CRÓNICA DE UN GALLO FRANCÉS Y OTRAS PLUMAS
CRÓNICA DE UN GALLO FRANCÉS Y OTRAS PLUMAS
Jessica Obando – Wilson Amado Gamboa – Jimena Bacca Jorge Eliecer Valbuena – Steven Grajales – Ovidio Posada – Sebastián Trujillo Víctor Manuel Mejía Ángel – Humberto Betancourt – Fanny Diaz María Victoria Acevedo Ardila – Aquiles Eduardo León Luisa Fernanda Romero Moreno – John Henry Fonseca – Gloria Mora Daniel Sebastián Parada – Zuramy Desiret Rodríguez Ríos – Sarah Henao
© CRÓNICA DE UN GALLO FRANCÉS Y OTRAS PLUMAS
Todos los derechos reservados © Alcaldía de Funza Daniel Felipe Bernal Montealegre Alcalde Juan David Barbosa Silva Director Centro Cultural Bacatá Lilian Andrea Sanabria Abdala Subdirectora Técnica Centro Cultural Bacatá Miguel Angel Cáceres Aponte Subdirector Administrativo y financiero Centro Cultural Bacatá Víctor Manuel Mejía Ángel Director Plan Municipal de Lectura Escritura y Oralidad de Funza -PMLEO Aura García Fontecha Coordinadora Escuela de literatura Centro Cultural Bacatá Jorge Eliécer Valbuena Director Talleres Funza para Contar y Cartografías del silencio- Relata Víctor Manuel Mejía Ángel Editor y compilador Nicolás Cruz - Ana Laura Lopera - Anderson Alarcón Plaza Corrección de pruebas Ilustración portada: Jennifer Vélez Ducuara www.behance.net/MandyKalavera Diseño y diagramación: Leonardo Parra Avilán Agradecimiento especial a todo el equipo del Centro Cultural Bacatá y el Biblioparque Marqués de San Jorge, cuyo trabajo y compromiso hicieron posible la publicación de este libro. La presente antología está conformada por cuentos, crónicas y piezas poéticas, desarrolladas en el marco de los programas de la Escuela de Literatura del Centro Cultural Bacatá, con la colaboración de algunos docentes y participantes en el taller Los Sobrevivientes. La selección da cuenta del trabajo realizado en el marco del Plan Municipal de Lectura, Escritura y Oralidad del Municipio de Funza, en aras de promover las habilidades lectoras y escritas de la población. ISBN: 978-958-59067-8-5 Colombia 2021
AGRADECIMIENTOS A LA CORPORACIÓN CONCEJO MUNICIPAL DE FUNZA HONORABLES CONCEJALES Raúl de Jesús Agudelo Sosa Nilson Leonardo Diaz Torres Edwin Norman Zuluaga Gómez Jairo Castañeda Hernández John Jairo Pérez Coronado Dairo German Pedraza Quiñonez Arvey Alfonso Tequi Nonsoque Carlos Cesar Santamaria Suarez Fernando Antonio Zuluaga De La Hoz Gustavo Marín Betancourt Marco Tulio Bernal Quiroga Pablo Enrique Avendaño Alfonso Lamprea Pedraza John Edisson Baquero Urbina Victor Manuel Torres Lorenzano
CONTENIDO
FUNZA SE RECONOCE A SI MISMA EN LA PALABRA Daniel Felipe Bernal Montealegre
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MUCHO PARA NARRAR Y DESCUBRIR Juan David Barbosa Silva
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UNA ANTOLOGÍA PARA DISFRUTAR DE PRINCIPIO A FIN 15 Víctor Manuel Mejía Ángel DOCE AÑOS Y CONTANDO... Aura García Fontecha
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CUENTO CRÓNICA DE UN GALLO FRANCÉS Jessica Obando
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LO QUE TRAJO EL VIENTO Wilson Amado Gamboa
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PLACER OCULTO Jimena Bacca
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DIVINA GRIETA Jorge Valbuena Montoya
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MOMENTO DE LUCIDEZ Steven Grajales
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ENTRE DOS PÁGINAS Ovidio Posada
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SUSURROS QUE MATAN Sebastián Fonseca Trujillo
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ASUNTOS FAMILIARES Victor Manuel Mejía
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LAS DOS VÍRGENES Humberto Betancourt
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MINI FICCIÓN ENCUENTRO 65 María Victoria Acevedo Ardila XÚE MUIXCA, EL SOL MUISCA Fanny Díaz
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CRÓNICA LOS PIBES DE LA CUADRA Juan Carlos Galindo
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UN PASEO POR EL TIEMPO Carlos Alberto Grillo Trujillo
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SILLA EN LA TERRAZA Wilson Amado Gamboa
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PACHITO, CALAVERAS Y ATAÚDES Carmen Dora Espinosa
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VIERNES SANTO Carlos Alberto Grillo Trujillo
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POESÍA, METAFICCIÓN Y PROSA POÉTICA UN DESTELLO DE CÁVALO MORTO Aquiles Eduardo León
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A ELLA, A MI MADRE Luisa Fernanda Romero Moreno
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POLEN John Henry Fonseca
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MONÓLOGO 99 Gloria Mora PRIMERAS 102 Daniel Sebastián Parada VIENTO DESNUDO Zuramy Desiret Rodríguez Ríos
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POEMARIO 104 Sarah Henao CORRESPONDENCIA MATERNAL Y TODO VUELVE A SU LUGAR OTRA VEZ… LA PORTADORA FUNERAL DE UN LOCO ÁRBOL DE ENCUENTRO UN DATO RONDA ÚLTIMA María Victoria Acevedo Ardila
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¿SÓLO QUEDAMOS LOS BUENOS? María Victoria Acevedo Ardila
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
FUNZA SE RECONOCE A SÍ MISMA EN LA PALABRA
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n la administración de Funza, Ciudad Líder, nos hemos venido esforzando por consolidar un gran proyecto de educación y cultura en todos los niveles. Estamos convencidos de que la lectura es la base fundamental del desarrollo de las herramientas cognitivas que necesita la población para alcanzar niveles de comprensión, asimilación y decisión, que permitan superar las brechas de la ignorancia y el desconocimiento del mundo global, desde lo propio. Por ello, celebro esta segunda antología del Plan Municipal de Lectura, Escritura y Oralidad y la Escuela de Literatura del Centro Cultural Bacatá, que da cuenta de las historias y sentimientos funzanos, con una visión creativa, a veces controversial, de la realidad que se vive en nuestra época. Al tiempo, nos transporta a otros escenarios, mientras reflexionamos sobre las difíciles condiciones que hemos debido superar en los últimos meses. Celebro también la creatividad de los autores, muchos de ellos con niveles significativos de consagración en el oficio. Estamos recogiendo los frutos de una semilla que hemos cuidado con amor y pasión, la semilla de la palabra escrita y de la oralidad, que nos permite conocernos mejor, reflejarnos en el espejo del pasado y proyectarnos al futuro. Razones suficientes para invitarlos a sumergirse en este ejercicio de lectura autónomo y propio de Funza, un proceso del que nos sentimos muy orgullosos, demostrando que no nos equivocamos al apostarle a un Plan Municipal para promover las letras funzanas y a los artistas de la palabra. Resultados que me animan a seguir adelante con la meta de ver a Funza como la Ciudad Universitaria, una ciudad que se conoce a sí misma, que es capaz de medirse ante la adversidad y que puede mostrar resultados sobresalientes en la construcción de imaginarios propios.
Daniel Felipe Bernal Montealegre Alcalde de Funza 2020 - 2023
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MUCHO PARA NARRAR Y DESCUBRIR
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n el 2020, la publicación denominada “Sobrevivientes: antología de distopías en confinamiento” no solo llamó nuestra atención, sino que fue motivo de orgullo y merecedora de la beca Antología de Talleres Literarios del Ministerio de Cultura 2020. Asimismo, este año, gratamente nos ha sorprendido la variedad y calidad de piezas literarias y poéticas producidas en los diferentes talleres, resultado de la oferta académica de la Escuela de Literatura de Funza y de otros procesos desarrollados en el marco del Plan Municipal de Lectura, Escritura y Oralidad de Funza. La antología que usted lleva en sus manos, es fruto del trabajo dedicado y juicioso de estudiantes y docentes que hacen parte de nuestros procesos creativos de escritura, que encuentran hoy un camino despejado para salir a exponer y someterse a la aguda crítica del lector. Desde el año 2009, con la creación del taller Funza para Contar, el Centro Cultural Bacatá (CCB) apoya decididamente a los narradores y poetas funzanos, generando un proceso de escuela, que hoy sigue dando importantes frutos en las letras nacionales, proyectándonos como uno de los municipios referente frente al apoyo de la literatura en el país. A la Red de Escritura Creativa Relata, del Ministerio de Cultura, de la cual hacemos parte activa, nuestro agradecimiento por su apoyo técnico, porque gracias a ellos hemos podido consolidar y cualificar ascendentemente nuestros programas. A los autores, mi sincera felicitación por su calidad y creatividad, extensiva a los docentes e instructores, por su excelente proceso creativo y de acompañamiento.
Juan David Barbosa Silva Director Centro Cultural Bacatá
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
UNA ANTOLOGÍA PARA DISFRUTAR DE PRINCIPIO A FIN
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o ha sido fácil aceptar el reto de editar los textos de la presente antología, es notable la calidad creciente de los autores y por supuesto el mejoramiento paulatino de los textos de quienes han sabido perseverar en los procesos de creación literaria de la Escuela de Literatura y de los procesos asociados al PMLEO. El libro ha sido dividido por géneros y formas, en la primera sección, el lector encontrará cuentos, en donde prima la narrativa, en la segunda parte, algunas mini ficciones y en la tercera, crónicas muy bien estructuradas desde ejercicios de formación juiciosos y muy bien conducidos, crónicas legítimas que oscilan entre la urbe gris de Bogotá y los verdes campos de nuestro bello municipio. Finalmente, en una tercera sección, el lector encontrará una selección de piezas poéticas que van desde la metaficción, hasta sonetos y ejercicios de la más alta calidad, producto del taller Cartografías del Silencio dirigido por el maestro Jorge Eliecer Valbuena. No fue fácil abordar la organización de los textos, ya que, como producto de diferentes procesos creativos, son diversos en temáticas, estrategias y enfoques narrativos, pero es justamente esa diversidad la que hace que los textos que está a punto de disfrutar, metan al lector en una montaña rusa de emociones y sentimientos Agradezco al Doctor Daniel Felipe Bernal Montealegre por su apoyo incondicional y al maestro Juan David Barbosa Silva por permitirnos darnos el lujo de contar a nuestra querida Funza.
Víctor Manuel Mejía Ángel Director Plan Municipal de Lectura Escritura y Oralidad de Funza - PMLEO
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DOCE AÑOS Y CONTANDO...
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n Funza la literatura se ha convertido en un punto de encuentro que se dirige hacia todos los costados de la memoria. Los espacios que se han articulado para propiciar escenarios de creación y expresión desde las letras, han sido determinantes para desarrollar un diálogo constante entre el entorno cultural y nuestra imaginación; lugares, personajes, acontecimientos, voces, recuerdos, leyendas, opiniones, refranes, misterios, canciones, descripciones, anécdotas, relatos, todo ello se ha ido tejiendo en la voz y en el talento literario de cada uno de los integrantes de la Línea de Escritura creativa de la Escuela de Literatura del Centro Cultural Bacatá, escribiendo la Funza que habitamos como poema e historia compartida. En el 2021 traemos textos con una estética amplia: poemas, crónicas, minificciones y cuentos, que trasegaron ejercicios, técnicas, críticas, talleres y correcciones como resultado de esta labor compartida que ahora en esta antología podremos disfrutar y celebrar. Procesos que se han consolidado de diversas maneras, como la vinculación de dos de nuestros talleres a la Red Nacional de Escritura Creativa RELATA (programa del Plan Nacional para las Artes del Ministerio de Cultura) y los doce años que el próximo mes de enero cumple nuestro taller emblemático ¨Funza para contar¨, uno de los procesos literarios y artísticos de mayor trayectoria de Cundinamarca. Todo esto es parte de la valiosa labor y el trabajo profesional de los docentes de la EFAC Literatura Jorge Valbuena Montoya, Anderson Alarcón Plaza, Dayana Álvarez Piñeros y Andrés Susatama Perea, quienes han generado en cada espacio de formación, proyectos afines y comunes a los intereses y necesidades de nuestro municipio. Así vamos por buen camino, creando comunidad lectora y descubriendo nuevos escritores y formas de narrar desde la realidad que nos han correspondido. Por ellos agradezco y felicito la iniciativa del señor alcalde, Daniel Bernal Montealegre, de brindar este apoyo significativo y real a los procesos literarios del municipio que cada día crecen con más ahínco. Agradezco también al maestro Juan David Barbosa, Director del Centro Cultural Bacatá por su juiciosa labor como lector y apoyo a todo el proceso creativo de este documento y por supuesto al maestro Víctor Manuel Mejía por su invaluable apoyo crítico y creativo con este proceso y por toda la gestión realizada como editor principal de esta publicación. A todas y cada una de las personas que hacen parte de este proyecto, agradezco esta comunidad de voces con un mismo propósito, ser también en el lugar de las palabras, construir memoria e identidad desde esta historia que escribimos en coro. Aura García Fontecha
Coordinadora Escuela de literatura Centro Cultural Bacatá
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CRÓNICA DE UN GALLO FRANCÉS Jessica Obando
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a ciudad de Limoges es hermosa, no lo niego, llevo algo más de 30 años viviendo allí, siempre he sido un citadino, mi padre era un famosísimo arquitecto suizo que llegó a París a sus cortos diecinueve con un imperio de construcción y gran renombre, mi infancia estuvo rodeada del codeo con grandes e importantes sujetos y mi patio de juegos eran los clubs de golf o los paseos a cualquier parte del mundo, que puedo decir; soy un Cosmopolitan. Ya en mi adultez, seguí los pasos de mi padre con mucho éxito, nunca en la vida me faltó nada, excepto tal vez, paz, esta fue una de las razones por las cuales decidí mudarme de París, ir hacia el sur e instalarme en Limoges, allí conocí a mí Joëlle de familia prestante igual que la mía, conocida por ser la heredera de doscientos años de tradición de la famosa porcelana francesa. Hace poco decidimos retirarnos, jubilarnos y dejar todo en manos de nuestros hijos, y hacer lo que haría cualquier pareja de nuestra edad; adquirir una propiedad en un lugar tranquilo para pasar nuestros días de verano. La isla D’Oleron parecía un buen lugar, solo a tres horas y media de nuestra ciudad, con olas estivales y sol sonriente, alejado de lo que es la caótica urbe de cualquier país. Pensé que en este lugar tendría por fin la paz que por tanto tiempo busqué, en nuestra primera noche danzamos con la música que solíamos bailar más habilidosamente en el inicio de nuestro amorío con Joëlle y con algo de vino de Médoc que reservé para el encuentro con mi tranquilidad, fuimos a dormir, fue a eso de las tres y treinta cuando logramos conciliar el sueño, un sueño que se sentía como el único sueño real en mucho tiempo… Y entonces sucedió, cuatro y treinta y dos de la mañana:
¡COCORICOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
Un maldito gallo, ¡UN-MALDITO-GALLO!, al principio pensamos que sería la mera coincidencia, pero no lo fue, luego de unos 8 días el estúpido gallo seguía fastidiando nuestra estadía. Decidimos dar por terminada nuestra escapada al campo esperando que la siguiente vez el maldito gallo no estuviera, pero siempre estaba, siempre está. 19
Hablamos con Jacky Fesseau, el dueño de la granja, le enviamos cartas y no hubo respuesta, al parecer la que está al mando en ese lugar y la verdadera dueña de Maurice, ¡ahh, por qué le tienen un nombre al condenado animal!, es Corinne Fesseau, una cantante de pueblo, ella solo se ríe con nuestras reclamaciones por lo que decidimos tomar acciones legales sobre ella y el tal Maurice. *** Sigo sin entender cómo es posible, es que es una situación tan graciosa, hace treinta y cinco años vivo en este lugar, un espacio claramente rural. Tengo a Maurice, irónicamente, desde que empecé a cantar. El también canta, canta temprano, no como ellos dicen, dizque a las cuatro, ¡no!, su horario concuerda con mi alarma biológica, siete en punto de la mañana.
¿Qué culpa tiene el gallo? Es una cosa natural.
Imagínese, la primera vez que vinieron, Jacky me dijo:
—Cori, los vecinos quieren que le bajemos al gallo.
Yo exploté de risa, como no, pero Jacky no es un tipo de muchas bromas, y se me quedó mirando seriamente. —¿Hablas en serio?, ¿Los vecinos nuevos? Ya han venido varias veces y no se habían quejado. Jacky rió, creo que hasta que lo dijo en voz alta entendió lo que nos estaba pidiendo. —Es muy en serio, ma chérie. Tu deberías hablar con ellos, tal vez entren en razón. Nos miramos un minuto, y luego la comisura de los labios dejó escapar la risa de ambos.
—Está bien, la próxima vez que vengan hablaré con ellos.
Pues yo sinceramente creí que no volverían, pero al mes siguiente se presentaron en mi puerta, con cara muy seria y ropas muy blancas, al Monsieur solo le faltaba un monóculo y un bastón, y lo digo yo que ya soy una septuagenaria. 20
SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
Cómo no me iba a reír, cuando había una forma tan elaborada de hablar sobre el canto de un gallo. Obviamente Monsieur Biron no aguantó mi sugerencia sobre ir a dormir más temprano, no se lo tomó muy bien, se volteó tan bruscamente que se le despeinó todo el canerío que tenía tan finamente peinado. Lo vi alejarse mientras su mujer lo seguía por el lindo sendero que he preparado con flores trepadoras por años. Cuando pensé que ya todo había quedado bien y que de verdad habían empezado a dormir más temprano o que simplemente se habían rendido a madrugar por quince días al año, recogí una carta del buzón:
Citatorio de acción legal TRIBUNAL DE ROCHEFORT NOTIFICACIÓN PERSONAL Señora: Corinne Fesseau Dirección: 219 Rue du Cluzeau - Saint-Georges-d’Oléron, Nueva Aquitania
Fecha
04//06//2019
Servicio postal autorizado RADICADO No. 1002582 Naturaleza del proceso: PERJUICIO SONORO Demandante (s)
Demandado (s)
Jean-Louis Biron y Joëlle Andrieux | Corinne Fesseau y su gallo Maurice Le comunico la existencia del proceso en referencia y le informo que debe comparecer a esta dependencia ubicada: COUR TRÉVILLE, RUE CHANZY, 17300 ROCHEFORT, FRANCIA A los diez (10) días de presentada esa citación a las 14 horas.
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Arrugué el papel, y miré la casa de los Biron desde el portón,
—¡Pero qué par de patanes!
