Asesinato de roger ackroyd

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Nosotros hemos decidido que el asesino sea...


HERMANDADES DE SANGRE Después de concluir la reunión de Poirot me fui a casa. Como era habitual mi adorable hermana me estaba esperando, fue colgar el abrigo en el perchero y un motón de preguntas cayeron sobre mí; me escabullí de ellas con la excusa de un dolor de cabeza insoportable. Caroline, me duele demasiado la cabeza como para contarte ahora lo que se ha hablado en esa reunión. Me voy a la cama, ya hablaremos mañana. Subí las escaleras y me encerré en mi dormitorio. Caroline se había quedado con cara de mema, pero a mí no me importaba, lo que yo quería era tranquilidad para poder analizar bien los hechos que habían ocurrido aquella noche. Primero estaba la misteriosa aparición de Ralph Paton, nadie sabía dónde se encontraba hasta el momento, ni su propia mujer, y de repente aparece sin decir dónde estuvo ni por qué no apareció, aun sabiendo que su “padre” se había muerto. Y luego la nota que le habían entregado a Poirot, esa misteriosa nota que le había dado otra pista sobre quién era el culpable, por la expresión de su cara me había parecido que él ya lo tenía claro. A la mañana siguiente me desperté temprano, debía de ir a visitar a algunos de mis pacientes, por lo que me mantuve ocupado durante toda la mañana. A las dos de la tarde comí un sándwich y fui a dar un paseo por el bosque, allí me encontré con Paton, quien se alegró de verme; hablamos un buen rato sobre lo de su mujer y lo que había estado haciendo hasta el momento. Me explicó que estaba enamorado de Úrsula pero que no podía contárselo a su padre porque, como sabíamos, él no lo aceptaría; además me dijo que se había enterado de la muerte de Ackroyd y, al saber que él era el principal sospechoso, había decidido huir; pero Poirot lo había encontrado a las afueras de la ciudad y lo había obligado a venir y dar la cara. Después de mi charla con Ralph me encaminé hacia la casa de Poirot para así averiguar qué había descubierto sobre el crimen y el criminal. Llamé a la puerta y me abrió la criada, quien me dijo que el señor no se encontraba en casa pero que llegaría en una hora. Me senté a esperarlo en uno de sus sofás de cuero, cuando de repente una de las sirvientas entró con el té. Parecía muy nerviosa, como preocupada por algo; aunque no la conocía tuve la necesidad de entablar conversación con ella, por lo menos para descubrir cuál era su malestar. - ¿Qué le ocurre señorita? Tiene usted mala cara- le comenté. - Nada, doctor, solo me duele algo la espalda por culpa del aspirador. - No parece que usted sufra un dolor físico, más bien la noto nerviosa. Entonces la taza de té que traía en una bandeja comenzó a temblar como si hubiese descubierto algo que la ponía más tensa todavía. - Puede confiar en mí, cuénteme lo que le pasa, se le nota a las leguas que usted calla algo. - No sé si debo decírselo. Después de mucho insistir, me reveló que la noche en que se había asesinado a Ackroyd el detective Poirot había salido, como era habitual en él, pero cuando llegó a casa traía la chaqueta llena de sangre; además, su cara estaba desencajada, como si hubiera visto o hecho algo malo. Me explicó que ella no podía ocultar ya más esto y que por eso se sentía tan nerviosa, ahora sentía miedo de Poirot.


Me sorprendió lo que la joven me decía, entonces le pregunté por qué habría de hacer Poirot algo tan malvado y horroroso como, si al fin y al cabo él no conocía de nada a Ackroyd. Ella me dijo que el detective había trabajado para Ackroyd en el pasado y que, según había descubierto, Ackroyd sabía algo que podía arruinarlo para toda la vida y su buena reputación se vería afectada. De pronto llamaron a la puerta, era Poirot. La camarera se marchó como pies que lleva el diablo antes de que él se diese cuenta de que estábamos hablando. Poirot entró en la habitación, me saludó y se sentó a mi lado. Durante las dos horas que estuve en su casa no me aclaró nada sobre el asesinato de Ackroyd, solo insistió en que estaba más cerca del culpable y que todo apuntaba a Ralph Paton, cosa que ya sabía desde hacía tiempo. En medio de nuestra conversación se le cayó al suelo la servilleta y, por educación, me agaché a cogérsela. Fue entonces cuando me fijé en sus zapatos, eran iguales a los que habían dejado las huellas en la ventana del estudio de Ackroyd. Le entregué la servilleta y seguí la conversación como si nada. Después de eso no tardé mucho en irme. Al llegar a casa me encerré en mi taller, donde nadie me podía molestar, comencé a pensar en todo lo que me había dicho la camarera y a enlazar sucesos. Poirot siempre había intentado, aunque de una manera muy inteligente, que todos creyésemos que Ralph era el asesino, siempre intentaba que todos nos fijásemos en los detalles más absurdos, como un sillón movido o en la pluma de oca de un cobertizo; y esto ¿a dónde nos llevaba? A descubrir cosas insignificantes para el caso como era el hijo de una empleada. En ese momento me vino a la mente la imagen del extranjero con el que me había cruzado la noche del asesinato, hasta ese instante creía que era el hijo de Russel pero me di cuenta de que, aunque ese hombre llevaba el rostro cubierto, los ojos se podían ver y esos ojos, esos ojos eran muy parecidos a los del detective y se le había escapado el acento francés al hablar. Ese hombre no era Kent, sino Poirot. Fue entonces cuando me percaté de que el culpable era Poirot; además, la camarera no tenía por qué mentir. A la mañana siguiente llamé a la policía y le relaté todo lo que sabía. Ese mismo día el reconocido detective francés Poirot fue detenido por el asesinato de Ackroyd; después de muchos interrogatorios confesó la verdad e incluyó en ella el chantaje a la señora Ferrars. Su propósito, destruir a Ackroyd ya que éste sabía que él había sido el causante de los muchos crímenes en los que investigaba como detective. Por qué Ackroyd nunca se lo había revelado a la policía es algo que no está claro; pero con las hermandades de sangre nunca se sabe. Minerva Rivas Cabanas, 4ºA


