad: los soldados, los fusiles AK –soviéticos–, los colmillos de los perros pastores –que responden a las ordenes con las cuales los entrenaron en la Stasi: la Seguridad de la Alemania socialista–. —¡Voy contigo! —¡No mamá! —¡Claro que sí! ¿Quién le dice a una loba que no proteja a sus cachorros? Al llegar al parque deportivo de la Escuela Normal para maestros en el barrio de El Cerro nos separan. Allá ellas. Aquí nosotros. Una estrategia militar. Es uno de esos momentos que se quedan anclados para siempre en la conciencia. Desde el mil novecientos cincuenta y nueve han pasado cinco años en esta isla resignada al embate de los ciclones. Pero éste será diferente. Gardel cantaba que “Veinte años no es nada”. Así que cinco son apenas una cortedad que nos prepara para una largura sin fin. ¡Gracias a Dios el espíritu siempre se las arregla! Nos hemos acostumbrado a sobrevivir entre dos realidades. La Oficial: con el bombardeo de los discursos; las consignas por todas partes; los medios de comunicación; tragarla pese a que nos indigesta. La

Callada: la del diario sobrevivir; no atrevernos a comentar ni quejarnos pues cualquiera puede ser el chivato asignado; el fingir para afuera con el ¡Sí! Escondernos bien adentro con el ¡No! Ni aun así esperaba este golpetazo sin preámbulos que ni se toma el trabajo de disfrazarse. De acuerdo a la Oficial; el telegrama que entregamos y chequean contra los nombres en las listas es el inicio para comenzar nuestro Servicio Militar Obligatorio –SMO 3 años–. Según la Callada; ¿Por qué nos citan en la periferia de La Habana? ¿Por qué de noche? ¿Por qué no les responden a nuestras madres para dónde nos llevan? ¿Por qué el despliegue de fuerza y miedo? ¡Una estrategia militar! Bajo los potentes

reflectores que rajan la noche esperamos amontonados sentados en el suelo atentos a todo lo que sucede en busca de pistas. ¿Qué está pasando? Cuando chequean al último que entra no nos queda la menor duda. En la Callada está la respuesta. ¡Todos somos locas! Es la absoluta confirmación de lo por venir. ¡Estamos marcados en la frente con la cruz de ceniza de Sodoma! La Historia es una cadena donde un eslabón conduce a otro. Anoche era el cinco de septiembre de mil novecientos sesenta y cinco a las 8 h. Ahora es el seis a las ¿? a.m. El comienzo fue la noche caliente de un doce de junio del mil novecientos sesenta y uno a las ocho 8 h. con la Operación de las Tres P. Las Putas fueron internadas en campos de reeducación en la lejanía de los campos donde trabajaban y entrenaban para ser milicianas. A los Pájaros y Proxenetas los mandaron a los cayos en alta mar de Guanahacabibes en la provincia de Pinar del Río a sembrar eucaliptos. Un Juan Ego

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remedio tradicional con el cual el Che Guevara se aliviaba en la Sierra Maestra y concibió un ¡Asmáticos de todo el mundo uníos! En el cual veía el ¡Money money money! La revolución allende la mar pagando. Ese fue el comienzo en grande de las aplaudidas recogidas policiacas. Ese fue el comienzo en grande de los rituales del sobrevivir. ¡Nada de jeans estrechos no aprietes el cinturón afinando la cintura no te pongas ropas extranjeras no tengas el pelo largo ni con afros ni te arregles las uñas nada de perfumes no lleves crucifijos no escuches a los Beatles mira a ver con cuál libro sales debajo del brazo no hables de tu familia en Miami no muestres esos gustos tan refinados no vayas a los lugares prohibidos del ambiente engruesa la voz no muevas las manos cuando hables enclaustra el remeneo de la caminata en un anillo de hierro! ¡Si no sabes cómo imita al montón macho guapo militante miliciano y dilúyete en la masa hasta que pase el ciclón! ¡No pasó! ¡Comenzó la expulsión de las becas y los trabajos designados de seguridad e importancia ideológica! Así no corrompen al Hombre Nuevo ni al Guerrillero ni a los Jóvenes Comunistas ni al Pionerito. ¡No pasó! ¡Las depuraciones en las Universidades! Que impiden que se gradúen y puedan ejercer. ¡No pasó! ¡Vigilan las casas donde viven solos y quién los visita! Acusados de Conducta Impropia se las incautan. ¡No pasó! ¡Pide gusano traidor la salida del país! ¡Tin Marín de dos pingúes cucara macara no te la doy! ¡Queda la opción del Mea Culpa! Reeducarse transformando a la Pájara pinta del verde limón en la del