Grité, pero claro, no había nadie en esa casa, ellos solo venían dos veces al año. Luego me reí tan frenéticamente que ese día más tarde pensé que debí haberme visto como una loca. Como era posible, yo había hecho esfuerzos que no tenía que hacer, por ejemplo, construí un lugar oscuro para Maurice, con paredes gruesas para que su potente canto no dañara el sueño de los reyes de la merde. Incluso algunos días desperté a las cuatro de la mañana y me senté al lado de la mansión de Maurice, y nunca cantó antes de las siete. El citatorio desencadenó la ira de Jacky, y ya les digo yo que es algo muy difícil, esa tarde demoró más de lo habitual.
—¡Hablé con el alcalde!
Estuve muy molesto con todo este tema, podría usar otros calificativos para expresar lo que sentí cuando Monseiur Jacky Fesseau vino a mí despacho y me comentó la situación, claro, usarlos no sería muy diplomático de mi parte, en especial ahora que estoy en mi segundo mandato. El caso de Maurice me dejó muy triste y enojado, en especial porque aquí, en Saint-Pierre-d’Oléron siempre hemos abierto las puertas a los turistas y más a nuestros conciudadanos, este es un lugar muy especial, con ese toque veraniego que todos buscan, pero sobre todo somos una población con olor a campo, con el amor por lo rural. De primer momento me pareció un absurdo el suceso que Jacky trajo a mis oídos, pero cuando finalmente me convencí de que era cierto, hice lo que cualquier alcalde decente haría, ¡defender a mis ciudadanos! Contacté a una periodista local muy comprometida con nuestro bello rincón del mundo y le pedí que hiciera un seguimiento a la historia y que empezara por publicar mi carta abierta.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
Ella aceptó de inmediato, las declaraciones que di hicieron el caso viral, muchas personas querían venir a ver a Maurice, ese año hubo un incremento grandioso de turismo, en fin, diré lo que le dije a Cosette y al mundo en mi carta: “El canto del gallo, los ladridos del perro, la campana de la iglesia o el canto de los pájaros no pueden ser silenciados, es más, considero que deberían ser patrimonio nacional. ¡Que nadie pueda interponer una demanda contra ellos! Esto es el colmo de la intolerancia. Uno tiene que aceptar las tradiciones locales”.
Esta manifestación llevó a los locales a unirse a la causa, fue hermoso.
Un movimiento que reunió a todos, recordó a Francia entera el valor del campo y la idiosincrasia del rural francés, debió haber estado aquí, la gente incluso puso carteles satíricos en las paradas indicando que había gallos en la zona. Confío mucho en el alcalde Christophe Sueur, sonará raro viniendo de mí, me la paso criticando el sistema porque evidentemente está mal, pero sin duda alguna Sueur es la excepción a la regla, es un tipo comprometido, y cuando se desató el boom de Maurice, él me dio la oportunidad de darle voz a un gallo, incluso más voz de la que sus vecinos querían, ja, ja, ¿si entiende? Una vez fue publicada su carta abierta yo hice lo que mejor se hacer, unir la masa, ¿Cómo no podría hacerlo? Mi nombre, ¿Sabe lo que significa? Cosette, ¿no?, ¿No le suena? ¿Les Miserables?, bueno como sea, significa “la victoria del pueblo” Busqué a todos los que podrían estar interesados en el tema, muchos otros en situaciones similares se reunieron conmigo como Patricia Vozel, de 61 años, y su hija Aurélia, de 40, ellas tenía muchos gallos y nunca tuvieron problemas, pero el miedo de los nuevos vecinos era inminente, junto a ellas hicimos una petición en el rocheford sudouest, diario en el que trabajo y en el Mes Opinions, logramos unas ciento cuarenta mil firmas, incluso un tipo montó su negocio con camisas que decían “support Maurice” y siempre gritaba en frente del juzgado. —¡¿Qué sigue ahora? ¿Van a prohibir que canten las gaviotas o el sonido que hacen las palomas?!
¡UNA LOCURA!
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*** Cada vez que los abogados de la parejita de citadinos, hacían una declaración medianamente buena a su favor, ahí estaba yo para sabotearlo con una entrevista nueva. Por ejemplo, una vez el abogado Vincent Huberdeau salió en televisión y por varios medios locales diciendo: “Mis clientes tienen 68 años, están jubilados y solo quieren tranquilidad cuando vienen de vacaciones a su casa en la isla de Oléron” Y yo no perdí el tiempo, conseguí a un petit de cuatro añitos, vecino de los Fesseau quien declaró: “Maurice canta bonito, pero a esa hora yo duermo, así que pocas veces lo he oído”. Iban a perder ese juicio, cualquier persona con dos dedos de frente lo habría notado desde el inicio, por lo que no fue una sorpresa para nadie cuando el tribunal de la ciudad de Rocheford, falló en favor de Maurice e incluso ordenó a los Biron a pagar cerca de mil cien dólares en daños a los Fesseau. Yo estaba afuera del Tribunal d’Instance, vi a Corinne con Maurice bajo su brazo, su rostro era alegría y seguía teniendo ese gesto picarón que sostenía siempre que hablábamos del caso, llegué a ella entre simpatizantes que se atumultuaban en la entrada y buscaban su saludo.
—Cori, ¡CORI! ¿Qué quiere decirle al mundo?
Todos enmudecieron esperando la respuesta…
—El campo debe permanecer como es y no deben decir: “Deberíamos silenciar los ruidos del campo”, hoy Maurice ganó una batalla para toda Francia. Todos celebramos su frase, había júbilo, fue mágico, claro que noté a Maurice triste, ya le había expresado mi preocupación a Cori…
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*** Ella tenía razón, un gallo debe cantar, debe vivir feliz, soy como el sol, él sale cada mañana, es así como debe ser. Me alegro que todo haya salido bien, al final me siento como el abanderado de una segunda revolución francesa, toda esa gente tenía camisas con mi foto. Al principio me costaba entender, pero luego me vi, claro, ese era yo. Debo admitir que no me he sentido muy bien, me daba miedo cantar, pero tengo un impulso dentro de mí que no puedo parar, viene lento como una vibración y de repente ¡COCORICOOOOOOOOOOOOOOOOO!, con Cleo, la única gallina del corral, hacíamos bromas.
Debe ser algo heredado del tiranosaurio rex.
Entonces yo ponía mi pecho hacia delante y perseguía a la pobre Cleo que se asustaba como una gallina, como la gallina que era. Pero después del cuarto oscuro ese chiste ya no tuvo más gracia. Está bien por Cori, y está bien por Jacky y también está bien por todo lo que soy ahora, nunca pensé que fuera algo más que un gallo que canta en el paisaje francés, todos salimos ganando, menos los vecinos claro está, pero creo que se alegrarán porque a partir de mañana no cantaré más.
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LO QUE TRAJO EL VIENTO Wilson Amado Gamboa
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entados en la entrada de la casa, desde donde se ve la cordillera, una tarde me contó mi abuelo que cuando estaba pequeño, a su padre, lo enviaron a una guerra en Europa.
“No recuerdo qué guerra fue”, dijo. “Yo tenía seis años y fue muy grande el dolor al verlo partir. Comencé a extrañarlo todos los días, porque cuando él llegaba de trabajar del ejército, me alzaba y me daba vueltas, me cargaba a tuntún por la casa y reíamos mucho. Desde entonces los días pasaron lentos. Cada uno duraba dos, dos duraban cuatro y tres, seis. Hasta que al tiempo dejé de llorar. Pero todas las mañanas seguía levantándome muy temprano a mirar las nubes como hacíamos con mi padre, pues al amanecer pintaban en las orillas color dorado, luego se iban deformando casi de manera imperceptible, pero el color dorado seguía ahí. Al atardecer, se vestían de naranja intenso casi rojo. Durante mucho tiempo, no sé cuánto, solo sabía de él por las cartas que llegaban de Europa y me leía mi madre”. Detuvo su conversación y cual, si contara sus huesudos y arrugados dedos entre sus manos secas, continuó mientras miraba al horizonte: “Otras veces las mañanas despertaban lluviosas y frías. Todo encapotado de nubes grises. Sin dorado. Entonces hacía figuras con mi vaho en el vidrio. Como me enseñó mi padre, y corría por la casa imaginando que él me llevaba a tuntún”. Miró al cielo buscando nubes. “Un atardecer, mi madre leyó una carta y lloró en silencio. Hablaba de la gripe española. Yo me imaginé que era como un monstruo, gigante como la noche. Me asusté mucho y, después de aquello, todo el mundo comenzó a hablar. La gripe española aquí y allá, en las calles, en la radio, en la casa. Y un día…”, paró el abuelo de contarme, por unos largos segundos. 27
“…Un día dejaron de llegar cartas. Lo único que me ataba a la esperanza de saber de mi padre, se desvanecía. El dolor fue más grande que ese maldito monstruo al que llamaban gripe española. Mi madre lloraba incansablemente, yo me unía con mis propias lágrimas. Ella no dormía pues, a veces, en mi soledad, me levantaba de mi cama y me iba a la suya a buscar calor. Igual que hacía a veces con mi padre… y ella, estaba despierta. Entonces, yo la consolaba con un abrazo y un beso y luego… me dormía en su pecho. Creo que así ella también se dormía. Sufríamos. Se escuchaban sus sollozos en la sala, en las habitaciones, en el solar. Y todas las tardes, al llegar las cinco, nos sentábamos aquí, en esta misma puerta. A mirar al fondo del camino esperando que mi padre apareciera como antes lo hacía, con su uniforme y cuando las nubes teñían de naranja; esperándolo o esperando una carta. Lo que fuera que el viento quisiera traer”. Yo escuchaba, con los ojos clavados en la cordillera a varios kilómetros de la casa. Entre tanto, mi abuelo, con la mirada clavada casi ochenta años atrás, en su niñez. “Y poco a poco, la esperanza se fue desvaneciendo. Las cartas se perdieron en el camino, de pronto jugando a la orilla del río o se quedaron en el pueblo en la estación del bus, o en Europa. Y así, los días fueron tragándose nuestras lágrimas y los sollozos contagiosos de mi madre. Los juegos cambiaron por lápiz y papel, por letras y números garabateados. La maldita gripe española quizás, se había llevado a mi padre a otro lugar, igual que hizo con las nubes doradas y naranjas, o como lo estaba haciendo con nosotros. Lo más seguro era que también ese monstruo se había tragado las cartas que mi madre anunciaba con un grito de felicidad, «Mira lo que trajo el viento»”. Vi llorar a mi abuelo como el día que murió la abuela. «“Se llora por felicidad o por tristeza”», decía. “En la mente de un niño, las enfermedades tienen la forma de sus miedos y de sus monstruos y según el daño que le causen, las odiarán y les temerán, pero harán lo posible por no enfrentarse a ellas, aunque quisieran. Yo odié tanto la gripe española, que aún hoy, le guardo rencor”. Vino allí otro receso acompañado del suspiro más hondo y largo que pudo dar el abuelo. Como si se hubiera desahogado, como si hubiera descargado un inmenso peso de sobre sus espaldas.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
“Una mañana, volví a despertar muy temprano, aunque sentía que ya no había motivo, pero mi madre sí lo hacía para ir al pueblo por víveres y salía casi a oscuras. Entonces salí a la puerta. A esta puerta”, volteó a mirar todo el marco de la entrada detrás de nosotros. “Me paré ahí en ese palo”, y señaló el árbol frente a nosotros. “Era entonces una mata recién sembrada. Y esperé a que llegara mi madre por el camino. Volteé la mirada al cielo y las nubes tenían un dorado intenso en sus orillas, lloré alegre sin saber por qué y, de pronto, en el camino… allá al final, ¿lo ves? Mi madre apareció corriendo, gritando y llorando de alegría… «Hijo, hijo, mira, mira lo que nos trajo el viento».
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
PLACER OCULTO Jimena Bacca
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e pasé a vivir aquí porque es un conjunto tranquilo, donde no se escucha jamás una pelea, no hay música estruendosa, a veces mi vecino veinteañero con sus tusas que pasa por todos los géneros musicales, pero tiene hasta buen gusto. Estuvimos tres meses guardaditos cumpliendo la cuarentena, en noventa días nunca fui a la portería, no pedimos domicilio; mi esposo fue el elegido para ir al supermercado a traer los víveres, hijos en estudio virtual, trabajo virtual, ejercicio virtual, cumples virtuales y la lista sigue. Cuando ya empecé a salir una vez por semana al trabajo, me encontraba a las chicas que entraban a la casa 153. Nos saludábamos con un gesto a lo lejos, cubiertas con sus tapabocas, nunca noté nada raro. Una casa silenciosa, hace menos de un año cambió de dueños, decían que un joven la había adquirido y no la pudo ocupar por las restricciones de mudanzas debido al virus. La casa siempre tenía sus cortinas cerradas, yo nunca las abro, no me acostumbro al frío de la sabana. A veces mi perro ladraba cuando escuchaba la puerta a las 6am, a las 2pm y a las 10pm…pensé que las inquilinas salían a trabajar en turnos, decían, en una fábrica de alimentos, las pobres no tuvieron confinamiento, bien abrigaditas se veían según los celadores, sus caras cubiertas con tapabocas no se apreciaba su belleza. Me faltó decir que no hubo asamblea de propietarios en el 2020 también por culpa del virus. Así que muchos se quedaron con las ganas de cambiar a la administradora que lleva una década. Ya este año con la nueva normalidad era urgente que se diera la asamblea, aunque fuera virtual y se hizo el primer domingo de marzo. Un hombre de unos treinta años tenía la mano arriba en la pantalla y le dieron la palabra:
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—Buenas tardes Vecinos, lo mío es una queja. Debido a la intervención de don Evaristo de la casa 152, quien puso una denuncia a la empresa que yo había iniciado desde mi casa, la numero 153, con mucho esfuerzo en medio de la pandemia y gracias a ello tuve que suspender sus actividades. —Lo primero que pido, Sr Rangel—dijo don Evaristo, es que explique bien la índole de su negocio. —Sino me sigue interrumpiendo, prosiguió Nicolas Rangel, lo explicaré con gusto, se trata de un negocio de ventas, donde a través de cámaras mis empleadas ofrecen servicios tecnológicos. Estallaron las murmuraciones de un lado. El viejo Evaristo siempre amargado, no dejando prosperar a los jóvenes, opinó la vecina de la casa 131 y mientras del otro, doña Barbara de la casa 140, decía que se trataba de un acto de obscenidad eso de llamar “empresa” a prostituir niñitas a través de esos aparatos. Quedé atónita durante tantos meses saludé a las tres chicas, imaginé sus vidas lejos de su país, trabajando de sol a sol para hacer unos cuantos pesos y enviar a sus familias viviendo juntas para compartir sus penas en la misma casa. De razón cada vez que se caía el internet se desesperaban si no llegaba el técnico, incluso una vez me pidieron conectarse de mi red…
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
DIVINA GRIETA Jorge Valbuena Montoya
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n el barrio todos andan espantados desde que se apareció la virgen. Las casas parecen saberlo y guardan un extraño silencio, como el de las miradas de los vecinos cuando se cruzan cómplices y se lamentan, sin decirse nada, solo esa extraña sensación de pesadumbre que van dejando cuando pasan por el frente de la puerta donde cuelga ahora una larga cinta azul celeste, claveles pegados con silicona como una constelación y esa otra cinta blanca con letras negras que dice “Sellado”. Al comienzo fue distinto. Yo estaba concentrado estudiando para el examen de trigonometría, revisando los simulacros para las pruebas que nos habían dado en el colegio cuando empezó el alboroto. La gente corría en la calle, Mamá entró al cuarto temblando y con los ojos enlagunados, y me dijo que se había aparecido la virgen. Y fuimos a verla. Era una grieta al fondo de esa casa, y claro, la forma era exacta, casi una copia pero hecha por el temblor que nos había sacado la noche anterior a todos de las casas, además la humedad de la pared ayudaba a resaltar las formas del velo sagrado. Se veía sublime. Hay quienes incluso la vieron hasta parpadear, sentir el brillo de los ojos. Era la virgen, allí puesta en la pared de una de las casas del barrio y no había manera de calmar el furor que por esos días llenó estos andenes. Cada quien sacó su camándula y se fue en caravana a persignarse al frente de la imagen. Tocaban con sus dedos la grieta que la delineaba y le daban besos con los ojos cerrados. Una larga fila fue creciendo cada día. Con Mamá vendimos empanadas y nos hicimos lo del formulario de inscripción para el examen de la universidad. Yo veré mijo, lo tiene que pasar porque está bendecido por la virgen, no nos puede fallar. Y por primera vez sentí una responsabilidad divina. Yo no hacía más que ver preguntas por todas partes, con selección múltiple, todo a mi alrededor repetía a,b,c,d o Todas las anteriores. Si iba a la tienda y me tocaba decidir por tamaños, kilos o productos, en mi cabeza se armaba una fuerte discusión en la que por lo general siempre salían ganando el Todas las anteriores. Pero el problema fue cuando empezaron a llegar personas que nadie había visto por aquí, gente rara, y se empezaron a murmurar cosas en la fila. Que eso no era de dios, que a tierra santa no se entra ni con peluca, que eso era pecado, que quién se iba con esas pintas a saludar a la virgen. 33