La confesión El inspector Poirot advierte al asesino de que en pocas horas dará su identidad a conocer ante la policía y la prensa, todo King´s Abbot sabrá lo que realmente pasó la noche del asesinado en Fernly Park. Pero le presentaba otra opción, confesar. Después de la extraña reunión, Hercule y yo nos dirigimos a mi casa, creo que me acompañó atraído por la idea de tomar un té y charlar con mi hermana Caroline y así lo hicimos. Más tarde, bajamos a mi humilde taller donde, para sorpresa de ambos, nos esperaba Geoffrey Raymond. - Mister Raymond- mi voz sonó tan seca como firme para intentar disimular mi desconcierto. - Oh, mon ami Geoffey, con que es usted el astuto asesino al que buscábamos- observó el inspector casi impasible. - ¿Asesino? Si algo me movió a hacerlo fue el amor –replicó el secretario. - ¿Amor? ¿Acaso por Miss Flora? Roger decretó que se casaría con el capitán y usted no pudo soportarlo, ¿no es así? –casi grité a Raymond metiéndome demasiado en el papel de detective. - No amo a Miss Flora sino a su madre. El silencio se apoderó del cuarto y Poirot me hizo un gesto indicando que le dejase continuar. El normalmente amable y feliz secretario parece ahora desesperado y se mueve nervioso por la sala mientras sigue con la confesión. - Mister Ackroyd era mi jefe, era un hombre serio y muy aferrado a su dinero; trabajaba día y noche para él, rogándole siempre un pequeño aumento de sueldo. Quería ahorrar y llevarme lejos a Cecil – estalla en llanto-. No era la primera vez que ella le robaba dinero, lo necesitaba para ella y para Miss Flora y al fin y al cabo eran cuñados, ese egoísmo no tenía sentido. Cuando Ackroyd se percatase de la falta de esas libras Mistress Ackroyd sufriría un severo castigo; no podía permitirlo. Cuando el Doctor Sheppard se fue, entré en el despacho y encendí el dictáfono por petición del propio Roger, encontré el momento perfecto, estábamos a solas… Inmediatamente sentí la necesidad de llamar al doctor y pedí a un viejo amigo que estaba en la ciudad que llamase desde la estación con ese mensaje. Pronto se descubrió el cuerpo y, cuando usted me pidió que mirase si faltaba algún papel importante, aproveché para guardar de nuevo el dictáfono, que solo utilizaba en mi presencia, en un cajón cuya llave solía tener él. Tras la confesión no tenía muy claro cuál sería el siguiente movimiento de Raymond. En cualquier caso, mi querida hermana Caroline se adelantó a él entrando en el taller con una patrulla de policía justo antes de que el asesino, el alegre secretario Geoffrey Raymond, intentase alcanzar una de mis herramientas. Puede que, después de todo, Caroline tenga dotes detectivescas, aunque yo no pienso admitirlo ante ella, pues tendré que oír durante meses la historia de cómo ella sola pudo salvar a su hermano y al mismísimo detective Hercule Poirot. Ana Losada Lombardía, 4º B


TODA LA VERDAD De las seis personas reunidas en torno a la mesa ayer, Mrs Ackroyd, por lo menos, tenía algo que ocultar. Su vida, desde que enviudara del hermano de Mr. Ackroyd, había sido un martirio, ya que prácticamente ella y su hija Flora vivían de la caridad de su cuñado. Todas las facturas tenían que ser comprobadas por él como si Mr. Ackroyd solo tuviese unas cuantas libras. Era verdaderamente un avaro por lo que trataba de que muchas facturas de las que ellas generaban pasasen inadvertidas, de modo que la deuda iba aumentando paulatinamente día tras día. Su cargo de conciencia la corroía por dentro por lo que apenas conseguía conciliar el sueño. Finalmente recibió una carta en la que le ofrecían la solución a sus problemas: un pagaré por valor de 10.000 libras. Ella estaba convencida de que su cuñado, Mr. Ackroyd, se casaría con ella y de esta forma podría hacer frente al pagaré. La noche del asesinato, Mrs Ackroyd fue al despacho de Roger a comunicarle que estaba dispuesta a ser su esposa; aunque no estuviesen enamorados, se harían mutua compañía en una casa tan grande y a las puertas de la vejez, pero Roger respetaba mucho la memoria de su hermano y no vio con buenos ojos la proposición de su cuñada, así que sin más titubeos rechazó la propuesta sin ninguna contemplación. Ante tal situación Mrs Ackroyd se sintió herida en su propio orgullo y una mujer despechada es capaz de hacer cualquier cosa. En esos momentos de rabia contenida, maquinó la forma de deshacerse de él; no sería difícil pues pensaba que todo el mundo había salido y nadie sospecharía de la pobre cuñada viuda, así que dejándose llevar por sus más bajos instintos, abrió la vitrina de la plata y cogió una daga con la que asestaría una puñalada mortal, por la espalda, a su cuñado. Cuando iba a salir del despacho escuchó unos pasos y este hecho le hizo pensar que los criados estaban en la casa por lo que alguien podría entrar. Se puso a pensar cómo podría salir sin ser vista y que cuando confirmasen la hora de la muerte ella tuviera una coartada perfecta; así que encendió el dictáfono en el que se oía hablar a Mr. Ackroy, de modo que el ama de llaves, de quien eran los pasos que había escuchado Mrs. Ackroyd, no entró en el despacho por miedo a interrumpir algo y porque había sido avisada de que no lo molestasen. Cuando Mrs. Ackroyd pensó que no la veía nadie y tenía el camino libre, salió del despacho y fue a la habitación de su hija Flora, esta sería su coartada cuando certificasen la hora de la muerte de Roger. Pero pasó algo por alto que no escapó a la perspicacia de Monsieur Poirot. Cuando ella entró en el despacho de su cuñado, le dio las buenas noches y un beso en la frente como acababa de pintarse los labios, el carmín quedó entre las arrugas de la frente de Mr. Ackroyd, algo que se le había escapado al inspector de policía Reglan y que sirvió como prueba para acusarla del asesinato de su cuñado, ya que el color del lápiz de labios coincidía con el que tenía en su baño; y las pruebas de laboratorio del carmín extraído de la frente de Roger coincidían con las pruebas de ADN que Monsiur Poirot se encargó de recoger de un vaso donde Mrs. Ackroyd había bebido la noche anterior y que había quedado encima de la mesa. De esta manera el crimen quedaba resuelto y Ralph Paton, libre de toda sospecha, por lo que ahora podría empezar una nueva vida al lado de su esposa Úrsula Bourne sin necesidad de esconder su amor y siendo él el único heredero de esa gran fortuna una vez repartido el dinero que su padrastro había destinado a la servidumbre, a su secretario y a Flora. Patricia Sanjurjo, 4º