verde olivo. ¡No pasó! ¡Por el ojo de la aguja de la revolución no pasan los sodomitas! ¡Brur pam pracatan! Se enciende el motor que sacude al ómnibus como un terremoto y los recuerdos se van a bolina. ¡Bien que me gustaría que fuera uno de aquellos placenteros ómnibus Greyhound del ¡Conozca a Cuba primero y al extranjero después! Pero... No se le puede pedir tanto a un sobreviviente de los Ómnibus Aliados de la ¿Qué Republica era aquella? ¡Un milagro de chatarra viva Made in USA! Como los elefantes de los circos que se agarran por la cola la fila del convoy se pone en marcha. La incertidumbre que busca un alivio por algún lado desborda el dique del silencio y cantamos –con tanto miedo que le perdemos el miedo a los guardias, los AK y los colmillos–. “¡Aee aee aee! ¡Yo no tengo la culpita ni tampoco la culpona!” Las madres se prenden a esas luces que a medida que se alejan son lucecitas de luciérnagas hacia lo desconocido. Sentirse a la deriva es una sensación angustiosa. Hasta los animales necesitan la seguridad de un paisaje familiar. Y los humanos la geografía de un barrio; los nombres de las calles; las casas con números; los rostros familiares en las ventanas, balcones, y portales. En este vacío que rueda somos como unos carteros que no saben qué hacer con unas cartas sin destinatarios. Cuando creía que más vale lo malo por desconocido que lo bueno por sabido... La isla le da el nombre de Radio Bemba a la voz popular. Y bolas a sus noticias. Las bolas se desplazan por el ómnibus acabando con las especulaciones. Me sobre impongo a los sacudiones

ILUSTRAN ESTE NÚMERO Carmen Karin Aldrey, Juan Ego (Juan E. García), pintor y poeta (nuestra Escritora y Artista Invitada en este número) es una excelente pintora que ha expuesto en varias galerías de España y Estados Unidos, además de ser la fundadora y directora de la legendaria La Peregrina Magazine. Tiene varios libros publicados. 28

cubano que reside en Key West (Cayo Hueso). Dueño de “Havana 1”, restaurante cubano que es también una galería de arte --”Havana 1 Art Studio”--, donde expone su obra, para disfrute de los comensales.


por los baches de la carretera como si estuviera montado a caballo y escucho. —Que éste le dijo al otro que le dijo alguien que lo juro mengano por su madre que fulano le dijo que escuchó a los guardias conversando. ¡Nos llevan para Camagüey! —¿Camagüey? —¿Por qué tan lejos para hacer el servicio militar? —¡No! —¿Cómo qué no? —Para unos campos especiales a cortar caña! —Uno de los guardias dijo que se llaman… Yaya… Mujá… Culá… Umu… Malu… Utá… —¡No coño! ¡Yo lo oí bien claro! ¡UMAP! —¿Qué carajo es eso? —¡Unidades Militares de Ayuda a la Producción! —¿Y el SMO? Nadie responde encerrados en sus iras y temores. ¡Barba hijeputa! ¿Qué te han hecho estas locas? ¿Qué contrarrevolución es no poder ser combatientes internacionalistas? ¿Por qué nuestras camas son un asunto del Estado? Han cubierto las ventanillas pegándoles por fuera unas hojas del periódico Abuelita. ¡Una estrategia militar! Gracias al Diablo por el parabrisas entra la mañana de la campiña iluminando la penumbra militar del ómnibus. No tenemos la más mínima idea de cuánto tiempo llevamos en este viaje. Pero nuestros cuerpos son los relojes. Los gritos nos prohibieron que habláramos, preguntáramos, nos levantáramos de los asientos. ¡Una estrategia militar! Lo que olvidaron es que aquí nada ni nadie puede con este sol caribeño. Lento y persistente: te vampiriza la energía; se suda; mortifica; irrita; es el culpable de la indiferente modorra isleña. La carrocería arde. Las lenguas de los perros tantean la humedad en el aire. Les pican los cojones a los soldados. ¡Y de nosotros ni hablar! El convoy pasa por los pueblos sin detenerse. ¡Una estrategia militar! Los miembros de los Comité de Defensa no permiten que los transeúntes se detengan a mirarlo. No podemos bajar las ventanillas para tirarles un papelito. “Por favor avísele a la señora Matilde Ramos, Figuras 204 entre Monte y Tenerife La Habana. Teléfono 537-0331-2091. Que su hijo Arnaldo Contreras está bien”. ¡Somos un mundo encerrado en sí mismo! Ni siquiera les rogábamos a los soldados que se detuvieran en alguno. Nos bastaba en lo apartado al borde de la carretera donde hubiera una maleza tupida que nos sirviera de letrina. Aceptando que ellos, los AK, los colmillos, nos vigilen mientras evacuamos –pasando por alto que nos violen la intimidad tan necesaria para algo tan privado–. ¿De qué vale seguir insistiendo? Somos unos mudos hablándoles al aire. ¡Tenemos que hacer algo! Se levanta Juan Baró que será Juana Picadillo el 24 –al número que nos arrebata la humanidad le antepondremos el nombre del choteo–. Los demás lo siguen en una fila hacia el fondo –lo vaciaron para continuar el viaje apretando los asientos de dos para tres–. Los soldados nos miran sin vernos. De seguro se transarían por un minuto para ponerse en nuestro lugar. Al fin y al cabo, no hay necesidades heteros ni homos; todas las vejigas son iguales. Las cascadas de orines se cuelan por las rendijas en el piso dejando en la carretera el largo rastro que señala nuestra ruta, se deslizan hacia la entrada y descienden por los escalones de la puerta. ¡Es el Diluvio Orinal! Los perros se desesperan tratando inútilmente de no mojarse. Los soldados no se inmutan pues las botas –soviéticas– son impermeables. Se desahoga el