Y sacaron a los niños corriendo, les tapaban los ojos, decían más alto las oraciones, casi gritándolas, como si la voz los pudiera empujar y sacarlos volando por las ventanas. Porque es que entre tanto afán en el que habían estado yendo a saludar a la Virgen y pedirle favores, y en la preocupación de alcanzar o no alcanzar a pedirle el favorcito, nadie se había percatado de quienes eran los que la habían visto por primera vez, y cada uno fue entrando como Pedro por su casa. Gente de aquí y de allá. Haciendo la fila. Guardando el puesto. Es la Virgen y es de todos, es la Virgen de Sabanafloja, eso decían todos alegres, y hasta nos llevaron del colegio en romería al otro día a cantar y a tocar la imagen para que nos fuera bien en los exámenes y las puertas siempre estuvieron abiertas. ¿Pero a quién se le apareció? Se preguntaban. Vinieron unos señores y entrevistaron a Germán, grabaron a las personas de la fila, a la virgencita en la pared, y se fueron. ¨En inmediaciones al municipio de Sabanafloja, después del temblor de la noche anterior, se ha presentado una supuesta revelación de la Virgen en forma de grieta en una de las paredes de la casa de dos pobladores de este lugar. Centenares de personas se dirigen a este sitio desde su aparición a orar y hacer peticiones. Según Germán Santana, uno de los testigos, la virgen le había dicho por efecto de telepatía, con una voz muy gruesa, que era la Santa Gaitana, y que estaba a favor de todos los desposeídos, los rechazados, y los incomprendidos…¨ Y así fue como el barrio se enteró por el noticiero de lo que había pasado en nuestra calle. Supimos que Germán era de apellido Santana y que se le había aparecido era a ellos y que la gente de otros lugares se dirigía a visitarla. Estaba confirmado, la virgen de Sabanafloja había cambiado todo aquí. De estudiar fuerte pasé a trabajar desde el comienzo hasta el final de esa larga fila, y conocí un montón de historias de este barrio de las que no tenía la menor idea. ¨Santa Gaitana¨, decía, en letras brillantes, el aviso que pusieron a los dos días los que vivían en la casa, justo sobre la imagen, a eso de las diez de la mañana, cuando la fila estaba más hirviente y todos ya se habían familiarizado con el nombre de Virgen de Sabanafloja. Una ronda de hombres vestidos de mujer hizo un círculo en el centro de la sala y empezó a cantar una melodía como las que tocan en la iglesia, pero con algo que no le gustó a la gente, y yo no pude escuchar porque entonces la gente empezó a silbar y a gritar y a lanzar los claveles que le llevaban a la virgen contra las mujeres con bigote que estaban cantando con los ojos cerrados y los brazos en alto. Yo me quedé en la fila quieto y con la mano preparada porque Mamá me había dicho que apenas me tocara el turno cerrara los ojos y pusiera la mano encima de la virgen, la mano con la que iba a rellenar las bolitas de las respuestas del examen con el lápiz, y yo estaba calculando ese malabar, esa hazaña, con la mano extendida cuando empezó la guerra de claveles y veladoras. No iba a perder el turno, llevaba horas ahí plantado para poder pedirle el milagro que me ayudara a salir bien del colegio y a pasar a alguna universidad a estudiar física que era lo que me gustaba. 34
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Pero no se pudo. La guerra de claveles se puso más intensa, por poco y terminan tumbando la pared donde estaba la grieta, es decir, la virgen, si no fuera porque doña Leonor puso una cobija en la pared hubiera sido un desastre. Y entonces entre Pablo y Germán y las señoras de bigote, sacaron a todo mundo, cerraron la puerta y dejaron a la fila ahí esperando. ¡Que nos devuelvan la virgencita! ¡La virgen de Sabanafloja es de todos! ¡Pecadores! ¡Ladrones de vírgenes! Se escuchó en toda la calle esa noche y la siguiente mañana, hasta que en la casa se empezaron a escuchar cantos, y gritos, y guitarras, y desde afuera respondían con avemarías y padres nuestros que iban y venían. La policía se preocupó con tanto desorden, además alguien los llamó y les dijeron que estaban haciendo ritos satánicos y que salía mucho humo por las ventanas y llegaron a la casa buscando a Pablo y Germán, los señores, o bueno, las señoras que vivían ahí. Y entonces ahí fue que salió don Antonio de la casa del lado con una copia de las escrituras de la casa donde se había aparecido la virgen, porque es que la casa es de la señora Magdalena y ella vive en España, pero en la casa vivían en arriendo Pablo y Germán, el par de muchachos que siempre se la pasaban juntos y la gente pensaba que pobrecitos, que eran huérfanos y que habían quedado abandonados a su suerte por cosas del destino. Usted descuide señor agente, que se nos apareció la virgen la ¨Santa Gaitana¨, que será la virgen de nosotras, le dijo Pablo al policía cuando salió a la puerta todo pintado, maquillado, con un vestido largo color celeste, tacones de charol blanco, brillante, y una corona con angelitos blancos y negros, y cubierta con papel celofán azul. Tenía unas pestañas largas y brillantes. Doña Magdalena sabrá de esto y le compraremos la casa con las ofrendas de todas nosotras, porque abriremos aquí nuestra sagrada iglesia de La Gaitana. El barrio fue llenándose de esas mujeres con bigote, piernas peludas y velos, que nadie saludaba y Pablo y Germán entonces empezaron a usar falda, tacones y labial. Y andaban de un lado a otro con un aire divino que no se les había visto nunca, cantando y predicando sobre la aparición de la ¨Santa Gaitana¨. Yo me puse a estudiar hasta sobre los temblores por si me salía una pregunta en el examen y hasta lo puedo explicar. Consiste en que se mueven unas placas tectónicas bajo la tierra, se sacude la corteza terrestre y se liberan unas ondas sísmicas, y hay también mitos sobre eso, que una serpiente de colores se arrastra bajo la tierra con una cola transparente cuando la gente se pelea. Me sentía realmente preparado con todo lo que sabía. Pero esa pregunta no salió. La que salió como traída por el cielo fue doña Magdalena. Llegó un día en un auto gris brillante y con un señor de gafas negras que siempre estaba en silencio y miraba a todo el mundo con desconfianza, y dos señores con overol, pasaron por el frente de la fila hasta la puerta, entraron a la casa y allí estuvieron un largo rato. 35
La calle estuvo en silencio. Es que ella es la dueña de la casa. Apenas se alcanzaban a distinguir los susurros entre la multitud. Todos andábamos a la expectativa de lo que estaba ocurriendo detrás de esos muros agrietados. Cantos, oraciones, gritos, los muros se movían, las paredes se estremecían con el ruido de un taladro. Don Antonio mientras tanto se reía entre la gente levantando las copias de las escrituras de la casa. El día del examen pasó despacio. Tenía un nudo en la cabeza y un escapulario que mi tía Rosario me había regalado. Está bendecido por el padre Genaro. Las preguntas se fueron convirtiendo en hormigas sobre el papel, debía repetir los textos, leerlos dos o tres veces, me costaba concentrarme. A veces pienso que, si hubiera alcanzado a tocar esa grieta esa tarde, con la mano, como me dijo mamá, me hubiera ido mejor, y hubiera alcanzado un mejor resultado. Pero ahora trabajo y observo el silencio del barrio, y cada vez que estoy solo corro todos los muebles de la casa sin que Mamá se dé cuenta, soy un experto buscador de grietas, cada una tiene una forma distinta cada día cuando las observó con detenimiento. Pero ninguna he visto parecida a esa, la que vi en el pedazo de pared que se llevó doña Magdalena. Creo que si le hubiéramos puesto un bombillo por detrás se iluminaba. Estoy seguro. Todos sabemos aquí que una grieta nos falta. Un día llegó la dueña, pero hay una esperanza. Son escasos los temblores, pero Mamá ya tiene las escrituras de esta casa.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
MOMENTO DE LUCIDEZ Steven Grajales
L
ímpiese esa cara y póngase a recoger el desorden que hizo.
Gritaba la señora Carmenza al pequeño Esteban que lloraba tan fuerte que conseguía alarmar y conmover a los vecinos del octavo piso. —Hay que demandarla por Dios, hay que demandarla. —era lo que decía la señora del 802 cuando me la encontraba preocupada como yo por el niño en el pasillo. Un día en la noche, cuando llegué al apartamento, pude ver que el niño corría de lado a lado con un avión en su mano, su dedo índice movía la hélice y sus labios hacia el sonido del motor. Traía un chocolate que Sofía me había regalado y quise dárselo al pequeño, pero la señora Carmenza lo impidió azotando la puerta en mi rostro. Hoy en la mañana me despertaron las palabras que apuraban a Esteban. La delgadez del muro dejaba fluir toda clase de sonidos, ni el más leve susurro era ignorado. La señora le decía al joven que se vistiera pronto que tenían que partir para la iglesia. El chico le respondía con su tenue vocecilla “ya voy mamita”. Me puse de pie y me dirigí hacia la sala mirando al muro. Escuché lo que la señora le decía a su hijo: —Apúrese Esteban que el pastor comienza el culto a las ocho. No podemos fallarle a él ni a la palabra de Dios. —Ya voy mamita, me faltan los zapatos y las medias. —¿Si desayunó todo? —Sí mamita, todo lo que tú me dejaste. —Eso está bien. Después de escuchar la palabra, lo dejo donde su papá. Saqué de mi mente al chico y seguí con la intención de tener un día tranquilo. Continué con los escritos que había dejado en la noche y terminé de leer la trilogía del 37
alma de los lirios de Vargas Villa. Me paré del sillón y le di de comer a los peces dorados que Sofía me había obsequiado. No entiendo porque me los regaló. Pero no importa... me he encariñado con ellos: son silenciosos, poco exigentes, disfrutan los momentos de soledad, tal cual yo lo hago.
Por la tarde, a eso de las 5:30, vi un mensaje de Sofía…
“Estoy muy feliz de haber compartido los últimos veinte meses a tu lado, todo esto me ha endulzado la vida. Siento muchas cosas cuando estoy a tu lado… Nos vemos a las 6:00 pm donde siempre. Te tengo un obsequio” Tenía muy poco tiempo para vestirme, comprar algo e ir a encontrarme con ella. Cuando entré en la cafetería la vi sentada en la mesa del fondo. Llevaba puesta la chaqueta café que le regalé, el bluyín color hielo que torneaba sus piernas y las botas negras de cuero. Su cara parecía el destello de una estrella, su cabellera castaña bajaba en ondas simétricas y sus ojos se veían llenos de alegría. Sofía me miro y sonrió. —Tan puntual como siempre. —Y vos más hermosa que nunca… Mis palabras la sonrojaron y dibujó una tímida sonrisa. Las perlas que se descubrían tan blancas en su boca me recordaban las historias que contaba la abuela, sobre los cofres milenarios bajo el inmenso cuerpo de los mares del mundo. —¿Me trajiste algo Santiago? —preguntó Sofía. —Lo de siempre: versos, chocolates y flores. Movió su cabeza con intención de que me sentará, metió la mano por debajo de la mesa y puso sobre ésta una caja de cartón. La caja estaba vieja y arrugada, tenía dos agujeros en cada cara y conservaba hasta la mitad la marca del agua impregnada. Sofía alzó su rostro y volvió a sonreír. —¿Qué hay en la caja? —Toma asiento y te digo. Hice lo que me ordenó, después alcé la mano y pedí dos cafés. A los minutos la camarera llegó con las bebidas, las puso en la mesa y partió. Los dos vasos llenos hasta 38
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el borde, consentían en tejer una cadena de humo que desbocaba en los agujeros de la caja, esto hizo que la caja se moviera, luego se escuchó un gruñido en su interior. —¿Qué fue eso? –pregunté —Es tu obsequio y se llama Princesa. De la caja salió algo flaco y feo, salto en la mesa y botó ambos cafés al piso de madera, corrió por toda la cafetería arrojando todas las cosas al suelo. Las camareras que ya andaban agitadas por el tarareo del día, no pudieron con el arranque del felino y, dejaron de perseguirlo cuando vieron que saltaba de mesa en mesa, luego la barra, tal parecía que la gata se entretenía creyendo que el piso estaba cubierto de agua. Sofía se levantó de la silla y recogió uno de los vasos de café que se encontraba en el suelo, el aroma atrajo a Princesa hasta sus pies. No creí que fuera posible que la Princesa de los gatos se conformara con lamer las sobras de un vaso. —Ten paciencia Santiago, al fin y acabo es un animal. —dijo Sofía después de tener la gata en sus manos. Pagué la “cuentita” que había dejado las maniobras de la gata en la cafetería. Me fui al apartamento con el dichoso obsequio entre mis brazos. Al llegar, me acosté de una vez en la cama, estaba cansado porque no había podido dormir la noche anterior. Con lo que no contaba era que Princesa tenía planeado todo un concierto de maullidos a media noche. No creía como la realeza felina podía gemir de tal forma, que igualaba el tono del gemido de Esteban cuando la señora Carmenza lo maltrataba. A la mañana siguiente encontré la gata comiéndose las piezas de pan que había dejado encima de la mesa. Apreté los puños, hubo un momento en el cual respiré y repetí lo que Sofía me había dicho la noche anterior “Ten paciencia Santiago, al fin y acabo es un animal”. Rescaté la única pieza de pan que no había sido tacada, fui hasta la cocina. Preparé un par de huevos revueltos, una taza de café con leche, dejé todo al lado del pan rescatado que se encontraba sobre la nevera, una altura que a mí parecer el gato no podía alcanzar. Luego sonó la puerta y fui a ver quién era.
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Cuando abrí la puerta encontré el rostro de la vecina del 802. Traía puesta el pijama rojo enterizo y las pantuflas de león, tenía entre sus manos una taza de té y un plato que hacían juego. Se le notaba que acababa de quitarse la mascarilla verde porque no se había lavado bien la cara. La señora entrecerrando los ojos y acercando su rostro me dijo: —Santiago ¿escuchaste ayer los maullidos? —Ehh… no. —respondí esquivando su vista. —Oye, pero ¡cómo duermes chico! Si estos maullidos se escuchaban tan fuertes como los lloriqueos del pobre niño. A propósito, hay que demandar a esa señora. esto no puede seguir así. La vecina del 802 es una de esas personas que habla mucho, pero no lleva lo dicho a la acción. Lo que no me gusta de ella es que se entromete en los asuntos de todo el mundo y luego va y se lo cuenta al pastor, que ya enterado, sabe cómo llegarles al corazón. —De hecho, Santiago —continuó la vecina del 802— ayer como a eso de las siete se escuchó de nuevo el llanto del chico. Al parecer la señora Carmenza lo azotó con un fuete después de que al chiquillo se le cayera un plato de la mesa. Definitivamente que falta de tolerancia hay en estos días, que ni siquiera los pobres pequeños se escapan de las manos de la muchedumbre ofendida e inhumana. La señora Carmenza y la vecina del 802 antes eran amigas. Se conocieron en la iglesia y después de un tiempo, se enteraron que vivían en el mismo edificio. Ahora, según cuentan en los pasillos, se odian, porque la lengua inquieta de la vecina del 802 se la pasaba esgrimiendo comentarios sobre los actos de la señora Carmenza, la cual fue poco a poco segregada por la providencia. La cara de la vecina del 802 mostraba un sinfín de chismes que le saltaban en la boca, yo lo presentía porque ya había pasado por esto algunas veces. —Qué pena vecina, pero dejé el desayuno servido en la mesa. Hasta luego. Cerré la puerta. Caminé hasta la cocina con la imagen del pequeño Esteban pasando por mis ojos, vi como el niño metía su cabeza entre las manos y aguantaba los azotes.
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Cuando llegué a la cocina, Princesa degustaba el manjar que me había hecho de desayuno: ya no había huevos revueltos, ni piezas de pan y su lengua majestuosa se sumergía constantemente en el café con leche. La gata me miró y sin vergüenza bostezo y saltó de la nevera, luego se echó encima del sofá. Fue necesario que en mi cabeza apareciera la imagen de Sofía diciendo las sabias palabras “Ten paciencia Santiago, al fin y acabo es un animal”, pero esta vez no alcanzó con una Sofía sino con dos. Ambas Sofias repitieron diez veces las sabias palabras para que yo no terminara estrangulando a la gata. Pasó el tiempo y Princesa se convertía en una fastidiosa y caprichosa tirana que me enfadaba cada día más: daba conciertos por la noche, dejaba regueros de papel en el baño, el mueble de cuero (el que ahora era su trono) conservaba muchos arañazos, me robaba el desayuno cuando no la observaba, dejaba olores fétidos por toda la casa, en fin. Pensé en regalarla a Esteban para que su madre la diezmara a punta de escobazos, pero desistí al entender que el sufrimiento de la gata no le gustaría a Sofía. Al fin y acabo sigo sin entender ¿qué le habrá hecho pensar a ella que a mí me gustaría tener un gato? Como iban las cosas, cada mes recibiendo una mascota, lo más seguro es que en el próximo aniversario me regalaría un perro o un caimán. El día de hoy, cuando iba llegando al apartamento, vi a Esteban jugando con el mismo avión de madera de la otra vez. Sin embargo, en la imagen del pobre niño observé algo que me revolvió el pecho, esta vez el chiquillo solo podía hacer con sus labios el ruido del motor del avión, porque su brazo derecho se encontraba enyesado del hombro a la punta de los dedos. Al niño le costaba sostener el peso del yeso. Irrumpí en el apartamento de la señora Carmenza. —¿Qué le pasó al brazo de Esteban? —¡Hágame el favor y se larga! La maltratadora indicó con el dedo índice la puerta. Di media vuelta y observé en la pared una frase: “Sé dónde vives: donde está el trono de Satanás. Eres fiel a mi nombre, y no has renegado de mi fe” (Apocalipsis 2:13).
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Salí aturdido. Al llegar a mi apartamento sentí un hedor y encontré mis escritos mordisqueados y con orina. Busqué a la perpetradora. La encontré parada al borde de la pecera, estaba introduciendo su pata como anzuelo de pesca. En el recipiente solo resistía uno de mis peces dorados al toque de la parca felina.
—¡Gata de mierda, quédate quieta!
Ni siquiera sacó su pata de la pecera. Me quité el zapato y se lo arrojé, pero la muy habilidosa pudo esquivarlo. Cuando Princesa saltó, la pecera se inclinó y fue a dar al piso. Toda el agua se extendió por el suelo y el pez dorado quedó saltando de un lado al otro. Corrí hasta la cocina para buscar una olla y llenarla de agua, volví a la sala con intención de rescatar al pescadito, pero, fue nulo mi intento, porque la gata pendeja ya lo tenía en la boca. Todo esto me dio a entender por qué son los perros y no los gatos los mejores amigos del hombre o por qué Edgar Allan Poe asesinó a su mascota. Le arrojé toda el agua encima, la gata saltó hacía mí. Clavó sus filosas garras en mi pecho. La cogí entre mis manos, la sacudí y la arrojé al suelo. La “princesita” no desistió del campo de batalla, se enganchó a mi pierna. Me mordió, la sacudí y la empujé contra la pared. Tuve miedo de haberle hecho daño, me acerqué, pero mientras caminaba, escuché un par de azotes en el suelo y después el gemido del pobre Esteban. El chico berreaba. Me enfurecí más y deseé descargar mi rabia en Princesa. La agarré por el cuello y la saqué por la ventana, la sostuve con ambas manos. —Ahhh sí, con que te gusta lastimar niños —le dije con ganas de dejarla caer. Cuando estuve decidido, la gata lanzó un zarpazo a mi mano, la imagen de Carmenza comenzó tenuemente a desaparecer y a reaparecer la de la gata. Dejé la gata en el suelo y le cogí una de sus patas. Quise disculparme con ella, pero lo único que pude decir fue —Hoy por hoy, por ser un condenado animal, te has salvado La gata aceptó las excusas lamiendo mi mano con su lengua carrasposa.