TODA LA VERDAD Para descubrir al asesino, Poirot había investigado mucho. Cada pista señalaba a una persona diferente. Pero solamente una era culpable. Las mujeres son muy celosas cuando están enamoradas. Son capaces de hacer lo que sea porque nadie se haga con lo que creen que les pertenece, y más si quien se lo intenta quitar es otra mujer. Si algo o alguien no puede ser suyo, tampoco puede serlo de nadie más, o simplemente que no sea. Y esto mismo fue lo que le pasó a Flora Ackroyd. La señorita Ackroyd estaba perdidamente enamorada de Ralph y cuando se enteró de que ya estaba casado con Úrsula, la desilusión la invadió. Tanto tiempo pensando que él también la amaba y, justo cuando su compromiso de boda se hizo oficial, se entera de que todo había sido un engaño. No podía ser. Se sentía la mujer más desgraciada de este mundo. Entonces, cegada por la rabia y los celos, se propuso arruinar la vida de Ralph como él había arruinado la suya, dejarlo sin nada, sin dinero, sin un lugar en el que dormir, sin vida. Ahí empezó su plan: matar a su tío y dejar que las pistas señalasen a Ralph como el culpable para que pagara por el daño que le había hecho. Todo el mundo pensaba que la pequeña Ackroyd era una de las mujeres más hermosas de la ciudad, hasta ella lo pensaba. No había hombre que se le resistiera, bueno, menos uno, Ralph. El conocido detective siempre había sospechado de ella. Aún así, no conseguía casar las pistas para demostrar su culpabilidad. Pero…todo lo bueno se hace esperar. Poirot había recorrido toda la ciudad en busca de las opiniones de la gente sobre los posibles culpables del crimen. Nadie acusaba a nadie. Pero había un hecho rarísimo que había sorprendido gratamente al investigador. No había ni una sola mujer que tuviese palabras bonitas para Flora Ackroyd; sin embargo, ocurría lo contrario en el caso de los hombres. Se veía que cualquiera hubiese hecho lo que fuera necesario por la dama. Esto fue lo que provocó que el detective se percatase de que la persona que había asesinado al señor Ackroyd había sido Flora, bueno, ella y un pobre muchacho cegado por su belleza y sus prometedoras palabras de un futuro juntos. La joven solía vestir faldas amplias y muy largas, tanto que ni los zapatos se le veían. Aunque no es la mejor manera, ahí debajo se pueden esconder objetos siempre que no te muevas mucho y más si lo que escondes es grande, como por ejemplo un dictáfono. La noche del crimen Parker la había visto en la puerto de su tío tras, según ella, darle las buenas noches, pero quien se retiró instantes después de la orden de la muchacha de no molestar al señor fue el mayordomo. Por lo que, cuando la figura del sirviente se había desvanecido, la señorita procedió a trasladar el aparato y esconderlo debidamente. Esta pista ya estaba justificada. Luego, estaba la llamada. Como bien dije antes, Flora tenía un cómplice y este fue el que llamó desde la estación, donde había acordado quedar con la señorita Ackroyd tras matar a su tío; pero ya que la muchacha no tenía ningún interés en huir con este, debido a sus sentimientos por Ralph, instantes después de que su ayudante realizase la llamada cambió de planes. Flora le comunicó que se reunirían al día siguiente en la tercera parada de ese tren, en Brulios. Como era de esperar, ella no acudió y como ha dicho una y otra vez el detective se entera de todo, por lo que no tardó en descubrir de donde provenía la llamada. No solo son celosas las mujeres, los hombres también lo son. El mismo motivo que había incitado a la señorita Ackroyd a cometer el crimen, la delató. Gema González, 4ºESO


TODA LA VERDAD Con un breve gesto, Poirot me indicó que me quedase en la estancia. Obedecí y me acerqué al hogar, moviendo los grandes leños con la punta del zapato. Estaba sorprendido. Por primera vez no acertaba a comprender las intenciones de Poirot. Durante un momento me incliné a creer que lo que acababa de escuchar eran solo palabras altisonantes y que Poirot había representado lo que él llamaba una “pequeña comedia”, con el fin de hacerse el interesante y el importante. Me miró a los ojos y me dijo: - Pues bien amigo mío -comentó con suavidad-. Según usted, ¿quién es el culpable? - No lo sé señor -le contesté-. - A mí lo único que no me cuadraba es la hora en la que murió Ackroyd y la hora en la que decían haberlo escuchado hablar por última vez. Pero la respuesta estaba delan te de nuestras narices, ya que el señor Ackroyd había comprado un dictáfono. Así que el asesino debía de ser una persona que conociera este hecho. Entonces el asesino debía de ser una persona que trabajara en la casa. Pero además estaban las huellas en las ventanas, por lo que el asesino tendría que haber escapado por allí. Toda esta información me daba vueltas en la ca beza y me vino a la memoria que Mrs. Rusell había ido a preguntar a su con sulta por venenos. Al final todo me resultó bastante claro. La única persona que lo pudo haber matado no era otra que Mrs. Rusell. Su coartada es de lo más inteligente. Ella había sido el ama de llaves estos últi mos años y, pese a su mal carácter, en el fondo amaba a Ackroyd. Al enterarse del romance de este con Mrs. Ferrars decidió acosarla. Fue entonces cuando por venganza decidió matar a Ackroyd. Su plan es sencillo pero a la vez muy retorcido. Ella fue la que robó la daga en su tur no de limpieza. Grabó con el dictáfono a Ackroyd. Y además cogió las botas de su hijo, que eran iguales que las de Ralph, para despistarnos. Ackroyd murió envenenado y, tras su muerte, ella entró por la puerta y le clavó la daga. Usó las botas de su hijo para salir por la ventana y después se las entregó a él cuando se encontraron en el estanque. Volvió a subir por las escaleras, pero se encontró con usted y puso la excusa de que venía a regar las flores. Cuando todos estábamos distraídos cogió el dictáfono lo escondió en su cuarto y le mandó a su hijo irse, así siempre culparían a Ralph. - Mrs. Rusell, no puede ser. - En efecto, fue ella la que nos daba pistas falsas para que nos complicáramos, pero con Poirot la verdad siempre sale a la luz por muy retorcida que esta sea. Javier García, 4º