ultimo y la fila se termina. Lo que aprovecha alguien para defecar. Iluys Lo que aprovecha alguien para vomitar la bilis. Al cabo de un tiempo ¿? Orinan. Defecan. Vomitan. Nadie sabe la capacidad que posee para lo innombrable hasta que cae en sus abismos. El sol duro –¿mediodía?– se ensaña con la letrina viajera. ¡Gracias a Dios y al Diablo! Poco a poco las narices se acomodan a los gases del azufre que pica en la garganta; lagrimean los ojos; el aire apesta; el vaho de la gasolina apesta; todos apestamos; la isla apesta. Cada cual tiene sus maneras. Estás ovillado con la cabeza entre las manos como una babosa refugiada en su caracol. Intuyes que lo mejor será dejarte llevar por el flujo de los acontecimientos hasta ver qué pasa. También los demás están paralizados; por el cansancio; el hambre; la sed; la aceptación. Ni siquiera siguen usando el arma del choteo para provocar a los guardias. —¡Ay santa Bárbara! ¡Qué calentura como si tuviera el periodo! —¡Aquí lo que hace falta son unas buenas pulgadas! —¡Qué bueno que mi marido no pasa por esto! No les sacan rumbas percutiendo los metales de los asientos. No canta una Celia Cruz de Guanabacoa. No se remenea una Ninón Sevilla de La Víbora. Ni los soldados se ríen, no los insultan, no los amenazan. Los perros sí ladran. Es el silencio de las marionetas a las que les cortaron los hilos. La calma chicha tras el ciclón de

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¡Lagarto, lagarto! Belkis Cuza Malé 29


la conciencia. Más que intelectualizarlo lo sentimos. Somos unas piezas anónimas que desde arriba ¿? mueven en el juego a la revolución. ¡Jaque mate! Al joven burgués de Miramar que llora porque nunca se había separado de su familia. ¡Jaque mate! Al joven monaguillo que el pederasta Monseñor le dijo que era una prueba del cielo y rezara acompañado por el canto de los sinsontes. ¡Jaque mate! Al joven revolucionario que nos dice que debemos de sentirnos honrados porque nos dejan subir al carro de la revolución. Y me muerdo la lengua para no decirle que quién coño de su madre se lo pidió a su involución si con el Chevrolet del 57 de mi padre yo tenía bastante. ¡Jaque mate! Al joven culterano aprendiz de tenor que se cubre la nariz mientras tose que esto debe ser un error y le escribirá al Padre Nacional que lo rectificará. ¿Desde cuándo el bel canto exime de las patadas? ¡Jaque mate! A los jóvenes que… ¿Para qué seguir? Llevamos ¿? sin beber agua y la poca saliva no alivia la garganta que raspa como una lija. ¿Y las barrigas? Llenas de aire son un coro de pedos cantores que ya no hacen reír. Remberto Méndez –que será Mamá Inés el 17– con los rizos estirados a lo quiero ser blanco. Del que dijeron los guardias —¡Nunca había visto un negro maricón! Está prendido a una rendija por la que se desliza el campo como una interminable mancha borrosa. Solo cuando el convoy entra a los pueblos y tiene que amainar la velocidad es que puede leer los carteles. Así va componiendo el mapa de la ruta que los demás repiten de asiento en asiento. — ¡Esmeralda! —¡Ciego de Ávila! —¡Nuevitas! —¡Manga Larga! —¡CHAMBAS! El ómnibus estornuda la última