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ENTRE DOS PÁGINAS Ovidio Posada
“Todo el mar en una sola gota” Anónimo
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iempre imaginé una biblioteca como un espacio grande y ordenado, quizá con las galerías hexagonales de aquella de Babel, un lugar casi sagrado lleno de repisas y anaqueles en los que estuvieran todos los libros, todas las historias, es decir todo el universo, y resultó cierto. Necesitaba esconderme, ya los días de observar y planear habían terminado, era necesario permanecer en el recinto. Me costaba trabajo evitar la fascinación de estar en aquel sitio y mirar las salas con ojos indiferentes, ya no buscaba una revelación, pronto ratificaría las respuestas, la ubicación exacta del objetivo estaba identificada. Imaginaba que en las otras salas sería difícil encontrar un lugar que me permitiera burlar la vigilancia de los guardianes, en oportunidades anteriores había observado que su rutina consistía en dar una vuelta por los salones, atentos a que no estuviera alguien dañando un libro, mutilando un periódico o que hubiera un ladrón agazapado en alguna parte. Había recobrado el dominio de mis nervios y también de mi imaginación. Tenía que seguir jugando con astucia y cuidado, como jugaba hasta hacía unos pocos días, sin dejarme atrapar en el juego. Estaba en la Biblioteca Nacional y tenía que ser astuto y lúcido. Esta vez seguía los pasos de la guía y mientras ella hablaba del manuscrito de la vorágine, los fondos gráficos de Germán y Manuel Arciniegas y el archivo fotográfico de Nereo López, yo trataba de no hacerme notar entre los que conformábamos el grupo de la visita guiada. Cuando se refería a los cerca de tres millones de volúmenes que custodia la biblioteca, yo eché una mirada confiada a las interminables filas de libros que me rodeaban por todos lados, en un descuido hubiera podido encaramarme a una de esas estanterías y esperar la llegada de la noche, pero no me servía porque estaba demasiado cerca de la portería. 43
Había que examinar el lado derecho, ese espacio parecía más conveniente en donde se alineaban junto a la pared los libros grandes de la hemeroteca, pero era difícil subir allá, porque justo enfrente estaba uno de los guardianes, sentado en una silla de espaldas; ni pensar en la posibilidad de saltar sin atraer la atención de todos. Qué difícil es esconderse cuando los escondites son filas y filas de libros de escasos cuarenta centímetros de alto. Volvimos a atravesar la sala, allí en uno de los vestíbulos del hall central se erguía el busto de Manuel del Socorro Rodríguez; según relataba la guía, aún se conserva una cruz de madera a la que el poeta y periodista se aferró en su lecho de muerte. Ella seguía hablando de todo tipo de manuscritos, libros, mapas, piezas musicales, documentos digitales y fotografías, yo fingía atención mientras analizaba otra vez el lugar más alto del hall desde el cual podría tener un buen punto de observación cuando fuera medianoche, porque me hubiese permitido vigilar, desde la sombra, la escalera a la izquierda y el pasillo a la derecha y mirar desde allí hacia otros corredores, ya que estaría situado en una especie de crucero. A plena luz se veía muy bien si la salita de la portería estaba ocupada, subir a la parte más alta de las escaleras me daría la ventaja de ser yo quien custodiara a los vigilantes, sobre todo al que se quedaba encerrado dentro de la biblioteca, después que se hubiesen marchado los visitantes. Aparte del moderno detector de rayos x de la salida, las medidas de seguridad en general eran bastante sencillas: tenían cámaras en las salas de lectura y una pantalla en la estrecha oficina de monitoreo; al cerrar el recinto, dos vigilantes permanecían afuera en sus garitas, y dentro del edificio quedaba un guardia, quien observaba el monitor de las cámaras. El área verdaderamente custodiada, incluso con alarmas, era la de los incunables, pero en zonas como las bodegas de almacenamiento, los corredores y los baños no había nada, salvo algunos letreros de prohibido el paso y unas cadenas decorativas que delimitaban las áreas de acceso. No me quedaba mucho tiempo, como era sábado, la atención al público sería hasta las tres y media y las puertas se cerrarían a eso de las cuatro cuando todos hubieran desalojado las salas. Con paso presuroso me dirigí otra vez hacia la escalera central, había hecho varios intentos fallidos, el último fue la semana anterior pero los nervios me lo impidieron; no sé si esta vez hice bien en quedarme. Si me hubiese ido, en este momento sólo conocería el comienzo y no el final de la historia. Aunque de no estar aquí, como estoy ahora, aislado en lo alto de esta azotea y mirando las nubes que esconden el santuario de Monserrate, no me preguntaría si aquello realmente fue uno de los finales, o si el final aún está por llegar. En mi mente todavía estaban las frases repetidas sin convicción, con monotonía, por otra de las encargadas de los recorridos temáticos al hablar de los Auditorios que 44
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conformaban la planta inferior en honor a German Arciniegas y Aurelio Arturo, y su paso apresurado por el depósito del fondo antiguo donde estaban mis pretendidas estanterías de Rufino, los talleres de conservación y digitalización y el abarrotado depósito bibliográfico al igual que la imprenta patriótica, el santuario y el hall central, mientras los del grupo en el que yo estaba, pasábamos por la filmoteca y la sala Daniel Samper Ortega. Tenía que darme prisa, se estaba haciendo tarde. Vi sin prestar mucha atención la sala Cien años de soledad, la colección de Silva, la colección de los orígenes del vallenato, los originales de La vorágine; no podía distraerme, ya exploraría después. Entre aquellos volúmenes en esas vitrinas no podría haberme escondido. A medida que iba descubriendo, o intuyendo, el sentido de aquellas secuencias de galerías me invadía la ansiedad de no encontrar a tiempo un escondrijo desde donde asistir a la revelación nocturna de la oculta razón de todas mis tribulaciones. Me movía como un hombre acorralado por la cantidad de obras que debía inspeccionar, los nervios y el avance terrible del reloj. Se acercaba la hora, dentro de poco me echarían y aún no había encontrado la forma de escabullirme, hasta que, después de atravesar el pasillo de las publicaciones del nueve de abril y ver que era imposible esconderme bajo las mesas incómodas de los periódicos, algo llamó mi atención y, en efecto, advertí que en el rincón de la derecha, contra una ventana, donde estaba la sala Rufino, había un pequeño espacio entre dos paneles que rodeaban una columna y formaban un pasadizo que corría por debajo de las escaleras. Por allí podría acceder al otro lado sin ser visto y sin tener que dar la vuelta por el vestíbulo y, contra todo lo planeado, decidí seguir adelante por esa estrecha ruta que se me presentaba. Salí al descanso de las escaleras y proseguí metiéndome por una galería que da a la gran escalinata por donde se sube a los pisos superiores, pensé en acurrucarme, pero para evitar sospechas decidí caminar tranquilo, porque si me descubrían de pie siempre habría podido fingir que era un visitante absorto o un usuario extraviado. Abajo en el vestíbulo, aquel vértigo de vitrinas a los lados, esa especie de altar bibliográfico en el centro y su liturgia a la civilización literaria, la aclamada ¡imprenta patriótica de Nariño! llamando la atención de todos, me permitió alejarme del grupo sin ser visto y pasar a zonas vedadas, corrí silencioso, subí otro piso y la inseguridad me atenazó, no sé bien si sería por la situación o por el hecho de estar viendo al fondo de la galería un espejo que no solo multiplicaba los libros y las estanterías, sino que duplicaba mi imagen solitaria y fantasmal de manera insoportable. En ese momento recordé la frase de Lavoisier al afirmar que “basta con curvar un espejo para precipitarse en lo imaginario”. Y yo la estaba recordando aquí, precisamente rodeado de estos libros que fingen celebrar los orígenes de la literatura, me encontraba frente a la puerta de la zona de los incunables envueltos con pergaminos y cubiertos de caracteres intraducibles, no era el lugar más adecuado para estar, pues por lo 45
invaluable de los libros eran vigilados con más celo. Rápidamente me alejé de allí y subí lo que faltaba de las escaleras, pegado a la pared para evitar ser visto, llegué al último piso y busqué sin saber qué, hasta dar con un cuarto de mantenimiento con una pequeña escalinata metálica de servicio que descendía en caracol desde la azotea por los cinco pisos hasta el sótano, en cada piso tenía una puerta de hierro con llave como la que cerraba el acceso a la terraza, desde esta pequeña escalera las puertas podían abrirse hacia dentro con solo empujarlas y se tenía acceso al sistema de ductos de todas las plantas de la edificación, pero desde las salas de la biblioteca no había forma de llegar a la escalera sin tener las llaves. En el cuarto de máquinas de los extractores de humedad en que me encontraba, al lado de varios ventiladores había un gabinete eléctrico que me facilitó el acceso a una serie de pequeñas rejillas de toma de aire, encontré una que cedió con alguna dificultad por la que apenas cupe y pude alcanzar invicto la azotea, nunca había llegado tan lejos, ya del otro lado volví a colocar la rejilla; si tenía la fuerza y el valor de permanecer hasta oscurecer en aquel sitio, quizá lograría regresar de nuevo cuando todos se hubieran marchado y solo quedaran los guardianes de la parte exterior de la edificación. Quise ser invisible mientras esperaba ser camuflajeado por las sombras del atardecer, durante un tiempo que me pareció interminable. Oía los pasos de los remolones, y luego los de los últimos guardianes. Pensé en acurrucarme debajo de una plancha saliente de una ventila, era un espacio tan reducido que seguramente terminaría con las piernas encalambradas, así que busqué el lugar más alejado, volteé mi chaqueta para que quedara por el lado oscuro, destapé mi primera barrita energética de granola y me arrinconé contra una cornisa para esperar la llegada cómplice de las sombras. Mucho después se fueron encendiendo las luces de la ciudad y apagando las luces de la biblioteca, las salas quedaron envueltas en la penumbra, la caseta de vigilancia se volvió menos oscura, tenuemente iluminada por la pantalla en la que el guardia del interior seguía clavando la vista. La prudencia me aconsejaba permanecer lo más alejado posible de ese punto. La hora de cierre para los visitantes y usuarios no coincide con la de la salida de los empleados. Pensaba dejar mi escondite y reingresar a la escalera para empezar la búsqueda, pero me sobrecogió el terror de encontrar a alguien de la limpieza, que tal si ahora empezaban a quitar el polvo de las salas, lo mejor era permanecer quieto hasta tener la seguridad de que no había nadie. Después pensé que, por ser el lunes festivo, el martes por la mañana la biblioteca abriría tarde, lo más lógico era que los encargados de la limpieza trabajaran a la luz del día y no durante la noche, debí de estar en lo cierto, al menos con respecto a las salas superiores, porque ya no oía ningún paso. Sólo los rumores lejanos de los extractores, algún ruido seco, quizá puertas que se cerraban. Tenía que seguir quieto. Ya encontraría tiempo de bajar entre once y doce, o incluso más tarde; me enfundé en la chaqueta para evitar el frío que empezaba a hacer mella; acurrucado en posición fetal sentí adormecerme, era 46
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mejor eso que sucumbir a una crisis de angustia, pensé en las cosas que se le ocurren a uno cuando está solo y clandestino en una biblioteca, respiré profundamente varias veces, me exigí concentración y decidí recapitular los hechos, enumerarlos, determinar sus causas y sus efectos.
Había llegado a este punto por muchas razones.
Revivieron los recuerdos, nítidos, precisos y ordenados de los tres frenéticos últimos días, luego los de los dos últimos años, mezclados con recuerdos de hace cuarenta y tres años, tal como los había encontrado al irrumpir en mi vida la leyenda del libro perenne. Las pistas que traen el libro a América reaparecen en El Cuervo Blanco de Fernando Vallejo y me remontan a Rufino José Cuervo, quien en su testamento dejó claro que “legaba a la República de Colombia los impresos, libros y manuscritos que existían en su domicilio de París, a condición de que fueran colocados y conservados en la Biblioteca Nacional de Bogotá para uso público… puso, eso sí, la condición que estos libros debían conservarse siempre juntos y no serían entregados al Gobierno de Colombia o a la Biblioteca sino cuando estuvieran listos los anaqueles en que debían conservarse”1. Los libros eran cinco mil setecientos treinta y uno, y llegaron juntos con los demás papeles; cuando los estantes se construyeron, allí fueron colocados y están en estado de conservación, aunque son poco consultados es solo uno de ellos el que me interesa. De madrugada hice mi reingreso sigiloso por las escalinatas de servicio, todo salió bien, detrás de los estantes en los que me escabullía la noche era más oscura y se sentía más densa con el olor casi romántico a vainilla que desprende la celulosa del papel al descomponerse, sin dificultad encontré las estanterías de la colección donada por Rufino José Cuervo y me puse a trabajar en penumbras y en silencio. Después de varias horas, que pudieron ser setenta y dos, aprovechando un haz de luz que se colaba por una de las ventanas, después de descartar folletos y correspondencia y concentrarme solo en los libros, tenía miles de ejemplares de la colección abiertos, ojeados y vueltos a cerrar, contra toda proyección estaba allí. De repente, me encontré con este prodigio entre las manos, lo reconocí al instante, se trataba de un libro poco llamativo que al tacto se sentía normal, pero que al abrirlo se podía ver que solamente tenía las dos tapas en cuero crudo y dos pergaminos constituían sus dos únicas páginas: la primera y la última, pero que al ir ojeándolas siempre estaban así en las manos del lector, inicio y fin.
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Vallejo, Fernando, “El cuervo blanco”, Alfaguara, 2012. Pág. 31
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Se podían leer infinitas páginas o tantas como tuviera el libro deseado o rememorado por quien lee, pero en sus manos siempre están dos, la primera y la última multiplicándose. Al abrirse, estas páginas están en blanco y permanecen en blanco hasta tanto el lector piense en un libro, conocido o no, y las letras, gráficos y demás caracteres del libro evocado van apareciendo a medida que el lector va leyendo, se presentan todos los idiomas y cuentan todas las historias según lo que el lector vaya deseando y conjurando, es el universo comprimido en estas dos hojas infinitas. Consultar el libro es grandioso, pero intentar quedárselo tiene profundas consecuencias: la locura, la ceguera o la muerte. Ante tal advertencia, una vez encontrado podría leerlo, y la otra opción era perderlo para siempre entre el montón de esta biblioteca, pero es seguro que después querría volver y pasaría el resto de mi vida buscándolo, así que habiendo llegado hasta aquí era inevitable que pasara lo que tuviera que pasar. Las investigaciones, ubican el libro en manos de Edgar Allan Poe cuyo fallecimiento se atribuyó al exceso de alcohol, lo que generó una posible congestión cerebral, sin embargo se sabe que fue un suicidio motivado por pretender la posesión de este magnífico ejemplar; aún no se sabe cómo llegó el libro a manos de Friedrich Nietzsche que terminó internado en una clínica psiquiátrica a la que llegó influenciado por sus dos ilimitadas páginas; tiempo después, el libro, al parecer estaba en las manos de Ernest Hemingway lo que fue causa de ataques nerviosos y el trastorno bipolar que intentaron curar con terapias de electroshock obteniendo el resultado contraproducente de su suicidio, y el astuto Borges, quien solía leerlo por brevísimos instantes, se inspiró en él para escribir El libro de arena y pagó con su vista la osadía. Mucho tiempo antes, había estado en manos de Empédocles, quien lo tiró justo antes de lanzarse al monte Etna con la esperanza de convertirse en un dios, pero una de sus sandalias de bronce salió expulsada por las llamas como confirmación de su mortalidad; también fue revisado por Lucrecio, quien supuestamente se suicidó tras volverse loco por haber tomado un filtro de amor, en realidad estaba consultando la elaboración de dicha pócima en sus dos páginas. Las últimas palabras de Kant fueron: “es suficiente” y las dijo mientras dejaba caer el libro entre sus dedos, también se decía que el existencialista Merleau-Ponty presuntamente fue encontrado muerto en su despacho con la cara entre un libro de Descartes, en realidad el libro no era de Descartes, era este que hoy tenemos entre las manos.
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Al abrirlo, ante nuestros ojos iban apareciendo los caracteres y se leía: “se podría pensar que el suicidio del hombre o de la mujer de la literatura no es más que una hostilidad hacia el sí mismo real, el cual no se acepta al sentirse frustrado como ser o al cuestionar las bases de su existencia, como los proyectos inherentes a ella, consumados o inalcanzados. Es la agresión dirigida hacia sí mismo, dirán algunos psicoanalistas, con razón desde esta consideración. Sin embargo, la hostilidad hacia sí mismo del escritor de literatura no la podemos enmarcar como un acto simple de agresión personal, pues puede ocurrir que esa hostilidad o lo que consideramos hostilidad y agresión, no sea más que un proceso de fatiga y agotamiento del ser, de desencantamiento de sí mismo del cual no puede liberarse de otra manera distinta al suicidio. Un ejemplo de ese desencantamiento y fatiga lo podemos ilustrar en el poema Hambre de Jean A. Rimbaud…”2 Cerré el libro, lo abrí nuevamente y apareció el génesis, repetí la acción y esta vez se leía:
“Nel mezzo del cammin di nostra vita,
mi ritrovai per una selva oscura,
ché la diritta via era smarrita. 3
Lo cerré de golpe y expliqué: esta verificación fue lo que me trajo a esta biblioteca, donde finalmente lo encontré después de haberlo estado buscando por años sin parar. Supe durante mi investigación que por alguna razón el libro salta de mano en mano, ocurrió con Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik cuando deambuló por el sur, y al transitar aquí, como mínimo cayó en manos de José Asunción Silva, Raúl Gómez Jattin, y María Mercedes Carranza. Por fin tenía el libro entre mis manos en esa noche de bruma y naftalina, había empezado a mirarlo ante los ojos atónitos de un vigilante que desconcertado lo contemplaba con el mismo asombro con que lo observé la primera vez, hace cuarenta y tres años, cuando Andrés Caicedo me lo mostró como una curiosidad reiterante que venía buscando frenéticamente desde hacía mucho tiempo. Fue entonces cuando el vigilante guardó su revólver.