TODA LA VERDAD Ya había terminado la reunión y los invitados se estaban marchando. Me quedé para hablar con Poirot y preguntarle qué sabía. La verdad es que estaba un poco desconcertado después de lo que había pasado. Todo había sido muy extraño, y lo primero que pensé fue que todo había sido una broma de Poirot, pero no, no me quedaba otra que confiar en él y en sus palabras. - Dígame, doctor, -dijo sonriente- ¿qué le ha parecido? - Todo ha sido muy extraño -respondí ingenuamente- pero sobre todo el comportamiento del chico fue sorprendente. - ¿Qué chico? - Mr. Raymond, le ha contradicho en todo momento y Ms. Flora también ha tenido unaactitud extraña. - Lo sé. Lo de Raymond no me llama la atención, en cambio lo de Flora no tiene importancia. - ¿Qué quiere decir con eso? -pregunté incrédulo-. Si Raymond siempre está contento... - Ése es el motivo por el que no me sorprende y que me ha hecho dudar de él en todo momento. Con un breve gesto le indiqué que continuara. - Le voy a decir lo que pensé desde el principio: Para empezar, el asesino debía de ser una persona que se encontrara en casa o cerca de ella a la hora en la que fue encontrado el cadáver, por lo que sólo podía ser alguno de los habitantes de la misma, o una persona que estuviera cerca. Partiendo de ahí he descartado a Parker, ya que no le he encontrado ningún motivo para matar a Mr. Ackroyd; le he descartado a usted también, Mr. Sheppard, ya que estaba en su casa a dicha hora. - ¿Usted ha desconfiado de mí? - Por supuesto, en éste caso, todos los que se presentaron en Fernly Park aquel día son sospechosos. Sigamos. Continué descartando a Ms. Flora, ya que lo único que intentaba era proteger a Ralph Paton y marcharse de Fernly Park cuanto antes a empezar una nueva vida, y a Mrs. Ackroyd, porque no existen hechos graves que la culpen. Mrs. Russell tampoco pudo ser, ya que sus problemas sólo apuntan a su hijo; y Úrsula Bourne también queda descartada porque sería incapaz de matar al padrastro de su marido y se encontraba en su habitación a la hora del crimen, como algunas personas confirmaron”. - Entonces sólo quedan tres sospechosos. - Exacto, el comandante Blunt, Mr. Raymond y el capitán Paton. Veo que lo va pillando. De esos tres sospechosos descarté al capitán Paton, ya que las huellas de la ventana eran como las de sus botas y el asesino no podía ser tan ingenuo como para dejar marcadas sus propias huellas, por lo que la persona debía de querer que las sospechas cayeran sobre Ralph Paton. - No lo había pensado. - Después de todo eso pensé que el asesino tenía que ser una persona que conociese la casa, que conociese muy bien a Mr. Ackroyd y tuviese motivos para matarlo, una persona que estuviese cerca del despacho a la hora del crimen, una persona con una actitud fría para poder matarlo. En fin, ¡Mr. Geoffrey Raymond, doctor Sheppard!


Y NADA MÁS QUE LA VERDAD El silencio se apoderó de la habitación. Estaba asombrado. - ¡Está usted loco! - No -replicó tranquilamente-, todos los hechos lo señalan. - Pero, ¿y su actitud?; siempre estaba contento. - ¡Efectivamente! -afirmó triunfante-. Ese hecho fue lo que me llamó la atención. Justo en ese momento llamaron a la puerta. Poirot fue a abrir y ¡era Mr. Raymond! Ahora sí, me había quedado sin palabras. - ¡Pero chico! -exclamó Mr. Poirot-. ¿Qué hace usted aquí? - Siento molestar señor, pero quería decirle algo. ¡Yo he sido el asesino!- gritó Mr. Raymond-. Lo siento mucho, pero no sabía qué le pasaba conmigo, estaba raro, como si me ocultara algo. Yo no tenía dinero, me pagaba muy poco y me vi obligado a chantajear a Mrs. Ferrars. Cuando ésta murió pensé que se lo había contado todo a Mr. Ackroyd y, si él se enteraba, me quedaría sin trabajo y sin dinero. Cuando el doctor Sheppard y él se reunieron en su despacho pensé que estarían hablando de mí y que le estaría contando al doctor lo que yo le hice a Mrs. Ferrars, por eso tuve que matarlo, no quería, pero tenía que hacerlo. ¡Por favor, no se lo digan a nadie! - ¡Tendrá que asumir las consecuencias de sus actos! - replicó Poirot enfadado-. Mañana la verdad llegará a oídos del inspector Raglan. Raymond se puso a llorar. Me levanté para tranquilizarlo pero Poirot con una señal me indicó que me sentara. - Ahora márchese, mañana la policía irá a buscarlo a Fernly Park. Raymond se despidió y se fue, yo me despedí de Hercule Poirot e hice lo mismo. Éste quedaba en la puerta sonriendo. EPÍLOGO Son las 10:00 de la mañana y el correo ya ha llegado. Estoy revisando las cartas cuando veo que hay una para mí, es de Mr. Raymond: “Doctor Sheppard, le envío esto para pedirle perdón. Debí decir la verdad mucho antes, pero el miedo se apoderó de mí. Dígale al capitán Paton que siento mucho haber hecho que las sospechas cayeran sobre él, pero no tuve otra alternativa. No quiero sufrir más, el miedo y la incertidumbre se están apoderando de mí otra vez, así que no me queda otra opción. ¡Una dosis de veronal!, sí, que sea eso”. Me hubiera gustado que Hercule Poirot no se hubiese retirado nunca para venir aquí a cultivar calabacines. Noelia Novo Fernández, 4º A