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humareda acre. ¡Al fin llegamos!!! —¡A bajarse maricones! La estampida levanta la polvareda rojiza que desde siempre odiaré. Nos da la malavenida un mundo verde entre los susurros de las cañas. La mente juguetona –que nunca sabremos lo que hace por qué lo hace– me trae desde la memoria profunda a Nicolás Guillén. “Las cañas iban y venían desesperadas”. En la distancia la torre del central azucarero Máximo Gómez es un faro entre olas verdes. El viento juega con las veinticuatro horas de su humo. Esparce el olor dulzón de la melaza que es parte del paisaje. — ¡Apúrense maricones! Desde ahora todo será. —¡Rápido! —¡Súbete al camión! —¡Bájate! —¡Trabaja! ¡Una estrategia militar! ¡Ah! Y —¡Maricón! ¡Y dale con las patadas de la memoria! ¿Era de Andrzej Wadja la película que se me quedó tatuada tras verla en la Cinemateca? Perseguida por los orines, excrementos y vómitos, la muchacha lucha para abrirse paso, y sin poder evitarlo camina sobre los compactos cuerpos de los asfixiados. Se tira del vagón. Con coquetería se arregla los cabellos. Antes de encerrarlos en los trenes les dijeron que venían para un campamento de descanso. Y lo prueba esa orquesta que los recibe tocando una marcha militar junto a la línea del tren que entra al Konzentrationslage Auschwitz. Como ella en su vestido los músicos tienen cosida la estrella de David en sus uniformes a rayas blancas y negras. Un guardia la empuja gritándole en alemán. A nosotros en cubano. —¡Corran maricones! Ella mira curiosa las letras en el portón de hierro en la entrada. “Arbeit matcht frei”. —¿Qué coño estás mirando maricón? En la cerca de alambres de púas hay una tabla pintada con


cal blanca y unas apresuradas letras toscas que chorrean pintura negra. “El trabajo los ara ombres”. Estamos atrapados en una vorágine inescapable. Nuestros orígenes y destinos serán distintos pero compartimos el mismo viaje. Buscamos fuerzas para enfrentarnos a lo que nos espera detrás de esas alambradas. Eso no impide que aún nos arda una lucecita en el alma. Nos miramos compartiendo una sonrisa. Hay minucias que en ciertas circunstancias son gigantes. —¡No se detengan! Nos despedimos con los pañuelitos de nuestras manos. Ella entra al campamento bajo la nieve del duro invierno polaco. Y yo envuelto en el aire al rojo que me abrasa. Detrás nos siguen los demás. “¡Aee aee aee! ¡Yo no tengo la culpita ni tampoco la culpona!”

Héctor Santiago (La Habana, 1944). Miembro del grupo El Puente. Formó parte del movimiento teatral cubano. Dramaturgo, escritor y crítico teatral. Estuvo en los campamentos de concentración de la UMAP y fue condenado a prisión por “salida ilegal del país”. Toda su obra fue incautada por la Seguridad del Estado. Llegó a España como preso politico. Desde el 1980 reside en el exilio newyorquino, donde sigue creando. La mayoría de sus obras están inéditas. “La muchacha polaca” es un fragmento de la novela Infernizando. Casi toda la obra de Héctor Santiago, según el mismo autor señala, permanece inédita, a la espera de las editoriales que se interesen en su espléndido trabajo creador.

(Fragmento de Infernizando. Exilio, Nueva York del 1999).

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María Gabriela DÍAZ GRONLIER SOLAMENTE DOS MINUTOS. A MI PADRE. I ¿Qué se necesita para evocar el pasado? ¿Un sueño? ¿El perfume hipnotizador de jazmines florecidos? ¿Un atardecer que presenta una noche fresca? ¿El zumbar de las avispas, su canto de alegría, su manifestación de dicha porque es primavera y al fin pueden aguijonear los pétalos vírgenes de las rosaledas? Había jazmines y rosas esperando el anochecer, las adelfas trajeaban la tapia del fondo y la brisa jugaba con su falda de muselina. Se había sentado en el banco de piedra, el antiguo coliseo donde ansiosos ciempiés habían competido contra testarudas babosas. Sobre su cabeza, protegiéndola de un chaparrón de primavera, planeaba el balcón de antaño, el del antiguo patrón del jardín, el poeta autorizado, que les había regalado, a sus amigos y a ella -en tapas duras, fresado y con un papel satinado- Por un mar de las Antillas anda un barco de papel.

II Ha comenzado a soñar, a evocar tiempos lejanos.

-¡Oh!, tú, que me empujas al pasado! ¿Cómo comportarme? ¿Qué hago? Ya he olvidado jugar, apenas recuerdo los cantos que me acunaron...¡¿Qué hago?! -No hables, no dejes que el timbre ronco de tu voz ahuyente las notas de otros tiempos. Yo me encargaré de que el zorzalito y el jilguero no canten. Es necesario el Silencio -respondió el Tiempo, y añadió con voz de trueno: ”Cumple este requisito si deseas poner movimiento a las imágenes refugiadas en tu álbum”. Ella cumple el mandato porque quiere volver a ver a sus padres cogiendo su mano, escuchar las voces de sus tan antagónicos abuelos, y aspira a jugar con su hermana de sonrisa de dientes separados. Quiere verse correr, pelearse con Pucha por un mango, quiere verse disfrazada de hada zapatera en el país donde las madres dan lo que no tienen por un calzado. Una corriente de aire la vuelve trompo. Después la eleva. Más tarde la hace navegar en un mar de placenta azul. Luego danza y le pide que su cabeza se corone con una tiara de cartón y pirulíes de fresa. Y va hundiendo sus raíces en el Sueño.