2 Alarcón-Velandia, R.P. (2013). Por qué se suicidan los escritores de literatura. Pereira: libro en preparación. CS / ISSN 2011-0324 / Número. 17 / 63 - 82 / Septiembre - Diciembre, 2015 Pág. 70 3 Dante, Alighieri: Divina Comedia. Inferno. Canto I. Pág.3 http://www.ciudadseva.com
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
SUSURROS QUE MATAN Sebastián Fonseca Trujillo
Reino de Castilla, 1348
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stalló el júbilo al ver que la pequeña sobrevivió la noche. El noble lloraba al ver que su hija se recuperó gracias al sabio traído por el viento que barría las fortalezas y los desiertos musulmanes; el hermano de la niña sonreía al borde de la cama con los ojos fijos en ella, estaba feliz de recibir la noticia antes de partir, para servir a la cristiandad bajo las órdenes de Alfonso XI en el camino que se abría hacia el sur, honrando el compromiso de sus ancestros y cargando los respectivos blasones. La celebración de la siguiente semana se realizaría en nombre de ambos. Entre tanto, una doncella, compañía de la infante, entró a la habitación de su señora, sacó el cajón donde se encontraban las joyas y tomó las que mayor atracción le causaban. No alcanzó a esconderlas cuando la sirvienta de mayor rango ingresó en los aposentos. Tras un extenso reproche decidió no delatarla, mas, la castigó obligándola a salir de los muros protectores y traer múltiples productos al castillo. Sin más opciones obedeció. La dicha inundaba el palacio, la desgracia incineraba los campos. Algunos siervos de las zonas aledañas enfermaron en esa misma época; se trataba de un mal diferente al padecido por la niña de sangre azul y que a la postre eliminó un tercio de la población medieval, Yersinia pestis. Los cuerpos con los ganglios inflamados y las marcas ennegrecidas se extendían igual que los rezos y la desesperación. La doncella partió con otros siervos hacia la feria que se hallaba a tres días de trayecto. En medio de sus cavilaciones de viaje y envilecida por la rabia, planeó cómo vengarse por su sanción. Inició con un comentario hecho en forma de pregunta a sus compañeros, luego, cuando se cruzaban con algún conocido afirmaba haberlo escuchado en palacio. Así regó el rumor de que la peste era ocasionada por un pacto entre el mozárabe y el demonio, el cual consistía en cambiar la vida de la pequeña noble por las de la población. 51
A medida que se alejaron del castillo se hizo patente el horror por la enfermedad. Cada tanto se encontraban con hogueras en las que ardían las pertenencias de los muertos. Los monjes estaban entre las principales víctimas por tratar a quienes contraían la infección; las poblaciones temían haber sido castigadas por la divinidad. En una iglesia rural vieron los cuerpos, las deformaciones en su piel, las grotescas protuberancias en su cuello, axilas y piernas. Un par de granjeros agonizaban frente al altar, se movían con violencia por los escalofríos, lloraban y se quejaban. Entre ellos, la chica reconoció a uno de los aldeanos con los que se cruzó antes. El párroco se había vuelto loco, lanzaba gritos furibundos, pidiendo a su dios la salvación. Los familiares de los fallecidos, algunos de los cuales ya mostraban síntomas de la peste, lo escuchaban atentos. El religioso abandonó el latín y habló en lengua vernácula para convocar a todos los que se encontraban aterrados por el fin de los tiempos. “Ya lo habían profetizado las escrituras, el maligno acechaba y ahora padecemos las consecuencias. Los hijos de Lucifer que rondaron en cuatro patas, maullando por esta condenada tierra, eran un vaticinio de lo que vendría; si no los hubiéramos eliminado ya arderían los campos con las huestes del demonio. Purificad vuestras almas, purificadlas para que tengamos fuerza y podamos combatir a los enemigos de la fe. Los herejes han pactado con la espada de este reino, han vendido nuestras almas por la ilusión de esta existencia pecadora. No os preocupéis por vuestras mundanas carnes, Dios nos recompensará. Ya escucho las trompetas y el cabalgar de los cuatro jinetes. Juan nos lo advirtió en el Libro de las Revelaciones. Regocijaos pues nos encontraremos con el creador...” Aterrada la sirvienta notó que su deletérea mentira se transformó en el relato oficial acerca del mal que devastaba a la población. Se dirigió a sus compañeros quienes aterrados por la confirmación de la pregunta que ella les realizó intentaban escapar. Decidió marchar con ellos, antes que enfrentarse al desenfreno y la euforia que el religioso causaba entre su ignorante audiencia. Antes de partir, una rata se metió por un instante entre sus vestimentas en busca de un mendrugo de pan que escondió bajo su manga. Marcharon en dirección al reino cristiano de Portugal, con algunas molestias por las pulgas que el roedor les dejó. Ninguno logró llegar a su destino, aunque ella fue la primera en morir. Al caer el sol del día en que se llevaba a cabo la celebración, la casa fue invadida por la turba, los residentes se hallaban ebrios a la mitad del festejo y pocos guardias permanecieron en servicio.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
Algunas familias marchaban con sus enfermos hacia el castillo portando sus herramientas de trabajo como armas, a la cabeza el monje gritaba augurando el paraíso para quienes mataran a los herejes, en especial al esbirro de Satanás proveniente del Magreb. Cerca de la fortaleza apagaron las antorchas y avanzaron sin que se les percatara. Una familia avanzó como vanguardia con alevosas súplicas de ayuda, uno de los guardias salió por una pequeña portezuela que se convirtió en la brecha para perpetrar el asalto, los soldados dispuestos resultaron insuficientes para la masa. En el interior, el banquete se convirtió en una masacre, las paredes se llenaron de sangre al tiempo que las sombras se batían con barbarie y los contendientes enfermos o borrachos morían en la locura. El noble escondió tras de sí a su hija mientras enfrentaba a los atacantes, logró matar a tres y herir a uno antes de que su cráneo fuera quebrado con un hacha. La niña fue capturada y llevada al establo por tres aldeanos liderados por el monje; allí, amarraron sus extremidades a los caballos y la desmembraron. El mozárabe combatió al lado del hijo mayor del noble, los dos evitaron beber en exceso y lograron sobrevivir al momento de confusión en que la mayor parte de los caballeros sucumbieron. Los soldados forjados en la Europa medieval combatiendo al Islam, empezaron a derrotar a los famélicos y enfermos campesinos. En la mañana, de los atacantes, solo el monje quedaba con vida al permanecer escondido en el establo con el cadáver de la niña, rezando para que su sacrificio eliminara el pacto del noble con el demonio venido del otro lado del Mediterráneo. La sostuvo en brazos susurrando la biblia en latín, a la espera de que se confirmaran sus sospechas sobre el fin de los tiempos. Aún dudaba de si se trataba de una cosa o la otra. El hijo del noble buscaba a su hermana, ya había encontrado el cadáver de su madre y el de su padre. Sentía una ansiedad excesiva al desconocer su paradero. Cerca del mediodía uno de los caballeros le informó que el cuerpo de la pequeña infante fue hallado en compañía del monje que llevaba consigo. Interrogaron al religioso y al terminar de escucharlo, el joven lo decapitó con un vehemente movimiento de la espada de su padre. No obstante, la victoria manu militari resultó insuficiente. Con el transcurso de los días los pobladores lograron matar a los soldados al llevarles la peste. Ningún habitante del castillo sobrevivió. El último en fallecer fue el árabe, quien se detuvo en aquel lugar que se convirtió en su sepulcro, simplemente para salvar una vida.
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ASUNTOS FAMILIARES Víctor Manuel Mejía
M
ire cómo amaneció el cielo de bonito, está azulito, no hay ni una nube. Dicen que el verano va a acabar con el virus y yo sí creo mamá, ese sol que hace por acá en tiempo seco quema lo que sea, como cuando me insolé remando, ¿se acuerda? Me salieron ampollas en los brazos y en los hombros. Eso fue como un año antes de que muriera papá, hasta él decía que el sol de clima frío era traicionero ¿Se acuerda? Vea que hoy me siento más tranquila, es que hemos tenido unos días feos mamá, usted con esa tos y ese ahogo… y nada que sale la prueba que nos tomaron, ya han pasado más de 20 días. Una sin saber, es que a usted también le dan esas gripas tan duro. Ni Hernando, ni Gisela, ni mucho menos Orlando, se preocuparon mucho cuando les dije que podíamos estar contagiadas y que usted estaba bien mala. Como siempre, yo soy la que vela por sus cosas ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera hecho una familia aparte? Pero no se altere mamá... quédese callada, quédese callada, no le estoy echando en cara nada, yo me siento bien cuidándola desde que murió papá no me he movido ni un minuto de su lado. Yo sé que usted ahuyentó a Vicente, creo que era mi última esperanza, yo tan feíta… ¿nunca le conté que me decían “Betty la fea”? Ese fue mi estigma en la universidad y traté de cambiar las gafas, pero el oftalmólogo dijo que para todos los males que yo tenía no había caso, se necesitaban lentes grandes, invasivos, mejor dicho “culo de botella”. No vaya a creer que le estoy echando vainas ¡no! es que ya casi cumplo 50 mamá y una se pone nostálgica y antes de que lo diga: ¡No tengo el periodo! Como eso me dice cada que me pongo así. 55
Oiga mamá, oiga… otra vez ese carro con la voz de tarro dando recomendaciones, qué el toque de queda, qué el tapabocas, parece una película de terror o mejor, una película de judíos, de esas que a papá le gustaban tanto y es que al viejo si que le gustaba decir que era judío, dizque porque su apellido apareció en una lista de sefardíes. *** Llamó Orlando, hablaba enredado, seguro estaba fumado, quería que le dijera que la quiere mucho, se puso a llorar y colgó. Saber que nunca se ha preocupado y que lo único que nos ha dado es problemas. Hace muchos años lo pillé en el garaje, en la casa grande de Fontibón, olía como a sahumerio y él estaba recostado en ese carro viejo de mi papá, apenas me vio se puso pálido. Yo no se que me pasó mamá, yo le quité esa porquería de cigarrillo y lo aspiré hasta el fondo, me ahogué, tosí y Orlando empezó a reírse como un loco, luego me dio mareo y al rato también me dio risa, mucha risa y tranquilidad. No le voy a decir que fue una o dos veces, no, de vez en cuando me invitaba al garaje y nos fumábamos un cigarrillo de esos, yo no dije nada porque el pobre Orlando siempre fue “el calavera”, mi papá le decía que era un inútil y a mi si que me daba pesar, vea que en cambio a Hernando si lo animaba a que estudiara, decía que era todo un hombre y que iba a sacar adelante a la familia. Es que mis hermanos no es que sean los más entregados, perdone que se lo diga, así como está, pero esos hijos suyos son unos desentendidos, qué porque mandan una mensualidad entonces ya cumplieron. En cambio, una aquí… …yo creo que ya no vamos a necesitar llamar a la clínica, vea que la siento calmadita, mire que hasta su cara se ve tranquila, no la voy a molestar, siga durmiendo. Me voy a ver la novela. *** Mamá, tengo que decirle algo que no me deja tranquila, yo sé que es tarde y a lo mejor usted ni me oye, pero si me oye, no importa. Se trata de Rafico, hace ya casi un año él vino a casa por Gisella, usted andaba con ella en el supermercado. Le serví su tintico, se sentó en la sala y se puso a preguntarme cosas, que por qué no tenía novio, que por qué no me arreglaba mejor, que él siempre había pensado que yo tenía buen cuerpo. El caso es que se me arrimó y me besó por 56
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la fuerza y yo no sé a mí que me pasó, terminamos en la cama. Tampoco le voy a decir que esa fue mi primera vez. Él viene a veces cuando usted no está o nos encontramos fuera. Casi no hablamos, me dice que no hable, que mi voz chillona lo desconcentra. Cuando termina se pierde una o dos semanas y luego aparece. Yo sé que no está bien mamá, pero es que hasta yo tengo derecho a tener una aventura y pues yo creo que a Gisella ni le importa, todos saben que se acuesta con otros ¿Se acuerda de ese muchachito de pelo largo que parecía un cantante del grupo Menudo?, aquí lo trajo una vez y usted hasta les dio chocolate con pan y queso. También cuando aparecía con el profesor de barba que se parecía a George Clooney, con él vino varias veces y usted ahí mismo me decía que teníamos que ir de compras o que la acompañara donde doña Ramona —alma bendita—. Hasta Rafico sabe, el otro día vino con sus tragos y se puso a hablar cosas, hablaba pacito porque usted estaba por ahí, me preguntó si yo sabía algo y yo me hice la loca, le serví café y le hice cosas en el sofá para no tener que decir nada, todo seré, pero no chismosa. Vea mamá, mire ese amanecer, a veces se me olvida que estamos en el piso 17, la ciudad allá abajo, todas esas lucecitas, me pregunto que pasará en cada una de esas casas, esa gente durmiendo, viendo televisión, charlando, viviendo una pandemia, todos encerrados. Mejor le echo otra cobija encima, uy, ¡está helada! *** ¡Buenos días mamá! Si quiere no se levante, llamé a Hernando y a Gisella para contarles lo bien que la veo, yo creo que ya superó eso. Hernando me dijo que había consignado más plata, que para que merquemos bien, dice que esto se puede poner muy feo y que es mejor comprar agua embotellada y enlatados, dijo algo de una conspiración y que en el trabajo sus compañeros se están preparando para lo peor, pero yo no creo mamá, él siempre ha sido alarmista. Una vez me contó que se lo habían llevado los extraterrestres, no vaya a ser que esté fumando cochinadas también, ya con un vicioso en la familia es suficiente. Mamá ¿No le parece muy raro que Hernando tan viejo no se haya casado? Vea que no le conocemos novia, solo una vez trajo aquí a una muchacha, una monita, ¿Se acuerda? Pero eso no duró.
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Usted me va a regañar, pero Hernandito es del otro equipo. Yo lo supe hace años, lo pillé besándose con Tito, el muchacho de los mandados, desde eso yo le dije “Vea hermanito, yo no soy chismosa, pero mi silencio le va a costar” y entonces desde eso él me da una mesada, adicional a lo que nos manda, bajo cuerda, eso es para que yo calle, pero a la larga ya no importa mamá, eso ahora es tan normal, hasta está de moda. Claro que la verdad mamá, Hernando es de los llaman perras en ese medio, anoche me metí a su Facebook y me puse a revisar las fotos, se lo pasa con tipos bonitos y en sitios raros, bares y arco iris. Yo lo quiero porque es mi hermano y me tiene sin cuidado lo que haga, pero si papá hubiera sabido se hubiera muerto otra vez. Yo fui una tumba, cumplí mi promesa y él también.
¡Cómo hizo de falta mi papá!
Voy a hacer el desayuno, le voy a preparar sus huevitos en mantequilla y su arepa rellena de queso. Yo voy a comer granola, eso sí, con leche deslactosada para que no me den gases.
Quédese tranquila mamá, quédese tranquila.
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LAS DOS VÍRGENES Humberto Betancourt
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l dueño de la pequeña cantina llamada Juan Charrasqueado trataba de separarlos para evitar una desgracia, pero su propia borrachera no lo permitió. El establecimiento, que de noche se convertía en casa de lenocinio, funcionaba en un inmueble con paredes de bahareque y techos de zinc, piso de baldosas de muchos colores, puertas y ventanas de madera pobremente pintada. Los tres hombres de alpargata, carriel y ruana, uno de ellos el cantinero, llevaban cinco horas bebiendo aguardiente Tapa Roja en grandes copas llamadas quinteras, que se zampaban de un solo trago al que acompañaban con un sorbo de leche cruda y, a veces, un trozo de salchichón. Los dos campesinos, que se batían a muerte, no se conocían antes de ese domingo; sin saber por qué, estaban peleando con un furor incontenible. —A ver, hijueputa, ¿cómo asina que la Virgen de Fátima es la patrona de los asesinos? —jadeaba Gumersindo mientras intentaba llegar con su arma al cuerpo de Demetrio. —¡Más hijueputa es vusté, que inrrespeta a la virgencita del Carmen en diciendo que es la reina de los bandoleros y de las putas! —contestaba Demetrio, que chorreaba sangre de su brazo izquierdo. Mientras seguían insultándose y lanzándose tajos, Gumersindo dio un traspié, se tropezó con una silla y cayó al piso con gran estruendo. Desde abajo vio cómo su casual enemigo levantó la peinilla, pero no pidió clemencia. Un segundo antes de morir, ahogado en sangre tras el certero tajo que le propinó Demetrio en el cuello, se santiguó y trató de gritar «¡Virgen Santísima!». Dos meses antes, una noche del mes de mayo de 1959, Gumersindo y varias decenas de personas marchaban paso a paso detrás de un ícono llevado en andas. Enarbolaban banderitas azules con estampas alusivas. —¡Viva la Virgen de Fátima! ¡Abajo la Virgen del Carmen! ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el partido conservador! ¡Abajo los collarejos ateos! 59
A la noche siguiente, acompañado de decenas de fieles, esta vez con banderas rojas, Demetrio caminaba a paso rápido tras otra efigie, la de la Virgen del Carmen. —¡Abajo los godos! ¡Viva el glorioso partido liberal! ¡Abajo la Virgen de Fátima! ¡Viva Jorge Eliécer Gaitán! ¡Viva la Virgen del Carmen! El templo de La Pradera estaba en ruinas a raíz de que un grupo de bandoleros liberales lo había asaltado e incendiado cuatro años atrás, en venganza por las arengas sectarias de Eccehomo Paniagua durante las misas campales, en las que bendecía las armas de las bandas de chulavitas, justo antes de que salieran a fincas y caseríos a cometer toda clase de atrocidades en las veredas de campesinos collarejos o comunistas. Los liberales, que eran mayoría en el poblado, habían dejado de colaborar con sus limosnas en protesta por su parcialidad. Las finanzas de la parroquia, en consecuencia, estaban de capa caída. El párroco Eccehomo Paniagua, cuarentón, de tez blanca y facciones mestizas, se jactaba de ser muy creyente y estricto. Disciplinado en apariencia, se ufanaba de cuidar con celo los votos de castidad y pobreza, aunque en realidad no era tan escrupuloso con ninguno de los dos. A pesar de su inocultable origen campesino, pretendía ser miembro de una de las familias notables de Tunja y no podía disimular su antipatía por esos zarrapastrosos que andaban en alpargatas y no agradecían haber recibido la palabra de Dios, gracias al sacrificio evangelizador de los abuelos conquistadores. Eccehomo esperaba un milagro económico para iniciar la reconstrucción de la iglesia, pero los santos estaban sordos a sus plegarias. A los seres celestiales quizá no les agradaba su afición a enamorar adolescentes durante el sacramento de la confesión, faena que el siervo de Dios culminaba, generalmente con éxito, cuando las invitaba a continuar orando en sus habitaciones privadas. Después de mucho cavilar, Eccehomo, inteligente y hábil con las finanzas, tuvo la idea de aprovechar la fe católica de sus feligreses y poner a competir a rojos y azules a fin de elegir a la reina del pueblo, no entre las bellas muchachas de La Pradera, sino entre las dos Vírgenes más veneradas de la región. La una, candidata de los liberales, y la otra, de los conservadores. Esto «seguramente fue una iluminación del Espíritu Santo para resolver las penurias financieras de la parroquia», se decía a sí mismo. Cada voto costaba un peso y cada peso iría a engrosar las arcas eclesiales. Dicho y hecho: en los sermones del domingo, Eccehomo invitó a los devotos a participar en el concurso, sin distingos políticos, con entusiasmo y alegría católica. Comenzaron las procesiones de la sacra campaña electoral, que fueron perdiendo su carácter místico y tomaron el cariz de demostraciones políticas. La motivación de 60
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todos, collarejos y godos, no era tanto rehacer el templo incinerado, sino derrotar al opositor; demostrar, en el caso de los rojos, que la malquerencia de la Iglesia hacia ellos en Colombia era infundada e injusta. Por el lado de los azules, su estímulo era reafirmar que solamente su partido encarnaba los ideales, los dogmas y la doctrina de la Iglesia Católica. El concurso duró dos meses largos. Los homicidios, por reyertas religioso-políticas entre campesinos beodos, subieron a varias decenas. Eccehomo cobraba buen dinero por los oficios fúnebres y así el éxito económico del reinado era aún mayor. Los dolientes se consolaban pensando que el ser querido había muerto por una buena causa y ya estaría en el paraíso disfrutando de la gloria eterna. El certamen concluyó el 16 de julio con un gran bazar y una fiesta popular en el parque principal. Hacia las cinco de la tarde, la Virgen de Fátima aventajaba a la del Carmen por cientos de votos. Un ganadero de apellido Domínguez decidió donar, en respaldo a la votación liberal, varias novillas de raza. Paniagua las vendió enseguida a buen precio. Con esto, Domínguez dio jaque-mate, los liberales ganaron y la Virgen del Carmen se convirtió en la reina de La Pradera. La celebración de unos y la consternación de los vencidos fueron inmensas. La reunión se convirtió en una rasca generalizada hasta la madrugada. Los borrachos, seguidores de la Virgen de Fátima, hicieron airosos reclamos contra la Virgen del Carmen por fraude electoral, delito del cual nunca presentaron pruebas. Paniagua se sentía orgulloso: el pueblo lo había dado todo. Un sentimiento de euforia le recorría las entrañas, aunque no podía dejar de estar algo molesto por la derrota de su virgencita preferida. Caminó lentamente hacia el altar mayor de la iglesia en ruinas, se arrodilló ante la aparecida de Fátima y le pidió perdón. A las cinco de la mañana, mientras la gente dormía la monumental tranca y el consabido guayabo aguardentero, el cura de marras salió sigilosamente de su aposento, se echó la bendición, pidió la protección de todos los santos, metió en el baúl de su viejo carro particular los cinco bultos repletos de billetes y arrancó a toda velocidad con la intención de desaparecer para siempre. Esta vez sus guardaespaldas celestes no lo ayudaron. A la salida del pueblo, en la primera curva, el carro patinó, se volcó y se estrelló contra el muro que resguardaba el monumento a la Virgen del Carmen. El golpe fue demoledor. Presa de terribles dolores y asustado como nunca, el clérigo invocó, no a sus santos preferidos ni a Dios, sino a la collareja Virgen del Carmen: «Madre Santa, perdóname por haberte ofendido…». Fue su último pensamiento, antes de que el cuerpo moribundo y el producto de la santa ratería se calcinaran por completo junto al carricoche.