LA PEQUEÑA REUNIÓN DE POIROT - ¡Yo se la verdad!-dijo Poirot. - ¿Estás seguro? -pregunté dejándolo caer. - Sí -dijo firmemente- mañana en la reunión rebelaré todo lo ocurrido. Yo no contesté y di por finalizada la conversación. Mañana se sabría toda la verdad, me picaba la curiosidad, ¿quién sería el asesino de Roger? Por la mañana al día siguiente desperté sobresaltado por el despertador, puse las zapatillas y bajé a desayunar. En la mesa de la cocina me esperaba una loncha de bacon y dos huevos fritos, juntos parecían formar una cara feliz. - Puede que hoy sea un buen día -dije sonriendo. Por la puerta entraba Caroline con el periódico en la mano.  Parece que hoy te has levantado con el pie derecho Sheppard -mi hermana como siempre parece adivinarlo todo-. Pues siento desanimarme pero toma… -dijo dándome el periódico- no en la siguiente página. 

“Ralph Paton sigue desaparecido, las autoridades creen que la búsqueda se debe suspender” - Pero ¿qué es esto, una broma? -me enfurecí-, no hace ni quince días que se ha dado la orden de búsqueda y ya la van a suspender. - Indignante -dijo Caroline. - Me voy a vestir, pronto comenzará la reunión en casa de Poirot. TODA LA VERDAD - Hola buenos días , amigos, vamos a dar paso a la reunión -saludó Poirot. - Date prisa, tengo un montón de papeleo – protesto Geoffrey. - Las prisas nunca han sido buenas... -regañó Poirot. Bueno, en vista de la prisa de los presentes -miró a Geoffrey- comenzaré. Cuando comencé a estudiar este caso me pareció lo más fácil del mundo, pero poco a poco las cosas se torcieron y todo se complicó, había demasiados cabos sueltos que yo fui atando. Antes de esto lo único que tenía claro era que yo no era el asesino de Roger. ¿Me seguís?-preguntó. Todos asintieron. - Ralph no ha sido el asesino de Roger, no lo ha podido hacer, él estaba conmigo esa noche, pues es… ¡mi hijo! La cara de sorpresa de los allí presentes era inevitable, ¿quién pensaría en esa posibilidad? Yo no. - ¿Tu hijo? -preguntó Flora. - Sí, mi hijo, por eso decidí mudarme aquí y terminar con mi profesión de detective. Aquella noche Ralph estaba conmigo, intentaba explicarle mi abandono paterno, discutimos y luego se marchó, pero ya era muy tarde cuando esto ocurrió, no le dio


tiempo a llegar hasta la casa de Roger. Ralph está en mi antigua casa. - ¿Entonces quién ha sido el asesino de Roger? pregunté. - En cuanto me aclaré las ideas lo vi todo muy claro. ¿Quién más puede ser que una persona silenciosa que se entera de todo de los demás pero no viceversa? Es la persona que ha tenido todo el tiempo del mundo para coger el arma del crimen de la vitrina. - ¿Quién? - preguntaron todos casi a la vez. - Queridos, esa persona - dijo acercándose cada vez más a Parker - es aquel que más cerca está de mí ahora. - ¿Yo? -preguntó Parker-, pero ¿qué locuras está diciendo usted? - Sí, usted. ¿Locuras? Ninguna. Lo tenía todo tan bien atado que fuimos incapaces de darnos cuenta. Usted nos manipuló a todos a su antojo. Cuando nos dio su primera declaración nos mintió en las horas, nada cuadraba, hasta que en la declaración de la sobrina del difunto me di cuenta. Cuando ella salió, usted tuvo la oportunidad de entrar y matar al señor Roger. - ¿Y la llamada que yo recibí? - pregunté para descartar errores. - Fue tan simple como pagarle 20 dólares a un viejo amigo que se encuentra en paro dijo Parker-. Ricos, que se creen superiores a los demás, el pago por su extorsión a los criados. Yo he hecho justicia y pagaré por mi crimen. Tamara Rodríguez, 4º


EL ASESINATO DE ROGER ACKROYD Lo sabía, siempre lo dije, siempre dije que era él. Todas las pistas iban a dar al mismo sitio, él y solamente él. Unos días antes de la muerte de Roger Ackroyd apareció de repente en King´s Abbot, paseando con Mrs. Ferrans. Al día siguiente ella apareció muerta. El señor Ackroyd no sabía nada de que él estaba aquí porque llevaba unos años sin venir. Después, la repentina boda con Flora Ackroyd, todo indicaba que era por su riqueza, porque ellos dos nunca se llevaron bien. Hasta que un día sonó el teléfono: El señor Ackroyd ha muerto. Fui a su casa de inmedito para buscar alguna pista sobre el sospechoso. En el pecho de Roger había una daga clavada. En la casa todos estaban desconcertados preguntándose quién podía ser el asesino, pero ninguno de ellos había visto entrar ni salir a nadie. Desde el día que lo vi paseando con la señora Ferrans no lo he vuelto a ver, cosa que me parecía muy sospechosa. Él podía ser el culpable de la muerte, pero yo no tenía ninguna prueba para inculparle así que al día siguiente, después de que retiraran el cadáver, fui a inspeccionar el despacho para buscar alguna pista. Cuando llegué a casa de los Ackroyd hablé con ellos para saber si sospechaban de alguien, pero nadie dijo nada, excepto la señora Russell; ella me dijo que vio entrar a Parker en el despacho de Ackroyd y desde ese momento no lo volvió a ver. Raymond, que vivía en la casa de los Ackroyd, dijo que él mismo había visto salir a Ackroyd y después entrar en su despacho desde que se marchara Parker, así que él no podía ser. Al fin pude ponerme a buscar pistas en el despacho de Ackroyd y, según entré, me di cuenta de que la ventana estaba abierta y había huellas en el suelo. Lo primero que fui a inspeccionar fue la ventana para mirar si había algún resto de ropa o de algo que llevara puesto el asesino. Pero no había nada. Después me fijé en las huellas del suelo a las que se les veía perfectamente el número y la marca. El asesino tenía que ser alguien que calzara un cuarenta y cuatro de la marca Mustang. Salí del despacho y ordené que si alguien de la casa calzaba un cuarenta y cuatro me trajera los zapatos, pero nadie tenía ese número. Volví a entrar en el despacho y una cosa se me reflejaba en la ventana; me acerqué y vi que era una pulsera. Cogí la pulsera, salí del despacho y me fui a mi casa para pensar en todos los detalles. Cuando llegué me fijé en que la pulsera tenía grabado el nombre de Flora. ¿Pero era Flora la verdadera asesina? Esa misma tarde quedé con ella para hablar sobre la relación que tenía con su tío. Ella me dijo que no tenían ningún problema y que se llevaban muy bien. Cuando ella se subió las mangas para empezar a comer, me fijé en que llevaba una pulsera igual a la que yo tenía, pero había una gran diferencia, su pulsera ponía Ralph y la que tenía yo ponía Flora. Le pregunté por la pulsera y me dijo que la de Ralph ponía Flora. Ambas eran un regalo de Roger por su boda. Desde ese momento no tenía ninguna duda de que el asesino era Ralph. Le pregunté dónde podía verlo y ella me dijo que estaba alojado en un hotel a las afueras de King´s Abbot. Al día siguiente fui a hablar con Ralph. Cuando llegaba al hotel él iba a entrar en un pequeño bar que había al lado. Ralph llevaba