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--Ese es el archivo que guarda tu ayer. Tienes apenas dos minutos escasos para encontrarte con él -- informa el Tiempo a su Yo dormido. Entonces cae sobre su piel --le dicen que para proteger de sus dedos las fechas desvanecidas y para preservar su cuerpo de las flechas del Tiempo-- un fino polvo de alas de mariposa que va envolviendo su figura en una delicada gasa u holgada camisa de fuerza. Y aparecen los mensajeros de astutos picos abriendo los candados oxidados del archivo que lleva su nombre y sus apellidos. Uno de ellos, el ave más fuerte, el de alas blancas y pecho de plumas verdes, se inclina hacia ella, le hace una reverencia, grazna y le entrega su pasado. -Sólo dos minutos --recuerda el Tiempo dándose la vuelta, ocultándose tras una cortina negra. La perra Tomasa ladra a su lado. El poético balcón levita sobre su cabeza. Ella está sentada en el banco de piedra y las piernas le cuelgan.

LA OFRENDA En la orilla del río croan las ranas, chirrían los grillos y los abetos son pajareras. Sobre el río silencioso planean las águilas. Se escuchan cuernos de caza y agudos lamentos de cervatillos. A media noche, el búho, que habita cerca del río, se despereza; ulula y augura que arropará a la noche. Ha llegado el momento. Sin hacer ruido, una sombra se marcha. Volverá mañana a ofrendar sus lágrimas. ¿Vestida de novia, de viuda, de náyade, de alma en pena? Aseguran que una corona de oro aflora en el río cuando su llanto desaparece en las aguas. --¡Es el Rey! -- afirman--. ¡Y la besa! Las aceras sorben las huellas húmedas que los botines aplastan. --¡Oiga, espere un momento! --dice una voz--. En el río no hay ni corona ni rey, sólo las truchas saltan en el agua. Mirando fijamente al brujo le contesto: --No creo en hechiceros. Regresaré mañana. Abandonan las nutrias sus madrigueras, cae la noche y la rosa púrpura muere con ella.

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Juan Ego

LAS DOS CARAS DE UN ESPINO UNO Érase una vez un espino hermoso que creció solo y libre en lo alto de un cerro. Tenía por amigos al viento y al mar, a la noche y al estío, a las estrellas, a la lluvia y al sol bravío. Pero un día de abril, de un año cualquiera --¡qué más da para esta historia!--, el silencio fue inoculado por un penetrante ruido. ¡Pobre espino envejecido! Su tronco, quebrado por los mordiscos de un serrucho de dientes apretados, regó sobre la tierra flores, cortezas y ramas. Un manto flotó en el cielo. -¡Míralas! ¿Las ves? ¡Allí! -gritó el leñador- ¡Son las gaviotas que hilvanan con sus alas una bandera blanca!


La savia corrió ligera por el tronco del espino y en su caída besó las gotas de rocío y el cristalito de sal que le había regalado el encrespado mar. ¡Mar verde como la esmeralda, alargas las olas, las lanzas, deseando abrazar al amigo ya caído! Aquel que un día ostentó, moviendo ramas al viento, la bandera de los vivos. Era el árbol verde intenso, tan verde como las olas del inabarcable mar. ¡Pobre espino envejecido!

DOS --¡Mira! --dice la madre a la amiga con una sonrisa austera mientras abre la sombrilla para distraer al sol-- ¡Ahí viene el niño! El hijo llega corriendo con su traje de marinero y sus zapatillas blancas, el sol ha besado su cara. Agita con sus manos el pájaro y grita desconsolado: --¡Madre, no vuela! ¡No trina! ¡No tiene música este pájaro de madera! La madre lo mira perpleja y responde con su aflautada voz: -Amado, ¿es que alguna vez has visto un madero cantar? ¡Ponle voz, ponle alas, lánzalo al viento! ¡Haz que pueda volar! En las manos de ese niño ¡renacerá el espino!

NO HAY COMO UNA NOCHE DE AMOR Entre rocallas, rodeada de malezas y espinas, y polvo de arena seca y sucia, nació un pequeño rosal. Su delgada silueta y sus pálidas hojas mostraban su enorme pena, pues las malas hierbas lo miraban con envidia y lo asediaban, intentando asfixiarlo. “No eres más que un intruso, un presumido”, escribían con sus púas en las delicadas hojas de la pálida planta. -¿Quién te va a querer siendo, como eres, tan raro? --chillaban frotando sus ásperas espigas--. ¡Déjalo, déjalo, ya se cansará! ¡Se morirá de pena! ¡Nadie lo querrá! Pobre rosal tan bello y delicado cuyas ramas, deseosas de brotes, crecían desamparadas y sin amor.