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El estruendo, los gritos lastimeros del caco con sotana y el olor a chamusquina despertaron a Demetrio, a la viuda de Gumersindo y a casi todos los vecinos del barrio popular cercano al Monumento, quienes no solamente se asombraron por el insólito incendio, sino que se maravillaron al ver cómo la imagen de la Virgen ganadora, su patrona venerada, tal vez por el golpe del vehículo y el calor del incendio, había cobrado vida. De su rostro de piedra desapareció la expresión distante, aristócrata y europea. Se fue transformando en la cara de una mujer indígena: la tez rosada se tornó morena, los ojos azules se oscurecieron, la corona de oro se convirtió en una canasta de frutas, las espléndidas vestimentas de princesa de la edad media se trocaron en un precioso vestido de chapolera y las sandalias plateadas fueron remplazadas por alpargatas de fique. La Virgen rediviva tenía una postura de amor, de humor y de justicia. Una bella sonrisa, un guiño picaresco con el ojo izquierdo y el índice de la mano derecha apuntando al carro en llamas fueron el preludio del himno de esperanza que esa plebe de desplazados, putas, choferes, artesanos, campesinos y pordioseros comenzó a cantar: “Madre gracias por tu bondad Pues tú nos diste luz, camino y verdad. Madre con tu melodiosa voz, Intercede ante El Padre nuestro Dios. Virgen del Carmen con devoción Somos tus hijos en oración. Virgen del Carmen queremos ver Aquí en Pradera un nuevo amanecer. Que se calme todo el llanto fruto de la iniquidad Que florezca entre nosotros la amistad y bien. Que se acabe la injusticia que germine la hermandad Que en los cerros nunca falte techo y pan…” (Himno a la Virgen del Carmen —Autor anónimo)
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ENCUENTRO María Victoria Acevedo Ardila
A los ovillos nos gusta replegarnos sobre nosotros mismos y hacernos pequeñitos. Escuchamos el mar que imaginamos como si fuéramos caracolas que alguien trajo de un viaje. Nos encanta andar por ahí conversando, pero a veces nos deleitan los paisajes, las formas simples que van por el mundo. Tal vez por eso, hace poco, me di cuenta de que al lado del acantilado estaba un pájaro de abismo.
Así me dijo que se llamaba.
—Soy Pájaro de abismo
Y agitó sus alas como si estuviera conjurando al viento. Antes yo también me movía mucho, como una de esas bolas gigantes de desierto, de las de películas viejas del oeste. Ahora he aprendido a parar y no es tan malo. Conversar con ese bicho me alegra el día, aunque me marea verlo en su batir incesante. Me ha confesado que a él también lo cansa su danza y es que quiere lanzarse sobre las montañas. Prepara y prepara su vuelo y no arranca. A veces debo confesar que me muevo un poco para acompañarlo. Siento su vértigo en el borde y me gusta. Hace muchas cosas, no para. Hay días en que sus alas parecen de plomo, yo se las acaricio para que le pesen menos. Abro un poquito mi ovillo y siento como si también tuviera alas, plumas que me invitan a saltar. Pájaro de abismo me cuenta historias, me habla de un tal Ícaro y a veces se pone tristón y lagañoso. Me dice que tiene miedo de ser igual a él. Yo le estiro las alas y se las halo, me cuelgo de ellas, pero no me cree. Me dice que nada es como aparenta ser. El otro día, por ejemplo, me dijo que yo era de aire y me atravesó. Salió feliz al otro lado y me mostró que yo también tenía alas. —Son pequeñitas —me dijo— pero son livianas y tal vez si me dejas pueda enseñarte a volar. —¿Tú?
—¿Si ni puedes solo cómo me vas a enseñar?
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En ese momento empezó a agitar sus alas en una danza suave, no la frenética diaria y algo en mí se empezó a mover. Debo confesar que llevamos días enteros junto al acantilado. A veces parezco una bola de mocos triste y pesada, otros vuelvo a ser de aire. Él se recuesta en mi lomo a escuchar el mar. Le gusta contarme historias. Me gusta que me diga que soy gracioso y ligero. Descansamos, dormimos y el reloj que llevamos pegado en la tripa se siente menos duro, parece de nubes, de plumas ...
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
XÚE MUIXCA, EL SOL MUISCA Fanny Díaz
Todos los animales escondidos en el agua como lagartos, renacuajos y ranas estaban cansados de no poder salir a disfrutar del día, porque el sol los calentaba mucho y sus diminutos cuerpos no podían soportarlo. En sus ganas de salir, decidieron apagar el brillo del sol, se unieron y lo rodearon. El sol enfureció, se puso rojo de la irá y lanzó oleadas de calor. Su hijo, en el afán de calmarlo, se interpuso entre él y los animales verdes acuáticos zoomorfos, y ¡zas!: Goranchacha quedó convertido en piedra verde esparcido por todo el altiplano cundiboyacense. Ante este dolor el sol se escondió y llovió. Llovió por lo que el sol, en medio de su duelo, mandó a Bochica para salvar a todo ser vivo de la zona y que, de pronto, encontraría a su hijo.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
LOS PIBES DE LA CUADRA Juan Carlos Galindo
H
ola, señora Milena. ¿Deja salir a jugar a Mogollón? —Hola, don Pedro. ¿Deja salir a jugar a Cristian?
—Hola, señora Olga. ¿Deja salir a Galindo? Felipe salió sin permiso de casa con balón en mano. Fue golpeando de manera secuencial, casa por casa, haciendo el llamado de los sábados en la tarde.
—Mogollón está almorzando.
—No, mijo, Cristian está estudiando. Ahorita no puede salir.
—¡Ay, mijo! Otra vez le van a pegar a la puerta.
Felipe sabe que debe esperar entre veinte y cuarenta minutos en la calle para que salga completo el equipo. Tiempo suficiente para tener el campo en perfectas condiciones. Busca las cuatro piedras necesarias para armar los dos arcos, uno en cada costado, dividido por la línea negra que, a su vez, parte la cuadra. No puede ser cualquier piedra: ni tan grande, ni tan pequeña, ni tan redonda, ni tan cuadrada. El arco debe medir cuatro pies de su talla treinta seis. Corre la basura. Ruega para que ningún carro bloquee los doce cuadros de la calle que ahora tiene piso nuevo. La calle sexta B del barrio Serrezuelita, en Funza, estaba destapada y no había demora en buscar las cuatro piedras, al contrario, sobraban. El día que la pavimentaron los jóvenes pensaron en que habían remodelado el estadio El Campín. Los zapatos no duraban un mes. Había que jugar con los peorcitos, de lo contrario tenían graves problemas con los padres de familia: 71
—Ustedes no consideran. A este paso tendrán que comprarlos ustedes mismos —les decían. Ese día, un montón de pollo asado se repartió entre los vecinos. Bailaron y bebieron. Al final, los cuatro sacaron los guayos rotos y el primer partido se jugó el 25 de febrero de 2017. *** Uno a uno va saliendo de la casa: Cristian se acomoda los zapatos y medias que le regaló la tía de otro país. Mogollón sale sin más remedio vestido con la ropa de siempre. Galindo se escabulle por debajo de la ventana y tiene de cómplice a una prima. —¡Suéltela!
Se rompe el hielo y el balón sonríe rodando por el asfalto.
Los cuatro no se acuerdan cómo se conocieron, no recuerdan quién le dijo hola a quién, o quién se acercó y pidió permiso al padre de familia; simplemente un día estaban afuera de la calle jugando.
—Armemos el equipo de la cuadra. —Dijo alguno.
No había equipo que representara a la sexta B, a la calle privilegiada del barrio, era una calle ciega en donde no pasaba tráfico que obstaculizara los partidos.
—Deberíamos llamarnos los pibes de la cuadra. —Dijo otro.
—¡Ja, ja, ja! Este si es bobo. Se creyó argentino.
Y así se llamó el equipo. Aunque tenían un problema que debían resolver cuanto antes: les faltaba el portero. A ninguno le gustaba ser el guardameta, les gustaba la acción, el tiki taka, la gambeta y el puntazo que mandara la esférica al fondo de la red. Johann se sumó al equipo, no era el más habilidoso, pero era sumiso y tenía cualidades de gato. El primer campeonato fue en 2019, los entrenos era la jugarreta de los sábados en la tarde.
—¿Será que con solo eso sí nos da?
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
No solo no les dio, sino que se llevaron una paliza de todos los equipos. La cenicienta somos, dijo Galindo. No pudieron hacer un solo gol y la valla era la más vencida. Nadie dio nada por los pibes. *** La noche da su primera pincelada, Galindo escoge jugar con Mogollón y el otro binomio se compone por Cristian y Felipe. La balanza estaba equilibrada y, después de un prólogo largo, rodó el balón. Los primeros toques son para ir preparando la puntería, todas las puertas y vidrios son objetivos por evadir. Ninguno quiere dañar la fiesta, como el día que se aguó ese sábado en el que, por la esquina, apareció la rivalidad, los de la otra cuadra: Galvis, David, Miguel y Julio.
—¿Podemos jugar?
El balón se detuvo y el silencio afloró. Los cuatro se miraron entre sí, nadie se atrevió a decir no, quedarían como unas gallinas. La rivalidad tenía varios años. No llevaban cifras de cuántos partidos habían jugado o los goles que había sentenciado una noche, pero sabían que perder, en el momento, era disipar la gloria y la dignidad. La candela empezó a crecer y el estallido era inminente: punta pies por doquier, codazos y cabezazos. Hasta que alguien le echó la gasolina.
—Yo de usted le meto un puño.
Los últimos minutos terminaron en puños y patadas. Cristian, con sangre en la ceja, Mogollón con la correa en un puño, Galindo asustado y Felipe riéndose de lo sucedido. Los de la otra cuadra no volvieron. Les dio miedo volver. El partido concluyó a favor de la dupla Galindo-Mogollón. Cristian le echó la culpa a Felipe. Usted no hizo nada, le dice. Felipe levantó el brazo en reproche y entró a la casa.
—Mogollón, para adentro.
—Cristián, para adentro, me hace el favor.
Cristian terminó en la casa a correazos. Galindo y Mogollón se despidieron. Los pibes de la cuadra, antes de despedirse, quedaron en verse el próximo sábado a la misma hora.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
UN PASEO POR EL TIEMPO Carlos Alberto Grillo Trujillo
E
l destartalado jeep carpado estaba estacionado en la plaza de mercado esperando a que el cupo se completará, siempre me gustaba sentarme atrás donde podía ver el paisaje y sentir el aroma de la tierra.
Salíamos por la única vía que tenía el pueblo de Pitalito hacia el norte. Rumbo a Oporapa un pueblo enclavado en las montañas y más conocido como el pesebre del Huila. Cuando tomábamos la carretera pavimentada, me deleitaba viendo las casas de campo con sus techos de teja de barro y esos sanjuanes llenos de plantas multicolores, donde en las tardes sofocantes todos se reunían en familia después de un arduo día de trabajo. Mis ojos y todos mis sentidos disfrutaban de los árboles cargados de frutas: guayabos, mandarinos, naranjos. El jeep se zarandeaba por la carretera destapada, era el único pedazo plano que recorríamos hasta Guacacayo, un pequeño caserío rodeando la iglesia. El jeep salía por un plan y de un momento a otro nos precipitábamos por la serpenteante carretera, al fondo, un pequeño hilo de agua rodeado de inmensas montañas. El conductor cogía las curvas cerradas, la vía era estrecha y en algunas partes los precipicios hacían que el vértigo se sintiera en el estómago. Poco a poco, el pequeño hilo de agua en el fondo, se iba acercando, hasta que lo tuvimos a nuestro lado, se veía inmenso y con unas corrientes fuertes que mostraban su poder. Hacia arriba se vislumbraba el pueblo de mis abuelos. Cruzamos por sembrados de café y varias quebradas cristalinas, tenía sus ventajas la carretera destapada, el polvo, los riachuelos, el sentir esa naturaleza tan cerca, viajando en ese viejo campero, las sensaciones eran más frescas, se sentían los aromas de las plantas y los sembradíos. Cuando nos acercábamos al pueblo, las casas a lado y lado de la carretera se hacían más frecuentes, pintadas de diferentes colores, se mezclaban formando parte del paisaje, mucha gente conocida saludaba. 75
Cruzando la quebrada de Caparrosa, donde tantos paseos habíamos hecho, me hacía sentir que estábamos cerca, apenas a una o dos curvas. Llegamos al pueblo, nos estacionamos en el parque, era una sensación plena, mi corazón se hinchaba; la plaza en el centro del pueblo, aunque Oporapa no tenía centro, era tan disperso por las montañas que en realidad parecía un pesebre. Lo que más recuerdo es que todo era empinado, las calles destapadas llenas de piedras y unos inmensos andenes que nivelaban las casas. Después de saludar a los abuelos nos acomodábamos en la casa, recuerdo que era una inmensa, con grandes pasillos y habitaciones en todos los costados, un gran tanque de lavado que drenaba agua a otro más pequeño donde los patos hacían fiesta, una cocina enorme con comedor incorporado donde se contaban historias hasta bien entrada la noche, al lado el jardín intocable de mi abuela, repleto de flores. Lo que siempre me sorprendió, nunca faltaban las flores en su jardín, y sus tesoros más preciados, plantas mágicas para cada dolencia. Salimos al encuentro de los familiares y amigos que eran en realidad casi todo el pueblo, era menester avisar que llegamos bien , así que bajando por el andén que cruzaba por el frente de la estación de policía, en toda la esquina quedaba la oficina del telegrafista, casi siempre atendida por una dama, recuerdo que tenía una larga guadua coronada por un gigantesco parlante donde se anunciaban los últimos acontecimientos y por supuesto, cuando alguna persona era solicitada en la única cabina telefónica que había en el pueblo. Llamar por teléfono era una lotería y si se lograba comunicar había que gritar tanto que medio pueblo se enteraba de lo que uno decía, así que lo más cómodo era enviar un telegrama o un marconi: “ MAMÁ, LLEGAMOS BIEN “.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
SILLA EN LA TERRAZA Wilson Amado Gamboa
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n las tardes de sol, al abuelo lo sentaban en una vieja silla de madera acomodada en la terraza y lo dejaban ahí a calentarse. Igual que cuando se sacan las cobijas a orearse. A veces hasta allí me gustaba llegar y acompañarlo a mirar al infinito. Mi mirada se quedaba en las pequeñas nubes, mientras la de él, parecía traspasar el cielo y perderse en las imágenes del tiempo. A veces su infinito estaba en la poca altura de la pared del frente que rodea la terraza o en el suelo, y hasta en el simple pasar de una mosca con su sonsonete o el canto de un pájaro en los cables de la luz que se agarran en los postes cercanos. En sus divagaciones, frutos de los años que le sembró la vida y que llegaban como las arrugas en su rostro o en sus manos, casi a diario, le preguntaba al viento las cosas que, si para mí eran incomprensibles, ¿qué serían para él?, con la memoria quizás llena y sin espacio tal vez para más respuestas. Había cumplido ciento cuatro años cuando nos dejó. —La juventud en mi época era la luz del día y todos los días amanecíamos jóvenes y envejecíamos al atardecer —decía. No entendía cómo a una persona tan bella como su esposa Tránsito, le habían puesto ese nombre, mientras a la gata de su bisnieta le llaman Luna. —Cuando yo era niño, los nombres de las mujeres venían de los abuelos que fueron indios en estas tierras, y las flores les daban su título, como a mi tía Azalea, mi prima Blanca Rosa o mi abuela que en honor al mar le llamaron Luz Marina y su mamá se llamaba Rocío. Me gustaba escucharlo porque a pesar de la edad, no perdía la lucidez de sus recuerdos, o eso parecía la mayoría de veces, aunque en muchas ocasiones noté que en verdad él hablaba, así yo no estuviera presente, pues hubo una que otra vez que, al llegar, ya él había comenzado su relato sin mí. 77
Y me contó mi abuelo que había indios por todas las tierras que se ven desde allá… (señalando las montañas de Mondoñedo), hasta más allá de Zipaquirá. ¡Uh! mucho más allá ¡Ja, ja, ja! —¿Alcanza a ver hasta Mondoñedo abuelo? —le pregunté sorprendido mientras me acomodé mis gafas y desde la terraza observé la arenosa loma. —¿A dónde? —me dijo achicharrando los ojos, que debajo de los gruesos y opacos lentes de sus gafas, se achicaban al mínimo, mientras dejaba ver el amarillo de sus cajas de dientes.
—¡Hasta Mondoñedo!