unas Mustang, calzado igual al de las huellas que había en el despacho de Ackroyd, y no llevaba la pulsera así que el asesino sin duda era él. Me acerqué a él y le dije que estaba detenido por la muerte de Roger Ackroyd. Ya en comisaría Ralph declaró que él era el asesino de su padre. Yo, lleno de curiosidad, le pregunté por qué lo había hecho. Él me contó lo todo con detalle. Ralph: Lo he matado porque desde pequeño siempre me maltrató. Cada vez que hacía alguna cosa que no le gustaba siempre me pegaba. Sheppard: ¿Por qué no se lo contaste a tu madre? Ralph: Porque a ella también le pegaba, pues nunca aceptó que tuviera un hijo de otro hombre. Sheppard: ¿Alguna vez tuviste miedo a que pudiera hacerle daño a tu madre o a ti? Ralph: Sí, siempre tuve miedo a que nos hiciera daño y nos lo hizo. Sheppard: ¿Cómo que os lo hizo? Ralph: Mi madre no murió de sobredosis de droga, murió porque la mató él. Yo lo vi todo. Fue una noche cuando llegó de trabajar. Venía borracho y empezó a insultar y a pegar a mi madre. Entonces cogió un florero y le dio con él en la cabeza. Sheppard: Pero la autopsia de tu madre decía que murió por sobredosis. Ralph: Ya lo sé, pero él pagó a los médicos para que escribieran eso en el informe. Roger pensaba que yo no sabía que él había matado a mi madre, por eso yo me fui de casa y no quise volver a saber nada de él. Andrea Gacio, 4º


EL ASESINATO DE ROBER ACKROYD Para poder buscar un nuevo asesino tenemos que cambiar la pista de que el médico tarda diez minutos en llegar desde la puerta hasta la verja, haciéndolo solo en cinco minutos. El sillón orejero está siempre en la posición inicial y en ningún momento mira hacia la puerta. Además, el señor Roger Ackroyd nunca compró el dictáfono. El asesino va a ser el comandante Héctor Blunt. Lo hará a las 10:50 después de que Flora Ackroyd le haya dado las buenas noches a su tío. Aprovechando el momento en que está fumando en la terraza un cigarrillo y cuando su sobrina y el mayordomo se han retirado del vestíbulo, utiliza su capacidad, perfeccionado en áfrica, al acecho de las fieras, para no provocar ningún ruido al estar en el despacho. Casualmente vestía unos zapatos con suela de goma del mismo tipo que Ralph Paton, cuya huella dejará al salir por la ventana y volver de la terraza a la sala de billar. La llamada a casa de doctor la realiza el camarero del Orión, que había conocido al comandante Blunt en sus viajes a África y al que encontró por casualidad en el pueblo cuando iba a la consulta del doctor. La explicación dada al camarero era que quería gastar una broma a un amigo pensando que cuando volviese a Inglaterra dos años más tarde ya estaría olvidado el asunto. También había sido él quien había estado chantajeando a la viuda Mr.s Ferrars con la que había tenido un romance antes de casarse y al que ella había acudido como amigo para desahogar su sentimiento de culpa. Una mala gestión económica y la consiguiente pérdida de estatus social fueron los causantes de la degeneración moral en cuya espiral cayó el famosos cazador al verse desahuciado. El asesinato de Ackroyd lo planificó con dos objetivos fundamentales: una pasión enfermiza por la joven Flora y la posibilidad de acceder a la herencia que recibiría la misma, si su prometido Paton fuera considerado el culpable del asesinato de su tío. Al mismo tiempo eliminaba al responsable de los celos enfermizos que le provocaba la visión de la joven pareja. De todos es sabido que cuando una joven como la dulce Flora pierde a temprana edad a su padre y posteriormente a su tío y, al mismo tiempo, descubre que su pareja es un asesino, fácilmente se enamoraría de un hombre, de bastante más edad, cuya compañía le daría la sensación de seguridad, de la figura paterna. Para planificar su asesinato y poder achacárselo a Paton, compró unos zapatos como los del joven que dejó escondidos en el cobertizo y puso al salir a fumar, ayudándole la suela de goma a no hacer ruido al cruzar el vestíbulo. Estos zapatos, que cambió al saltar por la ventana después de cometer el asesinato, los escondió debajo de un seto en el jardín, con la idea de destruirlos más tarde. Fueron las dobles pisadas en el suelo del cobertizo, que era de tierra, lo que permitió a Hercule Poirot entender los movimientos que tuvieron lugar esa noche e identificar al culpable. Farid Trih, 3ºB