María Gabriela Díaz Gronlier nació en La Habana en los años sesenta, y es no sólo una insaciable lectora, sino que escribe excelentes relatos y ensayos literarios. Hija del poeta y escritor Manuel Díaz Martínez y de la pintora Ofelia Gronlier,ya fallecida, Graciela ha heredado de ellos el talento y la sensibilidad artística. Su blog sobre arte y literatura:es una ventana siempre abierta a la excelencia: http://www.elcopoylarueca.com. Reside en Madrid.

Adquiera un ejemplar autografiado, contactando directamente a la autora en soykika@gmail.com

Ana Kika López

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Guillermo ARANGO A telón cerrado Quizás estas palabras no sean necesarias. Lo más interesante que un autor tiene que decir lo pone en boca de sus personajes. Poco puede añadir en estos prólogos, salvo que quiera hablar de otra cosa. Si una pieza escénica, para la mejor comprensión de su significado o intenciones, necesita de más palabras de las que confieren sus escenas, cabe sospechar que a éstas algo les faltan, ya que el autor considera su obra terminada cuando la estrena. Y ni siquiera en esta ocasión se le ocurre salir al escenario, antes o después de la representación, a explicar al público lo que ha querido hacer. Todo lo más que se permite es salir a recoger los aplausos, y, eso, no en todas las ocasiones, por desgracia. Al dar, pues, la obra a la estampa, acaso conviniera conservar esta misma honestidad, ofreciéndola al lector sin más explicaciones, a no ser que se introdujeran en ella modificaciones importantes, en cuyo caso sería preferible un nuevo estreno. El autor, por perspicaz que sea, nunca conseguirá aclarar del todo lo que sus personajes no hayan dicho. Sólo la voz del actor da vida al teatro. No obstante, queda siempre la anécdota para atender a una petición editorial. Comencé a escribir teatro hace muchos años. No oculto que fueron años interminables en que la satisfacción de montar una de aquellas obras escritas con tantas ilusiones no tuvo lugar, y enfrió bastante mis entusiasmos de autor dramático, y fue, en definitiva, lo que me empujó a abandonar el teatro y buscar nuevas resoluciones en otros géneros literarios.

Otro éxito de Ana Kika López

Ahora vuelvo a verme, al escribir estos recuerdos, con un sobre de manila entre las manos —que llevaba una copia mecanografiada de una de mis obras—, facturándolo en el Adqiuiera un ejemplar correo a quien sabe qué grupo teatral, u organización autografiado $12.00, dramática, mientras oigo depor nuevo aquel latido de mi corazón, de un optimismo insobornable, que me contactando directamente a la anunciaba en cada envío, engañosamente, que iba a autora: soykika@gmail.com materializarse y verse de cuerpo entero frente al espejo del público. Nada ocurrió y todo aquel abnegado esfuerzo dramático cayó en un profundo olvido. Las cuatro piezas que aquí se publican son parte de esta historia, reanudándose así una labor, digamos, apenas interrumpida. Tres de ellas Los viejos días perdidos, Entre dos, y Ensayo de un crimen, revelan la clara intención de hablar de teatro, de sus técnicas y funcionamiento, lo que

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se convierte en uno de los temas dominantes en cada obra. Junto al andamiaje formal se ha utilizado un dialogo realista, directo, en boca de personajes ideales donde se subrayan preguntas esenciales en la experiencia del vivir. La cuarta pieza, Encuentro, es un ensayo de escenificación donde básicamente un dialogo escueto da origen a la cotidianidad de la anécdota. En suma, se asiste en todas a una apología de la expresión escénica, y como expresión metateatral contribuye a la formalización de distintos grados de realidad, desde los que es posible percibir tanto las acciones que se desarrollan como la obra teatral misma que formal y funcionalmente provoca.

Guillermo Arango (Cienfuegos, 1929) Poeta, narrador, ensayista y dramaturgo, cursó estudios de Arte, Filosofía y Letras en la Universidad de Villanueva (Cuba) y de Creación Literaria en la Universidad de Loyola (Chicago). Por muchos años se dedicó a la enseñanza universitaria. Ha publicado seis libros de poemas, siendo el más reciente Ceremonias de amor y olvido (Linden Lane Press, 2013). Ha publicado tres libros de relatos bajo el sello de Ediciones Universal: Gatuperio (2011), El año de la pera, tradiciones, relatos y memorias de Cienfuegos (2012), y El ala oscura del recuerdo (2013). En el 2016 publicó su libro Teatro, que incluye sus obras teatrales breves. Recientemente apareció Teatro II, en Ediciones Baquiana, del cual reproducimos su Prólogo. Reside en Ohio.