—¡Qué va! Yo ya lo vi durante muchos años. ¿Para qué verlo más? si ya sé dónde está y no voy a volver por allá. A veces reíamos de sus ocurrencias, al escuchar una voz conocida y que se le parecía a la de otra persona en las páginas de sus pensamientos. —¿Esa que se escucha por ahí, no es Aurora? ¿Será que se aburrió de que el cajón le maltrate la espalda y se levantó pa’ venir a buscarme? Como no le quise cambiar el pedazo de estera donde dormía ¡Ja, ja, ja! Otras veces eran las comidas la razón para lanzar al aire una carcajada, que le llevaba a un ataque de tos y a mi a un ataque de nervios, al pensar que sería tal vez su última risa, o su última tos.
—¿Y sí será que se lavaron bien las patas pa’ pisar el maíz de las arepas?
Y mientras reíamos, recordaba alguna anécdota:
—El compadre Pastor buscaba a Azucena pa’ que le pisara el maíz, porque tenía unas patas muy bonitas, en cambio las de su mujer eran feas. Como las de una res. Y de nuevo la risa, hizo que varias veces subiera su hija Rosario a ver cómo seguía esa tos asmática. Se quedaba mirándolo un rato, preocupada por su salud, o a veces lo miraba concentrada mientras el viejo pasaba dos o tres sorbos de café tibio.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
—Toca con poca leche porque mucha le hace daño —decía mientras lo miraba como si apenas estuviera aprendiendo a beber o a comer un pedazo de pan humedecido en la taza. —¡Ya estoy lleno! —refunfuñaba el abuelo y miraba para otro lado. Había ratos en que nos quedábamos en silencio. Era raro porque, parecía que viajáramos por la misma época. Él sabiendo dónde estaba y yo, tratando de entender las costumbres. Yo como alumno y él como profesor. Pero en silencio. —Cuando vinieron los extranjeros, nos cambiaron los nombres. Ya las muchachas no se llamaban como las flores, sino como dijeran los curas. —¿Fue por la religión que se cambiaron? —le preguntaba yo ese día, tratando de ver la respuesta en su mirada perdida en las cinco o seis garzas, que a veces en forma de flecha, pasaban graznando. —¡Sí! Entonces nos llamaron: Santos, Pedro, Pablo, Jesús y a las mujeres, Rosario, Magdalena, María y esos nombres que asustaban porque eran de sus muertos y nosotros usábamos de las cosas del camino o de la montaña.
Y hasta los apellidos.
—El abuelo de mi abuelo no tenía apellido —dijo una tarde
—¿En serio abuelo? —dije sonriendo
—Dice que después los inventaron para que los extranjeros no les robaran las tierras y aun así se dieron sus mañas.
—¿Y cómo se pusieron los apellidos?
—¡Pues lo que uste’ fuera! Los cantores, los organistas, los zapateros. Y si no, lo que a uste’ le gustara. ¡Lo que quisiera! Los extranjeros dizque se ponían por apellido la ciudad de donde eran. A lo mejor así no se las robaban ¡Ja, ja, ja! Esa tarde, divagué más que el abuelo, porque no entendía cómo podían haber cambiado tanto sus costumbres. Además, ¿de dónde venía mi apellido? Aunque sabía que era su forma de ver la historia, así no fuera completamente exacta, había muchas cosas que jamás se tendrían en cuenta para conocer la verdad. Así la vio y la vivió en su piel. 79
Hablábamos y reíamos como si no hubiese problemas de oídos sordos, miopías o de tos y mucho menos de asmas y úlceras. En algunas ocasiones no le entendí lo que me dijo, y sin embargo me reía si él reía. Eso lo hacía feliz. A veces regreso a la terraza y miro por unos minutos la silla de madera, que cada vez se acaba más. Y recuerdo al abuelo allí sentado tomando el sol, hablando, riendo o simplemente perdiéndose en las imágenes de los tiempos en la pequeña pared o en el piso. A pesar de todo el tiempo vivido, aún tenía fuerzas para reír y decir que estaba feliz. Creo ahora que la felicidad está siempre ahí, sin importar la edad, esperándonos para ser disfrutada y pasar con nosotros gratos momentos, que quedarán grabados en el fondo de la memoria y que, si queremos, saldrán a reír algún día, en alguna terraza bajo el sol, sentados en una vieja silla y llamados ¿por qué no?, por el canto de un pájaro en los cables de la luz o el graznido de las garzas. Ayer hizo un día bonito, soleado, y miraba entonces la pequeña silla abandonada y bastante deteriorada. No sé si por el tiempo simplemente o por el uso que se le da con tan solo sentarse en ella. —Acomódese ahí en la silla del abuelo y tómese este periquito —me dijo al medio día Rosario, llegando con el pocillo lleno de la deliciosa bebida y un panecillo mientras pasaban graznando varias garzas en forma de flecha.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
PACHITO, CALAVERAS Y ATAÚDES Carmen Dora Espinosa
L
os viejos funzanos, reunidos en el parque principal, aún recordaban cómo eran los festejos de aquel personaje, dueño de la finca…
—¡¡¡Furatena!!!!, gritó don Zacarías.
—Nooo, qué le pasa, era San Isidro —metió la cucharada, don Aristóbulo Tejada, robándole la palabra a su compañero de tertulia matutina. —Jajaja, dizque Furatena o San Isidro, no sean tan pendejos, eso era ’onde hoy en día es el Club San Andrés, allá ’ onde van unos viejos de disparos y viejas peliteñidas a botar plata porque no tienen en qué gastarla. Jajaja, cogen un bobito que les lleva unos palos entriuna bolsa y dizque con uno desos le dan a una bolita chiquita pa’ meterla entriun güequito que apenas medio cabe la pelota esa. Ese era el aporte de Pachito, el mayor de todos los tres viejos amigos unidos en esta vida por placeres y angustias, tristezas y alegrías, pobreza y riqueza. Pachito tenía más autoridad que ninguno para hablar de este tema ya que, siendo casi un niño, a su papá le dio por conseguirle un trabajo en lo que fuera porque, había dicho él, tenía que ser un berraco y aprender a defenderse en la vida. A Pachito no le había quedado de otra más que aceptar los designios de su padre. Apenas había terminado la Primaria y en este pueblo triste no había nada qué hacer. —Usted es muy de guenas —le dijo su padre ese domingo que lo madrugó a levantar de su cama, que, aunque llena de pulgas, para él era su santuario de descanso, santuario de sueños y de placeres.
—¿De buenas por qué?, le preguntó a su padre.
—¡Cómo que por qué! Pues porque allí va a tener una vida nueva, va a aprender, a trabajar, a ser un hombre de a de veras, a no aculillarse tan fácil y a ser bien frentero como su taita. 81
—Bueno, sí señor —le respondió a su padre, con la voz a punto de quebrarse.
Le dolía el alma pensar que pasaría mucho tiempo sin volver a ver a su familia, especialmente a su mamá, quien observaba aquella escena con dolor de madre, pero ella no podía hacer nada, era la decisión de su machísimo esposo. Aquella mañana, llegaron a la portada de la finca. Esta tenía unos adornos muy particulares: calaveras de vaca ubicadas al frente de cada una de las puertas de entrada. Allí un hombre panzón, grasiento, con el ojo izquierdo más chiquito que el otro y sin la mano derecha, esperaba la llegada de la particular visita.
—Güenos días, sumercé —saludó el papá de Pachito
—Buenos días —respondió el hombre con una voz tan horrible, que más parecía el bramido de una bestia que el saludo de un cristiano. El pobre niño sintió un escalofrío recorrer su espalda y quiso decirle a su padre que no se quedaba en esta finca, donde además de todo, había unos chulos revoloteando sobre la casa principal. Alzó sus ojos para decirle a su padre que no se quedaba, pero este le lanzó una mirada que le produjo más miedo que aquello que hasta ahora había visto.
—El patrón me tá esperando, le traje el chino pa que trabaje en lo que sea.
—Por eso estoy aquí, para recibir el encargo, entréguemelo a mí que yo se lo presento al jefe. Cada vez que aquel hombre pronunciaba palabra, Pachito quería salir corriendo, pero el miedo a su padre era aún peor. Ya se acostumbraría a escuchar aquella voz de ultratumba, pensó, y esto lo reconfortó un poco.
—¡Pero yo mesmo quiero mostrarle el chino al señor!
—¡Que no, señor! —y diciendo esto, el hombre cogió al muchacho por el brazo, arrebatándoselo al papá, para entrarlo, finalmente, sin que pudieran despedirse. El camino que llevaba a la casa principal estaba adornado con calaveras de animales puestas en palos y pintadas de color rojo. Estaba tan asustado que un fuerte temblor hacía que sus rodillas subieran y bajaran, como si jugaran a ver cuál de las dos lo hacía más rápido, y aunque trataba de 82
SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
calmarse rezando en su cabeza, no lograba hacerlo, mucho menos cuando al llegar a la casa vio que todas las cortinas eran negras y una calavera de burro estaba anclada en la puerta principal. Al ingresar a la casa, un olor a hierbas revueltas con alcohol le llegó a su cerebro. Desde esa época no lo logra sacar ese perfume de su mente.
—Patrón, este es el crío que estaba esperando.
Le habló a un hombre elegante, alto y muy muy delgado, tenía en su cabeza un sombrero de esos que su mamá decía que son de pelo y son bien caros. Sus manos estaban adornadas con muchos anillos en forma de calaveras de personas y de animales.
Pachito pensó:“¡Uy, a donde me trajo mi taita”.
—¡Ah, sí! Llévelo al cuarto de atrás del establo. Dele desayuno y después explíquele cómo tiene que arreglar las camas de los huéspedes y cómo debe limpiar los vasos para el vino para que todo esté listo para el jolgorio de esta noche.
—Sí, señor.
Pachito, absorto en sus pensamientos, seguía recordando cómo hacía sesenta y cinco años se había enterado de qué era lo que se hacía en aquella finca. No dejaba de sentir lo mismo que en aquella época sintió. Luego del gran desayuno, todo lo malo había pasado ya. Recordó el dicho de su mamita, aquel que reza: “barriga llena, corazón contento”. Lo pensaba mientras tocaba su estómago, dándole palmaditas y exhalando un gran suspiro, porque la verdad sea dicha, no había visto tantos alimentos en una sola comida. Cuando volvió El Mocho gangoso, como empezó a llamar al capataz, ya estaba con el espíritu lleno de ánimo y su cuerpo con ganas de hacer lo que fuera. Después de semejante comilona uno hace grandes cosas, decía para sí Pachito. Le dijo que lo siguiera, él iba cinco pasos atrás para poder respirar tranquilo. De pronto llegaron a una casa escondida en un bosquecito de pinos. Antes de abrir la puerta El Mocho le dijo: —Vea lo que vea, escuche lo que escuche, huela lo que huela, toque lo que toque, usted a nadie le va a contar nada, aquí hay cosas raras y se hacen cosas raras, 83
pero a nadie le puede decir nada porque si no, sus taitas y sus hermanos van a ser los paganos, si usted cuenta algo, el jefe los mata a toditos incluido a usted. El niño tragó saliva y con voz trémula le respondió:
—No, no señor yo no voy a decir nada.
Abrió la puerta de aquella edificación y ante sus ojos apareció una sala oscura, no había ni una sola ventana y lo único que alumbraba era un gran cirio negro. Alcanzó a ver a lo lejos algo parecido a esas cajas donde echan a los muertos. ¿Cómo es que se llaman? ¿Cómo es, cómo es? Estaba tan asustado que olvidó por completo el nombre. —Su trabajo consiste en sacudir los ataúdes por dentro y darles brillo por fuera, después de que haga eso va a limpiar las copas que están en esa mesa.
—¿Cuáles copas? Yo solo veo calaveras.
—Aquí no se llaman calaveras, aquí se llaman copas.
Pachito lo único que hacía era hacerse la señal de la cruz.
—Si hace bien el trabajo, mi jefe le va a dar buena alimentación y buena plata.
—Bueno, sí señor —contestó resignado.
—Aquí está todo lo que necesita para hacer la limpieza, dijo El Mocho, mostrándole unos paños, agua y jabón. Yo lo voy a dejar encerrado hasta la hora del almuerzo. Yo le traigo algo de comida y vuelvo hasta las seis de la tarde otra vez, a esa hora ya debe estar todo listo porque mi jefe tiene fiesta esta noche y a los invitados les gusta encontrar todo listo a las siete de la noche. Cuando estuvo encerrado y solo, el pobre niño se arrodilló y le pidió perdón a Dios por las veces que lo había ofendido, por no confesarse y comulgar después de la Primera Comunión, por la vez que le robó el pan del plato a su hermano pequeño, por la vez que le gritó a su padre diciéndole que no le pegara a su mamá. Él pensaba que Dios lo había castigado por toda esa cantidad de pecados. Lloró de rabia y de miedo, pero se consoló pensando en lo bueno de aquel día, el desayuno y la promesa de que iba a comer bien y le iban a dar plata, con eso podría ayudarles a sus hermanos y a su mamá, bueno, y tocaría también a su papá. 84
SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
Sacó valor para levantarse y empezar con las tareas asignadas.
Empezó a sacudir los diecisiete ataúdes. Luego los limpiaría por fuera y aunque no era mucho lo que podía ver, asumía que lo hacía con tanto esmero que todo quedaría muy bien. Cuando El Mocho llegó con el almuerzo, ya tenía la mayoría de los ataúdes listos. Disfrutó de su comida porque era abundante y deliciosa, además el sol estaba en todo su esplendor, lo que le animó a realizar las tareas con mucho cuidado. Lo de los ataúdes vaya y venga, lo grave fue cuando debió lavar las calaveras, eran también diecisiete. Olían a vino algunas, otras a cerveza y una que otra a aguardiente, esos olores le eran muy familiares ya que su padre era alcohólico y a menudo llegaba a la casa contando qué era lo que había tomado. —¿Para qué serán las calaveras? —se preguntaba— imposible que las usen para tomar trago aquí; yo no creo que estén tan locos como para hacer eso. Cada vez que tomaba una calavera para limpiarla, él se santiguaba y rezaba una oración, para que no lo persiguieran por la noche. Cuando el capataz llegó a recogerlo en la tarde ya había hecho todas las tareas, había terminado muy rápido y solo quería que lo sacaran de allí. Entró a la habitación para revisar. El muchacho recibió una felicitación por parte dEl Mocho. —Ahora se va para su cuarto y no saldrá hasta que yo lo llame por la mañana. Va a venir mucha gente y todos hacen mucha bulla, así que no se afane. La curiosidad mató al gato, pensó Pachito. Y, efectivamente, ya que al escuchar tanto alaraco, con gritos incluidos, sollozos y muchas carcajadas, abandonó el catre que le dieron para descansar y, como quien no quiere la cosa, se acercó a la puerta pensando que seguramente estaría con candado por fuera, pues si lo habían encerrado en el día mucho más en la noche, pero se dio tamaña sorpresa: el cuarto estaba abierto. Dudó por un momento en salir o no, pero las ganas le pueden al miedo. Abandonó la habitación y lo recibió un golpe de frío tan brutal que lo dejó castañeando los dientes. Pero eso no fue impedimento para acercarse al lugar de la fiesta. Metido detrás de los pinos, lo único que alcanzaba a ver era a algunas personas, hombres y mujeres, pero algo viringos, dijo para sí.
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Y aunque había antorchas a lado y lado de la puerta le era imposible ver lo que ocurría dentro, tendría que arrimarse un poco más, pero El Mocho no se quitaba de la puerta, así era muy complicado acercarse. Así que se propuso no quedarse con las ganas de saber qué era lo que pasaba allí. Iba a buscar otra oportunidad. Durante un año intentó acercarse a aquellas fiestas, pero no lo logró. No podía averiguar nada con nadie porque siempre lo tenían alejado de los demás empleados y El Mocho, quien ahora se había convertido en su mejor amigo, no le contaba nada por cuidarlo, según decía, y le repetía que mejor no averiguara nada, que así estaba bien, que no se buscara dolores de cabeza, que el patrón le tenía aprecio y que viera que ya estaba gordito y hasta había crecido. Pero para él eso no era suficiente, la curiosidad que mató al gato lo estaba matando a él. Cada vez se hacían más frecuentes las fiestas a tal punto de que en Semana Santa tuvo que trabajar todos los días incluidos el jueves, viernes y sábado. Los días más santos. Eso era muy raro. Estaba obsesionado con la idea de averiguar, que hasta había pensado en decirle al mocho que le daba toda la plata que tenía ahorrada con tal de que le contara todo. Había tomado la decisión, eso iba a hacer.
A la mañana siguiente llegó El Mocho más temprano de lo normal.
—Uy, mocho, ¿y ese madrugadón por qué? Ni siquiera ha aclarado el día y usted ya por aquí?
—Sí, chino es que me vine a despedir.
Pachito sintió lo mismo que el día que salió de su casa. Un desamparo total, una angustia que le carcomía las entrañas, hasta le dieron ganas de llorar, pero no podía hacerlo, qué diría aquel hombre con voz de monstruo.
—¿Pe, pe, pero por qué se va?
—No me voy del todo, solo voy a visitar a mi madre, me llegó una carta que dice está enferma. Cuando uno trabaja aquí nunca se puede retirar. Con el tiempo lo va a entender. Con la sagacidad característica de un adolescente, Pachito inmediatamente pensó que era la oportunidad de colarse en la fiesta. 86
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—¿Y quién me va a encerrar en el edificio? ¿Quién me va a llevar el almuerzo? ¿Quién me va a recoger en la tarde? —Usted solito le ha dado una gran confianza al jefe y no le ve problema de que empiece a hacerlo sin niñero.
—Muchas gracias —dijo Pachito.
—Sí, señor.
Estrecharon sus manos para despedirse, pero el muchacho no dejaba de pensar en cómo hacer para colarse en medio de esos festejos que ahora se hacían todos los días. Luego de pensarlo mucho, encontró una manera. Ya que nadie estaría pendiente de él, iba aprovechar y se quedaría en el zarzo, ese sería el mejor sitio para esconderse. Eran las siete de la noche de un jueves, estaba decidido a descubrir lo que pasaba allí, eligió un muy buen sitio y con una broca perforó un huequito para poder observar mejor lo que pasaba. Llegaron los invitados, hombres y mujeres, de todas las edades. Los contó. Entre hombres y mujeres había diecisiete, era algo complicado de ver porque lo único que alumbraba eran las dos antorchas de la entrada y la única vela negra que siempre estaba colocada.
Escuchó la voz del jefe.
—Vamos a brindar hoy por la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, se nos fue a mejor vida o, mejor dicho, lo mandaron a mejor vida. Tomen cada uno sus copas por favor. Tan pronto dio la orden se dirigieron a la mesa donde se encontraban las calaveras, cada uno de los invitados tomó una e hicieron el brindis. Luego de esto, cada uno se fue ubicando en el piso y empezaron a jugar a la botella, el que perdía iba quitándose la ropa hasta que quedaban en cueros. Pachito pensó: “Y con este frío tan hijueperra…”. En ese punto de la fiesta, Pachito fue vencido por el sueño ya que nunca había trasnochado. Lo despertaron unos ruidos de bisagras oxidadas, era el sonido de las tapas de los ataúdes.