EL ASESINO ES… El viejo Rogelio se enfadó cuando supo que su hijastro estaba casado, y más aún cuando supo que ella era una muchacha pobre. Aunque lo averiguó, concertó igualmente el matrimonio. Flora decidió ir a hablar con su tío Rogelio Ackroyd para hacerle entrar en razón y que suspendiese su compromiso con Ralph Paton. Le dijo que sería un matrimonio sin amor, ya que ella estaba enamorada del mayor Blunt y Ralph Paton estaba casado con Úrsula. Flora y su tío entablaron una acalorada discusión, él la llama ladrona ya que sabe que le roba dinero, le dice que cambiará el testamento y que nunca más quiere volver a verla. Flora siente una rabia desmedida, va al salón y, sin pensárselo, coge la daga y se la clava a Rogelio, abre la ventana para simular que el asesino entra por allí, luego sale tranquilamente de la habitación. Su cómplice, Ralph Paton, es quien llama desde la estación de King’s Abbot después de que Flora le cuente lo ocurrido. La intención de Ralph y Flora es heredar la fortuna que les ha dejado Rogelio. Él le dejaba a Flora veinte mil libras y a su hijo adoptivo mucho dinero, propiedades y acciones. Armando González Méndez, 3ºB


El asesinato de Roger Ackroyd […] Caroline se quedó mirando en la puerta mientras Poirot y yo íbamos a preparar la reunión que posteriormente tendríamos en su casa, donde el detective por fin desenmascararía al asesino de Mr. Ackroyd. Después de estar todo preparado, dio comienzo la reunión. Los asistentes éramos Poirot, Mrs. Ackroyd, Ms. Flora Ackroyd, el comandante Blunt, Mr. Geoffrey Raymond, John Parker, Elizabeth Russell y yo. Todos ellos sospechosos del asesinato. Tras los típicos trámites propios de la situación, Poirot comenzó a hablar. “La noche del asesinato hubo dos reuniones en el cobertizo, la del ama de llaves con su hijo recién llegado de América, entre las 8:45 y las 9:00; y la de Úrsula Bourne con Mr. Ralph Paton, entre las 9:00 y las 9:25, en la cual estos discutieron acaloradamente porque Mrs. Bourne quería hablar con Mr. Ackroyd sobre su enlace con Ralph y este último no. Tras la acalorada discusión, finalizada a las 9:25, Úrsula decidió hablar con Mr. Ackroyd de todas formas. Se reunió con él en el despacho a las 9:30, donde Roger estaba dictando una carta a su secretario. Úrsula irrumpió en la habitación y le comentó su reciente enlace con Ralph, hecho que Mr. Ackroyd no se tomó muy bien. Comenzaron una discusión que terminó con el fatídico desenlace de la muerte de Roger a manos de Úrsula Bourne. Consumida por los remordimientos, Úrsula decidió reunirse con Ralph en el bosque para confesarle su delito. Tras escuchar lo que esta tenía que decir, Ralph volvió a su casa, donde posteriormente se vería con el doctor Sheppard al que le contaría todo. El doctor lo escondería, porque Ralph era el principal sospechoso del crimen. La llamada fue realizada por el hijo del ama de llaves que, después de presenciar el crimen accidentalmente, decidió llamar al doctor Sheppard antes de volver a América para no resultar sospechoso del crimen”. Una vez desentrañado el crimen, Úrsula fue a comisaría a confesar su delito y todos volvieron a sus casas. Todo había vuelto a la normalidad. José Rodríguez, 4º


Por los pelos Ya tenían al sospechoso, Ralph Paton. Después de un largo interrogatorio, donde lo negó todo, llegó un testigo. Era un tal Jack Smith, un amigo de la familia, que se presentaba con él la noche del asesinato. Debido a que el testimonio de Ralph era cierto ya que, aparte de Jack, había más testigos como los trabajadores de un hotel a las afueras de King`s Abbot, que podían afirmar que a la hora del asesinato Ralph se encontraba allí. No pasaron ni dos horas, cuando en la ventana por donde salió el asesino, se encontraron unos pelos, se supone que del propio asesino, que se le quedarían enganchados al escapar. Los pelos fueron analizados y se compararon con los de Ralph Paton. Pero no coincidían. Ahora el inspector Poirot y Sheppard estaban desconcertados, ya que tenían huellas de los zapatos de Ralph, pero pelos que no coincidían con los de éste. Llamaron a todos los miembros de la casa para pedir muestras de su cabello. Después de analizarlo, coincidía con uno de ellos, Parker, el mayordomo de la víctima. ¿Pero cómo podía ser que en el lugar del crimen se hallaran huellas de Ralph y pelos de Parker? Desconcertado por la situación, Poirot fue a dar un paseo cerca de la casa. Algo brillante en el suelo le llamó la atención. Era un cuchillo. Era el cuchillo con el que habían asesinado al señor Ackroyd. Rápidamente sacó una bolsa, lo metió en ella y lo llevó a analizar. Casualidad que las huellas del cuchillo fueran las de Parker. Un nuevo interrogatorio a Parker comenzaba. Le hacían preguntas y preguntas y él siempre lo negaba todo. No se mostraba incómodo, todo lo contrario. Hasta que un día recibió una visita, se trataba de Flora Ackroyd, sobrina de Roger Ackroyd, que hizo que el comportamiento de Parker cambiara por completo. Se le empezó a sentir más tenso e incómodo cada vez que le asaltaban con preguntas. Cada día iba diciendo poco a poco la verdad. Resulta que Parker y la señorita Flora estaban enamorados. El señor Ackroyd se enteró de su relación y fue a hablar con éste de que la relación con su sobrina no era correcta, ya que no estaba bien vista la unión de alguien de clase más o menos alta con un simple mayordomo. Parker, enfadado, decidió tomar cartas en el asunto e ingenió el plan de sacar a Ackroyd del medio y, de paso, echarle la culpa a Ralph para que lo metieran en prisión y que así no pudiera casarse con Flora. De este modo mataría dos pájaros de un tiro. A través de la señorita Flora consiguió los zapatos de Ralph, con los que dejaría huellas de éste en el lugar del crimen. Pero en este ingenioso plan lo que falló fue que, justo cuando acababa de asesinar al señor Ackroyd, había escuchado pasos que se dirigían hacia él, por lo que tuvo que huir corriendo por la ventana, en la cual se le engancharon los pelos. Una gran ayuda que sirvió a Poirot y Sheppard para averiguar quién era verdaderamente el asesino. Alma Río Araújo, 4º