Notas de Libros Benigno S. Nieto. Crónica contra el olvido. Fort Worth: Linden Lane Press, 2017. A una primera mirada este libro se me antoja un experimento poco común, donde Benigno Nieto recopiló diferentes textos que responden a su amplio diapasón de intereses, que van desde la política, el arte y la literatura hasta el devenir social de la mujer y el mundo del entretenimiento, pasando incluso por los áridos temas económicos. “¡Ajustense los cinturones!”, como dice el propio autor en uno de sus capítulos, porque su lectura es en verdad impactante. A una segunda mirada más rigurosa, se aprecia que el conjunto de asuntos que se abordan, aunque independientes unos de otros, conforman una sólida y lúcida unidad, una voluntad de propósito que al lector avisado se le hace evidente al comprobar que el propio título del libro, Crónica contra el olvido,

está escrito deliberadamente en singular. La intención obvia es rescatar del olvido, que es lo mismo que rescatar de la negligencia, el despropósito y la irresponsabilidad, los diferentes estratos de la memoria, los sucesos y acontecimientos históricos cuyo sentido último se han perdido o están a punto de perderse. Por éstas y muchas otras razones, Crónica contra el olvido se ha declarado en zafarrancho de combate para que los demasiados horrores que hemos padecido en nuestros infortunados países en estos últimos sesenta años no se queden rezagados en el saco del olvido. Les recomiendo este libro, les aseguro que será una experiencia estimulante. Elijan un capítulo cualquiera al azar, y lo comprobarán. Aunque les toque enfrentarse al tema más árido o más desgarrado, Benigno Nieto siempre se las arregla para otorgarle a su escritura un aire de divertimento que la hace mucho más atractiva.

LUIS AGÜERO Tomos I y II Linden Lane Press

Benigno S. Nieto

CRÓNICA contra EL

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Belkis Cuza Malé. Vida de Tula. Fort Worth: Linden Lane Press, 2016. Desde que vivía yo en México (1994-2000) deseaba conocer a Belkis Cuza Malé y publicar algún artículo mío en su Linden Lane Magazine. Esta incansable creadora guantanamera –poeta, novelista, pintora y promotora cultural–, que ya lleva más de treinta y cinco años editando ese monumento literario que es Linden Lane Magazine, y que como periodista sienta cátedra por sus inteligentes entrevistas a destacadas personalidades de las letras y sus artículos sobre espiritualidad, no había cumplido aún los veinte años cuando obtuvo una mención, con su libro Tiempos de sol, en el Concurso Literario Casa de las Américas de 1962, en cuya fiesta de premiación, el 6 de febrero de ese año, conoció a Heberto Padilla, con quien luego se casaría. Aunque Belkis comenzó a publicar muy joven y formó parte del grupo de escritores de Ediciones El Puente (entre 1961 y 1965), a partir del Caso Belkis/Padilla –aquí me permito editar la historia, que casi siempre ha dejado a Belkis a un lado– su profusa creación literaria permaneció inédita, a pesar de haber ganado menciones y resultar finalista en importantes concursos literarios en Cuba, como fue el caso de su novela biográfica Vida de Tula, cuya elogiosa reseña ahora me ocupa, que resultó finalista en el Premio Nacional de Biografía de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (U.N.E.A.C.) en 1968, con prólogo de Heberto Padilla. Salvada la parte histórica, la obra poética y en prosa de Belkis Cuza Malé brilla con luz propia; no es ella una especie de luna que refleja los rayos del rey-sol Padilla, porque si deslumbrante es Fuera del juego, no menos fascinante y tremendo es Juego de damas, además de su vigencia como editora de Linden Lane Magazine y articulista de varios periódicos y revistas, así como su novela biográfica El clavel y la rosa, sobre la malograda poeta y pintora cubana Juana Borrero, y sus acuciosos libros sobre el enigma de Elvis Presley y sobre la cantante Selena, sin mencionar sus varias novelas aún inéditas. Cuarenta y ocho años después, en su laborioso exilio de Fort Worth, Belkis ha podido al fin publicar Vida de Tula, bajo su propio sello editorial Linden Lane Press, excelente ejemplo de que es preferible –y posible– hacer cultura en libertad que con “la maldita circunstancia del estado por todas partes”. Leí Vida de Tula casi de un tirón, primero por lo amena y documentada, y segundo, porque la Avellaneda es un espíritu muy fuerte, que se había “metido” en mi novela de ficción histórica Una vida, un tren cuando todavía no conocía casi nada de su vida, y me obligó a investigar y