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Rápidamente se apresuró a observar qué era lo que ocurría. Menuda sorpresa se llevó al observar que eran los asistentes a la fiesta quienes, sin nada de ropa, estaban despertando y levantándose de los ataúdes, hombres y mujeres, sin nadita de vergüenza. Pachito apenas se santiguaba y rogaba a Dios que nadie lo fuera a pillar porque fijo lo mandaban a mejor vida y, lo que era peor, le harían lo mismo a su familia, que, aunque hacía mucho tiempo no veía, seguía queriendo con toda su alma. Luego de que salió el último de los invitados, corrió a recoger el desayuno para no despertar ninguna sospecha. Pachito fue al zarzo todas las noches en las que El Mocho estuvo ausente. Luego, los días trascurrieron con los mismos sucesos, tan solo cambiaban los invitados, pero todo era igual, el juego, los brindis, los ataúdes. Había saciado su curiosidad, pero ahora no estaba tranquilo porque sabía la verdad. Sabía que si el jefe lo descubría hasta ahí llegaría su vida. Una noche, de esas iguales a todas las otras, lo despertó un sonido que nunca había escuchado en la hacienda. Era un tiroteo. Pachito, de un salto, quedó de pie en la puerta de la habitación, con el corazón palpitante y su respiración entrecortada por el susto, no sabía si salir o quedarse ahí. De pronto, llegó su amigo El Mocho. —¡Chino, Pacho, venga, venga rápido, que llegó la Policía, nos toca volarnos antes de que nos cojan!
—¡Espere me pongo los zapatos!
—¡Que zapatos, ni qué mierda, camine descalzo, nos cogen y nos matan!
—¡Y la plata, la tengo enterrada entre un tarro!
—¡Ni puel putas nos vamos a poner a buscar nada!
—¡Camine, corra, corra!
Corrieron tanto que ni los perros ni los gansos que se les atravesaban por el camino pudieron alcanzarlos. Ya en el pueblo fueron a buscar refugio en la casa de los padres de Pachito.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
Durmieron tanto que el sol del mediodía fue el que los despertó.
El padre de Pachito, sospechando que algo había pasado, salió esa mañana a las calles a ver si escuchaba alguna cosa. Llegó con la novedad de que la noche anterior la Policía había llegado a la hacienda del jefe de su hijo porque alguien había contado con pelos y señales las barrabasadas que se hacían en esa finca. —Dicen que encontraron un pocotón de calaveras y ataúdes —dijo, y luego miró a Pachito y a su amigo con ojos escudriñadores —¿Será cierto?
Ambos fruncieron los hombros y negaron con la cabeza.
Sin embargo, en sus mentes siempre existirán estos recuerdos aberrantes que perdurarían durante toda su vida.
—Pachito, Pachito, ole Pachito —lo llamaba Aristóbulo, y él seguía ensimismado.
—Uste, Pachito —dijo Zacarías.
—Hijuemadre, me fui pa tras, me estaba acordando de lo que se hacía en esa finca.
Zacarías, con la curiosidad brincando en sus ojos, le dijo:
—¿Y si era cierto lo de los ataúdes y las calaveras?
Pachito, con sus ojos llenos de terror, respondió:
—Sí, era cierto.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
VIERNES SANTO Carlos Alberto Grillo Trujillo
E
ran las cuatro de un amanecer de viernes santo, Martín no había podido dormir pensando en viajar y probar ese carro que se había comprado, era una camioneta con un rojo sangre toro, reluciente, estaba ansioso por estrenarla.
Se había levantado y tomado una ducha, no podía ser un mejor día para probarla, las vías desocupadas, porque según la creencia popular, no era bueno viajar días santos, pero Martín no era supersticioso, tampoco era trompo de coger en la uña y había decidido viajar. Su destino, la montaña, el pueblo perdido de sus abuelos, donde siempre sentía ese afecto y ese calor de hogar, donde tenía su grupo de amigos y que de seguro ya estarían esperándolo, pasando sus vacaciones y bebiendo aguardiente. A las 5 a.m. estaba saliendo por la autopista del sur, los esperaban diez horas de carretera a buena velocidad, disfrutando totalmente del viaje, con el equipo de la camioneta a todo volumen, la ventana abierta, viajaba plácido en medio del calor del plan y la tibieza de las montañas. Como lo tenía planeado, llegó un poco antes de las cuatro de la tarde al pueblo y estacionó en la casa de la abuela que estaba feliz de verlo. No tardaron en llegar varios amigos y en el generoso zaguán de la casa y al calor de una botella de aguardiente, comenzaron a contar historias de viernes santo. Después de varias horas, Vicente Paniagua, que era el más hablador, propuso un reto a los congregados.
—A ver cuál es más verraco y va solo al cementerio a media noche
Todos se quedaron expectantes ante el reto, se miraron; en sus caras se dibujó una sonrisa.
—Yo voy 91
Levantaron las copas, brindaron por el valor de Martín y siguieron celebrando.
Mortuelos era un pueblo de campesinos, muy violento, donde cada fin de semana y en medio de las riñas, morían a machetazo limpio dos o tres personas. A las 11:30 p.m., Martín se levantó de la silla y se colocó su chaqueta, era hora de salir hacia el cementerio. Cogió por una calle oscura, destapada y angosta, llevaba una linterna, a medida que caminaba sentía un leve cosquilleo y un frío tenue que le levantaba los bellos casi imperceptiblemente. El cementerio estaba a un kilómetro del pueblo, era un lote donde las tumbas yacían esparcidas y distanciadas una de otra. Había pequeños mausoleos y lápidas regadas, donde los dolientes escribían sus epitafios. Martín llegó a la entrada del cementerio, se persignó con la señal de la cruz y comenzó a rezar un padre nuestro en voz alta. Caminó en medio de las tumbas por entre el pasto alto y sin cortar, se topó con una tumba desconocida, adornada con una gran lápida que sobresalía de las demás, allí paró y comenzó a rezar por el difunto. Cuando estaba terminando su plegaria y se disponía a regresar, de repente, dentro de la maraña de la oscuridad, sintió que algo se movía, un viento helado cruzó por su lado, rozó su cuerpo, su cabello se erizó, al igual que el bello de sus brazos y piernas; su pulso se agitó y salió corriendo a lo que le daban sus pies, sentía que algo lo perseguía, estaba a punto de desfallecer. Como pudo y en medio de esas cosas que solo se hacen en los momentos más espeluznantes, cruzó la puerta del cementerio de un salto y cayó de bruces sobre el camino destapado lleno de arena y piedra. No se atrevía a mirar aquella sombra o aparición y cuya presencia aún sentía cerca. La curiosidad fue mayor que el miedo, volteó y cuál sería su sorpresa cuando vio un caballo muy blanco que recorría la cerca de un lado para el otro tratando de salir. Martín se incorporó, recobró su compostura y volvió donde sus compañeros, quienes lo esperaban ansiosos por escuchar que había sucedido en el cementerio.
Se sentó todavía pálido, se sirvió un trago doble.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
UN DESTELLO DE CÁVALO MORTO Aquiles Eduardo León Háganme caso, los recuerdos hermosos son fugaces como las ardillas. Juan Carlos Mestre
Amélie es un film que habita en el ventrículo izquierdo del corazón de Jean Pierre
Jeunet. Un film de Jeunet es una paloma que aletea 14.670 veces por minuto. Cada segundo es posible si y solo si en algún lugar del mundo, el viento envuelve unas servilletas y hace bailar los vasos de la mesa de la terraza de un restaurante, todo por la magia de un ciego soñador. Asimismo, un soñador se vuelve vidente o ciego, según como abrillante el piso de su propia existencia con el sudor de las franelas de su padre.
Amélie es un film que habita en el hipotálamo del cerebro de Jean Pierre Jeunet.
Jean Pierre es un director francés que coloca boca rígida cada vez que lee un
poema de Baudelaire y cuando recita el albatros, recuerda su mascota de la niñez, un pez rojo neurasténico y suicida que fue arrojado a una alcantarilla de la calle Amélie, para ser devorado por un descendiente del albatros inmortalizado por el poeta. Para ser poeta hay que conocer a un gato que le guste prestar atención en la hora en que le cuentan historias en la sala a los niños. Para ser poeta te tiene que fascinar ir al cine y voltear en la oscuridad para ver los absortos ojos de los espectadores. Para ser poeta hay que ir a ver Amélie y no entenderla, pero sí fijarte en los detalles que nadie observa. Para ser poeta debes ver al cine con recelo. 95
Amélie es un film que habita en la mano derecha de Jean Pierre Jeunet.
Una cabina de fotogramas en un film de Jeunet, es una máquina de
teletransportación donde viaja un hombre de vidrio cuyo corazón es de piedra y repite a la humanidad cada año haciendo un cuadro de Renoir.
En un cuadro de Renoir desfila la llave de la venganza, desfila don Quijote quien
lucha contra el molino de todas las desgracias humanas; desfila el tesoro secreto de un niño condenado, desfila el gnomo del jardín del papá de Amélie que recorre el mundo para darle ejemplo y desfila tu mayor pregunta:
¿Acaso tu vida misma es una baldosa hueca a la espera de ser descubierta para
revelar las alas de mariposa que navegan en los jugos de tu vientre?
Amélie es un film que habita en la comisura de tus labios y en la última lágrima
del director Jeunet.
En Amélie, cuando fallece una alcachofa, se convierte en brújula para encontrar
quimeras; además, al dejar la utilidad, una botella de límpido se transforma en botella de vino tinto caliente, y cuando la niña del cuadro deja su vaso de lado, empieza el pálpito rojo que todos queremos sufrir, pues el escribano fracasado era el único que lo sabía: las emociones de hoy no son sino la piel muerta de las emociones de ayer.
Amélie no existe, nunca existirá.
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A ELLA, A MI MADRE Luisa Fernanda Romero Moreno
Han pasado los años y sigue aquí. Jamás me abandona, a pesar de sí misma y de mí misma. Su abrazo llega en las noches que más me siento sola y puedo ver a, través de sus pecas, de las cicatrices, que el pasado le dejó su querer y su dolor. Frágil como las hojas que caen de los árboles al viento pasar, dura como las piedras que ni la corriente es capaz de mover, y sensible como el cordón que une a una hija a su madre. Sus ojos son agua cristalina, reflejan sus temores y sus anhelos, esconde los fantasmas dentro de su alma .... Así puede vivir: acallando las pesadillas, huyendo del sufrimiento, de lugares a los que no quiere regresar. Al mirarme en el espejo me veo, y la veo a ella. Veo su furia y su fuerza, al igual que el ventarrón que sacude almas por doquier.
En las conversaciones que se alargan hasta la madrugada, me veo y la veo a ella, y me detengo a juzgarla. 97
POLEN John Henry Fonseca
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
MONÓLOGO Gloria Mora
Y de nuevo yo aquí preguntándome… ¿Por qué carajos acepté este bárbaro reto? No tenía yo una vida de ensueño, ¿No era perfecta la coyuntura que estaba viviendo? Por qué arruinar todo aquello… Por qué dejar de lado tu libertad, tus gustos, tus anhelos… ¿No gozabas de días perfectos? Disponiendo solo de lo que te llenaba por dentro: Eventos sin fin que te hacían germinar y volar. Más allá del suave viento… Pero una tarde dulce y florecida con aromas otoñales que agitaban tus pensamientos, vino a ti un gallardo y trigueño querubín, a poner patas arriba tus decretos. Y perdiste por completo tu horizonte y tus preceptos se los ha llevado el viento. Hoja a hoja arrancaste todo aquello que desde niña en edicto dejaste en manifiesto… Y poco a poco has cedido tu terreno, tus “nunca” y tus “jamás” se han evaporado en el tiempo. 99
Toda imposibilidad dictaminada ha ocurrido bajo tu mirada incrédula, tu escepticismo innato, que dudaba que todo fuera algo más que un prejuzgado cuento… Vestida de blanco frente a un altar firmaste sentencia irrevocable y hoy, en la cumbre de este apego post-adolescente, de cuarzo revistes tus andares. No ha sido fácil, lo admito, pero tampoco ha sido un lastre: momentos coloridos y de festejo han acompañado este impensable ensamble. Debes reconocerlo, Gloria: la realidad ha superado lo imaginable. Y aunque no lo visualizaste cuando niña ha surgido una magnífica obra de arte. Tu vida ha renacido desde ese alocado día que decidiste revolotear hacia otro estanque. Y pese a que en días como este interpelo mis dictámenes, no puedo negar que de arcoíris se han cubierto estos mares. 100
SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
Y sola ya no me encuentro… Pues cuatro príncipes galanes me acompañan en este peregrinar incierto. Más un trigueño querubín apuesto que después de desordenar mi perfecto universo sigue iluminando y alborotando mi mente y mi cuerpo. Y brindándome razones para transfigurar mis desvelos, tomando mi mano a cada paso y sorteando este empedrado sendero, a veces con tintes grises, a veces con radiantes colores etéreos. Y entonces, ya concluyendo, considero que no fue tan bárbaro este dichoso reto que me impuso la vida una mágica tarde muy cerca al invierno. Y pese a que de cuando en cuando reniego… adoro mi vida actual con todo y recovecos.
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Primeras i i i Daniel Sebastián Parada
Las primeras cometas se elevan en julio otros dirán, el mismo día que se nace o esa vez que coronaron el cielo con el Sol No hace falta cola en fusión nuclear el viento ya no corre como antes manos no se queman con la pita aunque el corazón sea fuego entre las nubes Vientos que vienen cuando quieren los cielos han cambiado para siempre como la hoja fosilizada de un árbol contando estaciones en números romanos En el festival de cometas alguien cierra los ojos y pide deseos entre cada remolino por cada color que las cuerdas del Sol se revienten Y el día oscuro y la Luna oscura.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
VIENTO DESNUDO Zuramy Desiret Rodríguez Ríos
A sorbos de verdad escalan los huesos desnudan las fibras truenan las lágrimas A sorbos de verdad caminan las raíces por tu nombre huellas de viento marchitan las pupilas Se embriaga la arena con un verso de agua A sorbos de verdad y entre sombras besando el presente las emociones se vuelven fantasmas que con el tiempo pierden la forma.
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POEMARIO Sarah Henao
CORRESPONDENCIA MATERNAL La furia de su lengua lacera mi natural afecto, su mirada desecha mi presencia. No resisto su moralismo inconsciente que viene a desmembrar mi ternura emitiendo juicios que rigen las nieblas del pasado donde el aire es polvo que ahoga mi sosiego. El dolor extenuante se acomoda en mis entrañas y me invita a un deceso en busca de la redención con la que aún no se da el encuentro.
Y TODO VUELVE A SU LUGAR OTRA VEZ… Cuarzo, feldespato y mica: componentes de la roca similar a mi piel. Aposento deponente del abrazo con ansia: huele a regocijo con sangre que se derrama con letras indebidas sobre el papel. Trapos bribones esconden lo travieso del acto y todo vuelve a su lugar otra vez.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
LA PORTADORA ¡Qué loable la que en este ocaso porta el grito sosegado de tus entrañas! Entretanto, galopan desenfrenadas las lenguas de puritanas despeinadas que con su puta risa simulada arruinan la morada del ánimo, que espera no ser estrangulado por las garras que yacen ocultas bajo sus “limpios” puños. Pero de todo esto me salva la que porta el grito sosegado de tus entrañas, de todo esto me salva, nada más que tu apacible mirada.
FUNERAL DE UN LOCO La noche se inunda de pasos de fantasmas que enlutan el espacio donde se le amputa el cuerpo al alma de un fugitivo, que avergonzado de su cordura encuentra descanso en las letras que surcan por el océano de sus ideas y maquinan el deleite en la esencia que aniquila la materia.
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ÁRBOL DE ENCUENTRO Viajan por sus linajes despoblados aquellas miradas, cuyas almas flotan en el aire en que habita la fantasía que se peina en mi vientre. Transcurre la madrugada entre sonido de jilgueros y silencio de gallinazos, acuden las almas a refugiarse en la serenidad del momento; las manos inquietas se toman el aroma del aire brindando por su muerte para otro encuentro.
UN DATO La ira imperante sustrae mi aliento, perturba mi asidua serenidad, suscita palabras confundidas entre rebeldía y conformidad mientras evoco tu falaz acto de piedad. Han renunciado a mí los recuerdos formidables. Solo son patentes los más sombríos y agraviantes vestigios que te han convertido en lo que “temiste” ser: un dato. Un dato de aquella incidencia mordaz que no pude esquivar.
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
RONDA ÚLTIMA María Victoria Acevedo Ardila
El fuego, la ronda, el río que somos: Dos hombres de fuego conversan en la noche. Traen los ecos de otras tierras, bailan desnudos. Se contemplan en espejos, imitan sus gestos, quieren ser otro, contar nuevas historias, personajes que fluyen como el agua, no volver al horror, a la caza o la guerra, quieren ovillarse y ser tiempo o no tiempo. La hoguera, el encuentro, el cosmos que habitamos: Un sólo hombre que es todos los ecos ha bebido en el río que lo condena a espirales de tramas tristes, a gotas que horadan una piedra muda. Escarba en sus tripas y su ombligo es el mundo, un caldo de repeticiones, una suma de errores y por momentos la maravilla.
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¿SÓLO QUEDAMOS LOS BUENOS? María Victoria Acevedo Ardila
1989 Bombas, cristales, el miedo que se pega en los huesos. Llama a casa, no te quedes en las calles, hay náufragos de odio encallando en silencio. No hables, no opines, cierra los ojos, pasa de largo: que sean otros los números, que sean otros el eco. 1993 Bombas, balas, el miedo que se pega en los huesos. “Ya no tengo amigos”, se los tragó el monte, la manigua, otra Noche de los Lápices. Lo escribes en los muros, corres, corres … La tinta se pierde entre ríos rojos, son la lluvia gris de perdidos recuerdos. 2005 Bombas, latas viejas, el miedo que se pega en los huesos. No salgas de casa, no regreses al pueblo, han sembrado la tierra y no son piñas jugosas, son coronas que estallan, fuegos fatuos, desaparecen, no importan. ¡Qué otros velen miserias y abracen esos yerbajos sin nombre creyendo que son sus hijos, diciendo que fueron buenos!
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SOBREVIVIENTES 2.0 Crónica de un gallo francés y otras plumas
2016 Mordazas, trashumancia, el miedo que te cala los huesos. Pégate a la vera. Viaja que se puede. No hables, no opines, reza, tal vez alguien escuche. ¡Qué sean otros soñando, angelitos para el cielo…! 2020 Cristales, ventanas, el miedo que se pega en los huesos: la tinta son trapos rojos que se pierden en los noticieros, el mal se pasea sin máscara y tú te escondes como puedes en el calor de casa, en el café, en imágenes y redes.
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El presente libro se terminó de imprimir en el mes de diciembre de 2021 con el aval de la alcaldía de Funza y el Centro Cultural Bacatá.