TODA LA VERDAD Con un breve gesto, Poirot me indicó que me quedase en la estancia. Obedecí y me acerqué al hogar, moviendo los grandes leños con la punta del zapato. Estaba sorprendido. Por primera vez no acertaba a comprender las intenciones de Poirot. En ese momento, todos los sospechosos entraron al salón y se fueron sentando en los sillones por parejas; el detective empezó a hablar sobre las pistas para resolver el misterio. - D´acord mon ami -dijo con suavidad-. ¿Quién cree usted que fue el asesino? - No sospecho de nadie en particular. ¿Por qué no va directo al inspector con la solución para arrestar al culpable? - No, no hace falta, él está aquí con el asesino. En ese momento se abre la puerta y aparece el Inspector Raglan con una sombra negra detrás. Todos se quedan estupefactos. - Con todos ustedes la asesina... !!! Este en particular fue uno de los casos más complicados a los que me he enfrentado en toda mi larga carrera. Aparecieron unas pistas muy confusas. Sheppard, me tendrá que disculpar pero casi al final todas las pistas le señalaban a usted; no obstante, finalmente estaba equivocado, la asesina es su hermana, Caroline Sheppard. El detective explicó con sumo detalle, encajando las pistas cuidadosamente, hasta llegar a la conclusión de quién era la asesina. CAROLINE SHEPPARD Yo, Caroline, tuve que matar al señor Ackroyd porque se enteró de que Parker, su mayordomo, chantajeaba a la Señora Ferrars. Como yo era su cómplice, lo eliminé para no involucrar a mi hermano; porque si no lo hacía, se complicaría nuestra existencia en este mísero pueblo. Para disimular, me pasaba los largos y enormes días en mi casa informándome a través de todos los repartidores. Cuando llegó el momento donde creíamos que nos iban a descubrir, me las ingenié para asesinarlo; me pesa mucho tener que dejar a mi hermano mientras me voy a la cárcel. Esto será vengado y el señor Poirot, eliminado. Adrián Casabella, 4º


El asesinato de Roger Ackroyd Cuando la puerta se cerró detrás del último miembro de la reunión, Poirot se volvió hacia el fuego. Todos los reunidos parecían tranquilos, excepto uno de ellos, Parker. Del que más sospechas había. El inspector empezó preguntándole pausadamente si mantenía buena relación con Roger Ackroyd. Hubo un silencio incómodo en el que todos las miradas recaían en él. ”Llegué a la conclusión de que la llamada tenía que haber procedido de la casa, de que esa noche Ackroyd había dado órdenes para que no le molestaran. De que una de las pocas personas que podía abrir la vitrina era usted, Parker. La llamada telefónica obedecería a la necesidad del culpable de encontrarse sobre el terreno al ser hallado el cuerpo. >>Desde que Sheppard salió de la casa hasta su regreso debido a la llamada telefónica que realizó usted, pasaron 10 minutos. En esos 10 minutos usted puso unos zapatos como los de Ralph Paton, saltó la verja y dejó las huellas en la ventana desviando la atención hacia otra persona. >> Elizabeth y Úrsula me informaron de sus numerosas discusiones con el señor Ackroyd y de la mala relación que había entre ellos debido a que usted, Parker, no se dedicaba únicamente a ejercer como mayordomo sino que mantenía relación y negocios con personas cercanas a su antiguo jefe. Usted necesitaba sacar a Ackroyd del medio y así lo hizo. Confiese”. Parker, agachando la cabeza intentó hablar pero no conseguía decir nada, lo habían descubierto. Salieron de su boca unas palabras que mostraban rabia. - Yo solo… era… lo que merecía. Todos los presentes lo miraban boquiabiertos hasta que el inspector lo arrestó. Lucía López Cancio, 4º


El asesinato de Roger Ackroyd - En fin, ¡Mrs Úrsula Pathon! La doncella Úrsula Bouner es lista y manipuladora, qué mejor partido que un chico con problemas de comportamiento para manejarlo a su antojo. Le explico. El señorito Ralph llega al pueblo, pero su padre no sabe nada de eso ya que usted sutilmente lo convenció para que no dijera nada con la típica excusa, no vamos a tener más que problemas... Mientras tanto el señorito, al estar comprometido con Flora por intereses familiares, no podía revolver mucho las cosas, había que esperar al momento indicado para que todo se supiese en el momento justo, para que estallara la bomba y no hubiese manera de pararla. - ¡Usted está loco! - Por favor, ¿me deja continuar? Si no tiene nada que esconder, déjeme terminar. - Pero es que… - Cuando usted vio el momento oportuno de decírselo a Roger, él se enfureció, se alteró muchísimo y les dijo que habría que hablarlo con tranquilidad. Pero de repente pensó que era mejor que pensasen que se encontraba embarazada; sin embargo, a Ralph no se lo podría decir porque se daría cuenta de que era mentira; aunque había otra manera de que el señor Roger se enterara, que era por carta. Roger no era tonto, entonces guardó esas cartas como prueba en su caja fuerte. - ¿No contaban con eso verdad? - ¿Embarazada? ¿Por qué o me dijiste nada? No lo entiendo. - Yo no estaba embarazada. - Claro que no, si era una argucia. Cuando el señor Roger se dio cuenta de la mentira, habló con usted, pero no sabía qué decirle, entonces optó por coger la daga y matarlo ya que tenía las espaldas cubiertas porque estaba en el cobertizo con Ralph; no obstante eso es incorrecto, porque se encontraba en el coche en dirección a casa de Roger para mantener esa conversación entre los tres, y encima cobraba la herencia mucho antes de lo previsto, ¿verdad? - Queda detenida por el asesinato de Roger Ackroyd. Tiene derecho a guardar silencio o todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra; si no tiene abogado, se le asignara uno de oficio. Susana Gutiérrez, 4º


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