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darle su lugar en la historia de la provincia de Matanzas en la segunda mitad del Siglo XIX; tal es la intensidad de esta alma –o de su archivo akásico, para no entrar en contradicciones metafísicas con nadie. Estoy convencido de que Belkis escribió esta novela biográfica sobre la Avellaneda en estado de trance. En 1968 no existía Internet –con su útil buscador Google y con Wikipedia–; no había fotocopiadoras ni computación, así que encontrar y consultar la bibliografía adecuada tiene que haber sido una tarea ardua y extenuante, que sin embargo Belkis realizó en apenas un mes; algo increíble incluso en nuestros días de tanto avance digital (Yo me tardé seis años para terminar Una vida, un tren). El nivel de detalle y exactitud de Vida de Tula es asombroso. Por ejemplo, en 2008 consulté mucha bibliografía sobre Gertrudis – obligado por la propia Tula, insisto– y en sus biografías más conocidas se atribuía la muerte, el 28 de octubre de 1863, de su segundo esposo, el Coronel Domingo Verdugo, a los estiletazos que le propinara Antonio Ribera en Madrid el 14 de abril de 1858, pero una voz dentro de mi cabeza me dijo que no, que esa no había sido la causa. Entré a Google, puse: “Muerte del Coronel Domingo Verdugo en Pinar del Río”, y apareció que había muerto envenenado tras beber una taza de chocolate que estaba destinada a Tula, y que la escritora no se quiso tomar por notarle un sabor raro. Cuando se lo conté a Belkis, ella me dio el original de su libro. Nada mejor para demostrar en una reseña las excelencias de un libro que citarlo textualmente: (del capítulo II) “Acudían los preceptores desde muy temprano en la mañana. Tula se extasiaba frente a los relucientes mapas del mundo. La seducía la idea de los viajes. Al oír hablar a sus profesores de cualquier personaje real enmarcado dentro de las vicisitudes de su historia personal, su mente recorría extraños caminos. Se veía a sí misma protagonizando las historias que ella dejaba de vivir. Pero tras la muerte del padre se sentía abatida, melancólica, y ni aún el estudio de materias que tanto le interesaban —como el francés— menguaban la vehemencia con que se entregaba a sus estados de ánimo. No era que mostrase poco entusiasmo infantil por la vida. Era que había algo en ella —una especie de falta de inocencia irracional— que la apartaba de las demás niñas de su edad. Oscilaba entre el fingido mundo de la infancia y una alarmante y petulante madurez. Sin saberlo, escogió lo segundo. Fue una niña agresiva, de carácter hosco, aunque no tenía razones para ello. Era como si pensase que con la muerte de su padre perdía para siempre a su otro yo, a su espejo, a aquel espíritu que la entendía como nadie...” Esta novela echa por tierra ese lugar común sobre la Avellaneda como una mujer con carácter de hombre (“Es mucho hombre esta mujer”, diría sobre ella Don Juan Nicasio


Gallego, un poeta y crítico literario de la época quien era además muy amigo suyo), y, cito textualmente a mi compatriota Armando de Armas, de su artículo “Es mucha mujer esta mujer”, publicado en la página digital martinoticias.com el 23 de marzo de 2011, “para colmo ese grande que fue José Martí, grandeza que no impidió que algunos de su virilidad dudasen, se atrevió a decir de la escritora camagüeyana: ‘No hay mujer en Gertrudis Gómez de Avellaneda: todo anunciaba en ella un ánimo potente y viril; era su cuerpo alto y robusto, como su poesía ruda y enérgica; no tenían las ternuras miradas para sus ojos, llenos siempre de extraño fulgor y de dominio: era algo así como una nube amenazante (...) Más, la Avellaneda no sintió el dolor humano: era más alta y más fuerte que él; su pesar era una roca...’” Nada más alejado de la verdadera Tula, que en esta novela biográfica sobre ella Belkis nos la revela como una mujer muy vulnerable, extremadamente sensible y enamorada del amor –muy apasionada, eso sí–, pero sacrificada y fiel, nada pragmática ni práctica. Gertrudis amó mucho, a dos hombres que no supieron corresponderle con la misma intensidad con que los amó: a Ignacio de Cepeda y a Gabriel García Tassara, de quien llegó a tener una hija que nació enferma y murió a los siete meses –“Se muere mi hija y yo con ella” (página 87) – e incluso supo ser amiga del primero a pesar de su desamor.

Cuidó con celo y fervor a su primer marido, Don Pedro Sabater, hasta su muerte el 1ro de agosto de 1846, víctima de un cáncer en la garganta, tras lo cual se refugió durante algunos meses en el convento de Nuestra Señora de Loreto, “entregada a las prácticas religiosas, sumida en profundo misticismo” (página 94). No es en absoluto esa hembra implacable y dura del injusto mito, sino todo lo contrario, y su abnegación volvió a ser puesta a prueba en su segundo matrimonio, cuando el Coronel Domingo Verdugo, como ya he expuesto en esta reseña, sufrió un atentado que lo debilitó, y Tula lo cuidó y lo atendió, tanto en Madrid como en Cienfuegos, Cárdenas y Pinar del Río, plazas a donde fue destinado como gobernador en la patria de Gertrudis. Finalmente, creo que el mérito principal de Vida de Tula, de Belkis Cuza Malé, es que nos demuestra una vez más que el verdadero sexo fuerte es la mujer, pues de un vientre materno venimos todos, hombres y mujeres, y son ellas las enfermeras de la familia, las cocineras, las que limpian la casa, y las que son capaces de crear y trabajar en los más disímiles labores a la par del hombre, y nuestra denostada, incomprendida y mal interpretada Gertrudis Gómez de Avellaneda es un excelente ejemplo de ello.

BALTASAR SANTIAGO MARTÍN

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